UNA HISTORIA
RESUMIDA DE CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1911-1920
CAPITULO-XXXIII
Eduardo Pedro García
Rodríguez
1917. Aunque el lugar selecto de la
sociedad criolla y colonial, establecida en Añazu n Chinech (Santa Cruz de
Tenerife), para los baños de mar de entonces, era el Club Náutico, las familias
en que no había ningún socio del Club se acogían a los "Baños de
Ruiz". Y, a veces, en su defecto, a la playa del mismo nombre. En ellas se
desnudaban y vestían, al abrigo somero de sábanas y toallas. Las damas y
señoritas más pudibundas iban por la noche. Los trajes de baño, con blusita y
pantalón, se adornaban con cuellos marineros. Las que no los tenían, se bañaban
envueltas en amplios camisones. Sin embargo siempre había curiosos, de
imaginación calenturienta, que acudían muchas noches a agazaparse detrás de los
muros del muelle, en ocasiones armados de gemelos, para tratar de ver algo.
Todo inútil. Tenían que conformarse con los grititos que daban las niñas y las
no menos niñas, al llegarles el agua a la piel, a través de tanta tela,
imaginándose lo demás. Había una gradación de pruebas para los bañistas, con
pretensión de nadadores, de la playa de Ruiz. El tope inicial era alcanzar los
"primeros platillos" de que he hablado antes. El siguiente, los
segundos platillos. La hazaña máxima era trepar por las cadenas del
"Laya", el cañonero español que estuvo muchos años de apostadero en
el puerto de Añazu (Santa Cruz). También se registraba como prueba meritoria,
llegar hasta las gabarras, alineadas en fila, formando un cordón. Eran éstas
las grandes barcazas que se utilizaban para suministrar carbón a los buques
anclados en la bahía.
Los buques
entonces se movían con máquinas de vapor, alimentadas por medio de calderas de
carbón. Y la gente podía bañarse en la playa del litoral. Y muchos hombres iban
por las noches a "rastrillar" el carbón que caía de las gabarras. Y a
coger camarones, que se criaban en gran cantidad en los sillares del muelle. No
había petróleo que los matara y ensuciara todo. Bien es verdad que tampoco
había automóviles. Ni cómodas cocinas de gas butano.
1917. A
comienzos de año se produjeron dos hechos que abrieron la tercera fase del
bloqueo aliado: en febrero se inició la guerra submarina a ultranza por parte
de Alemania: en abril los Estados Unidos entraban en la contienda y lo hacían
contra las potencias centrales y su guerra submarina, que había provocado una
inmediata y sensible reducción en la navegación de los países neutrales. Con su
incorporación a la guerra, los Estados Unidos subordinaron su comercio exterior
y su navegación a la guerra económica, así que el bloqueo en torno a las
potencias centrales se hizo más in franqueable. Por otro lado, los británicos
hicieron frente a la guerra submarina a ultranza con medidas de distinto orden,
Entre ellas desempeñaba un papel fundamental el control central de la
navegación mercantil, tanto de los aliados como de los países neutrales, ya que
el principal problema estribaba en que las necesidades de importaciones básicas
excedían la capacidad de los medios de transporte disponibles.
Un comité mixto (Tonnage Priority Comité) canalizaba
las distintas exigencias, cubriendo las necesidades según el volumen de
transporte de que se disponía. Esto significaba al mismo tiempo el control de
las importaciones según criterios de economía de guerra, por lo que las
importaciones se limitaron a los bienes estrictamente necesarios. Además, se
dio prioridad a las vías de comunicación más cortas, lo cual trajo como
resultado una concentración del comercio en el Atlántico Norte, conviniéndose
los Estados Unidos en el principal suministrador de los aliados. Ello apartó a
Canarias de las nuevas rutas marítimas, a la vez que sometió a un mayor control
la navegación española que aún llegaba a los puertos canarios.
1917. Nace en Los Realejos Antonio
González González. Químico
Canario y Premio galardonado
con el premio español Príncipe de Asturias en Ciencia y Tecnología en el año
1986.
Se licenció en la Universidad de Eguerew
(La Laguna) en
1940. Realizando el doctorado en Madrid (España) en 1945. Le dirige el
doctorado el catedrático español Lora y Tamayo investigando sobre la síntesis
de moléculas orgánicas. En 1946, obtiene la Cátedra de Química Orgánica y Bioquímica de La Universidad de Eguerew
(La Laguna)
En 1950 se traslada
a la Universidad
de Cambridge, (Inglaterra) para trabajar en el departamento de Química
Orgánica, con Alexander R. Todd, que poco después recibiría el premio Nóbel.
Durante su estancia en dicha universidad trabajó, sobre todo, en el estudio de
algunos triterpenos que llevó de Canarias, aprendiendo nuevas técnicas.
A su vuelta a Egurew
(La Laguna),
trabaja en la obtención de triterpenos del látex de tabaibas y cardones
canarios, alcaloides de diversas plantas, sobre todo de Adenocarpus,
glicósidos cardioactivos de Isoplexis, aislando moléculas que resultarán
decisivas en la construcción de la vía biosintética que relacionaba el
triterpeno escualeno con el colesterol. Más tarde, estudia otras especies de
plantas y también algas, algunas procedentes del continente americano y aísla
también sustancias hasta ese momento desconocidas.
En 1959 obtiene el Premio
Alfonso X el Sabio, concedido por el gobierno español. En 1986, el primer
Premio Canarias de Investigación creado por el Gobierno Supuestamente
Autonómico.
Es doctor honoris causa por la Universidad de Chile y
profesor honorario de la
Universidad Mayor San Marcos, de Perú, y de la Asunción, en Paraguay-
El Patronato Juan de la Cierva del Consejo Superior
de Investigaciones Científicas (C.S.I.C.), de España crea una sección de
química orgánica integrada en su cátedra.
Posteriormente, con la ayuda económica del Cabildo
Insular de Chinet (Tenerife), y con nuevas instalaciones y laboratorios, se
crea el Instituto de Química, que más tarde se transforma en Instituto de
Investigaciones Químicas, rebautizado como Instituto de Productos Naturales
Orgánicos. Este Centro, por derecho propio, en la
actualidad recibe el nombre de Instituto Universitario de Bio-Orgánica “Antonio
González” (IUBO-AG).
A lo largo de una
vida de intensa dedicación a la docencia y a la investigación científica, Don Antonio ha sido capaz de crear, pese a las grandes dificultades
encontradas, una formidable y numerosa escuela de formadores, un Instituto de
investigación en química de productos naturales en Eguerew (La Laguna), al que en la
actualidad, acuden a formarse estudiantes y posgraduados de todo el mundo.
Fue Catedrático de Química orgánica y bioquímica
desde 1946 de la
Universidad de La Laguna. Rector de la Universidad de La Laguna (1963-68). Decano de
la Facultad
de Ciencias de La Laguna
de 1952 a
1957. Rector honorario de la
Universidad de La Laguna. Director del Instituto de Productos
Naturales Orgánicos del CSIC de 1962
a 1984. Por su afección al régimen franquista fue Procurador en Cortes por designación del rey
de España en las legislaturas VI y VII. En 1967 el gobierno español le concede la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil.
Presidente del
Simposium hispano-francés de productos naturales en 1972. En 1974, presidente
de la EUCHEN
(Conferencia de química y Biosíntesis de esteroides y terpenoides). Fue consejero de número del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas.
Presidente de la Asociación de Canarias de la Real Sociedad Española de Física y Química. Académico corresponsal de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
Presidente de la Asociación de Canarias de la Real Sociedad Española de Física y Química. Académico corresponsal de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
Ha asistido a
numerosos congresos nacionales e internacionales de su especialidad. Ha
publicado más de 300 trabajos de investigación y dirigido más de 70 tesis
doctorales.
Fue
miembro de honor de la
Asociación de la
Prensa de Tenerife, de la Asociación para el
Progreso de Venezuela. Académico de Honor de la Real Academia de
Medicina de Canarias. Colegiado de Honor del Colegio de Médicos de Chinet
(Tenerife). Hijo predilecto de Los Realejos; hijo adoptivo de Añazu en Chinet
(Santa Cruz de Tenerife) y de Eguerew (La Laguna). Es miembro de numerosas asociaciones de
Física y Química internacionales. Fallece en 1992.
1917. En Añazu n
Chinech (Santa Cruz de Tenerife), aunque el lugar selecto, para los baños de
mar de entonces, era el Club Náutico, las familias en que no había ningún socio
del Club se acogían a los "Baños de Ruiz". Y, a veces, en su defecto,
a la playa del mismo nombre. En ellas se desnudaban y vestían, al abrigo somero
de sábanas y toallas. Las damas y señoritas más pudibundas iban por la noche.
Los trajes de baño, con blusita y pantalón, se adornaban con cuellos marineros.
Las que no los tenían, se bañaban envueltas en amplios camisones. Sin embargo
siempre había curiosos, de imaginación calenturienta, que acudían muchas noches
a agazaparse detrás de los muros del muelle, en ocasiones armados de gemelos,
para tratar de ver algo. Todo inútil.
Tenían que
conformarse con los grititos que daban las niñas y las menos niñas, al
llegarles el agua a la piel, a través de tanta tela, imaginándose lo demás.
Había una gradación de pruebas para los bañistas, con pretensión de nadadores,
de la playa de Ruiz. El tope inicial era alcanzar los "primeros
platillos" . El siguiente, los segundos platillos. La hazaña máxima era
trepar por las cadenas del "Laya", el cañonero que estuvo muchos años
de apostadero en el puerto de Añazu (Santa Cruz). También se registraba como prueba
meritoria, llegar hasta las gabarras, alineadas en fila, formando un cordón.
Eran éstas las grandes barcazas que se utilizaban para suministrar carbón a los
buques anclados en la bahía. Los buques entonces se movían con máquinas de
vapor, alimentadas por medio de calderas de carbón. Y la gente podía bañarse en
la playa del litoral. Y muchos hombres iban por las noches a
"rastrillar" el carbón que caía de las gabarras. Y a coger camarones,
que se criaban en gran cantidad en los sillares del muelle. No había petróleo
que los matara y ensuciara todo. Bien es verdad que tampoco había automóviles.
Ni cómodas cocinas de gas butano.
1917.
Aunque el lugar selecto, para los baños de
mar de entonces, en Santa Cruz de Tenerife era el Club Náutico, las familias en
que no había ningún socio del Club se acogían a los "Baños de Ruiz".
Y, a veces, en su defecto, a la playa del mismo nombre. En ellas se desnudaban
y vestían, al abrigo somero de sábanas y toallas. Las damas y señoritas más
pudibundas iban por la noche. Los trajes de baño, con blusita y pantalón, se
adornaban con cuellos marineros. Las que no los tenían, se bañaban envueltas en
amplios camisones. Sin embargo siempre había curiosos, de imaginación
calenturienta, que acudían muchas noches a agazaparse detrás de los muros del
muelle, en ocasiones armados de gemelos, para tratar de ver algo. Todo inútil.
Tenían que conformarse con los grititos que daban las niñas y las no menos
niñas, al llegarles el agua a la piel, a través de tanta tela, imaginándose lo
demás. Había una gradación de pruebas para los bañistas, con pretensión de
nadadores, de la playa de Ruiz. El tope inicial era alcanzar los "primeros
platillos" del incipiente muelle sur. El siguiente, los segundos
platillos. La hazaña máxima era trepar por las cadenas del "Laya", el
cañonero que estuvo muchos años de apostadero en el puerto de Santa Cruz.
También se registraba como prueba meritoria, llegar hasta las gabarras,
alineadas en fila, formando un cordón. Eran éstas las grandes barcazas que se
utilizaban para suministrar carbón a los buques anclados en la bahía. Los
buques entonces se movían con máquinas de vapor, alimentadas por medio de
calderas de carbón. Y la gente podía bañarse en la playa del litoral. Y muchos
hombres iban por las noches a "rastrillar" el carbón que caía de las
gabarras. Y a coger camarones, que se criaban en gran cantidad en los sillares
del muelle. No había petróleo que los matara y ensuciara todo. Bien es verdad
que tampoco había automóviles. Ni cómodas cocinas de gas butano.
1917.
Antonia Alayón Hernández nació,
en 1917, en el Lomo de los Grillos, una finca de sus padres, Antonio Alayón
Alayón y Clara Hernández Álvarez, situada al norte de Taucho, en Adeje. En este
lugar vivió durante cuarenta años, colaborando en las tareas de la casa y del
campo, aquí permaneció hasta comienzos de los años sesenta, salvo un breve
periodo que residió en Venezuela. Después, y hasta su fallecimiento, habitó en
las Cuatro Esquinas, en Taucho.
Su padre y sus hermanos se
ocupaban de su tierra, en el Lomo de los Grillos, que lo era de sus abuelos,
José Hernández Fraga y Bienvenida Álvarez Martín. Esplendida tierra en la que
sus padres pusieron el cariño y la dedicación necesaria para extraerle lo
preciso para la subsistencia de la familia, que fue creciendo hasta llegar los
cinco varones y las tres mujeres. Sembró parras, sembró de todos árboles y
sembró de todo, papas, higos, que se pasaban, higos de pico; hacían porretas,
se cogían bastantes higos, se hacía un montón y con la noche se hacían las pelas,
se pelaban pa tenderlos en un pasil. Higos que si llegaba la lluvia había
que terminar de secarlos en el horno de leña que su padre construyó en la
finca, al igual que hizo con la era, mi padre hizo la era en lo dél, en lo
que le tocó a él; y bodega, con una lagar en una cueva.
Asimismo se sembraba trigo,
cebada, lentejas, garbanzos, papas, para las que disponían de huertas de jable.
En secano, antes no había riego y se cogía de todo, y en sequero, se cogían
las huertas de papas porque llovía. También abundaban los frutales, se
recogían higos, manzanas, peras, almendras, castañas o ciruelas. Disponían de
animales, ovejas, cabras, vacas, para arar y para leche, y bestias, dos mulos.
Hacían el queso mezclando la leche de las cabras con la de las vacas, a lo que
aprendió “desde chica, cuando mi madre salía y nos dejaba solos, y yo hacía el
queso, y mis hermanas primero que eran más viejas. Y se hacía el queso
grandísimo, así, y después mi madre lo iba a vender a la Hoya Grande, y aquí lo
vendía también.”
Cada cual colaboraba en las
múltiples faenas que había que realizar diariamente, ah, que trabajábamos
poco, haciendo de todo. Los hermanos incluso yendo al monte, iban pal
monte y llevaban pa la
Hoya Grande, a Fyffes, vendían pinocho, piñas del monte, y todo
eso lo llevaban, y cisco, Fyffes lo compraba, en sacos, que se llevaba cisco,
chamizos, pa estiércol pa los tomates, que tenían un salón de vacas.
En invierno solían trasladarse a
Los Menores, que teníamos allabajo bastantes huertas de mi abuelo, y sembrábamos
millo y sembrábamos tomates. Disponían de agua de riego, con un estanque
que se abastecía desde Taucho. Los tomates los empaquetaban y los llevaban en
bestias a La Caleta.
En el Lomo de los Grillos se
abastecían del agua que les aportaba varias fuentes existentes en el Barranco
del Busio, todo el año daba agua, y mi padre hizo una pila pa lavar; la pila
aquí pa lavar y arriba hizo una tanquilla y uno le sacaba agua y vaciaba a la
pila, y tendía en las piedras del barranco que había unas lajas y paredes.
En Taucho si disponían de agua para riego, les venía a través de canales de tea
de las Madres de Pablo, dos galerías existentes por la zona de Aponte. Llegaban
a dos tanques, el Tanque del Cuartillo, porque era chico, y el Tanque de los
Perales. Del Tanque del Cuartillo se recogía el agua para beber y también
se contaba con pilas de lavar, era una tanquilla y el chorro caía en la
tanquilla y de la tanquilla pal tanque, y de ahí se llevaba la gente el agua,
la traíamos en latas, antes de entrar al tanquillo grande estaban los lavaderos.
Por su despierta cabeza bullen
recuerdos a tropel, revive los momentos de asistencia a la escuela como si nos
lo contase en una tarde a la vuelta de la de Taucho, donde iba los primeros
años, a la que llegaban corriendo desde el Lomo de los Grillos, un cuarto de
hora, Gregorio y yo veníamos corriendo. Una escuela que estaba situada en
las Cuatro Esquinas, en la Casa
de Martín, compartida por niños y niñas, que poco después se separan,
asistiendo las niñas a la casa de Clara Ferrera y los niños a una vivienda
propiedad de Antonio González, en El Moñigal. Después fui a la de Tijoco
Arriba, esa si era una maestra buena para dar clase.
En Taucho recuerda varias
tiendas, que vendían un poco de todo, de Santa Cruz venían a Adeje, los
viajantes, y hacían las notas y después los viajantes se lo mandaban a Adeje y
después en bestias traían la carga. Tres de estas ventas se encontraban en
las Cuatro Esquinas, las de Celia Ferrera, Edelvina Ramos Álvarez y Pastora
Hernández Álvarez; en La
Tosquita se situaba la de Luisa Fraga Domínguez. Ventas que
disponían de algún aposento adecuado donde realizar bailes, también en las
Cuatro Esquinas eran muy populares los que se ejecutaban en la casa de Juan
Martín. Los domingos hacían bailes y a veces se quedaban por la noche, pero
yo como no me quedaba, sino me iba, me tenía que ir temprano, pues vaya que
fuera una hija a mi padre, llegarle allarriba después que se ponía el sol, con
el sol teníamos que llegar a la casa. Después cuando éramos mayores mi madre
nos traía al baile, tampoco veníamos solas, mi padre también venía, mi padre le
gustaba mucho los bailes.
Recuerdos de infancia y juventud
de Antonia Alayón Hernández, con sus raíces enterradas en la tierra del Lomo de
los Grillos, de Taucho. Evocaciones con olor a tierra húmeda; al potaje de
relinchones; al puchero de carne de cabra que se preparaba en días de fiestas,
como las de La Quinta
y Taucho. Memorias aderezadas con la agitación en la matanza del cochino; con
la algarabía en las bodas, en los bailes, en los carnavales, donde el bullicio
y la alegría era compartida por todos los vecinos.
Su sonrisa ha quedado anclada en
la memoria de este Sur. A Antonia la recordaremos, por siempre, sobre todo por
portan en sus ojos los reflejos de su infancia, alegres mientras rememoran esos
momentos pasados, como sus primeros pasos en la costura, sus traslados a la
escuela, interrumpidos por el correr de los barrancos. O sus juegos, que como
todo lo demás, se lo tenía que pedir prestado a la naturaleza, juguetes hechos
de pencas o de gamona, que representaban los trabajos de los mayores; o
muñequitas de trapo, que con tanta dedicación y cariño le confeccionaba su
madre. (Marcos Brito, 2014).
1917.
Los baños de mar
Aunque el lugar selecto, para los baños de mar de entonces, era el Club Náutico, las familias en que no había ningún socio del Club se acogían a los "Baños de Ruiz". Y, a veces, en su defecto, a la playa del mismo nombre. En ellas se desnudaban y vestían, al abrigo somero de sábanas y toallas. Las damas y señoritas más pudibundas iban por la noche. Los trajes de baño, con blusita y pantalón, se adornaban con cuellos marineros. Las que no los tenían, se bañaban envueltas en amplios camisones. Sin embargo siempre había curiosos, de imaginación calenturienta, que acudían muchas noches a agazaparse detrás de los muros del muelle, en ocasiones armados de gemelos, para tratar de ver algo. Todo inútil. Tenían que conformarse con los grititos que daban las niñas y las no menos niñas, al llegarles el agua a la piel, a través de tanta tela, imaginándose lo demás. Había una gradación de pruebas para los bañistas, con pretensión de nadadores, de la playa de Ruiz. El tope inicial era alcanzar los "primeros platillos" de que he hablado antes. El siguiente, los segundos platillos. La hazaña máxima era trepar por las cadenas del "Laya", el cañonero que estuvo muchos años de apostadero en el puerto de Santa Cruz. También se registraba como prueba meritoria, llegar hasta las gabarras, alineadas en fila, formando un cordón. Eran éstas las grandes barcazas que se utilizaban para suministrar carbón a los buques anclados en la bahía. Los buques entonces se movían con máquinas de vapor, alimentadas por medio de calderas de carbón. Y la gente podía bañarse en la playa del litoral. Y muchos hombres iban por las noches a "rastrillar" el carbón que caía de las gabarras. Y a coger camarones, que se criaban en gran cantidad en los sillares del muelle. No había petróleo que los matara y ensuciara todo. Bien es verdad que tampoco había automóviles. Ni cómodas cocinas de gas butano.
Otras playas de Santa Cruz
Más allá de la playa de Ruiz estaba la de San Pedro, junto al "Muellito del Carbón". Se alzaba, a la entrada de lo que es hoy la Avenida de Francisco La Roche, a continuación de la de Anaga, el Cuartel de San Pedro, alojamiento del entonces Grupo de Ingenieros. Formaba el tal Castillo una especie de tambor sobre el mar y al pie de sus muros había una pequeña playa, en parte de rocas y en parte de arena, de ingrato recuerdo para mí, porque en ella aprendí a nadar, habiéndose notado, creo, cierto descenso en las aguas de la bahía, a consecuencia de la que tragué yo en aquella ocasión. A continuación del Cuartel de San Pedro estaba el Club Náutico, con su edificación de madera y su aristocrática zona de baños. Y luego, San Antonio y "Los Melones". Dos baterías desartilladas, con playa de arena que la gente de Santa Cruz también solía utilizar para baños, procurándose la precisa autorización. Luego, en las mismas condiciones, y con igual limitación, la playa del Varadero, por la parte de acá del Club actual, y luego la de éste que entonces se llamaba de Valle Seco. La del Bufadero, un poco más allá. Después la de María Jiménez, la de las Salazones, -con permiso de don Bernardo Barrera-, y San Andrés, que entonces no se llamaba "Las Teresitas", y tenía arena natural. Todavía, más allá de San Andrés, había otras, poco conocidas por abrirse en la costa colgada de la zona de Igueste, con difíciles comunicaciones. Pero más acá, y antes de llegar a San Andrés sí había otra playa famosa. Famosa y trágica. La de los "Trabucos", con peligroso acceso y a la que mucha gente iba a bañarse ignorante de los peligros que encerraba, con unas corrientes traicioneras que costaron muchas vidas y que asimismo, años después, habían de ponerme en grave apuro a mí mismo.
Fachada marítima:
Desde su fundación, durante siglos y no digamos desde su nombramiento como capital del Archipiélago, Santa Cruz y la isla toda vivió de cara al mar y a su puerto, de entrada de cuanto de fuera nos llegaba como sustentos, materiales, cartas y periódicos, funcionarios y militares, inmigrantes y hasa bandoleros, compañías de teatro camino de las Américas, pasajeros que muchas veces pararon aquí y aquí para siempre se quedaron fundando familias hoy orgullo de la isla, y de salida de nuestros productos agrícolas, nuestra piedra pómez y nuestra cochinilla, al resto del mundo y de partida también de nuestros emigrantes que sembraron la América toda de sangre tinerfeña. Más que una fachada, Santa Cruz era puro puerto, corazón y pulmón de una ciudad trabajadora en crecimiento constante. Aún a principios del pasado siglo y hasta casi los años 40, la gente esperaba la llegada del correíllo de Las Palmas (el Viera y Clavijo, el León y Castillo, el Gomera con sus noticias y viajeros, los correos peninsulares (Río Francolí, Valentín Ruiz Senén, Poeta Arolas, el Isla de Tenerife, luego el Plus Ultra, el Dómine) con su correspondencia y us periódcos peninsulares. La falta de telégrafo y radio confirieron durante siglos toda su importancia a los entristecidos que partían, bien camino de una nueva vida, bien simplemente a estudiar a la Península. La gente vivía pendiente del día a día del puerto, de las gabarras de carbón para aprovisionamiento de buques, de su Farola del Mar, de los Platillos donde desembarcaban falúas y cargaban otras que partían a San Andrés, a Candelaria, al puertito de Güímar, con sus cestos, maletas, perros y hasta ganado. Y durante la guerra civil, las manifestaciones de despedida a los que iban al frente confirieron al puerto una importancia trascendental para muchos que ya nunca volvieron y dejaron su sangre y su alma en campos extraños y queridos de Extremadura, o Castilla, o Aragón. ¡Aquella División de don Anatolio Fuentes! Incluso, el muelle fue el lugar de paseo predilecto de toda una juventud en los atardeceres principalmente primaverales de los años 30 no satisfecha, no contenta con la plaza de la Constitución. Se iba a pasear no por el muelle sino por la muralla que cubría el costado del mar, frente a los bloques de cemento que la defendían, y con una hermosa iluminación que proyectó e hizo instalar don Miguel Pintor. Era el puerto la vida toda de Santa Cruz y de la Isla. Las largas colas de camiones cargados de tomates y plátanos que venían del interior taponaban prácticamente el acceso al centro de la ciudad y al propio puerto. Los grandes trasatlánticos de turistas extranjeros se paraban por uno o dos días en nuestro puerto y las larguísimas colas de taxis y guaguas que se armaban al instante y llevaban a nuestros visitantes al Puerto de la Cruz, a La Orotava, a Las Cañadas y hasta el Teide. La llegada de un nuevo gobernador o de un recién nombrado capitán general conferían especial brillo y relevancia a la ceremonia oficial de su recepción en la isla. Todo giraba en torno al puerto. He estado esperando alguna réplica del maestro por excelencia de cuanto en los puertos de Canarias se pueda relacionar, el impar palmero Juan Carlos Lorenzo, que aquí en Madrid y en la Casa de Canarias nos dio hace un par de años una de sus magnífica conferencias, llenas de amenidad, de datos y de anécdotas. El sí que tendrá motivos y argumentos con que rebatir la leve afirmación del señor alcalde. A mí jamás se me podrán olvidar aquellas despedidas en el muelle, terminado el verano, y camino de la Península, generalmente Cádiz y luego Madrid, o Salamanca, o Valladolid o Santiago, viaje en el que nos reuníamos decenas de estudiantes dispuestos a pasar dos días de mar lo más divertidos posibles. O las llegadas al final de curso, a veces no tan contentos por las asignaturas que nos pudieron quedar pendientes. Pero en los finales 40 se generalizaron los viajes en avión. La gente dejó de ir mayormente a los muelles a las despedidas y recepciones. Dejó de tener aliciente el paseo por el murete del muelle. La radio, la tele hicieron olvidar paseos y diversiones sencillas. El turismo masivo se llevó a los aeropuertos lo que antes por el mar llegaba y hasta las flores las enviamos en avión a Europa. Hemos perdido el puerto. Sí que nos hemos quedado sin fachada donde toda la ciudad lo era. Tendremos que inventarnos algo, espectacular, atrevido, aunque sólo sea para acompañar al impar y singular Auditorio de Calatrava o al Parque Marítimo o al Palmetum
El vicario Martinón y los baños de mar:
En 1809, escribió al alcalde,
Nicolás González Sopranis, para denunciar el relajamiento moral que suponía
bañarse en la playa. Martinón estaba escandalizado porque había visto cómo
algunas mujeres aprendían a nadar "apoyadas y al trasvés de los brazos de
los hombres". Ante la insistencia de Martinón y el poco caso que le hacía
el alcalde, el capitán general, sin convicción de ser obedecido, volvió a
editar un bando porque se trataba de una zona situada entre el muelle y el
castillo de San Pedro. El vicario Martinón predicaba en el desierto porque al
poco tiempo ni el alcalde ni el capitán general hacían nada por evitar aquellos
baños de hombres y mujeres en el mismo lugar. La prohibición seguía vigente en
1864, pero era papel mojado. Es cierto que hubo una época en que los hombres y
mujeres tenían distinto horario para bañarse en la playa. Las mujeres se metían
en el agua vestidas con una especie de camisón, mientras los hombres las
observaban a prudencial distancia. Su horario era el comprendido entre las ocho
y las nueve de la noche. Los hombres solos, podían hacerlo a partir de las
nueve. Esta playa de Santa Cruz que tantos disgustos produjo al estricto
Martinón, fue deteriorándose debido a la suciedad que acarreaban los barcos que
cerca de ella fondeaban y a la extracción de su arena para las obras del
muelle. En 1902, el comerciente Ruiz de Arteaga, que poseía un almacén en
aquella zona, habilitó una playa, que llamó "Las Delicias", y que
pronto se convirtió en inservible. A partir de 1932 Santa Cruz se quedó sin
playa, si es que alguna vez la tuvo. Además no todas las clases sociales podían
hacer uso de ella, más bien estaba reservada para las clases acomodadas
Real Club Náutico de Tenerife:
Era el 26 de diciembre de 1902 y entre los reunidos había políticos, comerciantes, marinos, abogados, ingenieros, militares, etcétera. El acta que da fe de la sesión celebrada recoge que los asistentes a la misma fueron 23. Estos eran sus nombres: Angel de Villa, Juan Lasquetty, Tomás Castro, Juan Martí, Nicolás Martí, Nicolás Dehesa, Emilio Calzadilla, Sixto Lecuona, José Lucena, C.Hamilton, Juan Fabre, Esteban Mandillo, Esteban Arriaga, Eugenio Arriaga, Manuel Martínez Ramos, José Ruiz Benítez, Juan Yanes, Francisco Bens, Manuel Carta, Horacio Rojas, Felipe Leuther, Tomás Castro y Félix Claverie. Después de la correspondiente votación fue elegido presidente el teniente de Artillería Angel de Villa, al que acompañarían en aquella primera directiva once de los reunidos. Acababa de nacer el Club Náutico Tinerfeño, hoy Real Club Náutico de Tenerife, uno de los mejores de España. Después de muchos esfuerzos y sacrificios económicos, el 19 de diciembre de 1905 se inauguró oficialmente con un baile de gala la sede de la sociedad. Un edificio modernista del arquitecto Mariano Estanga, que se situó en la fachada del Castillo de Pedro...
El deporte:
El Club, como lo conocen todos los tinerfeños, es una sociedad especial que bien merece el reconocimiento de todos los canarios, sean socios o no, porque de su contribución al deporte isleño se ha beneficiado toda la isla. En lo que al deporte de la náutica se refiere, la primacía de su práctica en la provincia corresponde al Rea Club Náutico de Tenerife, sociedad cuya capacidad organizativa va más allá de las fronteras regionales y nacionales. Sus instalaciones son el fruto de grandes esfuerzos de los miembros de la entidad, que han sacrificado otros aspectos de la vida social para que el deporte, primera razón de su existencia, se acomodara a los tiempos actuales. Los frutos han sido abundantes y son varias las figuras nacionales y mundiales pertenecientes a la familia de regatistas del Real Club Náutico de Tenerife. De la misma forma, hasta que, en 1925, el Club construyó dos pistas en un solar de la calle Méndez Núñez, la práctica del tenis en Tenerife era sólo posible para algunos privilegiados. Desde entonces, hasta bien entrada la década de los 1960, fue en las canchas del Náutico donde se asentó definitivamente y floreció este deporte en la capital tinerfeña y donde sigue bien vivo en sus magníficas instalaciones. ¿Y qué decir de la natación? De sus piscinas han salido grandes figuras que han brillado a escala nacional e internacional. El baloncesto canario no tuvo proyección nacional hasta que el equipo del Náutico saltó a la División de Honor y paseó el nombre de Tenerife por todo el territorio nacional. Por su pabellón cubierto, primero de tales características que existió en Canarias, desfilaron los mejores conjuntos españoles. (Juan Arencibia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario