domingo, 2 de marzo de 2014

LEONCIO RODRIGUEZ GONZÁLEZ









Una visión progresista, ecologista y solidaria de las islas Canarias


Difíciles. Muy difíciles y convulsos fueron los años que le tocó vivir a Leoncio Rodríguez. Nacido en La Laguna en 1881, cuando el país entraba en el paréntesis de estabilidad que introdujo el sistema de la Restauración, habría de fallecer en Santa Cruz de Tenerife en 1955, tras sufrir en carne propia las secuelas del cúmulo de sucesos que desembocaron en la dictadura del general Franco. En efecto, en sus casi 74 años de vida, nuestro personaje repartió sus vivencias personales por períodos históricos tan diversos como el desastre del 98, la descomposición del sistema canovista, la dictadura de Primo de Rivera, la II República, la guerra civil y, sin poder atisbar la salida del túnel, la etapa más calamitosa del franquismo. Paralelamente, por si fueran pocas tales vicisitudes, el país no pudo sustraerse a los múltiples efectos del rosario de hechos internacionales que giraron en torno al preámbulo y el desarrollo de las dos guerras mundiales. Para completar el cuadro, nos resta añadir que, en el marco específico del archipiélago, aquellos fueron los años más virulentos del pleito insular, cuando las luchas insularistas desembocaron, en 1911, en la llamada Ley de Cabildos, y en 1927 en la división provincial. Desde la aldea global en la que estamos instalados a inicios del siglo XXI, de ninguna manera podemos soslayar el trasfondo que entretejen tales acontecimientos, como tampoco las estrecheces materiales y culturales de la época, para interpretar con un mínimo de rigor la obra y el pensamiento de Leoncio Rodríguez.

En la configuración de la ideología y las inquietudes de nuestro personaje, son fácilmente detectables algunas experiencias de juventud que, si descontamos a los hijos de la clase dominante, estaban al alcance de una minoría en el ruralizado contexto de la época. Nacido en el seno de una emprendedora familia recientemente inmigrada en La Laguna del municipio norteño de Buenavista, su adolescencia y juventud las vivió en la calle de La Carrera, donde su padre había montado una tabaquería que solía congregar a la intelectualidad local para, muchas veces en su presencia, improvisar tertulias de un marcado carácter liberal y regionalista. Junto a tan privilegiadas vivencias, Leoncio Rodríguez fue uno de los escasísimos jóvenes canarios que completaron a finales del siglo XIX el bachillerato, en concreto en el único centro oficial de enseñanzas medias que por entonces había en el archipiélago, el Instituto de Canarias, cuando más del 70 por 100 de la población era analfabeta. Pero luego, a pesar de concluir en 1897 sus estudios con la máxima nota  de sobresaliente, el flamante bachiller tuvo que aceptar un puesto de trabajo en el ayuntamiento de su ciudad natal porque, con la Universidad de La Laguna suprimida, su familia carecía de los medios suficientes como para costearle una carrera universitaria en la península. Ello no fue óbice para que prosiguiera su formación autodidáctica con lecturas y actividades diversas, tales como el cometido de amanuense que desempeñó en las tertulias nocturnas que el sacerdote José Rodríguez Moure (1855-1936) celebraba en su despacho con la asistencia, entre otros, del novelista Benito Pérez Armas (1871-1937) y del historiador en ciernes Buenaventura Bonnet Reverón (1883-1951), donde acentuó su curiosidad por la historia y la cultura isleñas.
Mientras tanto, Leoncio Rodríguez había empezado a publicar bajo pseudónimos diversos, que pronto redujo a su predilecto Luis Roger, en buena parte de los periódicos editados en La Laguna y Santa Cruz. En coherencia con el estado embrionario de su ideología, estas primeras colaboraciones aparecieron en títulos de orientación tan desigual como el católico La verdad (1899-1900) y el republicano La luz (1899-1900), pasando por el conservador Heraldo de La Laguna (1903) y el proletario El obrero (1900-1905). En todas ellas, junto a la paulatina afloración de las constantes que habrían de marcar el núcleo de sus preocupaciones de madurez, salió a relucir una fuerte vocación literaria que no sólo colmó accediendo, paralelamente, al grueso de las revistas del género, caso de La unión (1899-1900), Siglo XX (1900-1901) o Arte y letras (1903-1904), sino escribiendo, con apenas veinte años, su primera novela, Alma canaria, con la que obtuvo, detrás de Benito Pérez Armas, el segundo premio en los Juegos Florales de La Orotava de 1901. Las otras experiencias que redondearon su formación fueron su activa participación en la fundación del Ateneo de La Laguna en 1904, su afiliación un año más tarde al republicanismo, su simultánea incorporación en calidad de redactor-jefe al nuevo órgano republicano El progreso (1905-1932), y el destacado papel que desempeñó dentro del conglomerado tinerfeño que, bajo el rótulo Unión Patriótica, agrupó a todas las fuerzas políticas de la isla, desde la izquierda republicana al catolicismo más conservador, para contrarrestar la fuerte movilización grancanaria en reivindicación de la división provincial.


Cuando frisaba los treinta años, y tras garantizarse su situación económica con el acceso a una plaza de funcionario en la todavía Diputación Provincial de Canarias, Leoncio Rodríguez decidió acometer, con el apoyo de sus correligionarios republicanos, la que habría de ser la obra de su vida: la fundación de La prensa (1910-1939) en Santa Cruz de Tenerife. A partir de entonces, nuestro personaje concentró toda su energía vital en el periódico, en cuyas páginas encontró el cauce ideal para dar salida a todas sus preocupaciones intelectuales, lo que le hizo abandonar la militancia activa en la política, las instituciones culturales y los movimientos sociales. Su buen quehacer al frente del flamante diario, al que dotó de una pulcra composición y un tirón informativo inusuales para la época, quedó patente de inmediato con el incesante incremento de la tirada hasta rebasar, cuando apenas llevaba un par de meses en el mercado, las cifras de todos sus rivales. Luego, tanto en la I Guerra Mundial como en la dictadura de Primo de Rivera, Leoncio Rodríguez confirmó el enorme instinto periodístico del que había hecho gala en la etapa fundacional para, actualizando la línea editorial en respuesta a la renovación de las demandas del público, hacer de La prensa una empresa informativa autónoma. El proceso, fraguado a lo largo de los felices años veinte, culminó en los controvertidos años treinta, cuando, en el clima de libertades forjado por la República, el periodismo escrito canario vivió su edad de oro, ya que, además de realizar su labor social con independencia tras emanciparse del vasallaje político de antaño, lo hizo en un régimen factual de monopolio porque la radiodifusión todavía estaba en etapas embrionarias en las islas.

Fue en vida de La prensa cuando Leoncio Rodríguez nos legó los testimonios más esclarecedores de su pensamiento, muchos de los cuales fueron publicados originariamente en el periódico y, luego, recopilados en alguno de sus libros. En particular, la relectura de su obra Tenerife: impresiones y comentarios, editada en Santa Cruz de Tenerife en 1916, sorprende por la enorme actualidad que hoy en día, en los albores del tercer milenio, tienen muchos de los textos allí recogidos. A escala estatal, objeto de la reflexión de nuestro personaje fue la disyuntiva que históricamente ha suscitado, y sigue suscitando, el organigrama político-administrativo de la España contemporánea (centralismo frente a descentralización), en el que terció para vaticinar, en una época en la que el actual Estado de las Autonomías era inimaginable, que, con el paso del tiempo, se impondría “"el federalismo que hierve en las entrañas de la nacionalidad española”". A nivel insular, en coherencia con tales supuestos, consideraba que la acción política debía acomodarse a la “"constitución geográfica de la región”" a través del desarrollo competencial de los cabildos, que por entonces iniciaban tímidamente su andadura, en los que ya veía una “"palanca para ulteriores y más amplias conquistas descentralizadoras"” ante Madrid y un “"germen de la futura solidaridad canaria"”. Y ello sin ninguna veleidad independentista, dado que en su argumentación latía el convencimiento de que Canarias, como las demás regiones españolas, necesitaba estar "“en plena posesión de sus derechos,  de sus tradiciones”" para poder progresar en armonía dentro de la casa común que era España. En paralelo a tal propuesta, y en sintonía con las tesis regeneracionistas de Joaquín Costa (1846-1911), el batallador periodista consideraba imprescindible la realización de un “"esfuerzo”" de cultura y, en el caso concreto del conocimiento histórico, desde unos postulados tan avanzados que le hacían reivindicar, cuando la materia todavía estaba inmersa en el positivismo del siglo XIX, “"la necesidad de vivir nuestra historia"”. 



 No menos interesantes que los políticos, a la vista de la espiral desarrollista en la que actualmente está inmerso el archipiélago, son los textos que Leoncio Rodríguez escribió hace ahora unas nueve décadas sobre el patrimonio natural insular. En efecto, tal era la importancia que daba a la conservación del entorno medio-ambiental de las islas, que no dudaba en afirmar que “"la naturaleza es lo más regional entre nosotros (…) por su gracia inagotable, sus dones excelsos y, lo que pudiéramos llamar, su juventud siempre perenne"”. En coherencia con el privilegiado papel que, como parte esencial de las señas de identidad propias, reconocía al paisaje y la flora autóctona en el imaginario colectivo isleño, iban sus arremetidas contra las intervenciones del hombre en el territorio, que, por intereses económicos o simple desconocimiento, “"despojan nuestra tierra de sus galas, mermando su patrimonio de belleza y sus fuentes de salud”". Dentro de tales planteamientos, nuestro personaje mostró siempre una especial sensibilidad hacia el arbolado, en cuya defensa se alineó con otros coetáneos suyos, como Francisco González Díaz (1864-1945) o Antonio Lugo Massieu (1880-1965), sobre todo tras las masivas talas llevadas a cabo en los montes de las islas durante el aislamiento sufrido en la I Guerra Mundial. El fruto literario de tales inquietudes cristalizó en Los árboles históricos y tradicionales de Canarias, obra escrita después del estallido de la guerra civil en sucesivas entregas que vieron la luz en La prensa y El día, y compilada en 1940 y 1946 en sendos volúmenes, cuya lectura en estos inciertos años posmodernos resulta doblemente gratificante porque, a la exquisitez tradicional de la prosa leoncina, se unen la nostalgia y el lirismo adquiridos  tras la confiscación de su periódico en julio de 1936 por no secundar la sublevación militar contra la República.

El tercer núcleo temático que más ocupó y preocupó a Leoncio Rodríguez fue el relativo al organigrama político-administrativo del archipiélago, en un momento en el que éste estaba en revisión por la efervescencia del pleito insular. En efecto, mientras la clase política grancanaria reivindicaba la división provincial como paso previo e ineludible para construir la unidad de la región, la tinerfeña consideraba que escindir las islas en dos provincias equivalía exactamente a lo contrario. El forcejeo, secundado por la inmensa mayoría de los habitantes de una y otra isla con masivas movilizaciones en las que, como no podía ser de otra manera, nuestro personaje estuvo en el lado tinerfeño y los intelectuales de la isla redonda en el grancanario, se saldó en un primer momento con la descentralización insular que, en 1911, introdujo la llamada Ley de Cabildos. El tirón regional de Leoncio Rodríguez quedó patente a continuación, cuando, al calor del reflujo de las luchas insularistas y la coyuntura informativa de la I Guerra Mundial, intentó forjar con La prensa lo que hasta ahora ha sido una quimera en Canarias: un periódico informativo para las siete islas. Tras darse de bruces con la realidad y tener que reconducir sus objetivos a la zona occidental del archipiélago, el desencantado periodista asistió, a continuación, al fracaso de su concepción de la región, cuando la dictadura de Primo de Rivera decretó, en octubre de 1927, la división provincial. Aún así, y en contraposición a los núcleos tinerfeños que eran contrarios a cualquier acuerdo que no conllevara la capitalidad en Santa Cruz de Tenerife, Leoncio Rodríguez se alineó en los años de la República con los sectores partidarios de alcanzar un consenso con las fuerzas políticas grancanarias para conseguir la autonomía del archipiélago.
En definitiva, en los convulsos y difíciles años que le tocó vivir, Leoncio Rodríguez nos legó una visión progresista, ecologista y solidaria de las islas Canarias que, en los albores del tercer milenio, conserva toda su vigencia para afrontar los retos que tiene por delante la sociedad insular.
(Julio Antonio Yanes Mesa, en: Rincones del Atlántico. Profesor de Historia de la Comunicación de la Universidad de La Laguna)

Agradecimientos
Agradecemos a la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife el habernos facilitado los retratos y caricaturas de Leoncio Rodríguez.





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