1957 junio 20.
Es sabido que la inteligencia humana no
obedece a unas normas rígidas. Por fortuna, en cualquier parte del mundo y en
todo tiempo surgen mentes creativas de la más variada condición. En Tijarafe,
hasta hace poco un municipio aislado de La Palma , a principios del siglo XX, un avispado
vecino, Isidoro Clemente Rodríguez Martín (1865-1957), agricultor de profesión,
puso en funcionamiento un tipo de molino de viento de su propia inventiva.
Conviene recordar que el término de
Tijarafe es una demarcación de 54 km2
dedicada a los cultivos de secano. Durante la mayor parte del siglo XVII la
producción cerealista de esta zona se encontraba a la cabeza de la isla. La
posterior molturación del grano para la obtención de gofio o harina era
efectuada bien en los molinos domésticos de mano del término (las denominadas cajas
de gofio), bien en los viejos molinos hidráulicos de Tazacorte, Argual o
en los ubicados en la zona este de La Palma. Así , el grano cosechado en Tijarafe, en
gran parte, era transportado desde los puertos norteños de Candelaria,
Puntagorda, Garafía (especialmente La
Fajana ) o Barlovento (Talavera) a otros desembarcaderos
próximos a las muelas antedichas.
En buena media, este panorama cambió en la
segunda mitad del siglo XIX, cuando proliferó en todo el territorio insular un
espécimen de molino desarrollado por Isidoro Ortega Sánchez (1843-1913). Se
trataba de molinos de viento mucho más parcos que los de torre, cuya tipología,
debido a su complicada traza, no llegó a expandirse con profusión en la
geografía palmera. En cambio, con la aparición del Sistema Ortega la
construcción se reveló más sencilla. Molinos del arquetipo Ortega se levantaron
por todo el arco norte de la isla, desde Puntallana hasta Puntagorda, con
incursiones en Breña Alta, Villa de Mazo y Fuencaliente.
Si bien en Tijarafe nunca se llegó a
construir un ingenio del modelo Ortega, es preciso subrayar la genuina
aportación del mencionado Isidoro Clemente Rodríguez a la historia molinera de
Canarias. Hacia finales del siglo XIX o principios del XX, Rodríguez Martín fue
capaz de construir y poner en uso un ingenio eólico harinero, parecido a los
clásicos molinos de torre (tan característicos de La Mancha ), pero en miniatura,
que poco tenía que ver con el artilugio creado por su homólogo Isidoro Ortega.
Don Isidoro Clemente había nacido en
Tijarafe el 23 de noviembre de 1865, hijo de Miguel Rodríguez Lorenzo y de
María Antonia Martín de la
Concepción. Casó en 1897 con Isabel Martín Hernández de 17
años, con la que alcanzó una extensa prole (11 hijos). Rodríguez Martín
falleció el 20 de junio de 1957 a la edad de 92 años, y pocos días después dejaba
de existir su esposa. El espíritu inquieto de don Isidoro le llevó a tentar
ciertos artilugios de movimiento continuo, juguetes u otros mecanismos
impulsados por energía eólica en los que aplicaba su imaginación y sus
habilidades de carpintería. En este sentido, cabe interpretar su aproximación a
la ingeniería molinera y, aunque carente de unos resultados concluyentes, se
trató de un prototipo de uso industrial y así se mantuvo abierto durante
algunos años.
En la aplicación práctica de su idea, don
Isidoro erigió dos edificios. El primero en el barrio de La Punta , junto a la actual
carretera general, que por escasez de viento, más tarde trasladó hasta la cima
de El Time, atalaya natural desde la que se puede divisar un singular paisaje
del Valle de Aridane. En la actualidad, de uno y otro molino sólo se conserva
la estructura cilíndrica en forma de torre construida en piedra volcánica
(basáltica) y mampostería. En un principio ambos cuerpos estarían culminados
por un cono metálico (de lata o latón) forrado interiormente de madera, con
aspas igualmente de madera y ejes de hierro. Asimismo, entre los herederos de
Rodríguez se conservan algunas piezas pertenecientes a la maquinaria interna.
En el archipiélago canario, además, se han
localizado ejemplares similares al de Isidoro Rodríguez en Los Majanos y Los
Machitos (Los Espinos), en la isla de Gran Canaria, definidos, éstos últimos,
por Víctor Manuel García Cabrera, que ha estudiado el tema en profundidad, como
“una de las variaciones más significativas que se producen en la construcción
del molino de viento tipo torre”. No obstante, se debe subrayar que se
desconoce si existe alguna relación entre los ingenios grancanarios y los
tijaraferos.
De manera muy sucinta, estas líneas han
pretendido reseñar el talento de Isidoro Clemente Rodríguez Martín, ingeniero
popular de molinos y uno de los pocos inventores que han florecido en La Palma. Scriptum
est.
(Manuel Poggio Capote y Antonio Lorenzo Tena.
Publicado en el número 520 de BienMeSabe)
La molina de La Asomada , que cuenta junto
a otros 23 molinos de la isla con la declaración de Bien de Interés
Cultural, volvió este sábado a ver girar sus aspas para moler gofio ante
los propietarios y sus familiares, tras la restauración llevada a cabo por el
Cabildo de Fuerteventura en este inmueble centenario.
Según comentaron Juan de Dios Cabrera y
Emerenciana Oramas, la intención de la familia es que alguno de sus once hijos
pueda mantener la molina en funcionamiento "para hacer gofio a la manera
tradicional, ya que cuando compramos la molina no funcionaba ni tampoco se
arregló porque en ese momento ya habían llegado máquinas más modernas",
recordó doña Emerenciana. Juan de Dios Cabrera dijo que estará feliz con que
sus hijos y nietos puedan seguir viendo la molina funcionando.
La puesta en funcionamiento de La Molina de La Asomada contó este sábado
con un nutrido grupo de asistentes entre familiares y vecinos, mientras que por
parte de la institución que ha impulsado su rehabilitación estuvieron el
presidente del Cabildo, Mario Cabrera, y el consejero de Infraestructuras y
Ordenación del Territorio del Cabildo, Manuel Miranda, acompañados del alcalde
de Puerto del Rosario, Marcial Morales. Tanto el alcalde como el
presidente insular coincidieron en valorar positivamente la recuperación de
este interesantísimo elemento patrimonial que "nos recuerda cuáles son
nuestras señas de identidad cultural y la importancia de nuestra
historia", dijo Morales, mientras que Cabrera animó a la familia de los
propietarios a poner en valor una molina "que a partir de ahora va a
despertar la curiosidad de los turistas y por eso es importante mantener el
patrimonio abierto a la vista del público para que puedan aprender de nuestros
orígenes".
Esta molina, denominación que se da a los
molinos hembra, se encontraba en desuso desde mediados del siglo
pasado como consecuencia del abandono de los métodos tradicionales de molienda
de grano ante la llegada de la producción industrial. Su recuperación ha
necesitado de un minucioso trabajo de restauración de sus elementos de hierro y
madera, así como la restitución de aquellos más deteriorados, tarea que se
llevó a cabo durante varios meses por encargo del Cabildo en el taller que
regenta en La Matilla
el carpintero majorero Domingo Molina.
En cuanto a la rehabilitación del edificio
de la molina, los trabajos fueron realizados directamente desde la Consejería de
Infraestructuras y Ordenación del Territorio del Cabildo. El personal de la Corporación se ha
ocupado también del ensamblaje de la maquinaria (torre, aspas y maquinaria de
molturación), de la instalación del capacete para cerrar definitivamente la
cubierta del edificio y de la rehabilitación del entorno. El consejero del
Cabildo Manuel Miranda destacó que esta acción de restauración ha dado un muy
buen resultado puesto que ha sido posible recuperar la mayoría de las piezas de
la maquinaria de la molina, mientras que las piezas renovadas mantienen su
tipología tradicional.
Las piezas de madera originales que se han
recuperado en este proyecto son la estructura de la torre (también llamada destiladera,
por su forma), la tolva, la canaleja, el pivote o puyón, las dos ruedas
dentaras y la base o cruceta. Las piezas de metal también se han restaurado,
como son el pivote o puyón, el husillo, la lavija del freno, el cangrejo y la
aguja o eje. Los que han necesitado ser reproducidos son principalmente las
aspas, el harinal, varias maderas y tornillos de la torre y el rabo o timón,
entre otros.
Los datos aportados por a la dirección del
proyecto en el Cabildo por los últimos propietarios de La Molina de La Asomada han permitido
conocer que antes de esta ubicación la torre y la maquinaria se encontraban en
la localidad de Casillas del Ángel.
El registro de la compraventa data de 1909,
mientras que el último uso conocido de la molina, ya en La Asomada , se remonta a
1950.
Los molinos hembra:
una innovación. Las molinas o molinos hembra, aunque menos
comunes que los molinos, son un elemento arquitectónico cuyo uso se extendió
durante décadas en el entorno rural de Fuerteventura, debido a que su
utilización o alquiler suponía un proceso fundamental en el economía de la
isla, eminentemente cerealista.
La invención de la molina se atribuye a
Isidoro Ortega, natural de Santa Cruz de La Palma , en el siglo XIX. Su principal innovación
es que reúne en una única planta las actividades de molienda y manipulación del
grano, lo que supone una ventaja con respecto al molino (que ya existía en
Canarias a finales del s. XVIII), en el que el molinero ve dificultada su tarea
al tener que desplazarse constantemente entre las dos o tres plantas del
edificio.
Otra cualidad sorprendente de la molina es
su portabilidad. Al ser su principal característica la marcada
diferencia entre la maquinaria y el edificio, la molina permitía a sus
propietarios, en caso de necesidad, transportar en un momento dado la torre y
la maquinaria de molienda a una nueva edificación, lo que resultaba
relativamente sencillo ya que ésta consta únicamente de una sola habitación
cuadrangular. Asimismo, la configuración de la molina facilitaba su
desmontaje cada cierto tiempo, operación que era necesario realizar para picar
las piedras de moler una vez que alcanzaban cierto nivel de desgaste, como
consecuencia de la fricción.
Proceso de molturación. El
proceso comienza colocando las velas, que están en las aspas, de cara al
viento. La torre de la molina, que es capaz de girar sobre si misma, se orienta
manualmente desde afuera utilizando el rabo o timón, que se fija al suelo. El
giro horizontal de las aspas se transforma en vertical al pasar la rotación de
la rueda dentada al husillo. Este giro se fija en la piedra molinera superior a
través de una pieza llamada cangrejo. La molienda del grano se produce
gracias a la fricción entre la piedra molinera superior e inferior, que es
fija. El grano tostado cae inicialmente desde la tolva a la canaleja y, a
medida que se va triturando, se desplaza hacia fuera hasta las paredes de la
balsa o harinal, desde donde, finalmente, cae pasando por el cajón hasta el
saco o costal.
Los molinos y molinas se controlan
utilizando la palanca de freno, que cuenta con una pletina metálica que
presiona la rueda dentada para disminuir su fuerza. Asimismo, el molinero debe
controlar al mismo tiempo la separación entre las dos piedras para regular el
grado de molturación del grano. Esto se hace mediante otra palanca situada en
la parte inferior de la balsa. (Redacción BienMeSabe. Publicado en el
número 365)
Muy pocas son las personas que recuerdan y conocen
la historia del señalado molino. Pero lo más curioso de todo ello resulta ser
el modo en el que se transportaron las pesadas piezas del molino desde Los
Silos hasta Matoso, en el confín del paisaje de Teno.
Fueron varios los indianos que, a su
regreso de Cuba, pretendieron e instalaron molinos de gofio. Un claro ejemplo
lo representa Miguel González Martín (1885-1961), oriundo de Teno Alto
(Buenavista, Tenerife). Muy pocas son las personas que recuerdan y conocen la
historia del señalado molino. Pero lo más curioso de todo ello resulta ser el
modo en el que se transportaron las pesadas piezas del molino desde Los Silos
hasta Matoso, en el confín del paisaje de Teno.
En el pueblo de Los Silos se ubicaba en el
paraje de la Montaña
de Aregume, conocido como Los Molinos. Al parecer, perteneció a la
familia de los Jordanes. Funcionó hasta finales de los años 20 (pa
mi gusto por el 29'). Su último molinero se llamaba Alfredo Yanes Dorta
(1909-1991). Fue adquirido por quinientas pesetas en plata. Dejó de
funcionar por la razón de que ya había motores, máquinas pal gofio;
una de ellas, accionada con gasolina, se situaba a unos 100 metros de
distancia, siendo propiedad de Manuel Gómez Soto (1885-1945), hijo de José
Gómez Suárez, de origen gaditano, quien vino a Los Silos para trabajar como
jefe de máquinas en el ingenio de Daute.
El viejo molino de aspas de La Montaña medía,
aproximadamente, 3 metros de altura, con base circular de 50 metros de
circunferencia, disponiendo de una puerta y de una ventanita por un lado; las
paredes eran de bloques de tolmo, revestidas con cal de color amarillo,
importada de Inglaterra en sacos, mezclada con arena del mar. El inmueble que
albergaba el molino se fue arruinando, subiéndose sobre sus paredes los niños
para volar las cometas, favorecido por la circunstancia de que allí corre
mucho el viento. Y sirvió de goro a un macho cabrío. Hoy no queda ninguna
huella, copando el espacio una moderna casa.
Gran parte de la información que presentamos se
la debemos al recuerdo y la gentileza de Pedro González Martín y Abraham
González Regalado, respectivamente, hijo y yerno de Miguel González Martín, la
persona que compró el molino, encargándose, además, de coordinar el transporte
de los materiales, así como de construir y ponerlo en funcionamiento. Las
piezas esenciales que se adquirieron fueron las dos muelas o piedras, la
cruceta y los cuatro pilares (columnas), de tea de pino como la anterior.
Cada uno de ellos, de sección cuadrangular, medía 6 metros de largo y 15 o
20 centímetros de grosor: cada una pesaba 100 kilos o más.
El traslado de los materiales. Cuando
aconteció, no había ninguna vía asfaltada en la Isla Baja y los
vehículos de motor, movidos con gasolina, eran de propiedad particular y su
número era inferior al de los dedos de una sola mano. El traslado se hizo a lo
largo de varias jornadas diarias, recurriendo a los medios de transporte
disponibles, todos ellos de longeva tradición. El itinerario recorrido
-andándolo con normalidad, sin carga- se puede realizar en tres horas quince
minutos, tiempo desglosado en los tres tramos que se señalan en el siguiente
cuadro, refiriendo, también, los medios de transporte que se pudieron haber
utilizado:
Los sistemas de transporte, como es lógico,
estuvieron acordes con las características de cada una de las vías. Con reses
vacunas enyugadas se actuó hasta donde se pudo, concretamente hasta el
arriba del Callejón de Teno; a partir de ahí, a hombros. Dicho lugar,
situado a unos 15 minutos con respecto al pueblo de El Palmar, también se
conoce como Las Vueltas. Allí se ofrecía una comida a quienes
prestaron su ayuda: Al alto la cumbre les daban una comida a todos los que
iban a trabajar, porque esos trabajaban gratis. Fue un tiempo en el que se
prodigaba la colaboración entre iguales: antes había mucha prestación.
En el acarreo con las vacas fue notoria la participación de Graciano Palenzuela
González (1909-1991), encargado en la finca de Marinas, propiedad buenavistera
que contaba con un número considerable de reses vacunas: toda esa madera la
arrastré yo hasta el canto arriba El Callejón. Y a partir de ahí, hasta la
localidad de Matoso, se cargó a hombros, encargándose de ello varios vecinos de
Teno Alto: entonces había hombres y potentes; y de favor, eso no era pago
nada.
A hombros, entre cuatro, se cargaron cada
uno de los pilares de tea. Así se trasladó también, en 1958 -entre veinticuatro
hombres, desde El Charco a Los Partidos de Teno Alto-, el tronco de eucalipto
fresco con el que se obtuvo la cumbrera de la casa del vecino Antonio Verde: yo
creo que pesaba 300 kilos o más, medía cerca de 10 metros.
Se discurrió por un camino de cabras,
sumamente inclinado, por el que no cabe sino una persona, una detrás de
otra, razón por la que los porteadores caminaban por el mismo lado. Sin
llevar peso, se invierte una hora y treinta minutos en hacer el recorrido;
cuando el eucalipto, se salió a las 9 de la mañana de El Charco y se llegó
pasadas las 2 de la tarde a Los Partidos. Otros hombres acompañaban (relevos,
ayuda en los descansos...) y hasta mujeres, avisando (lo malo era las
curvas) o quitando algún ramo que estorbaba: la gritería, parecía una
fiesta, era lo que había. Al llegar, María Bencheque (partera,
cocinera en banquetes de ámbito social) nos tenía una cabra preparada.
Nadie cobró nada. Cuando era necesario, se devolvía el favor: era lo que
había.
Cada una de las dos muelas de molino y la
cruceta se llevaron sobre parihuelas. Las de las primeras fueron cargadas por
cuatro hombres, dos delante y dos detrás. La de la cruceta por seis, dos
delante y cuatro detrás. Se trata de una forma de cargar inmemorial que sirvió
también para trasladar a los enfermos, personas fallecidas... Cuando la carga
era liviana se podía portar con las manos, entre dos; cuando no: en
pajigüelas cargaban, y sobre el hombro una almohadilla (saco doblado).
La construcción del molino. Se
ocupó de ello la misma persona que lo adquirió, Miguel González Martín,
contando con la colaboración de su compadre Eugenio Hernández Salazar
(1885-1953), de oficio cantero, quien picaba las muelas, con la escoda, cuando
la necesidad lo requería: el viejo Pulido era maestro, le ayudó a montarlo.
Aconteció con anterioridad a la
Guerra Civil española (1936-1939). Y se invirtieron tres
o cuatro meses para montarlo, hacer el cuarto, la base, traer los palos del
monte...
Miguel González Martín (Miguel el de
Matoso) emigró a Cuba entre el 16 y el 20. Ejerció como
agricultor, carpintero y albañil, ocupación esta última en la que destacó: Mi
padre era muy amañado, pa cuestión de madera y piedra era muy amañado; hacía
tijeras para los higos, castañuelas y zapatos, hormas pa eso y aleznas.
Cerca de su casa, en Matoso, levantó un cuarto para servir de sede al molino,
lugar que, todavía hoy, es conocido con esa denominación: El Molino.
Las paredes -asentadas en la pared del fondo y laterales sobre el piso rocoso
natural- son mayoritariamente de bloques de tosca, labrados en una cantera
ubicada por encima deI lugar. Él mismo instaló las piezas traídas desde Los
Silos e, incluso, elaboró las aspas a partir de palos convenientemente
labrados: las aspas las hizo él, de palos de monte; hizo seis y de sacos
hizo la tela, pintadas de blanco con el objeto de cubrir los diminutos
orificios que presentaba.
Sobre el funcionamiento del molino.
Estamos basando nuestro relato en el recuerdo de niños que, por
entonces, tenían en torno a los diez años de edad. El conjunto de las aspas lo
viraban según donde venía el viento; donde quiera que le daba el viento, pallí
diba. Se hacía accionando con una pieza de hierro conocida como la
retranca. Según la mayor o menor fuerza del viento, actuaban,
respectivamente, seis, cuatro o dos aspas, de modo que desprendían, únicamente,
los forros de tela correspondientes.
El molino de Matoso sirvió para aligerar el
peso de la jornada doméstica, ahorrando lo que suponía la molienda con molinos
de mano. Por entonces, Teno Alto estaba más poblado que en la actualidad: 245
habitantes en 1930 y 277 en 1940, frente a lo 153 registrados en el nomenclátor
de 1981.
Trabajaban en el molino el propio Miguel
González Martín y sus hijos Miguel (1916-1937) y Mateo González Martín
(1920-2008). El primero de ellos murió en la guerra, ése fue el más que
molió, lo conocían todos por el Molinero.
El gofio más común correspondía al cultivo
más generalizado en Teno: el trigo. Aunque mucho menos, de millo mezclado con
trigo e, inclusive, de millo solo estando bien tostado. También
producían frangollo. La pequeña empresa no contaba con tostadora; el cereal se
traía tostado de la casa, valiéndose del jurgunero o juergo con el que se
removía el grano en el tostador o tiesto de metal que suplantaría al de barro
ofertado por mujeres de Arguayo, conjuntamente con otros enseres cerámicos:
tarros para ordeñar, calderas para guisar la leche, tallas para el agua... Se
molía todos los días: en Teno el viento fallaba pocas veces; si había
trabajo, no paraba; y a veces lo hacíamos por la noche para aprovechar el
viento. Cada familia, con determinado intervalo de tiempo, llevaba al
molino dos o tres almudes, porque antes era por almudes. Las muchachas
o los muchachos -andando desde sus caseríos de procedencia- llevaban el grano
tostado al molino en talegas de morsolina. Los clientes eran de Teno.
Se pagaba la molienda con dinero: estaban las perras negras esas, de cobre.
La andadura vital del molino fue corta: a
diez años no llegó. Las razones del cese de la actividad son esencialmente
dos. Los hijos mayores del molinero partieron hacia la Guerra Civil (1936-1939).
Y lo más fue por el fallo del trigo, la cebada no daba resultado. Al
trigo morisco, cultivado en la zona, le afectó un virus, un bicho,
lo que obligó a los teneros a promover el cultivo de la cebada al objeto de
contar con el fundamental gofio: cuando vino el bicho yo [Mateo Martín
Regalado] tenía 7 o 8 años, ya la cebada no servía para moler, porque tenía
mucho casullo; en Los Silos había una máquina que lo molía todo, lo dejaba
finito. Se volvería a cultivar trigo, de la clase Marruecos, conseguido en
El Palmar: El Marruecos no se lo comía tanto, pero el molino había ya
desaparecido. Como en El Palmar no había por entonces molino, se acudía
caminando, con frecuencia a lomos de burro, a los que había en el más distante
pueblo de Los Silos: ir a Los Silos al molino de don Alberto [Alberto
Palenzuela Dorta: 1887-1969]; y, a veces, tener que llevar botellas de gas
(porque escaseaba el combustible).
Con posterioridad al cese del molino, las
piezas de madera (pilares, cruceta) fueron vendidas o aprovechadas -dada su
calidad, de tea de pino- para hacer puertas, ventanas... Una de las muelas se
partió y la otra permanece enterrada en la era. El cuarto donde estaba
instalado el molino, como el conjunto de la casa paterna, lo heredó la hija
María. Lo convertirían en bodega, cerrando para ello el orificio del techo por
el que ascendían las vigas que sostenían la cruceta con las aspas. Mide 4,30
metros de largo, 4,65 de ancho y 2,40 de altura. Las paredes tienen 75
centímetros de grosor. Su única puerta, de 95 centímetros de anchura, está
orientada al poniente.
Repetidas veces hemos escuchado añorar los
viejos molinos de viento. En el N.O. de Tenerife hubo varios. Que sepamos, tres
en Los Silos: en la finca de La
Sabina ; en Susana; y el ya mencionado de la Montaña de Aregume, zona
denominada Los Molinos, que sería trasladado a Teno Alto, dando nombre
al espacio conocido por El Molino. Y en Buenavista, Barrio de El
Molino, el de Sebastián Gallego (Sebastián García Gallegos:
1853-1944). Nadie se explica por qué los dejaron desaparecer. Se alzaron en
lugares favorecidos por el soplo de brisas y vientos y dejaron su impronta en
la toponimia. Y funcionaron con energías limpias, no contaminantes, tan
demandadas y defendidas en la actualidad. Es una muestra más de todo lo que
bregaron y nos enseñaron nuestros Mayores.
El presente artículo. Para
la elaboración del presente artículo hemos contado con la estimable ayuda de
las siguientes personas: Ángela García Herrera y José García León (empleados
del Ayuntamiento de Buenavista del Norte); Álvaro Hernández Yanes, Cristina
Reyes Casañas y Juan Hernández Pérez (empleados del Ayuntamiento de Los Silos);
María del Carmen Yanes Palenzuela y Francisco García Gómez.
Y lo han hecho realidad la información
proporcionada por los Maestros y Maestras de la Tierra que a continuación
se relacionan: Pedro González Martín (88 años), María González Martín (84
años), Abraham González Rodríguez (87 años), Mauro González González (51 años),
Mateo Martín Regalado (84 años), Víctor González Martín (77 años), naturales de
Teno Alto. Domingo Romero González (76 años), de El Palmar. Adolfo Hernández
García (87 años), Otilio Hernández Navarro (88 años), Clara del Rosario
Gutiérrez (85 años), Domingo Rodríguez del Rosario (93 años), de Buenavista del
Norte. Y Horacio Dorta Spínola (71 años), Rufino Hernández Lorenzo (89 años),
Fernando Hernández Álvarez (82 años) y Antonia María Luisa Palenzuela Acevedo
(80 años), de Los Silos. A todos ellos nuestra gratitud y aprecio por habernos
transmitido tan valiosos recuerdos de su Memoria.
(Manuel J. Lorenzo Perera (Director del Aula
Cultural de Etnografía de la ULL )
Publicado en el número 444 de BieMeSabe)
Publicado en el número 444 de BieMeSabe)
La torre de la Molina de Almácigo se
levanta ya hasta sus ocho metros de altura originales, tras finalizar el
Cabildo de Fuerteventura el proceso de restauración llevado para recuperar este
antiguo inmueble de uso industrial, declarado Bien de Interés Cultural y que
destaca por ser la molina más alta de la isla.
Cabe destacar que este inmueble, al igual
que otros muchos molinos y molinas -o molinos hembra- que
pueblan la geografía insular, es de titularidad privada. Sin embargo, al contar
estos inmuebles con la declaración de Bien de Interés Cultural, es el Cabildo
la administración que se encarga de su restauración. Entre las que son
propiedad del Cabildo, son varios los molinos y las molinas que se encuentran
en funcionamiento y habilitados para su visita, como ocurre con el Molino de
Antigua, el Molino de Tiscamanita o la Molina de Tefía. Otros como la Molina de La Asomada , el Molino del
Durazno o la propia Molina de Almácigo, que han sido objeto de restauraciones
recientes por parte del Cabildo, tienen titularidad privada y son los
propietarios quienes se comprometen a facilitar su visita al público y a
ocuparse de su conservación. En total, son 23 los molinos y las molinas
reconocidos como BIC en toda la isla y que han sido rehabilitados gradualmente
en las últimas décadas.
Las molinas más grande y más
pequeña de Fuerteventura. Paralelamente a la restauración de la Molina de Almácigo, el
Departamento de Obras Públicas del Cabildo ha iniciado la restauración de otra
molina situada en las cercanías, entre el cruce de Tefía y los Llanos de la Concepción , y que tiene
la particularidad de ser la molina de menor tamaño de Fuerteventura, pues debe
su origen a una ingeniosa adaptación a partir de un antiguo molino de mano. En
el extremo contrario, la de Almácigo es con más de ocho metros altura en su
torre y contando con las aspas de mayor longitud de las que equipan este tipo
de estructuras, la molina de mayor altura de la isla, que es también especial
por haber estado instalada en tres emplazamientos distintos. A lo largo de su
historia, distintos molineros se han valido de esta maquinaria mientras estuvo
instalada en La Ampuyenta ,
luego en El Cotillo, y finalmente en su ubicación actual. Se encontraba en
desuso desde hace dos décadas. Su recuperación ha necesitado de un minucioso
trabajo de restauración de sus elementos de hierro y madera, así como la
restitución de aquellos más deteriorados, tarea que se llevó a cabo por encargo
del Cabildo en el taller del carpintero majorero Domingo Molina. En cuanto a la
rehabilitación del edificio de la molina, los trabajos fueron realizados
directamente desde la
Consejería de Infraestructuras y Ordenación del Territorio
del Cabildo. El personal de la
Corporación se ha ocupado también del ensamblaje de la
maquinaria (torre, aspas y maquinaria de molturación) y de la rehabilitación
del entorno.
Los molinos hembra:
una innovación. Las molinas o molinos hembra, aunque
menos comunes que los molinos, son un elemento arquitectónico cuyo uso se
extendió durante décadas en el entorno rural de Fuerteventura, debido a que su
utilización o alquiler suponía un proceso fundamental en el economía de la
isla, eminentemente cerealista. La invención de la molina o se atribuye a
Isidoro Ortega, natural de Santa Cruz de La Palma , en el siglo XIX. Su principal innovación
es que reúne en una única planta las actividades de molienda y manipulación del
grano, lo que supone una ventaja con respecto al molino (que ya existía en
Canarias a finales del s. XVIII), en el que el molinero ve dificultada su tarea
al tener que desplazarse constantemente entre las dos o tres plantas del
edificio.
Otra cualidad sorprendente de la molina es
su portabilidad. Al ser su principal característica la marcada diferencia entre
la maquinaria y el edificio, la molina permitía a sus propietarios, en caso de
necesidad, transportar en un momento dado la torre y la maquinaria de molienda
a una nueva edificación, lo que resultaba relativamente sencillo ya que ésta
consta únicamente de una sola habitación cuadrangular. Asimismo, la
configuración de la molina facilitaba su desmontaje cada cierto tiempo,
operación que era necesario realizar para picar las piedras de moler
una vez que alcanzaban cierto nivel de desgaste, como consecuencia de la
fricción.
Proceso de molturación. El
proceso comienza colocando las velas, que están en las aspas, de cara al
viento. La torre de la molina, que es capaz de girar sobre sí misma, se orienta
manualmente desde afuera utilizando el rabo o timón, que se fija al suelo. El
giro horizontal de las aspas se transforma en vertical al pasar la rotación de
la rueda dentada al husillo. Este giro se fija en la piedra molinera superior a
través de una pieza llamada cangrejo. La molienda del grano se produce
gracias a la fricción entre la piedra molinera superior e inferior, que es
fija. El grano tostado cae inicialmente desde la tolva a la canaleja y, a
medida que se va triturando, se desplaza hacia fuera hasta las paredes de la
balsa o harinal, desde donde, finalmente, cae pasando por el cajón hasta el
saco o costal.
Los molinos y las molinas se controlan
utilizando la palanca de freno, que cuenta con una pletina metálica que
presiona la rueda dentada para disminuir su fuerza. Asimismo, el molinero debe
controlar al mismo tiempo la separación entre las dos piedras para regular el
grado de molturación del grano. Esto se hace mediante otra palanca situada en
la parte inferior de la balsa. (Redacción BienMeSabe, Publicado en el número
449)
Buenas noches. Lo felicito por tan acusiosa investigación històrica sobre Los Molinos y Molinas en Canarias.
ResponderEliminarGracias a un programa de gastronomía que transmitió TVE, me llamó la atención que en visita a Fuerteventura, se habló y mostró esa belleza arquitectónica de la Molina. Mostraron su funcionamiento (Sr. Francisco) quien contó que ese modelo de Molina fue traido desde Venezuela por paisanos que regresaron con la idea de poner en marcha la molienda de trigo para el Gofio. En todo su relato no se hace mención a este hecho, y aprovecho la oportunidad de saber su autenticidad y veracidad histórica. Soy descendiente de madre canaria. Y actuaklmente profesor de HIstoria de la Universidad de Carabobo. Venezuela.
Reitero mi felicitaciones por su trabajo intelectual..
Saludos,
Jorge Ruiz Delgado