Eduardo Pedro Garcia Rodriguez
1805 Noviembre.
Noticiar el
número de embarcaciones y los diferentes motivos, políticos o
casuales que obligan a arribar al Puerto del Arrecife naves procedentes
de varias partes del mundo, sería asunto interminable. Únicamente
indicaremos de algunas que por sucesos más o menos extraños lo
verificaron v. g. El principios de nove del año 1805, salió de
Tenerife un bergantín corsario francés, nombrado el «Gen1 Blanchan»,
Cap". Jn. Bta. Pruste, al cual había
perseguido una fragata de guerra inglesa, que temiendo
la imprudencia de abordarle por la noche con 4
botes cerca del P'°. de la
Orotava, el corsario a boca de jarro les dio una descarga de
fusilería que les sumergió dos, y siempre huyendo se entró a refugiar en este Pto.
de Naos, hasta que no hubo que temer y salió a sus
correrías. El capitán de presa de este buque era Dn. Antonio
Manaebrayon, portugués casado en el P'°. de la Orotava. (José A.
Álvarez Rixo, 1982:202-204)
1805.
En el verano de
este año; ya se habían aparecido otra fragata
y un bergantín ingleses, estuvieron en tierra por la parte de Arrieta
(Lanzarote), y siguieron la vuelta del Arrecife. Alarmada la isla, y dando por supuesto sería invadido y saqueado dicho puerto,
bajó a su defensa el único
regimiento de milicias que hay en el país, con mucho paisanaje. Mas si los enemigos tuvieron esta idea
la mudaron al ver desde sus naves la soldadesca que se agolpaba a rechazarles.
Y aunque los
capitanes
atendieron a la manutención de sus respectivas compañías, dicho Alvarez que era alcalde real del Arrecife,
suplió el agua que aquí es grande
regalo por lo mucho que cuesta con otras varias cosas para la
muchedumbre por espacio de tres días. La tropa, antes de marcharse a sus
hogares, hizo que un piquete precedido de los tambores le fijase a su puerta un papel lleno de agradecimientos. Toda la milicia
formó delante y alojó en la grande bodega de Alvarado.
Desde entonces se emplearon a tomar providencias para proveer de algunas armas a estos moradores. No habiendo
fusiles ni cosa que lo valiera, por disposición del alcalde
mayor de la isla Dn. Cristóbal de
la Cueva y
Zaldívar, se hicieron porción de lanzas que aquí llamaron cuchillas, las cuales se repartieron a los paisanos divididos
por centurias, y un sujeto visible hacía de capitán o centurión. A este puerto le cupieron dos de estas
compañías, distinguidas entre sí por
la primera llevar cucarda blanca y roja, y la segunda blanca y verde.
Pero además de
esta débil defensa, había de guarnición algunos milicianos (una compañía, a
veces) que del interior bajaban con sus oficiales,
y como no hay cuartel se alquilaba una casa de cuenta del rey para que alojasen. Se trajeron dos cañones
violentos del pequeño parque que se guardaba en la villa de Teguise; y
dos lanchas de las mismas que cargaban la barrilla se armaron de cañoneras para
salir algunas noches de ronda. Dn.
José de Armas Betancourt dueño de una de ellas, fue el promotor de estas
últimas medidas a causa de un genio solícito
por aparatos bélicos o fiestas de carnestolendas las cuales le
entretienen de la propia manera.
Observaremos,
que dígase lo que se quiera; este puerto para su seguridad militar exterior, necesita otra fortaleza más al poniente, construida donde llaman la Bufona, que
pueda impedir la entrada por la barra del O. del Arrecife; de lo
contrario ni enemigos ni contrabandistas
tienen obstáculo para entrar y salir cada vez que les convenga. En parte tan
importante sólo había un paredón seco llamado el Reduto, donde
iban algunos soldados de guardia si se tenía sospecha de cualesquiera
intentona. (J.
Álvarez Rixo, 1982:70-71)
1805.
Luego que se declaró la guerra y los ánimos estaban más
dispuestos para rechazar los asaltos de tales corsarios, se armó aquí
una balandrita del tráfico, mandada por su
dueño y patrón Manuel Valentín López que también era artillero. Venía
ésta cargada desde Canaria, y cerca de Lan-zarote
se vio acometida por dos botes ingleses procedentes de un bergantín corsario que estaba a mucha distancia a
causa de la bonanza. López empezó a
jugar sus pedreros y arredró a los enemigos. Pero su mala suerte quiso que condujese a su bordo a Dn.
Domingo de la Cueva,
beneficiado de esta isla, con sus hermanas y cuñado Dn. Leandro
Camacho. Este último, joven y militar, era el más resuelto a la defensa, sin atender a los clamores de la mujer
y de Cueva para que desistiese. Subió el beneficiado sobre combés, y
puesto de rodillas, su excesivo temor le sugirió tanta persuasiva
representando, la ineficacia del buque que
montaban, y que por aquella temeridad se exponían a ser pasados a cuchillo sin
remedio que empezaron los mareados pasajeros a asustarse retrayéndose de la
defensa, y el patrón López tuvo que desistir a la fuerza. Todavía
atracaron los ingleses temerosos de alguna
estratagema; pero señoreados de la balandra, la robaron cuanto había y
trasbordaron al corsario al mismo Cueva y familia,
a quienes después desembarcaron en una playa desierta de la propia isla.
En aquella
semana, se apareció otra goleta inglesa, acabó de robar lo que quedaba en la
balandra y la dio fuego. A López se lo llevaron a Inglaterra los del
bergantín, para los cuales fue de notable servicio,
porque los corsarios con el abundante vino que habían robado en Canarias, se
emborrachaban con frecuencia, en cuya situación nada les importaba, se tupían las bombas, y él acudía a tiempo a esta indispensable maniobra. Llegados a Londres,
le soltaron sin más ceremonia en uno
de los wharfs de aquella metrópoli inmensa, donde jamás había estado, sin saber el idioma, y sin un maravedí. Pero
como la necesidad es discursiva, le ocurrió decir, Mr. Cólogan,: Y
alguno que quiso cerciorarse de lo que preguntaba aquel hombre, le llevó a otro que balbuciaba algunas palabras españolas y portuguesas, a quien López significó,
quería ir casa de un comerciante
llamado Mr. Cólogan, que le parecía había en Londres. Por fortuna, éste nombre no era desconocido del
intérprete, y lo condujeron allá. Dn. Juan Cólogan Fallón le
recibió con cariño y le dio unos billetes
de valor de algunas libras esterlinas para que se equipase de ropa y demás
necesario. Jamás había visto López letras de cambio, y se quedaba
estupefacto cuando además de los ingleses darle cuanto él les señalaba, le entregaban puñados de chelines, y que cuando
ya adquiridos éstos iba a pagar con ellos en otra parte, se los devolvían y
preferían el papel dándole además la demasía en dinero. Cólogan también le proporcionó volver a su país en un barco neutral adonde
llegó inesperadamente en septiembre del mismo año 1805. (J.
Álvarez Rixo, 1982:72-73).
1805 Diciembre 6.
Sin embargo de tan buenas fortalezas que contaba el lugar, algunos
buques de guerra y corsarios ingleses, han
solido causar serias alarmas, puesto que han entrado sus lanchas en el Puerto de Naos (Lanzarote), del cual
extrajeron en la noche seis de diciembre de 1805,
dos bergantines del país cargados de trigo del rey. Se conoce que
tenían buen práctico, porque de lo contrario hubiese sido casi imposible. Los
castillos empezaron a cañonear cuando no
había remedio, y sólo pudieron herir a un marinero de la fragata enemiga. Parlamentó ésta a la mañana siguiente y se
rescataron los barcos por dos mil pesos fuertes.
También en este rescate que redundaba en pro de S. M. y la marina, hubo su Pedro Recio. El uno de los barcos
nombrado «.V.
Miguel», pertenecía a Miguel
Soco de Canaria; el otro, «Cupido», a H. Barradas del Puerto de la Orotava. Los ingleses dieron media hora de término
para aprontar el dinero, e Ínterin se estaba en esta dificultad por los pobres
patrones, dijo un oficial de Milicias: que era vergonzoso, que habiendo militares acaudalados sirviendo al rey, no se dignasen
facilitarlo entretanto para salvar el trigo de S. M... Oyólo Dn. Ginés de Castro por quien se virtió la especie, y
presentó los dos mil duros. Pero así que llegaron los bergantines a
tierra, se pretendió hacer dueño de ellos,
aunque se le devolvía la cantidad ya reunida por los patrones, auxiliados de sus amigos compadecidos.
Al ver tal felonía, Soco fletó un bote acto continuo, se transportó a Sta. Cruz de Tenerife a pesar de lo
riguroso de la estación, y se quejó al comte.
general marqués de Casa-Cajigal. Este lleno de cólera viéndose privado del pan para la tropa que le
precisaba, mandó prender a Castro sin comunicación, si en el momento
no restituía los buques a sus dueños y el
grano al rey, recibiendo de Dn. Manuel José Alvarez el dinero, a quien el E. ocupó en este
lance, y todavía su hijo guarda el recibo sin saber quién se lo habrá de
pagar. Obedeció Castro viendo se le remitía preso. Y estas diligencias
costaron al pobre Soco cosa de 300 ps.
crrte. además del riesgo de la travesía en tan frágil leño, dilató el envío del pan de la guarnición
y expuso los barcos a ser nuevamente
apresados por otros corsarios enemigos, que debían salir de Gibraltar
algunos días después de la fragata, pero quiso Dios que llegasen a salvo. (J.
Álvarez Rixo, 1982:69-70)
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