AMARCA, DONCELLA DE ICOD
En viejos romances canarios
corría de boca en boca la triste historia de Amarca, la celebrada doncella guanche.
Tan gallarda era su figura, tan peregrina su belleza que llegó a ser envidiada
de todas las doncellas. Tenía su morada en las bellas alturas de Icod. Su
rústico albergue parecía como un nidal colgado en las crestas de la montaña,
para sustraerse a las miradas y a la ambiciones esas aves rapaces,
embaucadoras, que se llevan a las muchachas guapas.
Hasta el rústico hogar de la
doncella llegó un día Pelicar, el último Mencey, Rey y señor de estos dominios
de Icod y quedóse atónito y deslumbrado ante la extraordinaria belleza de la
joven. Desde aquel día memorable acrecentóse su fama y corrió como fausta
noticia por todo el Menceyato. Una condición tenía la moza que contrastaba con
lo humilde de su linaje: su natural altivo y desdeñoso.
Amarca veíase continuamente
asediada de amores por muchísimos hombres y otras tantas sembró el dolor y la
decepción en sus amantes. -¿A quién amará Amarca?, preguntabánse intrigada los
zagales. ¿Para quién será el corazón de aquella belleza hija del Teide?.
Guarecida a las faldas del coloso siempre entre las nieves.
Lo Sorprendente nueva no se hizo
esperar mucho tiempo. Uno de los más aguerridos vasallos del Reino, Garigaiga,
el pastor, había enloquecido por Amarca. Ella esquivaba su cariño; repudiaba su
pasión local, desenfrenada. Repelía al hijo del Volcán, el de la tez hirauta y
morena y los brazos recios como robles.
Enloquecido por el dolor de verse
desdeñado, una tarde mientras los horizontes teñíanse de sangre y el sol
moribundo plateaba las aguas del Océano como un riera de luna en una noche de
misterio, vióse que Garigaiga, en el borde de un alto precipicio, agitaba sus
brazos como banderas en la premura. Vióse arquear el cuerpo hacia delante,
hundir la cabeza sobre el pecho y partir veloz hacia el abismo. La noticia del
trágico suceso no tardó en extenderse por todas partes. Las mujeres, culpaban
su egoísmo, y a sus desdenes atribuían la muerte del pastor.
De pronto Amarca desapareció, nadie sabía cual había sido el destino de la doncella.
Sólo un anciano que una mañana la
había visto descender de las cumbres y caminar como una sonámbula hasta las
orillas del mar, hallábase en posesión del secreto. Qué no la buscasen, más
parecía decir sus labios fríos y trémulos plegados para siempre y el anciano
aquél lo contó todo. Una semana al brillar los primeros destellos del sol, vio
que Amarca se arrojaba al abismo, y después de luchar con el bravo oleaje,
llevábasela mar adentro una ola alegre y corretona como un niño.
Era la época del Beñesmen, de la
sazón y de la riqueza de las mieses, eran los días de placidez y de luz, y todo
sumióse en sombras y lágrimas... Amarca había aparecido muerta sobre las arenas
de la playa, la habían matado un remordimiento muy hondo. El Mencey Pelicar
mandó que se cantasen tristes endechas; que se encendiesen luminarias en los
cerros, y que los más fornidos mozos, como real costumbre en los días aciagos,
azotasen con sus varas las aguas del mar. Mandó también que se ungiese su
cuerpo con los más olorosos perfumes, que no en vano era la flor más preciada
de la comarca.
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