Pero el triunfo de la más exacta fidelidad
canaria fue aquel que, dos meses después, hizo tanto eco en el mundo y la
ensalzó en el concepto de las naciones. Los ingleses, que habían saqueado el
puerto de Santa María, quemado en Vigo los galeones, insultado a Cádiz, tomado
a Gibraltar y sometido a Cataluña y reino de Valencia para el archiduque con
una facilidad asombrosa, se lisonjeaban que igualmente le someterían las
Canarias sólo con presentarse armados y hacerse obedecer. A este fin, se
dirigió a ellas la escuadra del general Genings, compuesta de 13 navíos, el
menor de los 11 de a 60. El 5 de noviembre, a las 5 de la tarde, se avistaron
10 sobre la primera punta de Tenerife; y aunque se discurrió que podrían ser
mercantes y pasajeros a la
América , se tocaron las cajas militares para seguridad de las
costas a cuyo estruendo cargó alguna gente a la marina. Al rayar el alba del
día 6, se reconoció que se acercaban al puerto de Santa Cruz; y, viendo que a
las 8 de la mañana ponían banderas francesas, mudándolas poco después en
inglesas de color azul no quedó duda del designio con que el enemigo se
avecindaba. Sin embargo no hubo sorpresa, porque desde la noche antecedente se
había conmovido toda la isla con un rebato general; y era tal el ardimiento de
los pueblos, que amanecieron en Santa Cruz más de 4000 hombres de los tercios
circunvecinos, ansiosos del combate. Ya había acudido armada toda la nobleza, y
esto de tal modo que, aunque el coronel de la caballería de la isla, don
Francisco Tomás de Alfaro, estaba en el puerto de La Orotava , distante 7 leguas
desde Santa Cruz, cuando recibió la orden de marchar, "pudo tanto su celo
en el servicio del rey, que amaneció el puerto coronado con su gente.
[...]
Así que los navíos ingleses estuvieron acordonados con las proas al puerto y a
tiro de nuestra artillería, empezó a hacerles fuego el castillo principal de
San Cristóbal, del cual era gobernador don Gregorio de Sanmartín. Siguió su
ejemplo el capitán don Francisco José Riquel, que lo era del de San Juan, y
todas las demás baterías con la mayor viveza. Toda la escuadra correspondió
granizando innumerables balas que por fortuna no ofendieron. Y ya había durado
dos horas el reñido combate, cuando echaron al agua los ingleses 37 lanchas con
mucha gente de desembarco; si bien fue tal el fuego que se les hizo de nuestras
fortalezas y tanto el daño que recibían los bajeles que más se habían acercado,
que les fue forzoso retroceder a socorrerles. No obstante, a las tres de la
tarde volvieron a enviar otra lancha a tierra con bandera de paz y un cabo
inglés que pedía audiencia. Tuvo junta
de guerra el corregidor, y en ella se acordó que fuese admitido. Salióle al encuentro
el capitán de mar en otro esquife, y, habiéndole vendado los ojos, le introdujo
en el castillo principal donde estaba el corregidor y la nobleza. Entregó el
cabo una carta de parte el general Genings, escrita en inglés [...]
La carta de Genings contenía una serie de engaños sobre la marcha de la
guerra y sus intenciones. El corregidor, en nombre de las islas envió la
siguiente respuesta:
"Excelentísimo señor: En vista de la de V.
Exc. Escrita este día de a bordo de la nave Binchier, que manifiesta la
falta de voluntad que hubiese en los cañones que de esa escuadra se dispararon
a este lugar, estimo la cortesía de V. Exc. Y respondo que, a haber llegado
desde el principio lancha, en la conformidad que ahora, y como V. Exc. Muy bien
sabe deber enviarse, hubiera sido recibido sin embarazo. Y por lo que toca a
las noticias que me insinúa V. Exc. Acerca del estado de la guerra y cosas de
España, digo que aquí sabemos y estamos bien satisfechos de que las gloriosas
armas de nuestro rey y señor don Felipe V están muy ventajosas, restituido con
quietud a su corte, arrojados sus enemigos de los reinos de Castilla. Y cuando
(lo que Dios no permita) se hallase S.M. en diferente estado, siempre esta
tierra se conservaría en el cumplimiento de su obligación de fidelísimos
vasallos de S. M. católica Felipe V (que Dios prospere) hasta el último
espíritu. Agradezco también a V. Exc. La galantería que me ofrece en orden a
las dos saetías que salieron de este puerto, y quedo a la disposición de V.
Exc. para cuanto sea de su agrado. De este castillo de San Cristóbal del puerto
de Santa Cruz, 6 de noviembre de 1706. B.L.M. de V.E. su mayor servidor. Don
José Antonio de Ayala y Roxas. -Excelentísimo señor don Juan Genings".
Los ingleses se retiraron a las
7 de la noche. Las milicias permanecieron armadas dos días y en La Palma algunos meses. La escuadra de Windon rechazada de La Gomera , La Palma y Gran Canaria:
Ya vimos como el 30 de mayo de 1743 propulsaron los gomeros de sus playas la
escuadra de Carlos Windon, que había estado acañoneando dos días la villa capital.
Esta escuadra se puso poco después sobre la ciudad de La Palma , pero sus castillos
bien servidos inspiraron al enemigo igual circunspección. Windon sabía que
algunas embarcaciones de su nación que habían ido a reconocer el puerto con
bandera de paz habían sido ahuyentadas de aquellas costas. Mas no por eso dejó
de poner la proa hacia la
Gran Canaria , sobre cuyas Isletas se presentó con cinco
navíos el 17 de junio [1743], amenazando la tierra con un desembarco. Tócase
alarma, corren al puerto de La Luz
y a los de Arrecife y Confital los milicianos de la ciudad y lugares
circunvecinos. Mandaban las armas el brigadier don José Andonaegui, inspector
general de aquellas milicias, y el teniente coronel de ingenieros don Francisco
Lapierre. Pero lo que llenó de más alegre valor a aquellos naturales fue la
presencia de su dignísimo pastor, el ilustrísimo señor don Juan Francisco
Guillén, que fue recibido de la multitud
con repetidos vivas. Tres días se mantuvo la gente sobre las armas, los mismos
que el enemigo se mantuvo a la vista; y todos aquellos tres días suministró el
obispo abundantes refrescos a nuestros milicianos, "por cuyo singular amor
al real servicio" le mandó Felipe V dar las gracias por medio del marqués
de la Ensenada.
Igual resistencia hallaban los
ingleses por todas partes. En La
Palma , por el puerto de Tazacorte, año de 1743; en Tenerife,
por el puerto de La Orotava
y el de Los Cristianos, año de 1744. En Canaria por el puerto de Nieves y
Lagaete, año de 1745, no permitiendo que los enemigos, faltos de aguada,
pusieran el pie en tierra, sin que los cañones pudiesen apartar de las playas a
aquellos naturales que las defendían a pecho descubierto. Eran cuatro
corsarios, los cuales, habiendo tomado los cabos de Tenerife, apresaron sobre
el de Naga dos balandras francesas y dos barcos canarios que volvían de la
costa de Berberia. Ortega, el célebre patrón Ortega, defendió su balandra
heroicamente de uno de estos corsarios, que le dio caza algunas horas,
rechazando la abordada con los ladrillos de que iba cargado a la Gran Canaria , su
patria. Armáronse dos fragatas en Tenerife, que salieron a limpiar aquellas
costa de los piratas que impedían el comercio. Cada día se oían rebatos y
asonadas. Una provincia dividida en siete porciones podía ser atacada por una
infinidad de puntos de su circunferencia; y ya se sabe que si los cuerpos
contiguos resisten al choque por la unión de sus masas, los pequeños ceden
fácilmente a la fuerza. Era voz muy valida que había algunos debates en los
parlamentos de Inglaterra sobre si se enviaría un considerable armamento contra
nuestras Canarias. (Viera y Clavijo. Tomado de Mgar.net)
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