1939 enero 28.
Fallece en la localidad tinerfeña de Los
Realejos, Agustín Espinosa García (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1897 - Los
Realejos, Tenerife, 1939)
Agustín
Espinosa nace el 23 de marzo de 1897 en Puerto de la Cruz, en donde reside hasta
los doce años. Cursó los estudios de Enseñanza Media en el Instituto Provincial
de La Laguna
(Tenerife) entre 1911 y 1917.
La primera muestra poética
de Agustín Espinosa la publica, cuando contaba veinte años, en la revista
modernista de Tenerife Castalia –creada y dirigida por el escritor y
político Luis Rodríguez Figueroa–. No pasan de cinco los textos que se
conservan y, aún menos los que publicó, hasta la redacción de su tesis doctoral
en 1924 titulada Don José Clavijo y Fajardo, como culminación de su vida
académica iniciada en 1918 en la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Granada, primero, y luego en la de Madrid.
Después de unas primeras
influencias tardomodernistas y del descubrimiento de la poesía de Juan Ramón
Jiménez, en Madrid tomará contacto con la corriente vanguardista peninsular
(Buñuel, Jiménez Caballero, Lorca, al que ya había conocido en el período
granadino, etc.), lo que, unido a su doble preocupación por las formas
estéticas más novedosas y el asentamiento de la tradición literaria, va a
constituir un poso que comenzará a producir la nueva literatura en la aventura
literaria del primer número de la revista de la vanguardia insular La Rosa de los Vientos
(1927) con cuatro escritos de diverso tipo: “Vidas paralelas. Azores mudados”,
“Romances tradicionales de Canarias”, “Saulo Torón. El caracol encantado”
o “Ángel Valbuena Prat. 2+4”.
En septiembre de 1924
regresa a las Islas como ayudante de la Cátedra de Lengua y Literatura de la Universidad de La Laguna. Ya en 1926
Agustín Espinosa publica en La
Prensa de Santa Cruz de Tenerife romances de esta isla
como búsqueda de una tradición de raíz popular, como ocurría paralelamente con
los autores peninsulares de la generación del 27. Junto con Juan Manuel
Trujillo y Ernesto Pestana Nóbrega funda en 1927 La Rosa de los Vientos,
primera revista insular que recoge los afanes vanguardistas. En ella publicará,
además del mencionado trabajo “Romances tradicionales de Canarias”, “Romancero
de Canarias”.
Espinosa actúa entre los
miembros de las vanguardias históricas de Canarias como un guía, como un maestro,
según ha señalado su máximo estudioso, Miguel Pérez Corrales, como
podemos observarlo en Emeterio Gutiérrez Albelo o en José María de la Rosa, aunque la huella de su
obra también puede detectarse en Pedro García Cabrera o en Domingo López
Torres.
En 1928 toma posesión de
su cátedra de Lengua y Literatura Española del Instituto en Mahón (Menorca), en
octubre es nombrado catedrático del Instituto Nacional de Segunda Enseñanza
Pérez Galdós de Las Palmas y luego se le envía durante el curso 1928-1929 como
Comisario Regio del nuevo centro de Enseñanza Media de Arrecife, en Lanzarote,
aunque su plaza siempre se mantendrá en el centro grancanario.
Fruto de su estancia en
Lanzarote es la publicación de su primer libro, Lancelot, 28º- 7º (1929)
y también inicia sus colaboraciones en La Gaceta Literaria,
la revista vanguardista de Jiménez Caballero. De esta forma, se encuentra bajo
la influencia de la vertiente vanguardista que representa este contradictorio
representante de la nueva literatura española y futuro ideólogo del fascio
español, aquella que pretende nacionalizar la vanguardia y se instala en una
doble vocación: por un lado, la innovación literaria y estética, y, por otro,
la inserción en una nueva lectura de lo tradicional. Lo que Espinosa llevará a
cabo como un auténtico programa cultural y literario en Canarias desde la
aventura de La Rosa
de los Vientos (1927-1928) hasta su incorporación a la redacción de gaceta
de arte (1932-1936). La mirada de la isla que Agustín Espinosa ensaya
en Lancelot, 28º- 7º es una visión integral de la geografía de
todas las islas.
En “Óptica del otoño”–crónica de la vida cultural isleña que apareció en La Gaceta Literaria
del 15 de marzo de 1929– Agustín Espinosa da a conocer su primer libro,
aunque ya había hecho siete entregas o fragmentos de la obra desde octubre de
1928 hasta julio del año siguiente. Como suele ocurrir, el subtítulo –Lancelot
es Guía integral de una isla Atlántica– expresa el objetivo o los
objetivos no sólo estéticos, también ideológicos, que el propio Espinosa se
encarga de explicar en el arranque de “Lancelot y Lanzarote” (“Lo que he
buscado realzar sobre todo, ha sido esto: un mundo poético; una mitología
conductora. Mi intento es el de crear un Lanzarote nuevo. Un Lanzarote
inventado por mí”).
Con frecuencia, Agustín Espinosa publica en
los periódicos insulares: colabora en La Prensa de Tenerife (hasta 1934), La Gaceta Literaria
(hasta 1931), El País (hasta 1933) y La Tarde (hasta 1936).
En 1930 marcha a París
pensionado por la Junta
de Ampliación de Estudios. En Francia entra en contacto con el surrealismo.
Publica en Barcelona en colaboración con Ángel Lacalle, también profesor de Enseñanza
Media, la Antología
de Escritores Españoles.
En 1932 se inician sus
colaboraciones en Diario de Las Palmas y gaceta de arte (hasta
1935); ese mismo año compone sus Poemas a Mme. Joséphine, aunque no se
publicarán hasta 1982, editados por Sebastián de la Nuez.
En 1934 Agustín Espinosa publica
Crimen, considerada la primera novela surrealista
española, empero alejada de la escritura automática. Como ha dejado muy
claramente expuesto Pérez Corrales los límites genéricos están presentes en la
frontera para no ser, en puridad, ninguno de ellos. Además de parecer, sin
serlo, poema, relato, ensayo, diario o evocación, como indica el citado
estudioso de la obra de Espinosa, deberíamos simplemente considerarlo un “texto
surrealista”.
Ese
mismo año 1934 compone el texto dramático inacabado La Casa de Tócame
Roque, pieza ordenada por Miguel Pérez Corrales, tal y como la conocemos
hoy en las distintas ediciones. Este texto de Espinosa ha alcanzado gran
notoriedad al aparecer entre las dieciséis piezas dramáticas de las vanguardias
históricas en España, según la edición del profesor Agustín Muñoz-Alonso. En el
panorama canario, esta farsa de Espinosa “dialoga” con otras dos obras de las
décadas de 1920 y 1930: Tic-Tac (1924), de Claudio de la Torre, y Proyecciones,
de Pedro García Cabrera.
En
1935 Agustín
Espinosa es nombrado Director del recién creado Instituto de Segunda Enseñanza
de Tenerife. Ese mismo año escribe su ensayo Sobre el signo de Viera,
aunque aparecerá a comienzos de año siguiente.
Trasladado para el curso 1934-1935 al nuevo
Instituto de Enseñanza Media de Santa Cruz de Tenerife y designado Presidente
del Ateneo de Santa Cruz, organizaría con Eduardo Westerdahl y los animadores
de gaceta de arte en dicha entidad cultural la Segunda Exposición
Internacional del Surrealismo, con la exhibición de setenta y seis obras, entre
el 11 y el 21 de mayo de 1935, con la consiguiente visita a Tenerife de Andre
Breton, su mujer Jacqueline, y Péret desde el 4 hasta el 27 de mayo.
Tras el denominado alzamiento
nacional, Agustín Espinosa es destituido de su Cátedra en el Instituto de Las
Palmas, aunque se le reintegró en 1938 con destino en el Instituto de Santa
Cruz de La Palma. Poco
después, el 28 de enero de 1939, fallece en la localidad tinerfeña de Los
Realejos.
Significación
y alcance de la obra de Agustín Espinosa García
Agustín Espinosa es la figura
clave del panorama vanguardista insular, ya que desempeñó un papel
central como creador de la moderna prosa en Canarias durante las décadas de
1920 y 1930. Los estudios y ediciones de Miguel Pérez Corrales han sido
determinantes para el más cabal conocimiento no sólo de la obra de Agustín
Espinosa, sino de todo el período cultural comprendido entre 1926 y 1936 en
Canarias. A partir de los trabajos de Pérez Corrales, la figura de Espinosa ha
interesado a los estudiosos de la historia de la literatura española del
período o bien a quienes se han ocupado de la aventura vanguardista. Sin
embargo, aún quedan críticos –como Antonio Becerra Bolaños y Domingo Fernández
Agis– que piensan que la figura y la obra de Espinosa debe integrarse «en el
canon de la literatura vanguardista no ya canaria —ahí está instalado por
derecho propio desde hace tiempo—, sino española, y más allá».
Como ha
señalado Pérez Corrales, hay tres rasgos de Espinosa que entran en nuestra
literatura a través de Crimen, con la disolución de la identidad
y la humanización del mundo objetal, y mediante Lancelot 28º,7º con el
valor plástico de su prosa, que ya había destacado uno de los mejores críticos
de esta obra: Emeterio Gutiérrez Albelo. Pero en Crimen la crítica ha
encontrado otros rasgos de la modernidad literaria de las vanguardias
históricas en España, como así lo ha evidenciado Pérez Corrales en Agustín
Espinosa, entre el mito y el sueño: «La presencia inquietante de los
objetos con funciones humanas azota todo el texto: una calle que se horroriza
de su nombre, un sombrero que tiene sexo, faroles que cooperan «conscientes» en
un crimen, bancos que se miran angustiados, una ventana culpable de numerosas
muertes, una cabeza arrancada que habla».
Agustín Espinosa, uno de los más entusiastas impulsores de lo que Domingo Pérez
Minik acuñó como Facción surrealista española de Tenerife, junto con
Emeterio Gutiérrez Albelo, Domingo López Torres y Pedro García Cabrera, es uno
de los firmantes del la “Déclaration” de gaceta de arte sobre el
surrealismo en Cahiers d’Art y el Boletín Internacional del
Surrealismo en octubre de 1935. Artistas como Óscar Domínguez y Juan Ismael
Selección de
textos de Agustín Espinosa García
ELOGIO DE LA PALMERA CON VIENTO
Bien —palmera con viento de Lanzarote—; bien.
Tú tenías envidia de los molinos y de los
girasoles. De las ruletas y de los tiovivos. De los astros con sistema y de los
viajes de circunvalación. De las hélices. De los discos de gramófono. De las
ruedas azules de las fábricas. De todo lo que gira, de todo lo que voltea
incansable, tenías envidia.
Bien —palmera con viento de Lanzarote—; bien.
Y por eso llegaste a Lanzarote, isla de
viento perenne: isla de alisios. Plantaste en ella tu tienda de campaña. Y
ahora has superado a todas tus envidias antiguas: a los molinos de viento y a
los girasoles; a las ruletas y a los tiovivos; a los astros con sistema; a los
viajes de circunvalación; a las hélices; a los discos de gramófono; a las
ruedas azules de las fábricas. Eres ya la primera entre todas las cosas que han
aprendido el arte de la voltereta alrededor de un punto absoluto.
Ahora eres tú —palmera con viento de
Lanzarote— la envidiada. Por tu color alegre. Por tu honestidad. Por tu
amateurismo significado.
Dejas que tus brazos verdes volteen bajo el
viento. Ejerces un deportismo puro. Eres —hoy— la única hélice, el único
tiovivo y la única ruleta que gira solamente por girar.
Bien —palmera con viento de Lanzarote—; bien.
[Lancelot,
20º–7º (Guía integral de una isla atlántica), 1929 (2006, pp. 78, 80
y 82]
ODA A MARIA ANA,
PRIMER PREMIO DE AXILAS SIN DEPILAR DE 1930
[Fragmento]
Hablemos de María Ana y de sus axilas sin
depilar.
Hablemos también del Destino.
Agustín Espinosa, alcantarillero de sueños
adversos.
Agustín Espinosa, coleccionador de azucenas
innumerables.
Enamorados de María Ana.
Jinetes de su sexo único.
María Ana, vacilante entre los dos Agustines.
¿Habría de acabar la empresa quebrando
amistades, como en las canciones antiguas: He
aqui que es tuya la rosa,
vencedor?
Pero dejar 3.114 vellos resabidos, para
inventar 489 + 489 vellos olvidados —para descubrirlos— era ya cosa de
aventuras de ahora.
María Ana no había comprado nunca hojas Gillette.
María Ana tenía 489 vellos en el hoyo de cada
una de sus axilas.
Y esto lo vieron coleccionador y
alcantarillero.
Únicamente por sus vientos propios eran luego
uno y otro gobernados.
[En Extremos
a que ha llegado la poesía, nº 1 (marzo, 1931)]
HAZAÑA DE UN SOMBRERO
Un sombrero fue el protagonista de este
divino sueño incontado.
Desde un andamio demasiado alto de una casa
en obras lo veía caído abajo, en medio de la calle, esperando a pie firme la
hora próxima de una cita exacta. Estuvo a punto de perecer varias veces bajo
varias ruedas de automóvil. La brisa de la tarde le libertó de una colilla de
cigarro que hubiera terminado perforándole el ala, Un escupitajo cayó tan cerca
de él, que le salpicó, aunque sólo de modo muy ligero. El fino zapato de ante
de una muchacha rubia le rozó suavemente, y yo vi al sombrero que se estremecía
hasta la copa, dolorido de un sexo formado como por asociación de úlceras
recientes.
Anochecía, cuando apareció en una esquina un
hombre destocado. Atravesó con presura la calle, y, al pasar junto al sombrero,
se agachó disimuladamente, lo recogió del suelo y se lo ladeó sobre la oreja
izquierda. Luego se perdió más abajo, entre la muchedumbre constituida a
aquella hora exclusivamente por oficinistas y obreros recién salidos del
trabajo.
Salté hasta el balcón, la tomé del brazo, y
salimos juntos, sin que ni una sola palabra se cruzara entre nosotros.
La llevaba de la mano como a niña de seis
años, cuando tenía ya más de cuarenta. La aupaba a los tranvías sin grandes
esfuerzos; la arrastraba más que acompañarla, porque, a pesar de su obesidad
indiscreta, era tan baja, que no pesaba —o a mí me lo parecía por lo menos—
casi nada.
Caminamos así durante varias horas a través
de la ciudad.
Al final de una calle, pequeña, pero tan ancha,
que, a aquella hora sobre todo, tomaba aires provinciales de plaza, estaba la
sombrerería que buscaba.
Lo reconocí rápidamente, por su cara de
suicida y por una imperceptible quemadura de cigarro junto al lazo. Ella se
oponía a ponerse aquel sombrero de hombre, alegando que era un sombrero de
hombre. Yo traté inútilmente de convencerla de lo arbitrario de una teoría que
quería diferenciar sexos ya bien diferenciados. Abusando únicamente de mis
fuerzas, logré ponerle el sombrero, que, como le estaba algo estrecho, le
congestionaba cruelmente el rostro y le alargaba aún más las arrugas de la
frente.
Debí de hacerle mucho daño, porque cuando
salimos de la sombrerería lloraba.
Al amanecer del día siguiente era encontrado
en una alameda de las afueras el cadáver de una niña de seis años. Llevaba
puesto un sombrero de hombre, sujeto por un grueso alfiler, que, perforándole
ambos parietales, le atravesaba la masa encefálica.
[Crimen,
1934 (1986, pp. 61-62)]
¿ERA YO UN CABALLO?
Primero —y no era primero acaso— dijiste:
— ¡Ya estamos solos!
Estábamos solos, en medio de una plaza
inclemente, tú, yo y el cochero de la esquina.
Una golondrina plegó de pronto sus alas, a la
mitad precisa de un vuelo, y rodó muerta, dentro de una alcantarilla destapada,
seguida muy de cerca por una colilla de cigarro.
Tus manos se doblaron bajo mis piernas
descarnadas.
Si el cochero de la esquina te besó varias
veces en el cuello y te manoseó los pechos con sus manazas diestras en gobernar
riendas más largas, fue por eso sólo. Porque te vio tímida, en medio de la
plaza solitaria donde yo era todavía mi estatua: indefensa y con las miradas
por los adoquines más anchos.
Cuando, después de una lucha angustiosa con
un mármol terriblemente rebelde, pude apearme al fin de la alta tarima a donde
crueles heroicidades me llevaran, ya era tarde. Estabas tactando los órganos
genitales de un caballo enfermo. Muy bella aún bajo tu bata de veterinaria
recién salida de la Escuela.
Inútilmente paseé una y otra vez ante tus
ojos mis abstrusos y complicados disfraces de cabra, de asno, de carnero, de
mula, de perro, de vaca... Ni balares de cabra tuberculosa, ni lamentos de
perro con úlcera de estómago, ni aun quejumbrosos relinchos de mula con dolor
de costado. Veterinaria de cabecera de aquel pobre caballejo indefenso, ya no
te habrías de separar más de él.
Una hora más tarde pasó el entierro del
cochero de la esquina. Iba el ataúd sobre su mismo coche de punto, tirado por
su mujer y su hijo pequeño. Seguían al macabro vehículo siete caballeros
enlevitados, portadores de coronas de azucenas en la cabeza. El enlevitado
impar precedía a los otros seis y llevaba una bandera española, cuyo grueso
mástil terminaba en una zapatilla despilfarrada.
El médico me leyó un pliego que decía:
«Yo, médico titular de este pueblo, certifico
que el paciente falleció a consecuencia de una peritonitis producida, al
parecer, por coces recibidas de su caballo Agustín.»
El notario guardaba en su cartera estas
palabras, para mí en extremo voluptuosas:
«ltem, dejo a la señorita veterinaria mi
caballo Agustín, con el compromiso de curarle, en el plazo de dos meses, la
reciente blenorragia que padece el dicho animal.»
En el sitio donde estaba antes mi estatua
había ahora un buró apolillado, cojo de una pata, y un cubo de basura adornado
con lirios blancos.
[Crimen,
1934 (1986, pp. 65-66)]
Obras de Agustín Espinosa:
Lancelot, 20º–7º
(Guía integral de una isla atlántica), Madrid, Ediciones Alfa, 1929; Media hora
jugando a los dados, Las Palmas, 1933; Crimen, Tenerife, Gaceta de Arte, 1934;
Don José Clavijo y Fajardo [1924], Gran Canaria, Cabildo Insular, Comisión de
Educación y Cultura, 1970. [Prólogo de A. Valbuena Prat]; Sobre el signo de
Viera, La Laguna,
Instituto de Estudios Canarios, 1935; Crimen, Lancelot, 20º–7º, Media hora jugando
a los dados, Madrid, Taller de Ediciones JB, 1974; Textos (1927-1936), Alfonso
Armas Ayala y Miguel Pérez Corrales (eds.), Tenerife, Cabildo Insular de
Tenerife, 1980; «Oda a María Ana»[1931], en Papeles invertidos, núm. 4-5
(1980), pp. 99-105; Poemas de Mme. Josephine [1929], Sebastián de la Nuez (ed.), La Laguna, Instituto de
Estudios Canarios, 1982; Crimen, M. Pérez Corrales (ed.), Santa Cruz de
Tenerife, Editorial Interinsular Canaria, 1985; Lancelot, 20º–7º (Guía integral
de una isla atlántica) [1929], Nilo Palenzuela (ed.), Santa Cruz de Tenerife,
Editorial Interinsular Canaria, 1988; Crimen y otros textos, M. Almeida (ed.),
Biblioteca Básica Canaria, Gobierno de Canarias, 1990; Media hora jugando a los
dados, facsímil, Canarias, Gobierno de Canarias, 1987; «Textos inéditos y no
recogidos en volumen», Agustín Espinosa, entre el mito y el sueño, 2
vols., Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular de Gran Canaria, 1986,
T. I, pp.649-745.
(Tomado de: peronajesdecanarias@gmail.com)
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Antología, Madrid, Espasa Calpe, 2000, p. 109; «Algunas divagaciones espinosas:
Lancelot 28˚-7˚» en La cultura vanguardista en Canarias. Reflexiones sobre la
obra de Agustín Espinosa, Antonio Becerra Bolaños y Domingo Fernández Agis,
coords., Granada, Proyecto Sur Ediciones, 2000, pp. 53-71
6. ESPINOSA
GARCÍA, Agustín (Puerto de la
Cruz, Tenerife, 1897-Los Realejos, Tenerife, 1939)
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