domingo, 9 de noviembre de 2014

PIRAMIDES



El Marqués de la Florida le comenta al viajero francés E. Pé-got-Ogier (1871: 136) sobre el proceso de construcción de las pirámides, entonces denominadas molleros en el Norte de Tenerife y majanos en el Sur de la isla.

El tamaño de las pirámides dependía de la superficie del terreno. Cuando Olivia Stone, acompañada de su marido, el abogado londinés John Harris, visita Canarias nos da el tamaño de la que ella vio en la finca de Jorge Víctor Pérez en los Llanos de María Jiménez hasta Punta Brava (Puerto de la Cruz), sin especificar el volumen de la finca: «sorprendentes objetos sobre la tierra aquí son las enormes pirámides de piedras sueltas, construidas en uno o dos escalones, las cuales han sido recogidas de la superficie para posibilitar la agricultura. Sus bases son de unas veinte yardas o más cuadradas, y se elevan a una altura de unos treinta o cuarenta pies». Es decir, aproximadamente de unos 20 metros cuadrados de superficie por unos 10 o 13 metros de altura. Años después, en 1887, la señorita Frances Latimer, acompañada de su padre, el periodista Isaac Latimer, cuando visita la misma finca, nos hablaría también de la recogida de esta lava suelta que se apilaba en montones, para así permitir que el suelo fuese despejado, rellenándose más tarde de escoria y tierra en lo alto. Destaca la joven inglesa que se requería mucho trabajo y destreza para realizar tan costosa labor humana. Además, señala la forma minuciosa con que solían colocarse los cascajos: «cercado por altramuces, tomates, papas, vegetales y cebollas, se levanta la gran pila de piedras, amontonadas con esmero, hábilmente juntas en forma monumental». Desgraciadamente las pirámides del Puerto de la Cruz desaparecieron, cosa que no ha sucedido con las de Güímar.

Pègot-Ogier da las proporciones en relación con la longitud del terreno, tomando como referencia los terrenos propiedad del Marqués de la Florida en Güímar. Su finca de 8.000 metros cuadrados de superficie necesitó la construcción de una pirámide de unos cinco metros de alto por siete metros de largo. La construcción de estos elementos piramidales, por su laboriosidad y costos, fue utilizada por el Marqués, según sus propias palabras, como ejemplo del espíritu emprendedor de los propietarios de las islas, dada la opinión negativa que se tenía en Europa de los empresarios isleños. No era para menos. Con una orografía tan dura se necesitaba un gran esfuerzo para despedregar la superficie terrestre. Esfuerzo de los propietarios, por una parte, por los elevados costos de la operación; costoso, por otro lado, por el gran esfuerzo laboral de los campesinos isleños en su construcción.

Sin embargo, aunque los trabajos suponían grandes inversiones, la preparación de los terrenos para la explotación agraria fue rentable, pues se revalorizó el suelo y muchos propietarios se aprovecharon de la cría de la grana para obtener buenos ingresos, no solamente explotándola ellos mismos sino arrendando o vendiendo las tierras.
El regadío determinaba el valor de la tierra, que en muchas ocasiones se alquilaba. En la década de los sesenta, según el viajero Pègot-Ogier, el alquiler anual de una hectárea de tierra de regadío en la costa podía alcanzar, e incluso sobrepasar, la cantidad de 500 u 800 pesetas, mientras que la tierra en la costa de secano se alquilaba a un precio relativamente bajo. Pero, las tierras al pie o en las primeras faldas de las montañas en localidades donde las lluvias eran abundantes, adquirían un valor de 200 o 300 pesetas. Más arriba, cerca de las montañas, las tierras tenían menos valor.
A medida que se desarrollaba la explotación de la grana los precios de la tierra se dispararon. Pero, el valor del terreno también dependía si contaba con sorriba de un metro de profundidad, pues se tenía en cuenta a la hora de vender la tierra si el terreno estaba sin remodelar o remodelado. Bastante significativos son los textos de los viajeros a este respecto. A principios de los años ochenta, Richard Burton señala que una finca con mollera o pirámide, es decir, desalojado de piedras para su cultivo, costaba 3.000 pesetas el acre (poco más de 4.000 metros). Comenta que el acre de terreno sin roturar valía 800 pesetas. Aunque según el mismo Richard F. Burton dice que en Gran Canaria el suministro de agua era mucho mejor que en Tenerife, razón por la cual la tierra era mucho más cara, La especulación llegó hasta tal punto que de las 1.525 pesetas que costaba un acre de terreno a mediados de siglo en el Valle de La Orotava, -según el viajero Charles Edwardes-alcanzó sobre los años setenta el alto coste de 7.500 pesetas. En efecto, el precio de los terrenos se disparó. Según el profesor Francisco Galván, una fanegada llegó a valer 20.000 pesetas -para hacerse una idea de lo que esto suponía, con esa misma cantidad se podía comprar 100 fanegadas en la Península-. A pesar también de esta carestía de la tierra, era tan provechoso el negocio de la grana que los que disponían de capital no cesaban en seguir adquiriendo nuevas fincas, incluso, cuando ya se divisaba su posible decline. No importaba. La propiedad de la tierra ocupaba el norte cardinal de la escala de valores de la burguesía de la época.

El tema del origen de las pirámides ha suscitado bastante polémica entre los que defienden el origen prehispánico de las mismas y los que lo niegan sobre la base de su origen agrícola. Parece, que, por los textos de los viajeros, tales construcciones se ubican en el marco histórico. Todo indica que se trataba de unas edificaciones hechas por el hombre canario para uso económico de los terrenos despejados. Se trataba, pues, de obtener suelos fértiles para poder poner en producción la explotación agraria de los nuevos cultivos. A pesar de esta conclusión, son las estructuras rurales más curiosas de nuestro acervo cultural. Probablemente, las mismas hubiesen desaparecido, o estuvieran en permanente peligro.


Publicado por: Maria Gómez Díaz. Noviembre de 2014.

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