(Cuentos tinerfeños)
JOSÉ GALÁN HERNÁNDEZ
Edición, transcripción y reseña biográfica: Octavio
Rodríguez Delgado
blog.octaviordelgado.es
(1928)
Para GACETA DE TENERIFE
La guagua, atestada de pasajeros, atravesaba cansina y
rugiente, como un monstruo achacoso, la carretera del Sur.
Parecía que no iban a terminarse
las absurdas vueltas y revueltas del trayecto Fasnia-Güimar.
Los viajeros,
unos desesperados y
otros provistos de
estoica resignación, observaban las continuas paradas del vehículo al
dejar y recoger campesinos, los que con su conocida cachaza ponían los nervios
en tensión, al discutir el precio del pasaje con los empleados, tratar de
introducir en el coche sacos de patatas, cestos de huevos, garrafones de vino,
y entablar conversaciones inútiles, con una pérdida de tiempo precioso y un
atentado contra nuestra paciencia.
Al salir de Fasnia encontramos a
una mujer que, a un lado de la carretera, parecía esperar a la guagua. Pero
como no era parada reglamentaria ni hizo seña alguna, seguimos; mas, así que
pasamos de su altura, empezó a hacer aspavientos y a dar gritos de que
parásemos.
Un frenazo que casi nos saca de
narices, protestas, maldiciones, del chófer y la mujer que se acerca.
–¿Esta guagua es la que sale de
Arico a la una?
–Sí, a la una... –contestó de mal
talante el cobrador–. ¡Pero, suba de una vez!...
–¿Y pa que voy a subir? Era pa
preguntarles si ha llovío en Arico, pues una hermana mía tiene un cantero de
tomates y...
No sabemos lo que continuó diciendo
la mujer; pues la guagua arrancó tan violentamente corno había parado, entre
una frase insultante, justificadísima, del chófer; las protestas de casi todo
el pasaje y las carcajadas de alguno de buen humor.
La buena mujer ¿había obrado
inocentemente, de buena fe, o nos había tomado el pelo?
Llegamos al Escobonal; allí
esperaba a la guagua un solo pasajero. Era un viejo típicamente tinerfeño; uno
de nuestros viejos campesinos, de recia musculatura, colorado como una moza, de
patillas blancas a lo Francisco José, y jovial y dicharachero como él solo.
Estaba provisto de sus
inseparables palo y manta y a su lado, un costal de patatas, una cesta con
huevos y un fardo con ropas.
–¿Va hoy a Santa Cruz, Cho Juan?
–le interrogó el conductor.
–Sí, señor... Voy a jacerle una
vesita a don Antonio el abogao, que ansina se los coma el perrete a toos, pos
en cuanto hay un quita pa allá esas pajas, por mor de un fisco de tierra, entre
dos vecinos, ya están ellos sacando leyes y armando trapisondas pa quedarse con
lo de uno y otro... A mí, nada más que por cortar los gajos de una jiguera que
colgaban encimba de un cantero de Antonio el Rosquete, me han sacao más de cien
pesos; y eso sin contar los regalos...
–Tiene usted
razón. Cho Juan...
Pero monte en seguida que
nos vamos...
–¡Recontra!... Asperen un momento
que va a dir conmigo mi cuñao
Pedro, que ya está al caer!...
–Pues que caiga cuando quiera...
–intervino, medio burlón, el inspector de la guagua–. Pero nosotros no podemos
aguardar más... Vamos con diez minutos de retraso...
–¡Aimería, don Jacinto!...
¡Siempre está usté con el reló en la mano!...
¡Siempre tiene priesa!...
–Bueno, Cho
Juan, ¿se monta
o se queda?
–dijo el chófer, desenfrenando y dando marcha al
coche.
–Pos me voy... ¡Qué demonio! ¡Mi
cuñao dirá a la tarde!... Y el viejo se metió en la guagua refunfuñando.
El coche partió y Cho Juan,
mientras cargaba la cachimba, empezó a charlar con nosotros, haciendo los
siguientes comentarios:
–La verdá que hoy el mundo va de
priesa... ansina se acaba la vida más pronto... Antes, con los carros y los
coches de caballos, se llegaba más tarde...
¡pero no se quedaba naide en el
camino!... ¡Y se pasaba más contento!... Me acuerdo que salíamos a la madrugada
del Escobonal, y parábamos en toas las ventas
y naiden nos
daba priesa... Y
cuando llegábamos a
Santa Cruz, díbamos toos con una
jumasera... ¡Muchas veces llevábamos una guitarra y el que no cantaba un cantar
emprovisao en el intre, tenía que pagar la mañana a toos los que díbamos en el
carro!... ¡Güenos ratos se pasaban!... ¡Pero hoy, ni paran pa beber sino en
Barranco Jondo, que le maman a unos los ojos, ni dejan cantar!... ¡Pos ni
siquiera escupir en el suelo!... ¡Como que el que fume por cachimba y tenga que
escupir mucho como yo, o se le retuerce el cogote de tanto golverse pa la
carretera, o llega a Santa Cruz con la barrija jarta de saliva... ¡Fuertes
machangadas!...
La charla del viejo, sus
ocurrencias y comentarios, hicieron bien pronto que reinara una franca alegría
en la guagua. Ya nadie se acordaba de
las molestias del viaje, y los nervios, perdiendo su tensión, se normalizaban.
Cho Juan continuó:
–Hoy, los artomóviles han cambiao
las cosas... Corriendo como demonios y dando hurridos y tocando las pitas,
escachan al primero que se escuida o se estrallan en un barranco con tos los
que van drento... ¡La priesa, la priesa ha estropiao al mundo!...
¡Miá que siempre no se llega
antes por correr mucho!...
Llegamos a la entrada de Güimar.
Al pasar por un callejón que desemboca en la carretera, un camión cargado de
tomates, que bajaba, se precipitó inevitablemente sobre
la parte delantera de la guagua.
Al encontronazo salimos todos
despedidos de los asientos dándonos las correspondientes morradas.
Cho Juan fué lanzado como un
ariete contra un vendedor ambulante árabe, estampándole la cachimba en las
narices.
El ambulante empezó a decir no
sabemos qué, en su endiablada lengua, mientras con el pañuelo se restañaba la
sangre, que abundantemente brotaba de su aporreado apéndice nasal.
–¡Que estará diciendo ese animal!
–gritó indignado Cho Juan–. Cuando menos me está nombrando a mi familia... ¡Pos
que se jeringue, que yo no he tenío la culpa... ¡Yo también casi me ajogo con
el caño de la cachimba, que se metió por el gaznate abajo!...
Mientras, en la
carretera discutían a
gritos los dos chóferes de los
vehículos chocantes.
Mutuamente se echaban la culpa de
lo sucedido... Que si yo iba por la derecha; que si tu no tocaste la bocina…
Total, que las averías habían
sido de poca importancia (salvo el parecer de las narices del árabe), un
apabullamiento de guardafangos, rotura de un faro del camión y el reventón de
la cámara de una rueda delantera do la guagua.
La consecuencia más desagradable
para los viajeros era tener que esperar al cambio de neumático.
Y mientras todos observábamos el
trabajo de los empleados de la
Exclusiva, que habían extraído la rueda averiada, se alzó
profética, recriminante, la voz de Cho Juan:
–¡Pa que vean que es verdá lo que
yo digo!... Cho Juan es medio brujo y medio sabio, según dicen en mi pueblo...
¡La priesa, la priesa!... Si hubieran esperao por mi cuñao Pedro, cuando la
guagua cruzara por el callejón, ya el camión hubiá pasao!...
J. GALÁN HERNÁNDEZ
Fasnia (Tenerife), Noviembre de
1928.
No hay comentarios:
Publicar un comentario