ANDAMANA
, LA MUJER QUE CREÓ UN REINO EN GRAN CANARIA
Este relato, no exento de una vena romántica, traza
un breve bosquejo sobre una figura mítica en la Historia de Canarias,
Andamana. No es facil distinguir la realidad de la ficción, sobre todo cuando
hablamos de la prehistoria de las islas, donde las fuentes arqueológicas son
las únicas referencias fiables. Los relatos que nos han llegado de aquella
época no pueden adoptarse con entera fiabilidad, puesto que son las crónicas de
la conquista hechas por los vencedores los únicos testimonios escritos de
aquella época y, a partir de los cuales, los historiadores posteriores
construyeron su discurso. Sin embargo, es bastante probable que la figura de
Andamana realmente existiese y que, gracias a ella o por lo menos por su
influencia, se diera la unificación de los territorios de la entonces
denominada Canaria, isla que había alcanzado tal grado de desarrollo material y
cultural que hacía bastante probable la unidad política en torno a su principal
localidad, Agáldar. Mito y realidad se confunden, pero los mitos consolidados
con el paso del tiempo nos informan de una realidad que ha sido distorsionada.
Corresponde a los historiadores actuales desentrañar la maraña de la invención
y acercarnos a la realidad de la época.
“Las Islas Canarias, conocidas y visitadas por
los fenicios, cartagineses, griegos y romanos, cuando, a largos intervalos, se
aventuraban a dejar atrás las columnas de Hércules y sondear las soledades del
océano, fueron enteramente olvidadas en los siglos que siguieron a la
desmembración y caída del imperio de los Césares.
Durante esas ominosas centurias, en que los
pueblos se entregaban silenciosamente a la lenta elaboración de una religión
nueva, de un nuevo derecho y de una organización político-social desconocida a
las anteriores generaciones, cuando, extinguida casi la luz de las
civilizaciones helénicas y romana, sólo se balbuceaba en los claustros, tímida
y vergonzosamente, algún fragmento de poesía clásica y la alquimia y la teología
eran las dos únicas ciencias que el hombre se aventuraba a profesar, cuando,
por último, la guerra, en su expresión más estúpida y sanguinaria, constituía
la más honrosa ocupación del clero y la nobleza, en tanto que, embrutecido el
pueblo, se le vendía como accesorio del terreno; en esa época calamitosa,
repetimos, ¿quién había de ocuparse del comercio, de la navegación y de la
industria, artes que requieren un grado más elevado de cultura del que entonces
alcanzaban aquellas degradadas sociedades?
Pero transcurrieron los siglos y de aquel caos
principió a brotar la luz. La invasión de los árabes en España, y la necesidad
de crearse éstos una marina para proteger sus nuevas conquistas en Europa, fue
causa de que algunas de las naves, que entonces cruzaban el estrecho y
visitaban las costas lusitanas arrastradas por los vientos, recalaran sobre el
olvidado archipiélago y volvieran, por decirlo así, a descubrirlo.
Las primeras noticias que tenemos de estas
lejanas expediciones se remontan al año 999 de nuestra era (334 de la hégira) y
fueron recogidas por Ben Farroukh, capitán de una de esas naves extraviadas y
aventureras.
A principios de febrero de aquel año, dice la
curiosa relación que se conserva de su viaje, desembarcó el capitán árabe con
130 hombres bien armados, en el Puerto de Gando, que se abre sobre la costa
S.E. de la Gran Canaria
y allí fue recibido por los insulares con grandes demostraciones de cariño y
amistad. Veíase por doquiera el suelo cubierto de una vegetación tropical y los
árboles, enlazando sus ramas por montes y por valles, presentaban el aspecto de
una continua y frondosa selva que sólo tenía por límite las desnudas crestas de
la sierra o las arenosas playas del litoral.
Reinaba entonces en la isla un solo rey o
guanarteme, llamado Guanariga, que residía habitualmente en el distrito de
Gáldar, donde tenía su palacio, y allí fue conducido el jefe árabe y festejado
con toda la pompa ostentosa y patriarcal, propia de los sencillos isleños.
Los genoveses luego, y los mallorquines, catalanes
y andaluces después, vinieron sucesivamente a saquear las islas y, con éxito
más o menos feliz, hicieron desembarcos sobre sus accesibles costas. En el
último tercio del siglo XIV, época en que apareció en la Gran Canaria la
notable mujer, cuyo recuerdo, bajo el nombre de Andamana, nos ha conservado la
historia, se hallaba la isla dividida en diez distritos independientes,
llamados Gáldar, Telde, Agüimes, Tejeda, Aquejata, Agaete, Tamaraceite,
Artebirgo, Astiacar y Arucas, mandado cada uno por un jefe, que no rendía a
ningún otro vasallaje.
Corría, como hemos dicho, el último tercio del
siglo XIV, cuando en el cantón de Gáldar, que era entonces el más rico y
populoso de la isla, vivía una joven de rara hermosura, de singular talento y
de grandes virtudes, que lentamente había llegado a adquirir en la isla una,
reputación envidiable de sensatez, cordura y buen juicio.
Todas las cuestiones arduas, las desavenencias
entre las tribus, las familias o los particulares, las enfermedades, el estado
de los ganados, la pérdida de las cosechas, los fenómenos meteorológicos, la
adivinación del porvenir, las profecías más o menos explícitas, y cuanto puede
ser objeto de la curiosidad de un pueblo en la infancia de su civilización, se
hallaba bajo el dominio de la hermosa y atrevida isleña.
Admirada de unos, envidiada de otros, pero
respetada de todos, nadie dudaba que estuviese inspirada por la Divinidad. Ella
misma fomentaba esta creencia con su conducta, reservada, su lenguaje
sibilítico y sus frecuentes éxtasis, durante los cuales pretendía estar en
comunicación con los espíritus.
Tales hechos contribuyeron a formarle una aureola
de gloria, de respeto y veneración, que por muchos años contuvo la malevolencia
de aquellos que, dispuestos siempre a censurar las acciones ajenas y a envidiar
la influencia que el mérito y la virtud ejercen en la sociedad, se complacían
en ridiculizar sus consejos, contradecir sus decisiones y entorpecer y anular
sus actos, burlándose de sus pretendidas visiones y poniendo en duda su intachable
probidad.
Esta conducta, tanto más censurable cuanto más
digno de aprecio era el objeto de su encono, llegó por fin a ofender a Andamana
y a seguirle a un plan político que, sin aquella persecución, tal vez no
hubiera encontrado ocasión de manifestarse.
Entre los muchos guerreros que la respetaban y
aspiraban a su mano, había uno llamado Gumidafe, jefe del cantón de Gáldar, que
se distinguía entre todos por su reserva, su influencia y su indómito valor. A
éste, pues, resolvió unirse, con la oculta intención de extender luego su
dominio sobre los nueve cantones restantes, y vengarse así de sus detractores,
constituyéndose en jefe de una sola monarquía.
Aquellas bodas llevaron a Gáldar a la juventud
más belicosa del país, y allí, entre juegos y luchas, bailes y festejos, la
hermosa y simpática isleña consiguió atraer a su lado y reclutar un numeroso y
aguerrido cuerpo de valientes, dispuestos a dar por ella su vida, y formar el
núcleo de un ejército, que luego dominara la isla.
Sus planes, aunque lentos, tuvieron por último
cumplido efecto: de cantón en cantón los dos esposos pasearon su falange
victoriosa por todo el suelo canario, sin que los jefes, hasta aquel momento
independientes, se atrevieran a resistirles. Unos con promesas, otros con halagos,
y los más, seducidos por el predominio que siempre ejercen el genio y la
belleza, se fueron sometiendo sucesivamente al yugo de la discreta y afortunada
Andamana.
La tradición calla los acontecimientos que
tuvieron lugar durante su reinado. De creer es que, siguiendo la astuta
política iniciada con tan buen éxito por ella, fuera atrayendo a su corte,
situada en Gáldar, a todos los jefes desposeídos, y con ellos formara su
consejo de Guayres, concediéndoles títulos y honores inofensivos que sirvieran sólo
para halagar su vanidad. Ello es lo cierto que, al morir ambos esposos, legaron
intacta la dignidad real y el dominio absoluto del país a su hijo Artemi
Semidán, célebre por la insigne victoria que alcanzó sobre las huestes de Juan
de Bethencourt en las playas de Arguineguín, victoria que dio a la isla el
título de Grande conque desde entonces fue conocida, y que ha conservado hasta
el presente como uno de sus más gloriosos timbres.
Andamana es en la antigua historia de las
Canarias, una figura interesante y dramática, digna de colocarse junto a las
más célebres que en las tradiciones americanas nos conservan las viejas
crónicas españolas. De agudo ingenio, perseverante, audaz, reservada y dotada
de las virtudes propias de su sexo, sin las cuales la mujer, cualquiera que sea
su posición o su talento, no llega jamás a inspirar respeto, ni a ejercer
influencia alguna en la sociedad, supo desde luego dominar, con sólo la
acertada combinación y ejercicio de aquellas brillantes cualidades, a la
población grosera, indómita y altiva que la rodeaba.
La diminuta relación que de sus hechos nos ha
legado la historia, probará, sin embargo, una vez más, que nada hay imposible a
una voluntad enérgica y decidida, cuando Dios ha concedido al que la posee un
destello de eso que los hombres llaman genio.
Andamana llevó a cabo una importante revolución
social que, no por ser insignificante el país donde se verificase, dejó de ser
extraordinaria. No es de este lugar el examen de las ventajas o perjuicios que
los isleños recibieron con aquel cambio de gobierno, ni creemos que existan hoy
datos suficientes para ilustrar esa cuestión, pero sí haremos observar que, en
el estado de civilización que entonces alcanzaba la Gran Canaria , la
sustitución del régimen feudal y arbitrario que ejercían los diez jefes
independientes, en una sola monarquía, ejerciendo el poder con cierto número de
consejeros o guayres, no dejaba de ser ventajosa a aquellos pueblos, que vieron
desaparecer así las frecuentes contiendas a que aquella subdivisión daba lugar
Dedúcese de esto que Andarnana fue una mujer de
notable capacidad, de afortunada influencia y de relevante mérito. Consagremos,
pues, un respetuoso recuerdo a su memoria, porque ella es la más antigua figura
histórica de las Islas Canarias.”
(Extractos del texto de Agustín Millares Torres, en
Historia General de las Islas Canarias)
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