APUNTES PARA SU HISTORIA
Capitulo XI-III
El primer
cementerio municipal de Tegueste
“Dejar de enterrar en los
recintos sagrados constituyó un cambio brusco en una costumbre secular, cambio
al que generalmente se oponían el clero rural y los vecinos, fuertemente
apegados a la tradición, a lo que, en el caso de los curas, se unía el temor de
perder una fuente de ingresos importante para las parroquias, de la que habían
sido los únicos administradores.
Sin embargo, desde el inicio
de la cuestión de los cementerios a principios del siglo XIX, en Tegueste el
apoyo a su construcción fue siempre declarado, al menos por parte del
ayuntamiento y de los párrocos.
Curas antecesores del
Prebendado defendieron también la conveniencia de contar con un campo santo,
pero no cabe duda que el tenaz empeño puesto para su realización por parte del
Ayuntamiento viene a coincidir con las cartas y exposiciones enviadas por el
párroco desde que tomó el cargo en 1842. De hecho una de las primeras diligencias
del nuevo cura frente al ayuntamiento fue abogar por su construcción. Es más,
el vecindario, al contrario de lo que ocurrió en otras zonas rurales, no se
oponía a los enterramientos fuera de la iglesia, pues según palabras del
Prebendado apetece y desea con ansia dicha obra.
El problema de la
ubicación
Los cementerios, desde las
primeras disposiciones legislativas en esta materia, debían construirse en las
afueras de las poblaciones, aunque podrían levantarse cerca de las parroquias
siempre y cuando se situaran en sitios ventilados y distantes de las casas. Sin
embrago, son muchos los pueblos donde no se cumplieron estas normas. En el caso
del antiguo cementerio teguestero, la búsqueda de un lugar adecuado para
ubicarlo se traduce en un capítulo más del choque entre las necesidades de los
vecinos del pueblo
(sanitarias, de abasto
público) y los intereses de los grandes propietarios.
A lo largo de la primera
mitad del siglo XIX se propusieron dos ubicaciones, ambas en el Casco del
pueblo: en primer lugar en terrenos situados en la Placeta y, en segundo
lugar, donde por último se construyó, enfrente de la iglesia parroquial.
La primera propuesta, en la
zona de la Placeta ,
data de 1814 y fue desechada por no reunir condiciones óptimas para tal fin: lugar
poco ventilado y proximidad de casas y varios caminos7 y, por la oposición del
Marqués de Casa Hermosa debido a la cercanía a la cabezada de su casa.
Este emplazamiento que
ocupaba parte de la hacienda del marqués, se vuelve a proponer siete años después,
en 1819.
Cuando ya la Casa Consistorial
estaba construida y la Plaza
de San Marcos alineada10, en 1845, el síndico personero propone construir el
cementerio en terrenos situados en la propiedad de Lorenzo de Montemayor y Roo,
enfrente de la iglesia parroquial. Montemayor se opone por tener intención de
construir una casa cerca del terreno señalado, y ser el cementerio un vecino
muy poco agradable y nada conveniente. El Ayuntamiento sin embargo continúa
con su propósito de construir el cementerio en dicho terreno, alegando que don
Lorenzo tiene otra casa en el pueblo.
Por fin se nombra al doctor
Pedro Vergara, médico titular de Santa Cruz, para la elección del lugar más
adecuado, y de nuevo elige el terreno señalado por el Ayuntamiento: frente a la
iglesia, dentro de la propiedad de Lorenzo de Montemayor, por las siguientes
razones: porque, sobre estar a sotavento de la población, está también inmediata
a ella, evitando por consiguiente así los estorbos y obstáculos que son
inherentes a una larga distancia, ya en las temporadas del calor, ya
también en los rigores del invierno.
Debido a las continuas
dificultades puestas por el propietario del terreno, el Ayuntamiento termina
por solicitar la expropiación forzosa. Por fin, en octubre de 1847 Lorenzo de
Montemayor se aviene a hacer la demarcación de la parte de terreno necesario
para el cementerio, según lo decretado por la Diputación.
En lo que debió constituir
una larga jornada, el 29 de octubre de 1847 Corporación municipal y propietario
se reúnen para hacer señalamiento del almud de terreno necesario para la
construcción del cementerio. De nuevo afloran las discrepancias. El terreno
propuesto por Lorenzo de Montemayor se situaba en el sitio conocido como La Palmita , lugar que no le
parece adecuado al Ayuntamiento por varias razones: primero, por lindar con dos
barrancos; segundo, por estar distante de la parroquia y, tercero, por no
cumplir con la disposición superior que había designado el terreno justo
enfrente a la misma iglesia. Montemayor entonces señala la parte del terreno
frente la Iglesia
por el costado que linda con el camino real que se denomina de Ramírez, sitio
que tampoco conviene al Ayuntamiento por estar inmediato a la corriente de un
barranco o barranquera que puede perjudicar a la pared del cementerio, a pesar
de haber ofrecido Montemayor quitar el agua dándole corriente por otro paraje
distante. La cercanía de las casas de Pedro Vergara y de María Martel hacen
desistir definitivamente de este sitio.
El Ayuntamiento propone
entonces que se haga en un sitio intermedio entre el punto señalado y el caño
que divide del frente de la plaza y junto al mismo camino ya referido.
Al final, don Lorenzo
abandona la sesión por ser muy tarde del día y tener que restituirse a su
casa.
El médico vocal de la Junta Provincial
de Sanidad, Bartolomé Saurin, pasa a reconocer de nuevo el terreno señalado por
Lorenzo Montemayor y no lo haya a propósito, por hallarse situado en paraje
bajo e inclinado, mal ventilado e incluido en un barranco que lo expone a
inundaciones; además de no distar sino como unos treinta pasos de las casas de
la pertenencia de Doña Dolores Martel viuda de Don Juan Colombo, y don Pedro
Vergara, vecinos de la Ciudad
de La Laguna ,
(pero si halla a propósito) y sí ve adecuado el terreno que linda con la
plaza:
conceptuando el
mencionado doctor que el terreno
de la plaza que linda por su
frente con ella, con el sur con el expresado Vergara,
por en naciente con tierras de don Pedro Enriques, vecino de La Laguna , y por el poniente
otras del citado Montemayor, reúne todas las condiciones sanitarias que se
requieren para las inhumaciones sin que se comprometa la salud pública,
en atención a que este último terreno colocado en paraje más elevado
que el que designó el precitado don Lorenzo Montemayor se halla
también a mucha menor distancia de la Iglesia parroquial, y
expuesto a los vientos del norte y nord-este que dominan este Lugar;
y que presenta las circunstancias favorables para poder
practicarse las excavaciones a la profundidad de cuatro a cinco pies
que se
necesitan para los
entierros.
La superficie debía ser el
triple de la indispensable para los entierros de un año, no inferior a un almud
(450m2) y debía separarse todo lo posible de un barranquillo que linda por el
sur.
Por fin Francisco de Armas
abaliza el terreno. Se evalúa el millo que había plantado en él para el pago de
la indemnización y Juan Hernández de Armas aprecia el almud:
pase a la plaza de la
parroquia de la cual aproximado a la pared de que forma linde que divide el terreno
propio de Don Lorenzo Montemayor y Roo al frente de la puerta de dicha
parroquia, mirando con bastante cuidado el consabido terreno y con el
conocimiento que siempre he tenido de él, lo aprecié un almud en el extremo que
forma
esquina con dicha plaza
y camino que de ella sale hacia la
Cairosa , sujetándome en este aprecio hasta el Barranquillo
que baja por el propio terreno y frente de la casa mortuoria, repuntándole su
valor el de 250 pesos por fanegada (...)
En agradecimiento, se
acuerda que la obra llevara inscrito el nombre de Juan Saiz de Arroyal, Jefe
Superior Político de la
Provincia.
El problema de la
financiación
Ya no hay ningún escollo
para la construcción del cementerio municipal, excepto el financiero, que
termina por paralizar la obra. De hecho, la financiación de las obras de los
cementerios constituyó un apartado más dentro de las controvertidas relaciones
entre la iglesia católica y el poder civil representado por los ayuntamientos.
Éstos, como garantes de la salud pública, debían velar por la conservación y
salubridad de los cementerios, pero los gastos según la ley debían correr a
cargo de las fábricas parroquiales; en caso de ser insuficientes sus caudales,
los gastos se prorratearían entre los diezmos, fondos píos y fondos públicos.
Como siempre cuando son varias las opciones para pagar, todos se excusan. En el
caso de Tegueste, la escasez de
recursos era generalizada. Ni la fábrica de la iglesia ni el ayuntamiento
tenían fondos. Sin embargo, desde inicios del siglo XIX el ayuntamiento asume
como propio el problema de la erección del cementerio a su costa. Amparándose
en la R.O. de 14
de noviembre de 1832 por la que, en el caso de no existir fondos parroquiales
ni municipales, los ayuntamientos podían establecer arbitrios especiales, el
Jefe Superior Político autoriza una contribución vecinal para su construcción.
Antes se barajó la posibilidad de enajenar terreno en la Placeta para sufragar las
obras, lo que suscitó el rechazo de los vecinos temerosos de perder ese lugar
de esparcimiento.
De hecho, con el tiempo
debido al desarrollo de las competencias municipales, serán éstos los que se
hagan cargo de los gastos de construcción y mantenimiento, aunque, hasta
finales del siglo XIX, los gastos en su mayoría debían correr a cargo de los
fondos parroquiales. R.C. 3 de abril de 1787, R.O. de 2 de junio de 1833 y de
13 de febrero de 1834.
A los ayuntamientos se le
conferían nuevas competencias (construcción de cementerio, escuela de
instrucción primaria, arreglo de caminos), pero no se les dotaba de fondos para
llevarlas a cabo. Ante la insistencia de las autoridades superiores para que se
construyese el cementerio, el consistorio alega la falta de dinero para
acometerlas.
(...) y careciendo esta
Municipalidad absolutamente de toda clase de fondos, y no pudiendo discurrir
arbitrio alguno (...) no han podido establecerse en este Pueblo, un cementerio
y continúan en el templo los enterramientos (...). Siendo sensible que viniendo
a respirar la pureza de estos aires (gentes de otros pueblos) no sólo hallen
sus paseos incómodos y su templo exhalando los vapores de los sepulcros (...)
Por fin, en 1850 dada la
urgencia para la terminación del cementerio, se autoriza disponer de 500 reales
de vellón en poder del depositario del Ayuntamiento, destinados a mejora y
reproducción de los montes, y desviarlos para la obra del cementerio. A la
postre, al igual que la casa consistorial, el cementerio se hace gracias a los
vecinos.
En 1850, el Prebendado
protesta porque sólo hay sitio para cinco sepulcros en la parroquia, y teme no
tener sitio donde enterrar en caso de producirse una enfermedad contagiosa en
la pueblo21. Impelidos por esta urgencia, a finales de 1850, ya se habían
realizado los primeros enterramientos y, por tanto, el recinto estaba bendecido
aunque no habían finalizado las obras, puesto que aún en la primavera de 1851
se urge al ayuntamiento acabarlo22. En 1856, aunque no estaba acabado,
presentaba un buen estado para su uso.
El cementerio municipal
como nuevo elemento arquitectónico
El cambio de mentalidad y
de costumbres que supuso la inhumación en espacios diseñados expresamente para
tal fin, dio lugar a un nuevo elemento arquitectónico, el cementerio municipal.
Éste, junto a otras construcciones públicas (ayuntamientos, alamedas,…), renuevan
el urbanismo urbano y se convierten pronto en imágenes distintivas de los
pueblos.
Una muestra más del interés
puesto por el Prebendado para que Tegueste
contara con un cementerio, son los dos planos que realizó del mismo. A partir
de uno de ellos el maestro de mampostería Pedro Pinto de la Coba , realizó el presupuesto
de la obra en 1848. Uno de los planos presenta una planta triangular; el
segundo, de planta rectangular, se asemeja más al que finalmente se llevó a
cabo. Ambos reflejan el racionalismo en su diseño.
El cementerio de Tegueste se conformaba, pues, como un
pequeño y sencillo camposanto rural, de planta rectangular, rodeado por un
cerramiento de mampostería, que en la parte delantera se adorna con pilares
rematados en punta y una entrada con frontis triangular rematado por una cruz.
Según el plano del Prebendado contaba con un “anexo” para casa y sitio
destinada a un vecino que cuide de enterramiento y aseo del cementerio.
Esta parte nunca se
construyó, así que del cementerio dibujado por el Prebendado sólo se construyó
la mitad.
La construcción de la
capilla, de planta cuadrada, incluida en el presupuesto de construcción, en
1859 seguía sin construirse. Según la normativa, en caso de no haber fondos
suficientes, se podía prescindir de capillas y osarios.
El viejo cementerio se
mantuvo hasta su demolición en la década de los sesenta del pasado siglo,
aunque el nuevo cementerio de la
Bardona comenzó a usarse en 1953.
El ciprés es árbol siempre
asociado a la imagen del cementerio, asociación que refleja la célebre copla Cementerio
de Tegueste / cuatro muros y un ciprés / tan pequeño y sin embargo/
cuanta gente cabe en él. Sin embargo, al parecer, según algunos vecinos,
tal ciprés era un bellotero.
Planos realizados por el
Prebendado. El que se llevó a cabo fue el segundo, aunque con modificaciones.
No se construyó toda la zona marcada con el núm. 9, correspondiente a una casa
y sitio para el enterrador y cuidador del cementerio.” (María Jesús Luís
Yanes/Juan Elesmí de León Santana, 2011).
El Cementerio nuevo de Tegueste
El
actual Cementero de Tegueste, Cementerio
municipal de Bellavista. “Cementerio de Nuestra Señora de los Remedios,
inaugurado en 1953, siendo alcalde de Tegueste
de los elegidos dedo según las practicas franquistas Rafael Suárez del Castillo.
Posteriormente
debió ser sometido a reformas, como recoge la crónica de una reinauguración a
la que asistió el entonces gobernador colonial Juan Pablos Abril, extremeño y médico de profesión, que había sido designado gobernador
civil de la provincia de Santa Cruz de Tenerife en marzo de 1964, permaneciendo
en el cargo hasta abril de 1966.
En
el año 2012, el Ayuntamiento de Tegueste acomete obras de ampliación y
acondicionamiento del Cementerio municipal ejecutando la construcción de tres
nuevos módulos en el Cementerio, lo que se traduce en que estas instalaciones
disponen de un total de 72 nichos más, lo que supone una clara mejora de los
servicios e infraestructuras que ya tenía el Cementerio de Tegueste.
Los
trabajos llevados a cabo por la Corporación teguestera
estuvieron encaminados a la mejora de
todos los jardines de las instalaciones funerarias y el arreglo del pasillo
central, además de la colocación de algunos árboles, limpieza de cepas y
raíces. Además, las obras van encaminadas a mejorar la accesibilidad al
recinto.
Ignacia Rodríguez Díaz fue
la primera persona inhumada en el cementerio nuevo en agosto de 1953. Archivo
del Registro Civil de Tegueste. Tomo
20, f. 12,
Las
aguas de Tegueste
158.-Cabildo.
f. 273 r.
21
de junio de 1511, dentro de S. Miguel. El Sr. Ado, su Alc. m.o. Muñoz, algo;
Vergara, L. fernandes, Gallinato, Castellano, Valdés, Llerena, S. Páez, Regso;
Zorroza, Pers., ante Vallejo. Luego entró B. Benites.
Se
determinó lo pedido por Alonso de Samarinas en razón del agua de 1os Berros.
Dieron
su poder a Vergara y al Br. P. Fernandes para que reciban cualquier petición o
escrituras del dicho Samarinas para verificar los gastos que hizo para
aprovechar el agua. f. 273 v.
Se
platicó sobre el agua del Concejo, que va por Tegueste, con la cual se regaban
las heredades de Tegina a donde el
dicho Sr. Ad., con algunos de los Srs., fué a visitar porque diz que Axenxo
Gomes impedía aquel agua, que decía tenía título de ella y para que no
recibiesen tanto daño // otros que allí tienen heredades, mandaron que el dicho
pueda regar hasta el quince de mayo, dejando agua en el arroyo bajo en que
beban los ganados, y dende en adelante no toque ni tome de la dicha agua y que
esto se manda sin perjuicio del derecho del Concejo, porque era suya el agua; y
que sea notificado al dicho Axenxo. y que deje camino llano en las heredades,
desde la entrada del Río hasta en fin de ellas, de ancho de veinte y cinco
pies.
En
faz de los Regs. Valdés y L. Fernandes, notifiqué lo susodicho a Axenxo Gomes,
el cual dis que era el agua suya y apela de ello. Ts.: Alonso Lorenzo y Martin
Gonzalo.
El
comendador fray Francisco de Quintanilla dice que en razón del agua del Pino
que le fué quitada le mandó su señoría dar información, la cual dió ante
Sebastián Paez; pide sea restituido en su posesión. Mandaron que traiga la
probanza que tiene hecha ante Paez.
Sobre
una agua que es en Tegueste, bajo el
agua con que ha regado Axenxo Gomes que parece que impide Gonçalo d' Oporto,
proveen que la deje libre para que beban los ganados y se cerque, de manera que
no reciba daño y que cuando regase sea de noche, por que no enturbie el agua de
día en el barranco debajo de las dichas aguas, que deje un camino por donde
entren de día los ganados y que haga acequia por do despina el agua de día y
vaya al abrevadero. Que se le ha de notificar a él y sus consortes y que no
pueden beber puercos.// Otrosí que debajo de estas aguas hay otras, que
aquellas los puercos puedan beber. (Acuerdos del Cabildo colonial de
Chinech=Tenerife, t.II)
Las aguas del Borgoñon
“En la Historia de Canarias, el
agua, la lucha por conseguirla, ha sido siempre una constante: Trabajos para
captarla, conducirla o almacenarla, y pleitos para adquirirla en propiedad,
demandas judiciales nacidas por la indefiniciones, complejidades y lagunas de
los repartimientos de tierras y aguas durante la colonización, que se continúan
en el tiempo y que sirven a los grandes propietarios para hallar resquicios
para hacerse con el control de aguas que históricamente habían sido de uso
comunal.
En pueblos como Tegueste el conflicto se acentúa debido
al asfixiante régimen de propiedad de la tierra, caracterizado por grandes
haciendas en manos de propietarios absentistas, cultivadas por vecinos del
lugar como arrendatarios. Los contendientes se repiten en numerosos procesos:
por un lado, el vecindario y sus necesidades de abastecimiento. Por otro lado,
los grandes propietarios y la necesidad de riego de sus haciendas. En medio de
ambos, como humildes peones en una situación que no debía resultar muy cómoda,
los medianeros de los hacendados, generalmente brazos ejecutores de la
“distracción” de las aguas para el riego de las tierras de sus señores.
No podemos olvidar tampoco,
un nuevo elemento en las disputas, nacido con la nueva organización territorial
de la isla y la creación de municipios independientes: el Ayuntamiento, garante
del abastecimiento de agua al vecindario, defensor del interés público a pesar
de las dificultades monetarias y humanas para hacer frente a los procesos
judiciales. La parte contraria era poderosa; grandes propietarios absentistas
quienes, aparte del ingente
poder que les confería ser dueños de la mayoría
de las tierras del municipio, gozaban de gran influencia en los poderes
públicos administrativos y judiciales.
El Ayuntamiento
acostumbrado a las continuas alegaciones contra sus decisiones en el tema del
abasto y conducción del agua para el mantenimiento de los vecinos, tema por
otra parte de competencia puramente municipal, algunas veces se cura en salud
remitiendo a las autoridades superiores las actas plenarias sobre el tema, con
el fin de que las ratifique. En este sentido, sorprenden las manifestaciones de
la Corporación ,
si no subversivas si al menos llenas de descontento resignado, cuando se queja
del gran temor que tienen los pequeños pueblos en llevar acabo las
funciones que les competen, por la falta de estudios de los miembros de los
ayuntamientos y la falta de fondos para seguir pleitos contra cualquier despojo
de los señores hacendados que se crean ofendidos en sus derechos y que
prefieren que padezca un pueblo que el recibir un débil
perjuicio, y así es que
en tal estado estamos, que si la superioridad con el lleno de sus
facultades no toma
cartas en que se corrija este mal, cierto es que vamos a perecer1.
En 1836, se acordó que los
arrendatarios de los hacendados no regaran los ñames y otros frutos con el agua
del Nieto y el Caidero, ni que cortasen el natural discurrir de las aguas con
paredes, con lo que sobre todo en época estival se mermaba en demasía el caudal
destinado al abasto público. Asimismo, se señalan los puntos por donde se debía
alistar el agua, primero para las necesidades de los vecinos, segundo, para
abrevar el ganado y, por último, para el lavado de ropa. Este acuerdo se remite
a la superioridad en previsión de las quejas de los grandes propietarios, no
obstante, como se ha dicho, de que el arreglo y disfrute de las aguas y demás
aprovechamientos comunes era competencia municipal.
A la falta de preparación
de los ediles municipales, se unía las dificultades monetarias para hacer
frente a los procesos judiciales. Así, en 1827, en el pleito que la Corporación mantuvo
con José González de Mesa por la posesión de aguas, la falta de fondos para
hacer frente a los gastos del litigio obliga a pedir donativos en especie o
dinero a los vecinos.
El agua del barranco del
Borgoñón
La fuente del Borgoñón
surtía de agua potable a Tegueste el
Nuevo y al pago del Borgoñón, a través del barranco del mismo nombre. En éste
también confluían las aguas de las fuentes de Tornero, los Álamos, del Camino y
del Mulato, aunque, al tener sus nacientes en las cumbres que rodean el Valle
por la parte Este, a unos 2 km. del barranco, sus aguas apenas llegaban a él
debido a las cantidades que se consumían o perdían antes de llegar. De modo que
las aguas de la fuente del Borgoñón eran las que mayor caudal daban al
barranco, una pipa por hora en verano. Los sobrantes, junto con las aguas de
lluvia, discurrían por el barranco donde formaban charcos que servían como
lavaderos y dornajos4. Son numerosas las citas en que aparece el Barranco del
Borgoñón como lugar donde abreva no sólo el ganado de Pueblo sino también de
fuera. Otras fuentes de la zona servían de dornajos, como a la Fuente del Medio, del
Castaño y
de los Crespos.
El pago del Borgoñón
aparece como entidad separada de Tegueste
el Nuevo en algunos padrones. En 1779 contaba con 84 habitantes y en 1830 con
63. Este drástico descenso del número de habitantes podría deberse a que en el
primer padrón se englobaba todo El Infierno. En el segundo se diferencia el
Borgoñón de la Caldera
y El Infierno. A mitad del siglo XIX seguía contando con 58 personas.
En ocasiones, acuciados por
la escasez, los vecinos y en su nombre el Ayuntamiento, solicitan a los grandes
propietarios que les “presten” agua de su propiedad. En una carta dirigida al
alcalde por el gran propietario José González de Mesa relativa al agua que
tiene en su hacienda del Borgoñón, afirma que no se niega debido a la escasez a
darla para el abasto de ganado, pero que también hay otros puntos cercanos para
abrevar y debería pedírsele también a sus dueños que presten ese servicio al
Pueblo.
El tomadero del barranco
Un capítulo más de la larga
lista de conflictos por el agua en Tegueste
lo constituye el pleito entablado entre el Ayuntamiento y uno de los 5 En 1849,
los vecinos de El Portezuelo se quejan por el mal estado de la Fuente del Medio y la
suciedad de las fuentes del castaño y de los Crespos. La inspección de las
fuentes revela que había suficiente agua para el abasto público pero no para
lavar y beber los ganados; el mal estado se debe a la destrucción del arbolado
y la llegada de ganado de todas clases. Se acuerda plantar nuevos árboles,
cercar la fuente y prohibir el ganado. Se oficio al alcalde de Valle Guerra
para que los vecinos de dicho Pueblo retiren sus estercoleras.
Grandes propietarios de la
zona, Tomás Martel Colombo, dueño de la finca denominada Carriazo, por el agua
del barranco del Borgoñón. La hacienda no lindaba con el barranco pero era la
primera propiedad que atravesaba un tomadero situado mucho más abajo de la
fuente, en el lado Oeste del barranco, que desde tiempo inmemorial, recogía el
agua de lluvia que a través de canales utilizaban varios vecinos para el riego
de las viñas en invierno. El agua de la fuente que sobraba del abasto publico
corría por el centro del barranco hasta llenar las charcas que se situaban
tanto por debajo como por arriba del tomadero, siendo las más cómodas las
primeras por estar más cerca del Socorro.
Debido a nacer en un
barranco público, no se podía cortar el agua de la fuente del Borgoñón, que
sólo debía utilizarse para beber, lavar, abrevar y bañar ganados, y siempre que
no se interrumpa su curso.
Intentos de desvío del
curso de las aguas
En 1859 Tomás Martel
Colombo construyó una atarjea desde la fuente hasta su propiedad por la parte
superior del tomadero, sustrayendo las aguas que debían pasar a los charcos, y
llevándolas después a su estanque con tubos de lata. Este fue el inicio del
conflicto entre los vecinos y el Ayuntamiento con el propietario de la hacienda
de Carriazo, sucediéndose durante una década las multas, comisiones de
inspección y destrucción de obras hechas por Martel quien, según el
ayuntamiento, pretendía regar en todas las estaciones, de modo que
cuando no entraba agua por el tomadero debido a la falta de lluvia, se
aprovisionaba directamente del curso del barranco a través de atajadizos de
piedra.
En mayo de 1860, bajo la
excusa de arreglo de la pared del tomadero, Martel construye una pared de
argamasa desde el centro del barranco al borde de éste, cortando no sólo las
aguas sino el curso del camino que atravesaba el barranco. El Ayuntamiento acuerda
comisionar al teniente de alcalde Francisco Molina para que impida toda clase
de trabajos en dicho barranco y deje las cosas tal como estaban11. En 1861 se
realiza un escrupuloso examen al notar la escasez de agua para el abasto
público en el caserío del Borgoñón. Al año siguiente, en junio, teniendo en
cuenta de nuevo la escasez de agua para el abasto en el caserío, se comisiona
de nuevo al teniente de alcalde para que con la ayuda de varios vecinos se
proceda a la limpieza y formación de los charcos necesarios para dornajos y
lavaderos.
Un hecho que se reproduce
en buena parte de los litigios por agua en Canarias, la destrucción por parte
del vecindario de atarjeas y otras obras de aprovisionamiento, se repite
también en este caso. El desbaratamiento de las obras se hacía en principio
bajo los auspicios del Ayuntamiento quien, ante la escasez de agua, decide la
destrucción de las atarjeas; los vecinos las destruían y los peones de Tomás
Martel las vuelven a construir incluso de noche. Un tira y afloja que al
parecer no llegó a tomar el carácter de asonada como si ocurrió en otros casos
de pleitos por el agua en Tegueste.
Como se ha apuntado, para
los trabajadores y medianeros de los dueños de haciendas que intentan
aprovechar las aguas públicas para el riego de sus predios, la situación debía
ser cuanto menos incómoda como miembros de la comunidad vecinal que defiende su
derecho a abastecerse de dichas aguas. En este caso, los ejecutantes del fuerte
para el alistamiento de las aguas son Juan y Saturnino Hernández Martín,
colonos de Martel, y es sobre ellos sobre quienes recae la multa por la
construcción de tales obras.
Debido a las protestas de la Corporación municipal
y de los vecinos, el propietario de la hacienda propone hacer obras de
conducción a cambio de la obtención de derechos sobre las aguas. Tengamos en
cuenta que éstas obras eran difíciles por la orografía del terreno y caras para
las depauperadas arcas municipales. Tomás Martel solicita que se le permita
conducir aguas desde los nacientes de Tornero, Álamos y Borgoñón, que se reúnen
en el barranco del Borgoñón, por medio de atarjea, sustituyendo a su costa con
abrevaderos y lavaderos de argamasa o abiertos en la tosca los charcos llenos
de inmundicias y mal sanos evitando a la vez la molestia de andar siempre
cogiéndose la delantera unos a otros por temor de encontrar las aguas revueltas
por los primeros a causa de estar los charcos al nivel del piso y tener los
animales que meterse dentro para beber, todo con el fin de conciliar el
interés particular con el general: el vecindario se proveería de agua en los
puntos acostumbrados y los sobrantes van al riego. Además, aduce interés propio
por el abastecimiento doméstico pues el reside largas temporadas de verano con
su familia en las inmediaciones del caserío. Obviamente, no se acepta tal
proposición.” (María Jesús Luís Yanes/Juan Elesmí de León Santana, 2011)
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