Eduardo Pedro García Rodríguez
1597 Diciembre 21. Al
llegar al último auto, que se celebró por este Santo Oficio en el siglo diez y
seis, tenemos la satisfacción de ofrecer á nuestros lectores una descripción
exacta, conservada en sus libros, de la cual resulta con toda claridad lo que
en aquel memorable día pasó en as Palmas, pudiendo por analogía deducir, lo que
en los anteriores debió indudablemente suceder.
Esta descripción tiene por
título: Relación de la forma y orden que se tuvo y guardó en la celebración del
auto de la fe, que se hizo en esta Inquisición de Canaria, domingo día de Santo
Tomás, á 21 de diciembre de1597 años, siendo Inquisidores el señor D. Claudio
de la Cueva y
Licenciado Pedro de Camino.
De ella resulta, que diez y seis
ó veinte días antes de la celebración del auto, se hizo saber por medio de
atento recado á todas las Autoridades, excepto al Obispo, que estaba ausente en
España, el día señalado para la función, siendo encargado de llevarlo á la.
Audiencia, el Fiscal José de Armas, al Cabildo eclesiástico el Secretario Juan
Martínez de la Vega,
y al Municipio, el notario de Secretos, Alonso de San Juan, acompañado cada uno
de varios familiares y oficiales menores.
Recibido los recados, se ordenó
la procesión para publicar ó anunciar el auto, saliendo á caballo el dicho
secretario con el alguacil mayor, que lo era entonces D. Diego Sarmiento, el
receptor, alcaide y familiares, llevando delante dos atambores y un prego-nero.
El primer pregón se dio en la
Plaza mayor, junto á las casas del Cabildo, y aca-bado,
tocaron los músicos las chirimias desde la puerta principal de la Catedral el segundo
pregón se dio en la plaza de los Álamos hoy plazoleta de las Gradas frente á la
puerta de la Iglesia
vieja, donde los músicos repitieron su tocata: y los demás, en diversos puntos
de la población, con la misma solemnidad.
En el intervalo que había de
transcurrir entre la publicación y celebración del auto se levantó el cadalso,
se despacharon las sentencias, se dispusieron los sambenitos, las velas, las
sogas, y las varas de alguacil, que habían de llevar los familiares para
custodiar los reos, á fin de que nada faltase, cuando llegara el día de tan
solemne acto.
Elevose el tablado, donde habían
de colocarse los Inquisidores, en la Plaza Mayor
junto á la puerta principal de la Iglesia corriendo á lo largo de la pared, lo que
pareció necesario, y subíase á él por dos escaleras, una hacía las casas
Obispales, destinada exclusivamente para subir y bajar los señores del
Tribunal, Cabildo y autoridades y otra al lado opuesto, hacía las casas de
Pedro Cerón para los demás invitados.
Ocupando la parte más elevada y
central del tablado, que en forma de gradería se elevaba desde el suelo, se
colocó un dosel, y debajo un banco, donde tomaron asiento los Inquisidores,
teniendo á su lado. á los Señores de la Audiencia y al Municipio. Hallábase el piso
cubierto de alfombras, y sobre ellas muchas y olorosas flores.
Del primer plano del tablado
corría en dirección á la plaza, ocupando el centro, un pasadizo con sus
barandas, en cuyo fondo se levantaba una tarima, sobre. la cual se ha bia de
colocar á los penitentes mientras se leyeran sus sentencias. Este pasadizo, que
tendría de ancho treinta palmos, conducir rectamente al tablado de los reos,
que ocu. paba un área de diez varas de largo por diez de ancho, rodeado de su
correspondiente barandilla. De frente, y mirando al lado del Tribunal, había
unas gradas altas donde habían de sentarse los reos, y hacía el palacio del Obispo
una escalerilla con su puerta para uso de los mismos.
A la altura del tablado
principal, y unido al dicho palacio, corría otro tablado, que había construido
el cabildo eclesiástico, para ver la función con entera independencia y sin que
le molestara la colocación de asientos, que así podían arreglar sin
intervención del Santo Oficio.
Mandóse que nadie levantara
tablados particulares, excepto uno que se le permitió hacer á la familia del
Regente, y otro á las Señoras de los oficiales y empleados de la Inquisición, cuyos
tablados estaban junto á las casas de Pedro Ortiz de Mainel, descu-biertos y
rasos.
La víspera del auto, por la
tarde, se anunció á voz de pregonero, que ninguna persona de cualquier clase,
estado y condición que fuese llevara armas, desde las seis de aquel día hasta
las seis del siguiente, sopena de perderlas y de 10.000 maravedis para gastos
del Santo Oficio.
Pusiéronse aquella noche guardias
de familiares en las escaleras de los tablados, para impedir que los invadiese
el pueblo, y otras en los patios y puertas del Tribunal para vigilar los
presos. Amaneció por fin el tan deseado día 21 de diciembre; y los curas de la
parroquia vinieron desde por la mañana para exhortar á los penitentes, llegando
poco después los Cabildos eclesiástico y seglar, que debían por obligación
acompañar el estandarte de la fe. Las campanas, entretanto, principiaron a
doblar, continuando así, hasta que la pro-cesión llegó al tablado.
Los penitentes iban de dos en dos
con sus respectivas insignias, guardados por los familiares y algunos
voluntarios, soldados de la fe. Así ordenados, subieron la calle de la Inquisición, que hoy
se llama del Colegio, y entraron en la plaza por la plazoleta del Espíritu
Santo, hasta llegar á sus tablados, á donde subieron y se colocaron en la forma
que de antemano estaba prevenido.
Luego que los reos estuvieron en
su sitio, salió el Tribunal de las casas inquisistoriales, llevando á su
derecha al Cabildo eclesiástico, á la izquierda el Municipio, y en medio de
ambos el estandarte de la fe, que conducía el fiscal José de Armas.
En esta forma siguieron el mismo
camino que los penitentes, bajando á la plaza por la indicada plazoleta, y
colocándose en sus respectivos tablados, con la gravedad y compostura propia de
la solemnidad del acto.
Cuando la procesión llegó al
tablado principal, estaban ya ocupando sus asientos el Regente D. Antonio
Arias, y el oidor D. José Gerónimo de la Milla, quienes se le-vantaron, hasta que cada uno
ocupó su respectivo lugar .
Delante de los Inquisidores, y en
la última grada, se sentó el fiscal, y á su lado, los que llevaban las borlas
del estandarte, que estaba fijo en sitio preparado al efecto. Ordenado todo en
esta forma, la plaza ofrecía un espectáculo imponente, que debió llenar de
satisfacción á los Inquisidores.
Restablecido el silencio en los
tablados y plaza, que estaba llena. de una apiñada muchedumbre, subió el
predicador al púlpito, situado á la izquierda, junto al plano principal del
tablado, y predicó un sermón alusivo al acto, En seguida, el secretario, recito
la fórmula del juramento, y prestado éste te por todos los asistentes, se dió
principio á la lectura de las sentencias, subiendo á la tarima cada
penitenciado, y abjurando y reconciliándose ante el Dr, D, Claudio de la Cueva, estando presentes los
cantores y músicos de la
Capilla, que ayudaban y respondían con lo que se concluyó el
auto ya de noche, volviendo los reos ú sus cárceles, y el estandarte con su
noble acompai1amiento á la
Inquisición.
Réstanos ahora, para completar la
descripción anterior, reseñar los nombres de los condenados que se exhibieron aquel día,
siguiendo para ello las escasas noticias, que de sus causas nos restan.
Por la primera vez, después de
muchos años no hubo quemados en efigie ni en persona; los reos eran todos
reconciliados y penitenciados. Los
reconciliados con sambenito fueron:
María Peraza, morisca, mujer de
Sebastián Saavedra, vecina de esta Ciudad, Cárcel por tres años, y confiscación
de bienes.
Bartlomé Coello, por luterano;
ocho años. de cárcel, y prohibición absoluta de volver á navegar.
Guillermo Roger, inglés, por
seguir la religión reformada, confiscación de bienes, y que no vuelva á su país
ni á otro de herejes.
Juan Bonifacio, inglés, por
luterano, seis años de reclusión en Sevilla.
Juan Giraldo, flamenco, por
hereje; otros seis años de cárcel, y confiscación de bienes.
Francisco Luís, de Bristol, por
luterano, cuatro años de cárcel.
Ricardo Mansen, contramaestre del buque la Rosa, holandés, por
hereje; dos
años de reclusión y confiscación
de bienes.
Roque Corinsen, de Flesinga, por
apóstata; cuatro años de cárcel.
Pedro Sebastián, mercader del
navío la Rosa,
de Flesinga, por hereje, dos años de reclusión.
Nicolás Corinsen , flamenco, por
luterano, dos años también de reclusión.
ácome Raniers, maestre del navío San
Pedro, de Malinas, por hereje, dos años de
cárcel.
Jacob Salomini, flamenco, maestre
del navío La Posta,
por hereje, tres años de cárcel.
Lorenzo Arnau, muestre del navío San
Lorenzo, por luterano, tres años también de
Cárcel.
Cornelio Roquis, flamenco, por
hereje, dos años de cárcel.
José Vanhofen, de Brujas,
pasajero del navío el León Colorado, por luterano, tres
años de reclusión.
Agustín Coustine, de Iprés,
marinero del navío San Lorenzo, dos años de cárcel.
Francisco Vanderbrock, secretario
del navío León Colorado, tres años de cárcel.
Jacob, maestre del navío Margarita,
destierro perpetuo, y prohibición absoluta de ir á tierra de herejes.
A estos diez y ocho
reconciliados, además de las condenas expresadas, se le confiscaron sus bienes,
y se colocó su sambenito en la
Catedral, con la caritativa idea de perpetuar su infamia.
Los penitentes fueron:
Lucas Ramírez, negro, criado de
Pedro de Medina. Desterrado por tres años y doscientos azotes.
Manuel Hernández Rapnsa, trabajador,
natural de la Madera,
vecino de Tenerife,
desterrado por tres años, mordaza
y cien azotes.
Lucas González, fraile lego de
San Agustin, cuatro años de galeras.
Matias Xifré, inglés, dos años de
reclusión en un convento de Sevilla.
Rodrigo Pedro, sueco, la misma
pena.
Constantino Colin y Roberto
Estreig, ingleses, igual reclusión.
Ricardo Serzi, inglés, tres años
de cárcel.
Gaspar Nicolás Claisen, un año de
prisión.
Juan Cusin, marinero del navío San
Pedro, flamenco, dos años de encierro.
Jegrevian, carpintero del mismo
navío un año de cárcel.
Pedro Jansen, mozo de cámara de
la propia nave, dos años de prisión.
Juan Henríquez, marinero, igual
pena.
Adrián Antonio, marino, el mismo
castigo.
Guillermo Rider, inglés, dos años
de reclusión.
Tomás Hantes, contramaestre del
navío María Fortuna, dos años en un convento.
Juan Japhlon, inglés, igual pena.
Leonardo Barme, artillero del
navío San Pedro, abjuración de vehementi, tormento,
y tres años de encierro.
Guillermo Sebastián, inglés, dos
años de prisión.
Barlolomé Slenau, marinero del
navío San Pedro, tormento, abjuración de levi y dos
años de encierro.
Juan Adriansen, marinero del
mismo buque, tormento, y dos años de cárcel.
Rodrigo Frederick Jansen, médico
de la dicha nao, cuatro años en un convento.
Pedro Lousen, flamenco, guardia
del navío León Colorado, dos años de encierro.
Juan Pedronius, flamenco,
marinero del mismo buque, dos años de cárcel.
Juan Jansem Berlin, de Dunkerque,
de la misma tripulación, igual pena.
Jaques Banqueresme, flamenco,
marinero de la misma nave, idéntico castigo.
Gabriel Sins, aleman, tripulario
del propio buque, los mismos dos años de cárcel.
Enrique Gutur, marinero,
abjuración de vehemellti, y prisión perpetua en España.
Giraldo Hugo, flamenco,
tripulario del navío San Lorenzo, dos años de cárcel.
Lorenzo Nicooláss, flamenco,
contramaestre del propio buque, igual pena.
Jacob Jetrisell, de Dunerque,
tripulario del León Colorado, la misma pena.
Enrique Gutur, de Flesinga,
marinero de la misma nao, tres años de encierro.
Leonor Hernández, natural y
vecina de Canaria, por bígama, destierro por cuatro
años, con insignias y coroza
propias de su delito.
Resulta de ésta rápida
enumeración, que los reos fueron cincuenta y uno, prestan-
do con sus vistosos sambenitos y
elegantes corozas, un aspecto verdaderamente curioso é imponente a la fiesta.
Conviene observar, que el mayor
contingente lo proporcionaron las tripulaciones
heréticas de los buques León
Colorado, San Pedro, la
Rosa, San Lorenzo, Margarita y Maria Fortuna,
que por su buena suerte habían aportado á estas Islas con diversas mercancías.
Curioso debió ser el
interrogatorio de estos reos, cuando respondieran en inglés, flamenco, alemán o
sueco, y se estudian sus respuestas, para calcular por ellas, si su intención
era aceptar la fe católica, ó si el grado de intensidad de sus errores, estaba
á
la altura de una abjuración de
levi ó de vehemeti.
Estas dificultades no obstaba
para que, la mayor parte de esos mismos reos, probasen las dulzuras del
tormento, dándose por convencidos, ante la irresistible y contundente lógica de
ese poderoso argumento.
Con estos procesos estaba el
comercio de enhorabuena, pues había la seguridad de qe en lo sucesivo, al
tripular las embarcaciones, se cuidaría de escoger fieles y católicos marinos,
que aceptaran nuestras creencias, dejaran ofrendas á los santos, y oyeran misa
en nuestros puertos.
Las Naciones extranjeras, no
miraban con el mismo placer estos procedimientos inquisitoriales, y juraban
tomar venganza, cuando se les presentara la
ocasión.
Los Ingleses no tardaron en
encontrarla en Cádiz, los franceses en la Palma y la Gomera, los Holandeses en Canaria. y los Moros en
Lanzarote. Nos ocuparemos brevemente de estas y otras invasiones, en cuanto se
refieren al
Archipiélago, justas represalias
de nuestros autos de fe.
Pero, antes de concluir la
relación de éste, y para que nuestros lectores tengan una idea completa de la
manera de proceder contra las tripulaciones de los buques extranjeros, vamos á
transcribir el extracto de una de sus causas, tal cual se halla en el libro, de
donde hemos tomado los datos anteriores.
Sirva de ejemplo la del marinero
Jaques Banqueresme, cuyo extracto, copiado lite-ralmente con sus mismos
disparates geográficos, dice así: Jaquques Banquereme, marinero del dicho navío
León Colorado, natural del lugar de Canfer en la Isla de Islan-dia, morador en
la Ciudad de
Frelingas de la misma isla, misma Isla, de edad de 21 años; tiene siete
testigos, los seis sus cómplices, que testifican contestes todas las cosas
contenidas en el primero, y en particular contestan dos de los dichos testigos,
de que le vieron algunas veces en Frelingas, en la Iglesia de los
Calvinistas, asistir con los de aquella secta al servicio, preces y
predicaciones; y cuatro testigos dicen, que le tienen por de la mesma secta, y
dos de ellos dicen, haber sido de las de las comunicaciones en las cárceles, el
año de noventa y cuatro, y que por mucho
tiempo le vieron salir de su cárcel, y á otras de los demás, y comunicar con
los presos de ellas. Estando el dicho reo preso, en las audiencias que con él
se tuvieron, confesó la testificación, y confesó así mesmo, que sus padres y
él, y los demás de su linaje, habían sido y eran de la secta de Calvino, y que
en ella le habían criado y enseñado desde de niño, y que había oído decir de la Religión Católica
de España, que era contraria á la suya, y la condenaba por mala, porque no
había sido enseñado en ella ni en ninguna de sus cosas, ni la sabía, y que en
la dicha creencia había durado siempre, hasta aquel punto, yendo á la Iglesia, y haciendo las
demás obras, que los de ella hacen. Amonestado que le convenía reducirse para
salvar su alma, respondió “que no quería, porque no sabía ninguna cosa de la
fe católica; que como había de creer lo que no sabía, y que le enseñasen, que entonces, si le
pareciere bien, la seguiría.”
Mandóse que le instruyesen los
calificadores de esta Inquisición, en un aposento de ella, para sacarle de los
errores en que estaba, y satisfacerle á las dudas que propusiese y tuviese; y
habiendo confesado estar convencido y satisfecho, se redujo en forma a nuestra
Santa Fe Católica.
A la acusación y publicación, se
remitió á lo que tenia dicho; y estando la causa conclusa definitivamente,
vista en consulta, se votó: “que el dicho reo saliese al auto, en forma de
penitente, y abjurase de levi, y fuese enviado á España á un convento, donde
estuviese tiempo de dos años, instruyéndose bien en las cosas de nuestra Santa
fe católica, y se le prohibiese ir perpetuamente á tierra de herejes, y
acercarse á la lengua del agua del mar en diez leguas; y así se ejecutó.” ¡Feliz
jurisprudencia; y más felices aquellos, sobre los cuales recaían sus benévolos
y equitativos fallos!. (Agustín Millares Torres;1981)
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