Lorenza Machín: una mujer, todas las mujeres
El buscador y contador de historias Juan Darias nos
desgrana en palabras la increíble historia de una mujer tan inspiradora
como luchadora.
5 de enero de 1955. El Viera y
Clavijo está fondeado frente a Puerto Cabras. Una falúa se abre
paso entre las olas y se acerca lentamente al barco para recoger pasajeros y
mercancías. El viento y una lluvia fina hacen que sea difícil mantenerse en
cubierta. Una niña, sin embargo, se mantiene firme sobre las tablas con la mirada
clavada en la falúa; quizá por rebeldía o por tenacidad, o como anuncio de la
mujer que será. Tarda unos segundos pero consigue distinguir a madre en
la barca; viene a recibirla, a ella y al resto de la familia, con una sonrisa
en la boca, mientras con una mano se agarra como puede a la pequeña embarcación
y con la otra sostiene un toldo para protegerse de la lluvia.
La memoria es un paisaje bajo la niebla y los
contornos se difuminan con el paso de los eneros. Por eso quizá el correíllo
era El Hierro y no el Viera y el día exacto pase a un segundo
plano. Pero algunos recuerdos quedan detenidos en imágenes imborrables, como
esa de la sonrisa de madre cuando viene a recibir a los nietos; porque
ella en realidad es la abuela y la niña que observa con tanta atención es
Lorenza Machín Alarcón (La
Isleta , 1946). Y porque ese viaje es una moneda tirada al
aire por el destino juguetón, con una despedida en una cara y un encuentro en
la otra. La abuela toma el mismo barco hacia Gran Canaria y fallece unos meses más
tarde, por lo que no vuelven a verse; mientras la nieta pisa Fuerteventura
por primera vez: un amor a primera vista que se mantiene hasta la fecha. “Mi
abuela se llamaba Jesús Santana de León y no quería que la llamásemos abuela,
sino madre”, recuerda Lorenza. Una abuela con un nombre insólito, presagio de
la vida también insólita que le esperaba a la nieta.
Arena y luz
Recuerdos de la mar, una constante en su vida.
Ahora es Fuerteventura, antes Puerto Cabras, pero primero fue
África: “Yo nací en La Isleta ,
pero mis padres me hicieron en Tarfaya. Creo que mis recuerdos más
antiguos son de allí”, relata con nostalgia. “Tengo imágenes sueltas: un avión
que ameriza en una playa, los domingos en el aeropuerto para ver la gente que
llega, mis tíos comiendo arroz con pulpo”, cuenta. Porque Lorenza pasó sus
primeros años de vida entre Gran Canaria y Cabo Juby, donde Jesús Machín, su padre y uno de
los personajes populares más recordados por los vecinos de Puerto del Rosario,
estaba destinado como militar por ese entonces. No obstante, el padre enferma y
la familia se traslada a Las Palmas. Finalmente, tras una serie de vicisitudes,
deciden regresar a Fuerteventura; a Puerto Cabras.
La niña se convierte en una mujer con un carácter indómito, forjado a base de tesón e inconformismo”
África pasó entonces a ocupar un puesto de
privilegio entre los mejores recuerdos y la capital majorera se convirtió en el
nuevo escenario de las correrías de la niña Lorenza. Pero como eran otros
tiempos, todos tenían que arrimar el hombro en la familia. “Cuando era niña
trabajé mucho. Mi madre preparaba chochos, pirulíes, chufas y cosas de esas. Yo
iba los domingos a venderlo todo en la puerta de la iglesia o donde sabía que
las muchachas estaban hablando con los novios, para que ellos me compraran
algo”, narra con detalle.
Una infancia dura donde no queda espacio para la
escuela. La niña, sin embargo, se convierte en una mujer con un carácter
indómito, forjado a base de tesón e inconformismo. Por eso a los 20 años, al
tiempo que se convierte en madre, decide hacer sus estudios primarios en Radio
Ecca. “Después de esto, poco a poco fui cambiando mis lecturas. De jovencita
leía novelas de amor, pero a partir de ahí me interesaban otras cosas. Yo creo
que me puse a estudiar y a leer porque me di cuenta de que si uno tiene cultura
nadie piensa ni actúa por ti, sino que lo haces tú mismo”, sentencia.
Militante“roja”
“No soy una intelectual, pero sí tengo claro a
qué tenemos derecho todos: educación, sanidad, vivienda y cultura”, confiesa
orgullosa. Unos principios que mamó desde niña en la familia: “Mi gente eran
los rojos de Puerto. Yo de pequeña no sabía nada de esto, pero sí recuerdo que
mis tíos escuchaban a La
Pasionaria en la radio. También me acuerdo de que la Guardia Civil iba a
su casa a las once o doce de la noche a revisarlo todo”, rememora.
De casta le viene al galgo, así que la joven
inquieta se convirtió en la mujer comprometida a nivel laboral, social y
personal. Un carácter combativo que la llevó a militar en el Partido Comunista,
primero en la clandestinidad durante la dictadura franquista, y luego ya como
dirigente insular tras la legalización. “El primer discurso que eché fue en
1977 y me acuerdo que estaba temblando”, narra Lorenza. La militancia la llevó
varias veces a Cuba y las desavenencias con Santiago Carrillo la llevaron a
ingresar en las filas del Partido Comunista del Pueblo Canario.
Fruto de su inconformismo, Lorenza tuvo una vida
laboral un tanto azarosa. “Al principio me costaba encontrar trabajo, porque
era la roja que siempre daba problemas”, confiesa. “Trabajé de limpiadora en un
instituto, en la cocina del hospital y luego me saqué por mi cuenta el título
de auxiliar de enfermería. Me costó un poco, porque una vez me suspendieron
Lengua: tenía que hacer una redacción sobre el Descubrimiento de América y yo
conté todo el exterminio que hicieron allí los españoles”, relata orgullosa.
Mujer y artista
“Cuando saqué el título ya trabajé muchos años en
maternidad, porque así podía luchar mejor por los derechos de la mujer”. Porque
Lorenza piensa que cada mujer puede hacer mucho por las demás: “hemos sido
avasalladas, maltratadas y marginadas, pero las mujeres somos muy fuertes.
Cuando nos tumban, nos volvemos a levantar. Lo que no me cabe en mi cabeza es
lo que está pasando ahora con el aborto, porque la mujer es la única que puede
decidir sobre su cuerpo. Así que tendremos que luchar otra vez”, sentencia.
Lo que no me cabe en mi cabeza es lo que
pasa ahora con el aborto. La mujer es la única que puede decidir sobre su cuerpo”
Lorenza combina su faceta de luchadora
comprometida con la de actriz. Relata: “Hace unos ocho años tuve una depresión
y como soy enemiga de la medicinas, me apunté a teatro”. Y desde entonces su
carrera sobre las tablas o delante de la cámara no ha parado. No en vano,
directores y compañeros de reparto se han enamorado del rostro expresivo de
Lorenza y de la dulzura con la que interpreta. No en vano, ha participado en
unas cuantas obras de teatro, catorce cortos y un largometraje. Una actividad frenética
que compagina con sus actuaciones como cuentacuentos en colegios e institutos.
“A través de los cuentos intento transmitirles a los niños y adolescentes, ante
todo, que son seres humanos”.
“Gracias, Lorenza”
Los girasoles crecen frondosos en su porche y
ella saluda con alegría a los vecinos del barrio de El Charco. Comparte casa
con dos perritas, cientos de libros y discos y una multitud de plantas. En su
mente atesora un sinfín de recuerdos; todos ellos material narrativo para el
nuevo proyecto en el que esté embarcada: escribir sus memorias. Una actividad
que compagina con la escritura de cuentos y los ensayos para sus actuaciones.
Una artista polifacética cuyo mayor premio, confiesa, es cuando los niños le
dicen tras sus actuaciones: “gracias, Lorenza”. “Con eso ya me considero
pagada”. Lorenza Machín, activista, artista y mujer; una mujer en la que caben
todas las mujeres.
(Juan Darias.)
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