jueves, 11 de julio de 2013

MARTIN FIERRO-XV






Segunda Parte LA VUELTA DE MARTIN FIERRO
cuatro palabras de conversación con los lectores
Entrego a la benevolencia pública, con el título la vuklta de martín fierro, la segunda parte de una obra que ha tenido una acogida tan generosa, que en seis años se han repetido once ediciones con un total de cua­renta y ocho mil ejemplares.

Esto no es vanidad de autor, porque no rindo tributo a esa falsa diosa; ni bombo de editor, porque no lo he sido nunca de mis humildes producciones.

Es un recuerdo oportuno para explicar por qué el primer tiraje del presente libro consta de veinte mil ejemplares, divididos en cinco secciones o ediciones de cuatro mil números cada una; y agregaré que confio en que el acreditado Establecimiento Tipográfico del señor Coni hará una impresión esmerada, como la que tienen todos los libros que salen de sus tálleres.

Lleva también diez ilustraciones incorporadas en el texto, y creo que en los dominios de la literatura es la primera vez que una obra sale de las prensas nacionales con esta mejora. Así se empieza.

Las láminas han sido dibujadas y calcadas en la pie­dra por don Carlos Clerice, artista compatriota que lle­gará a ser notable en su ramo, porque es joven, tiene escuela, sentimiento artístico y amor al trabajo.

El grabado ha sido ejecutado por el señor Supot, que posee el arte, nuevo y poco generalizado todavía entre nosotros, de fijar en láminas metálicas lo que la habilidad del litógrafo ha calcado en la piedra, creando


o imaginando posiciones que interpretan con claridad y sentimiento la escena descrita en el verso.
No se ha omitido, pues, ningún sacrificio a fin de hacer una publicación con las más aventajadas condi­ciones artísticas.

En cuanto a su parte literaria, sólo diré que no se debe perder de vista, al juzgar los defectos del libro, que es copia fiel de un original que los tiene, y repetiré que muchos defectos están allí con el objeto de hacer más evidente y clara la imitación de los que lo son en realidad.

Un libro destinado a despertar la Inteligencia y el amor a la lectura en una población casi primitiva, a servir de provechoso recreo, después de las fatigosas ta­reas, a millares de personas que jamás han leído, debe ajustarse estrictamente a los usos y costumbres de estos mismos lectores, rendir sus ideas e interpretar sus sen­timientos en su mismo lenguaje, en sus frases más usuales, en su forma más general, aunque sea incorrec­ta; con sus imágenes de mayor relieve, y con sus giros más característicos, a fin de que el libro se identifique con ellos de una manera tan estrecha e intima, que su lectura no sea sino una continuación natural de su exis­tencia.

Sólo asi pasan sin violencia del trabajo al libro; y sólo asi, esa lectura puede serles amena, interesante y útil.

¡Ojalá hubiera un libro que gozara del dichoso privi­legio de circular de mano en mano en esa inmensa po­blación diseminada en nuestras vastas campañas, y que bajo una forma que lo hiciera agradable, que asegurara su popularidad, sirviera de ameno pasatiempo a sus lectores!, pero:
Enseñando que el trabajo honrado es la fuente prin­cipal de toda mejora y bienestar.

Enalteciendo las virtudes morales que nacen de la ley natural y que sirven de base a todas las virtudes so­ciales.

Inculcando en tos hombres et sentimiento de venera­ción hada su Creador, inclinándolos a obrar bien.

Afeando las supersticiones ridiculas y generalizadas que nacen de una deplorable ignorancia.
Tendiendo a regularizar y dulcificar las costumbres, enseñando por medios hábilmente escondidos, la modera­ción y el aprecio de sí mismo; el respeto a los demás; estimulando la fortaleza por el espectáculo del infortu­nio acerbo, aconsejando la perseverancia en el bien y la resignación en los trabajos.

Recordando a los padres los deberes que la naturale­za les impone para con sus hijos, poniendo ante sus ojos los males que produce su olvido, induciéndolos por ese medio a que mediten y calculen por si mismos todos los beneficios de su cumplimiento.

Enseñando a los hijos cómo deben respetar y hon­rar a los autores de sus días.

Fomentando en el esposo el amor a su esposa, recor­dando a ésta los santos deberes de su estado; encare­ciendo la felicidad del hogar, enseñando a todos a tra­tarse con respeto recíproco, robusteciendo por todos estos medios los vínculos de la familia y de la sociabi­lidad.
Afirmando en los ciudadanos el amor a la libertad, sin apartarse del respeto que es debido a tos superio­res y magistrados.

Enseñando a los hombres con escasas nociones mo­rales, que deben ser humanos y clementes, caritativos con el huérfano y con el desvalido; fieles a la amistad, gratos a los favores recibidos; enemigos de la holgaza­nería y del vicio; conformes con tos cambios de fortuna; amantes de la verdad, tolerantes, justos y prudente» siempre.

Un libro que todo esto, más que esto, o parte de esto enseñara sin decirlo, sin revelar su presencia, sin dejarla conocer siquiera, sería indudablemente un buen libro, y por cierto que levantaría el nivel moral e inte­lectual de sus lectores aunque dijera «naides» por «na­die», «reseríor» por «desertor», «mesmo» por «mismo»,

u otros barbarismos semejantes, cuya enmienda le está reservada a la escuela, llamada a llenar un vacío que el poema debe respetar, y a corregir vicios y defectos de fraseología que son también elementos de que se debe apoderar el arte para combatir y extirpar males mora­les más fundamentales y trascendentes, examinándolos bajo el punto de vista de una filosofía más elevada y pura.

El progreso de la locución no es la base del progreso social, y un libro que se propusiera tan elevados fines debería prescindir por completo de las delicadas for­mas de la cultura de la frase, subordinándose a las im­periosas exigencias de sus propósitos moralizadores, que serian en tal caso el éxito buscado.

Los personajes colocados en escena deberían hablar en su lenguaje peculiar y propio, con su originalidad, sus gracias y sus defectos naturales, porque despojados de ese ropaje, lo serían igualmente de su carácter típico, que es lo único que los hace simpáticos, conservando la imitación y la verosimilitud en el fondo y en la forma.

Entra también en esta parte la elección del prisma a través del cual le es permitido a cada uno estudiar sus tiempos. Y aceptando esos defectos como un elemen­to, se idealiza también, se piensa, se inclina a los demás a que piensen igualmente y se agrupan, se preparan y conservan pequeños monumentos de arte, para ios que han de estudiarlo mañana y levantar el grande monu­mento de la historia de nuestra civilización.

El gaucho no conoce ni siquiera los elementos de su propio idioma, y sería una impropiedad cuando menos, y una falta de verdad muy censurable, que quien no ha abierto jamás un libro, siga las reglas de arte de Blair, Hermosilla o la Academia.

El gaucho no aprende a cantar. Su único maestro es la espléndida naturaleza que en vanados y majes­tuosos panoramas se extiende delante de sus ojos.

Canta porque hay en él cierto impulso moral, algo de métrico, de rítmico que domina en su organización, y que lo lleva hasta el extraordinario extremo de que iodos sms refranes, sus dichos agudos, sus proverbios comunes, son expresados en dos versos octosílabos per­fectamente medidos, acentuados con inflexible regulari­dad, llenos de armonía, de sentimiento y de profunda intención.

Eso mismo hace muy difícil, si no de todo punto im­posible, distinguir y separar cuáles son los pensamien­tos originales del autor, y cuáles los que son recogidos de las fuentes populares.

No tengo noticia que exista ni que haya existido una raza de hombre aproximado a la naturaleza, cuya sabi­duría proverbial llene todas las condiciones rítmicas de nuestros proverbiales gauchos.

Qué singular es, y qué digno de observación, el oír a nuestros paisanos más incultos expresar en dos versos claros y sencillos, máximas y pensamientos morales que las naciones más antiguas, la India y la Persia, conser­vaban como el tesoro inestimable de su sabiduría pro­verbial; que los griegos escuchaban con veneración de boca de sus sabios más profundos, de Sócrates, funda­dor de la moral, de Platón y de Aristóteles; que entre los latinos difundió gloriosamente el ajamado Séneca; que los hombres del Norte les dieron lugar preferente en su robusta y enérgica literatura; que la civilización moderna repite por medio de sus moralistas más espiar redaos, y que se hallan consagrados fundamentalmente en los códigos religiosos de todos los grandes reforma­dores de la Humanidad.

Indudablemente, que hay cierta semejanza íntima, cierta identidad misteriosa entre todas las razas del Globo que sólo estudian en el gran libro de la Natura­leza; pues que de él deducen, y vienen deduciendo desde hace más de tres mil años, la misma enseñanza, las mis­mas virtudes naturales, expresadas en prosa por todos los hombres del Globo, y en verso por los gauchos que habitan las vastas y fértiles comarcas que se extienden a las dos márgenes del Plata.
El corazón humano y la moral son los mismos en todos los siglos.

209Las civilizaciones difieren esencialmente. «Jamás se hará —dice el doctor V. F. López en su prólogo a Las Neurosis—, un profesor o un catedrático europeo, de un bracma»; así debe ser: pero no ofrecería la misma difi­cultad el hacer de un gaucho un bracma lleno de sabi­duría; si es que los bracmas hacen consistir toda su ciencia en su sabiduría proverbial, según los pinta el sabio conservador de la Biblioteca Nacional de París, en La sabiduría popular do todas las naciones, que di­fundió en el Nuevo Mundo el americano Pazos Kanki.

Saturados de ese espíritu gaucho hay entré nosotros algunos poetas de formas muy cultas y correctas, y no ha de escasear el género, porqué es una producción legí­tima y espontánea del país, y que, en verdad, no se mani­fiesta únicamente en el terreno florido de la literatura.

Concluyó aquí, dejando a la consideración de los be­névolos lectores lo que yo no puedo decir sin extender demasiado este prefacio, poco necesario en las humildes coplas de un hijo del desierto.
¡Sea el público indulgente con él! Y acepte esta hu­milde producción que le dedicamos, como que es nuestro mejor y más antiguo amigo.

La originalidad de un libro debe empezar en el pro­logó.
Nadie se sorprendería, por lo tanto, ni de la forma ni de los objetos que éste abraza; y debemos terminarlo haciendo público nuestro agradecimiento hacia los dis­tinguidos escritores que acaban de honrarnos con su fallo, como el señor don José Tomás Guido, en una be­llísima carta que acogieron deferentes La IWbuna y La Prensa, y que reprodujeron en sus columnas varios pe­riódicos de la República. El doctor don Miguel Navarro Viola, en la última entrega de la «Biblioteca Populan, estimulándonos, con honrosos términos, a continuar en la tarea emprendida.

Diversos periódicos de la ciudad y campana, como El Heraldo, del Azul; La Patria, de Dolores; El Oeste, de Mercedes, y otros, han adquirido también justos títulos a nuestra gratitud, que conservamos como una deuda sagrada.

Terminamos esta breve reseña con La Capital, del Ro­sario, que ha anunciado la vuelta de martín fierro, ha­ciendo concebir esperanzas que Dios sabe si van a ser satisfechas.

Ciérrase este prólogo diciendo que se ttama este libro la vuelta de martín fierro, porque este título le dio el público, antes, mucho antes de haber yo pensado en es­cribirlo; y allá va a correr tierras con mi bendición paternal.
josé hernández




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