15 de febrero de 1898 febrero 15.
Un naufragio histórico en las costas de Anaga
Entre la Punta de Las Manchas y los
Bajos Verdes de Anaga, en Tenerife, se encuentran los últimos restos de un
naufragio histórico que sucedió hace más de un centenar de años. Después de
dejar atrás los puertos de Marsella y Barcelona, salió desde Málaga un vapor
francés el día 12 de Febrero de 1898 a las cinco de la tarde con rumbo a
Venezuela, Colombia y Costa Rica, pasando por las cercanías de la isla de
Tenerife, con un cargamento compuesto principalmente de harina, pipas de vino,
imágenes para una iglesia de Venezuela y algunos caballos, entre otras
mercancías. Este vapor francés era conocido con el nombre de Flachat (aunque en
la prensa de la época se le llama en ocasiones Flechat) y fue construido en los
astilleros de Stockton en el año 1880, siendo su primer nombre Akaba. Su
tripulación estaba formada por unas cincuenta personas entre marineros y
oficiales. El número de pasajeros que transportaba era de cincuenta y uno,
mayoritariamente adultos (franceses, italianos, turcos y tres españoles) y
cuatro niños. Fueron por tanto ciento una personas los testigos de esta
gran tragedia que conmovió a Tenerife.
Son las doce de la noche del día 15 de febrero de 1898. Tiempo Sur infernal. El simún del Sahara envuelve el océano y las islas en una espesa niebla terrosa que impide toda visibilidad; el mar está embravecido, con olas que suenan al golpear contra el casco como martillazos en una fragua. La noticia del hundimiento del Maine –que implicaba el inminente comienzo de la guerra con los Estados Unidos- se acaba de recibir: presagio funesto para el oficial de guardia del Flachat; a este personaje, de carácter hosco y poco apreciado entre la tripulación, la noticia lo sumió en negras preocupaciones que distrajeron su atención de la labor de vigía. De pronto suena el grito de un marinero: “¡Tierra por proa!”. El oficial, volviendo de su ensimismamiento, recrimina al marinero: “”Imposible ver tierra con esta calima!, ¡atiende mejor tus obligaciones!”. Tras una breve pausa, el marinero grita de nuevo: “¡Rocas a estribor!”. “¡No son rocas –responde furiosamente el oficial-; son sombras que la luna proyecta sobre la densa calima!”.
Pasan unos
pocos segundos y, a través de una momentánea clarea, alumbrados por la luz del
Faro de Anaga, surgen nítidos y amenazantes, como fantasmas que acaban de
adquirir forma corpórea, los acantilados del Barranco de Anosma frente al cual
se encuentran los rompientes conocidos por los pescadores de la zona con el
nombre del Bajos de los Verdes y, un poco más lejos a estribor, los dos Roques
de Anaga. Una columna de agua surge de la Baja de La Mancha Blanca. El
oficial, nervioso y apresurado, se dirige al capitán: “¡Encallamos!”. El
capitán apenas tuvo tiempo de proferir una maldición: “¡Santo Dios! ¡Este loco
nos ha perdido!”.
No había
terminado de pronunciar estas palabras cuando se oyó debajo del casco un
estruendo ensordecedor y una inmensa vía de agua anegó la sala de máquinas
reventando las calderas y haciendo que los noventa y nueve metros de eslora se
partiesen en tres pedazos. Acto seguido comenzó la angustiosa agonía de los
cincuenta tripulantes y cincuenta y un pasajeros que ocupaban la nave: las
lamentaciones e imprecaciones en varios idiomas –francés, español, turco,
italiano- se mezclaban con los nerviosos relinchos y los golpes desesperados de
los caballos que a coces intentaban romper las paredes que los aprisionaban
para escapar de una muerte que intuían inminente.
Las dos grandes arcas que transportaban las artísticas imágenes de Cristo Crucificado y de la Inmaculada Concepción, con destino a alguna parroquia de Venezuela, salieron de las bodegas y fueron arrastradas por las olas hacia la costa; los desesperados viajeros, al verlas flotar en las aguas tenebrosas, se hincaron de rodillas y elevaron sus plegarias al cielo implorando un milagro. La mayor parte de la carga , además de la harina, estaba compuesta por toneles de vino que, como consecuencia de los continuos embates de las olas, se rompieron y tiñeron de rojo la harina formándose una mezcla sanguinolenta que se esparció por las aguas, siniestro presagio que a más de uno hizo caer en la desesperación.
El comandante del barco murió y tomó el mando el capitán Leroy. Su primera disposición fue ordenar que todo el mundo se trasladase inmediatamente a la proa, que era la parte encallada del barco, pues, al encontrarse afianzada en las rocas que conforman los Bajos Verdes, la consideraba más segura ante el empuje del oleaje. En la popa se encontraba un matrimonio con sus dos hijos, todos aferrados al mástil; en el momento en que intentaban pasar a proa una ola furiosa los barrió haciéndolos desaparecer para siempre; a viajeros y tripulantes, envueltos por la espuma de las olas y asidos a los trozos de madera en que se iba convirtiendo la nave, la espuma blanquecina que formaba el roce de las olas con el fuerte viento los iba envolviendo como blanco sudario para realizar su último viaje.
Las dos grandes arcas que transportaban las artísticas imágenes de Cristo Crucificado y de la Inmaculada Concepción, con destino a alguna parroquia de Venezuela, salieron de las bodegas y fueron arrastradas por las olas hacia la costa; los desesperados viajeros, al verlas flotar en las aguas tenebrosas, se hincaron de rodillas y elevaron sus plegarias al cielo implorando un milagro. La mayor parte de la carga , además de la harina, estaba compuesta por toneles de vino que, como consecuencia de los continuos embates de las olas, se rompieron y tiñeron de rojo la harina formándose una mezcla sanguinolenta que se esparció por las aguas, siniestro presagio que a más de uno hizo caer en la desesperación.
El comandante del barco murió y tomó el mando el capitán Leroy. Su primera disposición fue ordenar que todo el mundo se trasladase inmediatamente a la proa, que era la parte encallada del barco, pues, al encontrarse afianzada en las rocas que conforman los Bajos Verdes, la consideraba más segura ante el empuje del oleaje. En la popa se encontraba un matrimonio con sus dos hijos, todos aferrados al mástil; en el momento en que intentaban pasar a proa una ola furiosa los barrió haciéndolos desaparecer para siempre; a viajeros y tripulantes, envueltos por la espuma de las olas y asidos a los trozos de madera en que se iba convirtiendo la nave, la espuma blanquecina que formaba el roce de las olas con el fuerte viento los iba envolviendo como blanco sudario para realizar su último viaje.
Quiero testificar sobre cómo me curaron del herpes. He estado viviendo con esta enfermedad durante los últimos 11 meses, he hecho todo lo posible para curar esta enfermedad, pero todos mis esfuerzos resultaron abortivos hasta que conocí a un viejo amigo mío que me contó sobre un médico a base de hierbas llamado Dr. Oniha, dijo. Me dijo que el Dr. Oniha tiene cura para todo tipo de enfermedades, aunque nunca creí en eso porque creo que no hay cura para la enfermedad del herpes. Pero decidí intentarlo cuando contacté al Dr. Oniha, me dijo que tiene una cura para el herpes que curó con hierbas medicinales. Ordeno la medicina a base de hierbas, que el Dr. Oniha me envió a través de un servicio de mensajería que utilizo y ahora he aquí que el herpes se ha ido y ahora tengo mi vida de regreso, si estás ahí viviendo viviendo con esta enfermedad, me agradarás para contactar también al Dr. Oniha y curar esta enfermedad de su cuerpo. Soy un testimonio vivo de la cura herbal del Dr. Oniha. Gracias una vez más al Dr. Oniha por ser enviado por Dios. contacte al Dr. oniha a través de su información de contacto.
ResponderEliminarCorreo electrónico: onihaherbalhome@gmail.com
Número de Whatsapp: 1 (6692213962.
Sitio web: www.onihaspelltemple.com