lunes, 16 de diciembre de 2013

MERODEOS DE CORSARIO EN LA ISLA TITOREYGATRA







Eduardo Pedro Garcia Rodriguez
1805 Noviembre.
Noticiar el número de embarcaciones y los diferentes motivos, políticos o casuales que obligan a arribar al Puerto del Arrecife naves procedentes de varias partes del mundo, sería asunto interminable. Únicamente indicaremos de algunas que por sucesos más o menos extraños lo verificaron v. g. El principios de nove del año 1805, salió de Tenerife un bergantín corsario francés, nombrado el «Gen1 Blanchan», Cap". Jn. Bta. Pruste, al cual había perseguido una fragata de guerra inglesa, que temiendo la imprudencia de abordarle por la no­che con 4 botes cerca del P'°. de la Orotava, el corsario a boca de ja­rro les dio una descarga de fusilería que les sumergió dos, y siempre huyendo se entró a refugiar en este Pto. de Naos, hasta que no hubo que temer y salió a sus correrías. El capitán de presa de este buque era Dn. Antonio Manaebrayon, portugués casado en el P'°. de la Orotava. (José A. Álvarez Rixo, 1982:202-204)
1805.
En el verano de este año; ya se habían aparecido otra fragata y un bergantín ingleses, estuvieron en tierra por la parte de Arrieta (Lanzarote), y siguieron la vuelta del Arrecife. Alarmada la isla, y dando por supuesto sería invadido y saqueado dicho puerto, bajó a su de­fensa el único regimiento de milicias que hay en el país, con mucho paisanaje. Mas si los enemigos tuvieron esta idea la mudaron al ver desde sus naves la soldadesca que se agolpaba a rechazarles. Y aunque los
capitanes atendieron a la manutención de sus respectivas compañías, dicho Alvarez que era alcalde real del Arrecife, suplió el agua que aquí es grande regalo por lo mucho que cuesta con otras varias cosas para la muchedumbre por espacio de tres días. La tropa, antes de marcharse a sus hogares, hizo que un piquete precedido de los tam­bores le fijase a su puerta un papel lleno de agradecimientos. Toda la milicia formó delante y alojó en la grande bodega de Alvarado.

Desde entonces se emplearon a tomar providencias para pro­veer de algunas armas a estos moradores. No habiendo fusiles ni cosa que lo valiera, por disposición del alcalde mayor de la isla Dn. Cristóbal de la Cueva y Zaldívar, se hicieron porción de lanzas que aquí llamaron cuchillas, las cuales se repartieron a los paisanos di­vididos por centurias, y un sujeto visible hacía de capitán o centu­rión. A este puerto le cupieron dos de estas compañías, distinguidas entre sí por la primera llevar cucarda blanca y roja, y la segunda blanca y verde.

Pero además de esta débil defensa, había de guarnición algunos milicianos (una compañía, a veces) que del interior bajaban con sus oficiales, y como no hay cuartel se alquilaba una casa de cuenta del rey para que alojasen. Se trajeron dos cañones violentos del pequeño parque que se guardaba en la villa de Teguise; y dos lanchas de las mismas que cargaban la barrilla se armaron de cañoneras para salir algunas noches de ronda. Dn. José de Armas Betancourt dueño de una de ellas, fue el promotor de estas últimas medidas a causa de un genio solícito por aparatos bélicos o fiestas de carnestolendas las cua­les le entretienen de la propia manera.

Observaremos, que dígase lo que se quiera; este puerto para su seguridad militar exterior, necesita otra fortaleza más al poniente, construida donde llaman la Bufona, que pueda impedir la entrada por la barra del O. del Arrecife; de lo contrario ni enemigos ni con­trabandistas tienen obstáculo para entrar y salir cada vez que les convenga. En parte tan importante sólo había un paredón seco lla­mado el Reduto, donde iban algunos soldados de guardia si se tenía sospecha de cualesquiera intentona.  (J. Álvarez Rixo, 1982:70-71)
1805.
Luego que se de­claró la guerra y los ánimos estaban más dispuestos para rechazar los asaltos de tales corsarios, se armó aquí una balandrita del tráfico, mandada por su dueño y patrón Manuel Valentín López que tam­bién era artillero. Venía ésta cargada desde Canaria, y cerca de Lan-zarote se vio acometida por dos botes ingleses procedentes de un ber­gantín corsario que estaba a mucha distancia a causa de la bonanza. López empezó a jugar sus pedreros y arredró a los enemigos. Pero su mala suerte quiso que condujese a su bordo a Dn. Domingo de la Cueva, beneficiado de esta isla, con sus hermanas y cuñado Dn. Leandro Camacho. Este último, joven y militar, era el más resuelto a la defensa, sin atender a los clamores de la mujer y de Cueva para que desistiese. Subió el beneficiado sobre combés, y puesto de rodi­llas, su excesivo temor le sugirió tanta persuasiva representando, la ineficacia del buque que montaban, y que por aquella temeridad se exponían a ser pasados a cuchillo sin remedio que empezaron los mareados pasajeros a asustarse retrayéndose de la defensa, y el pa­trón López tuvo que desistir a la fuerza. Todavía atracaron los ingle­ses temerosos de alguna estratagema; pero señoreados de la balandra, la robaron cuanto había y trasbordaron al corsario al mismo Cueva y familia, a quienes después desembarcaron en una playa desierta de la propia isla.


En aquella semana, se apareció otra goleta inglesa, acabó de ro­bar lo que quedaba en la balandra y la dio fuego. A López se lo lle­varon a Inglaterra los del bergantín, para los cuales fue de notable servicio, porque los corsarios con el abundante vino que habían ro­bado en Canarias, se emborrachaban con frecuencia, en cuya situa­ción nada les importaba, se tupían las bombas, y él acudía a tiempo a esta indispensable maniobra. Llegados a Londres, le soltaron sin más ceremonia en uno de los wharfs de aquella metrópoli inmensa, donde jamás había estado, sin saber el idioma, y sin un maravedí. Pero como la necesidad es discursiva, le ocurrió decir, Mr. Cólogan,: Y alguno que quiso cerciorarse de lo que preguntaba aquel hombre, le llevó a otro que balbuciaba algunas palabras espa­ñolas y portuguesas, a quien López significó, quería ir casa de un co­merciante llamado Mr. Cólogan, que le parecía había en Londres. Por fortuna, éste nombre no era desconocido del intérprete, y lo con­dujeron allá. Dn. Juan Cólogan Fallón le recibió con cariño y le dio unos billetes de valor de algunas libras esterlinas para que se equipa­se de ropa y demás necesario. Jamás había visto López letras de cam­bio, y se quedaba estupefacto cuando además de los ingleses darle cuanto él les señalaba, le entregaban puñados de chelines, y que cuando ya adquiridos éstos iba a pagar con ellos en otra parte, se los devolvían y preferían el papel dándole además la demasía en dinero. Cólogan también le proporcionó volver a su país en un barco neutral adonde llegó inesperadamente en septiembre del mismo año 1805. (J. Álvarez Rixo, 1982:72-73).

1805 Diciembre 6.
Sin embargo de tan buenas fortalezas que contaba el lugar, algunos buques de guerra y corsarios ingleses, han solido causar serias alarmas, puesto que han entrado sus lanchas en el Puerto de Naos (Lanzarote), del cual extrajeron en la noche seis de diciembre de 1805, dos bergantines del país cargados de trigo del rey. Se conoce que tenían buen práctico, porque de lo contrario hubiese sido casi imposible. Los castillos empezaron a ca­ñonear cuando no había remedio, y sólo pudieron herir a un marine­ro de la fragata enemiga. Parlamentó ésta a la mañana siguiente y se rescataron los barcos por dos mil pesos fuertes.

También en este rescate que redundaba en pro de S. M. y la ma­rina, hubo su Pedro Recio. El uno de los barcos nombrado «.V. Mi­guel», pertenecía a Miguel Soco de Canaria; el otro, «Cupido», a H. Barradas del Puerto de la Orotava. Los ingleses dieron media hora de término para aprontar el dinero, e Ínterin se estaba en esta dificultad por los pobres patrones, dijo un oficial de Milicias: que era vergon­zoso, que habiendo militares acaudalados sirviendo al rey, no se dig­nasen facilitarlo entretanto para salvar el trigo de S. M... Oyólo Dn. Ginés de Castro por quien se virtió la especie, y presentó los dos mil duros. Pero así que llegaron los bergantines a tierra, se pretendió ha­cer dueño de ellos, aunque se le devolvía la cantidad ya reunida por los patrones, auxiliados de sus amigos compadecidos.

Al ver tal felonía, Soco fletó un bote acto continuo, se transpor­tó a Sta. Cruz de Tenerife a pesar de lo riguroso de la estación, y se quejó al comte. general marqués de Casa-Cajigal. Este lleno de cólera viéndose privado del pan para la tropa que le precisaba, mandó prender a Castro sin comunicación, si en el momento no restituía los buques a sus dueños y el grano al rey, recibiendo de Dn. Manuel José Alvarez el dinero, a quien el E. ocupó en este lance, y todavía su hijo guarda el recibo sin saber quién se lo habrá de pagar. Obedeció Cas­tro viendo se le remitía preso. Y estas diligencias costaron al pobre Soco cosa de 300 ps. crrte. además del riesgo de la travesía en tan frá­gil leño, dilató el envío del pan de la guarnición y expuso los barcos a ser nuevamente apresados por otros corsarios enemigos, que de­bían salir de Gibraltar algunos días después de la fragata, pero quiso Dios que llegasen a salvo. (J. Álvarez Rixo, 1982:69-70)




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