Eduardo Pedro García
1576 Octubre 25.
Este día, la bahía de Santa Cruz
de Tenerife fue testigo de dos hechos sensacionales en el marco de la
expedición de John Hawkins: el dramático episodio provocado por Edgard Dudley y
el contacto que por fin establecieron las dos escuadrillas merced a la
mediación del criollo Pedro de Ponte.
El primero pudo costar la vida al
famoso pirata. La ociosidad en que vivían las tripulaciones provocaba roces y
altercados, que las más de las veces se resolvían en inocentes golpes. Pero
otras veces, cuando los contendientes pertenecían a esferas sociales más
elevadas y por tanto más puntillosas, se terciaba en seguida el desafío y sólo
un rasguño de sangre podía lavar las ofensas inferidas en una acalorada discusión,
a las que no serían ajenas los efectos del rico "malvasia " tinerfeño, consolador eterno de los piratas
del Océano. Así ocurrió ese día entre George Fitzwilliam y el capitán Edward
Dudley, quienes no encontraron mejor medio de liquidar sus ofensas mutuas que
el desafiarse en tierra, desembarcando para ello en Santa Cruz de Tenerife.
Edward Dudley fué el primero en cumplir su compromiso, cuando enterado,
Hawkins; logró detener en el navío a Fitzwilliam y mandó inmediatamente a
buscar al insubordinado capitán.
El pirata les afeó a ambos su
conducta tratando de liquidar en tierra enemiga sus disputas, y procuró obtener
garantías y promesas de que obedecerían sus órdenes; pero si bien Fitzwilliam
apareció sumiso, Dudley, en cambio, se insolentó contra Hawkins, y entonces
éste, en un rapto de ira, lo abofeteó públicamente. En el acto Dudley
desenvainó su daga y arremetió rabioso contra Hawkins, y éste, burlando la
primera acometida, empuñó también la suya y ambos forcejearon largo rato.
Acudieron los tripulantes a separarlos, pero no pudieron evitar que Dudley
resultase herido en un brazo y Hawkins en la frente.
Al ver sangrar a su jefe, los
marineros quisieron dar muerte en el acto a Dudley; mas Hawkins, aparentando
sangre fría, ordenó detenerlo y se retiró a su cámara para ser curado.
En breve espacio de tiempo
Hawkins apareció de nuevo sobre la cubierta del Jesus madurada ya la sentencia en su pensamiento. Dudley adivinó en
la lividez de su rostro que no había para él salvación, y arrodillándose los pies
del pirata clamó repetidas veces en demanda tan sólo de clemencia, pues se
reconoció reo del más grave delito. John Hawkins, impasible, le respondió que
su corazón estaba presto a perdonar, pero que las circunstancias de lugar y la
ofensa inferida a un representante de la Reina en su propio navío exigían una justa
reparación. La tripulación contemplaba muda y absorta el dramático episodio, y
mientras Dudley se humillaba más y más a los pies de Hawkins, éste demandó su
arcabuz, lo cargó sin que le temblase el pulso e interrogó al condenado con la
lúgubre pregunta de si ya había rezado sus oraciones y estaba listo para morir.
Los
espectadores se sumaron entonces a las súplicas de la víctima pedro Soler, que
acababa de llegar al navío, puso todo su valimiento e influencia cerca de
Hawkins, y al fin, movida la fibra sentimental del corsario, alcanzaron el
perdón y la reconciliación entre el verdugo y el reo Poco tiempo después el
beneficiado Soler se vanagloriaba de su intervención en aquel acto, declarando
que si él visitó "y escribió al
dicho Juan Achin fue para rogarle con palabras cristianas perdonase a cierto
soldado que con el... avia tenido una pendencia".
El segundo hecho sensacional de
la jornada del día 25 de octubre fue el contacto llevado a cabo por las dos
escuadrillas inglesas separadas por el temporal en medio del Océano.
El Minion con sus otros dos acompañantes recalaban en San Sebastián de
La Gomera en
la tarde del 24 de octubre, demandando sus hombres, con la misma ansiedad con
que lo había hecho Hawkins en Tenerife, noticias de los demás navíos
expedicionarios. Al obtener Thomas Hampton una respuesta negativa del conde de La Gomera, optó por no perder
un segundo y dispuso la inmediata partida para Adeje de un emisario inglés con
objeto de que, entrevistándose con Pedro de Ponte, inquiriese de él cuantas
informaciones tuviese sobre los navíos de Hawkins. El emisario de Hampton, cuyo
nombre ignoramos, pues sólo sabemos que era "un
mozo ingles", llegó a Adeje en la media noche de aquel mismo día y
tuvo información plena de labios de Pedro de Ponte sobre el feliz arribo de
Hawkins y la ansiedad con que se hallaba en el puerto de Santa Cruz esperando a
Hampton ya sus compañeros. Pedro de Ponte facilitó al inglés dos cabalgaduras
para el viaje, le dió por guía a un mulato de su confianza apodado
"Garulan" y, encareciéndole el mayor sigilo en su misión, le despidió
con cartas para su yerno Bartolomé de Ponte, en Garachico, y para Hawkins.
Al día siguiente, 25, el emisario
inglés entraba a caballo en Garachico, despertando las sospechas de sus
moradores. Se hospedó en el mesón y allí fué detenido, por el alcalde de la
villa, Juan de Arcaya, quien recogió los papeles y cartas del inglés,
ordenándole tener por cárce1 la hospedería.
Sin embargo, la influencia de los
Ponte pudo más que el celo del alcalde y pocas horas más tarde obtenían la
libertad del emisario, aunque no la devolución de sus papeles. De esta manera
el inglés pudo llegar a Santa Cruz aquella noche y dialogar extensamente con
Hawkins a bordo del Jesus of Lubeck.
Al día siguiente, según asegura
Juan de Arcaya, se trasladó John Hawkins a Adeje para entrevistarse con Pedro
de Ponte, y ambos se vieron por última vez en la casa-fuerte del sur de
Tenerife, prodigándose las más cordiales muestras de afecto y amistad. En
aquella ocasión el pirata recibiría de Ponte las informaciones de sus
corresponsales de América, y aquél reiteraría su agradecimiento por la
colaboración que había recibido de sus agentes en Santa Cruz para el
abastecimiento de los navíos.
Todo el día 26 1as tripulaciones
habían trabajado activamente para zarpar, incorporándose Hawkins a su puesto de
mando en la madrugada siguiente. Sin embargo, aquella noche percibieron los
ingleses desde sus navíos extraños movimientos en el puerto. Con las primeras
luces del alba pudieron distinguir cómo se habían hecho a la mar los buques de
Indias, quedándose los navíos de Inglaterra sin su barrera protectora, a merced
de los tiros de largo alcance del castillo. John Hawkins, cuyo recelo había ido
creciendo día a día, dispuso entonces que los navíos se distanciasen algo más,
situándose frente a la montaña del Bufadero, para estar al abrigo de todo
riesgo.
Alguno de los cronistas ingleses
de la expedición interpreta la desaparición de los navíos españoles como un
premeditado intento del gobernador de Tenerife para abrir fuego al amanecer
contra la escuadra británica.
Asegura el mismo cronista que
Hawkins supo disimular en aquella ocasión, enviando a tierra una barcaza para
aumentar la provisión de agua de la flota, y que escuchó con escepticismo el
recado que le transmitió el gobernador Vélez de Guevara asegurándole de sus
buenos propósitos y mostrándole su extrañeza al verle abandonar, desconfiado,
la
rada.
En estas circunstancias, no
teniendo ya justificación la permanencia de la escuadrilla en Santa Cruz de
Tenerife, el pirata decidió zarpar de la bahía al atardecer del día 28 de
octubre de 1567. Durante toda la mañana se notó desde tierra gran trajín en las
tres embarcaciones inglesas; al mediodía los navíos empezaron a alzar sus
velas, disponiéndose para partir, y poco después desfilaban alineados con
dirección al sur. Al pasar frente a Santa Cruz, Hawkins se despidió saludando a
la plaza y al castillo con los disparos de costumbre., pero, como queriendo
significar su hostilidad y su descontento hacia el gobernador Vélez y hacia los
españoles, ordenó torcer algunos cañones, disparando erróneamente sobre el
caserío del lugar. Una de las "pelotas"
vino a dar en una casa muy próxima a la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, de cuyo
hecho dedujo la gente la intención del pirata de disparar sobre la iglesia,
hiriendo los sentimientos religiosos del pueblo.
Este acto hostil en Santa Cruz de
Tenerife señaló un nuevo momento en la carrera de Hawkins. El pirata se quitaba
para siempre la máscara hipócrita de sus transacciones legales y rompía con
España, dispuesto a abrirse camino en el Océano y en las Indias por la fuerza
de sus cañones.
Mientras en Santa Cruz de
Tenerife las milicias, con sus capitanes al frente, retornaban a La Laguna, recuperando el
lugar su apacible tranquilidad, la
escuadrilla de Hawkins navegaba en dirección a San Sebastián de La Gomera para establecer
contacto con los navíos de Hampton.
Este se verificó al día siguiente,
29 de octubre de 1567. Entonces la flota británica acabó de hacer su aguada y
aprovisionamiento de víveres, encontrando Hawkins en el conde de La Gomera, su amigo, todo
género de facilidades. Seis días permaneció el pirata descansando en el puerto
de San Sebastián y de su estancia tenemos la suficiente información para
reconstruir algunos episodios de la misma. Diversos documentos canarios aluden
a ella repetidamente: así, sabemos, por ejemplo, que tanto el gobernador Alonso
de Espinosa como el regidor Martín Manrique de Lara visitaron a John Hawkins a
bordo del Jesus of Lubeck
agasajándole, días más tarde, con una comida en la morada del primero; que un
inglés católico (George Fitzwilliam) que iba a misa a la parroquia de San
Sebastián y se hacía pasar por hermano de la condesa de Feria (lady J ane
Dormer), comerció en tejidos con Baltasar Zamora, vecino de dicha villa; que
mientras John Hawkins se hallaba con sus navíos fondeados en el puerto gomero
se presentó en el mismo otro corsario inglés a quien le fué denegada la entrada
y comercio por la fuerza, desembarcando los piratas, en represalia, en la playa
de Santiago, donde quemaron las puertas de una ermita que allí había y robaron
cierta partida de ganado y, por último, que los marineros de Hawkins se
entregaron en la villa a excesos contra la religión católica de la peor
catadura, pues consta en los procesos de la Inquisición que por
aquella fecha "Juan Acles pirata
luterano y abido y tenido por hereje... quemo imagenes de santos en la
Gomera...".
Como despedida John Hawkins dió
un banquete oficial en el Jesus of Lubeck,
en honor del conde de La Gomera,
al que asistió lo más granado de la sociedad insular. El hecho lo conocemos por
la declaración de uno de los comensales, el licenciado Sarmiento, que
arrepentido de su debilidad fue más tarde a acusarse ante el mismo Santo Oficio.
Por fin, el día 4 de noviembre de
1567, la flota reunida pudo zarpar de San Sebastián con dirección a Cabo Verde
y Guinea, y Hawkins pudo contemplar en el horizonte las siluetas borrosas de
las Islas Fortunadas, tan vinculadas a su propia vida, cuyas puertas se le
cerraban, pacíficamente, para siempre. No será ésta la última vez que le veamos
surcando sus aguas; pero es indudable que de cuantas visitas-pacíficas o
guerreras llevó a cabo en el Archipiélago ninguna reúne tantas circunstancias
curiosas e interesantes como la del año 1567 a Tenerife y La Gomera. (En: A. Rumeu de
Armas, 1991)
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