CAPITULO XXVIII
Chaurero n Eguerew
La Iglesia Católica y su implicación en la esclavitud del
pueblo guanche, II
La
Iglesia católica en Canarias (continuación)
Si a
las tribus que invadieron Europa desde el este se los llamó “bárbaros y
vándalos”, términos que quedaron en el habla como sinónimo de barbarie, destrucción y desolación de pueblos y
culturas, ¿qué es lo que tendría que decirse de los Bethencourt, La Salle, Herreras, Rejón,
Bobadilla, Vera, Lugo, y en general de todos los desalmados invasores españoles
capaces de todas las traiciones, mendacidades, felonías, crímenes signados por
la deslealtad, el faltar a la palabra empeñada, el abuso de confianza, la
esclavitud, la perfidia, las masacres?
La
iglesia católica del imperio salvacionista ibérico tuvo gran relevancia en la
construcción colonial del primitivo pueblo canario como ente cultural alienado,
ya que la religión cristiana se mezcla en él con creencias guanches, formando
cultos sincréticos.[1]
Estos
llenaban satisfactoriamente su cometido de dar a conocer al canario la gloria
de la vida eterna ultraterrena, para consolarlo ante la miseria de su destino
terreno y a la vez justificar el dominio europeo, induciéndolos a una actitud
pasiva y resignada.
Pero
es en la actualidad, cuando el canario subordinado del imperio mercantil
salvacionista primero, y del capitalismo después, está de pie luchando por su
dignidad, elevando la figura de sus ancestros, desistiendo de vivir la historia
de Europa para reconstruir en forma continua la propia, luchando por demostrar
que no somos “una cultura débil que va extinguiéndose” sino que sigue
existiendo orgullosa y soberbia.
Al
llegar los invasores al Archipiélago Canario lo primero que hacen es asumir la
empresa como una misión religiosa, bajo estas condiciones en nombre de los
dioses católicos y de los reyes ibéricos se inicia toda una serie de injustas
masacres y esclavizaciones en masa de un pueblo que como el canario jamás
traspasó sus fronteras para ofender a nadie. Los planes de los piratas y
traficantes de esclavos Jean de Bethencourt y Gadifer de la Salle patrocinados por el
reino ibérico castellano, para ocupación
del territorio combinaron las llamadas ”entradas” civilizadoras, con la acción supuestamente
evangelizadora de los capellanes.
El pirata y mercenario normando
Jean de Bethencourt y su socio Gadifer de Lasalle parten de La Rochela para Cadiz el 1 de
mayo de 1402 con ochenta franceses, a los cuales se unen otros aventureros
castellanos. Tras hacer frente a un
motín de la tropa y marinos quienes reclamaban los salarios atrasados de meses,
Bethencourt consigue contentarlos pagándoles parte de los mismos gracias a un
préstamo concedido por un tío suyo, tras robar un ancla y un esquife a un capitán
corsario inglés que subastaba una presa en el puerto de Cádiz, prosiguen viaje
a Lanzarote a donde llegan a fines de junio. Con ellos van de capellanes los
miembros de la secta católica Juan Leverrier, presbítero, y Fray Pedro Boutier
(no Bonthier), O.S.B.
Invaden y se apoderan de
Titoreygatra (Lanzarote); edifican, un fuerte en Rubicón, Bethencourt, por
falta de recursos, vuelve a Castilla y a Francia con un cargamento de esclavos
guanches, a gestionar ayudas, dejando a su socio Gadifer como encargado de
continuar el saqueo de la isla y a su
sobrino Berthin de Berneval como comandante del fuerte. En ausencia de
Bethencourt, Berthin de Berneval se rebela contra Gadifer; y, uno y otro, hacen
asaltos y esclavizaciones en las islas.
La temprana invasión y conquista
de la isla de Eseró (El Hierro), llevada a cabo por los piratas Jean de
Bethencourt y Gadifer de La
Salle, la convierte en una excelente plataforma desde donde
alcanzar con relativa facilidad las costas de Benahuare (La Palma), tanto para supuestamente
comerciar con los awuaras como para
hacerlos objeto de este comercio. En uno de estos asaltos, los piratas
normandos-castellanos son rechazados en el término de Tenagua (Puntallana) por
los awaras, decidiendo estos trasladar el pillaje al bando de Tigalate, a la
sazón gobernado por los hermanos Juguiro y Garehagua. Allí prendieron a una
hermana de Garehagua, revolviéndose ésta de tal manera que Jacomar le dio de
puñaladas y la mató.
El 28
de noviembre de 1403 Según una bula de Clemente VI, la titularidad de la
invasión y conquista de las Islas Las Canarias, pertenece a los reyes de
Castilla.
El
pirata normando Jean de Bethencourt gestiona en 1403 ante Enrique III su
supuesto señorío de Canarias y obtiene una Real Cédula, confirmándole como señor feudal de Canarias y
vasallo del rey castellano. El pirata pide ayuda; y “recurre al Papa Benedicto
XIII, en Avignon, para pedirle también ayuda material y espiritual:
indulgencias y privilegios de cruzada y la creación de un obispado en el fuerte
de Rubicón.” (Las Casas)
En
esas mismas fechas Gadifer de la
Salle y sus bucaneros hacen una incursión a la Gomera
capturando como esclavos a cuatro gomeros, posteriormente en un nuevo intento
de desembarco son rechazados.
Jean de Bethencourt, vuelto a las
islas el 27 de febrero de 1404, (con un grupo de colonos franceses, entre ellos
una gran cantidad de prostitutas) logra poner paces entre los suyos y somete a
los maxos que se habían rebelado.
En 19 de abril de 1404
el pirata Gadifer de la
Salle, viendo que era marginado por su socio Jean de
Bethencourt, y por diferencias surgidas por el reparto del botín abandona las
islas y va a reclamar parte en el señorío al rey de Castilla; pero, no
habiéndolo conseguido, vuelve a Francia. Con él va el capellán de la secta
católica Fray Pedro Boutier.
El Papa Benedicto XIII, en
Avignon, el 7 de julio de 1404 concede a Bethencourt las indulgencias y
privilegios de cruzada y erige el obispado de la secta católica de Rubicón
{Róbigo) en la isla de Titoreygatra; y por la bula Apostolatus officium
del 7 de julio de 1404, nombra a Fray Alfonso de Sanlúcar de Barrameda, O.F.M.,
obispo de esa diócesis. (Las Casas)
BULA del Papa de la secta católica Benedicto XII (Pedro de Luna)
erigiendo en ciudad el villorrio del castillo de Rubicón, su ermita en Catedral
y el Archipiélago Canario en obispado, sufragáneo de Sevilla.
“Benedicto, Obispo, Siervo de los
Siervos de Dios, para perpetua memoria. El Romano Pontífice sucesor de San
Pedro, Clavero Celestial y vicario de Jesucristo, indaga con paternal atención
y examina con diligencia todos los climas de este mundo y las calidades de las
naciones que lo habitan, solicitando, en desempeño de su obligación, la salud
de todas; así fundado en aquella suprema autoridad y persuadido de causas racionales,
ordena saludablemente y dispone con madura deliberación cuanto juzga debe ser
grato en la presencia de la
Divina Magestad, a fin de reducir a una única grey las ovejas
que Dios puso a su cargo, y que de este modo consiga y alcance el premio de la
felicidad eterna para aquellas almas, que con el auxilio del Señor pueden más
presto y con más luces llegar a él, si la verdad de la Fe Católica se dilata
para gloria del Hombre Divino. Hace poco tiempo que, tanto por voz pública
cuanto por una relación fidedigna, ha llegado a nuestra noticia apostólica que
la isla de Lancelot, alias de Canaria, habitada de una nación gentil, ha sido
conquistada valerosamente por algunos profesores de la Fe Cristiana y
sometida a su dominio; y que muchos de sus moradores, en virtud del ministerio
de la predicación, dejando las tinieblas de sus errores acaban de convertirse a
la luz de la Fe
ortodoxa, y se espera que, sin duda, con la divina gracia, la mayor parte de
ellos recibirán muy en breve la misma pura fe.
Igualmente sabemos que, en el
castillo de Rubicón de la misma isla, se ha edificado una iglesia bajo la
advocación de San Marcial; y Nos, que aunque indignos, hemos su- cedido a San
Pedro y hacemos las veces de Cristo sobre la tierra, deseando tener solícito
cuidado de todas las almas y que el Mundo dividido en Cismas vuelva a la unidad
de la fe ortodoxa, para que haya un solo rebaño bajo un solo Pastor; y
queriendo distinguir aquel castillo y aquella iglesia con algún favor
apostólico, después de una madura deli-beración con nuestros hermanos, por
consejo de ellos y de la plenitud de nuestra autoridad Apostólica, para loor
del nombre de Dios, gloria y exaltación de su Santa Iglesia, dilatación de la Fe y mayor utilidad de las
almas, erigimos el referido castillo de Rubicón, supuesto que tiene proporción
para ello, en Ciudad, y la honramos con el nombre de tal, siendo nuestra
voluntad que se llame perpetuamente Ciudad Rubicense; y señalamos por su
Diócesis lo restante de aquella isla y todas las otras comarcas, y la dicha
iglesia, de consejo de los dichos nuestros hermanos, la hacemos Catedral y la
condecoramos con el título de Dignidad Episcopal, para que tenga, mediante
Dios, esposo propio e idóneo por provisión de la Silla Apostólica,
el cual pueda gobernarla y serle provechoso.
Además de esto, establecemos y
mandamos que la referida iglesia Rubicense esté sujeta, como sufragánea, a
nuestro venerable hermano el Arzobispo y a la Iglesia Hispalense
por derecho metropolitano Nulli ergo hominurn, etc.
Dada en Marsella, en San Víctor,
a 7 de julio del año décimo de nuestro Pontificado, que es el de 1404”.[2] (En:
A. Millares Torres, 1977 t. 3: 336)
El pirata Jean de Bethencourt y
sus mercenarios dan por finalizada la invasión de Erbania (Fuerteventura) en
1405. Se crea el asentamiento europeo de Betancuria, lugar escondido en un
valle para prevenir los ataques de otros piratas y razzias, fue escogida para
capital y desde ella se gobierna la isla y
se inicia una nueva etapa de sometimiento y esclavitud, en un régimen
feudal. El 31 de enero deja de lugarteniente suyo a Juan de Courtois y se va a
Francia, de donde vuelve el 9 de mayo con más soldados y colonos; y entre sus
acompañantes se halla su sobrino Maciot {Menaute) de Bethencourt. El 6 de
octubre intenta conquistar Tamarant (Gran Canaria) y posteriormente Benahuare (La Palma); pero fracasa y
conquista la isla que él mismo llama “1le de Fer” Esero (isla de Hierro),
cautiva 111 guanches (incluido el rey de la isla) y los distribuye como
esclavos entre sus sicarios.
Nombra lugarteniente suyo a su
sobrino Maciot y el 15 de diciembre de 1406 parte para Castilla con su capellán
Juan Leverrier y algunos otros, además de un contingente de esclavos canarios.
Al llegar a Toledo, a fines del año, se encuentra con que había muerto el rey
Enrique III (el 25 de diciembre). En Segovia hizo pleito homenaje en 1407 al
nuevo rey de Castilla Juan II (Hist.J I, 17; BAE, XCV, 66b. Cf. I, 18;
BAE, XCV, 72b). Juan Leverrier, capellán de Bethencourt, en su Relación de lo
sucedido a éste, dice “que, al llegar a Segovia (no a Valladolid), pidió a
Enrique III cartas de recomendación para el Papa Inocencio VII, en Roma, al que
pidió la creación de un obispado en Canarias; y el Papa nombró obispo a Fray
Alberto de las Casas, de la secta católica franciscana (O.F.M).” (Las Casas)
Maciot de Bethencourt,
lugarteniente de su tío Juan, “rey de Canarias”, ataca a La Gomera en 1407 y esclaviza
a guanches (Híst., I, 17; BAE, XCV, 66b); pero no logra conquistarla. Lo
mismo ocurre con Tamaránt (Gran Canaria,) Chinech (Tenerife) y Benahuare (La Palma). Después se retira al
fuerte de Rubicón desde donde esclaviza muchos guanches que vende en Castilla,
Portugal y Francia (Híst.} I, 19; BAE, XCV, 76a-b.
La inmoralidad propia de aquellos
europeos piratas invasores, quedó patente en una series de tropelías
desarrolladas contra los guanches y entre ellos mismos, no sólo se robaron
entre sí, sino que acabaron ultrajando y violando a las mujeres francesas (la
mayoría prostitutas) que Bethencourt había traído para colonizar las islas
sometidas con aportes humanos europeos. De los centenares de guanches
esclavizados y vendidos en Europa, los capellanes de la expedición, Juan
Leverrier, y Boutier en su crónica de la invasión Le Canarien, no dedican una sola línea de censura a tan abominable
comercio, por el contrario en algunos pasajes justifican esta práctica.
Todo
ello quedó plasmado en la acertada descripción que de los invasores nos han
trasmitido los maxos: "¿Que gente es la de Europa? ¿Que Fe, que
Religión puede ser la suya, si al mismo tiempo que nos hacen muchos elogios de
su santidad, son traydores para con nosotros y freudulentos entre si mismos?
Ellos nos aseguran, que tenemos un alma inmortal, y que procedemos todos de un
mismo padre; pero al mismo tiempo nos desprecian, como si fuesemos criaturas
mas viles; nos venden por esclavos; nos tratan de barbaros y de infieles; sin
tener presente cuanto les hemos honrado nosotros, y que no hemos faltado a
ningún pacto, ni desmentido en nada nuestro candor"
Después de una serie de historias
coloniales rocambolescas el 28 de septiembre de 1454 se otorga el señorío de
las islas ocupadas a los colonos
castellanos Diego de Herrera y Inés
Peraza, quienes consiguen asentarse en las islas Titoreygatra (Lanzarote)
Erbania (Fuerteventura) y Esero (Hierro). Posteriormente mediante un pacto que
hoy llamaríamos de comercio y cooperación (pacto de colactación) consiguieron
construir una torre en la isla Gomera, base del posterior dominio político y
territorial de la misma.[3] Hechos que supongo
son sobradamente conocidos por el posible lector, por ello vamos a centrarnos
en los aspectos religiosos de la invasión y colonización de las islas que aún
no habían sido sometidas.
EL ADOCTRINAMIENTO DE LOS GUANCHES
Ya hemos visto más anteriormente
como varias expediciones de los reinos ibéricos intentaron penetrar en la isla
Chinech siendo rechazados por nuestros ancestros guanches, pero ya sabemos de
la tenacidad de la secta católica cuando de ganar o someter siervos se trata,
por ello no cejaron en su empeño y usando como base las islas ya ocupadas
arremetieron con más audacia y digamos de manera reglada en su intento de
penetración en la isla la que en algunos casos se le dio la consideración de
cruzada. Para seguir la secuencia de la colonización espiritual nos vamos a
apoyar en el investigador Antonio Rumeu de Armas, profundo conocedor de las
cuestiones eclesiásticas católicas.
“En cuanto al núcleo misional de Tenerife, radicado
asimismo en el sur de la isla, y más
concretamente en Candelaria (menceyato de Güímar), contó desde un principio con poderosos valedores que
contribuyeron a dar al mismo inusitado
auge.
El ministro general de la Orden franciscana fray Jaime
de Zarzuela (elegido el 20 de mayo de 1458) acogió bajo su tutela el
eremitorio de Tenerife, sometiéndolo a
directa jurisdicción. El principal apóstol de esta misión fue fray Alfonso de Bolaños, quien había conseguido
catequizar buen número de infieles.
Sabemos por expresa declaración pontificia que el núcleo tinerfeño lo componían tres misioneros, y hasta es
dable identificar a otro de ellos,
fray Masedo. Acaso fuese el tercero fray Diego de Belmanua. De los tres hay constancia de que vivieron entre los
guanches y que predicaban en la
lengua de éstos.
El segundo protector del eremitorio
de Tenerife fue el obispo de Rubicón don Diego
López de Illescas.
Este patrocinio se extendió a
fray Alfonso de Bolaños, como cabeza visible del núcleo nivariense. Dicho prelado se erigió en defensor del misionero
contra las tropelías del vicario de Canarias fray Rodrigo de Utrera, acudiendo
con sus quejas, en 1461, ante la propia
corte pontificia. Conocemos estos incidentes
por la bula Decet apastolicam sedem (19 de enero de 1462) del papa Pío II.” (Rumeu de Armas, 1975: 29)
A esta etapa de la acción misional aluden con
reiteración los testigos de la famosa Información
de Cabitos (1477). El propio “señor” de las Canarias el colono Diego García
de Herrera confiesa, por la pluma de su procurador, lo que sigue: “el obispo de las dichas islas ha estado en las
dichas islas e sus clérigos; e en
la dicha isla de Tenerife han entrado asaz veces frayles, e tienen su iglesia
e hay en ella asaz gente bautizada”.
Los fedatarios menores se expresan más vagamente y
con moderado optimismo. Juan Iñiguez
de Atabe confirma que “Diego de Ferrera... fizo en Tenerife... una iglesia...”.
Diego Martínez, Antón de Olmedo, Gonzalo Rodríguez y Martín de la
Torre, los cuatro vecinos de Sevilla y moradores accidentales en el archipiélago, atestiguan “que
entraron e estovieron, en la dicha
isla [de Tenerife], el obispo e ciertos frayles...”.
Gonzalo Rodríguez alude a algún momento de
tirantez entre misioneros y
guanches. Oigámosle: “e que después se salieron dende [los frailes] sin les facer por qué; e que oyó dezir que algunos
dellos habían baptizado, pero
que non viven como christianos...”. Martín de la Torre reitera la violenta situación: “e que este testigo ayudo a sacar
un frayle que se llamaba fray
Masedo, que había entrado ende, e lo tenían detenido...”.
“Aquel óptimo panorama hizo meditar a los pontífices
sobre la conveniencia de afianzar
con apoyos más sólidos la acción misional. Para que los recursos económicos no faltasen, Pío II, por la bula Pastor bonus (7 de octubre de
1462), concedió una amplia indulgencia en beneficio de los cooperadores en las obras misionales y de cuantos
contribuyesen con sus limosnas o
decisiones a redimir cautivos, o con su ayuda a reprimir la piratería y la esclavitud de los indígenas. El papa ratifica por
medio de esta bula los privilegios
concedidos por sus predecesores y fulmina de nuevo la excomunión contra los piratas que salteasen y vendiesen a
los naturales si no les restituían
inmediatamente la libertad.
Pío II da un paso más en favor de la libertad de los infieles y garantiza los pactos y confederaciones que los
obispos concertasen con los naturales todavía sin convertir. Estos bandos o reinos, llamados de paces,
disfrutarían también de plena
libertad, bajo pena de excomunión para los que atentasen contra la misma.
Es curioso señalar cómo el papado reacciona ahora
frente a la tradicional cruzada, es
decir, la guerra santa indulgenciada, para abogar con auténtico entusiasmo por la acción misional
indulgenciada”. (Rumeu de Armas,
1975: 30)
La
bula Pastorís aeterni merece en otros aspectos particular comentario. En
primer lugar, beneficiaba a la misión con una amplísima indulgencia, a
la que haremos inmediata alusión. En segundo término, la colocaba bajo la
protección directa de la santa sede y la jurisdicción inmediata del ministro general de
los franciscanos.
En cuanto al régimen interno de la misión, Sixto IV establecía
que a la muerte de Bolaños sus compañeros eligiesen al nuncio
y comisario sucesor; al mismo tiempo autorizaba al nuncio para
reclutar los misioneros, así entre observantes como entre
conventuales, sin que los superiores respectivos pudiesen
poner obstáculos a su labor.
Por
último, Sixto IV comisiona
al arzobispo de Lisboa, Jorge da Costa; a los
obispos de Cádiz y Huelva, Pedro Fernández de Solís y Juan de Meló, respectivamente,
y al prior de Guadalupe, fray Juan de Guadalupe, para que
velasen por el exacto cumplimiento de todas estas disposiciones.
Las
facultades concedidas a fray Alfonso de Bolaños eran de tal importancia, que el papa no quiso tuviesen efecto sin
que antes fuesen examinadas por el
vicecancelario de la
Iglesia Romana, el cardenal Rodrigo de Borja, que se encontraba en España en calidad de legado
pontificio. El portador del
diploma papal fue el mismo Bolaños, quien en presencia del obispo de Tarazona, Pedro Ferraz, hizo juramento
solemne de entregarlo a su
destinatario. Así lo llevó a cabo, en efecto, obteniendo el cardenal Borja asentimiento pleno para la obra emprendida.
Concretándonos a los
medios económicos con que apoyar la labor de
los misioneros, Sixto IV predicó una bula de indulgencia en beneficio
de los cooperadores de la misión, reproduciendo las gracias espirituales
otorgadas por su predecesor, Pío II. La única diferencia estriba en
que mientras la primera bula —la Pastor bonus (1462)—
tuvo un ámbito de acción reducido. Andalucía exclusivamente, la segunda —Pastoris
aeter-nis (1472) va a ser pregonada por
todo el territorio peninsular, Castilla, Aragón,
Navarra y Portugal. (Rumeu de Armas, 1975: 36)
La
evangelización –o mejor, la Iglesia
católica – fue –como afirma M.L. Laviana– el aliado indispensable de la
conquista y la colonización; proporcionaba el marco ideológico necesario para
justificar el papel dominante de los españoles y a la vez permitía ordenar la
sociedad sometida de acuerdo con los patrones europeos. Y –bien podemos ya
decirlo–, organizar a los pueblos en función de las exigencias económicas del
imperio. Ello pudo darse porque, con gran eficiencia en relación con sus
objetivos, la organización de la
Iglesia católica siguió el compás de las conquistas
militares.
Evangelización y colonización se dieron conjuntamente ya que
los monarcas de la metrópoli eran
patrones de la iglesia católica en las Islas de “realengo”. (Patronato
regio). Como hemos visto los misioneros estuvieron presentes desde el primer
momento, y su labor se iniciaba antes de
estar sometido el territorio. El esfuerzo dedicado a la evangelización se debió
a varias razones:
Odiaban
la religión autóctona, que era politeísta y animista. La religión guanche era más sofisticada que la cristiana tenía
calendarios rituales basados en un profundo conocimiento de los astros,
celebraban ceremonias complejas y contaban con sacerdotes o kankus femeninos y
masculinos.
No solo regularon y sincretizaron
la religión guanche sino también las formas de vida y cultura, introduciendo
conocimientos foráneos. Sin embargo los guanches volvíamos frecuentemente a
nuestras ancestrales creencias, por lo que los misioneros aprendieron nuestra
lengua y estudiaron nuestras costumbres para extirparlas.
El resultado fue el sincretismo
religioso ya que los guanches que
practicado el politeísmo añadieron al dios cristiano y algunos de sus
santos en su panteón. Con los años la Iglesia católica desató campañas contra la por
ella denominada idolatría o pervivencia de viejos ritos, siendo ella
eminentemente idolatra.
La
idea central de estos emprendimientos, era una educación cultural integral del
guanche para “integrarlo” al estatus de “cristiano”, o sea, de un ser
“civilizado” y redimible; una conversión total para transformarlo en un ser
útil a la sociedad colonial.
Y
básicamente este concepto de utilidad giraba en torno a la capacidad de trabajo
que podían generar estas poblaciones. De cierto modo para lograr estas metas
transformadoras, tanto los mercenarios españoles como los misioneros católicos debían elaborar una
estrategia que abarcara todos los espacios de expresión socio-cultural guanche;
en síntesis, debían colonizar el espacio, los cuerpos, y la palabra para
encauzarlos en el correcto orden del mundo de la visión europea y mercantilista
de las cosas.
El
Pontificado de Roma desarrolla una geopolítica expansiva, como toda
organización imperialista; su mito legitimante, hasta en la actualidad, es
“cristianizar” por cualquier medio a las neuronas y a las prácticas sociales de
todo pueblo.
África, hasta los indígenas son dos formaciones
simbólicas o símbolos que se los puede encontrar en millones de páginas de la
literatura respecto de las relaciones reales y ficticias entre las potencias
imperiales y coloniales europeas y el resto del mundo.
El espacio territorial invadido pasa a ser
considerado propiedad de la reina de Castilla y del Pontificado de Roma. El
colono es un capitán, un fraile o un soldado invasor. Los habitantes guanches
son obligados por las fuerzas de las armas a pagar tributos al funcionario de
la metrópoli, a los frailes “evangelizadores”, a la reina de Castilla.
Además, los habitantes guanches están obligados a
alimentar y servir al colono a sus secuaces, y, a los frailes; también están
obligados a realizar trabajos forzados en forma esclavizada, contribuyendo con
el alimento y la vestimenta. Las mujeres guanches están obligadas a servir y
aceptar sin ofrecer resistencia el servicio sexual a los cristianos españoles:
el derecho de pernada cristiano es usufructuado por frailes y laicos.
Como
queda dicho la iglesia católica fue la encargada de transmitir la cultura
castellana al pueblo guanche.
Las
comunidades religiosas enseñaron el idioma y costumbres castellanos y
lentamente unificaron una gran parte de la población guanche bajo el castellano
lengua oficial del imperio castellano-aragonés y la fe católica.
La
evangelización fue realizada en un comienzo por los Franciscanos, los Agustinos
y los Dominicos. La enseñanza cristiana la difundió a fuego y espada y tiene
sobre su conciencia la masacre y venta como esclavos de los antiguos canarios y
el saqueo de los medios de producción del
archipiélago.
De los profundos sentimientos
cristianos y reverente respeto que animaban los espíritus de los clérigos y de
la mayoría de los seglares de la secta católica que habían sometido a nuestros
ancestros en nombre de Cristo, nos puede ilustrar esta denuncia tramitada por
el “santo” oficio de la
Inquisición española en las islas en el año 1504:
“También fue denunciado por el
bachiller Valdés un hecho que tuvo lugar en las playas de Santa Cruz, en
Tenerife, donde sólo se veían entonces chozas de pescadores y algunas casas
para albergar bañistas. El denunciante se expresaba de este modo: “Que vido en
el mes de septiembre que pasó, há un año (1504), que en la villa de santa Cruz,
que es en la isla de Tenerife, que estando mal Martín Fernández, almojarife, en
casa deJuan Donate, y la causa era que aquel día después de comer se halló mal,
que se había ido a bañar a la mar éste y Alonso de Samarinas e Diego de Troya e
Francisco de Millares, canónigos desta Iglesia e un Francisco Jiménez, vecino
de Tenerife, e un hijo de Juan Cota, vecino de la villa de Moguer, y que al
dicho Martín Fernández le hizo mucho mal la mar e que se vino a echar a casa
del dicho Juan Donate, e des que lo supieran los sobredichos canónigos e
seglares, se vinieron en procesión el dicho Samarinas con una pleita de esparto
por estola, que el dicho Diego de Troya le puso, e que el Francisco de Millares
e Diego de Troya y Pedro de Hontiveros, y éste, hijo de Juan Cota, venían
delante del dicho Samarinas con cardones alzados en las manos, como que traían
hachas, y que el Francisco Jiménez venía como pertiguero rigiendo la procesión,
y que el dicho Juan Donate dijo a este testigo: “Vamos a ver qué cosa es esto”,
pareciéndole mal; y este testigo y el dicho Juan Donate fueron lejos dellos por
donde iban, e que los vieron entrar en la casa de dicho Juan Donate, y que
llevaron consigo un asno para que fuese notario del testamento que había de
hacer este dicho Martín Fernández y que cree este testigo que estaban todos
borrachos”.
Esta aventura nos suministra
datos para juzgar del estado de cultura de aquella sociedad colonial entre las
personas que habían de ser más ilustradas. No aparece que fuesen castigados los
autores de tan sacrílega burla; pero, en cambio, encontramos condenados a
graves penas al tintorero Juan Fernández por asegurar que cada uno puede
salvarse en su ley, y a su mujer, Isabel Méndez, porque se le acusaba de haber
vuelto la cabeza cuando pasaba la procesión del Corpus.
En la
actualidad no dejan de aumentar las circunstancias en las que cada uno no es
dueño de sí mismo: habrán desaparecido las posesiones diabólicas, pero no nos
hemos liberado de los malos espíritus, ni menos del mal espíritu de Guayota. Ha
desaparecido la esclavitud física, pero hemos caído en la alienación de los
medios de comunicación social colonial y
asfixiante, de enseñanzas etnocentristas europeas, de drogadicciones
esclavizadoras, de tremendas presiones insensibilizadoras que han convertido
nuestra sociedad en alienada.
Para
que un hombre, o un grupo o clase, esté alienado es preciso que ciertas fuerzas
le precipiten a ese estado fuera de su naturaleza y de sus intereses, hacia
objetivos que no son los suyos, pero que él cree que los son. La alienación
religiosa: Resignación, justificación capitalista; la dominación religiosa y
consagración a un dogma[4], y
según su teoría frustra el desarrollo de la individualización de la conciencia
humana, y que psicológicamente, induce a un estado mental caracterizado por una
pérdida del sentimiento de la propia identidad.
[1] Véase el artículo de
Guayre Adarguma Anez’ Ran n Yghasen Diosa Chaxiraxi Versus Virgen de Candelaria:
Historia de una usurpación. En: www.elguanche.net
[2] Los primeros obispos
fueron: Alberto de Las Casas, Fray Mendo de Viedma a quien sucede Fray Mendo de
Viedma, y dewspues de este Fernando
Calvetos, Clérigo Secular. En 1485 se ordena el traslado de la Cathedral de San Marcial
de Rubicón (donde había subsistido durante 69 años) a la nueva Iglesia de Santa
Ana en la Gran Canaria,
en lo que se llamaría la Villa
del Real de Las Palmas.
[3] Este pacto sería roto por un descendiente de Herrera dando
motivo para ser ajusticiado, su viuda Beatriz de Bobadilla condenó a todo los
gomeros mayores de quince años del Bando de Orone y Mulagua a la muerte por
“traidores”. Fueron arrastraron por los suelos atados a las colas de caballos,
ahorcados, les cortaron pies, y manos.
empalados, guanteados, ahogados con piedras en atadas a los pies y pescuezos,
quemados vivos, exponiendo sus cuerpos en caminos y otros sitios; Igualmente
Beatriz dio orden a Alonso de Cota que embarcase a un gran número de niños
gomeros y mujeres para venderlos como esclavos en Lanzarote y en España. Cuando
los niños llegaron a la isla de Titerogatra la señora de la isla Inés Peraza ordenó que fuesen echados al mar
menos algunos que repartió como esclavos entre sus mercenarios. De regreso a
Gran Canaria Pedro de Vera, temiendo que los gomeros residentes en aquella isla
que habían sido obligados a participar en la conquista, se rebelasen, una noche
los hizo aprender a unos 200 entre hombres, mujeres y jóvenes; a todos los hombres
nos condenó a muerte, y ejecutó, y a las mujeres y niños nos dio por esclavos.
Por este cristiano trabajo Pedro de Vera cobró 1.000 castellanos en oro y 500 quintales de orchilla, a dos castellanos
quintal, por el gasto, Vera se reservó ambas partidas, dando “cautivos en pago
de su sueldo, a los escuderos e maestres de navíos e otras gentes, que fueron
en lo suso dicho”. Valorado el gomero o gomera, entre 7.500 y 10.500 maravedís,
el obispo de Canarias y Málaga, que residía en la ciudad andaluza, quedó a
cargo de la distribución, no olvidando el gobernador colonial obsequiar a reina
Isabel, con un camello y 9 esclavas y al Príncipe Juan, con tres cajas de conservas y una
grande de azúcar.
[4] Un dogma es una
doctrina sostenida por una religión u otra organización de autoridad y que no
admite réplica. La enseñanza de un dogma o de doctrinas, principios o creencias
de carácter dogmático se conoce como adoctrinamiento. Con el crecimiento de la
autoridad de la Iglesia
católica, la palabra adquirió el que ahora es su significado principal, dogma
teológico, del que derivan, por analogía, el resto de los usos habituales.
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