JAVIER FERNANDEZ QUESADA
Eduardo Pedro García Rodríguez
El paso de la dictadura a la transición supuestamente
democrática fue una etapa de claroscuros que ha dejado en esta colonia una
herencia de hermetismo, falta de transparencia pública y oportunismo político
de los criollos dependientes testaferros del imperialismo del reino de España
en Canarias.
El 12 de diciembre de 1977 una familia y la
sociedad canaria fue victima una vez más de una acción de terrorismo de Estado
perpetrado por las fuerzas de ocupación del Estado español en Canarias. El
asesinato por parte de la Guardia Civil
española destacada en esta colonia del joven estudiante de segundo curso de
Biológicas, Javier Fernández Quesada. Víctima
de una de las 200 balas que se dispararon contra la Universidad de La Laguna por parte de fuerzas
de ocupación de la
Guardia Civil española.
Tras ser alcanzado en la espalda
por disparos de metralleta de la Guardia Civil española, cae muerto en la entrada
del edificio de la
Universidad de La
Laguna, al que en esos momentos corría a refugiarse en el
interior del centro docente tras una carga efectuada por la policía armada
española para dispersar una manifestación de estudiantes. Ese día los
sindicatos CCT, SOC, CANC, habían convocado en la isla de Chinech (Tenerife)
una huelga general en solidaridad con las luchas de trabajadores del frío
industrial, del transporte y el tabaco.
El mismo día del asesinato, el Juzgado de
Instrucción nº 2 de La Laguna
(Tenerife) incoa el sumario 117/77. Tres días después, al “existir pruebas
suficientes” de que los disparos han sido realizados por miembros de la Guardia Civil,
cuerpo militar, el Juzgado se inhibe a favor de la jurisdicción castrense, a
donde llegan el sumario y las piezas de convicción. Y allí, militares
procesando a militares, todo se estanca, como en la investigación llevada
a cabo en el Congreso de los diputados. Pantomima tras pantomima: silencios,
deformaciones, semi-verdades, mentiras netas, declaraciones calculadamente
sesgadas, olor a pestilencia: el Estado y sus instituciones diluyendo
responsabilidades. Al final, nada, una bala que cayó del cielo.
Fue una instrucción judicial típicamente franquista y
colonialista, encaminada no a descubrir la verdad de los hechos sino a taparlos
y tergiversarlos, en una clara demostración de que la justicia militar de la
época era a la justicia lo que la carne vegetal, tan apreciada por los
vegetarianos, es a la carne de verdad.
Y es que a partir del asesinato de Javier
Fernández toda la actividad de las autoridades estuvo encaminada a echar tierra
al asunto. Desde el coronel de la Guardia Civil, confeso responsable directo del
operativo, al gobernador civil de Santa Cruz de Tenerife, que asumió
oficialmente su versión, el juez instructor militar, coronel de Infantería Juan
Peláez Núñez, el capitán general, Mateo Prada Canillas, y el mismo ministro del
Interior, Rodolfo Martín Villa, hicieron todo lo posible para obstaculizar y
anular la investigación. El crimen y la ignominia elevados a razón de Estado.
Las protestas por el asesinato
del estudiante duraron varios días y la represión y violencia de la policía
contra la población canaria, fue considerable tras ser trasladada desde España
una compañía especializada de la policía nacional, denominada de los
pañuelitos, quienes arremetían de manera ciega contra los transmutes dándose el
criminal caso de de varias mujeres embarazadas fueron victimas de la brutal
agresión policial.
Los padres del infortunado joven asesinado,
Dolores Quesada y su marido, Ezequiel Fernández (ya fallecido), no sólo
sufrieron la pérdida de un hijo de forma trágica, y sin que se haya depurado
hasta hoy responsabilidades por su muerte, sino que vivieron los años
posteriores con el miedo en el cuerpo por temor a represalias contra sus otros
cuatro hijos. La familia de Fernández Quesada tuvo intervenido el teléfono, y
se sintió perseguida por un régimen que transitaba de la dictadura a una
supuesta democracia. Transcurrido el tiempo, ‘Loly’ Quesada intercala recuerdos
sobre la personalidad de su hijo y su relación con él, con la lectura
precipitada del gran número de dedicatorias, telegramas, cartas, poemas y
recortes de prensa que conserva sobre Javier.
“Yo estaba sentada en el sillón viendo la
televisión, y oí que había revueltas en La Laguna, y pensé “que no les pase nada a mis
hijos”. Al principio, dieron el nombre de otro estudiante al que habían
disparado. Después llegó mi hermana, que ya sabía la noticia, pero no me dijo
nada. Estaba en la cocina con ella, y cuando volví a la sala, fue mi hijo Luís,
que acaba de llegar del trabajo y lo había oído por la televisión, quien me
confirmó que era él. Perdí el conocimiento.”
“Todavía nadie nos ha explicado lo que sucedió,
hasta tal punto que ahora el señor Mardones acaba de decir en la radio que ni
siquiera se demostró que muriera por disparos de la Guardia Civil…
Nosotros entonces teníamos miedo, miedo por nuestros otros hijos. Se estaban
produciendo reacciones por la muerte de Javier, aparecían pintadas que decían
“Javier, tu muerte será vengada”; se decía que unos amigos suyos habían puesto
una bomba en Galerías Preciados…
Teníamos mucho miedo a las represalias. En una
manifestación que hubo en San Telmo, a otro de mis hijos le dieron una paliza.
Además, teníamos el teléfono intervenido, lo tuvimos intervenido durante un
año…”
Las vicisitudes políticas de la transición estuvieron
acompañadas en Canarias por un recrudecimiento de la crisis económica,
arrastrada desde los últimos años del franquismo en todo el Estado español, y
que se empezó a superar, desde la perspectiva de adecuación del sistema
económico colonial a los nuevos tiempos, en los llamados Pactos de La Moncloa. Concretamente
en Tenerife, este proceso de adecuación trajo consigo el estallido de viejas
estructuras de producción en sectores importantes por el número de trabajadores
que acogían, como eran el transporte interurbano, en manos de la empresa de la
familia Oramas, Transportes de Tenerife, S. L., conocida popularmente como La Exclusiva, y la
industria del tabaco, que aunque ya decadente todavía daba trabajo a muchos
miles de obreros en toda Canarias, entre empleos directos e indirectos. Los
trabajadores de transportes, en número cercano al millar, se encontraban en
huelga desde el 13 de octubre de 1977, y los del tabaco –alrededor de cuatro
mil– desde el 14 de noviembre del mismo año.” (Julián Ayala Armas, 2008)
Los
hechos
Después de una asamblea en el hall del viejo edificio
universitario, piquetes de estudiantes y trabajadores cortaron con barricadas la
autopista y la carretera general del Norte, algunas guaguas conducidas por
esquiroles fueron apedreadas y comercios, bancos y otras empresas del casco de La Laguna fueron cerrados al
paso de los manifestantes. Estas actividades fueron reprimidas por la Policía Armada, con
sus medios convencionales sin que unos ni otros, manifestantes y policías,
sufrieran lesiones de importancia.
Sobre las 12:30 del mediodía había pequeños grupos de gente
en los alrededores de la
Universidad, con cortes momentáneos del tráfico y cargas de la Policía Armada. No
se registraron incidentes ni enfrentamientos graves. Según testificarán luego
numerosos vecinos, sobre las dos de la tarde un grupo de estudiantes tenía
cortada la calle Delgado Barreto con una pequeña barricada e intercambiaba
piedras y pelotas de goma con un destacamento de la Policía Armada que
más abajo, en las cercanías de la
Cruz de Piedra, custodiaba un camión cisterna lleno de
combustible, que había derrapado en un jardín, quedando atrapado en el fango
producido por las lluvias caídas la noche anterior.
A instancias del rector, Antonio Bethencourt Massieu, que
luego lo haría constar ante la comisión parlamentaria de investigación, el
gobernador civil, una vez desalojado el camión accidentado, ordenó sobre las
tres menos cuarto de la tarde la retirada de la Policía.
La marcha de ésta provocó a su vez la dispersión de los
estudiantes, muchos de los cuales se fueron a sus casas a almorzar. Apenas
quedó en el recinto universitario y sus alrededores un centenar de personas.
Algunas de ellas –quince o veinte, según los testigos–, situadas en las azoteas
de la Universidad,
cerca de la Avenida
de La Candelaria,
vía de enlace entre la Cruz
de Piedra y la Glorieta
del Padre Anchieta, hostigaban a un retén de guardias civiles que aseguraba el
tráfico en la referida calle. Fue entonces cuando irrumpió en el campus, por la
puerta cercana al polideportivo un grupo de guardias –cinco o seis, disparando
sus armas contra la fachada y la puerta del edificio central de la Universidad, donde se
hallaban quince o veinte estudiantes, y contra los grupos que estaban en las
cercanías de la
Librería Tinerfeña. Dos o tres de ellos –los testimonios
difieren subieron disparando el primer tramo de las escaleras, llegando uno
incluso al principio del último tramo. Éste es el que se cree que mató a
Fernández Quesada. Según testigos presénciales, era un guardia joven, delgado y
de baja estatura, a quien sus compañeros llamaban “Polilla”, nombre que dan en
el Cuerpo a los recién salidos de la Academia, que disparaba a los estudiantes que
huían, sosteniendo la pistola con sus dos manos. Pese a que en el hall de la Universidad, algunos
de sus compañeros le practicaron la respiración boca a boca y un masaje
cardíaco, Javier murió instantes después de ser alcanzado. Los guardias
continuaron disparando y siguieron haciéndolo, a pesar de que un estudiante y
después un profesor que agitaba un pañuelo blanco pidieron el cese del fuego,
gritando que había un herido. Al fin pudieron bajar el cadáver que fue introducido
en un vehículo de la
Guardia Civil y conducido al Hospital Universitario de
Canarias, donde los médicos no pudieron hacer otra cosa que certificar la
muerte. En el mismo hospital fue ingresado poco después otro estudiante,
Fernando Jaesuría, de 18 años, a quien una bala había atravesado un hombro,
cuando estaba en la azotea de su casa a unos cuatrocientos metros del lugar. Un
niño de 13 años, que se encontraba en el patio de la escuela aneja a la Normal de Magisterio,
también resultó herido leve. (Julián Ayala Armas, 2008).
Aunque la muerte del estudiante canario motivó una
investigación judicial y la elección de una comisión parlamentaria de las
Cortes españolas que pudiesen determinar responsabilidades, el caso finalmente
fue cerrado sin ningún procesamiento ni depuración de responsabilidad política
alguna.
Ninguna institución oficial colonial o grupo político
parlamentario se habían ocupado de Javier, a pesar de ser el indiscutible símbolo de la Isla y del Archipiélago de la
lucha por las libertades en la época de la transición política y la defensa de
la emancipación nacional de Canarias.
Según un documentado articulo del periodista Julián Ayala
Armas, La verdad oficial y la verdad real:
“Esta ha sido durante muchos años la versión oficial de los
hechos, la que dio a la
Comisión del Congreso el citado jefe del 15º Tercio de la Guardia Civil y la
que corroboraron el teniente coronel jefe de la 151ª Comandancia del mismo
Cuerpo, Antonio Encinas Cueto y el Gobernador Civil de la Provincia de Santa Cruz
de Tenerife, Luís Mardones Sevilla, siendo recogida casi literalmente en su
informe por el general jefe de la 1ª Zona de la Guardia Civil y
formando parte también de la resolución de sobreseimiento por el Tribunal
Militar de la causa número 200 de 1977 incoada con motivo del fallecimiento del
estudiante y de las lesiones sufridas por su compañero.
Pero esta versión oficial se da de bruces con las
manifestaciones de los más de treinta testigos presénciales que los días
posteriores declararon a la prensa tinerfeña, y luego a la Comisión del Congreso y
al Tribunal Militar, que las cosas ocurrieron tal como hemos reseñado más
arriba y no como decían el gobernador colonial y la Guardia Civil
española.
La versión exculpatoria de esta última se basa en varios
datos fundamentales, que analizamos a continuación:
- Que la guardia civil advirtió a los más de 500 manifestantes, que dispararon al aire y que, al ser atacados de nuevo, tuvieron que disparar de nuevo. Todos los testigos dicen que había en torno a 50 personas y que era imposible que este número atacara activamente a la guardia civil, en todo caso se limitaban a tirar alguna piedra desde una larga distancia. Nadie es testigo de la advertencia que realiza la guardia civil y mucho menos que los guardias fueran atacados después de que hicieran los disparos al aire. A la luz de los testigos, la versión de la guardia civil falsea conscientemente los hechos para justificar su desproporcionado ataque a la Universidad.
- Que los tiros fueron al aire, “ya que de haberse efectuado los disparos de esta forma [en sentido horizontal, como afirmaron los testigos], y dado el número de disparos efectuados, se hubiera producido una auténtica matanza por el número elevado de manifestantes que se enfrentaban con las indicadas fuerzas”. (Considerando 1º del decreto de sobreseimiento provisional de la causa militar incoada). Efectivamente, se más de doscientos disparos y sólo uno tuvo una incidencia mortal. Ello lo único que demuestra es que no todos los guardias civiles que dispararon ese día lo hicieron con intención de asesinar a nadie (pese a que las declaraciones de los testigos y la altura de los impactos en la fachada y puerta principal de la Universidad y en alguna de las verjas adyacentes demostraran claramente que no estaban tirando a las nubes). Bastó con que uno solo tuviera la voluntad de matar y la llevara a cabo.
- Que la autopsia, practicada a instancias del Juzgado de Instrucción número 2 de La Laguna antes de inhibirse a favor de la jurisdicción militar especificaba, que el cuerpo de Javier Fernández presentaba “un orificio de entrada a nivel de la cuarta costilla en su borde de articulación external izquierda, atravesando el proyectil, que no ha podido ser hallado, el pericardio, aurícula superior izquierda, orificio aurículo ventricular, saliendo del corazón y atravesando el ventrículo izquierdo, siendo la causa mediata de la muerte la rotura cardiaca por proyectil”. A petición del Juzgado Militar, el forense amplió su informe, manifestando que en el momento de recibir el disparo el fallecido podía estar en dos posiciones, “una de pie y por tanto el proyectil tenía que proceder de un plano superior, o bien sentado o en posición de cuclillas agachado, y en ese caso podía el proyectil proceder del mismo plano o inferior, puesto que el trayecto era de delante atrás y de arriba abajo, y con una diferencia entre ambos orificios de unos 10 centímetros aproximadamente”. Admitiendo como única versión posible, la afirmación del coronel jefe del 15º Tercio de la Guardia Civil de que la fuerza que entró en el campus se mantuvo al pie de la escalera y en una posición de 7’75 metros por debajo de la puerta principal de la Universidad, el Tribunal Militar adujo que “los proyectiles disparados, de aceptarse la declaración de estos testigos [los que vieron a los guardias disparar en dirección a la gente] seguirían la trayectoria de abajo arriba y no lo contrario, deduciéndose del informe de autopsia del cadáver y de la ampliación del informe que el proyectil ‘tenía que proceder de un plano superior’, dada la trayectoria del mismo”. No quedó, pues, demostrado, según el Tribunal, “que el proyectil causante de la muerte del infortunado estudiante, Javier Fernández Quesada, fuera disparado por armas que portara la Guardia Civil española”.
Esta conclusión ignora la segunda posibilidad apuntada por
el forense, que en el momento de recibir el impacto Javier Fernández corriera
agachado, tendencia natural de cualquiera a quien se dispara. Ignora, además,
las declaraciones de varios testigos que afirman que varios guardias, entre
ellos el “Polilla”, subieron la escalera disparando a los estudiantes que
huían. Según testificó el entonces rector de la Universidad, Antonio
Bethencourt Massieu, ante la
Comisión parlamentaria, “este chico cae herido en la escalera
un poco alto, faltándole dos o tres escalones [para llegar a la puerta].
Discutí con el juez sobre cómo podía haber llegado arriba, si tenía un tiro que
le atravesaba el corazón. Me dijo que era factible, que podía haber subido dos
o tres escalones y luego caer”.
Aunque son muchos los testigos que afirman que varios
guardias subieron por la escalera principal de la Universidad, uno de
ellos, Enrique Álvarez Carrillo, precisa que “de los tres que subían por la
escalera, el de la pistola disparaba apuntando con una mano apoyada en la otra,
hacia la fachada principal de la Universidad.” El acta de la Comisión parlamentaria
recoge textualmente: “Hasta donde los vio llegar fue hasta el principio de la
escalera que da entrada a la
Universidad, aclarando que fue al principio del tramo más
cerca de la puerta de la
Universidad”. Por este lugar pasa la vía empedrada de entrada
y salida de vehículos por la que otro testigo afirma que vio correr a Javier
Fernández Quesada en dirección a la puerta, momentos antes de ser alcanzado por
la bala. Tuvo tiempo de subir varios escalones antes de que el “Polilla”, casi
a su altura, le descerrajara el tiro mortal. Por otra parte, la autopsia –y eso
no lo señala el tribunal, tan meticuloso en el estudio de la trayectoria
balística– mostró que el cuerpo del estudiante tenía restos de pólvora, señal
de que el disparo había sido hecho a corta distancia. ” (Julián Ayala Armas,
2008).
El colofón a la trágica jornada del 12 de diciembre fue la
implantación durante varios días de un verdadero estado de sitio en La Laguna y, en menor medida,
también en Santa Cruz de Tenerife. Llegados de la Península al día
siguiente de la muerte de Javier Fernández, los integrantes de dos compañías de
la reserva general de la
Policía Armada desplegaron una represión brutal e
indiscriminada. Buscaban –y lo lograron– generalizar el terror entre la
población. Así, agredieron sin motivos aparentes a grupos de personas que
circulaban por las calles; dispararon pelotas de goma y botes de humo contra
viviendas sólo por el hecho de tener las luces encendidas lo que causó varios
conatos de incendios; maltrataron a los conductores que llevaban crespones
negros en sus vehículos como señal de duelo por la muerte del estudiante,
haciéndoselos tragar en algunos casos; rompieron las cristaleras de comercios
que habían cerrado sus puertas… Se comportaron como un verdadero ejército de
ocupación, llamando incluso “moros” a las personas agredidas. No fue una
actuación espontánea o casual, sino que seguían un guión diseñado para casos de
extrema gravedad, que se aplicó en otras partes del Estado, como ocurrió por
aquellos mismos días en Málaga, a raíz del asesinato, también impune y en
circunstancias similares a las de Javier, del militante comunista Manuel García
Caparrós.
“La Laguna,
ciudad sitiada”, titulaba el periódico El Día el jueves 15 de diciembre su
crónica de los acontecimientos del día anterior. El rector de la Universidad ordenó la
clausura de las actividades académicas hasta después de las vacaciones de
Navidad, pero, no obstante, grupos de estudiantes y trabajadores forzaron las
puertas del centro y celebraron asambleas y reuniones, y se produjeron
enfrentamientos en las calles cercanas al campus. El día 15, después de este
“tratamiento de choque”, los ánimos empezaron a calmarse. El funeral previsto
en la Catedral
fue aplazado. Con la
Universidad cerrada la mayoría de los estudiantes había
marchado a sus casas y los atemorizados ciudadanos apenas circulaban por las
calles. Aunque la tensión social se había extendido a Las Palmas de Gran
Canaria, donde después del entierro de Javier, el día 13, hubo manifestaciones
y enfrentamientos, que se reprodujeron al día siguiente, el 16 los periódicos
abrían sus primeras páginas con la noticia de que la calma había vuelto a La Laguna.
Antes de su regreso a España, los antidisturbios hicieron
una exhibición pública de sus habilidades. Cerrando el círculo del escarnio, el
Ayuntamiento lagunero patrocinó el espectáculo y cedió a tal efecto sus
instalaciones deportivas.
Coincidiendo con cada primero de Mayo, y desde su
muerte, el estudiante canari viene siendo objeto de un homenaje por parte de Intersindical Canaria
y otros colectivos independentistas en el hall del histórico edificio
Universitario en el que se colocó una
placa en su memoria.
El miércoles, 12 de diciembre de 2007, tras el
trámite de una iniciativa emprendida por Intersindical Canaria y la aprobación
unánime de concejales y grupos políticos del ayuntamiento, el alcalde de La Laguna, Fernando Clavijo,
inaugura un monolito y concede el nombre de Estudiante Javier Fernández
Quesada al parque lagunero ubicado en la calle Heraclio Sánchez. Después de
muchos años fue este el primer reconocimiento institucional que la corporación
lagunera hizo al estudiante asesinado por la guardia civil en el edificio
universitario de la ciudad durante una jornada de huelga general.
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