Alrededor de los cuarenta años, los/las
palmeros/as iban preparando la mortaja, aunque la muerte les llegara muchísimos
años después. Para este menester, se destinaba una caja de tea que sólo podía
abrir el interesado/a. "El contenido de una caja de mortaja de una mujer
que murió en 1949, a los 82 años, era el siguiente: un justillo blanco
(sujetador), camisón, alforjas y tiras bordadas, enaguas, falda y blusas
negras, sobretodo, zapatos de charol sin estrenar y dos piezas de cinta de
algodón para ser ligados", comenta. Además, "la caja de tea también
guardaba los útiles para el "altar del Señor": paños, crucifijos,
candelabros y un medio almud".
La "doble sepultura" es otra expresión
que ya no se usa en los rituales mortuorios. "Una persona podía pedir en
vida ser enterrado en doble profundidad en las tumbas de tierra para ocultar
una vida tortuosa o porque no quería saber nada más del mundo terrenal",
apunta.
La primera señal de muerte era "oír por la
noche latir (llorar) a un perro". Antes de amortajar al difunto/a,
"se le lavaba con agua tibia para que no se enfriara, aunque pienso que
más bien sería para evitar que la persona que amortajaba entrara en contacto
con el frío de la muerte", dice. El cadáver, "se ligaba con tres
cintas blancas, de dos dedos de ancho: una sujetaba la barbilla con la cabeza,
otra ligaba fuertemente el brazo derecho y, la tercera, el muslo
izquierdo". Ésto se hacía para evitar que el/la difunto/a defecara.
También era costumbre obtener unas fotografías
del/a difunto/a, quizás con el ansia de obtener un último recuerdo.
"Antaño era el último esfuerzo económico que humildes familias podían
hacer por su ser querido".
Sorprendentes son algunas técnicas para ayudar en
la agonía y en el tránsito a la muerte: "Para ayudar a descansar a la
persona moribunda se la viraba para el lado derecho y fallecía al
momento"; en otros casos, "se le ponía un huevo frito sobre el
ombligo y cuando el/la moribundo/a se estaba enfriando, el calorcito del huevo
le ayudaba a terminar de morir", aunque otras personas de las que
Hernández obtuvo información al respecto, apuntan "que el huevo frito era
para que el alma se desprendiese del cuerpo". Parece ser que esta
asombrosa costumbre se utilizó al menos hasta los años 50 del siglo XX.
En cuanto a la mujer, "la viuda no se volvía
a cortar el pelo y se vestía totalmente de negro por el resto de sus días. Las
féminas perdían su vida social e incluso se veía mal que se rieran en
público". El refranero decía que "a la muerte del marido, la mujer se
enterraba en vida". No es de extrañar esta tradición de marcado carácter
machista en España, ya Federico García Lorca nos acercó, allá por 1936, a estas
tradiciones castrantes para la vida y los derechos de la mujer en su célebre obra
"La casa de Bernarda Alba". La duración del luto dependía del
parentesco con el difunto: viuda, el resto de su vida; padre y suegro, tres
años; abuelos, un año; tíos carnales, seis meses, y tíos políticos, tres meses.
Para el hombre el tiempo de luto era diferente,
"en los primeros días, llevaba riguroso traje negro, o al menos, corbata y
calcetines negros. El distintivo más llamativo era el sombrero de paño con una
cinta negra de raso. Cuando un viudo se disponía a buscar una segunda esposa,
al salir a la calle se subía un ala de la montera, enseñando el forro; era el
indicador de que ya había aliviado la pena por la muerte de su mujer".
El fallecimiento de un/a niño/a no exigía luto,
pues llevarlo se consideraba pecado. Tal vez por la asociación con la
inocencia, con la visión de la "muerte niña" y/o la posible
conversión en "angelitos"; claro que ésto último es suposición mía.
(V H.) (Publicado por Maria Gómez Díaz)
(V H.) (Publicado por Maria Gómez Díaz)
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