miércoles, 13 de noviembre de 2013

GRACILIANO AFONSO NARANJO





Eduardo Pedro García Rodríguez

Graciliano Afonso Naranjo. La Orotava de Tenerife, 1775; Las Palmas, 1861. Dos lugares y dos fechas límites. 86 años llenos de vida apasionada, dramática. De su padre, Cristóbal, pintor-restaurador y comediógrafo de la escuela calderoniana -como Alayón, agustino de La Orotava a quien se deben autos sacramentales -, recibe Graciliano, de niño, las inquietudes artísticas. Un abogado orotavense, amigo de la familia, le recomienda al obispo Tavira y le permite obtener beca para estudios en el Seminario Conciliar. En 1790, seminarista en Las Palmas; luego, en calidad de profesor de filosofía, permanecerá vinculado a aquella institución hasta 1806.

El Seminario, siguiendo las pautas dictadas por los obispos Tavira y Verdugo, participa de las Ilustraciones; su profesorado se caracterizaría por su enciclopedismo y "novedad". Allí dirige y patrocina conclusiones filosóficas y facilita "libros prohibidos" a sus alumnos. El área de su influencia y magisterio es el "foco de opiniones arriesgadas", convertido en verdadero centro cultural del Archipiélago desde su fundación por el obispo Herrera hasta Verdugo, donde galicanismo, jansenismo e Ilustraciones generan expedientes inquisitoriales por lecturas, por defender doctrinas arriesgadas, por discutir temas peligrosos para la fe. Los sacerdotes Hernández Rosado, Albertos, Lucas Ramirez, Casañas, Antonio Ruiz y Rafael Bento, entre los "tocados por las nuevas ideas", llegarian a ser ilustres en el foro, en el púlpito, en la poesía o en la política.

De 1790 a 1804, simultanea sus estudios en el Seminario y en la Universidad de Alcalá (españa), coincidiendo allí con célebres maestros y condiscípulos: Dusmet, Peraza, Romo, futuro obispo de Canarias, mientras el Santo Oficio sigue la pista del universitario que persiste en la defensa de doctrinas poco aceptadas y en acogerse a escritos peligrosos -Condillac, Leon. Van-Espen, textos que ya habían circulado por manos de los seminaristas isleños.

La guerra de la metrópoli con el Reino Unido convierte sus viajes entre Canarias y España en pintorescas aventuras, como la que viviera en Mogador, vestido de moro y urdiendo fantasías.

Licenciado por la Universidad de Osuna, en 1806, aspira a la canongia doctoral del cabildo catedralicio de Canarias. Las Decretales de San Gregorio son algunos temas de su exitosa oposición, y como doctoral, pasa a intervenir en numerosos problemas que van a ser no sólo capitulares, sino políticos. A raíz de los sucesos de la plaza de Santa Ana en 1808, cuando el Cabildo permanente se hace cargo del gobierno de la isla, la junta lagunera comisiona al teniente coronel Creagh para que destituya a las autoridades nombradas en Las Palmas. En semejante coyuntura, Afonso empieza a jugar a la conspiración y es acusado de connivencia con los detenidos por el gobernador Creagh. Con él, Pablo Romero, Isidoro Romero, José Quintana y otros tantos amigos que se reunian a comentar los sucesos y noticias que desde Cádiz llegaban.

Es la época en que redacta diversos informes: sobre la fiesta del Pino de Teror en 1808; sobre el pleito con los administradores de Jandía; sobre como celebrar la proclamación del código constitucional de 1812; sobre las medidas a tomar en la peste del año anterior; sobre los primeros intentos de división episcopal de la diócesis; sobre la administración del legado de Verdugo; sobre la organización del Seminario, del cual es nombrado rector. El edicto pastoral que por encargo del cabildo catedralicio redacta, nos permite leer entre líneas a Locke, a Helvecio, autores manejados por el canonista Afonso, el primitivista Afonso. Un edicto, pues, cargado de política y espíritu revolucionario, en donde se defiende la vuelta a los ritos y a la "Iglesia primitiva".

Con el trienio constitucional, cambia su silla de coro por el escaño de diputado. A las Cortes le llevaron sus amigos políticos, y el 24 de abril de 1821 se halla residiendo en la calle Mayor de Madrid. Actúa en la comisión de Instrucción Pública y lucha por la unidad episcopal del Archipiélago. Se pronuncia, además, por la tesis de la independencia entre la Iglesia y el Estado, de acuerdo con formulaciones que ya asumió durante su etapa de profesor del Seminario y de doctoral. En la cuestión de la "capitalidad alternativa en Santa Cruz de Tenerife",  estableció un pacto secreto con el diputado tinerfeño Murphy, para que se quedasen en cada isla determinados organismos. Siguiendo al gobierno ya las Cortes, ante el acoso de la reacción absolutista y la ingerencia extranjera, pasa a Sevilla en 1823 y ligado al grupo de los más radicales,
vota la incapacidad del rey Fernando y combate la política de Bencomo, el adalid de la división de la diócesis. De Sevilla a Cádiz -donde escribe dramáticas cartas al Cabildo Catedral -, de Cádiz a Las Palmas, del Puerto de La Luz a Gáldar y desde allí a Santa Cruz para marchar, camino del exilio, a Venezuela.

En la república sudamericana otro período de su vida. entre 1823 y 1837. Nace el poeta prerromántico de versos valdesianos que canta la nueva libertad venezolana y mezcla la lírica amorosa y el canto pindárico. En la isla de Trinidad oficiando como párroco de 1835 a 1837, el exiliado ya poeta maduro no se aparta de Meléndez Valdés lee a Pindaro y a Horacio a Anacreonte y a Virgilio y traduce; traduce gracias a una buena biblioteca que poseía un amigo.

Su primer libro de versos. El beso de Abibina, con veintidós odas suyas, sesenta y cuatro traducciones de Anacreonte y el poema de leandro y Hero de Museo. Se publica en San Juan de Puerto Rico en 1837, con prólogo inédito e importante que supone el primer resumen de la poesía anacreóntica española. Sensibilidad y erotismo llenan esas páginas tras el modelo de Juan Segundo autor flamenco del XVI al que había traducido y de Meléndez el poeta de Salamanca. Abibina pastora de Tacoronte, parece escapada de una égloga valdesiana y la égloga le sirve al isleño de vehiculo para volver sus expatriados ojos a la isla natal. Te acuerdas Abibina un primer verso que posiblemente tomó de El Lago de lamartine es remembranza y es vivencia. Con palpitación humana.

Decretada por la reina Isabel la amnistía en 1838. Afonso regresa a Canarias. En Santa Cruz de Tenerife, mientras el barco se somete a la obligada cuarentena escribe La Oda al Teide, poema personal, autobiográfico evocador e histórico; de un historicísmo que aprendió del Duque de Rivas, su compañero en las Cortes: como aprendió también de Quintana la grandilocuencia.

Buena parte de la poesía regionalista romántica insular arrancaría de esa Oda y de otros de sus poemas dedicados a temas históricos regionales -Icod. Dácil. Doramas.

El doctoral Afonso se reincorpora a su cabildo y se entrega a una gran actividad capitular. Reanuda sus informes: sobre la creación de un Instituto, en 1846, que nacería en la laguna al año siguiente; sobre el cólera de 1851. En vísperas del Concordato, se ubica entre los adscritos al regalismo. Cartas y traducciones salen luego de su pluma dirigidas algunas de las primeras a los arrendatarios del Cabildo de Fuerteventura, lanzarote y Tenerife, así como en relación con las ediciones de sus primeros libros en las Palmas. Traduce La Eneida de Virgilio. El Paraíso Perdido de Milton. El Rizo Robado de Pope  y años más tarde la Antígona de Sófocles. En el Colegio de San Agustín a partir de 1850, se hace cargo de la cátedra de Retórica y Poética y prosigue transmitiendo ciencia a la juventud. Por sus aulas pasan Juan Evangelista Doreste, león y Joven. Agustín del Castillo, los hermanos Martínez de Escobar -Emiliano. Teófilo y Amaranto, sucesivamente alumnos discípulos y amigos de tertulia en su vejez de la casa de Reyes Católicos -.y otros muchos le conocieron o pudieron percibir la estela de su paso aquellos jóvenes que se llamaron Benito Pérez Galdós y Fernando león y Castillo.

Digamos por último, que no abandona su labor poética, y en 1851 nace la Oda a Codina, obispo que tanto significó para una ciudad llena de muertos la epidemia de cólera le sirve para cantar su amor al desvalido el amor y el horror ante los enfermos abandonados por sus familias, las carretas llenas de cadáveres y los improvisados cementerios. Octogenario, en 1861, acaba sus días en las Palmas el doctoral, el liberal perseguido el tardío prerromántico. Y el hombre, apasionado, vital, rico en dadivosa ge-
nerosidad. (Alfonso Armas Ayala en: A.Millares.  1977, T. 4 :301)


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