miércoles, 23 de abril de 2014

EFEMERIDES CANARIAS






UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1901-1910



CAPITULO –XXXII


Eduardo Pedro García Rodríguez


1910 septiembre 25.
Fallece en Las Palmas de Gran Canaria, Pedro Bautista Hernández.

Introducción

“Planteaba John Elliot en su conferencia de apertura del XIV Coloquio de Historia Canario-Americana en octubre de 2000 que “necesitamos muchos estudios locales y regionales (…) para apreciar la solidez de las migraciones y su importancia para la historia tanto de España como las Indias, en tanto que ambas se transforman conjuntamente en una comunidad atlántica entretejida por una red de relaciones e intereses familiares”.

Con el trabajo que a continuación exponemos, podemos ver claramente esas relaciones e intereses que se forman a través de la emigración canaria a América, en este caso por medio de la administración de los bienes que los emigrantes dejaron a cargo de un procurador de Guía de Gran Canaria, pues la documentación analizada sitúa la red aludida por el profesor Elliot en el norte de Gran Canaria.

No hacemos un análisis socio-económico, como cabría esperar al hablar de administración de bienes; nos centramos en la visión que el emigrante nos da de la tierra donde vive, de su situación personal y familiar.

Hemos seleccionado cinco casos, cinco expedientes del Fondo Documental Pedro Bautista Hernández del Archivo Municipal de Guía de Gran Canaria, por medio de los que vemos las vicisitudes de cinco familias canarias en América, utilizando la correspondencia entre administrador y emigrante. Hilvanando todos los datos que aporta la documentación de los correspondientes expedientes, para dar a conocer cronológicamente aquello que nos ayude a precisar nuestro objetivo.

El Procurador Pedro Bautista Hernández Pedro Bautista Hernández nació en Guía en el año 1836 y falleció el 25 de septiembre de 1910 a la edad de 74 años. Ejerció de procurador de los tribunales, llegando a ser alcalde del municipio en diversas etapas de su vida. Fiel seguidor del Partido Liberal apoyó en todo momento a Fernando León y Castillo, que no en vano fue durante muchas ocasiones diputado a Cortes por el distrito electoral de Guía de Gran Canaria.

Durante una larga etapa de su vida fue partícipe no solo de la política local y comarcal, sino de la vida social y cultural de Guía. Así, por ejemplo, en 1879 fue secretario de la junta formada en la parroquia de Santa María de Guía para la colocación del piso de mármol que en la actualidad tiene la iglesia, y en la que participaron económicamente emigrantes guienses. En 1892 como alcalde de Guía en la Exposición de las Flores de Las Palmas de Gran Canaria, donde Guía presentó lo mejor de su artesanía y productos del campo, obteniendo los tradicionales cuchillos las medallas de oro en reconocimiento al trabajo artesano; o en el año 1900, hospedando al obispo Padre Cueto en su casa con motivo de la visita que este realizó a Guía con ocasión de la inauguración del órgano de la iglesia a cargo del compositor francés Camilo Saint Saëns. También lo podemos encontrar como presidente del Casino de Guía en varias ocasiones.

Nuestro personaje está muy bien relacionado con las elites sociales y políticas de Gran Canaria, no en vano era el representante legal en la comarca de los principales hacendados de la isla: Conde de la Vega Grande, familia Manrique de Lara, etc. Por tanto, se trata de un hombre con una buena posición social y económica, así como conocedor de los resortes del mundo político y económico del momento, que se encuentra inserto en el caciquismo leonino.

 El fondo documental las fuentes

Como resultado de su labor de procurador, se conserva en el Archivo Municipal de Guía el fondo documental que lleva su nombre, gracias a una donación privada. Si bien sería prolijo hacer mención y descripción del Fondo Documental, pues el mismo supera los 1.000 “expedientes”, cabe destacar que se pueden encontrar entre ellos, la mayoría, expedientes judiciales de todo tipo: testamentarías, juicios verbales, ejecutivos, homicidios, divorcios, embargos, desahucios, partición de bienes, expedientes de dominio, etc.; todos ellos correspondientes a la jurisdicción del Partido Judicial de Guía de Gran Canaria, que por aquel entonces estaba formado por los municipios de Guía, Gáldar, Agaete, Moya, La Aldea de San Nicolás, Artenara, Tejeda y Mogán. Así como documentos del Juzgado de Primera Instancia de Las Palmas y de la Audiencia de Canarias, a la vez que documentos fechados en otras islas y de otras instituciones públicas como ayuntamientos, parroquias, Obispado de Canarias, notarías, juzgados municipales o de Paz, etc., y de otros municipios como Arucas, Firgas y Valsequillo.

Es de destacar que los documentos están fechados, en su mayoría, en el siglo XIX, encontrándose algunos en el siglo XX. Su cronología abarca de 1804 a 1910 (año de fallecimiento de Pedro Bautista), correspondiendo a la fecha del documento más antiguo y del más contemporáneo a nuestros tiempos, aunque existen copias de documentos notariales de los siglos XVII y XVIII realizadas en el XIX.

También podemos encontrar, en este fondo, documentos relacionados con el Ayuntamiento, Casino y parroquia de Guía, además de algunos árboles genealógicos de familias del municipio y foráneas, todo ello de un destacado interés para la historia local. Y documentos provenientes de la isla de Cuba, como actas notariales o certificados militares, de Filipinas, Puerto Rico, Uruguay y Argentina, junto a correspondencia de vecinos del norte de Gran Canaria que vivían en los países mencionados a los que Pedro Bautista administraba sus bienes.

Complementa el Fondo Pedro Bautista Hernández (FPBH) revistas jurídicas, periódicos, boletines oficiales, almanaques, folletos y libros.

La emigración a América desde Guía

La documentación que hemos seleccionado de este fondo se sitúa en la segunda mitad del siglo XIX y primeros años del siglo XX, en torno a 1845-1903. Estos años coinciden con una destacada emigración de guienses a América, pues el municipio de Guía de Gran Canaria, al igual que la mayoría de los municipios canarios, aportó en el siglo XIX una destacada cantidad de emigrantes al continente americano, de manera especial en el caso de Guía a la isla de Cuba, si bien hubo guienses emigrantes a Argentina, Uruguay, Venezuela, Filipinas, etc., pero en menor medida.

La principal razón de esta emigración fue la búsqueda “de una mejor fortuna”, tal y como se refleja en las comendaticias existentes en el Archivo Municipal de Guía en el período que va de 1849 a 1894. Los factores sociales y económicos del origen de la emigración canaria a América han sido analizados por interesantes trabajos dentro de la amplia historiografía canaria al respecto, por lo que no entraremos en dicho análisis. “
Sobre las cantidades de guienses emigrados a América a mediados del siglo XIX, el estudio realizado por González Sosa, cronista oficial de este municipio,2 establece para el período que analiza el siguiente cuadro con el número de emigrantes y año: 1850
44
1856
39
1851
50
1857
55
1852
16
1858
44
1853
51
1859
61
1854
10
1860
90
1855
16
1861
28
(Sergio Aguiar Castellano, 2010)






1910 octubre 13.

Resumen histórico y documentado de la autonomía de Canarias
Viaje Plebiscitario (Diario de Manuel Velázquez). Segunda parte.

Noviembre, 11
Hoy he tenido la conferencia con Azcárate.
Si no fuera una personalidad de relieve la de don Gumersindo, sólo diría que no está por más diputados canarios; pero su alta personalidad me obliga a reproducir, lo que recuerdo, la conferencia.
De entrada me dijo: «He leído el plebiscito y piden ustedes una cosa imposible: un diputado por cada isla».
Yo: «Lo creemos necesario y entendemos que está razonado en el plebiscito».
A.: «Necesario sí, pero se opone a la ley. Si se abre esa lámina, hasta las aldeas querrán diputados. Cada islote de Baleares querrá tener el suyo».
Yo: «De ninguna manera puede tener esas consecuencias pues el límite es la unidad política Municipio, que siempre representa unidades de intereses y a él se dedica la base 1a. En cuanto a que se oponga a la ley tampoco lo vemos porque ésta no fija el máximum de diputados que se puede nombrar por número de habitantes sino el mínimum al decir por lo menos uno por cada 50.000, porque el legislador vio que podía haber regiones que con pocos habitantes podían tener intereses distintos de los inmediatos y exigir su representante propio. Así se ha aplicado siem­pre la Constitución. Por ejemplo, en Canarias mismo, con La Palma, sin tener 30.000 almas se formó distrito. Y en la Península hay distritos muy inferiores».
A.: «Lo sé, pero son corruptelas que hay que evitar».
Yo: «Pero la ley ¿fija el máximum o el mínimum de diputados?».
A.: «Fija sólo el mínimum, tiene usted razón; pero la ley está mal re­dactada. Yo mismo he sido partidario de que la proporción no sea 1 por 50.000 sino 1 por 100.000 y entonces a todo el archipiélago no le corresponderían sino 4: el máximum de diputados del Congreso no debe pasar de 100».
No quise pasar adelante; ya sabía todo lo que tenía que saber sobre este punto; aunque entramos en otras consideraciones, son palabras tex­tuales.
Yo: «¿Qué juicio le merece la base 2a del plebiscito?».
A.: «Que realmente el estado actual de las islas menores es deplora­ble; pero eso no se remedia con leyes especiales, que las Cortes son enemi­gas de aprobar».
Después de decir esto habió poco, mostrándose reservado, con lo que creí daba por terminada la conferencia. Me despedí agradeciéndole sus deferencias, acompañándome hasta la escalera.
No puedo ocultar la viva contrariedad que esta conferencia me pro­dujo y sin entrar ahora a analizar qué móviles pudieron inducir a un hombre de su talla a faltar a la lógica y a sus conocimientos jurídicos de una manera tan flagrante, pude observar en él cierto acento despectivo para los dipu­tados. Creo que tiene razón por lo que he visto esta tarde en el Congreso.
Por la noche fui a saludar a Quesada a los Italianos; nuestras pala­bras fueron corteses pero frías; no me dijo una palabra de la carta de Ramírez Vega pero sé que iba a escribir a Lanzarote defendiéndose; que él quería un beneficio inmediato y no trabajar para los nietos como yo. No le contra­dije una palabra. Siguió hablando con un comensal, sin yo intervenir en la conversación. Llegó Montesinos, cruzó dos palabras con él y poco después me marché yo.
No puede ocultar la enorme contrariedad que le produce el plebis­cito; poco después se le aproximó M. Gutiérrez Brito y le dijo que acababa de estar conmigo y que habíamos peleado por el plebiscito y la división. Le contesté a G.B. que no había tal cosa, pues Quesada es una persona culta y yo procuraba imitarle; sólo que pensábamos de distinta manera en la división provincial.
Noviembre, 12
Hoy le he puesto una carta a Maura pidiéndole una conferencia y le envié un plebiscito dedicado a Romanones. Fui a ver a Zancada y no esta­ba en la Presidencia. Me dirigi luego a ver a Vadillo y me lo encontré en la escalera que iba a clase. Me reconoció y me invitó a acompañarle en coche a la Universidad; acepté a condición de que me permitiera volver a ser su alumno aquella mañana; rió la petición y por el coche le expliqué el motivo de mi viaje a Madrid y el plebiscito.
Pareció agradarle y lo primero que me dijo fue: «Pero eso mata el caciquismo de León y Castillo en Canarias». «Cierto», le dije, «pero es lo que deseamos porque es la causa de que allí no haya partidos constituidos, ni aún el conservador, con ser tan poderoso. Yo deseo saber si el Sr. Maura apoya el plebiscito habiéndole pedido hoy una conferencia y desearía que Ud., si no tiene inconveniente, le interesara en este sentido». «No tengo inconveniente alguno», me contestó, «pues me agrada lo que veo en el plebiscito (se lo había dado) y las explicaciones que Ud. me ha dado y creo que Maura lo apoyará porque la situación de ustedes es insostenible». Se­guí disertando, llegamos a la Universidad y asistí a clase; a la salida habla­mos otro poco y repitió que hablaría con Maura.
No sé lo que hará este caballero, pero creo no haber perdido el día del todo.
Por la tarde fui a ver al apoderado de la Condesa de Santa Coloma, para cumplir el encargo de don Giner; pero me respondió el portero que se hallaba en Guadalajara y no regresaría hasta el 19 o el 20 del corriente. El apoderado me dicen que se llama don Mateo Calvo.
Noviembre, 13
Hoy domingo no es día de ver a políticos; pero me dirigí a casa de Domínguez Alfonso porque sabía que no salía hoy.
Me lo encontré enfrascado con Gutiérrez Penedo (chico de Sar.:a Cruz, oficial de Milicias, que con Miguelito Manrique viene a gestionar una reforma en Milicias de Canarias); tenían discrepancias de apreciación en el procedimiento empleado y las hacían constar por escrito.
Se fue Penedo y nos quedamos solos; y lo primero que le dije fue: «Lo que me pasa a mí no le pasa a nadie; la persona con quien podía contar en Madrid para secundar mi proyecto (Quesada) es el mayor er.e-migo del mismo y de quien más recelaba (Domínguez) es la persona en quien he encontrado algún apoyo». «¿Por qué recelaba usted de mí?». «Por­que le suponía sólo diputado tinerfeño y no de Gomera y Hierro», «Pues está usted equivocado porque he ofrecido a los gomeros y herrenes ser su diputado en cuanto se cree el distrito. Yo no he puesto otra cortapisa para representar en el plebiscito a aquellas islas sino la unidad provincial». «En eso estamos en absoluto acuerdo las cuatro islas», le dije, «pero come plebiscitarios no podemos meternos en ese problema; las islas mayores que lo resuelvan; sin esta abstención no se concibe el plebiscito ni hubie­ra persona que lo hubiera firmado». «Conforme», me dijo. «Ahora voy a escribirle a Romanones que he sabido por Benítez de Lugo que Melquiaces Álvarez, con motivo de una vacante en Oviedo, va a pedir que se cubra .a vacante convocando nuevas elecciones». Con tal motivo quería que se tuviera en cuenta por el Congreso su proposición de ley pidiendo los dis­tritos de Lanzarote-Fuerteventura y Gomera-Hierro. Cuando llevaba la carta medio escrita le dije: «Esa carta mata a Fuerteventura porque, votada su proposición, no se vota otra nueva concediendo el plebiscito. En buena hora que Hierro no tenga diputado propio puesto que el representante que han elegido así lo quiere; pero Fuerteventura no tiene culpa de eso y no quiere estar esclavizada a Lanzar ote, que le es igual a estarlo a Cana­ria». Modificó la carta agregando que al leerse su proposición de ley, para tenerse en cuenta, se tuviera también la que se solicita en el plebiscito. «Entonces», le dije, «urge que la presentemos; o que estén presentados los plebiscitos cuando se haga la petición de Álvarez». «Estoy pronto a pre­sentarlos cuando Ud. quiera». «Mañana nos veremos en el Congreso», le dije, «y veremos si urge la presentación o esperamos por los de Gomera». En eso quedamos.
Al despedirme le dije: «¡Qué lástima que Ud. no se liara la manta a la cabeza y tomara a su cargo la realización del plebiscito; sería la muerte de León y la creación de un nuevo poder en Canarias». El hombre hizo protestas de entusiasmo pero dudo que lo realice. Veremos.
Esta tarde he visitado los talleres y máquinas rotativas de «La Co­rrespondencia del España». Realmente es admirable el adelanto de la im­prenta moderna.
Vi componer las planchas de litografía; vi sacar el negativo en pa­pel seda secante, etcétera; vi con el negativo sacar en fundición el positivo en una aleación de plomo, estaño y vi rectificarla y pulirla y curvada adaptarla a los cilindros rotativos; y por último vi funcionar las máquinas imprimiendo 24.000 números por hora; plegados, pegados y doblados de a cuatro hojas.
El director del taller se llama don Ricardo de Santiago; se portó fi­namente conmigo.
Creo que hoy no he perdido el día del todo.
Noviembre, 14
Por fin hoy he podido ver a don Práxedes Zancada en la Presiden­cia; es un joven como de 25 años y como me recibió de pie (a pesar de la carta de Raventós) le dije, con cierta sequedad, que deseaba saber si le habían entregado al Sr. Canalejas un ejemplar de un plebiscito de las islas menores de Canarias, firmado por la Comisión Organizadora de Las Pal­mas; me respondió que lo recordaba: «Pues, como en él se anunciaba, ven­go yo a conferenciar con el Sr. Canalejas, así que sólo deseo de Ud. se sirva anunciárselo para señalar el día y la hora en que tenga a bien recibirme».
Estas palabras lo dulcificaron bastante, cambiando la conversa­ción y hasta de tono, en las pocas palabras más que hablamos pidiéndome mi nombre. Le di mi tarjeta y de palabra el nombre de mi hotel. Que el mismo escribió en la tarjeta: «De modo que viene Ud. de Canarias y :trae la representación de Lanzarote y Fuerte ventura». «Sí señor», le respondí, «y tengo interés en volver pronto para allá por lo cual le agradecería a Vd. hiciera así presente al Sr. Presidente por si se digna recibirme que sea dentro de sus ocupaciones, lo antes que le sea posible».
Me fue a despedir hasta la puerta. Un caballero joven y de aire res­pectivo, que estaba medio echado en un sillón al lado, no despego los la­bios: yo ni le miré siquiera.
Esta entrevista es la más salada que he tenido en mi viaje y pue­de enseñar algo al que quiera estudiarla. Las consecuencias  se verán.
Luego fui a la Universidad a ver a Vadillo y regresé con él en tranvía hasta la Puerta del Sol. Me dijo que aún no había visto a Maura; yo le encarecí que le hablara antes de mi conferencia con Canalejas y me prometió: verle esta noche. No sé si lo habrá hecho.
Por la tarde estuve en el Congreso y presenté al médico Zappino a Domínguez Alfonso como continuador mío en Madrid de lasdoctrinas plebiscitarias. Después me dijo que no había recibido los plebisitos Gomera ni había hablado con Romanones sobre la carta de ayer. Veremos si los plebiscitos aparecen hoy o mañana. Quedé relativamente tranquilo.
Noviembre, 15
Hoy creo que no he perdido el día del todo. A las 10 y media  fuiver a la fiera española, Lerroux, y la verdad es que no es tan fiero el león  como lo pintan.
Me recibió, es verdad, serio y le entregué la carta que de Barcelona me envió Rafael Guerra (por cierto bastante expresiva e interesada). Me dijo que le expusiera el objeto de mi visita y le hice historia circunstancia­da, aunque concisa, de mi lucha política, asesinato de Fajardo, diputación provincial, renuncia, época durmiente y génesis y desarrollo del plebisci­to; y por último mi odisea por Barcelona y Madrid.
Me oyó con mucha atención y me dijo en síntesis: «Mi paso emo­cionado por Ganarías no me dejó estudiar aquel problema. Sólo tengo da­tos de una sola isla (Tenerife) que, seguramente, me ha dado los que le ha convenido. Recogiendo impresiones posteriores y lo que Ud. me dice, con­firmo mi creencia de que el problema canario no está en la unidad ni en la división de la provincia ni en la autonomía de los municipios sino en la personalidad y administración de cada isla. Yo les prometí a mis amigos de Tenerife defender su causa siempre que la entendiera justa; pero la justicia es la que defiende el plebiscito y la que está en armonía con mis teorías. Cuente conmigo, que yo le apoyo».
Le dejé un ejemplar del plebiscito, para que lo estudiara y muy de­ferente conmigo me acompañó hasta la escalera.
No por el recibimiento y apoyo que me dispensó diré de él que ob­servé un hombre sincero, de corazón recto y que no mide las dificultades de la realidad política, si es que cumple lo prometido; una expresión fácil y sin profundidad política ni diplomática. Abordé de soslayo la cuestión de que las islas, según la Constitución, no necesitan 50.000 almas para formar distrito: «Estoy conforme con Ud.», me dijo. «Sólo depende de las necesida­des de cada región».
Quedamos en volvernos a ver en el Congreso; y hasta hube de pe­dirle una tarjeta de circulación; en lo que obré mal, ofreció gestionarla, para complacerme.
Fui por la tarde al Congreso y no pude ver a Lerroux ni a Domínguez: aquél porque estaba en el debate con el Gobierno y éste porque no fue esta tarde al Congreso.
Al llegar al hotel me encontré un pliego conteniendo cuatro plebis­citos firmados de los cuatro municipios de la Gomera que se adhirieron a la idea. Suman entre todos 253 firmas; pero casi todos los alcaldes, jueces y autoridades.
No me levanté de la mesa escritorio en lo que no dejé copiadas todas las firmas y hecho el Resurnen, que es el siguiente:
Gomera                        253
Hierro                          308
        Lanzarote                  1.201
Fuerteventura                  1.462
Las Palmas                     136
Santa Cruz                       27
Madrid                           1
TOTAL                      3.388
Con la paciencia de un felino he estado esperando la llegada de estas firmas; ya están en mi poder: ¡Dios me dé tiento en las manos y cál­culo en la cabeza para saber sacarles el debido efecto! Lo dudo, por falta de
medios.
Noviembre, 16
Hoy he llevado los plebiscitos a encuadernar; he pensado que ante cualquier contingencia están mejor cosidos y numerados en orden que sueltos.
Por la tarde me cerré a formar un resumen del resultado del plebis­cito en las islas menores y las consideraciones que de él se desprenden.
Noviembre, 17
Temprano (10 de la mañana) vino a verme Domínguez Alfonso y tuve con él una larga conferencia. Me dijo que había estado hablando con Maura sobre Cananas y en la conversación le preguntó: «¿Quién es un tal Velázquez, de Canarias, que me ha pedido una conferencia para tratar de asuntos del Archipiélago? Vadillo me ha hablado de él, pero no le conozco». Matos [Leopoldo Matos, Las Palmas, 1878-Fuentenabía, 1936. Diputado, ministro de Trabajo, Fomento y Gobernación], que estaba presente, le con­testó diciéndole: «Es uno de allá que quiere perturbarlo todo; lo mejor es no hacerle caso». Y Maura le respondió: «No, hay que oírlo, que puede tener razón». No sé si sería exacto este diálogo pues Maura no ha hecho otra cosa que pedirme el plebiscito.
Después de presentarle el resumen y consideraciones del plebisci­to y de decirle que están todos los ejemplares en poder del encuadernador le dije: «Si se sigue mi plan, podremos no alcanzar las peticiones plebiscitarias ni, tal vez, los dos distritos pero la muerte de León es irremediable». «¿Ud. lo cree así?», me respondió. «Indudablemente», le dije, «el poder de León descansaba en sus amistades y en la creencia de que era el Verbo de Canarias. Muertos sus mejores amigos, sólo le queda el presti­gio de su arraigo y el plebiscito demuestra palpablemente que las cuatro islas menores no están con él; que La Palma tampoco quiere la división y de Tenerife no hay que hablar. De modo que queda reducido a G. Canaria en la cual, ya se sabe, no hay quien pronuncie su nombre en sitio público». «¿Y cuál es su plan?», me preguntó. «Pues hacer la presentación del plebis­cito en la forma más solemne posible, durante una sesión del Congreso para que todos se enteren y la prensa y el Diario de Sesiones se encargarán de llevarlo al último rincón de España». El hombre se entusiasmó con la derrota de su mortal enemigo y me dijo: «Tiene Ud. carta blanca para hacer lo que quiera con los plebiscitos». «Mi plan lo tengo trazado hasta en deta­lles», le agregué. «Creo que al proponer Pi el plebiscito y apoyarlo, pedirá Matos o Moróte la palabra para combatirlo. Rectificará Pi y entonces entra­rá Ud. de reserva para triturar a Matos o a Moróte y por lo tanto a León y realiza Ud. el día más feliz de su vida. Y después nosotros arreglamos nues­tras diferencias de aspiraciones como mejor podamos, no olvidando Ud. que yo le coloqué bien el bicho para estoquearlo». «Ud. hace lo que le dé la gana y yo secundo su plan», me contestó. «Lo que siento es que Ud. no me haya hablado así desde el principio». «Lo que no ha querido Ud. es oírme», le dije y nos separamos.
¿Qué habrá motivado esta actitud, unida a unas grandes deferen­cias de llevarme siempre a la derecha o al centro si vamos con el prohom­bre Pérez de Soto? No lo sé. Lo atribuí al principio (las deferencias), a un plan para apoderarse de mí o hacerme desbarrar; ahora, porque ve que le conviene este camino; o qué sé yo; los hechos dirán.
Por la tarde fui al Congreso donde encontré a Pi y Domínguez que me esperaban; le dije a Pi que abrazaba en todas sus partes lo que me había propuesto en su despacho; que él presentara con toda solemnidad el libro de plebiscitos en medio de una sesión del Congreso, lo explicara y apoyara; que si algún diputado leonino lo combatía se bastaba y sobraba él para des­hacer esa materia purulenta; que después entraría Domínguez de retaguar­dia a darle la puntilla al cacique canario. Domínguez no decía una palabra; toda la conferencia la sostuvimos Pi y yo. Quedamos en que al día siguiente le llevaría yo el libro plebiscitario, que ya se estaba encuadernando.
Continua

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