jueves, 2 de enero de 2014

CAPÍTULO XLI-XXIII



EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1800-1900

CAPÍTULO XLI-XXIII



Eduardo Pedro García Rodríguez

1819. Agosto 11.  Luís Vandewalle y Llarena, en su calidad de síndico personero general, dirigió al alcalde mayor y subdelegado de reales rentas, don Gabriel de León y Cordero, un oficio solicitando copia del auto de la Intendencia donde se mandaba que el bergantín "Relampago", procedente de La Habana, pasase a Santa Cruz de Tenerife a cumplir su registro, dado que tal disposición se oponía a los privilegios de la Isla y, además, resultaba injuriosa para "sus representantes y autoridades" »."

El buque había sido descargado en el puerto de la capital palmera y -aunque tenía previsto hacer escala en Tenerife-, a causa, entre otras razones, del temor a una acción de corsarios insurgentes, y así se había  hecho constar en la documentación elevada al Intendente con las demás, aclaraciones del caso.

Sin embargo, la respuesta de Sierra Pambley había sido, en efecto, demasiado brusca. Negó el peligro, desestimó los recursos, recordó a las autoridades palmeras que no tenían facultades para tomar ciertas decisio­nes y, además, subrayó la necesidad de "tomar medidas vigorosas para  contener los fraudes y escándalos de que ha dado y da tantos ejemplares La Palma".

En concordancia con sus aseveraciones, la Intendencia ordenó al subdelegado de reales rentas que le remitiese el expediente y los bienes aprehendidos a raíz del descubrimiento de unos contrabandistas de tabaco, así como el barco recién llegado de Cuba, todo ello bajo las "seguridades competentes, exigiéndolas si fuere menester del señor comandante de las armas".

Ahora bien, el 18 de agosto, Juan José Domínguez, capitán, dueño y maestre del "Relámpago" presentó un recurso contra el mencionado auto. y solicitó que le fuera permitido continuar su viaje a la costa de África, sin pasar por Santa Cruz de Tenerife, pues:
''Consta a V. que habiendo aportado a esta Isla a tomar noticias y siendo público había insurgentes en el crucero de Anaga, los cargadores y pasajeros de esta Isla en el Consulado me demandaron para que dejase en tierra sus intereses y que no obstante mi resistencia, se decretó en 25 de junio entregase a los interesados sus equipajes, y en 26 del mismo se mandó llevar a efecto, y a depositar la carga en la Real Aduana, y pólvora en los reales almacenes".
Similar petición hicieron, a la par, Antonio Jorge González, Manuel de Cáceres y José Gabriel Martín, capitán y dueños, respectivamente, del bergantín palmero de ochenta y cuatro toneladas "Gran Poder de Dios" que, desde el día 10, había regresado de La Habana y pretendía continuar viaje hasta Cádiz tras la escala prevista en La Palma, matizando por su lado que la providencia del Intendente no sólo era ruinosa "a los intereses del buque, sus cargadores y seguros, sino para la Isla entera". Ambas instancias, empero, fueron devueltas por León, ajustándose a los dispuesto por su superior Sierra Pambley.

Mientras tanto, el día 21 se reunió el Cabildo para deliberar acerca de un interesante informe del personero Vandewalle. Su alegato comenzó al indicar que había estudiado el expediente, realizado en 1813, sobre el derecho y privilegio que tenía La Palma para despachar "sus buques de libre comercio a Indias y admitir sus retornos"; reflexionó sobre las restric­ciones impuestas por la Comandancia General e Intendencia de la provin­cia, basadas, supuestamente, en un mejor servicio al Rey; mencionó el nuevo expediente sobre la descarga del "Relámpago" y las instancias de los capitanes y propietarios de éste y del "Gran Poder de Dios", y subrayó:
"Si el libre comercio y puerto habilitado en esta Isla no fuera del primer interés para sus habitantes, y no le consideraran como el más firme apoyo de su general felicidad, y como que de él pende el fomento de su agricultura, artes e industria; tal vez que a vista de las trabas y embarazos que parecen alejarle su goce habría desmayado este Ayuntamiento".
Pero el problema, en efecto, era muy grave. El puerto de Santa Cruz de La Palma constituía, sin duda, uno de los puertos habilitados por la Monarquía desde "antes de haberse declarado nuevamente por tal en 11 de junio de 1811, como uno de los tres puertos principales de las Canarias, a pesar de la constante oposición del comercio de Cádiz", y, en este sentido:

"La Palma quisiera sofocar en el silencio lo que ha experimentado del de la Plaza y Puerto de Santa Cruz, tan funesto para ella como anteriormente fue el de Cádiz a la Provincia entera; pero esta rivalidad sin término, y este querer monopolizar el comercio a sólo aquel punto en cuanto cabe en su influjo para con los agentes del Gobierno, fuerzan al Personero a clamar contra una conducta, que es ruinosa a la Isla; al paso que percibe cuan de poco momento debería ser a aquella Plaza la casi imperceptible disminución que habría de ocasionar al extenso que le franquea el más grandioso y rico suelo de la Isla de Tenerife, y de las demás, que siempre le estarán depen­dientes".
El síndico personero citó a continuación, en favor de los privilegios comerciales de La Palma, una serie de disposiciones legales que abarca desde, prácticamente, la Conquista hasta el Reglamento de 12 de octubre de 1778, el cual interpreta en sentido positivo para la Isla, habida cuenta de las leyes anteriores y sin olvidar la mencionada declaración de las Cortes Generales del 11 de junio de 1811, que no considera abolida "por más que se diga contra ella".

Seguidamente, Vandewalle pasa a analizar el asunto del "Relámpa­go' y al respecto considera justa la instancia de su capitán, da por razo­nable y ajustada a derecho la descarga del buque y subraya que las autoridades tinerfeñas pretendían confundir, arbitrariamente, la prohibi­ción de comerciar con el extranjero con la de hacerlo con el Nuevo Mundo.

Pero más justa si cabe estima la solicitud del maestre del "Gran Poder de Dios'', puesto que, efectivamente, la variación de su ruta hubiera signi­ficado no sólo el peligro del "crucero de Anaga", sino el riesgo de perder el "seguro de carga y buque", precisamente por variar su "derrota". Y, sobre todo, porque tal pérdida sería ruinosa para La Palma:
"Porque siendo aquel buque el único que ha quedado del comercio de Indias, que en gran parte y en especial La Habana pueblan sus naturales; capitán conocido, y exento de aquella desconfianza que han difundido las malas versaciones muy recientes de otros, no hay persona en aquella Colonia que no remese a los suyos un socorro o una fineza, con lo que alivian o consuelan a estos habitantes su notoria pobreza, destituida de todo comercio, que el que hace con el trabajo personal de sus deudos, y pequeñas pacotillas que les envían de los frutos o sedas que laboran; así que el júbilo en que se sienten todos sin excepción de pobres o acomodados al llegar este buque, en que el socorro de los unos se difunde en otros, es de un aplauso que dura muchos días, y se mide con la ansia con que se le aguarda, ¿y donde está el feliz humano, sino en la idea relativa que el hombre se forma del bien?".
Acto seguido insistió en el afán exclusivista del puerto de Santa Cruz de Tenerife, con objeto de obtener las "primicias de la riqueza colonial", y, a continuación, ponderó las ventajas del puerto palmero, su situación geografica, el gtratarse de una zona poco cruzada de enemigos y su buena protección "con sus dos largas puntas". Ventajas todas que permitieron que se salvaran, en la última guerra con Inglaterra, "muchos millones de reales y cargamentos muy interesados de la América Meridional y de pre­sas", y que, además, propiciaron una feliz arribada, en julio de 1818, del "Gran Poder de Dios", a pesar de la amenaza cierta de los corsarios que, en aguas insulares, habían realizado varias capturas.

Por consiguiente, resultaba lógico que las autoridades de La Habana despacharan para la capital palmera al citado buque, "bien impuestas de estos privilegios', máxime teniendo en cuenta la flexibilidad de las Leyes generales, que permitían a sus ejecutores la opción de obedecerlas pero, en ciertos casos, también de no cumplirlas.

Además, en lo tocante al auto de Sierra Pambley, Vandewalle vino a decir, en síntesis, lo siguiente. Primero que resultaba paradójico que el Intendente hiciera su viaje a Cádiz en un barco inglés y no en uno de los "muchos nacionales', si realmente, como afirmaba el comisionado, era falso el riesgo de corsarios. Segundo que existía un precedente por el cual se había permitido, en cierta ocasión, que un bergantín con escaso carga­mento de maderas y piedra de cal hiciera su registro en Santa Cruz de La Palma. Y tercero que el auténtico contrabando no era el de "tabaco de humo", de escasa importancia y calidad, sino el realizado en Tenerife con los géneros de algodón, pues La Palma, por el contrario, tenía un comercio muy poco desarrollado para dar lugar a los escándalos mencionados por el Intendente, pues su población no alcanzaba ni a un tercio de la de la isla hermana.

Finalmente, el personero expresó unas sustanciosas conclusiones que merecen ser reproducidas:
"¿Por qué se ven por el microscopio los defectos de La Palma, sacados de deducciones arbitrarias, y no los de Santa Cruz [de Tenerife] ? La Palma el único barco que retorna a ella es a traerle el importe de los frutos y géneros que manufactura y extrae, capaces de exportar tres y cuatro registros al año, al paso que Santa Cruz no puede exportar por sí ni uno solo, a no ser la recolección que haga de las demás Islas y cuyo giro sale más recargado al comercio. ¿Por qué la Aduana de Santa Cruz tan crecida en importación no presenta su exportación? Y si el comercio del Puerto de la Orotava fomenta la agricultura, parte su riqueza con los propietarios; y cualquiera desgracia es trascendental a todos los de la Isla de Tenerife; pues aun la barrilla fruto de las de Lanzarote y Fuerteventura. debe su estimación a dicho comercio. Santa Cruz vive por sí, compra por sí, vende por sí, y nadie sabe como paga ni con qué, tanto como le entra del extranjero y nacional; de modo que para el bien de las demás Islas no debía haber ninguno en Santa Cruz, y si algunos economistas han mirado el de Cádiz perjudicialísimo, porque está circuns­crito a sus murallas, dentro de las cuales en otro tiempo se encerraban muchos millones, ganados del mismo modo que ahora en Santa Cruz, ha­ciendo Estanco de los géneros para darles salida, todo con numerario; sucede lo mismo a éste con respecto a las demás Islas, suponiéndose tutor de ellas".
Oído el informe, la Corporación insular optó por tomar una decisión acorde con los planteamientos de Vandewalle. Estimó que debía obede­cer pero no cumplir el auto de Sierra Pambley y, al mismo tiempo, ofició al subdelegado de rentas y al administrador de la aduana para que sus­pendiesen "todo procedimiento sobre este particular bajo la más estrecha responsabilidad". Igualmente, se escribió al gobernador de las armas y al subdelegado de marina "para que hagan cumplir este acuerdo", y, de forma paralela, elevaron una representación a la Intendencia y plantearon la necesidad de dirigirse al rey "con los testimonios oportunos de los justos fundamentos en que el Ayuntamiento afianza esta determinación". (Manuel de Paz-Sánchez, 1994)


1819. Octubre 2. Compareció Vandewalle ante el gobernador de las armas el de la isla de La Palma teniente coronel Mariano Norma, sargento mayor de la Plaza, quien señaló que, desde el día 14 de septiembre, se había presentado al Norte de la Isla y en el crucero de la Gabiota una corbeta que permaneció al pairo algunos días, y levantó los temores del bergantín palmero "El Rosario", (a) "Pamplino", que transportaba granos desde Garafía a la capital, según le había expresado el pasajero don Vicente Cabezola y según los partes dados por el alcalde de mar de la Villa de San Andrés.

Norma comunicó, asimismo, que el día 22 de septiembre se había presentado en el puerto, una fragata inglesa cuyo capi­tán, Juan May, dijo haber avistado en la misma zona una corbeta y dos bergantines que le infundieron sospechas. Además, el sargento mayor tes­tificó que, el día 24, se había presentado una goleta sobre los castillos de Santa Cruz del Barrio del Cabo y del Carmen, que no respondió a las llamadas del primero y se alejó, según los partes del cabo primero Rafael Vidal y del sargento Domingo Pérez, comandantes de las fortalezas men­cionadas. El mismo barco, además, había sido el que echó un bote que trató de sondear la bahía del puerto palmero.

Igualmente manifestó que, según se decía, unos pescadores conocidos por los Fiallos, vecinos de Breña Baja, habían encontrado a la deriva, al día siguiente, los restos de un barco -probablemente de las Islas- que había sido incendiado, al parecer por la goleta en cuestión, ''por haberse visto en ella el fuego por varios" testigos. La nave corsario fue divisada también, dos días después, navegando entre La Gomera y "las calmas" de La Palma, v. el día 30, Vicente Gutiérrez y Pablo Pérez contaron, desde la Cumbre, "hasta quince tiros y examinando el horizonte vieron a una goleta unirse con un barco grande". Por último indicó que no podía dudarse que "la permanencia de la corbeta, goleta y bergantín por mas de quince días sobre esta Isla, es un crucero de Insurgentes por lo que la plaza, por disposición bergantín- resultaban sospechosos y no podía dudarse tenían "objeto que los detiene en este crucero".

Por su parte, el sargento segundo Jerónimo Rodríguez dio su versión sobre el incidente del puerto, ya mencionado, pues estaba de comandante de la guardia del Castillo e hizo los disparos sobre la barca que intentó sondear la bahía.

Las declaraciones del piloto Mariano de la Concepción Ferrás. del soldado Pablo Pérez Castillo, del cabo segundo de Artillería José Gabriel González y de don Antonio Asarta, subteniente del mismo cuerpo y coman­dante accidental, no añaden prácticamente nada digno de ser destacado.

El último informó, además, de las medidas excepcionales que se habían tomado en los castillos y baterías de la capital palmera'. Otro tanto puede decirse de las aseveraciones del teniente don Miguel Sotomayor Fierro, comandante del destacamento de la Plaza, así como de las del vecino don Antonio del Castillo Gómez y del ayudante mayor de Infantería don Joa­quín Poggio y Alfaro, que pusieron fin a los interrogatorios.

Los testigos ratificaron, pues, la existencia real de corsarios insur­gentes que amenazaban las costas de La Palma y su crucero marítimo, en una situación que, como sabemos, afectó a toda Canarias. (Manuel de Paz-Sánchez, 1994)

1819 Noviembre 20.
Tiene lugar la solemne ceremonia de la instalación oficial del obispado de la secta católica en Eguerew n Chinech (La Laguna-Tenerife), teniendo lugar con el esplendor y regocijo que debía inspirar tan inesperado triunfo para la oligarquía tinerfeña, en el contexto del denominado pleito insular arteramente dirigido desde la metrópoli.

“Más de 300 años habían transcurrido desde que en 1485 fue trasladada la silla episcopal de Rubicón al Real de Las Palmas, sin que en tan largo período se hubiese hecho sentir la necesidad de crear una nueva diócesis. Preciso fue que, para satisfacer los deseos de aquellos que habían soñado para La Laguna un brillante porvenir, se impusiera al Estado tan inútil como onerosa carga. La irresistible influencia del confesor del rey (El arzobispo de la secta católica Cristóbal Bencomo) allanó sin dificultad los obstáculos que, sin esta circunstancia, hubieran sido casi insuperables. Sin embargo, para instruir el expediente fue necesario oír a la Audiencia, cuyo favorable informe se solicitó con anticipación. Este tribunal, en su dictamen que lleva la fecha 4 de noviembre de 1816, decía a la real cámara "que debía hacerse la división del territorio episcopal de las siete islas en dos diócesis y que esta separación debía ser absoluta en territorios, jurisdicción y rentas, pues las había sobradas para la manutención del obispo, del culto y de los sirvientes de las iglesias" y añadieron los oidores "que según resultaba de las rentas del antiguo obispado, habían correspondido en cada año del decenio líquido, sin contar las distribuciones interpresentes y otros emolumentos capitulares, a la mitra, cabildo y fábrica catedral de sólo la isla de Canaria, la de Lanzarote y la de Fuerteventura, que son las tres que debían quedar ala antigua diócesis, una suma de 911.602 reales vellón, ya la de Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro la de 1.002.374". En este informe proponía la Audiencia la reducción en ambas diócesis de las dignidades y canonicatos de los respectivos cabildos.

Mientras se tramitaba este expediente, fallecía en Las Palmas el obispo don Manuel Verdugo (27de septiembre de 1816) y llegaba a Tenerife un prelado auxiliar, que lo era don Vicente Román de Linares, nombrado por breve de Su Santidad de 31 de mayo de aquel mismo año. Este nombramiento probaba que en Roma se veía con agrado el pro-
yecto de división y sólo se esperaba la propuesta del rey para acceder a su deseo.

Queriendo, pues, el monarca complacer a su privado, se apresuró a conformarse con el dictamen favorable de la real cámara (16 de octubre de 1818) y dirigió sus preces a la corte pontificia, en virtud de las cuales el 4 de febrero de 1819 se expidió un breve separando en dos diócesis, sufragáneas de la de Sevilla, la antigua de Canarias; comprendiendo una las islas de Canaria, Lanzarote y Fuerteventura, y otra las de Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro bajo el nombre de obispado de Tenerife. Diose la investidura, por decirlo así, de catedral a la parroquia de los Remedios de La Laguna, instalándose en ella la nueva diócesis con su cabildo, que se componía de un deán -que lo fue el hermano del confesor don Pedro José Bencomo-, de tres arcedianos que llevaban los títulos de las tres islas de Tenerife, La Gomera y La Palma, un chantre, un tesorero, catorce canónigos, entre los cuales se contaban el magistral, lectoral y doctoral, ocho racioneros y ocho capellanes reales.

El 20 de agosto (1819) se obtuvo la real auxiliatoria y se comisionó a Linares para la solemne ceremonia de la instalación oficial, teniendo lugar ésta el 20 de diciembre con el esplendor y regocijo que debía inspirar tan inesperado triunfo.

Por una nueva bula de S.S. Pío VII se fijaron los límites de cada diócesis, trabajo que la naturaleza se había encargado de ejecutar dividiendo en dos grupos las islas, uno oriental y otro occidental.

El 21 de diciembre se dio posesión de sus cargos a los individuos del cabildo ya todos los encargados del servicio del culto.

Fácil es de suponer la dolorosa impresión que la sucesiva creación de la universidad y división del obispado produjera en el ánimo de los habitantes de Las Palmas. Veía a La Laguna echar los cimientos de su superioridad intelectual y religiosa, en tanto que Santa Cruz afirmaba su supremacía militar y económica con la residencia de los generales y la organización de las aduanas. ¿Qué restaba a Canaria de su primitiva grandeza? La administración de justicia y una diócesis mutilada. La consternación era, pues, general.

En vano se dirigían suplicas y protestas al rey, a su cámara y a sus secretarios de Estado; en vano se auguraba la ruina inmediata de una población por tantos conceptos digna de la protección del gobierno; en vano, por último, se registraban antiguos títulos y privilegios y se alegaba el derecho de prescripción y el consentimiento unánime de todos los historiadores del país. La suerte 10 había dispuesto de otro modo y las dos
poblaciones favorecidas triunfaban, porque así lo exigía la marcha progresiva de los tiempos. La Laguna debía su creciente prosperidad al celo e ilustración de sus hijos; Santa Cruz aumentaba su importancia por haber conseguido, por medio de su posición, ser el centro comercial del Archipiélago. La lucha había comenzado y la victoria sería
indudablemente de aquel pueblo que lograse al fin, en el transcurso del siglo, ofrecer ala navegación una estación naval a la altura de las necesidades marítimas de todas las naciones del globo.

Desde luego, y en virtud de los acontecimientos políticos que se preparaban, la cuestión de capitalidad iba a ser el campo de batalla de la burguesía de las tres poblaciones contendientes. Nadie lo decía en voz alta, pero todos así 1o presentían y preparaban en secreto sus influencias en defensa de sus respectivas localidades. Era talla irritación y ceguedad de los habitantes de ambas islas y talla ignorancia de sus verdaderos intereses, que iban a emplear sus fuerzas y caudales en obtener un vano título en vez de dirigir su atención a mejorar las condiciones de sus puntos de desembarco y comunicaciones inte-
riores, fomentar su industria y comercio, dar seguridad a sus puertos y propagar la instrucción en todas las clases sociales. Seguiremos las vicisitudes de esta lucha encarnizada que, desgraciadamente, se halla aún muy lejos de concluirse.

Es extraño que no aceptaran sus cargos don Cristóbal Béthencourt y Castro, electo arcediano de Tenerife, don Manuel Rojo, que lo fue del de La Gomera, ni don Manuel Díaz, don Ignacio Llarena, don Francisco Ayala y don Antonio. Pacheco, nombrados canónigos.” (A.Millares T. 1977)
           
1820. Guía, Tamaránt (G. Canaria). Las pretensiones de don Juan G. Jaque, comandante accidental del Regimiento de Guía, de que la 2ª compañía de éste Regimiento pasase revista en Gáldar, fue la causa del amotinamiento.
 
1820. Ingenio, Tamaránt (G. Canaria). Los vecinos se oponen al decreto de 8 de junio de 1813 que, entre otras cosas, manda a acotar y cercar los predios particulares.

1820. La Laguna cuenta con unos 10.000 habitantes.

1820. La mayoría de los conflictos registrados pueden ser considerados como tensiones o conflictos de tipo vertical, iniciados por la masa de vecinos de un lugar contra un elemento «foráneo» política o económicamente más fuerte: un corregidor o alcalde mayor, un intendente, almojarife o alcalde de la ciudad capital, un hacendado, etc.. Los conflictos o tensiones de tipo horizontal llevados acabo entre los habitantes de diferentes lugares entre sí son escasos y se localizan en la isla de Gran Canaria. Puede considerarse como tal el que tiene lugar en Guía en 1820 por un problema de jurisdicción fruto del «enfrentamiento histórico» entre este pueblo y el de Gáldar. Esta rivalidad ya se había puesto de manifiesto en 1751 con ocasión del motín de Guía contra el corregidor Núñez de Arce, impidiéndose la quema de las diligencias hechas por éste al correr el rumor de que Gáldar «había tocado rebato y que marchaba mucha gente con el capitán don Esteba Ruiz de Ouesada a favorecer y auxiliar a el dicho Corregidor y que venían a entrarse en la plaza de este lugar de Guía». La decidida actuación del corregidor Arce logró detener a los 250 hombres que venían sobre Guía al mando del capitán Ouesada, haciéndolos regresar a Gáldar a los sones de jViva el Rey!, jJusticia y buen gobierno! y jMueran los villanos de Guía!

1820. Agustina González y Romero, “La Peregila”.  Esta poetisa nació en Winiwuada n Tamaránt (Las Palmas de Gran Canaria).  Se le conoce con el nombre de «La Perejila», que era su pseudónimo. Fue integrante del notable grupo de poetas satíricos que escribió esta ciudad a fines del siglo XIX y en el primer tercio del XX. Su satírica era agresiva y burlesca, aunque no toda su producción literaria pertenece a este género. Sus textos, que eran en su mayoría de composición improvisada, no se habían reunido en un libro hasta 1963, cuando Néstor Álamo los recopiló en el volumen titulado Poesía. Falleció en 1897.

1820. El alcance de la reforma agraria liberal en Canarias es sin duda la desvinculación de los numerosos mayorazgos que se habían constituido en la colonia a lo largo de los siglos XVI-XVIII. Las propiedades afectas al mayorazgo eran inenajenables y el poseedor de las mismas veía limitada su disponibilidad sobre los bienes vinculados, pues éstos habían quedado amortizados desde el momento de la institución del mayorazgo, pues así se garantizaba la solvencia económica del linaje colonial y se permitía a los sucesores del fundador adoptar el modelo de vida de un rentista agrario.

Ya desde comienzos del siglo XIX proliferan las críticas que denunciaban la escasa capacidad de la terratenencia para explotar racionalmente sus extensas propiedades y los males económicos que suponía una débil inversión productiva y el abandono de las tierras, que contaban sólo con los escasos recursos que pudiesen invertir los   medianeros de las explotaban. La liberalización de gran masa de bienes pertenecientes a los mayorazgos permitió la reorganización de la propiedad territorial, de manera que los titulares de los patrimonios vinculados tendieron a liquidar las propiedades menos significativas, aquellas sobre las cuales tenían un menor control o las que resultaban poco rentables invirtiendo los capitales en la desamortización eclesiástica o en el saneamiento de sus maltrechas y endeudadas economías domésticas.

Es durante el Trienio Constitucional cuando dio comienzo la desvinculación masiva de bienes sujetos al régimen de mayorazgo. La ley aprobada por el Congreso Nacional de la metrópoli  declaraba abolida toda propiedad vinculada, que quedaba convertida por decreto en bienes de libre disposición para el titular del mayorazgo, previa división entre éste y su heredero directo. Los datos indican que la venta de bienes vinculados no resultó demasiado importante pues se limitó a la liquidación de una pequeña porción de las propiedades para invertir sus capitales en otras adquisiciones, para realizar inversiones en otras propiedades más significativas o para saldar deudas contraídas por las grandes familias coloniales aristocráticas. Los datos ofrecidos para la isla de Tamaránt (Gran Canaria) indican que el valor de los bienes vendidos supuso algo más del millón y medio de reales, afectando aun total de 35 mayorazgos; por su parte, los bienes desvinculados en la isla deChinet (Tenerife) tuvieron una mayor importancia dado que se vendieron unas 199 propiedades, en su mayoría terrenos, con un valor superior a los dos millones y medio de reales. La razón de esta diferencia podría estar en la precaria situación económica de la terratenencia tinerfeña a comienzos del siglo XIX, pues ésta se vio más afectada por la crisis vitivinícola y sus rentas habían decaído de forma más significativa, al tiempo que sus propiedades estaban cargadas con numerosos censos y tributos impuestos en el pasado. Asimismo se aprecia cómo una parte considerable de las ventas de bienes vinculados pertenecían a propietarios que habían abandonado las islas, bien porque habían pasado a residir en la metrópoli debido a su ascenso social mediante matrimonios con miembros de la nobleza cortesana, o bien porque habían optado por emigrar a las otras colonias españolas en América.

El análisis de los compradores de bienes desvinculados nos permite apreciar que la acción de los compradores pertenecientes a la burguesía urbana se concentra en torno a las grandes capitales y los pueblos más importantes, donde tienen u residencia, buscando hacerse con un patrimonio rústico cercano que pudiesen tener bajo su control; en aquellos casos en que las ventas se referían a áreas más apartadas de los principales núcleos de población, los compradores de bienes desvinculados son generalmente los miembros de la burguesía rural, seguramente los mismos que venían controlando la explotación de las tierras por medio de arrendamientos o la administración de los bienes del mayorazgo.

Al igual que había sucedido con la desamortización eclesiástica, las ventas de propiedades vinculadas fueron anuladas a partir de 1824, aunque la reintegración de los bienes vendidos fue problemática y se dilató en el tiempo debido a la falta de recursos de los vendedores para devolver el precio de las ventas. (Juan Ramón Núñez Pestano; 1991)
1820. Aquel año llegaron desde México a Cádiz (España) con dirección a su Sociedad Económica ocho nopales o higueras tunas de América, las que venían cargadas del insecto llamado Cochinilla. La Sociedad consiguió en el mismo año una generación numerosa, y en su consecuencia las Cortes españolas mandaron por su decreto de 29 de Junio de 1822, que se excitase el celo de las Sociedades económicas de las otras provincias, que por su temperatura permitiesen el cultivo de este insecto. Ninguna parecía más a propósito que la de Canarias, y bien lo comprendió así el canónigo de Eguerew (La Laguna) D. José Quintero Estévez, a quien se le debe en gran parte el rápido vuelo que  tomó en las islas la plantación de la Cochinilla. Este laborioso eclesiástico, verdadero amigo del país, hizo venir de Cádiz algunos insectos, y a fin de propagarlos practicó diferentes ensayos, todos con el mejor éxito, llegándose a persuadir que algún día constituiría, el cultivo de la grana, la principal riqueza de las Canarias.

1820 Enero 1. Las tropas acampadas en Cabezas de San Juan, Arcos, Villamartin y Alcalá de los Gazules (España), proclamaron el Código de 1812, llevando á su frente á Quiroga, Riego, Galidno y Mendizabal.

El 7 de M arzo, el Rey, temiendo por su propia seguridad, dio un decreto convocando las Córtes, y prometiendo jurar la Constitución proclamada.

El Pueblo loco de entusiasmo, recorrió aquel día las calles de Madrid, y por la noche derribó las puertas de la Inquisición, puso en libertad los presos, quemó los intrumentos que habían servido para atormentar tantas víctimas, y saqueó el archivo y biblioteca.

Dos días después, el mismo Rey, oyendo la opinión de 1a Junta provisional de Gobierno, creada para proponer reformas mientras las, Cortes se reunían, expidió otro decreto, de fecha 9 de marzo aboliendo para siempre el Tribunal de la Inquisición, mandando en él, que Ín mediatamente fueran puestos en libertad todos los presos encerrados en sus cárceles, y entregándose á los Obispos de las respetivas Diócesis aquellas causas, en que se trataran de asuntos dé fé.

Por la falta de correos regulares, y el estado excepcional de la metrópoli, la noticia de tan importantes acontecimientos no llegó á Las Palmas, sino en los primeros días de Mayo.

También en esta Ciudad existía de Las Palmas, como en otras de España, un partido liberal, que lentamente se había ido formando y se engrosaba diariamente, con todos los que aspiraban á regenerar su país, arrancándole de las manos de una turba ignorante y fanática, que se había empeñado locamente en volver á los tiempos de Felipe II y Carlos I.
Componían este partido unos pocos jóvenes de las familias influyentes de la Isla, todos los que tenían títulos académicos, algunos Catedráticos del Seminario, la mayoría de la clase media, y aquella parte del pueblo, que por su trabajo y honradez, había conseguido salir del estado de abyección y embrutecimiento en que vivía su clase.

Formaban el otro partido, la que enfáticamente se llamaba vieja nobleza del país, la mayoría del Cabildo, é individuos del Clero regular y secular, todo el paisanaje de los campos, y la plebe.

El número era, como se ve, muy desigual; pero tal era el poder irresistible de la opi- nión, el entusiasmo del bando liberal, la magia de sus doctrinas, y la f santa y pura que animaba á todos, que los indiferentes, mayoría que siempre decide del destino de los Pueblos, se declaró á su favor, y pudo contrabalancear las influencias rencorosas y hostiles del bando contrario.

El día en que la noticia llegó á Las Palmas, en medio del ruido atronador de los cohetes, los vivas á la Constitución, y los repiques de las Campanas, se oyó de pronto tocar á muerto en la Iglesia del Seminario Conciliar, y acudiendo allí la multitud, para a veriguar la causa de tan extraña novedad, contestaron desde la torre los alumnos, con seriedad cómica-«Doblamos por la vecina»-Y designaban la Inquisición, cuyas Casas estaban junto á las del Seminario.

Desde aquel momento el Santo Oficio comprendió que su resurrección era imposible; resignándose á morir; cerró sus puertas, hizo entrega de sus archivos, y los dos inqui- sidores volvieron á España, ú engrosar las filas del bando absolutista.

Aquí, como en la metrópoli, pasó como un sueño el período constitucional. Junto á la pasión política se había abierto paso la pasión, local, y la debatida cuestión de capitalidad de la Provincia distraía los ánimos de los Isleños, de los graves y trascendentales debates que ocuparon á las Cortes, en los tres años de parlamento.

Las elecciones de Diputados no obedecían á los principios sociales que se disputaban la victoria, sino á la mayor ó menor influencia que pudieran ejercer en la resolución de las Cortes, sobre la elección del Pueblo Capital.

Sin embargo, el último año, una asonada, que excitando el celo fanático de las turbas ignorantes, se había preparado por el club absolutista, haciéndoles creer, que se les iba á robar la imagen de N. S. del Pino, y otras sandeces tan groseras y estúpidas como ésta, insurreccionó los campesinos, que bajaron armados con intención de atacar la Ciudad, foco de impiedad y liberalismo, desarmar la milicia urbana, y ahorcar los prohombres del bando constitucional.

Tan atrevido proyecto estaba en combinación con las noticias secretas recibidas de la Península, y tenían la seguridad, de que el ataque coincidiría con la caída del aborrecido sistema; pero la distancia, el mar, y los correos, fueron excusa de que las tropas liberales tuviesen tiempo de atacar á los sublevados, de derrotarlos en Tafira y Cendro, y  de fusilar, por los trámites sumarios de la ordenanza, al Jefe de los rebeldes, pobre y fanático anciano, llamado Matías Zurita, juguete de la Junta apostólica, cuyos individuos no tuvieron el valor de presentarse, ni la generosidad de salvar aquella triste
víctima de nuestras discordias políticas.

Entretanto el Gobierno había tomado posesión de los bienes del Santo Oficio, y el archivo, sin resguardo alguno, fue saqueado por todos los que tuvieron interés en hacer desaparecer procesos, adquirir datos genealógicos ó enriquecer sus librerías, porque nada de lo sustraído se ha conservado. En general dominó el espíritu de curiosidad in-discreta, teniendo hoy que lamentar la pérdida de lo más curioso que allí se custodiaba.

Las cuestiones de propiedad sobre Capellanías, mayorazgos, patronatos y mandas pías, se hallaban resueltas en los expedientes, que sobre limpieza de sangre se seguían aquel Tribunal, con gran profusión de documentos auténticos. Ahora bien, todo desapareció con sus curiosos comprobantes.

Desde entonces el archivo pasó por innumerables vicisitudes; encerrado durante años en sitios húmedos y sin ventilación conducidos sus papeles en carretas, sin inventario, cuando había que trasladarlos de un lugar á otro, hacinados hoy sus restos en un cuarto del Municipio, formando un montón piramidal, desgarrado, mutilado, ilegible e incoordinable, solo por se ha podido utilizar, lo que hemos expuesto en esta breve reseña antes que acabe de desaparecer del todo, lo poco é inútil que resta.

Hace años que el Estado enajenó los vienes que en la Provincia poseía el Santo Oficio, ignorándose si alguien ocultó los instrumentos de tortura, y el famoso estandarte de la fe. Solo queda como recuerdo sus glorias la plazoleta del Quemadero, inocente sitio, que las últimas generaciones han pisado, sin saber que sobre aquel suelo, cubierto de yerba, se habían calcinado en otro tiempo los huesos de once infelices, que Dios sin duda ha perdonado, primero que á sus miserables verdugos. (Agustín Millares; 1981)

1820. Marzo 3. El cónsul de Portugal en Canarias señalaba:
'"... os portos destas ilhas Canarias tém presentemente estado infesta­dos de corsarios insurgentes que mesmo as pequeñas embarcares do tráfico délas tém sido nimbadas e mesmo do ancoradouro tirado alguma de maior valor. E que tendo ele feito urna presa espanhola cuja tirilla alguma defesa. Ihe adicionaran! mais alguma. e hoje se acha outro corsario de fore.a os quais bloqueiam estes portos de días eni dias. Com todo o respeito fago esta repre-seritagao a V. Ex" para que com as sabias detenninacoes de V. Ex" possa alguma parte do comercio portugués que teiiha de transitar pelas vizinhau-gas destas ilhas possa tomar as precaugoes necessárias que em tal caso se exige"". (En: Manuel de Paz-Sánchez, 1994)


1820 Abril 30. La logia escocesa de San Juan más conocida como Los Comendadores del Teide solicitó los auspicios del Grande Oriente de Francia, aunque su petición, pese a estar bien recomendada por un taller hermano de París, no fue atendida con diligencia, por lo que, de hecho, la logia tinerfeña se convirtió en una especie de taller provisional, en tanto que no gozaba del reconocimiento de ninguna obediencia o potencia masónica regular o irregular.
Desde el punto de vista masónico, la logia experimentó otros cambios durante estas fechas. En 1822, a juzgar por el testimonio tardío de 1870 de otro de sus probables integrantes, seguramente el comerciante santacrucero Pedro Bernardo Forstall, Marco Aurelio, el taller había cambiado de su antiguo nombre por el de Amistad, y había obtenido los auspicios del Grande Oriente de Francia, pero, al año siguiente, se colocó bajo la obediencia de un recién nacido Gran Oriente de España.
1820 Mayo 11. El Ayuntamiento de Winiwuada n Tamaránt (Las Palmas de Gran Canaria) se reúne para analizar los sucesos ocurridos en la metrópoli con motivo de la revolución de Cabezas de San Juan. También se trató de la llegada a la colonia de Canarias del jefe político José Soverón, acompañado del general de campo Juan Ordovas, al que se le había encomendado el mando de las tropas de ocupación en islas occidentales de la colonia.

1820 Noviembre 8. En el breve periodo del Trienio constitucional (1820-23) se aprecia en la colonia un impulso notable de los programas de repartimiento de baldíos que, sin embargo, acabaron incumpliéndose una vez más debido al derrumbe en la metrópoli del régimen liberal. La política inicial de la Diputación en la colonia sobre reparto de tierras baldías resultó bastante tímida y se limitó a comunicar a los pueblos el decreto de la metrópoli de 8 de noviembre de 1820 que regía el nuevo sistema de reparto de baldíos. No obstante, a medida que el abastecimiento de las islas se vio en peligro por la nueva ley de aranceles que prohibía las importaciones de granos, la Diputación acordó dinamizar los repartos de tierras, impulsando a los pueblos a promover los expedientes de reparto de baldíos entre sus vecindarios.

1820 Diciembre 6. Fallece en Añazu n Chinech (Santa Cruz de Tenerife) Domingo albertos y Miranda. Fue prebendado de la iglesia catedral de Winiwuada (Las Palmas).

Hijo del abogado Licenciado Domingo Albertos y de Catalina María Fernández de Miranda. Nació en Sevilla, hacia 1760 e hizo allí sus estudios. Pasó hacia 1790 a Winiwuada (Las Palmas), donde fue abogado y racionero. Al crearse la catedral Nivariense pasó allí como tesorero dignidad. Escribió versos, muchos festivos, siendo poeta de salón conocido en las islas. Sus obras poéticas forman 3 tomos manuscritos en el Museo conservados en el  Museo Canario de Winiwuada (Las Palmas), además de los que se conservan  en la Biblioteca de la Universidad de La Laguna. Graciliano Afonso dicçia que «su facilidad era tal, que igualaba su falta de estilo y genio. La sátira, los equivocos y las agudezas eran siempre los atavíos de su negligente Musa».





No hay comentarios:

Publicar un comentario