Fallece en Capodimonti, (Italia) el guanche Don
Pedro González.
Pedro González era un guanche tinerfeño
esclavizado por lo españoles cuya enfermedad genética suscitó mucho interés en
la corte real francesa del siglo XVI. Era un muchacho muy hermoso aunque
mostraba una anomalía muy llamativa: su cara estaba cubierta de pelo de un
color rubio oscuro más bien fino. La cubierta de pelo no era demasiado espesa,
así que se podían reconocer los rasgos de su cara. González sufría lo que los
médicos han diagnosticado hace poco tiempo como la hipertricosis universalis
congénita.
No se sabe muy bien cómo llegó a Francia,
pero investigaciones del doctor Zapperi indican que fue enviado
como regalo desde Canarias a Bruselas, donde se encontraban el emperador Carlos
V y su tía, que en esa época era la gobernadora de los Países Bajos.
Es muy
probable que durante la travesía hacia Bruselas, Pedro González fuera capturado
por corsarios franceses para entregarlo como obsequio a Enrique II.
Enrique II desde el primer momento, toma este
presente como muy valioso, pues era una rareza desconocida en la Europa de aquella época. El
conocimiento de la lengua castellana del rey francés, le permite descubrir de
boca del niño, que su nombre es Pedro González, que proviene de la isla de
Tenerife y que su padre era un mencey de los antiguos guanches. La mentalidad
en el París del siglo XVI, relacionan el aspecto de muchacho con la del mito
del “salvaje”, proveniente de unas islas en medio del Océano Atlántico que
reforzaban tal concepto.
Enrique II se propuso, desde el principio
desterrar el lado salvaje del niño, he inculcarle una buena educación y
costumbres sociales refinadas. En 1551 se encarga la custodia y cuidados del
muchacho a Francois Vacheri con el titulo de “gouvernement du saulvaige du roy
nostre sire” (gobernador del salvaje del rey nuestro señor), con una asignación
mensual de manutención de 50 sous de plata al día. Pedro González fue instruido
en humanidades y latín, lengua que se consideraba la mas alta expresión de
cultura, solo reservada para la aristocracia y por ende saberla hablar
perfectamente era sinónimo de prestigio social. Cuando tiene 19 años Don Pierre
sauvaige, nombre afrancesado de Pedro y el agregado de “salvaje” con el que
seria conocido en palacio, llega a un estatus social envidiable dentro de la
corte, no solo por concederle el rey el puesto de “somelier de panneterie
bouche du roy” (servicio de boca del rey), puesto reservado para los nobles de
mayor rango y con un sueldo de 240 Libras anuales, si no por reclamar el
derecho de la anteposición del “Don”, en su nombre, por ser descendiente de un
jefe tribal.
En 1573 Don Pedro González se casa con una bella
parisina del que solo se sabe el nombre Catherine, y que muy posiblemente fuera
dama de compañía de la reina Catalina de Médicis. De este matrimonio nacerían 6
hijos, tres varones y tres hembras, Madeleine, Enrique, Fransoise, Antoniette,
Horacio, y Ercole. Solo en dos de sus hijos no se repitió la enfermedad, fue en
los casos de su hija Fransoise y el de su hijo Ercole, este ultimo fallecido en
los primeros años de edad y hay constancia que la Hipertrichosis,
también afecto a sus nietos. De estos años hay varias pinturas y grabados de la
familia. Sirva de referencia los cuatro cuadros de cuerpo entero que se
encuentran en el castillo de Ambras, en Innsbruck, Alemania, donde se
representan a Don Pedro González su esposa Catherine, sus dos hijos Madeleine y
Enrique o los grabados que se encuentran en el Nacional Gallery of Art de
Washington. Como curiosidad sobre estas pinturas debemos decir, que los oleos
que se encuentran en Ambras han prestado su nombre para la enfermedad de
Hipertrichosis, conociéndose también como “síndrome de Ambras” a esta afección,
por los retratos de Don Pedro y su familia
Enrique González, conciente de el amor que el
Cardenal Odoardo sentía por la naturaleza, le hace creer que el es también
nacido en las Islas Canarias y por lo tanto tan “salvaje” como su padre y los
deseos de reencontrarse en un medio natural que le recordara a sus orígenes
isleños. De esta época es una pintura que recrea a Enrique González con una
prenda netamente de los antiguos pobladores de Canarias, el “tamarco”, con lo
que queda claro que Enrique, con el conocimiento de las costumbres de sus
antepasados, seguramente por tradición oral de su padre Don Pedro, el cual
siempre se sintió orgulloso de su origen guanche, hizo creer a su señor, su
nacimiento en las islas. En el pueblo de Capodimonti donde Enrique González se
instala con el pretexto de que aquel lugar le evocaba su país natal.
Terminaran apaciblemente los días la familia
González “Piloso”, agregado este italiano que fue sustituido por el “saulvaige”
francés y menos despectivo. La muerte de Don Pedro González en 1618 con 80 años
en Capodimonti, marcara el final de una historia asombrosa, determinada por la
rara enfermedad de la
Hipertrichosis o síndrome de Ambras.
Se trata de la extraña biografía de Pedro
González y sus hijos, reconstruída después de estudios de fuentes históricos y
testimonios de contemporáneos de González por el historiador del arte italiano
Roberto Zapperi y ahora publicado por la editorial Zech en Tenerife.
Pedro González fue un guanche nacido en la Isla de Tenerife, quien siendo un niño chico había sido robado por conquistadores españoles y luego, teniendo la edad de diez años, se convirtió en un "regalo" para el Rey Enrique II. de Francia en el año 1547. Después de llegar a la corte de Paris, a ese chico de las Islas Canarias no le esperaba la "carrera cortesana" normal y corriente, no iba a ser ni sirviente ni bufón. Es que tenía una peculiaridad que resultaba muy interesante para la Corte Real, convirtiéndolo en una atracción exótica: todo su cuerpo, incluso su cara estaba cubierto de vello espeso que le daba el aspecto de un animal salvaje. A principios, las damas de palacio lo miraron como a un habitante de un jardín zoológico y Enrique II. posiblemente habrá tratado y acariciado ese chiquillo velludo como su perrito lulú, pero luego mandó ofrecerle una educación humanística. No sólo aprendió a leer y escribir, sino incluso latín.
El lector quien espera ahora una historia narrada en forma de una novela histórica será decepcionado. Por ello, durante la lectura de las primeras páginas puede haber cierta irritación, parece que el autor mismo esté algo indeciso entre eligir una estructura novelística y la de un ensayo científico, pero pronto queda claro que se dedica a una obra historiográfica. De todas maneras, el itinerario biográfico del "Salvaje de Tenerife" - como lo llamaron a González - se presenta como cautivador y sumamente fascinante también en esta forma de un análisis científico.
Pedro González fue un guanche nacido en la Isla de Tenerife, quien siendo un niño chico había sido robado por conquistadores españoles y luego, teniendo la edad de diez años, se convirtió en un "regalo" para el Rey Enrique II. de Francia en el año 1547. Después de llegar a la corte de Paris, a ese chico de las Islas Canarias no le esperaba la "carrera cortesana" normal y corriente, no iba a ser ni sirviente ni bufón. Es que tenía una peculiaridad que resultaba muy interesante para la Corte Real, convirtiéndolo en una atracción exótica: todo su cuerpo, incluso su cara estaba cubierto de vello espeso que le daba el aspecto de un animal salvaje. A principios, las damas de palacio lo miraron como a un habitante de un jardín zoológico y Enrique II. posiblemente habrá tratado y acariciado ese chiquillo velludo como su perrito lulú, pero luego mandó ofrecerle una educación humanística. No sólo aprendió a leer y escribir, sino incluso latín.
El lector quien espera ahora una historia narrada en forma de una novela histórica será decepcionado. Por ello, durante la lectura de las primeras páginas puede haber cierta irritación, parece que el autor mismo esté algo indeciso entre eligir una estructura novelística y la de un ensayo científico, pero pronto queda claro que se dedica a una obra historiográfica. De todas maneras, el itinerario biográfico del "Salvaje de Tenerife" - como lo llamaron a González - se presenta como cautivador y sumamente fascinante también en esta forma de un análisis científico.
Roberto Zapperi subraya con toda la razón el
dilema principal de ese "Salvaje": su peculiar y extraña vellosidad
fue la causa de su destino como marginado - quien en alguna y otra situación
podía ser discriminado - pero a la vez su "terrible atracción" le
asegura el sustento de la vida en la corte. Exagerando se podría decir que González
fue pagado por hacerse ver en su aspecto de "Monstruo". El autor
indica que los problemas en la vida de Pedro González se hicieron más graves al
llegar a la edad de un adulto. Mientras que de niño, por su vellosidad podía
evocar ideas relacionadas con la imaginación de un gato gracioso, siendo
adulto, su apariencia debía haber sido espantosa a la primera vista. A pesar de
su indudable cultura y buena educación, a pesar de su posición relativamente
privilegiada en la Corte
Real, su cara velluda tuvo el aspecto de la de un mono
salvaje. ¿Cómo ese extraño ser podría encontrar una esposa, teniendo él más
cara
Casi todos conocemos el mito de
"La Bella
y la Bestia",
una temática que frecuentemente aparece en leyendas y películas, como p. ej. en
la versión cinematográfica del surrealista francés Jean Cocteau. Sin embargo,
aparte de todos esos cuentos ficticios, ese encuentro también tuvo lugar como
historia real a finales del Siglo XVI y principios del XVII. En aquella época,
seguramente provocó cierto escándalo e inspiró también cuentos y rumores, hasta
que haya sido relegado al olvido.
No obstante, pudo celebrar una boda, aunque no
haya datos exactos: no se sabe cuándo exactamente tuvo lugar y tampoco cuáles
fueron las circunstancias concretas. Muy probablemente, 1573 fue el año del
casamiento y la boda fue arreglada y pagada por la Casa Real. La novia,
una de las damas de palacio, era bella y veinte años más joven que Pedro
González. Así comenzó esa historia real de la unión entre la Bella y la
"Bestia". Solamente podemos especular sobre las enormes dificultades
y problemas de aquel matrimonio, ambos estuvieron sin duda confrontados con los
numerosos prejuicios que predominaron en al ambiente cortesano mirando al
"salvaje velludo". Apenas existen fuentes escritas que nos podrían
ofrecer detalles de la vida coticiana de esa pareja extraña. Pero hay una serie
de cuadros, especialmente retratos, descubiertos por Zapperi en distintos
lugares, como p. ej. en el Castillo de Ambras en Austria. Esos retratos,
encargados por el Duque Carlos de Habsburgo, despertaron el interés de muchos
aristócratas y fueron copiados pronto. Pintores famosos como Agostino Carraci o
Lavinia Fontana son autores de algunos de esos retratos que dejan claro el
contraste entre la belleza y blancura de la esposa y la imagen tenebrosa del
"monstruo" González.
También hay retratos interesantísimos de los
hijos de la pareja, igualmente velludos, que aparecen en el libro. La historia
parece repetirse cuando el Cardenal Farnese recibe Enrique (Enrico), el hijo de
Pedro y Catalina, como "regalo" en el año 1595. Más tarde arregla una
boda de una mujer bella con Enrico.
Pero tanto el padre Pedro como su hijo Enrico
González tuvieron que aceptar un destino diferente a la suerte de los
protagonistas en las versiones del cuento "La Bella y la Bestia": en su caso,
el amor de una mujer lamentablemente no los transformó en guapos príncipes...( Roberto
Zapperi, catedrático y editor de la sección de Historia y Antropología de la Enciclopedia Italiana)
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