UNA HISTORIA RESUMIDA DE
CANARIAS
ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1901-1910
CAPITULO –XXVIII
Eduardo Pedro García Rodríguez
1910.
El poder caciquil en esta colonia
de Canarias se mantuvo campante a pesar de los progresos de la oposición republicana,
circunscritos a una porción del medio urbano. La primacía del campo sobre la
ciudad y la ruralización del grueso de la vida pública determinaron un
horizonte muy adecuado a la persistencia del caciquismo y de las redes
clientelares. En este punto las novedades brillaron, en gran medida, por su
ausencia.
El
caciquismo persistente y sus opositores: la consolidación del Sindicalismo
El
poder caciquil se mantuvo campante en las Islas a pesar de los progresos de la
oposición republicana, circunscritos realmente a una porción del medio urbano.
La primacía del campo sobre la ciudad y la ruralización del grueso de la vida
pública determinaron un horizonte muy adecuado a la persistencia de los manejos
del caciquismo y al vigor de las redes clientelares. En este punto las
novedades brillaron, en gran medida, por su ausencia. Cuando Unamuno habló en
el mitin republicano del ingrediente civilizatorio de la ciudad, de la ciudad
generadora de conciencia, estaba en cierto modo asociando el campo a las
rémoras caciquistas. Fuera de las urbes, los caciques siguieron despachándose a
sus anchas con toda suerte de corruptelas y trapisondas, sostenidas por los
dineros de la
Sociedad Arrendataria de los arbitrios sobre las reformadas
franquicias en 1900. A ello se refirió expresamente Unamuno al proclamar que la
política habría de ser lucha de ideales, no de logreros de consumos y de
puertos francos. Y tales alegaciones las profirió quien, tras advertir que
no era republicano y mucho menos federal, defendió la acción de hombres que se
impusieran a las multitudes, aclarando en esta especie de justificación del
caciquismo “ilustrado” que semejante función no podía corresponder a los
ineptos.
Las
oligarquías insulares fundieron a la terratenencia oriunda del Antiguo Régimen
con la alta burguesía agromercantil, hasta configurar bloques de poder que
dominaron casi enteramente los quehaceres públicos durante la Restauración y más
allá. Sus formaciones políticas no fueron otra cosa que grupúsculos de
estructura caciquil muy personalizados y jerarquizados, tertulias de notables
en donde coincidían facciones a menudo con muy poca cohesión, que desde las
islas centrales dirigieron los asuntos de las periféricas. Estamos ante
coaliciones de banderías oligárquicas aunadas, más por vínculos personales y
especialmente familiares que por ingredientes ideológicos o programáticos. Al
respecto hemos de advertir que en Tenerife hubo una mayor segmentación del
caciquismo y, por lo tanto, de los partidos del Turno liberal-conservador,
porque su oligarquía no contó con una figura carismática semejante a la de
Fernando de León y Castillo en Gran Canaria. El diagnóstico que verificó
Unamuno sobre estas agrupaciones monárquicas presenta un rango estatal al
definirlas como taifas de logreros, nacidas de los odios y
movidas por intereses personales, mas esos partidos gallísticos
se amoldaban perfectamente a su configuración isleña.
Un
buen exponente de los apaños caciquiles en este orden brilló durante las
elecciones legislativas de mayo de 1910 por la circunscripción de Las Palmas,
circunscripción que desde 1905 abarcó las Islas Orientales. Los leonistas
fueron muy conscientes de la trascendencia que tenían esos comicios en un
momento en el que se planteaba en las Cortes la discusión del proyecto de Ley
de reforma administrativa. En consecuencia, movieron todos sus peones para
reiterar su aplastante victoria y hacer valer el grado de participación que el
divisionismo despertaba, presentándola como una especie de plebiscito
antiunitario. La candidatura liberal tuvo una composición muy cualificada,
integrándola Álvaro de Figueroa y Torres, primer conde de Romanones, aun a
sabiendas de que renunciaría para ocupar “su” escaño por Guadalajara; el
periodista exrepublicano Luis Morote y Greus, amigo personal de Canalejas y que
había prestado valiosos auxilios a la causa de la división provincial; y, por
último, el abogado Leopoldo Matos y Massieu, la joven promesa de la oligarquía
grancanaria, considerado el mejor heredero de León y Castillo y que pronto sería
el intermediario de mayor confianza para el embajador. Los republicanos
federales y los carlistas impidieron la aplicación del artículo 29 de la Ley Electoral de
1907, los unos postulando a José Franchy y Roca y a Benito Pérez Galdós en el
marco de la Conjunción
republicano-socialista, y los otros votando al dirigente nacional Juan Vázquez
de Mella.
Lo
más notable de estas elecciones, por encima de la enorme dispersión de los
sufragios y del éxito absoluto del leonismo, procedió de la evidente
falsificación de los índices abstencionistas y, por lo tanto, de un abultado
enmascaramiento de la participación real. Del total de 38 municipios de la
circunscripción, en 26 se pasó oficialmente del 80% de votantes y en la mitad
de ellos el porcentaje superó el 90%, oscilando desde el 90,5% de Arucas al
97,8 de Puerto de Cabras, con la particularidad de situarse también en este
último grupo Telde con el 93%. ¿Cómo explicar este brioso ataque de civismo que
aquejó, por ejemplo, a los cuerpos electorales de Mogán, de Pájara o de San
Bartolomé de Lanzarote, cuando en Las Palmas apenas votó menos del 56% del
censo? Los testaferros leonistas actuaron impunemente con sus típicos cántaros
y pucherazos en los colegios rurales, donde no tenían control alguno. En varios
términos, bien por escrúpulos o abulia de los componentes de las mesas
electorales, la abstención ofrece un panorama más ajustado a la realidad de las
zonas campesinas con poblamiento diseminado, consignándose así un 71% en
Tejeda, un 57% en Yaiza y un 54,5% en Tetir, indicadores del importante
desinterés por las urnas en los distritos agrícolas de bajas densidades y muy
altas tasas de analfabetismo. Esa comparación unamuniana del leonismo con el
Porfiriato mexicano posee, al menos en lo que respecta a la generalización de
los fraudes electorales, una cabal apoyatura.
La
plancha republicana-federal de Franchy-Pérez Galdós obtuvo en la
circunscripción un promedio de votos equivalente al 5,9%, presentando unos
cocientes del 6,4% en Gran Canaria, del 4,2% en Fuerteventura y del 2% en
Lanzarote. Ahora bien, en Las Palmas conquistó un 23,5%, venciendo en el
distrito de Santa Catalina con el 52,6% y acercándose bastante a los leonistas
en La Isleta
con el 46,5%. Hasta un 73,5% de su electorado radicaba en la capital grancanaria,
fiel reflejo de un partido eminentemente urbano que hasta la Segunda República
tuvo muy escuálida presencia en el medio rural. Los exclusivos oponentes al
cacicato leonista se aglutinaron en las filas del Partido Republicano Federal
(PRF) que Franchy reorganizó en el verano de 1903. Las singularidades del mismo
en Las Palmas, seguido a distancia por el de Telde, derivaron de una
combinación ajustada entre activismo y obrerismo mientras Franchy lo encabezó
hasta diciembre de 1914, y aún cabría decir que tales atributos no
languidecieron del todo luego de su forzada marcha arruinado por la política.
Un muestreo referido a la composición de 156 cuadros entre 1903-1914,
a partir de cinco comités municipales, tres de la Juventud y 24 juntas de
los círculos de barriada, demuestra que más de la mitad eran artesanos y
jornaleros o marineros. Una década de permanentes trajines no tuvo muchas
repercusiones en términos institucionales, en cotas de poder, aunque sí para un
cambio en la fisonomía de la cosa pública y en la conflitividad social. La
consolidación del primer sindicalismo grancanario sería uno de sus más acabados
reflejos.
La
propaganda oral y escrita que desarrolló el PRF de Las Palmas representó algo
enteramente desconocido en el panorama insular y poco a poco alumbró otro
estilo de hacer oposición antidinástica, que nada tenía en común con las pautas
anteriores. El periódico El Tribuno realizó a propósito una encomiable
labor durante su compleja singladura. En su primer bienio de rodaje, este
republicanismo organizó en la ciudad 60 veladas y conferencias, ocho mítines y
tres manifestaciones. Las actividades de más audiencia y resonancia
coincidieron con la visita de la librepensadora malagueña Belén Sárraga en
junio de 1905, que entre otras cosas posibilitó el nacimiento de la Juventud Federalista,
incorporando al grueso de los redactores del periódico anticlerical La Avanzada. Los
casinos de barrio se convirtieron en el principal soporte del proselitismo. A
partir del Círculo Republicano Federal de Triana, entre mayo y noviembre de
1904 fueron inaugurados cuatro establecimientos en otros tantos suburbios
periféricos del ensanche o los riscos: la Juventud de Arenales, la Fraternidad de San
Bernardo, la Tertulia
de San José y el Círculo Instructivo Obrero del Puerto de La Luz. Los tres primeros
contaron con escuelas, donde en mayo de 1905 recibían clases unos 400 alumnos.
Fuera de Las Palmas, el Círculo Republicano Federal de Arucas, abierto en
agosto de 1905, mantuvo asimismo una escuela y editó el semanario La Voz de Arucas
(de octubre a abril de 1906).
Uno
de los mayores empeños de Franchy y de sus compañeros primitivos fue poner
nuevamente en pie el movimiento gremialista, liquidado tras hundirse la Asociación Gremial
de Obreros de Gran Canaria de 1901-1902. Al poco de nacer El Tribuno
lo hizo el tercer semanario "obrerista" de Las Palmas, El
Martillo del Trabajo. Los repúblicos apostaron inmediatamente por la
resurrección del asociacionismo trabajador y auxiliaron a la comisión promotora
de una Federación Gremial de Obreros que jamás salió adelante. Entre marzo y
mayo de 1904 tuvieron lugar ocho mítines en el Teatro-Circo Cuyás, convocados
por la peña de El Martillo del Trabajo con la ayuda del PRF, en el
último de los cuales arrancó la conmemoración de la jornada del 1º de Mayo.
Los endebles gremios de carpinteros, cocheros y tartaneros, zapateros y
albañiles fueron legalizados o reconstruidos desde agosto de 1904 hasta marzo
de 1906. Por lo demás, los correligionarios de Franchy ejercieron muy pronto una
destacada influencia sobre el mutualismo a través de la Asociación de
Trabajadores de 1870 y La
Previsora de 1899: el 85,6% de los mutualistas grancanarios
estaban presididos en 1907 por notables del PRF.
Hasta
que los federales no lograron prender en los barrios porteños de Santa Catalina
y La Isleta,
su ascendiente sobre los trabajadores no llegó muy lejos. Descontando los
distritos donde no terciaron, el PRF pasó de cosechar el 5,6% de los votos en
la municipales de 1903 al 19,3% en las de 1905. La mayor parte del electorado
republicano se localizaba por ahora en Triana y en Vegueta, es decir, en los
distritos más equilibrados socialmente y con mayor proporción de las
ocupaciones burguesas; por aquél resultó elegido Franchy en 1905,
convirtiéndose en el solitario edil federal de este período. Al avanzar el
verano de 1906, el PRF dio síntomas de cansancio y principió un paréntesis que
duraría casi un trienio. La suspensión de El Tribuno, el cierre de
escuelas y de algún círculo y la postración del bisoño gremialismo, revelaron
las dificultades con que se encontraban unas pocas docenas de activistas
republicanos para desenvolverse en un medio hostil y con escasos recursos. No
obstante, las páginas del semanario El Martillo sirvieron de canales
de comunicación para la militancia y la Juventud Federalista
editó en 1907 el semanario Progreso, manteniéndose aún abierto el
Círculo de Arucas. En julio de este año apareció en La Isleta el club El Trabajo.
El
1 de mayo de 1909 reanudó su edición El Tribuno en calidad de
semanario y en algo más de un lustro el PRF se consolidó de forma definitiva
como entidad opositora y claramente volcada hacia el mundo sindical. De los
centros de la etapa anterior reemprendieron sus tareas el Círculo de Triana, la Juventud de Arenales y la Fraternidad de San
Bernardo; en el primero radicó la Escuela Benot desde marzo de 1911 y en los otros
fueron restablecidas en 1914 sus misiones docentes. En el barrio de San José
funcionaron consecutivamente dos sociedades, El Porvenir y Vida Nueva. El logro
más efectivo sería, con todo, la apertura en julio de 1910 de la Unión Republicana
Federal de La Luz
y Santa Catalina, una de las instituciones más dinámicas que albergó el Colegio
Pi y Margall. Desde noviembre de 1911 actuaba ya un comité municipal en Telde y
en marzo de 1914 se instituyó la Sociedad
Republicana-Centro Obrero. En ambas poblaciones, los
federales organizaron durante el quinquenio 1910-1914 un total de 49 veladas y
conferencias, 57 mítines y 18 manifestaciones, destacando las movilizaciones
concernientes a los procesos huelguísticos y las del 1º de Mayo. Todavía en
mayo de 1909 hay noticias de otro comité en Arucas.
Republicanos deben ser los
socialistas; socialistas debemos ser los republicanos, sentenciaba Franchy a principios de
1910. La vocación socializadora de los franchystas, inspirada en una lectura
obrerizante del Programa federal del 22 de junio de 1894 y fortalecida por la Conjunción, creció
gracias a la definitiva configuración del sindicalismo inaugural de Las Palmas
que arrancó del Puerto de La Luz
a lo largo de 1909. La
Sociedad de Obreros Cargadores de Carbón y la Unión Obrera de
Estibadores de Carga Blanca nacieron entonces y al año contaban,
respectivamente, con 547 y 163 afiliados. Las organizaciones gremiales aumentaron
en 1910 con las Sociedades de Zapateros, de Obreros Panaderos y de Obreros en
Hierros y Metales. Buena parte de los 15 sindicatos establecidos entre enero de
1909 y julio de 1913, y sintomáticamente los de mayor afiliación, estuvieron
presididos por federales que a menudo desempeñaron responsabilidades
partidistas simultáneamente. La trabazón entre republicanismo y sindicalismo no
sería, pues, meramente circunstancial o externa, produciéndose una auténtica
amalgama que convirtió al PRF en el vehículo de un segmento cualificado de la
población trabajadora. Las instalaciones del Círculo de Traian, contiguas a las
de El Tribuno, sirvieron con regularidad a los dos organismos de los
estibadores portuarios hasta disponer, en abril de 1913, de un local propio en La Luz, compartido con la Sociedad de Obreros
Panaderos. En este montaron Franchy y su joven camarada y colega Federico Cuyás
y González-Corvo un consultorio jurídico, acabando por instalarse una escuela
con personal docente republicano. Desde diciembre de 1910 había merecido
Franchy la presidencia honoraria de las tres sociedades del Puerto de La Luz.
La
doble militancia político-sindicalista hizo que el PRF de Las Palmas
desempeñara tareas sobresalientes en los conflictos laborales ocurridos de diciembre
de 1909 a diciembre de 1913, abarcando seis huelgas portuarias y una decena de
menor entidad en el transporte o en la construcción, localizadas las últimas en
1913 y en pos ante todo de la jornada de las nueve horas. Entre diciembre de
1909 y enero de 1910 estalló el paro de los obreros de la Grand Canary contra
el sistema de las soldadas. Fue el pórtico de la importante secuencia
huelguística de 1910, que tan favorablemente enjuició Unamuno de manera
tangencial: del 14 al 20 de marzo sobrevino el plante de la carga blanca por
las retribuciones de las faenas en las horas de descanso; del 20 al 30 de
abril, el de los estibadores de cargas blanca y negra frente al establecimiento
de casetas de contratación sin concurso sindical; del 25 de mayo al 13 de
junio, el de todos los portuarios en oposición conjunta a las referidas soldadas
y las casetas.
Algunos
episodios violentos jalonaron estas lides en el Puerto de La Luz. El 24 de abril hubo
enfrentamientos entre despedidos y esquiroles de las casas carboneras, en el
transcurso de los cuales un capataz efectuó disparos con su arma reglamentaria.
Por amenazas a los operarios de la Grand Canary se practicaron media docena de
detenciones el 5 de junio, entre ellas las del presidente y del secretario de la Sociedad de Obreros
Cargadores de Carbón. Finalmente, un rompehuelgas de la Blandy increpado el día 9
sacó un cuchillo en su defensa y recibió la trompada de un huelguista, siendo
ambos conducidos a la prevención; al tratarse de liberar sólo al agredido, los
compañeros del otro asaltaron el local y lo dejaron libre. El propio rector de la Universidad de
Salamanca fue testigo de la huelga declarada a finales de junio por los
empleados del tranvía de la SELP
con reivindicaciones salariales. La violencia social reapareció durante la
huelga de la carga blanca en junio-julio de 1911, que entre otras cosas reportó
hundimientos de embarcaciones y cargas a caballo de la Guardia Civil. El
clima de los trágicos sucesos del 15 de noviembre vino propiciado por estos
rifirrafes, en el curso de unas elecciones en las que los candidatos del PRF
(Franchy y el líder sindical José Montelongo y Gutiérrez) triunfaron por La Isleta con el 58,3% de los
votos.
En
los años consecutivos los franchystas realizaron dos aportaciones fundamentales
para la historia del movimiento obrero insular. Desde la primavera de 1912
tuvieron en su agenda la creación de una Casa del Pueblo, y Franchy aprovechó
su estancia en Madrid durante el mes de junio para entrevistarse con Pablo
Iglesias y recabar los asesoramientos pertinentes. Edificada en La Isleta a partir del 1 de
mayo de 1913, la institución estuvo por largo tiempo bajo la presidencia de un
pequeño contratista y aguerrido federal. La segunda de las contribuciones
sobresalientes partió de la Juventud
de Arenales en abril de 1914. Allí se apiñó un colectivo parasindical con el
nombre de Renovación, que desde el 25 de abril hasta el 10 de octubre
lanzó el semanario homónimo intitulado Periódico obrero de acción social.
Debido a esta corriente filosocialista tomó posesión el 9 de agosto el primer
comité reglamentario de la
Federación Obrera de Las Palmas, nutrido básicamente por el
republicanismo. (Agustín Millares Cantero, 2010)
1910.
Los Cabildos modernos serían un
corolario de las lides por la división provincial; es decir, que la
descentralización administrativa y electoral procedió ante todo de las
reivindicaciones que los divisionistas grancanarios blandieron de forma
permanente al menos por casi una década.
A
vueltas con el Problema Canario: la coyuntura
de la Ley de
Cabildos de 1912
El
arrendamiento de los arbitrios que estableció la reforma de la Ley de Puertos Francos del
ministro Fernández Villaverde en 1900 enfrentó a dos sociedades oligárquicas y
fracturó en mayo de 1903 al “Gran Partido” de León y Castillo. La bandería franciscana
montó el Partido Local Canario (merecedor de las burlas de Unamuno), que desde
su órgano La Defensa
levantó la bandera divisionista por más de un quinquenio. Los gérmenes de estas
campañas fueron simultáneos al motín que estalló en el mes de junio en Santa
Cruz de Tenerife contra las innovaciones que, en el ramo militar, había
previsto el ministerio de Linares Pombo. A partir de septiembre, el
divisionismo quedó vigorizado bajo módulos federales. Las concepciones
pactistas de Pi y Margall fundamentaron la exégesis de la división como una
fase en la singladura hacia los objetivos autonómicos. Ya desde las columnas de
El Tribuno o desde conferencias y mítines, los camaradas de Franchy
dieron a tales movilizaciones una impronta popular, ajena a los presupuestos
elitistas de los círculos dirigentes.
Dos
factores contribuyeron a fortalecer la opción divisionista. El primero será el
informe que en abril de 1905 elaboró Juan Maluquer y Viladot, fiscal del
Tribunal Supremo. Y el segundo procederá del viaje de Alfonso XIII a Canarias
en marzo de 1906, a raíz del cual redactó una Memoria admitiendo
semejante directriz el conde de Romanones, ministro de Gobernación en el
gabinete de Segismundo Moret. La
Exposición aprobada en agosto de 1906 por el
ayuntamiento palmense, así como un mitin en el Circo Cuyás organizado por la Asociación de la Prensa y con el concurso de
todos los partidos, generaron una nueva dinámica en las protestas de carácter
cívico que reclamaban el fin de la centralización político-administrativa en
Santa Cruz de Tenerife. Desde 1907 actuó la Junta de Defensa auspiciada y liderada por
Franchy, el liberal independiente Juan Bautista Melo Rodríguez y el autonomista
Rafael Ramírez Doreste, director del diario La Mañana. Las
reacciones frente al Proyecto de Ley de Régimen de Administración Local del
conservador Maura entre 1907-1908 no sólo depararon resoluciones
institucionales contrapuestas y tensos debates en las Cortes. También fueron
comunes las acciones de masas por ambos bandos.
La
citada Junta de Defensa promovió las asambleas, los mítines y las
manifestaciones multitudinarias de marzo-abril de 1908, que llegaron a reunir
en Las Palmas entre 10.000-12.000 personas y estandartes de más de sesenta instituciones
de la ciudad y de otros varios municipios. Una convención de alcaldes
orientales asumió la Exposición
redactada por el edil republicano en donde se reclamaba la pronta emancipación
administrativa del grupo. El impacto de estas actividades obligó a León y
Castillo a respaldar sin rodeos, por fin, la carta de la división, terminando
así con la disidencia del Partido Local. Y en cuanto a los cabecillas
tinerfeños, semejantes despliegues animaron la convocatoria de la dieta
“provincial” del 2 de mayo, en prioritaria custodia de los privilegios de
capitalidad de Santa Cruz y de donde salió la idea de los Cabildos insulares. A
ella acudieron únicamente delegados occidentales para consolidar la Unión Patriótica,
a imitación de la
Solidaridad de Cataluña. Entre octubre-noviembre de 1908,
dicha alianza circunstancial entre liberales, conservadores disidentes y
republicanos organizó varias convocatorias masivas contra la aprobación de la
enmienda del diputado José del Perojo al Proyecto de Maura, que dividía en dos
secciones iguales la comisión permanente de la Diputación provincial.
Alrededor de 6.000 individuos asistieron al mitin del 15 de noviembre en la Plaza de Toros de Santa Cruz
de Tenerife, con más de treinta pabellones de sociedades y representaciones
palmeras y gomeras. Hasta la retirada definitiva del Proyecto y caer el
gabinete Maura en octubre de 1909, se mantuvo la confrontación ante cada uno de
los puntos capitales que afectaban a la estructura administrativa del
Archipiélago.
Los
propósitos descentralizadores del primer ministro liberal Moret, en busca de
una mayor autonomía de los entes locales que restableciera la aplicación de la Ley Municipal,
dieron lugar a respuestas antagónicas, primero en Gran Canaria y después en
Tenerife. Apenas conocidos los planes encaminados a instituir un gobernador
de altura o universal, otorgándole facultades amplísimas y
extraordinarias, se desataron las impugnaciones en aquella isla. Una
manifestación ilegal, acompañada del cierre de comercio y de profusión de voladores,
recorrió las calles de Las Palmas el 8 de noviembre de 1909. La Junta de Defensa emplazó al
día siguiente un mitin opuesto al llamado virreinato y lanzó el
manifiesto Al pueblo español, del que se editarían 30.000 ejemplares.
Esta amplia contestación hizo que el ejecutivo diera marcha atrás y ofreciese
el recambio del gobernador alternativo o trashumante, que ya
figuraba en la Memoria
de Romanones y expresamente a solicitud de Moret. El artículo 28 del Real
Decreto de 15 de noviembre dispuso que aquella autoridad residiera
alternativamente y por iguales períodos anuales en las dos poblaciones
enfrentadas. Semejante equiparación formal, en los que tuvo de capitalidad
compartida, instigó ahora el repudio de las élites tinerfeñas y en la capital
provincial hubo otra vez agitaciones de cierto calado. Al fin, la coyuntura de
1910 facilitó la puesta en marcha de envites periféricos que aspiraban a
situarse fuera del histórico contencioso entre las islas centrales.
La Real Orden de 16 de
abril de 1910, dictada por el nuevo gabinete liberal de José Canalejas, apeló a
“las fuerzas vivas de Canarias” a fin de concluir las espinosas
reorganizaciones administrativa y electoral. El teórico plazo de tres meses que
duró el período informativo abierto por el gobernador civil, reveló las
profundas disparidades entre los variopintos movimientos autonómicos y su
incapacidad para suscribir arreglos mínimos, siquiera dentro de los que
compartían unos postulados afines. Hasta cinco opciones podemos distinguir por
entonces: a) los unionistas antileoninos de Tenerife (Unión
Patriótica), respaldando la unidad provincial con Cabildos, si bien el Colegio
de Abogados de Santa Cruz apostó por mantener el régimen común a todas las
provincias; b) los divisionistas leoninos de Gran Canaria,
sosteniendo ante todo la división y dando entrada, si acaso, a los anhelos
autonomistas insulares a través de los mecanismos autorizados por la Ley Municipal
(mancomunando servicios municipales en cada isla), conforme a las propuestas
del Colegio de Abogados de Las Palmas; c) los autonomistas
antileoninos de Gran Canaria (Partido Republicano Federal de José Franchy Roca
y grupo del diario La
Mañana de Rafael Ramírez y Doreste), que pospusieron
transitoriamente la división para asumir las demandas de la autonomía insular; d)
el pronunciamiento periférico del Plebiscito de las Islas Menores que encabezó
desde Las Palmas el letrado majorero Manuel Velázquez Cabrera y recibió el aval
del 26,5% de su electorado, postulando un legislador a Cortes por cada una de
esas cuatro islas y una Junta administrativa al frente de todas; y e)
los unitarios autonomistas de La
Palma espoleados por el krausista Pdro Pérez Díaz, exponiendo
sus diferencias interiores sobre la Diputación provincial y las autoridades gubernativas
de cada isla en la asamblea insular del 6 de noviembre (insularismo vs
regionalismo).
El
rector de la Universidad
de Salamanca llegó a las Islas en un momento especialmente enervante del problema
canario. ¿Cómo lo interpretó quien ya había dado a conocer sus opiniones
sobre la materia en la Revista
de Municipios? Desde el parlamento del 25 de junio en el Pérez Galdós,
Unamuno defraudó por completo las hipotéticas expectativas de los divisionistas
para sumarlo a su causa. El llamado problema canario, en su criterio,
era fruto de querellas domésticas, luchas por distinciones, algo de vanidad
colectiva, escapes del aplatanamiento y rencillas kabileñas. En suma, una
cuestión insignificante frente al problema verdadero, el de todos, de
España entera. La enemiga hacia el regionalismo, el cantonalismo y el
localismo brilló en la más extensa perorata del 6 de julio en el mitin
republicano del Teatro-Circo Cuyás, donde se oyó al patriota español hablar en
tonos regeneracionistas. Allí argumentó contra la división provincial,
señalando que no iba a resolver nada y que apenas traería consigo un incremento
de la burocracia. Tampoco la autonomía reportaba solución alguna en su
criterio, pues solía generar esa otra forma de caciquismo que apreció
en la Solidaridad
de Cataluña. Si don Miguel pretendió alborotar el cotarro, según sus
propias palabras, lo consiguió a la verdad en este punto.
Los
periódicos palmenses criticaron de manera unánime la inoportunidad y la
ligereza con que el gran escritor afrontó la reforma administrativa de Canarias
en la solemnidad de los Juegos Florales, al paso que los santacruceros le
destinaron toda suerte de elogios. Una de las réplicas a todas luces más
inteligentes y ponderadas la brindó Franchy en El Tribuno. Luego de
admitir que algunos abordaban la temática conforme a las descalificaciones
unamunianas (querellas domésticas, luchas por distinciones y vanidad
colectiva), apunta la incorrección de sus dictámenes metiéndose en el
meollo del asunto: En el fondo del problema provincial hay algo más que
esas minucias y esos accidentes que él ha visto: hay la necesidad real de una
reorganización administrativa del Archipiélago, adecuada a las condiciones de
una región constituida por siete islas, que no pueden regirse bien del mismo
modo que una provincia de la
Península. Las reflexiones del paladín republicano-federal
abordaron en otras oportunidades la ilustración del centralismo interno como
clave explicativa de nuestro problema, así que incidiré en algunos
de sus elementos referidos a la
Diputación provincial para enmarcarlo debidamente.
Uno
de los rasgos característicos de los contingentes provinciales radicó en que
Tenerife recibía mucho más de los que daba y Gran Canaria daba más de lo que
recibía. En 1883-1884, la primera isla contribuyó a la caja provincial con el
44% del reparto y se llevó el 79%, mientras la segunda aportó casi el 36% y
sólo obtuvo el 19%. Durante el año económico 1886-1887, la Diputación invirtió en
Beneficencia e Instrucción Pública 1,50 pesetas por tinerfeño y 75 céntimos por
grancanario. Las principales víctimas de semejante estado de cosas eran los
moradores del resto de la provincia, que después de pagar tenían que
conformarse con algunas migajas aleatorias (aportaban sobre un 20% y únicamente
acogían un 2%), si bien hemos de recordar que en 1910 no representaban sino el
23% de los insulares. Una Exposición del ayuntamiento de Las Palmas de
agosto de 1906 nos propone que el grupo occidental abonaba a dichas cargas 1,45
pesetas por habitante y el oriental 1,68 pesetas, diferencia harto injusta
cuando la Diputación
barría sobre todo para Tenerife. Por otro lado, la institución solía reprimir a
las islas deudoras negándoles auxilios, mas los ayuntamientos morosos por
excelencia fueron los occidentales, que en los albores del siglo XX debían 9
pesetas por persona frente a las 5 de los orientales. En realidad, la Diputación distinguió
entre municipios “amigos” y “enemigos” a la hora de disponer sus líneas
presupuestarias. Unamuno, que tan sensible fue ante la injusta fiscalidad de la España borbónica,
denunciando que los ricos no pagaban cuanto debieran y la magnitud de la
“riqueza oculta”, seguramente habría admitido esta otra justicia de las
reclamaciones divisionarias.
La
coyuntura que abrió paso a la Ley
de Cabildos de 1912 despertó una sensibilidad especial respecto de las
actuaciones del cuestionado organismo, tanto en Gran Canaria como en las demás
islas no capitalinas. Pero ni aún así varió de rumbo. En un año tan conflictivo
como el de 1910, el cuerpo provincial aprobó unas consignaciones que, si bien
repartieron proporcionalmente al número de habitantes las inversiones en
establecimientos benéficos para ambos grupos (un 57% para el Occidental y un
43% para el Oriental), rompiendo con los desequilibrios de etapas anteriores,
en el capítulo de enseñanzas medias y profesionales aún concentraban en los
centros de Tenerife el grueso de las partidas: un 32% para el Instituto
Provincial de Segunda Enseñanza de La
Laguna; un 23% para la Escuela Normal
Superior de La Laguna;
un 18% para la
Escuela Especial Náutica de Santa Cruz; un 12% para la Junta de Instrucción Pública
de la misma capital provincial y etcétera, frente al 4% de la Escuela Normal
Municipal de Las Palmas. La
Diputación, en definitiva, fue básicamente un instrumento del
centralismo santacrucero en particular y del tinerfeño en general, una palanca
más con la que garantizar el predominio de la isla picuda en beneficio
mayor de su oligarquía. Muy raras veces se erigió en portavoz de las
reivindicaciones isleñas ante el gobierno central y casi no acometió
elementales y equitativas mejoras a su alcance, en reciprocidad a los
sacrificios de los contribuyentes, ni mostró eficacia alguna para aplicar bien
sus escasos peculios en asistencia benéfica o políticas educativas. El eje
central de sus orientaciones pasó por la defensa a ultranza de la unidad
provincial.
Las discordias canarias
prosiguieron a lo largo de 1911 y el primer semestre de 1912. El quehacer
descentralizador de José Canalejas y la sensibilidad autonomista del Partido
Liberal pasó a expresarse en los Proyectos de Leyes de Mancomunidades
Provinciales y de Bases sobre Régimen Local. Se han planteado los influjos de
la “catalanización” en tal política, mas también habría que distinguir el peso
de una “canarización” que venía igualmente de atrás, aunque su carga fuese
menor. La Ley de
11 de julio de 1912 o de Cabildos instauró estos cuerpos insulares, delegados
del Gobierno en cada isla y los distritos a Cortes de las periféricas. Los
Cabildos modernos serían un corolario de las lides por la división provincial;
es decir, que la descentralización administrativa y electoral procedió ante
todo de las reivindicaciones que los divisionistas grancanarios blandieron de
forma permanente al menos por casi una década. Con dichas reformas se trazó
otro horizonte para nuestro problema, estando muy lejos de solventarlo
definitivamente. Pero ésta es, como diría Kipling, otra historia, una
historia que nos conduce de forma inevitable a la división provincial de
septiembre de 1927. (Agustín Millares Cantero, 2010).
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