viernes, 2 de enero de 2015

EL MENCEYATO DE TEGUESTE




APUNTES PARA SU HISTORIA
CAPITULO IV-IV


Eduardo Pedro García Rodríguez


VALLE DE GUERRA

Valle de Guerra,

Es  Achimenceyato o comarca  del Menceyato de Tegueste, localidad costera del nordeste de la isla Chinech (Tenerife) actualmente perteneciente actualmente al municipio de San Cristóbal de La Laguna. Según fuentes del Instituto Canario de Estadística, a fecha de enero del año 2011 contaba con 6.150 habitantes, siendo el barrio de Las Toscas (comprendido por las Toscas de Arriba y las Toscas de Abajo) el más poblado.
Antes de la llegada de los invasores conquistadores españoles, la zona que hoy se conoce como Valle de Guerra, era un importante núcleo de población precolonial guanche, prueba de ello son los restos arqueológicos encontrados en diversos auchones y asentamientos temporales del Achimenceyato, los más conocidos son los provenientes de las Cuevas de El Calabazo, situadas en las laderas costeras del Achimenceyato.
Especialmente en el auchón de  La Barranquera, el cual es uno de los pocos que permanece relativamente bien conservando, además en su entorno existe gran parte de su flora autóctona. Las cuevas de este ofrecen un paisaje que puede evocar los tiempos en que nuestros ancestros guanches vivían en este lugar posiblemente de manera estacional como era habitual, mariscando (recolectado) moluscos, y  con la recolección de especies vegetales silvestres; la caza de animales, fundamentalmente aves y reptiles de gran tamaño;  la pesca de orilla mediante caña y anzuelos de hueso y el método del embarbascado, para capturar los peces de las zonas intermareales, charcos y zonas de poca profundidad, eran un  aporte importante en la dieta, según se constató en una excavación en una cueva de El Calabazo, además de la carne leche y productos derivados de los rebaños, por lo que son frecuentes los concheros, grandes amontonamientos de conchas de moluscos. 
Las cuevas de habitación presentan tres partes bien diferenciadas, como la cocina, el lugar de reunión y el sitio para dormir.
La Barranquera como el resto del valle pertenece al Menceyato de Tegueste, y más concretamente al sector occidental de dicho reino guanche, cuyos habitantes siguiendo a su mencey Tegueste II prefirieron combatir al soldado de fortuna Alonso Fernández de Lugo y sus huestes.
El grupo guanche que habitó en la Barranquera practicó el sedentarismo temporal con trashumancia ganadera estacional. Durante el verano aprovechaba los pastos de la La Jardina  (Vega lagunera y  la planicie de Chicayca, hoy Los Rodeos), retornando en invierno a la costa de Valle de Guerra. En La Barranquera hay una zona rica en yacimientos arqueológicos, como es la de El Calabazo. El asentamiento está formado por siete cuevas de habitación y la sepulcral. Este último lugar aporta a La Barranquera la presencia del perro, el cochino (cerdo) y la cabra en el ajuar funerario. Abunda en la zona abundante material lítico, cerámico y esquirlas de obsidiana. Así como collares  con cuentas de tipo anular, tubular, cilíndricas y segmentadas, que enhebrados con cuerdas torcidas de junco, cucharas elaboradas con un pequeño mango de madera insertada en uno de sus extremos una concha de lapa de la especie “patella condei”
Entre los elementos arqueológicos de la zona se encuentra una gran piedra de molino de El Roquillo, a la que, según la tradición, iban a moler poniéndose de manifiesto la característica comunitaria del núcleo poblacional. Hace una treintena de años pude ver en la orilla de la playa frente a las Cuevas de el Calabazo una gran piedra basáltica  con un hueco grabado representando un pie o huella humana.
Son de sumo interés arqueológico los yacimientos guanches localizados en la costa de Valle de Guerra. Es una ladera que comienza en La Barranquera y acaba en la Punta del Viento (El Pris, Tacoronte). En esta costa se localizan las cuevas de El Roquillo, Punta del Jurado, El Calabazo, Barranco del Chamorro, El Apio, Punta la Romba, Caleta del Palo, Caleta Honda, La Fuentecilla y La Punta del Viento. Toda esta zona tiene cuevas catalogadas y muchas de ellas aún no están estudiadas.
Lamentablemente estos yacimientos arqueológicos de Valle de Guerra, de gran importancia histórica, están siendo objeto de un atentado que los pone en peligro por parte de los propietarios de fincas próximas que unido a la falta de sensibilización de la autoridades coloniales, sin ningún tipo de conciencia ni de respeto a la cultura material guanche, el ejemplo de deterioro más significativo que ponen como ejemplo se encuentra en Barranco del Chamorro, Punta de La Romba y Caleta el Palo, cuyos accesos han sido cerrados y donde los volúmenes de basura son de tales dimensiones que alcanzan 60 metros de ancho y 100 de largo, aproximadamente.
Etapa colonial: La “desinteresada” colaboración de Lope Fernández, Viaje a la metrópoli de veedor Francisco Gorvalán.
La escasez de vituallas debió ser menos grave y angustiosa de que  los cronistas  aseveran. Piénsese que ellos inmovilizaron prácticamente al  ejército conquistador desde noviembre de 1494 hasta diciembre mientras que de acuerdo con la nueva cronología apenas si se percibe un breve compás de espera para tomar aliento. No es lo mismo unos meses de  estrechez y racionamiento de víveres que un año de angustiosa expectativa.
Sobre el problema concreto que ahora nos ocupa adoptan  posturas discrepantes.
Espinosa, como siempre, es el más discreto: “Había gran falta de mantenimientos, porque en la tierra no se sembraba por causa de la guerra y enfermedad; y los armadores, como estaban obligados, no  traían de fuera...”. Líneas adelante relata el generoso rasgo de un conquistador: “Uno de los cuales, hombre no menos valiente que liberal que la dificultad toda era una la necesidad que se padecía, como se estimaba más la honra que la hacienda, ofreció toda la que tenía a1 gobernador, para reparo y socorro de la gente, y así despachó a vendió sus ingenios y haciendas que en aquellas islas tenía por mil ducados, con que se pertrecharon de armas, gente y vituallas para acabar la conquista; este caballero fue Lope Fernández de la Guerra, de quien adelante haremos mención.» Cargando más las tintas, añade: “Pasaron en e1 ínterin los soldados seis meses de trabajo, con sólo cebada y carne, hasta que vino el socorro que Lope Fernández traía”.
Si analizamos los párrafos transcritos, lo primero que salta a la vista es la errónea interpretación del contrato estipulado por Alonso de Lugo con  los armadores Palomar, Viña, Blanco y Ángelate, pues tratándose de una compañía mercantil, los cuatro socios se limitaron a aportar capital para enjugar los débitos de la primera entrada y cubrir el presupuesto de la se­gunda. Por tanto, no les incumbía el servicio de intendencia del ejército, ni nadie podía reclamarles la entrega de víveres ni acusarles de demora en abastecimientos.

Particular estimación debe merecemos, en cambio, el auxilio prestado el conquistador Lope Fernández, que Espinosa y sus seguidores evaluan en 16.000 ducados, obtenidos por la venta de los ingenios azucareros, dinero invertido totalmente en la adquisición de vituallas y material. Si nos atenemos al testimonio de Diego Fernández Amarillo, testigo presencial de los preparativos bélicos para el segundo desembarco, al capitán mayor “le había prestado Lope Fernandes... al pie de ochocientas doblas; lo qual oyó generalmente en aquel tiempo a muchas personas y vido este testigo doblas que dezían que el dicho Lope Fernandez le avía de prestar; que con estos socorros e remedios y socorros volvieron a tornar a conquistar...”.

Como se puede ver no hay correlación alguna en ambos préstamos. Por este motivo, ha parecido lógico considerar el último crédito reseñado, de 800 doblas, como anterior a la segunda entrada”. Con idéntico criterio hay que estimar que el préstamo de 16.000 ducados se produjo en el preciso instante que estudiamos, y con la finalidad apuntada de contribuir a abastecimiento de víveres.

El cronista-poeta Antonio de Viana recoge, de la mamano de Espinosa, lo sustancial  de la colaboración económica de Lope Fernandez (venta de dos ingenios y aportación en dinero de 16.000 doblas de oro), aunque antedatando de  la promesa, pues la localiza en las horas dramáticas del éxodo del camamento de Santa Cruz de Añazo, a raíz del desastre de Acentejo. En cambio añade un pormenor que merece ser tenido en cuenta: el consuelo recibió Alonso de Lugo con el rasgo de su compañero de armas, lo que le  movería a erigir, en el propio lugar donde se hizo efectivo el ofre cimiento-—una laja penetrante en el mar—, una ermita bajo el patrocinio de Nuestra Señora de la Consolación.
Núñez de la Peña rectifica en este caso concreto a su acostumbrado mentor. Velando por los fueros de la verdad se mantiene fiel al testimonio de  Espinosa, emplazando el suceso en el momento intermedio de la campaña final. Acepta, en cambio, de Viana el recuerdo de la promesa para 1ª erección de una ermita.
Los historiadores Castillo y Viera y Clavijo se pronuncian asimismo por situar la ayuda en este preciso instante.
Como andando el tiempo se erigió la ermita de la Consolación, la dotó Lope Fernández con una capellanía de misas perpetuas, este conjunto de circunstancias inducen a considerar como válido el subsidio, que a su vez se tradujo en vituallas para el ejército en apuros.
El cronista Viana, por su cuenta y riesgo, se inventa unas negociacions  en cadena para solventar el arduo problema del abastecimiento de viveres. Entre el fárrago de sus versos cabe bucear un cierto orden en los tr´çamites  y obstáculos que hubo que planear y vencer para sacar adelante la empresa. En síntesis fueron éstos:
1.°    Otorgación de poder por Alonso de Lugo y Bartolomé de Estriñan  a favor de Juan de Sotomayor, criado del duque de Medina Sidonia para que gestionase de los armadores el envío de víveres.
2.º Pleito incoado en Las Palmas de Gran Canaria ante el gobernadoe por el mencionado mandatario, en presencia del escribano García de la Puebla. La denuncia es contra los armadores.
3.°    Sentencia favorable a los capitanes de la conquista, y
4.° Arribo de una «carabela de Canaria», el 1 de diciembre de 1495, Sotomayor al frente, «con mucha provisión de pan y vino, en harina vizcochos y zebadas». ,
Podrá sospecharse que en términos muy similares se expresan N. la Peña y Viera y Clavijo.
Hay que rechazar de plano toda la laboriosa negociación antedicha trata de una invención más del fantástico Viana.
Empecemos por confesar que el comisionado Juan de Sotomayor nunca existió. Desde punto distinto, no parece lógico ver emparejados en la Otorgación de poderes al  capitán-conquistador, autoridad suprema, con su lugarteniente, a fin de cuen tas un subordinado. En segundo término, los armadores no moraban Canaria de manera permanente, sino que alternaban la residencia metrópoli y el archipiélago (salvo Mateo Viña, que era conquistador), última instancia, no estaban obligados por el contrato —como de sobra sabemos— a abastecer el ejército. (A. Rumeu de Armas, 1991: 262-268).
El primer repartimiento de tierras en el actual Valle de Guerra y de quien toma su nombre castellano fue concedido a   Lope Fernández de la Guerra, mercenario a las órdenes de Alonso Fernández de Lugo, quien según el historiador Lepoldo de la Rosa Olivera fue:  “Uno de los conquistadores de nuestras Islas de más acusada personalidad fue, sin duda, Lope Fernández. Después de tomar parte en la campaña de Gran Canaria y obtener en ella, en premio a sus méritos, importantes repartimientos, sigue a Alonso de Lugo en sus empresas de La Palma y Tenerife, para establecerse luego definitivamente en esta última isla, de la que fue regidor y alcalde mayor. Amigo del Adelantado, al que prestó generosa ayuda en los momentos de mayor apuro y uno de los hombres de su confianza, fue más tarde su acusador en los procesos que le fueron seguidos; es figura central del poema épico Antigüedades de las Islas Afortunadas, compuesto para exaltar a su familia frente a ciertos juicios que sobre sus deudos había vertido fray Alonso de Espinosa, quien, por otra parte, es el primero en relatar sus méritos y, a través de la obra de Antonio de Viana, pasando a la del inmortal Lope de Vega Los guanches de Tenerife y conquista de Canarias, su figura no puede menos de despertar marcado interés. A reconstruir su biografía, en la parte que nos la muestran documentos indubitados, dedicamos estas líneas.
Su genealogía

Don Francisco Fernández de Béthencourt afirma que Lope era hijo de Sancho Fernández de la Reguera, que tenía su casa solariega en Cabezón de la Sal, y de doña Inés de la Guerra, de noble familia de la Montaña burgalesa. En realidad no hay documento que pruebe tal afirmación, y hemos de pensar que la misma es sólo producto de la fantasía de anteriores forjadores de ampulosas genealogías que aquel autor no se atrevió a destruir.

Sobre el lugar de donde inmediatamente procediera, cabe pensar se tratase de la extremeña villa de Fuentes, en la actual provincia de Badajoz, que formó parte de la Encomienda mayor de
León, de la Orden de Santiago, villa convertida por nuestros genealogistas en una inexistente Fuentes de la Campana, debido a la deficiente lectura de los documentos en que intervienen los sobrinos de Lope, naturales y vecinos de aquélla.

Marina Guerra, hija de Bartolomé Joanes Cárdeno o Cárdenas, primo de Lope, declara en su testamento que era natural de Fuentes de León, y Fernán Guerra, asimismo su primo y heredero, también dice que era nacido y casado en dicha villa, y cuando testa, como veremos luego, funda altar y capellanía en su iglesia, donde tenía enterrados a sus padres, y a Fuentes regresa a terminar sus días. Desgraciadamente los intentos hechos en ella y en Fregenal de la Sierra, cabeza del partido a que hoy pertenece, han sido infructuosos, por la desaparición de sus antiguos archivos, pese al marcado interés que se han tomado autoridades y eruditos locales y sólo hemos podido comprobar que en 1627 el apellido Guerra existía en Fuentes de León, pues el 12 de marzo de dicho año Bartolomé Fernández Guerra, familiar del Santo Oficio y fiel ejecutor de la villa, declara en expediente seguido a Juan Macías Cárdeno, nacido en ella y vecino de Santa Fe de Bogotá.

No parece aventurado suponer también a Lope Fernández nacido en Fuentes de León y no en la Montaña, como dicen las genealogías consagradas de los Guerra de Tenerife.

En los documentos contemporáneos sólo se le llama Lope Fernández o Hernández, que era lo mismo, nunca Guerra ni de la Guerra; pero hay uno, precisamente el de fecha más antigua, en que se le apellida Hernández Herrero. El primer alcalde de Santa Gruz de Tenerife de que nos hablan las actas capitulares fue Bartolomé Hernández Herrero, que de Lanzarote trasladó su vecindad a esta isla. Lope, en su primer testamento, lo nombra patrono de capellanía que instituye, patronato que pasaría a su descendencia, y en el segundo hace albacea a Ivon o Ibone Hernández Herrero, hijo de Bartolomé. No dice Lope en estos documentos que tuviese parentesco con ellos, pero no es improbable que lo hubiese, más o menos remoto.



Las mujeres de Lope

Dos veces casó Lope Fernández: la primera, con Catalina Rodríguez, a la que dio muerte en Gran Canaria, así como al carpintero Juan de Segovia, seguramente por adulterio, por lo que fue condenado a muerte y a la pérdida de sus bienes. Conocemos estas noticias porque el Adelantado, enemistado con Lope Fernández cuando le tomó residencia el gobernador de Gran Canaria Lope de Sosa, para desacreditarlo, porque era testigo de cargo, pregunta a los suyos si les consta tal hecho, y Diego Fernández Amarillo, que había sido alcaide de la cárcel en Gran Canaria, declara lo tuvo preso por dicha causa, y Diego Iñiguez de San Martín, que el propio Lope Fernández le había dicho que había matado a ambos y añade que vido que se dio la sentencia en la plaga, en que le condenaron a pena de muerte e perdimiento de sus bienes», por lo que lo vio «retraído» en Santa Ana, aunque otro testigo dice lo fue en San Francisco." El caso es que debió de justificarse y obtener el perdón, pero seguramente no quiso permanecer en Gran Canaria.

Casa luego Lope, en la isla de Tenerife y en el año 1507, con Elena Velázquez, hermana del procurador Alonso Velázquez, otro de los acusadores del Adelantado en la residencia de Lope de Sosa; de Francisca Velázquez, casada primero con Antonio de Peñalosa, muerto en Berbería, y luego con el escribano Antón de Vallejo, y de Ana Velázquez, mujer de Francisco de Malpica, alguacil de campo y encargado del puerto de Santa Cruz, hijos los cuatro de Alonso González, natural de Valladolid, y de Juana Velázquez, de los que Lope, por escritura otorgada en diciembre de 1507, reconoce haber recibido en dote cincuenta mil maravedís, parte en dinero y la otra en joyas, preseas y ajuar de casa. Pero tal reconocimiento debió de ser sólo el precio del arreglo de la boda, pues en su testamento Lope afírma que no recibió tal cantidad y que Elena vino a su poder ”vestida de paño e no traxo otros bienes algunos”.

Una y otra mujer habían tenido, antes de casar con Lope, un hijo de anterior unión: el de la primera, llamado Alonso Ruiz, premurió a Lope y éste dispone sufragios por su alma; el de la segunda, Diego Velázquez, es aquel al que parece referirse fray Alonso de Espinosa cuando afirma que a Lope lo heredó un hijastro suyo, lo que, como hemos de ver, no es cierto.

Si la primera mujer de Lope Fernández no le fue fiel en su matrimonio, la segunda tampoco le guardó luto por mucho tiempo, pues a poco de su muerte casa de nuevo con Diego del Castillo, conquistador de la Isla.

Lope no tuvo hijos de ninguna de sus dos mujeres, ni hay noticia de que los hubiese fuera de matrimonio.

Lope en la conquista de las Islas

Para fray Alonso de Espinosa Lope Fernández fue conquistador de Gran Canaria y luego vino con Alonso de Lugo a Tenerife, en su segundo desembarco. Después de la victoria de La Laguna, que acompañan al Adelantado a Berbería (El Adelantado, XXXIV). Es dudosa su identificación con el tío de fray Bartolomé de las Casas, al que éste hace morir heroicamente en Berbería, ya que lo llama Francisco dice el dominico que por las faltas y necesidades de las fuerzas conquistadoras Lope, «hombre no menos valiente que liberal, viendo que la dificultad toda era la necesidad que se padecía, como honbre que estimava más la honra que la hazienda, ofreció toda la que tenía al Governador para reparo y socorro de la gente, y assí despachó a Canaria y vendió sus ingenios y haziendas que en aquella isla tenía, por más de diez y seis mil ducados, con que se pertrecharon de armas, gente y vituallas para acabar la conquista”.

Relata más tarde Espinosa la intervención de nuestro biografiado en una salida, en la que muestra su valentía, así como en la victoria de Acentejo, en la que dice mandaba una de las alas del ejército castellano.

E1 bachiller Antonio de Viana afirma que Lope llegó a las Islas con Juan Rejón (1478) y que vino con Lugo a Tenerife en el primer desembarco, como maestre de campo. Naturalmente lo hace intervenir en todos los hechos de armas de la conquista, en los que destaca por su valentía; dice fue herido en la rota de Acentejo y relata la venta de los dos ingenios en Gran Canaria por dieciséis mil doblas de oro, que entrega para los gastos de la empresa. Para el poeta acompañan a Lope, desde su llegada a Canarias, sus sobrinos Hernando Esteban y Hernán Guerra, que también se comportan heroicamente en todos los hechos guerreros.

El auxilio de Lope Fernández para la conquista de Tenerife se produjo, según los documentos de la Residencia, de la siguiente manera: “Después de desbaratado [en Acentejo] el dicho señor Adelantado se fue a Gran Canaria a do, para remediar de gente e mantenimientos para la dicha conquista, aviendo ya gastado todo lo que tenía e no teniendo qué gastar, vendió el ingenio del Agaete e tierras e aguas del a Francisco de Palomar” y “que le avía prestado Lope Fernández, regidor que agora es desta isla, al pie de ochocientas doblas, lo qual oyó decir generalmente en aquel tiempo a dichas personas y vido este testigo [Diego Fernández Amarillo] las doblas que dezían que el dicho Lope Fernández le avía de prestar en poder del dicho Lope Fernández, e que con estos socorros e remedios volvieron a esta dicha isla de Tenerife a la tornar a conquistar, de la qual postrera venida se acabó de conquistar e ganar”.

La ayuda, pues, de Lope Fernández a don Alonso, en aquellos graves y decisivos momentos, es cierta, aun cuando se exagerase más tarde su cuantía.

Que Lope estuvo también presente en la toma de la isla de La Palma por Alonso Fernández de Lugo lo prueba un albalá de data a su favor, en que el Adelantado lo llama “conquistador de la dicha isla de Tenerife e San Miguel de La Palma e de partes de Berbería...”

Y en cuanto a su intervención en esta parte del África, el propio Lope declara, en 20 de febrero de 1506, que “puede aver seis años poco más o menos que este testigo fue a Tagaos, que es en Berbería, tierra de moros, por mandado del Señor Adelantado y estando en el dicho Tagaos aposentado en una torre que los moros le avían dado por posada...” La misión que llevó a Lope a tal lugar fue, como se ve, pacífica y hasta amistosa, y su fecha puede coincidir con la de su inasistencia a los cabildos, desde mayo de 1498 a abril de 1500, en que está de regreso. Luego, en las expediciones de Lugo a la costa africana, por mandado de Sus Altezas, Lope fue seguramente de los que le acompañaron. Cuando don Alonso deja a la Bovadilla el gobierno de la Isla, Lope Fernández no era de los que habían quedado en Tenerife.

Pocos meses antes de su muerte, el 15 de marzo de 1512, Lope Fernández practica información testifical ante el teniente de gobernador licenciado Cristóbal Lebrón, para probar que había sido conquistador de las Islas, seguramente para defenderse en relación con los repartimientos, tachados de excesivos, que le había hecho don Alonso de Lugo.


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