viernes, 3 de octubre de 2014

MUJERES AFRICANAS SINGULARES-XI

 

 


ANDAMANA , LA MUJER QUE CREÓ UN REINO EN GRAN CANARIA

 
 
(Extractos del texto de Agustín Millares Torres, en Historia General de las Islas Canarias)
Este relato, no exento de una vena romántica, traza un breve bosquejo sobre una figura mítica en la Historia de Canarias, Andamana. No es facil distinguir la realidad de la ficción, sobre todo cuando hablamos de la prehistoria de las islas, donde las fuentes arqueológicas son las únicas referencias fiables. Los relatos que nos han llegado de aquella época no pueden adoptarse con entera fiabilidad, puesto que son las crónicas de la conquista hechas por los vencedores los únicos testimonios escritos de aquella época y, a partir de los cuales, los historiadores posteriores construyeron su discurso. Sin embargo, es bastante probable que la figura de Andamana realmente existiese y que, gracias a ella o por lo menos por su influencia, se diera la unificación de los territorios de la entonces denominada Canaria, isla que había alcanzado tal grado de desarrollo material y cultural que hacía bastante probable la unidad política en torno a su principal localidad, Agáldar. Mito y realidad se confunden, pero los mitos consolidados con el paso del tiempo nos informan de una realidad que ha sido distorsionada. Corresponde a los historiadores actuales desentrañar la maraña de la invención y acercarnos a la realidad de la época.
“Las Islas Canarias, conocidas y visitadas por los fenicios, cartagineses, griegos y romanos, cuando, a largos intervalos, se aventuraban a dejar atrás las columnas de Hércules y sondear las soledades del océano, fueron enteramente olvidadas en los siglos que siguieron a la desmembración y caída del imperio de los Césares.
Durante esas ominosas centurias, en que los pueblos se entregaban silenciosamente a la lenta elaboración de una religión nueva, de un nuevo derecho y de una organización político-social desconocida a las anteriores generaciones, cuando, extinguida casi la luz de las civilizaciones helénicas y romana, sólo se balbuceaba en los claustros, tímida y vergonzosamente, algún fragmento de poesía clásica y la alquimia y la teología eran las dos únicas ciencias que el hombre se aventuraba a profesar, cuando, por último, la guerra, en su expresión más estúpida y sanguinaria, constituía la más honrosa ocupación del clero y la nobleza, en tanto que, embrutecido el pueblo, se le vendía como accesorio del terreno; en esa época calamitosa, repetimos, ¿quién había de ocuparse del comercio, de la navegación y de la industria, artes que requieren un grado más elevado de cultura del que entonces alcanzaban aquellas degradadas sociedades?
Pero transcurrieron los siglos y de aquel caos principió a brotar la luz. La invasión de los árabes en España, y la necesidad de crearse éstos una marina para proteger sus nuevas conquistas en Europa, fue causa de que algunas de las naves, que entonces cruzaban el estrecho y visitaban las costas lusitanas arrastradas por los vientos, recalaran sobre el olvidado archipiélago y volvieran, por decirlo así, a descubrirlo.
Las primeras noticias que tenemos de estas lejanas expediciones se remontan al año 999 de nuestra era (334 de la hégira) y fueron recogidas por Ben Farroukh, capitán de una de esas naves extraviadas y aventureras.
A principios de febrero de aquel año, dice la curiosa relación que se conserva de su viaje, desembarcó el capitán árabe con 130 hombres bien armados, en el Puerto de Gando, que se abre sobre la costa S.E. de la Gran Canaria y allí fue recibido por los insulares con grandes demostraciones de cariño y amistad. Veíase por doquiera el suelo cubierto de una vegetación tropical y los árboles, enlazando sus ramas por montes y por valles, presentaban el aspecto de una continua y frondosa selva que sólo tenía por límite las desnudas crestas de la sierra o las arenosas playas del litoral.
Reinaba entonces en la isla un solo rey o guanarteme, llamado Guanariga, que residía habitualmente en el distrito de Gáldar, donde tenía su palacio, y allí fue conducido el jefe árabe y festejado con toda la pompa ostentosa y patriarcal, propia de los sencillos isleños.
Los genoveses luego, y los mallorquines, catalanes y andaluces después, vinieron sucesivamente a saquear las islas y, con éxito más o menos feliz, hicieron desembarcos sobre sus accesibles costas. En el último tercio del siglo XIV, época en que apareció en la Gran Canaria la notable mujer, cuyo recuerdo, bajo el nombre de Andamana, nos ha conservado la historia, se hallaba la isla dividida en diez distritos independientes, llamados Gáldar, Telde, Agüimes, Tejeda, Aquejata, Agaete, Tamaraceite, Artebirgo, Astiacar y Arucas, mandado cada uno por un jefe, que no rendía a ningún otro vasallaje.
Corría, como hemos dicho, el último tercio del siglo XIV, cuando en el cantón de Gáldar, que era entonces el más rico y populoso de la isla, vivía una joven de rara hermosura, de singular talento y de grandes virtudes, que lentamente había llegado a adquirir en la isla una, reputación envidiable de sensatez, cordura y buen juicio.
Todas las cuestiones arduas, las desavenencias entre las tribus, las familias o los particulares, las enfermedades, el estado de los ganados, la pérdida de las cosechas, los fenómenos meteorológicos, la adivinación del porvenir, las profecías más o menos explícitas, y cuanto puede ser objeto de la curiosidad de un pueblo en la infancia de su civilización, se hallaba bajo el dominio de la hermosa y atrevida isleña.
Admirada de unos, envidiada de otros, pero respetada de todos, nadie dudaba que estuviese inspirada por la Divinidad. Ella misma fomentaba esta creencia con su conducta, reservada, su lenguaje sibilítico y sus frecuentes éxtasis, durante los cuales pretendía estar en comunicación con los espíritus.
Tales hechos contribuyeron a formarle una aureola de gloria, de respeto y veneración, que por muchos años contuvo la malevolencia de aquellos que, dispuestos siempre a censurar las acciones ajenas y a envidiar la influencia que el mérito y la virtud ejercen en la sociedad, se complacían en ridiculizar sus consejos, contradecir sus decisiones y entorpecer y anular sus actos, burlándose de sus pretendidas visiones y poniendo en duda su intachable probidad.
Esta conducta, tanto más censurable cuanto más digno de aprecio era el objeto de su encono, llegó por fin a ofender a Andamana y a seguirle a un plan político que, sin aquella persecución, tal vez no hubiera encontrado ocasión de manifestarse.
Entre los muchos guerreros que la respetaban y aspiraban a su mano, había uno llamado Gumidafe, jefe del cantón de Gáldar, que se distinguía entre todos por su reserva, su influencia y su indómito valor. A éste, pues, resolvió unirse, con la oculta intención de extender luego su dominio sobre los nueve cantones restantes, y vengarse así de sus detractores, constituyéndose en jefe de una sola monarquía.
Aquellas bodas llevaron a Gáldar a la juventud más belicosa del país, y allí, entre juegos y luchas, bailes y festejos, la hermosa y simpática isleña consiguió atraer a su lado y reclutar un numeroso y aguerrido cuerpo de valientes, dispuestos a dar por ella su vida, y formar el núcleo de un ejército, que luego dominara la isla.
Sus planes, aunque lentos, tuvieron por último cumplido efecto: de cantón en cantón los dos esposos pasearon su falange victoriosa por todo el suelo canario, sin que los jefes, hasta aquel momento independientes, se atrevieran a resistirles. Unos con promesas, otros con halagos, y los más, seducidos por el predominio que siempre ejercen el genio y la belleza, se fueron sometiendo sucesivamente al yugo de la discreta y afortunada Andamana.
La tradición calla los acontecimientos que tuvieron lugar durante su reinado. De creer es que, siguiendo la astuta política iniciada con tan buen éxito por ella, fuera atrayendo a su corte, situada en Gáldar, a todos los jefes desposeídos, y con ellos formara su consejo de Guayres, concediéndoles títulos y honores inofensivos que sirvieran sólo para halagar su vanidad. Ello es lo cierto que, al morir ambos esposos, legaron intacta la dignidad real y el dominio absoluto del país a su hijo Artemi Semidán, célebre por la insigne victoria que alcanzó sobre las huestes de Juan de Bethencourt en las playas de Arguineguín, victoria que dio a la isla el título de Grande conque desde entonces fue conocida, y que ha conservado hasta el presente como uno de sus más gloriosos timbres.
Andamana es en la antigua historia de las Canarias, una figura interesante y dramática, digna de colocarse junto a las más célebres que en las tradiciones americanas nos conservan las viejas crónicas españolas. De agudo ingenio, perseverante, audaz, reservada y dotada de las virtudes propias de su sexo, sin las cuales la mujer, cualquiera que sea su posición o su talento, no llega jamás a inspirar respeto, ni a ejercer influencia alguna en la sociedad, supo desde luego dominar, con sólo la acertada combinación y ejercicio de aquellas brillantes cualidades, a la población grosera, indómita y altiva que la rodeaba.
La diminuta relación que de sus hechos nos ha legado la historia, probará, sin embargo, una vez más, que nada hay imposible a una voluntad enérgica y decidida, cuando Dios ha concedido al que la posee un destello de eso que los hombres llaman genio.
Andamana llevó a cabo una importante revolución social que, no por ser insignificante el país donde se verificase, dejó de ser extraordinaria. No es de este lugar el examen de las ventajas o perjuicios que los isleños recibieron con aquel cambio de gobierno, ni creemos que existan hoy datos suficientes para ilustrar esa cuestión, pero sí haremos observar que, en el estado de civilización que entonces alcanzaba la Gran Canaria, la sustitución del régimen feudal y arbitrario que ejercían los diez jefes independientes, en una sola monarquía, ejerciendo el poder con cierto número de consejeros o guayres, no dejaba de ser ventajosa a aquellos pueblos, que vieron desaparecer así las frecuentes contiendas a que aquella subdivisión daba lugar
Dedúcese de esto que Andarnana fue una mujer de notable capacidad, de afortunada influencia y de relevante mérito. Consagremos, pues, un respetuoso recuerdo a su memoria, porque ella es la más antigua figura histórica de las Islas Canarias.”
(Extractos del texto de Agustín Millares Torres, en Historia General de las Islas Canarias)


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