1932.
En total, entre 1898 y 1932, se produjeron unas
70.000 salidas de Canarias hacia Cuba, lo que, a la vista de los 458.000
escasos habitantes que tenía el Archipiélago en 1920, magnifica el volumen del
trasiego de población.
La emigración canaria a América se convirtió, tal
y como ocurriera previamente con la europea-occidental, en un fenómeno de masas
a partir del último cuarto del siglo XIX, características que mantuvo hasta la
tercera década del siglo XX. Como el destino mayoritario era Cuba, los rasgos
propios de esta etapa no se hicieron bien visibles hasta después del parón
provocado por la guerra de emancipación de la isla antillana, en cuyos bandos
contendientes se involucraron los emigrados isleños.
El “desastre” del 98, que tantas fracturas causó
en la sociedad española a todos los niveles, pasó prácticamente inadvertido en
el migratorio, dado que sólo se dejó notar en una transitoria inflexión. Es
más, fue a partir de entonces cuando el éxodo alcanzó, y con enorme diferencia,
sus cotas más altas, por más que las relaciones bilaterales entre Cuba y España
no se normalizaran hasta mediados de la tercera década del siglo XX,
precisamente, cuando el proceso ya estaba en plena regresión.
Las razones que hacen explicables la afluencia
isleña al Caribe eran de carácter económico. De un lado estaba Cuba, que
demandaba fuerza de trabajo, tanto para las labores de reconstrucción del país
como para el desarrollo de la producción azucarera. De otro, Canarias, que
necesitaba dar salida a sus excedentes de brazos en una época marcada por la
renovación del sector exterior con el cultivo del plátano, el tomate y la papa
temprana. Las recientes mejoras de la navegación transoceánica se encargaron de
crear la infraestructura comunicativa precisa para efectuar los trasvases de
población entre las dos orillas del Atlántico.
El marco legislativo
En respuesta a sus desiguales necesidades, los
respectivos gobiernos tejieron un armazón jurídico que resultó, en su
complementariedad, sumamente eficaz para articular el comúnmente deseado flujo
migratorio. En el polo de atracción, la naciente república de Cuba puso de
inmediato en vigor una ley que, inspirada en criterios nacionalistas, pretendía
atraer población blanca, especialmente española y, sobre todo, canaria. Por su
parte, España aprobó una legislación sumamente permisiva en especial con la ley
de 21 de diciembre de 1907, que reconocía la libertad de emigrar a todos los
ciudadanos, exceptuando tan sólo a los jóvenes en el año que ingresaban en el
servicio militar, a los soldados en activo, y a los individuos encausados por
problemas judiciales.
La dinámica de la emigración
Sobre tales bases, y al ritmo que marcaban los
factores de atracción en Cuba y de expulsión en Canarias, se articuló una
emigración “temporal” con períodos de estancia muy desiguales, aunque
predominantemente entre los cuatro y los siete años, que poco a poco sedimentó
una colonia canaria en la isla antillana. Como el destino mayoritario eran los
ingenios y centrales azucareros, las salidas y los retornos se agolpaban al
inicio y al término de las zafras, esto es, en los meses otoñales y
primaverales, lo que a algún observador incauto le ha hecho hablar, sin reparar
en el hecho de que los que iban y venían no eran los mismos todos los años, de
una emigración “golondrina”.
Por debajo de la economía incidían otros factores
de diversa índole, los cuales hacen explicables las variantes geográficas y
sectoriales que resultan incomprensibles a la luz de la coyuntura económica. Tal
era el caso de los enganchadores que, como el agente de la Cuban American
Sugar Company, Arturo Roca Mandillo, instigaban a los indecisos a partir con
toda suerte de argucias. Otros mecanismos eran espontáneos, como la llamada
privación relativa, esto es, la mayor propensión a emigrar que surgía en los
lugares donde se habían introducido diferencias económicas recientes. Entre la
casuística restante, especial interés por generar un segmento diferenciado,
aunque muy minoritario, tuvieron las redes migratorias, esto es, los lazos
humanos tejidos entre los dos polos del flujo migratorio.
En algunos casos, el dinamizador del proceso fue
un individuo, caso de Federico Almeida Cauvin, uno de los escasísimos emigrados
que consiguió, en el último tercio del siglo XIX, hacer fortuna, el cual
impulsó una corriente inmigratoria familiar desde su tierra natal, el norte de
Gran Canaria, hacia los centrales que tenía en Santiago de Cuba. En otros
casos, como ocurriera en la llamada capital canaria de Cuba, Cabaiguán, las
redes migratorias eran plurales y atraían familias de lugares diversos del
archipiélago para cultivar tabaco. Estos colectivos de emigrados se
caracterizaban por contener un alto componente femenino, practicar una acusada
endogamia, estar menos integrados en el país de acogida y conservar en mayor
medida los patrones culturales propios.
El perfil del emigrante
Pero, como dijimos, la tipología mayoritaria del
isleño que emigró a Cuba fue la de un joven menor de veinte años, soltero y con
baja cualificación laboral, que recaló en los centrales e ingenios azucareros
de las zonas más inhóspitas de la isla. Junto a la motivación económica, la
partida al amparo de la ley antes del año del llamamiento a filas para eludir
el servicio militar fue el otro factor coadyuvante del proceso, por lo que las
altas cifras supuestas sobre la emigración clandestina por los autores que
equiparan los prófugos con las salidas ilegales del archipiélago carecen de
fundamento.
El segmento que optó por las repúblicas continentales
Junto al masivo contingente que se estableció en
Cuba, cifrado en un 80% del total, el 20% restante recaló, bien directamente o
por reemigración desde la isla antillana, en las otras repúblicas americanas.
Los rasgos dominantes del colectivo eran la procedencia de las áreas
urbanizadas del Archipiélago, el componente familiar, el nivel de cualificación
más alto y la mayor propensión a hacer definitiva la expatriación. En los años
veinte, estos destinos habían alcanzado la pujanza suficiente como para hacer florecer
sendas asociaciones canarias en Buenos Aires y Montevideo.
La cuantificación del éxodo
El apogeo de la emigración aconteció en la I Guerra Mundial y la
posguerra, cuando la altísima cotización del azúcar en Cuba coincidió con una
espantosa crisis en Canarias, lo que se tradujo en un número de salidas,
contando las clandestinas, superior a las 40.000. Fue en aquella coyuntura
cuando, a consecuencia de un temporal y las penurias de la navegación de la
época, naufragó el ‘Valbanera’ en aguas próximas a La Habana con varios
centenares de canarios a bordo. Por entonces, casi unas tres cuartas partes de
los jóvenes isleños comprendidos entre los 15 y los 20 años estaban emigrados
en Cuba.
La afluencia a la isla antillana se paró en seco
tras el hundimiento del sector azucarero en 1920, lo que unido a la paulatina
recuperación de la economía canaria hizo que a partir de entonces los retornos
predominaran, salvo en 1924, sobre las salidas. El punto final llegó en el
otoño de 1932, cuando entró en vigor la exigencia de un depósito en metálico
para poder entrar al país que, a la postre, cercenó los últimos coletazos de la
secular afluencia. En total, entre 1898 y 1932, se produjeron unas 70.000
salidas de Canarias hacia Cuba, lo que, a la vista de los 458.000 escasos
habitantes que tenía el Archipiélago en 1920, magnifica el volumen del trasiego
de población.
Las consecuencias de la emigración
A la hora de hacer un balance de los hechos
estudiados, debemos tener presente que los ahorros más cuantiosos, los conseguidos
durante la Danza
de los millones, se esfumaron tras del desmoronamiento del sector azucarero en
1920 y la subsiguiente moratoria bancaria. El beneficio para el Archipiélago,
pues, se redujo a un goteo atomizado de circulante que, en el mejor de los casos,
consolidó la pequeña propiedad agraria. Y ello, a un costo humano y afectivo
descomunal. Por otra parte, la minoría isleña que consiguió montar un negocio
en Cuba aguantó el temporal mientras pudo aglutinada en torno a la Asociación Canaria.
Esta burguesía afrontó la crisis con la esperanza de que la situación cambiara
algún día para poder enajenar sus propiedades a precios razonables, por lo que
quedó atrapada allende los mares, donde, años más tarde, asistió a la
revolución castrista y, luego, readaptó su quehacer a un entorno social
antagónico al que le había instado a emigrar.
Porque el gran beneficiado de la emigración canaria a Cuba no fue otro que
el capital norteamericano invertido en el sector azucarero, a cuyo redil fueron
a parar, a través de los circuitos del capitalismo, las plusvalías generadas
por los esforzados isleños.
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