1678.
Nace en La Matanza de Acentejo,
Chinech (Tenerife) el criollo Antonio Benavides González de Molina. Teniente
General del ejército de la metropoli, el más celebre de los hijos de la Matanza de Acentejo, a
quien Felipe V debió su vida y que ocupo relevante puesto en América como el de
Capitán general de la Florida,
luego de Vera Cruz y posteriormente del Yucatán. Poco fue el tiempo que el rey
[Felipe V] le permitió descansar en Tenerife. Deseoso de utilizar sus servicios
y de premiar su lealtad, le nombró gobernador y capitán general de la Florida, que constituía
entonces un gobierno de difícil y peligrosa administración; y a fin de que no
se dilatara su viaje y pudiera con más prontitud entrar en el ejercicio del
delicado encargo que le encomendaba, le dispensó de prestar el acostumbrado
juramento ante el Consejo Real, previniéndole lo hiciera ante la autoridad que
mandaba en las Canarias, y que luego se embarcase en la escuadra compuesta de
los navíos de guerra S. José, S.
Francisco y S. Antonio, que al
mando de don Juan del Hoyo Solórzano, canario también de justa y merecida
reputación, hacía escala en Tenerife para dirigirse seguidamente a la isla de
Cuba.
Hallábase por entonces la Florida en un estado
lamentable de desorganización. Atacada con frecuencia por las tribus indias que
ocupaban el país limítrofe, y por los colonos ingleses de la Carolina que diariamente
procuraban hostilizar la colonia para entorpecer su comercio y obtener el
abandono o la evacuación de una provincia que tanto codiciaban y que
difícilmente se podía conservar, preciso era que el jefe que viniera a remediar
estos males y a sostener la vacilante dominación española, estuviera dotado de
un tacto exquisito, de una perseverancia a toda prueba, y de un valor y arrojo
indomables. Afortunadamente todas estas cualidades las poseía en grado heroico
el nuevo general. Llega, pues, estudia y visita la comarca, se informa de sus
necesidades y de sus recursos, reconoce la causa de su malestar, adivina el
nombre de los que medran fomentándolos; y queriendo cortar de raíz el mal,
separa los empleados malversadores, aleja a sus cómplices, premia a los que han
cumplido con su deber, y llama a otros a su lado de cuya probidad y especiales
conocimientos tiene pruebas repetidas. Para evitar las quejas de los
descontentos y la torcida interpretación que pudieran dar estas medidas,
informó de ellas extensamente al rey refiriéndole el estado de la colonia y las
reformas que necesitaba y había empleado, teniendo la satisfacción de ver
aprobada su conducta, y de que se previniera continuase siempre con el mismo
celo y acertada prudencia en la gestión de los negocios de aquella apartada
comarca. En efecto, así lo hizo sin tregua ni descanso durante el largo
transcurso de su administración, cuyo plazo le fue prorrogado, obteniendo
varias victorias de los ingleses en tierra y mar reprimiendo sus piraterías,
consiguiendo ajustar un tratado de paz con los indios apalaches, que eran los
más terribles enemigos que tenía la colonia, y reducirlos con su trato afable y
bondadoso, y sus ofertas religiosamente cumplidas, a que respetasen a los
súbditos españoles y cambiasen con ellos recíprocas pruebas de amistad y
cariño, que duraron con fidelidad y sin interrupción mientras estuvo gobernando
la provincia. En premio de estos servicios, el rey le ascendió al grado de
mariscal de campo y le aumentó el sueldo que disfrutaba como una muestra del
aprecio que le merecían sus altas dotes militares, políticas y administrativas.
Grande era la estimación que había logrado conquistarse entre los habitantes de
su gobierno, y el cariño que todos le profesaban, no tan sólo por su acertada
administración, sino por su carácter recto y justiciero, su ardiente caridad
con los pobres y la afabilidad de su trato, sin distinción de clase ni de
personas. Así fue que cuando se recibió la inesperada noticia de que el rey le
había nombrado gobernador de la provincia de Veracruz y del Castillo de S. Juan
de Ulúa, hubo en la Florida
un sentimiento general de disgusto porque todos estaban convencidos de que
jamás un general pudiera parecerse a Benavides. Las demostraciones de afecto
con que le despidieron aquellos naturales fueron expresivas y entusiastas; los
pobres perdieron en él un padre, los indios un protector, los ciudadanos todos
un amigo complaciente, atento e ilustrado. En su nuevo empleo continuó
demostrando las mismas excelentes condiciones de mando que tanto le habían
distinguido en la Florida,
creciendo, sin embargo, su inagotable caridad, por lo mismo que encontró más
ancho campo en que ejercitarla. Los años, entretanto, principiaban ya a
paralizar su actividad y energía, y antes de que esto sucediera de un modo
perjudicial a los intereses de la provincia que administraba, solicitó con
instancia su relevo y su cuartel. El rey, que lo era entonces Fernando VI, no
quiso acceder a sus deseos, y como la guerra con Inglaterra volvía a encenderse
de nuevo, se le confió la capitanía general del Yucatán, y se le dio el mando
de la expedición formada para defender las costas de Tabasco y Honduras, con el
grado de teniente general.
UN CABALLO PARA SALVAR EL REINO
Diez años antes Antonio de Benavides, nacido en La Matanza, Isla de Tenerife, en 1678, voluntario sin haber cumplido veinte años en La Habana, combatiente en Flandes, Sevilla y Tortosa, había protagonizado otro gesto heroico, que salvó la vida del Rey. Cercados en Villaviciosa, Benavides cedió su propio caballo al monarca y resistió a pie, y con graves heridas, los ataques del enemigo. Recuperado de sus lesiones recibió el título de Brigadier de Caballería. El caballo, que con desesperación quiso cambiar Ricardo III de Inglaterra por su reino, fue cedido por un soldado que, en los últimos años de su larga vida murió en 1763 dio los mismos ejemplos de bizarría y lealtad a la corona, “a cambio de nada, porque en nada vale la vida de un soldado cuando defiende a su patria ya su rey”.
Se Apodero de la Artillería Del Archiduque Carlos Diez años antes, entregó su caballo y salvó la vida de Felipe V el 20 de agosto 172O en Zaragoza.
Pese a la derrota de las fuerzas del Rey Felipe V, todos los militares, incluidos los jefes de las tropas del Archiduque Carlos, han coincidido en valorar como hecho más sobresaliente de la Batalla de Zaragoza, el protagonizado por él isleño Antonio de Benavides, que en un ataque por sorpresa logró apoderarse de la artillería del enemigo.
En una formación audaz, concediendo tantos
efectivos a los flancos como al eje de su caballería, Benavides logró situar a
sus hombres en el centro de la disposición militar del aspirante al trono
español y después de neutralizar a los artilleros, se apoderó de todas las
piezas y las llegó a emplear contra sus propios dueños. Sin embargo, los graves
daños sufridos por las tropas leales a Borbón y una desordenada retirada
hicieron vanos los esfuerzos del bravo militar isleño.
Hoy yacen sus restos en la
parroquia de la Concepción
de Santa Cruz de Tenerife donde falleció en
1763. (Matancero, 2010).
Conferencia impartida Emilio Abad Ripio
en el Salón Noble del Cabildo Insular de Tenerife el 9 enero de 2012 en torno a
la figura de Antonio Benavides.
D. Antonio de Benavides, Teniente General de los Reales Exércitos
Es obligado que comience mis palabras pidiendo disculpas por el retraso en la celebración de esta reunión; y no me refiero a los ya casi reglamentados “minutos de cortesía” para con los rezagados, sino al prácticamente un año transcurrido desde la fecha inicialmente prevista: 31 de enero de 2011. Un percance que sufrí obligó a posponer la charla, pero “no hay mal que por bien no venga”, porque si la fecha anterior estaba casi elegida al azar, la de hoy tiene su importancia, porque en este día se están cumpliendo los 250 años cabales del fallecimiento del Teniente General Benavides.
Pero todo había empezado antes. Nuestra Tertulia Amigos del 25 de Julio siempre
se había quejado del deplorable estado de la lápida que cubre los restos de don
Antonio Benavides, y hace ahora unos 14 meses que, en una reunión de algunos
tertulianos con don Cristóbal de la
Rosa, cuando él nos esbozó un programa de actos relacionados
con la restauración de la losa y solicitó de nosotros la colaboración de
pronunciar una conferencia sobre el personaje, tras congratularnos por la
restauración, mis contertulios me señalaron con el índice, y, acepté a
regañadientes el encargo, Pero, de verdad, fue de boquilla, de labios para
afuera, pues, en primer lugar, me sentí halagado por esa confianza que ellos
depositan en mí; en segundo lugar, señor Presidente del Cabildo, porque es un
honor pronunciar unas palabras en este Salón Noble de nuestro Palacio Insular
y, como suponía, ante tan selecta concurrencia; y en tercer lugar, mi General,
porque me enorgullece ser yo, entre los militares tinerfeños, quien, en este
rato que vamos a estar juntos, pueda rendir un homenaje a un hombre tan
importante como fue, y tan desconocido como es, don Antonio Benavides.
También
les quiero decir que no es la primera vez que me toca hablar de él, pues hace
ya unos 30 años participé en un ciclo sobre militares tinerfeños ilustres que
se transmitió en el programa La
Hora del Soldado, de Radio Nacional de España, dirigido por
el entonces Teniente Coronel Juan Arencibia. En aquella ocasión descubrí que la
placa colocada en las esquinas de una calle que cruzaba con frecuencia y
en la que se leía escuetamente “Calle Benavides”, se refería a un famoso
General. Haciendo un inciso, pensé entonces, quizás no sería la primera
vez, ni desde luego ha sido la última, el absurdo que supone dedicar las calles
a un personaje, a un hecho o a una fecha sin aclarar en unas breves líneas en
la misma placa la identidad de la persona o el porqué de la dedicatoria. Hoy
muchos sabemos quienes son don José Emilio García Gómez o don Manuel Hermoso,
pero… ¿y dentro de 100 años?
Pero
además me quedó la pena o la tristeza, y lo dije en mis palabras por la radio,
de que en esta ciudad, donde murió, su único recuerdo fuese una desgastada y
rajada lápida, muchas veces oculta por la alfombra roja que se colocaba en el
pasillo central de la Iglesia
de la Concepción,
de la Iglesia Matriz.
Ni una aclaración en la cartela de la vía a él dedicada; ni una placa en el
antiguo hospital recordando que aquella había sido su última vivienda; ni un
monumento, o al menos un busto, en alguna plazuela o calle…, para, como dice
Ana Lola Borges, saldar la deuda que Santa Cruz tiene con él. Y, por lo que
indagué en aquellos días, y como es lógico ante todo lo expuesto, existía un
desconocimiento absoluto de la ciudadanía sobre el personaje. Pero a mí no me
consoló aquella ignorancia de muchos, ni me sirvió para tapar mi propia
incultura.
Luego, con el paso de los años, en más de una ocasión, a amigos de aquí, o
familiares o amigos de fuera, les he enseñado el lugar donde reposan los restos
de un hombre muy poderoso, que quiso vivir sus últimos años, y morir, y ser
enterrado como el más humilde de los santacruceros.
Pero volvamos al momento de hace 14 meses, cuando me comprometí a hablar de
Benavides. Y lo primero que tengo que hacer es dar las gracias a mucha gente
que me ha ayudado a pergeñar estas líneas.
Empezaremos por el Coronel Juan Osorio, Director del Archivo Regional Militar
dependiente del Centro de Historia y Cultura Militar de Canarias, quien
contactó con el Archivo Histórico de Segovia en busca de la Hoja de Servicios de Benavides.
No lo consiguió porque las que allí se conservan son de fecha posterior a
los años en que vivió nuestro personaje, pero da lo mismo, importa la
intención.
Gracias a mi contertulio el Coronel Juan Tous, quien aparte de
proporcionarme alguna documentación periodística de su archivo
(especialmente interesante el artículo de don Francisco Javier León Pérez, con
la única reproducción que he encontrado de Benavides) y darme el nombre de dos
o tres personas que quizás podrían ayudarme, aconsejó, basándose en su
experiencia en el trato con los archivos peninsulares, acudir al General
de Simancas.
Gracias al también Coronel y contertulio Jesús Botana, que me facilitó lo
de Simancas al ponerme en contacto con un compañero de su promoción, el
Coronel Antonio Mata, empedernido investigador de aquel Archivo y que me
remitió varios documentos relativos a Benavides. Gracias especiales a él, que,
a instancias de los técnicos de Simancas, encaminó mi búsqueda hacia el
Archivo de Indias de Sevilla.
Y allí reside mi hija Maribel. Junto a su amiga Concha, técnica del Archivo de
Indias, encontraron y me remitieron más documentos relacionados
con nuestro hombre.
Asimismo, gracias a otro contertulio, el Coronel Lorenzo Hernández-Abad,
quien me puso en contacto vía correo electrónico con una señora, doña Ana Pérez
Álvarez, que ya se encontraba haciendo un trabajo sobre el mismo personaje para
el Cabildo y quien me aclaró el pequeño enigma del nombre del General, al
remitirme una fotocopia de la primera página de uno de sus testamentos. (Con posterioridad a la
fecha en que se pronunció la conferencia, recibí de doña Ana María Pérez
Álvarez un CD editado por el Cabildo y en el que, además de contar los trabajos
de restauración de la losa sepulcral, incluye un trabajo muy valioso de la
misma investigadora. Forman parte de él los dos testamentos del General
Benavides, que se añaden como apéndices al final de esta página)
Y finalmente, otro contertulio, el Cronista Oficial de Santa Cruz de Santiago
de Tenerife, Luis Cola, me prestaba unos libros y me regalaba otro de su
colección, citados en las diversas bibliografías que acompañan a algunos de los
trabajos compendiados hoy en el mío.
Y,
bueno, yo también hice algo. Conocía la existencia de una biografía del
Teniente General Benavides escrita por Bernardo Cólogan Fallon, que había
conseguido el Primer Premio, y con él un doblón de oro, en un concurso
organizado en 1796 por la Real Sociedad Económica de Amigos del País
de Tenerife sobre ese tema. En el TEA, amablemente, me
localizaron el documento manuscrito, de 47 páginas. Se titula Elogio del
Excmo. Sr. Don Antonio de Benavides. Teniente General que fue de los Reales
Exércitos y Natural de la Isla
de Tenerife y en él desliza Cólogan opiniones y pensamientos muy
interesantes, algunos de los cuales iré repasando a lo largo de la charla. Y
con todo ese bagaje, más los trabajos sobre el tema de Miguel Poggi, Agustín
Millares, Lope Antonio de la
Guerra, Viera y Clavijo, Ana Lola Borges, Enrique Romeu
Palazuelos y algún otro que se me olvida, empecé a rehacer la vida de
Antonio de Benavides.
De modo que este largo introito quiero que sirva de muestra de agradecimiento
profundo para las personas citadas, que han hecho todo lo posible para que yo
pudiera cumplir lo encomendado esta tarde. Si no lo consigo, exclusivamente mía
será la culpa. Si por el contrario se fueran ustedes satisfechos, sepan que, en
gran parte, a todos ellos se debe.
Nació
Benavides, como es conocido por todos ustedes, en la localidad norteña de La Matanza de Acentejo. Y
nada más empezar su biografía me debo detener para hablar de sus apellidos. Si
nos atuviésemos a la forma que, hasta muy recientemente, hemos considerado
normal en el orden de colocación de los mismos, comprobando los de sus padres
yo obtengo el resultado de que su nombre completo debiera haber sido el de
Antonio de Benavides González. Pero, como amablemente me informó doña Ana
Pérez, cuando el General redactó sus dos testamentos (el primero en Madrid y el
segundo, años después, aquí en Tenerife) firmó como Antonio de Benavides Bazán
y Molina Si él prefirió esta forma, sus razones tendría, por lo que no voy a
ser yo quien le enmiende la plana genealógica.
Repito que nació en La
Matanza, el 8 de diciembre de 1678, y fue bautizado en la Parroquia del Señor San
Salvador siete días más tarde, según consta en el Archivo Parroquial. La
mayoría de los biógrafos coinciden en que sus padres, campesinos (como la
mayoría de la población de la zona en aquellos tiempos), no debían ser pobres,
pero tampoco ricos, y quizás los podríamos clasificar como de clase rural media
tirando para alta. Me baso en esto pensando en que su padre, don Andrés,
cuando se produjo el nacimiento de Antonio era Alférez de las Milicias, y llegó
más tarde a Capitán, y si tenemos en cuenta que aquellos empleos se asignaban
mayoritariamente a gente noble o adinerada, don Andrés, que no era lo primero,
tampoco debería andar mal en lo económico. Incluso años después llegó a ser
alcalde real de La
Matanza. Sin embargo, a este respecto, doña Ana Pérez,
que ha hecho un exhaustivo estudio de la familia Benavides, concluye que "era
descendiente de ricos terratenientes rurales". Dicen los biógrafos de
Don Antonio que sus padres, eran “muy conocidos y recomendados por su
probidad y honradez”, virtudes que desde luego, vista su trayectoria
posterior, supieron inculcar a su hijo.
Antonio
tuvo 4 hermanos y 3 hermanas, De los varones, uno siguió también la carrera
militar y estuvo, que se sepa, por Maracaibo; otros dos profesaron como
sacerdotes y el cuarto murió de niño. En cuando a las chicas, dos fueron monjas
y la otra se casó y vivía en La
Orotava. En conjunto, quizás el clásico arquetipo de familia
española del XVII, con cuatro religiosos y dos militares entre los ocho hijos.
La Matanza era una población
muy pequeña que dependía administrativamente de El Sauzal, posible razón por la
que los biógrafos de Benavides no encuentran datos referentes a la existencia
en su lugar de nacimiento de alguna escuela o convento donde se educara a los
niños. Mi contertulio Sebastián Matías Delgado Campos me ha informado de la
existencia de un Hospicio de franciscanos en la localidad, que se fundó hacia
1732 y que quizás fue el primer centro de enseñanza matancero; pero por aquel
entonces ya habían transcurrido varias décadas desde la niñez de los hermanos
Benavides. Posiblemente, La
Matanza del último tercio del XVII no se diferenciaría mucho
del aspecto que tenía en este cuadro de 1839 y quizás por esa carretera
que cruzaba la población correrían más de una vez los hijos del matrimonio
Benavides quienes, según los biógrafos de don Antonio, y por la circunstancia
expuesta, tuvieron que estudiar en La Orotava o en su Puerto, aunque Cólogan
señala también que “un religioso agustino que servía en el curato de La Matanza (al ver las
aptitudes de Antonio) puso el mayor esfuerzo en instruirlo en todos aquellos
principios propios para su edad”. Por otra parte, hay constancia de
que Antonio era un chico despierto, inteligente y físicamente fuerte, cosa por
otra parte lógica porque, desde muy joven, ayudaría a la familia en las labores
del campo.
Como vemos, si nos ponemos en su lugar, Antonio parecía predestinado a ser
labrador como su padre, con los horizontes físicos del Teide y el mar, y los
sociales de las menguadas posibilidades de la época, si decidía quedarse en
casa, o los inciertos de la emigración.
Pero como ustedes conocen, el todavía Lugar de Santa Cruz era también la única
Plaza Fuerte del Archipiélago, y entre su guarnición se contaban unas pequeñas
Unidades, las Banderas de Cuba y La
Habana, una especie de Centros de Reclutamiento o Banderines
de Enganche, compuestas por uno o dos oficiales, algunos sargentos y un puñado
de hombres (en total no superaban los 40), que formaban parte del Ejército
llamado "Regular" y que tenían la misión de reclutar jóvenes para los
Regimientos cubanos. Por cierto que, llegado el momento, los componentes
de esas Banderas lucharon como jabatos los días de la Gesta, en 1797, y marcharon
a la Península
en 1809, en unión del Batallón de Infantería de Canarias y la Brigada Veterana
de Artillería, para participar en la
Guerra de la Independencia. Pues bien, un buen día, un Oficial
de la Bandera
de La Habana,
en esa labor de proselitismo en busca de soldados por todos los rincones de la Isla, pasó por La Matanza y se alojó,
durante el tiempo que anduviera por la zona, en casa de los Benavides, donde
recibiría “la sal, el aceite, el vinagre y el asiento a la lumbre” a
que tenían derecho los soldados alojados por los vecinos, y seguramente algún
que otro producto más de la tierra matancera. Y fue huésped de los Benavides
porque el cargo del cabeza de familia, Alférez, con toda certeza destinado en
una de las Compañías del Tercio de La Orotava, conllevaría este apoyo a un compañero de
armas. Enseguida aquel anónimo Oficial, dice alguno de los biógrafos de
Benavides, “notó que la franqueza y generosidad del padre se correspondían
con el despejo y la viveza del hijo”, por lo que intuyó que en aquel joven
sano, robusto, afable y que mostraba una clara inteligencia había madera de
soldado y quien sabe si no vio en él el embrión de un futuro oficial.
No tardó Antonio, con la autorización paterna y animado por las palabras del
reclutador, en decidirse a dar el gran salto de su vida, a sobrepasar aquellos
límites físicos y sociales de que hemos hablado, y marchar, quizás para no
volver, a la mítica Cuba. No era, desde luego, el único que se iba, pues los
últimos años del XVII contemplaron varias levas de soldados canarios para
Flandes y las Américas; y también no eran pocas las familias, que, como
consecuencia del que se llamaba “tributo de sangre”, iban a poblar
lugares de aquellas inmensas tierras que estaban donde se ponía el sol.
Millares recoge que concretamente en 1699 marcharon 100 soldados para La Habana, entre ellos nuestro
personaje de esta noche.
Allí,
en una de las compañías del Regimiento de Infantería de La Habana, y con 21 años,
vistió Antonio de Benavides el uniforme de “soldado noble” o “cadete”. Su
carácter le llevó al estudio, lo que unido a un excelente comportamiento en las
filas del Ejército, movieron a sus Jefes a distinguirle y ascenderle; y así
alcanzó pronto los grados de Alférez y Teniente de Caballería. Otra vez más se
cumplía en su persona lo que escribiría Calderón de la Barca en aquella poesía
sobre el Ejército cuando aseguraba que en su seno “a la sangre excede el
lugar que uno se hace, y sin mirar como nace, se mira como procede”.
Pero en España las cosas se estaban complicando rápidamente. Dejemos por unos
momentos a Benavides labrándose su futuro bajo el sol antillano y regresemos a la Corte.
No
estaba acabando bien el siglo XVII para España. Existían serias dudas sobre la
capacidad procreadora de Carlos II ante su enclenque aspecto y enfermiza
salud, y las potencias europeas empezaban a poner la vista en el trono español
y su imperio, caso de que el rey muriese sin descendencia. Y surgieron dos
candidatos: Felipe d’Anjou, nieto de Luis XIV Rey de Francia, y el Archiduque
Carlos hijo del Emperador austríaco Leopoldo I.
Y así fue. Nuestro Rey, en aquel triste otoño de 1700, firmaba testamento
nombrando heredero a Felipe, y fallecía poco después, el 1 de noviembre. Se
nombró una Junta que debía gobernar la monarquía española hasta la llegada del
nuevo Rey. Las tropas francesas se acercaron a la frontera común para traer las
flores de lis a España, unas flores de lis que aún están en nuestro escudo
nacional.
El 23 de enero de 1701 entraba Felipe V, nuestro primer Borbón, en
España por Irún y Fuenterrabía. Para Inglaterra, Holanda, Portugal y Austria se
confirmaban los peores presagios -una posible alianza borbónica entre dos
grandes potencias como eran España y Francia, unidos sus tronos ahora por lazos
de sangre, podía desequilibrar el panorama político europeo-. y, so pretexto de
amenazas a su seguridad individual, en Viena, Londres y La Haya se declaraba la guerra a
los Borbones. La Guerra
de Sucesión española, que curiosamente se iniciaba en Europa, se extendió
pronto a la Península.
Otro inciso: en su contexto, tendría lugar el ataque inglés contra Santa Cruz
de Tenerife, dirigido por el Almirante Sir John Jennings el 6 de noviembre de
1706, representado en la 2ª cabeza de león del escudo santacrucero.
Y es también en ese contexto cuando en 1703 el Teniente Benavides llegaba a
Madrid con su Regimiento, pues Felipe V estaba reorganizando el Ejército y la Armada ante la gravedad de
la situación. Desconocemos cómo, pero lo cierto es que el Rey llegó a conocer a
Benavides, (algunos dicen que por ser nuestro hombre un excelente tirador y
gustarle al monarca mucho la caza, por lo que se hacía acompañar de él) y
decidió destinarlo a la 2ª Compañía de su Regimiento de Guardias de Corps.
Al comenzar la guerra, Antonio de Benavides iba a luchar, lógicamente, en el
bando borbónico, primero en Flandes y luego en la Península, participando
en muchas acciones, no menos de una docena de ellas muy destacadas; y, como el
dios de la guerra parecía tratarle con deferencia, alcanzó durante la contienda
el grado de Teniente Coronel. Pero especial importancia, para la suerte de
España, el propio Felipe V y don Antonio de Benavides, iba a tener la durísima
campaña de 1710.
Mal empezó ese año para los partidarios de Felipe V, con varias derrotas
consecutivas como las de Barcelona o Zaragoza (precisamente aquí jugaría
un papel muy destacado Beneavides, que, al frente de varios Escuadrones de
Caballería, llegó hasta la artillería enemiga desmantelando varias de sus
Baterías), pero poco a poco fueron cambiando las tornas, y tras vencer los
partidarios del Borbón a los aliados en Brihuega, cerca de Madrid, precisamente
el día del cumpleaños de Benavides, el 8 de diciembre, se ratificaba la
victoria dos días después en la acción de Villaviciosa de Tajuña, provincia de
Guadalajara.
Es en esta acción, la que pasará a la historia como la batalla de Villaviciosa,
cuando la trayectoria vital de Benavides iba a llegar a un punto crucial.
Relatan los historiadores que
el Rey, Felipe V, deseando estar como dicen las Ordenanzas en los puestos de
mayor riesgo, se había acercado peligrosamente a primera línea. Por si fuera
poco, la seguramente vistosa escolta que le acompañaba y sobre todo el
espléndido caballo que montaba, uno blanco de gran alzada, harían pensar a la
artillería enemiga -entonces mucho más adelantada que hoy en día en función del
poco alcance de las piezas de la época- que aquello era, valga la redundancia,
un blanco perfecto. Benavides, que se encontraba cercano, se percató del enorme
peligro que corría el monarca y dice Millares que, con palabras respetuosas
pero enérgicas, pidió al Rey que se alejara y que cambiase de montura,
ofreciéndole la propia. Impresionado Felipe, accedió al trueque de caballería y
se alejó.
Pocos minutos después, alrededor de las 4 de la tarde, una granada enemiga
hería gravemente en la cabeza a don Antonio Benavides, que cayó a tierra. Al
final del combate, que, aunque no se pudo calificar de victoria absoluta
táctica de los borbónicos, sí supuso una gran victoria estratégica para Felipe
V, el propio Rey se interesó por la suerte del Teniente Coronel Benavides, y al
no lograr encontrarlo se procedió a buscarlo entre los muertos que yacían en el
campo de batalla. Allí lo localizaron, hacia las 10 de la noche, más difunto
que vivo. El Rey ordenó que inmediatamente se le prestaran los mayores
cuidados, como así se hizo y, además en la propia mesa en que era intervenido,
lo ascendió a Coronel. Aún siendo éste un reconocimiento del Rey hacia
Benavides en razón al detalle del cambio de caballo, mucho más importante fue
que, desde aquel día el monarca le llamara “padre” (no en vano le había salvado
la vida) y, en prueba de ese afecto, le favoreciera en su carrera.
Y, jugando a futuribles, ¿qué podría haber sucedido si el Rey hubiese muerto?
¿Hubiese sido Rey de España el Archiduque Carlos, con lo que a lo mejor hoy
nuestra Casa Real no sería borbónica? ¿Hubiese tenido Luis XIV que buscar de
prisa y corriendo otro pretendiente Borbón, que además no contaría con la
legitimización que suponía el testamento de Carlos II?... La verdad es que
aquel simple gesto de alejamiento del Rey y cambio de caballo supusieron algo
importante para nuestra Historia, no sólo para Felipe V y Antonio de Benavides.
No queda claro en lo que de él he leído si vino inmediatamente a Tenerife a
convalecer de su herida, es decir, entre 1710 y 1711, como parece lo más
probable, o si lo hizo más tarde; lo que sí es cierto es que hasta el
final de la guerra (1714) participó en otras acciones bélicas. Con el fin de la
misma y el asentamiento definitivo de Felipe V en el trono de España, se
produjo su ascenso a Brigadier de Caballería.
Creo personalmente que éste sería el momento en que el Rey le permitiría
descansar de las fatigas de la campaña y le concedería permiso para venir a
Tenerife por un período de tiempo algo prolongado. Pero a lo mejor también pudo
ser que volviese a la isla en 1717 para despedirse de la familia antes de su
nuevo salto a América, porque lo que sí está documentado es que cuando el 24 de
septiembre de ese año el Rey le comunicaba que...
“… por hallarse vaco el empleo de Gobernador y Capitán General de las
Provincias de la Florida…
y conviniendo proveerle en persona de las buenas partes que se requieren para
ejercerle y atendiendo a que esas concurren en Vos, Don Antonio de Benavides,
he venido en haceros merced, como por la presente os hago, del referido
Gobierno y Capitanía General…”
... en aquellos momentos don Antonio se encontraba en Tenerife, pues S.M. le
dispensaba de efectuar el preceptivo juramento ante el Consejo Real y le
permitía lo hiciese ante el Comandante General de Canarias. Y en el puerto de
Santa Cruz se iba a embarcar en uno de los barcos de la escuadra que mandada
por otro tinerfeño, don Juan del Hoyo Solórzano, y compuesta por los navíos San
José, San Francisco y San Antonio se dirigía a Cuba, para
posteriormente saltar desde allí a la Península de Florida.
En
el nuevo destino se iba poner a prueba una vez más el valor militar de nuestro
personaje, pero también, y quizás ahora sea eso lo más importante, su destacada
personalidad política, diplomática y administrativa. La provincia de La Florida era mucho más
grande que el actual Estado norteamericano del mismo nombre, pues comprendía
también lo que son Georgia, y las dos Carolinas, desde la desembocadura del
Missisipi hasta la bahía de Chesapeake, con una extensión similar a la Península Ibérica.
Bueno,
pues a San Agustín -la ciudad más antigua de los EE.UU.- llegó nuestro don
Antonio, con sus 38 años y pico, para hacerse cargo de la gobernación civil y
militar del territorio, y es muy posible que residiera en el Fuerte de
San Marcos, el único Fuerte norteamericano del siglo XVII. La situación era muy
mala y se corría el serio peligro de perder aquella rica colonia ante la
actitud levantisca de los indios apalaches y las continuas intentonas piráticas
y militares inglesas y, luego, holandesas. Benavides, a pie y a caballo,
empieza a recorrer aquellos vastos territorios casi vírgenes. Se va informando
de posibilidades y necesidades; va conociendo problemas, sus causas y sus
consecuencias y meditando las posibles soluciones; y va tomando decisiones que
hacen que lentamente, pero a ojos vistas, el panorama mejore. Entre esas
decisiones están las de quitar de en medio, embarcándolos para España, a
malversadores, explotadores, sembradores de inquietudes e infundios, inútiles y
gentes de similar ralea, mientras se rodea de hombres honrados y trabajadores.
En consecuencia, los naturales se ven atraídos por la personalidad positiva del
nuevo Gobernador.
Conocedor de lo peligroso que sería que los expulsados pudiesen
presentar en la Corte
su propia y torcida versión de los hechos que motivaron su regreso a España,
envió al Rey un largo informe que fue aprobado por S.M. en todos los puntos y
que reforzó su posición.
Como
muestra de su actuación militar y diplomática, les cuento que recién llegado
tuvo conocimiento de que los indios habían destruido un pequeño fuerte que
protegía la misión de San Luis, en lo que hoy es Tallahassee, la capital del
Estado de Florida, y tratado con suma crueldad a los colonos. Ni corto ni
perezoso, desde San Agustín hasta allí se trasladó Benavides, sin más compañía
que un pelotón de soldados y unos indios amigos, posiblemente porteadores e
intérpretes, (comprueben en Google que, en línea recta entre ambas
localidades hay 292 kilómetros) para entrevistarse con los jefes de las tribus
levantadas. Consiguió de los indios un tratado de paz, convenciéndolos, entre
otras cosas, de que era inútil enfrentarse a una potencia como España, con la
que más les convenía mantener lazos comerciales y de amistad. Y le encomendó a
un capitán, llamado José Primo de Rivera, que volviese a levantar y artillar el
Fuerte de San Luis. Posteriormente se construiría otro más al sur, casi en la
costa, que, como el de San Agustín, también se llamó San Marcos. Hoy la misión
de San Luis es un Museo en Tallahassee.
Claro
que, por otra parte, Benavides cumplió siempre la palabra dada a los indios,
con lo que, prácticamente desde su llegada, tras aquella audaz entrevista de
San Luis, la inversa también se cumplió. Los indios respetaron a los colonos y
la paz y la civilización comenzaron a descender sobre el territorio. Desde
luego no fue una paz total, pues insisto en que los ingleses siguieron
incordiando, a costa de sufrir varias derrotas por tierra y mar en sus intentos
de establecer bases comerciales en la Florida.
Con el balance de las citadas victorias sobre los ingleses, la fructífera paz
con los indios y los resultados positivos de su buena gestión como Gobernador,
pasaron los 5 años de destino previstos. Cuando, en cumplimiento de la
normativa vigente, escribió al Rey en enero de 1722 recordándole que había
llegado el momento de designar a la persona que lo relevara, pues se acaba su
lustro de mandato, la respuesta real fue insólita: Le prorrogaba el destino por
otros cinco años más, Y durante este segundo mandato lo ascendió a Mariscal de
Campo.
Pero no quedó ahí la cosa, porque aquellos segundos cinco años se convirtieron
en unos terceros, dado que el Rey, satisfecho del estado de las cosas en la Florida creyó conveniente
que don Antonio permaneciese allá no los 5 años reglamentarios, sino la
friolera de 15. Y no fueron tenidas en cuenta dos peticiones que hizo, una en
1719 y otra en 1726, para regresar a España, al considerar, dice en la última, “la
débil facultad de mis talentos para gobernar una república en estas partes de
América”. Pero el Rey, aún prometiéndole que tendría en cuenta sus méritos,
o quizás por eso mismo, prefirió mantenerlo en “aquellas” partes de América.
Así,
no será hasta marzo de 1733 cuando el Rey lo relevaba del destino de la Florida para enviarlo
ahora a Veracruz, uno de los puertos más importantes del Virreinato de Nueva
España, y, junto al de La
Habana, fundamental en la orilla americana para la llegada y
salida de las Flotas de Indias.
Dicen los biógrafos de Benavides que al conocerse la noticia corrió por toda la Florida un sentimiento
general de disgusto, descontento y dolor. Su acertada administración, la
afabilidad de su trato, en absoluto contrapuesta a un carácter recto y
justiciero, y la caridad con los necesitados eran virtudes que los naturales y
los colonos no creían posible se diesen también en su sustituto.
Y
en aquel enorme Virreinato de Nueva España tenemos a nuestro hombre. Cuando le
confirió el nuevo destino, el Rey le comunicaba en el mismo oficio que había
unificado dos mandos distintos existentes en la zona: el de Gobernador de la
ciudad de la Vera Cruz
y el de gobernador del Castillo de San Juan de Ulúa, y que ambos recaerían en
su persona; pero teniendo en cuenta la separación física que existía entre los
dos lugares, debería dejar un Teniente de Rey en el castillo y él establecerse
en la ciudad. En el mismo documento, el Rey le encomendaba especialmente que
impidiera los fraudes que se producían en la llegada de los barcos que tocaban
aquel puerto, navíos que debía visitar e inspeccionar el propio Benavides o la
persona que él designara; me imagino que sería para comprobar la exactitud de
las declaraciones de carga. Y, como en todos los escritos referentes al
desempeño de los nuevos destinos, le ordenaba que, en los cinco años de
mandato, ni entregase ni rindiese la plaza y el castillo que se le confiaban a
nadie que no fuese el mismo Rey o la persona que S.M. designase, hasta morir en
su defensa, si fuese preciso.
Hay un detalle que me llama poderosamente la atención en estos
momentos. Benavides llegaba a Veracruz tras 15 años de Gobernador en la Florida, donde disfrutaría
de un buen sueldo, por lo que parece lógico pensar que no debería pasar
estrecheces ni tener ningún problema económico al incorporarse al nuevo puesto.
Lógico, claro, si don Antonio no hubiese sido tan proclive a la caridad y
a la limosna. No debía andar sobrado de dinero cuando el Rey ordenaba al Virrey
de la Nueva España,
que en aquellos momentos era el Arzobispo Vizarrón y Eguiarreta, que abonase “desde
luego”, es decir, inmediatamente, las cantidades que se le adeudaban por
los gastos de traslado y ciertos retrasos en el libramiento de haberes. Con
toda seguridad, gran parte de los ingresos del hasta entonces Gobernador de la Florida se habrían
invertido en mejorar la situación de mucha gente.
Y en Veracruz, más de lo mismo. Se ganó el afecto de las gentes, saneó la Hacienda y la vida
pública y, cómo no, el Rey en vez de tenerlo allí los preceptivos 5 años,
contento de su gestión, se los prolongó hasta 9.
Benavides estaba ya cansado. En 1739, cuando tenía 61 años, pidió al Rey que se
le permitiera regresar a la
Patria y le concediese un destino vitalicio en recompensa por
sus sacrificios y servicios. Felipe V le contestaba que lo tendría en cuenta,
dado que, textualmente,“me habéis servido con entera satisfacción mía por
más de veinte años”.
Pero…,
cuando tres años después el Rey lo releve del cargo de Veracruz, será para
ordenarle, otra vez, que ocupe un puesto difícil: Gobernador y Capitán General
de la Provincia
de Mérida del Yucatán y del Puerto de Campeche. Y un nuevo ascenso: A Teniente
General. Por cierto que su salida de Veracruz fue accidentada, estando a punto
de perder la vida.
Estamos ya en 1742 y de
nuevo, además de algunos problemas con los indios, ha estallado otra guerra
contra Inglaterra. Guerra llamada “del asiento”, como consecuencia de las
violaciones inglesas a lo acordado en el malhadado Tratado de Utrecht permitiendo
a los británicos el “asiento” en la
América hispana de un determinado número de esclavos negros
anualmente. Los ingleses aprovecharon la ocasión para contrabandear, todo lo
que podían (bien secundados por los holandeses) y Felipe V declaró sin efecto
el famoso “asiento” de esclavos.
Pero
volviendo a Benavides, además de los problemas de la región, solucionando
uno muy importante de dispersión de los indios con firmeza y estricta justicia,
se hubo de poner al frente de una expedición con la misión de defender las
amenazadas costas de Honduras y Tabasco de un intento de invasión inglesa,
estableciendo además junto al mar unos puntos de apoyo logístico para que
nuestra flota pudiera reavituallarse cuando fuese necesario. Y su fama de
integridad y honradez era tal que Fernando VI dispuso que la Tesorería de la Provincia le franquease,
según nos cuenta Cólogan, cuanto necesitase sin que se le pidiese cuenta
del destino del dinero.
Por fin, con la satisfacción interior de haber servido a su Rey y a su Patria
cuanto se le había pedido, dejando atrás un territorio pacificado, a los 7 años
(otra vez no fueron los 5 prometidos), el Rey, que ya era Fernando VI, le
autorizaba a volver a la España
de Europa, de la que había salido hacía la friolera de 32 años, creyendo que
sólo iba a estar el preceptivo período de 5.
En el citado Elogio de Cólogan podemos leer que...
“...
al dirigirse al muelle para su embarque, la muchedumbre de indios agraciados
por sus larguezas lo rodean, lo estrechan, lloran su separación, piden no los
desampare; corren tras su persona, e imposibilitados en seguirlo porque el mar
era la causa, nada les estorba, pereciendo a centenares por su ignorancia en el
peligro, siendo necesario para evitar el estrago que las autoridades usen la
fuerza”.
Dejando aparte la romántica exageración de los centenares de ahogados, nos
damos cuenta de que la despedida es similar a las efectuadas en San Agustín y
en Veracruz años antes.
Había salido pobre de aquí… y tras más de 30
años gobernando provincias muy ricas, pobre regresaba, al punto de que, cuando
llegó a Madrid, dice Millares que para la obligada audiencia con el Rey no
disponía de un uniforme adecuado para ello “pues tal era el estado de
penuria con sus continuas dádivas y limosnas que ni vestidos tenía”. El
Marqués de la Ensenada,
uno de los principales ministros de Fernando VI le tuvo que prestar un uniforme
acorde con su rango. El monarca lo recibió con todo cariño y le ofreció la Comandancia General
de Canarias, pero Benavides, cansado y a sus 70 años, sólo soñaba ya con un
merecido descanso en su tierra natal; se lo pide así al Rey y éste le concede
la merced del retiro.
Hay diferencias entre sus biógrafos en cuanto a la fecha de regreso a Tenerife.
Unos dicen que lo hizo en 1749 y otros en 1752 (basándose especialmente en que
el primer testamento está redactado en Madrid en el 51), aunque quizás pudiera
deberse este hecho a que desde Tenerife hubiese vuelto a la Corte a arreglar algún
asunto y en dicho 1751 estuviese en la capital. Y aquí se retiraría a vivir en
el Hospital de Nuestra Señora de los Desamparados.
Sea cual fuere el año de su regreso a Tenerife, la verdad es que, hasta su
fallecimiento en 1762, hay pocas noticias de su vida, aunque personalmente dudo
de que un hombre que había desplegado tan intensa actividad en toda su
existencia permaneciese inactivo aquí. Y como muestra, ahí van dos botones:
a) Apenas asentado en Tenerife, Benavides había conseguido de Fernando VI la
que se conocía como “gracia de toneladas de Indias”, es decir, poder embarcar
anualmente con destino a América una determinada cantidad de productos, cuyos
beneficios se remitían directamente al General para que los administrara en el
mantenimiento del Hospital de los Desamparados, donde, como acabo de decir,
vivía. Pero en 1756 lograría aún más: que el importe de los derechos de 12
toneladas de cacao con destino a las islas se lo cediese la Corona. Esta merced
llegaría después a 18 toneladas, lo que en 1798 representaba para el hospital
una renta de 1.280 pesos anuales.
b) Participó en la redacción de un proyecto para establecer una compañía de
Comercio en Canarias presidiendo alguna reunión en ese sentido. Es lógico
pensar que su valiosa experiencia de gobierno en América tuvo que ser muy
provechosa para sus paisanos en el comercio con aquellas tierras.
No he dicho antes, y debía haberlo comentado ya, que Benavides no se casó y
no tuvo ningún descendiente directo.
Hay también un detalle curioso que recoge alguno de sus biógrafos. Parece ser
que Felipe V le había concedido el título de Marqués de Apalache, pero en el
citado accidente de la salida de Veracruz se perdió la documentación relativa a
la concesión. Desde aquí, desde Tenerife, y a instancias de un sobrino, envió
un escrito a Fernando VI recordando aquella distinción, pero no se conoce más
del tema.
He dicho ya dos veces que su lugar de residencia en los últimos años de su vida
fue el Hospital de Nuestra Señora de los Desamparados, sobre el cual nacería el
Hospital Civil, sede hoy del hermoso Museo de la Naturaleza y el Hombre.
El Hospital viejo lo habían levantado pocos años antes de la llegada de
Benavides dos buenos sacerdotes, los hermanos Longman; Benavides administró,
como hemos citado, sus ingresos y además, a sus expensas, con su sueldo de
retirado, construyó una sala y varios cuartos y se dedicó, casi en
exclusividad, a la caridad. Allí vivió, como un pobre más. Viera y Clavijo nos
relata como el obispo Fray Valentín de Morán, un hombre también muy humilde,
habiendo recibido de Madrid “una bata de ratina oscura, forrada de
rasoliso” se la regaló a nuestro General que llevaba puesta en el Hospital,
un día que lo visitó, una “muy poco decente”.
Y le llegó la hora de su muerte el 9 de enero de 1762, cuando contaba 83 años,
1 mes y 1 día de vida.
Cologan nos deja escrito que, en su entierro…
“…
el pobre lamenta la pérdida de un padre, el amigo más tierno y bondadoso. El
rico, a su bienhechor universal que le había abierto la senda de la virtud
enseñándole el modo de emprenderla por el buen uso de los caudales. El militar
por su obediencia, desinterés, prudencia y desprendimiento de gloria; y todos,
al ver desaparecer de la sociedad a un hombre que vivirá siempre en los
corazones de los isleños, pedían su descanso eterno.”
En una breve reseña de don Enrique Roméu Palazuelos en el libro La Laguna de anteayer se
puede leer lo siguiente:
“Ha muerto don Antonio de Benavides… Hay un lento sonar de campanas que,
sobre el cielo limpio de Santa Cruz, van contándose la noticia.
Don Antonio de Benavides fue nada menos que Teniente General de los Reales
Ejércitos de S.M. Felipe V. En un momento de peligro salvó la vida del Rey…
Conoció los honores y la gloria, fue dueño de riquezas…Ya viejo volvió a Santa
Cruz, vendió sus bienes y se dedicó a cuidar a los enfermos del Hospital… que
unos años antes habían fundado aquellos dos hermanos sacerdotes. Vivió en su recinto,
cuidó de los desgraciados…
Hoy, 9 de enero de 1762, ha muerto tan pobre como uno de ellos. Mientras
pasa su entierro, un entierro humilde, sin pompa, una viejecita le dice a otra
que aquel era Benavides, el que fue General y ha muerto como un Santo… Y las
campanas no parece que tocan a muerto, sino a gloria.”
Y lo enterraron, con el hábito de San Francisco, bajo una lápida a la entrada
de la Iglesia Matriz.
Una lápida, felizmente restaurada en la que se puede leer el siguiente
epitafio:
AQUÍ YACE EL
EXCMO. SR. D. ANTONIO DE BENAVIDES,
TENIENTE GENERAL DE LOS REALES EXÉRCITOS.
NATURAL DE ESTA
ISLA DE TENERIFE.
VARÓN DE TANTA VIRTUD CUANTA CABE POR
ARTE Y NATURALEZA EN LA CONDICIÓN MORTAL
Ya termino. Aún retirado, mi condición de militar me impulsa a cotejar la
trayectoria vital y profesional de la persona de la que he hablado esta noche
con las pautas de comportamiento que se recogen en un librito que es para
nosotros la Biblia
de la “religión de hombre honrados” como calificaba Calderón de la Barca a la Milicia. Ese librito
recoge las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas.
Así, releyendo sus artículos y pensando en el Teniente General Benavides, he
llegado a las siguientes conclusiones:
- Que (como marca la
Ordenanza) siempre ajustó su conducta, en paz y en
guerra, al respeto a la persona, al bien común y al derecho de gentes.
- Que (como nos pide la
Ordenanza) fue valeroso, pronto en la obediencia y exacto
en el Servicio.
- Que (como aconseja la
Ordenanza) su recta conciencia le inspiró un alto sentido
del honor.
- Que (en cumplimento de la
Ordenanza) fue abnegado y austero.
- Que (como exige la
Ordenanza) siempre acató las órdenes de sus superiores,
en especial las de Su Majestad.
- Que (como reclama la
Ordenanza) amó la responsabilidad y tuvo un gran espíritu
de iniciativa.
- Que (como nos exhorta la
Ordenanza) fue cortés y deferente en su trato y
relaciones con la población civil (y yo añado) y con los indígenas.
- Que (como se nos ordena en la Ordenanza) cuando conoció irregularidades,
tomó medidas inmediatas para remediarlas y las puso en conocimiento de su
superior.
- Y que (como desea la
Ordenanza) su entrega, entereza moral, competencia y
ejemplaridad le granjearon el prestigio del que gozó, y que se recogió en las
palabras grabadas en su losa sepulcral.
En resumen, queridos amigos, el Teniente General don Antonio de Benavides Bazán
y Molina fue un gran militar, un gran político, un gran administrador, un buen
cristiano…en definitiva, un gran hombre.
Y nada más. Muchas gracias por su atención.
- - - - - - - - - - - - - - - - - -
PRIMER
TESTAMENTO DEL TG. BENAVIDES (1)
Madrid, 26-11-1751
En el Nombre de Dios todo
Poderoso: Yo Don Antonio de Venavides Bazàn y Molina, Theniente General de los
Reales Exercitos residente al presente en esta corte, natural del Lugar de San
Salvador de la Matanza,
en la Ysla de
Tenerife, Hixo legitimo de los señores Don Andres de Venavides Vazàn y Doña
Maria de Molina y Ossorio, yà difuntos vezinos y naturales que fueron del mismo
Lugar: Hallandome por la
Divina Misericordia en mi sano Juicio y entendimiento
natural, y creyendo y confesando el Yncomprehensible Misterio de la Santissima Trinidad
Padre, Hijo y Spiritu Santo tres Personas distintas y un solo Dios verdadero y
todos los demas de Nuestra Santa Feé catholica con quanto confiesa y enseña
Nuestra Santa Madre Yglesia Apostolica Romana; en cuya fe y crehencia hè vivido
y protexto vivir y morir como fiel Christiano, y tomando por mi Abogada a la Soberana Reyna de
los Angeles, Maria Santissima Madre de Dios y siempre virgen, y por
Yntercesores à los Gloriosos Angel de mi Guarda, Santos de mi Nombre y devocion
y demas Bienaventurados que àlcanzen de Nuestro señor Jesu-Christo perdone mi
Alma y la llebe a su eterno descanso, Con cuyo amparo y Patrocinio hago y
ordeno mi Testamento ultima y final Voluntad en la forma siguiente - - - - - -
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
-
Lo primero encomiendo mi
Alma à Dios nuestro Señor que la criò y redimiò con el precio infinito de su
Sangre y el Cuerpo a la Tierra,
el qual es mi voluntad que en falleciendo sea ámortajado con Habito de Nuestro
Padre San Francisco y sepultado à la entrada de la Yglesia Parroquial
en Cuyo districto falleciese en la forma y disposizion mas pobre que se pueda,
De secreto siendo en esta Corte, sin mas àcompañamiento que la Cruz de la Parroquia y èl numero de
Sacerdotes: Por lo qual se satisfarà lo acostumbrado - - - - - - - - - - - - -
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Es mi voluntad y mando que
por mi Alma se celebre Missa Cantada de Cuerpo presentte con Diaconos, Vigilia,
y Responso; Por lo qual y lo dispuesto en las clausulas antezedentes, tambien
se pague lo acostumbrado - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Asi mismo mando se
celebren por mi Alma y intencion cinquenta Missas rezadas con Limosna de à tres
reales vellon cada una y sacada la quarta parte deellas tocante à la Parroquia las demas se
distribuyan por mis Testamentarios à su arvitrio - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
A las Mandas llamadas
forzosas ò âcostumbradas inclusos Santos Lugares de Jerusalem, mando se dèn por
una vez para todas veinte reales de vellon, con que las aparto del derecho que
pudisen pretender à mis bienes - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
A los Reales Hospitales de
esta Corte en caso de fallezer en ella, mando se dè lo que la Catholica Piedad
de Su Magestad (que Dios guarde) manda por su Real orden - - - - - - - - - - -
- - - - - - - - - -
Mando que una Memoria que
dexarè firmada de mi mano en que expresaré los bienes muebles que tengo, y lo que
de ellos es mi Voluntad disponer; Y quanto me ôcurra en orden a esta mi
disposizion y testamento se tenga por parte integral de èl, Y se òbserve guarde
y cumpla su contexto como si aqui fuese expresado; A cuyo efecto quiero valerme
del Fuero Militar que me compete para en lo necesario - - - - - - - - - - - - -
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Nombro por mis Albazeas y
testamentarios al Rmo Padre Pedro Ygnacio Altamirano de la Compañia de Jesus,
residente en su Collegio Ymperial, Procurador Generâl de su Religion de Yndias
en esta Corte, y à Don Andres Celle tambien residente en ella, y a cada uno
insolidum con igual facultad para que despues de mi fallecimiento entren en
todos mis bienes y Hazienda, y vendiendo lo nezesario en Almoneda, ó fuera de
èlla cumplan y paguen lo contenido en este Testamento y en la Memoria que llevo citada
si la dexase, executando quanto por ella dispongo y dispusiere por dicha
memoria para que les doy plena facultad y Poder sin limitazion el qual y las
facultades de Testamentarios les dure el termino del derecho y mucho mas,
porque les prorrogo todo el que nezesitaren sin alguna limitazion; Y por que
puede àcaezer mi fallecimiento fuera de esta Corte Para en este caso nombro
tambien por mi Albazea y Testamentario al señor Cura Vicario, o Parrocho de la Yglesia Parroquial
en cuyo distrito falleciese fuera de esta Corte, Para que disponga mi entierro
y haga celebrar las Missas segun llebo dispuesto y dispusiere, pagando su Coste
de mis bienes, Y todo lo demas lo remita y dirija a la disposizion de los
nominados mis Testamentarios en esta Corte - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Y por mi heredero
Universal del remanente que quedare de mis bienes y Hazienda, derechôs y
âcciones havidos y por haver Ynstituyo y nombro à Don Francisco de Venavides mi
hermano Presbitero residente en dicha Ysla de Tenerife para que todo lo haya y
herede con la bendizion de Dios y me encomiende à su Divina Magestad Y
especialmente mandò que mis Testamentarios de esta Corte le remitan y entreguen
a su disposizion mis Titulos y Papeles de Servicios de que tambien es mi
Voluntad sea mi heredero. Y supplico rendidamente à Su Magestad (que Dios
guarde) se digne atenderlos y confiera a dicho mi hermano las Merzedes que sean
de su Real agrado Y para en caso que él dicho mi hermano fallezca antes que Yo
Ynstituyo en igual forma por mi heredero universal al Pariente mio mas Zercano,
con el qual quiero se entienda en todo y por todo esta Clausula è Ynstituzion
de tal Heredero - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - -
Y revoco anulo y doy por
de ningun valor ni efecto todos los Testamentos Codicilos Poderes para Testar y
demas disposiziones que antes de aôra haya echo y otorgado por escrito de
palabra y en cualquier forma que ninguna quiero valga ni haga fe judicial ni
extrajudicialmente sino este Testamento y la memoria que llevo citada si la
dejase que ha ser mi ultima y final voluntad en la via y forma que mas haya
lugar en derechô: en cuyo Testimonio asì lo ôtorgo ante el presente escribano
en la Villa de
Madrid a veinte y seis dias del mes de Noviembre año de mill setezientos
cinquenta y uno, siendo Testigôs llamados y rogadoss Don Pedro Echeverria La Guardia, Don Pedro Hosten,
don Miguel Mohnar, Don Juan Ysnard, y Don Fausto de Ezquerra Vezinos y
residentes en esta Corte, Y el excelentisimo señor otorgante à quien yo el
escribano doy fe conozco lo firmó - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
don Antonio Benavides
[rubricado]
Ante mi Domingo Antonio Garrido [rubricado]
- - - - -
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- - - - - -
SEGUNDO
TESTAMENTO DEL TENIENTE GENERAL BENAVIDES (2)
Santa Cruz de Tenerife,
14-05-1756
En el Nombre De Dios
todo Poderoso, i de la
Purissima Virgen su santisima Madre. Amen. Yo don Antonio de
Benavides Bazàn, y Molina Theniente Generâl de los Reales exercitos de su
Magestad, Vecino al presente en este Lugar i Puerto de Santa Cruz de Thenerife,
natural del de San Salvador de la
Matanza en esta misma Ysla, hijo lexitimo de los Señores don
Andres de Benavides Bazàn, y doña Maria de Molina i Ossorio ya defuntos,
Vecinos i naturales que fueron del mismo Lugar de la Matanza: Hallandome por la Divina Missericordia
en mi sano Juicio, i entendimiento natural, i creiendo i confesando como
christiano Catholico Romano, el Yncomprehencible i Soberano Misterio de la
santisima Trinidad Padre Hijo i Espiritu Santo, tres personas distintas, i un
solo Dios verdadero, èn èl de la
Encarnacion del Divino Verbo i todos los demàs de nuestrâ
Santa Fee Catholica, con quanto confiesa i enceña nuestrâ Santa Madre Yglecia
Apostolica Romana, èn cuya fee i creencia he vivido i protesto vivir Y morir
como fiel Christiano, e imbocando por mi Abogada a la Soverana Reyna de
los Angeles Maria santisima Madre de Dios y siemprê Virgen, y por Yntersesores
a los Gloriosos Señor San Joseph, Santo de mi Nombre, Angel de mi Guarda i
demàs Santos de mi devocion, i Bien abenturados para que alcansen de Nuestrô
Señor Jesu Christo perdone mi alma, i la lleve a su eterno descanzo, como lo
confio, i espero de su gran Missericordia, mediante los meritos de su santisima
Pascion i Muerte; Y conciderando la indubitable a todo Vibiente, he dispuesto
hacer i ordenar este mi testamento ultima i Final voluntad, mediante dicho
âmparo, a honrra i Gloria de Dios i bien de mi àlma en la forma Siguiente - - -
- - - - - - - - - - - - - -
Primeramente encomiendo
dicha mi alma a Dios nuestrô Señor que la crio i redimio con el precio Ynfinito
de su Poderosissima Sangre, i el Cuerpo mando a la tierra el qual ès mi
voluntad sea àmortajado luego que fallesca èn èl Abito de nuestrô Seraphico
Padre San Francisco, i sepultado a la entrada de la Yglecia Parrochial
de la Purissima
Concepción de este dicho Puerto, ò en la Parroquial del districto
onde fuere mi fallecimiento en la
Forma i disposicion mas pobre que se pueda por lo respectivo
a àparatos, i por lo tocante a Sufraxios se haràn los que dispusieren mis
Albaceas que en otra clausula nombrarè: Y pido me acompañe la Cruz de dicha Yglecia Parroquial,
i su Venerable Beneficiado con Capa i por todo se satisfará lo acostumbrado - -
- - - - -
Es mi voluntad, i mando
que por mi alma entre dichos Sufragios se Selebre Missa cantada de Cuerpo
presente con Diaconos, Vigilia, i Responso, que tambien se digan por mi
intencion cinquenta missas rezadas, treinta en dicha Yglesia, i diez en cada
Convento de este dicho Puerto con limosna de a tres reales de vellon por cada
una que exhiviran dichos mis Albaceas - - - - - - - -
Quiero dén a las mandas
Forsosas, ô acostumbradas incluso Santos Lugares de Jerusalen, por una ves para
todas Veinte reales corrientes, con que las aparto del derechô que pudiesen
pretender â mis vienes - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Yten por lo que mira a mis
Titulos i papeles de Servicios hechos a su Magestad (Dios le Guardê) que tengo,
i se hallaràn en mi poder, ès mi voluntad que luego que fallesca dichos mis
Albaceas los entreguen al Theniente Coronel Don Mathias Franco de Castilla, i a
su falta a su hermano el Capitan de Ynfanteria don Juan Franco de Castilla
Rexidor perpetuo de esta Ysla mis Sobrinos vecinos de la Ciudad de San Chrisptoval
de la Laguna,
a quienes desde âhora para entonses hago donacion segun que se requiera de
dichos Titulos i papeles, suplicando rendidamente a su Magestad Reynante se
digne atenderlos, confiriendo a dichos mis Sobrinos las Mercedes que sean de su
Real agrado - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Mando que su Santisimo
Christo de marfil que tengo con la Virgen Santisima de los Dolores, San Juan i la Magdalena al pie, todo
del referido marfil i curioso se entregue i lleve para si el Sacerdote
ministro, que me acsistiere al âgonizar - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - - - - - - - - - - -
Yten declaro que por lo
tocante à alajas, Uniforme de tal Theniente Generâl, bestidos i demàs de mi
uzo, tengo hecha una memoria Firmada de mi mano que rrubricará el Ynfraescripto
Escribano en la que por menor constan los dichos vienes muebles que tengo, i lo
que de ellos, ès mi voluntad se haga i reparta, i para que assi tenga efectto
despues de mi fallecimiento, quiero se observe, guarde i cumpla en todo i por
todo su contesto como si aqui fuese expresado, teniendose por clausula de este
mi testamento a Cuio Fin Si necesario ès me valgo del fuero militar para que
ningun Señor Juez tenga en ello interbencion i solo dichos mis Albaceas dèn
puntual cumplimiento a la sitada Memoria - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Assi mismo declaro que
haviendo dispuesto para mas bien Serbir a Dios nuestrô Señor, recidir en el
ôspital de Nuestrâ Señora de Desamparados de este dicho Puerto Fabriquè a mi
costa el quartto de mi vibienda i assi este, como lo mas que prosiguiere
fabricando, desde luego de ago gracia i donacion pura, perfecta, e irrevocable
con las incinuaciones i solemnidades en derechô requeridas de toda la dicha
obra hecha, i que pueda hazer en adelante à favor del referido nuebo Ôspital de
Desamparados, para que se tenga por cosa propria suya, como si su Mayordomo con
Fondos de el mismo Ôspital lo hubiese fabricado, sin que mis herederas que
nombrarè tengan que pedir, ni repetir interes, accion, ni recurso alguno contra
el referido Ospital con algun pretesto, causa, ni motivo, por ser assi mi
expresa Voluntad - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
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Nombro por mis Albaceas
testamentarios al Señor Doctor don Joseph Gaspar Dominguez Ministro Calificador
del Santo Oficio de la
Ynquisicion Venerable Beneficiado proprio de dicha Parroquial
Yglecia de este Puerto, Vicario de el i su Partido, i Exsaminador signodal de
este Ôbispado a don Antonio Padilla Clerigo Presvitero mi Capellan que està en
mi Compañia, i por falta de dicho Señor Vicario al Venerable Beneficiado que
fuere de la referida Yglecia de la Purissima Concepcion
a todos i a cada uno Ynsolidum con igual facultad para que despues de mi
fallecimiento entren en todos mis Vienes, i hazienda que no està obligada a
deuda alguna, pues no la tengo, i bendiendo lo necesario en almoneda ò fuera de
ella cumplan, y paguen lo contenido en este testamento y demàs costos que
motibare dicho mi Funeral i Sufragios i tambien executen lo que contiene la
sitada memoria, de que dejo hecho mencion, executando quanto por ella dispongo,
para que les doy i confieso plena Facultad y Poder sin limitacion, el qual, i
las de tales testamentarios les durarà el termo del derechô i mucho mas, pues
les prorrogo todo el que necesitaren, sin alguna limitacion; Y por que puede
âcaeser mi fallecimiento fuera de este dicho Puerto, para en este casso nombro
tambien por mi Albacea i testamentario al Venerable Cura Vicario ô Parrocho de la Yglesia Parrochial
en cuyo districto falleciere, para que disponga mi entierro, i haga celebrar
las Misas segun llevo dispuesto, i dispusiere, pagando su costo de mis Vienes,
i todo lo demàs lo remita, i dirija a la disposicion de los nominados mis
Testamentarios arriva dichos en este Puerto - - - - - - - - - - - - - - - - - -
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Y cumplido i pagado dicho
mi funeral, sufragios, y lo que contiene la enunciada memoria de que queda
hecho mencion, del remaniente que quedare de todos mis Vienes raises ô muebles,
hazienda derechôs, i acciones havidos i por haver i Fucturas Suceciones
Ynstituyo, nombro, i èstablesco por mis unicas i universales herederas de
quanto me pertenesca a las Muy Reverendas Madres San Andres de Benavides mi
hermana, i a San Antonio Abbad mi prima que exsisten èn èl Convento de mi Madre
Santa Clara de dicha Ciudad de la
Laguna, para que con igualdad despues de mi fallecimiento los
hereden, i reparttan, i si antes que yo, falleciere alguna, llebarà èn èl toda
la herencia, la Religiosa
que de las dos dichas Sobrevibiere, disponiendo de ella a su Voluntad, pues se
la mando con la bendicion de Dios, suplicandoles me encomienden a su Divina
Magestad - - - - -
Y con esto revoco, anulo,
i doy por de ningun valor ni efecto todos los testamentos, Codicilos, Poderes
para testar, i demàs disposiciones, que antes de ahora haya hecho, mandas ò
legados por escripto ò de palabra, i en expecial reboco el que otorgué en la Villa i Corte de Madrid a
Veinte i seis dias del mes de Noviembre del año passado de Septecientos
cinquenta i uno ante don Domingo Antonio Garrido Escribano, que todo quiero no
valga ni haga fee Judicial ni extra Judicialmente, sino este dicho mi
testamento i la memoria que llevo sitada que se hallará en mis papeles, i
quiero que como tal mi ultima i final voluntad se gûarde, cumpla, i execute
inviolablemente pues le hago en la via i forma que mas aya lugar en derechô: En
cuyo testimonio assi lo otorgo en este Lugar i Puerto de Santa Cruz Ysla de
Thenerife, una de las Canarias â Catorze de Mayo de mill septecientos cinquenta
i seis años; Y el Excelensitimo Señor Otorgorgante a quien yo el Ynfraescripto
Escrivano publico del numero por su Magestad (doy Fee que conosco) y tambien de
hallarse en la referida Cassa de su recidencia al parecer en su sano Juicio, i
entendimiento natural, assi lo dijo, otorgo; i Firmo su Excelencia ciendo
presentes por testigôs don Sevastian Lorenzo Perdigon, Theniente de Cura mas
antiguo de dicha Parroquial Yglecia, don Antonio Thomas Alvares Presvitero,
Francisco de Paula Sossa i Zumbado Vecinos de este dicho Lugar, y Clemente
Rodrigues que lo ès del dicho de la
Matanza =
don Antonio de Benavides [rubricado] Por
testigo Sebastián Lorenzo y Perdigón [rubricado]
Ante mi Bernardo Joseph Uque y Freire escribano publico [rubricado]
[1]
AHPM Notario Domingo A. Garrido. Madrid. T 17083, folios 183r-184v
[2]
AHPSCT. Escribanía de Bernardo José Uque y Freire. Santa Cruz de Tenerife. PN
1.596, fols. 208r-211v
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