APUNTES PARA SU HISTORIA
CAPITULO X-II
Eduardo Pedro García
Rodríguez
Territorio,
actuales núcleos poblaciones pertenecientes al Achimenceyato de Aguahuco
Los Batanes
Según
nos indica el historiador Ángel Ignacio Eff-Darwich Peña en su libro 500 años de historia del pago de Los
Batanes:
“Para
este periodo cronológico no se puede identificar a El Batán como una entidad con carácter propio. Esto solo se hará ostensible
acabada la conquista, una vez que tras los repartos hechos entre los
conquistadores, se favorezca el asentamiento de un reducido grupo humano para la explotación de
sus recursos.
La documentación de las primeras décadas del siglo XVI recoge diferentes topónimos para el actual barranco del Río, dentro de cuyos límites se asienta nuestro pago: Tedex, Tedix, Tedixe, Tedixa
o Tedexa.
Sin embargo, un análisis detallado de los mismos, pone en evidencia que todos
ellos son corrupciones de una sola palabra aborigen
cuyo significado nos es desconocido.
A la llegada de los invasores españoles, la isla parece haber estado
dividida en nueve circunscripciones políticas guanches Menceyatos. Los mismos eran entidades territoriales autónomas, con unos órganos de
poder propios y ocupando un espacio geográfico perfectamente delimitado. Su trazado era vertical, acotando varios pisos
altitudinales desde la costa hasta la cumbre, lo cual permitía al grupo humano
explotar los recursos naturales característicos de cada área.
Todo indica que los bordes
entre los diferentes menceyatos estuvieron constituidos por diversos accidentes
geográficos, entre los cuales ocupan un lugar privilegiado los barrancos. Ahora bien, es importante señalar que
dichos límites distan mucho de poderse considerar auténticas fronteras tal y
como las entendemos en la actualidad, ya que su carácter permeable permitía el
intercambio de materias primas y conocimientos técnicos entre los diferentes menceyatos, amén de estar abiertas a
la movilidad de la población autóctona en determinadas festividades guanches.
Pocos han sido los
historiadores que se han interesado en fijar sobre el terreno el trazado de los bordes
entre los diferentes menceyatos. Bethencourt Afonso a finales del siglo XIX y
Diego Luís Cuscoy
en pleno siglo XX, han considerado que el barranco del Río constituía parte del límite que separaba a dos
de los mas poderosos menceyatos guanches: Anaga
y Tegueste. Ambos dieron un trazado muy similar a dicho borde: arrancando
desde la parte oriental de la desembocadura del barranco del Río en la Punta del Hidalgo, subiría
por el mismo hasta el monte de Las Mercedes, llegando a San Roque
a través del Lomo Largo, siguiendo por el barranco de las Carnicerías
hasta La Cuesta. Desde
aquí seguiría su curso hasta llegar al mar.
Sin
oponerse a esta primera línea de interpretación, diversos autores
han señalado la posible existencia de una entidad “política” menor
encajada entre los menceyatos de Tegueste y Anaga, dentro de cuyos
límites estaría el Barranco del Río: el Achimenceyato de La Punta del Hidalgo. Según Núñez de la Peña , al repartirse los hijos
del Gran
Tinerfe sus posesiones, Aguahuco, hijo bastardo de este, tuvo en suerte la Punta del Hidalgo, término
especialmente pobre a decir del cronista. A la
llegada de los conquistadores, Zebenzuí sería el señor del Achimenceyato destacado, no solo por su valor, sino porque “...era grande
robador de ganado ageno, que a los de Anaga
destruía por
estar allí cerca, y a los pastores de los términos comarcanos...”. Posteriormente, autores como Viera
y Clavijo, Sabino Berthelot o Eugenio de Sainte Marie, retomarían las tesis de Núñez de la Peña , asumiendo como cierta
la posible existencia de dicha entidad aborigen.
Fue el ya mencionado Juan
de Bethencourt Afonso quien, basándose en fuentes orales, es el primero que intenta
darle unos límites bien definidos al achimenceyato. Según dicho autor, los
mismos serían: “...al Norte con el mar, al Sur las espaldas de
los montes de Las Mercedes, el Drago, etc.. aguas vertientes; al Este el
barranco de las Casas-Bajas que lo separa
de Valleseco y una región riscosa hasta el valle de Chinamada; al Oeste el barranco de Las Palmas que lo limitaba con Tegueste...”.
Mas recientemente,
Hernández Marrero ha hecho notar, siguiendo las datas de
repartimiento, la difícil adscripción del área de la Punta del Hidalgo a un
menceyato concreto.
Las datas
repartidas en el menceyato de Anaga
no sobrepasan, en dirección a Tegueste el barranco de Taborno, por otro el límite oriental de este último menceyato
desaparece de la documentación en el barranco de Juan Perdomo y la montaña de Tejina. Ello nos deja una amplia
zona que abarca desde la Mesa de Tejina hasta la
Punta del Hidalgo y desde la costa hasta la cumbre, encajada entre Tegueste y Anaga, cuya adscripción
“política” no estaría clara. No es una situación única: Arico, Acentejo, Agache, Higan, Chasna o Geneto son casos similares. Para dicho autor:
“...Estas "regiones intermedias" pudieron haber sido
unidades territoriales en proceso de segmentación y lo consolidación de un
territorio más amplio o menceyato, como el de Anaga, Güimar o Tegueste. Señalando cierta individualidad
en el territorio, mostrada por un topónimo común, creemos que éstas no alcanzaron a ser entidades políticas independientes o menceyatos, o por lo menos no lo eran a la llegada de los
europeos...”.
En el caso concreto de La
Punta del Hidalgo; ¿cuáles serían los límites de esta “región intermedia”?. En la costa, el topónimo Punta
del Hidalgo despeja
cualquier posible duda sobre su ubicación a estas cotas,
constituyendo probablemente el lugar donde se asentaría de manera permanente la población guanche. No ocurre lo mismo a medida que ascendemos, ya que aparentemente
desaparece cualquier referencia al mismo.
Reducir los límites del Achimenceyato a las zonas costeras nos parece absurdo ya que,
no solo se opondría frontalmente con lo que
llevamos señalado, en cuanto a que las unidades políticas aborígenes se articulan de costa a cumbre, sino que además
mermaría considerablemente las posibilidades de abastecimiento del ganado
aborigen, reducido en la práctica a alimentarse de la vegetación costera. Dentro de esta línea de
interpretación, creemos que buena
parte del barranco del Río, o por lo menos desde su desembocadura hasta el actual área de El Batán, se
incluiría dentro de esta “entidad territorial”. Podemos aducir algunos
testimonios escritos que avalarían
tal hipótesis. En un arrendamiento de 1530 se habla explícitamente de
dicho barranco como del “...barranco de la Madalena que primero se llamaba de agua del Hidalgo...”. Dicho topónimo se repite en otra documentación contemporánea
consultada, lo
cual podría sugerir su inclusión dentro del Achimenceyato.
En un barranco paralelo al nuestro, denominado por
la documentación “barranco del
Hidalgo”, Gonzalo de Córdoba se concierta en 1537, con Gonzalo González para que este le construya un molino de cubo y rodezno dentro de su propiedad.[1] Si
estos topónimos posteriores a la
conquista reflejaran la realidad territorial guanche anterior, sería evidente que el Achimenceyato se extendería, al igual que ocurre con otras entidades
territoriales guanches, de costa a
cumbre.
A partir de estas consideraciones y a pesar de la escasez de datos, pueden realizarse algunas precisiones
relativas a la forma en que se
organizó la explotación del barranco dentro del modelo económico aborigen. A nivel general, es importante
señalar que la economía guanche se
basaba fundamentalmente en la ganadería, con una subsidiaria y muy rudimentaria agricultura de secano.
Según Diego Cuscoy y Lorenzo Perera, en Anaga debió desarrollarse una ganadería específica, similar a la
practicada en Teño, que han denominado Regional. Las condiciones
geográficas del macizo, donde se dan una
brusca elevación del suelo, se suceden numerosos y angostos barrancos de gran pendiente,
existe una fuerte humedad a lo largo de todo el año y donde hay un manto vegetal especialmente rico, permitían
a los aborígenes el desarrollo de una
ganadería trashumante de ganado menor, especialmente cabras yovejas, que no implicaba traslados estacionales a
otras áreas de la islaen busca de
pastos frescos. En sus desplazamientos, ganados y pastores seguirían rutas forzosamente cortas y
ascendentes, de limitado desarrollo
vertical, ya que no sobrepasarían la zona de medianías, que les permitía un
aprovechamiento racional de los pastos de los distintos pisos de vegetación del macizo anaguense.
El registro de especies forrajeras
consumibles por dicho ganado es amplio, dado que, como ya hemos señalado, los
límites del Achimenceyato afectarían a
diversos pisos de vegetación, proporcionando suficientes nutrientes para su
cabaña ganadera. Desde la costa hasta
los 300 metros de altura, el ganado aprovecharía la vegetación xerófila costera, con especies tales como
la tisaiga, el cornical, la vinagrera,
amén de diversos tipos de arbustos. El cauce del barranco proporcionaría al pastor guanche un curso de
agua permanente y pasto fresco y
abundante en sus márgenes, siendo el único camino natural que le permitiría subir hasta las
medianías. En ellas, entre los 300 y
500 metros, abundaban los arbustos perennes que permiten ramonear al ganado. El bosque de laurisilva,
presente de forma importante a partir
de los 500-600 metros, formaría una imponente barrera natural que marcaría el
limite ascencional del ganado en busca
de pasto.
Por
último, debemos señalar que estos diferentes pisos bioclimáticos
permitirían a los guanches llevar a cabo otras actividades complementarias, tales como la recolección de frutos silvestres o la fabricación de diversos artefactos derivados de la madera.” (Ángel Ignacio Eff-Darwich Peña,
2005)
“Los pequeños núcleos de
población no han sido, desgraciadamente, objeto de interés
para buena parte de la historiografía insular, volcada
en el estudio de los grandes acontecimientos que se han ido sucediendo en la historia del archipiélago y en el análisis de
aquellas poblaciones que, por circunstancias políticas, económicas, sociales o demográficas, han alcanzado cierta notoriedad e importancia en el ámbito insular, dejando relegados estos núcleos a pequeños comentarios dentro de obras de mayor envergadura.
El Batán constituye uno de esos caseríos “perdidos” en el Macizo de Anaga, que por
diversas razones, no ha ocupado un lugar destacado en la investigación
histórica en nuestra isla. En la actualidad,
cuenta con aproximadamente 150/200 habitantes, a los que debemos añadir una importante población flotante de bataneros que, residiendo fuera del pago, vuelven periódicamente allí donde se han criado y tienen
buena parte de su corazón. Administrativamente, forma parte del distrito municipal de La Laguna , denominado genéricamente Las Montañas, el cual agrupa a los
caseríos de Las Carboneras, Bejía, Chinamada, Solís y Sietefuentes, además del nuestro. En el momento de escribir estas páginas, el pago
cuenta con un bar, carretera de
acceso asfaltada, abastecimiento de agua a domicilio, servicio eléctrico y telefónico y transporte
público regular que conecta el caserío con la ciudad de La Laguna. Finalmente ,
los bataneros cuentan con una Asociación de Vecinos, "Cuevas del
Lino", que defiende
sus intereses ante las diferentes administraciones, integrada desde 1995 en el Consejo de
Zona de Las Montañas, junto a las asociaciones vecinales de Las Carboneras, Bejía y Chinamada.
Afortunadamente, a diferencia de otros muchos pagos
de la isla, que languidecen lentamente
camino de su
desaparición, los bataneros, con la Asociación de Vecinos
al frente, han apostado por echarle un pulso al destino de estos pequeños
caseríos y mejorar las condiciones
de habitabilidad y bienestar del mismo para “...conseguir que El Batán fuese un barrio de La Laguna donde su gente pudiera vivir con dignidad y
tuviera los servicios necesarios para ello..”.
De entre los muchos
proyectos que han salido de sus manos, se han propuesto la recuperación de su patrimonio
histórico, siendo la realización de este libro, el paso más decisivo dado en esta dirección.
Cuando nos incorporamos al proyecto, apenas si
teníamos referencias sobre el pago que
nos permitieran empezar a trabajar. La Gran
Enciclopedia
Canaria lo define como:
“...Caserío del municipio de La Laguna , situado en el Macizo de Anaga y en una ladera de elevada pendiente al pie del Roque Milano. Se
trata de un pequeño caserío, dividido en dos; Batán
de Arriba y Batán de Abajo, que cuenta con unas
pocas casas habitadas, aunque en 1991 reaparece con 153 habitantes. En los últimos censos ha sido suprimida esta localidad y
sus habitantes se incluyen bajo el genérico
nombre de Las Montañas, que incluye todos los caseríos de esta zona.
Probablemente, el nombre del caserío deriva de la
función que se desarrollaba en el lugar, el lavado de la lana, aprovechando para este fin la pequeña corriente de agua que llevaba el barranco
del Río...”.
…Un segundo problema se nos planteó a la hora de definir los límites del pago. Según nos indicaron los vecinos, estos incluían los caseríos de Bejía, Batán de
Arriba, Batán de Abajo, La
Cordillera , El Peladero, Viñátigo, Valle de Los Morales, Solís,
Sietefuentes y las Casas de la Era. Dado que la consulta
en el Consistorio Municipal no nos ha permitido solucionar
satisfactoriamente el problema, hemos optado
por aprovechar los límites definidos en 1717
y 1742 en los deslindes de montes llevados
a cabo en dichos años. Según los mismos, la
jurisdicción de Los Batanes incluiría:
“...[Bejía,
que está] empesando en el
Paso del Frayle que es onde quedo el ultimo
mojón del deslinde del Baile de Flandes o Sietefuentes (...) que el todo del dicho baile desde el
primer nombre del amojonamiento que se dise El Paso del Fraile hasta el último que llaman el
Salto de la Parra ,
considera dicho medidor que se
compondrá de seis mili y doscientos brazas...”.
“..e luego yncontinenti se paso al Lomo
de Los Dragos jurisdicción de Los Vatanes...del Salto de la
Parra en el Gueco de Venxía y por allí cortando el Toscon del Guiñe y cortando
de allí al fin del Lomo de las Yedras al canto de avajo del Lomo de los Sanguinos a donde
dizen La Canselilla
de la Majada
de losllecos y de allí cortalando al Anden del Tornero que se entiende de riscos arriba para monte y laderas y
de allí cortando a Lomo de Los
Dragos donde empeso esta diligenxia y de ay al Cargadero y Fuente de la Tosca donde se siguen los otros linderos de Las
Cantoneras y hacia el Valle de Taborno
y Afur...”
Finalmente, incluye La
Cordillera dentro de Las Carboneras, al señalar que los medidores están “...en el Hueco y paraje de Las Carvoneras onde llaman La Cordillera.. .”.
Ello deja
dentro de nuestro pago los caseríos de Batán de Arriba,
Batán de Abajo, Casas de la Era , Bejía, El Río, Viñátigo, El Peladero y
Valle de Los Morales, dejando fuera a La Cordillera (incluida en Las Carboneras) y a Sietefuentes y
Solís, que aparecen como pagos independientes. Han sido estos
los límites que nos hemos impuesto a la hora
de abordar el presente libro.
En el primer capítulo, abordamos el posible uso de los recursos del barranco dentro del modelo socioeconómico aborigen. Planteamos como hipótesis, que toda la cuenca del mismo perteneció al Achimenceyato de La
Punta del Hidalgo, una entidad aborigen menor, donde la ganadería caprina constituiría el eje fundamental de la
economía de la comunidad.
Tras la
conquista de la isla, todo el área se convirtió en una dehesa de ganado, clara muestra, a nuestro entender, del desinterés inicial del colonato europeo por cultivar unas
tierras que exigían un esfuerzo
económico y humano demasiado elevado, en unos momentos en que se disponía de tierras más fácilmente
roturables en otros ámbitos de la
isla. La instalación de un nutrido contingente de gomeros en el área Chinamada-Punta del Hidalgo, reforzaría la orientación ganadera del área y demostraría el
desinterés castellano por cultivar
esta zona, dejándola en manos de un grupo que, aunque formalmente se encuadra dentro de los
conquistadores, en la práctica eran
considerados de segunda categoría.
En 1525, comienza una nueva etapa histórica, prolongada a lo largo de todo el siglo XVI y que constituye el tercer
capítulo de la obra. Luís Velásquez, Diego Riquel y
Francisco Ximenes, revitalizan una data de 1511, en la que el Adelantado les concedía 150 fanegas de
tierra de pan sembrar (cereal). Tras una breve etapa de colaboración entre los tres, a partir de 1530, cada uno seguirá su propio camino.
Nosotros nos hemos interesado por la trayectoria de las tierras de Luís Velásquez, germen del futuro pago, quien demuestra un mayor dinamismo en su
explotación. A lo largo del siglo, los Velásquez instalarán un complejo sistema hidráulico que aprovecha el agua del Barranco para regar huertas y frutales y alimentar
varios batanes y molinos harineros.
El desplazamiento de la familia Velásquez a La Orotava , donde emparentan con los Franquis y la llegada de otras grandes familias
laguneras, coinciden con un cambio espectacular en la orientación productiva del área, que a partir de ahora se dedicará casi en exclusiva a la producción de cereales, dando al siglo XVII un
carácter propio, claramente diferenciado de la etapa
anterior.
El siglo XVIII
constituye objeto de interés del quinto capítulo. Es una etapa especialmente interesante dentro de la evolución histórica del pago.
Miembros de la familia Marrero, cuyo primer representante, Pablo Marrero, está documentado desde 1651, se configuran como el germen de la comunidad agrícola que perdura hasta la actualidad.
Participan ampliamente en el proceso de rozas en el monte público, conocido por la historiografía canaria
como "hambre de tierras",
ya sea de motu propio o por instigación de los grandes propietarios absentistas residentes en La Laguna. El resultado,
será la creación de un pequeño
núcleo de pequeños propietarios rurales, situación anómala dentro del conjunto insular.
Nuestro
pago está plenamente consolidado como entidad de población,
dedicándose sus habitantes a la agricultura de subsistencia,
la cual han compaginado con una importante actividad
ganadera y con la explotación de los recursos
forestales que ofrece el cercano monte. Demográficamente, la población del pago ha oscilado entre los 285 habitantes de 1851 y 154 censados en 1991, alcanzando su máximo histórico en 1950, cuando
se contabilizan un total de 384 vecinos. La pobreza y el aislamiento han caracterizado la forma de vida del batanero hasta épocas muy recientes, pues no será hasta los años sesenta y setenta, cuando la comarca entre de lleno en el proceso de modernización, llegando a partir de entonces, servicios tan esenciales como la carretera, la
electricidad, el agua a domicilio, etc. (Ángel Ignacio Eff-Darwich Peña, 2005).
“Dentro de este modelo
explicativo; ¿qué papel jugó nuestra área
de estudio?. Toda la documentación que hemos recopilado nos ha permitido comprobar como se desarrolló un uso
casi exclusivamente cerealista de los
recursos del barranco, cediendo los grandes propietarios sus tierras en régimen de enfiteusis.
Intentaremos
en las líneas que siguen desarrollar alguna de estas
cuestiones, conscientes de las limitaciones impuestas por unas fuentes más escasas que para los siglos anterior y posterior.
Cronológicamente,
nuestro siglo XVII no constituye un espacio temporal cerrado, ya que,
como iremos viendo a lo largo del texto,
ocasionalmente desbordaremos las fechas extremas del mismo.
Finalmente,
debemos destacar como a lo largo de este siglo se impondrá
el topónimo Batan/nes a la hora de referirse a nuestra área de interés. El primer documento localizado en que se utiliza este topónimo está fechado en 1625, cuando Juan de Mesa cede en enfiteusis "...un pedazo de tierra en los Batanes onde dicen el
Picacho...”. A partir de entonces, los
antiguos topónimos provenientes del siglo anterior
ban desapareciendo rápidamente, de tal manera que desde finales de siglo se impondrá este como única denominación, situación que perdura hasta la actualidad.
Al
igual que hemos hecho en el capítulo anterior, el presente se estructura sobre
tres cuestiones básicas: la evolución de la propiedad, el paisaje agrario y la forma de tenencia de la tierra.
a.
Evolución de la propiedad en Los Batanes
Tal y
como hemos indicado anteriormente, las tierras vinculadas por Luís Velásquez
en 1557, recaían a finales de siglo en su hijo Juan.
Instalado en La Orotava
desde por lo menos 1600, su matrimonio con Doña Inés
Luzardo de Franquis, personaje perteneciente a una rama segundona de la
importante familia Franquis, refleja claramente
el grado de integración de dicho personaje dentro de la oligarquía residente en la villa. Fruto de dicho matrimonio, nacerá
Doña Juana de Bethencourt y Luzardo, quien se casará con su primo, el capitán Don Juan Antonio de Franquis Alfaro en 1622.
A raíz
del mismo,
su padre le entrega en dote el vínculo fundado por su abuelo en 1557, que
deberá disfrutar una vez que él haya fallecido. A lo largo de los siglos siguientes, la historia de la propiedad quedará íntimamente unida a la familia Franquis Alfaro, en
cuyas manos permanecerá hasta que Don
Francisco Franquis Alfaro venda en torno
a 1847, la mayor parte a Manuel de Rojas, un campesino acomodado de Los Batanes.
La
suerte de Pedro Antón de Torres, que como ya hemos indicado,
permaneció fuera del vínculo fundado por Luís Velásquez en 1557, fue cedida en enfiteusis a lo largo de todo
el siglo XVII.
En 1691, el tributo es vendido por
Don Sebastián de Franquis Alfaro a Don Joseph
de La Santa y
Ariza por dos mil reales de plata. Ya en pleno siglo XVIII, este último lo vendería a Don Crisóstomo de la Torre en 1721.
Ahora
bien, a lo largo del siglo XVII, no serán los Franquis los únicos grandes propietarios en el barranco. Desde finales del siglo anterior, se han introducido en la comarca varias familias nobles laguneras, que actuando como propietarios absentistas, llegarán a poseer extensos predios en la zona.
Este fenómeno ya ha sido
detectado en otras áreas del macizo anaguense,
como por ejemplo, en Taganana.
Calvan Tudela ha documentado la llegada de los Westerlin, que se hacen
con el control de los barrancos de Benijo, Almáciga y Guagay o los Fernández de Ocampo,
que intentarán controlar los barrancos de Las Palmas de Anaga y Las Breñas. A finales del siglo XVII y
gracias a diversas uniones matrimoniales, los descendientes de las
familias Pereira de Castro y Cova Ocampo,
controlan desde Taganana casco hasta
el barranco de Ujana, además del valle de Afur,
así como las mejores tierras de Taganana. La documentación consultada
nos ha permitido observar un fenómemo similar en el área del actual
pago de El Batán, cuyos principales actores
pasamos a enumerar.
En
1606, Luís de Espinosa reconoce haber comprado a Antonia Joven, un tributo de sesenta doblas de principal, que Pedro de Córdoba e Isabel Negrín habían impuesto sobre "...sus batanes y
guertas que los susodichos tenían donde disen las
Aseñas...", que un documento posterior ubica en el Batán de Abajo. Posteriormente, dicho Luís Espinosa cedería, por una de las clausulas de su testamento, dicho tributo a la
Cofradía del Rosario, en cuyas manos permanecería hasta su venta al vecino de Los Batanes, Juan González Collaso en 1733.
Juan Antonio Barbosa, vecino
de La Laguna
oriundo de la villa de Cobra en Portugal,
aparece dando la suerte del Picacho a tributo a Melchor Pérez por doce doblas
de oro en los primeros años del siglo XVII. El matrimonio de su
hija, Doña Lucrecia Barbosa de Caldas con Don
Juan de Mesa en 1615, permitió incorporar dichas tierras al patrimonio de
este último, al ser parte de la dote ofrecida. Cedida a tributo a Pedro Díaz Martela en 1625, un año después la adquiere el
Maestre de Campo Mateo Diaz Maroto, comerciante riojano afincado en La Laguna , por cuatrocientos
reales de plata. Veinte años después, la viuda de este, Doña Violante de Moya,
vende dicho tributo a Don Cristóbal de
Frías Salazar, conde del Valle de Salazar, en cuya familia seguirá hasta bien entrado el siglo XIX.
El
Valle de Los Morales, sito dentro de los actuales límites del pago, es
arrendado en 1633 por Doña Isabel de Asoca, viuda de Don Lucas de
Betancurt Sanabria, a Benito Curbelo por doce fanegas de trigo. Posteriormente, su hijo, el presbítero Don
Tomás de Betancurt y Asoca, donará a Don Diego de Ponte "...todos
las tierras que tiene en el
valle de los Batanes donde llaman los morales que están detras de las
guertas que llaman del Obispo...", en cuyas manos seguirá a finales de siglo XVII.
El
Heredamiento de Mateo Diaz Maroto es, sin duda alguna, el mas importante que se forma en la zona a lo largo del siglo XVII.
En
1674, al hacer el aprecio de sus propiedades, se incluyen en las mismas las tierras siguientes: La Laja , por debajo de la Ermita de San Mateo, el Valle de Acuijar, La Porcuna , Valle Seco, Valle de Aradoque, Valle de Bejía, Risco de Aramuigo, Valle de Chinamada, la Fajana , junto al Roque de
los Dos Hermanos y el Tanquillo, arriba de la Ermita de San Mateo, Roque
Agudo, Paso del Fraile, cumbre de Juan Perdomo, Paso
Roquete, Roque del Carnero, Lomo de Juan García,
tierras de Tañe, la cumbrecilla de
las Escaleras, Roque de Tenejía y Tacorontillo, Mesa de Tesegre
y Lajinas, que bajan al barranco de Taborno.
Estas
amplias inversiones en bienes inmuebles permitieron
a Maroto plantearse la creación en 1636, de un señorío en él valle de Acuijar, aprovechando la recaudación
del Real Donativo en las islas. Muerto ese
mismo año, al poco tiempo sus familiares debieron vender sus propiedades para cubrir unas deudas de las que Maroto había salido por fiador. Según indica
Anchieta:
“...el
caso fue que abia ávido represaría y en ella los bienes de Jaques Belduque yngles se confiscaron por contravando y depositaron en el
capitán Esteban de Llarena y fue su fiador el Maestre de Campo Mateo Dias
Maroto regidor y obligo sus bienes que eran la Punta del Hidalgo (...) y por estafiansa remató
el [Capitán] general todas estas tierras de la Punta del Hidalgo a dicho Mateo Días Maroto y vendió a dicho Jacinto Amado [en 1640] por 53 mili reales...”.
Si bien
desconocemos la causa, sabemos que a finales de siglo el heredamiento se encuentra en manos del presbítero y abogado Don Juan Onofre de Castro y Ayala. Muerto este, su madre, Doña Elvira de Ocampo y Guerra se hace con el mismo en 1703, gracias a una sentencia favorable a la misma dictada por la Real Audiencia.
El escaso
control que ejercían estos grandes propietarios absentistas sobre sus
tierras en el pago, permitió a los arrendatarios y enfiteutas que las trabajaban, hacerse con pequeñas heredades, cuyo probable origen se encuentre en rozas
realizadas en las laderas del barranco
que rodeaban las grandes haciendas allí constituidas.
Así por
ejemplo, Pedro Diaz Martela, al aceptar el tributo de la suerte de Pedro Antón de Torres en 1652, aparece hipotecando para su seguridad, "...un pedazo de tierra y una casa terrera de
piedra y barro que alli tiene... ". En 1621, la viuda de Melchor Pérez, enfiteuta de la suerte del
Picacho, vende “...un pedazo de tierra con su cueva de morada que habernos e tenemos en el termino de los
Batanes bajo los linderos que espresan..”.
b. La
organización del espacio
Tal y como indicamos en la
introducción de este capítulo, hemos
detectado un profundo cambio en el modelo de explotación del barranco respecto a la etapa anterior. Si bien la
información disponible es escasa,
podemos afirmar que, a lo largo de la centuria, se produce la
desaparición de la mayor parte de los anteriores aprovechamientos hídricos del barranco -molinos
hidráulicos, algunos cultivos de
regadío e infraestructura de transporte y
almacenamiento- y el asentamiento
de un nuevo modelo de explotación basado en el aprovechamiento cerealístico de los recursos del
mismo.
Anchieta
nos proporciona el último dato sobre la presencia de molinos hidráulicos en el
cauce del barranco. Según dicho autor en 1613
Diego Riquel y Catalina Díaz redimían un tributo que pagaba por un molino en Los Batanes. Desgraciadamente, no podemos aportar mas datos, dado que no menciona ante que escribano se formalizó dicho documento. El Testamento de Doña Juana Betai Velásquez, fechado en 1663, no cita ningún tipo de molino u construcción que aproveche la fuerza de la corriente, por lo podemos deducir su desaparición a estas alturas de siglo.
Gracias
a dicho documento, observamos como los cultivos de huerta
mantienen cierta importancia, por lo menos en estribaciones
del cauce de agua, ya que indica poseer ”...las aguas e guertas del
batan...”.
El trigo parece monopolizar el destino productivo
de las grandes haciendas que se constituyen en el
barranco a lo largo del siglo.
Así se deduce de los diferentes contratos de
enfiíeusis que he logrado recopilar.
En 1625, Don Juan de Mesa da a tributo a Pedro Díaz Martela la suerte del Picacho, por dos fanegas
de trigo y gallina que valga
cuatro reales anuales; en 1633, es Doña Isabel A quien cede a censo perpetuo el Valle de los Morales
a Benito Cur por doce fanegas de
trigo anuales. ¿A que obedece este radical cambio de orientación en la explotación de los
recursos del barrar Como
meras hipótesis apuntamos dos posibles causas. Por el hundimiento de la producción triguera en la
comarca lagunera lo largo del siglo XVII, en unos momentos de fuerte crecimiento demográfico, redujo a la mitad la
disponibilidad de alimentos a la
primera mitad de la centuria anterior. El déficit crónico de trigo que se produjo, haría interesante el
cultivo de un producto de primera necesidad cuyo
valor se incrementó con el tiempo. También no deberíamos descartar que
la producción sirviera para pagar a los jornaleros
que trabajaban sus haciendas vitivinícolas situadas en otras áreas de la isla.
Formas de explotación
En esta
etapa histórica, aparece en el barranco el régimen de tenencia a
censo y tributo perpetuo, igualmente conocido como en-fiteusis. A través del mismo, el dueño de la tierra cede el dominio útil
sobre la tierra, es decir, la explotación de la misma, a un cultivador o enfiteuta, a cambio de una renta anual y
perpetua, pagada en especies o en
dinero, reservándose el dominio directo. La elección de este tipo de contrato agrario no es ninguna casualidad. Según
han señalado varios autores, en
Canarias se haya asociado especialmente a las tierras destinadas al trigo y a otros cultivos de autoabastecimiento.
Un
aspecto del máximo interés en esta clase de contratos, es la posibilidad que
tiene el enfiteuta de vender la tierra, siempre y cuando el poseedor del dominio directo estuviera de acuerdo en ello. Este,
sí se lleva a cabo la venta, tiene derecho al
laudemio o décima; es decir, al 10% del valor total
de la propiedad vendida, sin descontar el
capital del tributo que siempre queda impuesto.
Otra
posibilidad, igualmente documentada, consistía en la venta del propio tributo, es
decir, se producía un cambio de titularidad
en el perceptor de la renta. Así ocurre, por ejemplo, en 1691, cuando
Don Sebastián de Franquis vende a Don Joseph de la Santa un tributo de 50 reales de plata, pagados
anualmente por Pedro Díaz Martela, impuesto sobre unas tierras en Los Batanes.
La venta se hacía efectiva una vez
que este había abonado la cantidad correspondiente al capital del tributo, en este caso 1000 reales, para lo cual
dicho Don Joseph hipotecaba un
tributo que poseía en El Rosario.
La
estructura de los contratos censales se centra básicamente en todo lo relativo a la percepción de la renta. El tributo impuesto
sobre una tierras en el Picacho, otorgado por Don Juan de
Mesa a Pedro Díaz Martela en 1625, es un claro ejemplo de
ello. Según la letra de dicho documento, este debe, en
primer lugar, “ ...tener dicha tierra labrada
y bien reparada y limpia de matorral de manera que ande cultivad.”. El pago de la renta se efectúa mediante la entrega de dos fanegas de trigo y una gallina que valga cuatro reales, obligándose a ponerlos “...en
esta ciudad en las casas de mi morada el dicho trigo bueno linpio enjuto y la
dicha gallina buena por cada mes de agosto de cada un año...”. Si el propietario
no recibe dicha renta durante dos años seguidos, la tierra vuelve a él, sin tener que indemnizar al enfiteuta. Para asegurarse el cobro, el propietario prohibe a Pedro
Diaz Martela, enajenar o subarrendar la tierra, si no es a “...persona
lega llana y abonada que pueda pagar dicho tributo...”. Por último, el
enfiteuta se ve obligado a hipotecar
“...quince colmenas con sus corchos que yo he y tengo en el dicho valle de los Vatanes...”, como medio de asegurar el pago de la misma.
Es
destacable el absoluto desinterés que muestra el propietario por la explotación de sus tierras. Ello se debe a que en este tipo de contratos, la mayor prioridad del propietario de la tierra se centra
en obtener una renta segura, ya sea monetaria o
frumentaria, sin necesidad de realizar ninguna
inversión ni de controlar de manera directa las
diversas fases de la producción, todo lo cual quedaba en manos del enfiteuta. Don Juan de Mesa es bastante elocuente en este aspecto, señalando que él “...se aparta de la tenengia de la tierra
señorío y posesión y lo traspaso a dicho Pedro Diaz
Martela para que sea suya y disponga a
su voluntad...”.
El
absentismo de los grandes propietarios del barranco, permitió a algunas
familias campesinas controlar buena parte de las tierras del mismo a través de estos contratos de enfiteusis. Un claro ejemplo
de ello lo constituye el ya mencionado Pedro Díaz Martela. En 1625, Juan de
Mesa le cede a tributo la suerte del Picacho, por 2 fanegas de trigo y una gallina anuales. Veinticinco años más tarde, se hace con la suerte de Pedro Antón de Torres, mediante un tributo perpetuo de 50 reales
anuales pagados por octubre de cada año, a Don Juan Antonio de Franquis. A ello uniría una serie de bienes propios citados en los diferentes contratos de enfiteusis; en
1625 hipoteca “...quince colmenas
con sus corchos que yo he y tengo en el dicho valle de los Vatanes...". En 1633, se le cita en los linderos de la
propiedad de Don Lucas de Betancurt.
En 1652 posee “...un pedazo de tierra en el Batan con una casa terrera de piedra y barro...”.
Melchor
Pérez es otro claro ejemplo de lo que venimos diciendo.
Obtiene de Don Juan de Mesa la suerte del Picacho. Además de citársele en diferentes linderos de la zona, sabemos que su viuda vendía en 1621 “...un pedazo de tierra con su cueva de morada que
habernos e tenemos en el término de los Batanes bajo
los linderos que expresan...”.
Este proceso de acaparamiento de tierras alcanzará su punto culminante con la familia Marrero, tal y como veremos más adelante.” (Ángel Ignacio Eff-Darwich Peña, 2005: 51 y ss.).
[1] El batán es una maquina destinada a transformar unos tejidos abiertos
en otros más tupidos. Funcionaban por la fuerza de una corriente de agua que
hace mover una rueda hidraulica, que activa los mazos que posteriormente
golpeaban los tejidos hasta compactarlos. Estas máquinas, estuvieron en
funcionamiento hasta finales del siglo XIX.
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