UNA HISTORIA
RESUMIDA DE CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1911-1920
CAPITULO-XLI
Eduardo Pedro
García Rodríguez
1919 octubre 30.
Leyenda canaria-La Montaña Roja1
(Trabajo dedicado
al notable músico «Rodressky», leído en la noche de su
beneficio por su autor don Romualdo García de Paredes.)
Sobre Granadilla, ascendiendo
suavemente desde la playa, con el mar como base, se eleva en figura de cono
truncado por un cráter volcánico la extraña Montaña Roja, de curiosa leyenda.
De la mitad superior hasta el
cráter, la tierra de aquel cono de lava es roja, muy roja. Un carmín vivísimo
tiñe su superfície, una extraña púrpura entinta sus rápidas vertientes.
Cuando el sol de la mañana la
alumbra dijérase que un influjo volcánico la enrojeció de fuego; cuando el sol
del medio día la ilumina, creyérase que un gigante rubí
muestra sus reflejos
purpúreos; cuando, al
atardecer, se tiende cansado
sobro la montaña, pensárase que un coágulo de sangre se eleva sobre la mar
inmensa.
Y dice la leyenda guanche... !
Vaguá era el guanche más valiente
que habitaba en Tinerfe. Nausú era el más sentimental: un poeta que no sabía de
estrofas, ni de versos. Un adivino del amor. Ivna era la hembra grosera, sin delicadezas
ni dulzuras. La mujer sin belleza espiritual ni física, incapaz de inspirar
pasiones a los hombres.
Vivían juntos, eran hermanos.
Y fue una tarde de otoño, cuando
el viento comenzó a zumbar lúgubremente, cuando la lluvia cayó a torrentes y los
profundos barrancos de Nivaria corrieron copiosos y arrastraron con sus aguas
el ganado, las plantas y los hombres...
El mar se encrespó. Sobre las
escarpadas costas batieron las olas con violencia y sobre el negro roquedal de
la playa el agua produjo un ruido seco, como una explosión satánica.
Los guanches refugiáronse en sus
cuevas y postrados de hinojos, besaron la tierra, implorando la protección del
cielo, la misericordia de Dios...
Ivna, Nausú y Vaguá, abrazados en
la miserable covacha, musitaban sur
salvajes oraciones,
trémulos de terror
ante la hecatombe
que se avecinaba. Pedían clemencia al viejo Echeide,
al coloso volcán, que era su Dios.
Toda la noche vibró la voz
siniestra del huracán, que arrancaba de cuajo los grandes árboles seculares y
estremecía el suelo con sacudidas de titán.
Cuando las nubes se corrieron,
dejando un cielo azul, hermoso e inmaculado;
cuando las aguas
de los barrancos
decrecieron, cuando el mar
aplacó sus furias y como rendido de sus esfuerzos por destruir la tierra, quedó
en calma, casi sin mover la superficie de sus aguas, transparente y limpio,
como el cielo; cuando la naturaleza brindaba vida a los mortales y el sol lo
calentaba todo, comenzó otra tormenta, una tormenta trágica y sombría, entre dos
almas salvajes, entre dos
espíritus rudos, ciegos
de superstición y
de bárbaras creencias.
Una atrevida carabela cruzó
frente a Tinerfe, cuando el violento huracán arrasaba la tierra. La débil nave
se defendió de las inclemencias del temporal, pero el viento quebró sus palos,
el agua inundó su seno y un rayo quemó sus maderas y sumergióla en el fondo del
Atlántico...
Era la carabela Texis, a bordo de
la cual navegaba una princesa india y su enamorado señor, muy viejo, pero más
celoso que anciano; rico, pero más cruel que adinerado y poderoso.
Cuando la Texis se incendió el viejo
príncipe indio, que bien sujeto por dos de sus criados, contemplaba desde la
cubierta del buque el encrespado mar, mandó que lo soltaran y se internó en el
interior de la carabela, desapareciendo en la cámara donde la princesita de
cabellos rubios y de ojos verdes yacía sin sentido por efectos del horror y el
miedo a la muerte...
El príncipe volvió a cubierta, Llevaba entre sus brazos un
precioso cofre de ébano, en cuya rica madera se incrustaban variadas piedras
preciosas de mil colores. Cerrólo fuertemente y se arrojó al agua, siempre
abrazado a él.
Poco después de hundirse en el mar, se hundía, también, la Texis, dejando tras de si,
tan sólo una espesa nube de humo...
* * *
Vaguá, Nausú o Ivna, trepados
sobre una roca de la playa, contemplaban los restos del naufragio.
Ivna fué la primera que habló.
—Hermanos, mirad al fondo del
mar. ¿No veis que cosa más hermosa, cómo brilla?
—Es verdad— asintieron Nausú y
Vaguá mirando atentamente.
La superficie tranquila del mar
lo hacía transparente, y como a través de un fino cristal podían distinguirse
todos los objetos que se hallaban en el fondo.
Nausú se decidió.
—Yo iré— dijo.
—Detente, iré ye— objetó su
hermano.
Y Vaguá, él más diestro, se lanzó
al agua, sumergióse rápidamente y reapareció
pronto trayendo entre
sus brazos un
precioso cofre de
ébano incrustado de oro, plata y pedrerías...
Ya en la playa, se sentó en la
arena e intentó abrirlo con sus manazas de hierro; pero la tapa no cedía.
—Vaguá...
espera— gritaban sus
hermanos, mientras se
acercaban al tesoro hallado.
Cuando Nausú o Ivna llegaron cerca de Vaguá; ésta interrogó
ceñudo.
—¿Qué queréis?
—Eso, que es mío— respondió Ivna. —Lo he visto yo antes que
nadie, me pertenece.
—Es mío— objetó Vaguá. —He sido yo quien lo sacó del fondo.
—Es de todos— replicó el poeta. —Por que nadie nos lo ha
dado y los tres somos hermanos.
—Pues será mío siempre.
—Será mío.
—Será de quien le toque en suerte— propuso Nausú. —Acordaos
de la tormenta pasada. Acordaos que llamasteis mucho a Dios y que si Echeide
quisiera, otra mayor arrasaría la tierra. Hay que temerle, no seáis malos.
Sortead ese tesoro, para que tenga un amo, pero que sea de todos, que todos
podamos recrearnos en él....
Tres piedras de igual tamaño tomaron del suelo de la playa.
Con otra piedra afilada hicieron a cada una un signo diferente y después de
agitarlas un
instante, dejaron caer al suelo una de ellas.
Cayó la de Vaguá, suyo era e1 preciado tesoro.
La hermana no pudo contener su envidia, pero se resignó.
El poeta despreció el tesoro y se sonrió franca y
alegremente. Alrededor del afortunado agrupáronse ambos.
Con un trozo de palo hicieron palanca en la tapa de la
artística caja y esta
se abrió súbitamente.
Muchos amarillosos pergaminos cubrían su parte superior. Los
guanches posaron cuellos sus ojos e ignorantes de lo que dirían aquellos
signos, aquellas letras que en los papiros estaban escritas, los arrojaron al
viento. De pronto, un grito de sorpresa se escapó de todas las bocas.
La diestra de Vaguá aprisionaba entre sus dedos unos
hermosos cabellos rubios que nacían de una preciosa cabeza de mujer.
Era de la princesa india.
Estaba muy pálida, muy pálida, pero sonreía, parecía vivir.
Sus ojos estaban entornados y su cuello, tronchado por salvaje cuchillo, era
como el marfil, de una blancura deslumbrante.
Al percatarse Vaguá de lo que había tomado en su mano, hizo
ademán de arrojarlo al mar...
—Espera— le detuvo Nausú. —Esa cabeza debe ser enterrada en
el ataud que la trajo a estas playas, en su ataud... Dámelo, hermano.
El salvaje poeta, que nada sabía de estrofas, ni de versos,
había —¡extraña aberración!—
experimentado en su
alma la sacudida
de una absurda
e inverosímil pasión.
Pidió el cofre con la cabeza: el cofre no lo apetecía; no
quería la riqueza de la vida, aspiraba a la belleza de la muerta, mas temía
confesar su loco amor.
Pero cuando sus hermanos se lo negaron, entonces olvidó sus
temores y suplicó con ahínco la hermosa cabeza de la princesa india.
Ya no le importaba rebelarlo todo... ya no temía decirlo...
Lo diría.
—Dádmela, hermanos, Esa cabeza es mía, mía sola. Yo la
amo...
La hembra horrible, que no sabía de amores, sintió la
envidia nacer en su
alma. loco...
—No, Vaguá no se la des. Arrójala al mar... Está loco, ¿No
ves?... Está
—Dádmela, dádmela, por ese viejo Echeide... Mirad que os
amenaza.
Acordaos de la tormenta...
—No, loco. ¿No ves que es de una muerta? Teme a Dios, Eres
tú quien debes de temer al viejo Echeide...
Una nube cegó los ojos y la conciencia del poeta cuando vió
que su hermano, asiendo la cabeza de la princesa india por los cabellos, la
volteó en el aire, con idea de lanzarla al mar... La locura se apoderó de él y
saltando sobre Vaguá, con una enorme piedra en la mano, lo golpeó bárbaramente.
Vaguá cayó al suelo desplomado mientras Ivna huía horrorizada.
Nausú se inclinó a su hermano, le arrancó de las manos la
cabeza de la muerta princesa y encerrándola nuevamente en el cofre, corrió hacia
una cónica montaña que se elevaba desde la playa aquella.
En la misma cumbre depositó el
preciado tesoro. Bajó después jadeante a la playa, cargó a sus hombros el
cuerpo de Vaguá y volvió a la cumbre. Pero cuando el cuerpo de Vaguá descansó
en tierra, un chorro cálido de sangre salió de su cabeza destrozada, rodando,
como si fuera lava, por la cónica montaña. El cuerpo de Vaguá desapareció y un
cráter enorme se abrió en la cumbre por cuyo hueco brotaba sin cesar sangre que
teñía de rojo la tierra.
Nausú huyó
despavorido, siempre cargando
su tesoro. Llegó
hasta la playa. Pero la sangre,
tenaz, le perseguía.
Abrió el cofre, y asiendo entre
sus manos la cabeza de la princesa, la besó ansiosamente en la boca que
sonreía, mientras la ola encendida lo sepultaba lentamente.
. . . . . . . . . . . . .
Cuentan los magos del Sur que
cuando el mar está tranquilo y las aguas cristalinas, se distingue desde la cumbre
de la Montaña Roja,
un precioso cofre de ébano y
piedras preciosas en
cuyo seno descansa
una pálida cabeza
de mujer...
Santa Cruz de Tenerife 26 10 1919.
Romualdo G.ª de Paredes.
La Leyenda y el autor.
Una leyenda basada en un símbolo natural de la comarca de
Abona.
Como ya señalamos en una ocasión
anterior, en el primer tercio del siglo XX eran frecuentes las narraciones
trágicas situadas en parajes emblemáticos de la geografía tinerfeña, con un
paisaje poco alterado que podía trasladarnos fácilmente a la lejana época en la
que la isla estaba habitada por el pueblo guanche, como ocurrió con el Barranco
de Herques, la Montaña
Roja y el Barranco del Infierno.
La trama de la leyenda canaria “La Montaña Roja”,
publicada en 1919, discurre en la época guanche y en el conocido paraje de El Médano. De tintes dramáticos, en ella se
combinan temas atemporales como los celos, la ambición, la pasión incontrolada,
la envidia y la locura momentánea, con el impresionante paisaje de ese bello
enclave costero de Granadilla de Abona, con su espectacular cono volcánico de
picón, enrojecido por la oxidación y el paso del tiempo, un auténtico símbolo
natural de la Comarca
de Abona. De este modo, apoyándose en la leyenda que le contaron los “magos del
Sur”, el autor trata de explicar el curioso color de la montaña que se eleva
sobre la playa, al borde del mar, mezclando su origen volcánico con una
motivación fantástica, asociada a un doble asesinato.
Don Romualdo se inventa los
nombres de los tres hermanos protagonistas: el valiente Vaguá, el sentimental
Nausú y la grosera Ivna, tan poco agraciada. La trama se inicia con una
tormenta de agua y viento, que provoca el temor supersticioso de los guanches y
el naufragio de un barco; con motivo de éste, se produce un asesinato en la
propia embarcación que a la postre afectaría a los tres hermanos guanches que
contemplaban su hundimiento, pues la aparición de un cofre procedente de éste,
con una triste sorpresa en su interior, haría aflorar en dichos hermanos una
serie de sentimientos intensos e incontrolables, que desembocarían en el
asesinato de Vaguá a manos se Nausú, su propio hermano.
Esta leyenda fue leída por su
autor en el “Parque Recreativo” de la capital tinerfeña, en un espectáculo
cinematográfico, musical y poético celebrado el lunes 27 de octubre de 1919, en
el que se proyectó la película “Fuego de cenizas” e intervinieron el afamado
músico Rodressky (a quien se dedicó la leyenda que nos ocupa) y el concertista
de guitarra don Carmelo Cabral; en el mismo, “El distinguido joven don Romualdo
García de Paredes leerá un trabajo literario del que es autor”, aclarándose más
adelante, que la primera parte del espectáculo finalizaría con “«La Montaña roja», leyenda
canaria, leída por su autor don Romualdo García de Paredes”2. Ese mismo día, la
celebración de dicho festival también fue anunciada en El Progreso.
Tres días después, el 30 de
octubre, esta leyenda fue publicada en Gaceta de Tenerife; y el 26 de noviembre
inmediato fue reproducida en el prestigioso periódico Las Canarias de Madrid,
de lo que se hizo eco El Progreso el 23 de diciembre de dicho año, bajo el
titular “Distinción merecida”: “El importante periódico ‘Las Canarias’, de
Madrid, en su edición del día 26 de Noviembre último, reproduce, en lugar
preferente, la preciosa leyenda guanche, original de nuestro ilustrado
colaborador y querido amigo don Romualdo García de Paredes, titulada ‘La Montaña Roja’, ya
publicada en un periódico local. / Felicitamos a su autor por tan merecida
distinción”3.
El autor don Romualdo
Garcia de Paredes y (1896-1930), periodista, escritor y cineasta.
El autor del cuento nació en
Santa Cruz de Tenerife el 17 de marzo de 1896, siendo hijo de
don Ginés (García)
de Paredes y
Chacón, capitán de
Navío de la Armada y comandante militar de Marina de la
provincia, natural de El Ferrol (La
Coruña), y de doña María del Rosario Mandillo y Tejera
(1875-1957), que lo era de la capital tinerfeña; se le puso por nombre
“Romualdo Modesto”.
Su padre era viudo de doña Leonor
Muñoz y Rossi (fallecida en La
Habana) e hijo de don Calixto de Paredes y Lardín, natural de
Cartagena, y de doña María de las Mercedes Chacón y Maldonado, que lo era de
Cádiz. En cuanto a su madre, era hija de don Romualdo Mandillo y Benvenuty
(1842-1890), natural de Santa Cruz de Tenerife4, y de doña Josefa Tejera y
Delgado-Trinidad (1847-1917), nacida en el caserío de Aguerche, en el pago de
El Escobonal (Güímar)5; ésta
era hermana de
don Esteban Mandillo
Tejera (1877-1923),
Romualdo firmaba inicialmente con
el apellido “de Paredes”, pero a partir de 1919 y hasta su muerte usó el
“García de Paredes”. Estudió en la Escuela Superior de Comercio de la capital
tinerfeña, entre 1908 y 1910. En 1912 salvó de morir ahogado en el mar al joven
don José Clavijo Torres, hijo del Dr. don Rafael Clavijo. No obstante, siempre
estuvo delicado de salud, pues estuvo enfermo en numerosas ocasiones (en 1913,
1914, 1916, 1917, 1918 y 1920), pero en todas ellas se recuperó
satisfactoriamente. En ese mismo año participó como remero en las regatas de
canoas que celebró el Real Club Tinerfeño. Luego trabajó en la prensa, siendo
muy apreciado por su jovialidad.
En su juventud tuvo una activa
vida social, pues en 1914 fue elegido vice-bibliotecario del Ateneo Tinerfeño
de Santa Cruz de Tenerife. Luego ocupó diversos cargos en su junta directiva
del Real Club Tinerfeño: vocal en 1919, vicesecretario en 1921 y secretario en
1922-1923. Además, en 1922 fue secretario de la Comisión organizadora de
las Fiestas de Mayo de Santa Cruz de Tenerife y en 1924 ejerció como secretario
del Automóvil Club de Tenerife.
Dedicado al periodismo, en 1917
formaba parte de la redacción de El Imparcial, donde se firmaba como “R.
Walls”. En 1918 fue incluido en un álbum de caricaturas del dibujante Manuel de
la Barrera. En
1919 leyó un cuento en la velada artística celebrada en el “Salón Frégoli”, una
leyenda en la que tuvo lugar en el “Parque Recreativo” y un trabajo literario
en la celebrada en la sociedad “Fomento del Cabo”. Desde ese mismo año formó
parte de la redacción del diario católico Gaceta de Tenerife, en el que publicó
numerosos cuentos y artículos literarios. Por entonces ya colaboraba en El
Progreso.
Desde muy joven poseía aficiones
literarias, que le llevaron a publicar en 1911, en el periódico La Opinión, un soneto
dedicado “A Cristo”, y más adelante vieron la luz en los periódicos locales
diversos trabajos literarios suyos. Así, frutos de su pluma, ágil y amena,
fueron también varios cuentos y leyendas, que vieron la luz en 1919 en el
diario Gaceta de Tenerife, la mayoría en la sección “Cuento del domingo”, como
las leyendas guanches“El Barranco de Herques” y “La Montaña Roja”, y los
cuentos “El dueño y señor de muchas tierras”, “Amor de idiota” y “La maldición
de Lucrecia. También publicó en el mismo periódico varios artículos literarios,
como “La Religión
y la Mujer”, “La Reliquia”, “El Valor y el
Miedo” e “Hipocresía”. Por entonces mantuvo una estrecha amistad con los
escritores don José Oliva Blardony y don Atilano Santos, quienes le dedicaron
en ese mismo año 1919 sus cuentos “El
amor de Alfonso
Cid” y “El
triunfo de la
modestia”, respectivamente, publicados también en el citado periódico.
En 1923, su novela corta de costumbres canarias “En la cumbre”, fue premiada en
un concurso convocado por La
Prensa, periódico que la publicó en capítulos, aunque al año
siguiente fue editada en la imprenta del Sr. Romero: “La obra ha sido impresa
esmeradamente, ilustrándola varios dibujos de Guezala y prologándola
don Aurelio Ballester y Pérez”6.
El domingo 31 de octubre de 1921,
a los 25 años de edad, don Romualdo contrajo matrimonio en la parroquia de
Ntra. Sra. de la Concepción
de Santa Cruz de Tenerife con doña Hortensia Ferrer Piñeiro, siendo apadrinados
por la madre del novio, ya viuda, y el tío de la novia, don Jesús Ferrer,
teniente coronel de Estado Mayor y ayudante de campo del capitán general del
Distrito; pasaron la luna de miel en La Orotava. (1836-1913), coronel de la Guardia Civil, héroe
de la Guerra
de Cuba y subinspector de varios Tercios. La familia Delgado-Trinidad tenía
varias casas y extensas propiedades en Güímar, El Escobonal (Aguerche y Cano) y
Fasnia.
En cuanto a su actividad
comercial, de 1921 a 1923 fue representante exclusivo para Canarias de pianolas
de marcas europeas y rollos de música para toda clase de pianos, sobre todo de
casas inglesas y alemanas; además, vendía automóviles baratos de marcas
alemanas y diversos artículos americanos; tenía su domicilio comercial en la Rambla de Pulido nº 32 de
la capital tinerfeña. En 1924 figuraba como agente exclusivo para la venta de
champagne y sidra en las Fiestas de Mayo. Como curiosidad, en 1923 resultó
herido leve en un accidente de tráfico y en 1927 era propietario-conductor de
un auto, con matrícula TF-1.134.
También fue un entusiasta del
arte cinematográfico, por lo que en 1925 creó, junto al cineasta cubano don
José González Rivero, la primera empresa productora de cine de las islas,
“Rivero Film”. Al año siguiente tuvo un protagonismo fundamental, como director
artístico y escénico, así como primer actor (encarnando al detective canario
Tom Carter), en el primer largometraje realizado en Tenerife, “El ladrón de los
guantes blancos”, película rodada en 1926 por el citado operador González
Rivero, director técnico de la misma, y en el que también tuvo un corto papel
doña Hortensia Ferrer. En ese mismo año, García de Paredes y don Eduardo Díez
del Corral comenzaron a dirigir una nueva película, “El negro”, con guión del
segundo, pero González Rivero sólo consiguió rodar un fragmento de la misma,
quedando inacabada.
Don Romualdo García de Paredes. A
la derecha dirigiendo la película “El ladrón de los guantes blancos”, mientras
rodaba don José González Rivero [Foto de la Filmoteca Canaria].
Víctima de una penosa enfermedad,
don Romualdo García de Paredes y Mandillo marchó a Madrid para atender su
salud, pero nada se pudo hacer; falleció en Ciempozuelos (Madrid) en abril de
1930, en plena juventud, pues contaba solamente 34 años de edad. Le
sobrevivieron su madre, su esposa y su hija.
Su esposa, doña Hortensia Ferrer
Piñeiro, fue una conocida actriz de teatro en los años treinta; en los años
cincuenta y sesenta colaboró con la revista literaria femenina Mujeres en la Isla y con la sección de
teatro de Radio Juventud de Canarias; y en 1987 se le concedió el diploma de
Socio de Mérito del Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, como
colaboradora de la sección de teatro. Murió en la capital tinerfeña el 26 de
febrero de 1992, a los 93 años de edad.
En el momento de su muerte, doña
Hortensia continuaba viuda de Romualdo García de Paredes, con quien había
procreado una única hija, doña María Soledad García de Paredes y Ferrer (1922-)
que también se inició en el teatro y contrajo matrimonio en 1938 con el alférez
de Infantería don Rafael Claverie Santos-Ecay (que falleció en Venezuela en
1951, a los 34 años de edad, en accidente de automóvil), con quien procreó a
don Rafael Claverie y García de Paredes (que ha sido director territorial de
Salud en Santa Cruz de Tenerife); una vez viuda, celebró segundas nupcias con
don Miguel Duarte Olivares, teniente coronel de Aviación, con quien no tuvo
sucesión.
[Octavio Rodríguez Delgado].
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
RODRÍGUEZ HAGE, T. (2005). José González Rivero. En:
González Jerez, A. (dir.), Perfiles de
Canarias 7, págs: 34-38. Ediciones Idea.
PERIÓDICOS: ABC, Aire Libre, Amanecer, Diario de Avisos, El
Día, El Imparcial, El Progreso, Falange, Gaceta de Tenerife, La Opinión de Tenerife.
Buscador “Jable”, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
[Buscador “Jable” de Universidad de Las Palmas de Gran
Canaria]. [Buscador “Prensa histórica” de la Universidad de La Laguna].
Notas.
1 Romualdo GARCÍA DE PAREDES.
“Leyenda canaria. La
Montaña Roja”. Gaceta de Tenerife, jueves 30 de octubre de
1919, pág. 1. [Buscador “Jable” de la Universidad de Las Palmas y buscador de “Prensa
histórica” de la
Universidad de La
Laguna].
2 “Espectáculos. Parque
Recreativo”. La Prensa,
lunes 27 de octubre de 1919, pág. 2.
3 “Noticias. Distinción
merecida”. El Progreso, martes 23 de diciembre de 1919, pág. 2.
4
Don Romualdo Mandillo y Benvenuty (1842-1890) era hijo de don Esteban
Mandillo y Martinón, cónsul general de España en Méjico, caballero de las
Órdenes de Carlos III e Isabel la
Católica y oficial de la Imperial de Ntra. Sra. de Guadalupe, y de doña
Catalina Benvenuty y Pówer, ambos naturales de dicha villa, aunque ella oriunda
por su padre de Cádiz.
5
Doña Josefa Tejera y Delgado-Trinidad (1847-1917), nacida como hemos
dicho en Aguerche (El Escobonal), junto al Barranco de Herques, era hija de don
Vicente Tejera Castro (1816-1876), natural de Santa Cruz de Tenerife, capitán
de la Milicia
Nacional local, perito repartidor de contribuciones, alcalde
pedáneo de El Escobonal y juez de paz suplente de Güímar, y de doña Juana
Delgado Trinidad (1814-1887), miembro de una ilustre familia de Güímar,
descendiente de los menceyes de Adeje. Tuvo cuatro hermanos, nacidos todos en
Aguerche (El Escobonal): doña María Antonia Luisa del Sacramento (1848-?), que
casó con el teniente coronel de Infantería don Federico Úcar y Reverón, con
descendencia; doña Efigenia Teresa (1851-1934), que casó con don Rogelio Ojeda
Bethencourt, Bachiller, sargento de Infantería, rematador de carreteras,
presidente de la
Sociedad Cultural “El Porvenir” de El Escobonal, juez
municipal suplente y teniente de alcalde de Güímar, sin sucesión; don Luis
(1852-?), que murió en América; y don Domingo Tejera y Delgado (1855-?), que
emigró a Cuba, donde fue comerciante y cajero de la “Nueva Fábrica de Hielo”,
así como propietario de un molino de gofio, con descendencia. Era nieta paterna
de don Luis Francisco Tejera Rodríguez (1781-?), natural de Güímar y cabo 2º de
Granaderos Provinciales, y de doña Josefa de Castro Perdigón, natural de la
capital y oriunda de la Villa
de La Orotava. Nieta
materna de don Francisco Delgado Trinidad y de la Rosa (1774-1817), capellán,
mayordomo y hermano mayor del Carmen, capitán de Milicias, gobernador de armas,
alcalde y apoderado de Güímar, colonizador del caserío de Aguerche y fundador
de El Tablado, y de su sobrina doña María Antonia Delgado Trinidad y Lugo –ésta
hija de don José Delgado Trinidad y de la Rosa (1753-1814), subteniente de Cazadores y
alcalde de Güímar, y hermana de don José Domingo Delgado Trinidad y Lugo
(1791-1863), capitán de Milicias, alcalde de Güímar y diputado provincial–.
Bisnieta de don José Delgado Trinidad y Díaz (1717-1789), capitán de Milicias,
alcalde de Güímar, primer mayordomo de la ermita de San José de El Escobonal y
fundador de la de Ntra. Sra. de Belén, y doña Antonia María de la Encarnación y Arrosa.
Tataranieta de don Juan Delgado Trinidad (1668-1739), alférez de Milicias y
mayordomo de la fábrica parroquial de San Pedro de Güímar, y doña Anastasia
Díaz; etc. Sobrina-prima de don Juan Moriarty y Delgado (1800-1881), brigadier
de Caballería, jefe del Regente Espartero y diputado a Cortes; y prima hermana
de don Fabio Hernández y Delgado
Bachiller, presidente del Casino
y alcalde de Santa Cruz de Tenerife, y de don Juan Vicente Mandillo Tejera
(1879-1951), procurador de Tribunales, consejero del Cabildo y destacado masón.
6 “Noticias”. El Progreso, sábado
27 de septiembre de 1924, pág. 2; “Pubicaciones. En la cumbre”. La Prensa, 30 de septiembre de
1924, pág. 2.
1919
diciembre 24.
Dentro del programa del establecimiento de
grandes rutas entre Europa, Africa y América del Sur llega a Las Palmas el
aviador francés Henry Lefranc pilotando un hidroavión CL-400. El vuelo
procedente de Tolon efectuó escalas en Rosas (Gerona), Valencia, Almeria,
Málaga (España), Kenitra y Agadir (Marruecos) utilizo el Puerto de La Luz (Gran Canaria) para su
amerizaje, haciéndolo junto al cañonero español Recalde permaneciendo varios
días en varadero para efectuar reparaciones de ligeras averías.
Durante su estancia en Las Palmas de Gran
Canaria Monsieur Lefranc y a petición del director de la Escuela Industrial
Dr. Mascareñas pronuncio unas conferencias sobre el tema “Las Características
del hidroavión, descripción esquemática del mecanismo de vuelo, del arranque,
del aterrizaje y del amerizaje. Finalidad de su misión y rutas de su viaje”. A
primeros de 1920 Lefranc partió de Las palmas rumbo a Rió de Oro, Port Etienne
y Dakar con motivo de estudiar las mejores rutas para llegar a las colonias
francesas en África, pocos días después, El Tribuno, periódico que se editaba
en Las Palmas dio la noticia del accidente sufrido por el piloto galo y
como consecuencia de mismo perdió ambas piernas. (Historia de la aviación en
Canarias)
1920. Nace en Arucas, Tamaránt (Gran
Canaria). Cipriano Acosta. Vive durante unos años en Asturias (España) y
regresa definitivamente a su isla natal en 1972. Colaborador habitual de la
prensa y las publicaciones culturales locales. Recibe menciones en distintos
certámenes poéticos de las Islas y de la metrópoli, como el Ausiàs March
(1975). Fallece en la ciudad de Winiwuada (Las Palmas) en 2003. obra: Otra
vez Hamlet (1966), poesía. Esta sedienta voz (1976), poesía Un
hombre va por el camino (1981), poesía. Aires sin sombra (1985),
poesía. Cierto sabor a vino y a ceniza (1989), poesía. Intacta luz de
sombra (1991), poesía.
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