Segunda
Parte LA
VUELTA DE MARTIN
FIERRO
cuatro
palabras de conversación con los lectores
Entrego
a la benevolencia pública, con el título la vuklta de martín fierro, la segunda parte de una obra que ha tenido una acogida tan generosa, que en seis
años se han repetido once ediciones
con un total de cuarenta y ocho mil
ejemplares.
Esto no es vanidad de autor, porque no rindo tributo
a esa
falsa diosa; ni bombo de editor, porque no lo he sido nunca de mis humildes producciones.
Es un recuerdo oportuno para explicar por qué el primer
tiraje del presente libro consta de veinte mil ejemplares, divididos en cinco secciones o ediciones de cuatro
mil números cada una; y agregaré que confio en que el acreditado Establecimiento Tipográfico del señor Coni hará
una impresión esmerada, como la que tienen todos
los libros que salen de sus tálleres.
Lleva también diez ilustraciones incorporadas en el texto, y creo que en los dominios de la literatura
es la primera vez que una obra sale de las prensas nacionales
con esta mejora. Así se empieza.
Las láminas han sido dibujadas y calcadas en la piedra
por don Carlos Clerice, artista compatriota que llegará
a ser notable en su ramo, porque es joven, tiene escuela, sentimiento artístico y amor al trabajo.
El grabado ha sido ejecutado por el señor Supot, que posee el arte, nuevo y poco generalizado todavía
entre nosotros, de fijar en láminas metálicas lo que la habilidad del
litógrafo ha calcado en la piedra, creando
o
imaginando posiciones que interpretan con
claridad y sentimiento la escena descrita en el verso.
No se ha omitido, pues, ningún sacrificio a fin de hacer una publicación con las más aventajadas condiciones artísticas.
En cuanto a su parte literaria, sólo diré que no se debe perder de vista, al juzgar los defectos del
libro, que es copia fiel de un original que los tiene, y
repetiré que muchos defectos están allí con
el objeto de hacer más evidente y clara la imitación de los que lo son
en realidad.
Un libro destinado a despertar la Inteligencia y el amor a la lectura en una población casi primitiva, a
servir de provechoso recreo, después de las
fatigosas tareas, a millares de personas que jamás han leído, debe ajustarse
estrictamente a los usos y costumbres de estos mismos lectores, rendir sus ideas e interpretar sus sentimientos en su mismo lenguaje, en sus frases más usuales,
en su forma más general, aunque sea incorrecta;
con sus imágenes de mayor relieve, y con sus giros más característicos, a fin
de que el libro se identifique con ellos
de una manera tan estrecha e intima, que su lectura no sea sino una continuación natural de su existencia.
Sólo asi pasan sin violencia del trabajo al libro; y
sólo asi, esa lectura puede serles amena,
interesante y útil.
¡Ojalá hubiera un libro que gozara del dichoso privilegio
de circular de mano en mano en esa inmensa población
diseminada en nuestras vastas campañas, y que bajo una forma que lo hiciera
agradable, que asegurara su
popularidad, sirviera de ameno pasatiempo a sus lectores!, pero:
Enseñando que el trabajo honrado es la fuente principal
de toda mejora y bienestar.
Enalteciendo las virtudes morales que nacen de la
ley natural y que sirven de base a todas las
virtudes sociales.
Inculcando
en tos hombres et sentimiento de veneración hada su Creador,
inclinándolos a obrar bien.
Afeando
las supersticiones ridiculas y generalizadas que
nacen de una deplorable ignorancia.
Tendiendo a regularizar y dulcificar las costumbres,
enseñando por medios hábilmente escondidos,
la moderación y el aprecio de sí mismo; el respeto a los
demás; estimulando la fortaleza por el
espectáculo del infortunio acerbo,
aconsejando la perseverancia en el bien y la resignación en los trabajos.
Recordando a los padres los deberes que la naturaleza les impone para con sus hijos, poniendo ante sus ojos los males que produce su olvido, induciéndolos
por ese medio a que mediten y calculen por si mismos todos los beneficios de su cumplimiento.
Enseñando a los hijos cómo deben respetar y honrar a los autores de sus días.
Fomentando
en el esposo el amor a su esposa, recordando
a ésta los santos deberes de su
estado; encareciendo la felicidad
del hogar, enseñando a todos a tratarse
con respeto recíproco, robusteciendo por todos estos medios los vínculos
de la familia y de la sociabilidad.
Afirmando en los ciudadanos el amor a la libertad, sin apartarse del respeto que es debido a tos
superiores y magistrados.
Enseñando a los hombres con escasas nociones morales, que deben ser humanos y clementes,
caritativos con el huérfano y con el
desvalido; fieles a la amistad, gratos a los favores recibidos; enemigos de la
holgazanería y del vicio; conformes con tos cambios de fortuna; amantes de la verdad, tolerantes, justos y prudente»
siempre.
Un libro que todo esto, más que esto, o parte de esto enseñara sin decirlo, sin revelar su
presencia, sin dejarla conocer siquiera, sería indudablemente un buen libro, y
por cierto que levantaría el nivel moral e intelectual de sus lectores aunque
dijera «naides» por «nadie», «reseríor» por «desertor»,
«mesmo» por «mismo»,
u otros barbarismos semejantes, cuya enmienda le está reservada a la escuela, llamada a llenar un vacío
que el poema debe respetar, y a corregir vicios y defectos de fraseología que son también elementos de que se debe
apoderar el arte para combatir y extirpar males
morales más fundamentales y trascendentes, examinándolos bajo el punto de vista de una filosofía más
elevada y pura.
El progreso de la locución no es la base del
progreso social, y un libro que se
propusiera tan elevados fines debería prescindir
por completo de las delicadas formas de la
cultura de la frase, subordinándose a las imperiosas exigencias de sus propósitos moralizadores, que serian en tal caso el éxito buscado.
Los
personajes colocados en escena deberían hablar en su lenguaje peculiar y propio, con su originalidad, sus gracias y sus defectos naturales, porque
despojados de ese ropaje, lo serían
igualmente de su carácter típico, que es lo único que los hace
simpáticos, conservando la imitación y la
verosimilitud en el fondo y en la forma.
Entra también en esta parte la elección del prisma
a través del cual le es permitido a cada uno estudiar sus tiempos. Y aceptando esos defectos como un
elemento, se idealiza también, se piensa, se inclina a los
demás a que piensen igualmente y se
agrupan, se preparan y conservan
pequeños monumentos de arte, para ios que han de estudiarlo mañana y
levantar el grande monumento de la historia
de nuestra civilización.
El gaucho no conoce ni siquiera los elementos de su propio idioma, y sería una impropiedad cuando menos,
y una falta de verdad muy censurable, que
quien no ha abierto jamás un libro, siga las reglas de arte de Blair, Hermosilla o la Academia.
El gaucho no aprende a cantar. Su único maestro es la espléndida naturaleza que en vanados y majestuosos
panoramas se extiende delante de sus ojos.
Canta porque hay en él cierto impulso moral, algo de métrico, de rítmico que domina en su
organización, y que lo lleva hasta el
extraordinario extremo de que iodos sms refranes, sus dichos agudos, sus proverbios comunes, son expresados en dos versos octosílabos
perfectamente medidos, acentuados con inflexible regularidad, llenos de armonía, de sentimiento y de profunda
intención.
Eso mismo hace muy difícil, si no de todo punto imposible,
distinguir y separar cuáles son los pensamientos originales del autor, y
cuáles los que son recogidos de las fuentes
populares.
No
tengo noticia que exista ni que haya existido una raza de hombre aproximado a la naturaleza, cuya sabiduría proverbial llene todas las condiciones
rítmicas de nuestros proverbiales gauchos.
Qué singular es, y qué digno de observación, el oír a nuestros paisanos más incultos expresar en dos
versos claros y sencillos, máximas y pensamientos morales que las naciones más antiguas, la India y la Persia, conservaban como el tesoro inestimable de su sabiduría proverbial;
que los griegos escuchaban con veneración de boca
de sus sabios más profundos, de Sócrates, fundador de la moral, de Platón y de Aristóteles; que entre los latinos difundió gloriosamente el ajamado
Séneca; que los hombres del Norte les
dieron lugar preferente en su robusta
y enérgica literatura; que la civilización moderna repite por medio de sus
moralistas más espiar redaos,
y que se hallan consagrados fundamentalmente en los códigos religiosos de todos los grandes reformadores de la Humanidad.
Indudablemente, que hay cierta semejanza íntima, cierta identidad misteriosa entre todas las razas
del Globo que sólo estudian en el gran libro de la Naturaleza; pues que de él deducen, y vienen deduciendo
desde hace más de tres mil años, la
misma enseñanza, las mismas virtudes
naturales, expresadas en prosa por todos los hombres del Globo, y en verso por los gauchos que habitan las vastas y fértiles comarcas que se
extienden a las dos márgenes del
Plata.
El corazón humano y la moral son los mismos en todos los siglos.
209Las civilizaciones difieren esencialmente. «Jamás se hará —dice el doctor V. F. López en su prólogo a Las Neurosis—, un
profesor o un catedrático europeo, de un bracma»; así debe ser: pero no
ofrecería la misma dificultad el hacer de
un gaucho un bracma lleno de sabiduría; si
es que los bracmas hacen consistir toda su ciencia en su sabiduría proverbial, según los pinta el sabio conservador de la Biblioteca Nacional
de París, en La sabiduría popular do
todas las naciones, que difundió en el Nuevo Mundo el americano
Pazos Kanki.
Saturados de ese espíritu gaucho hay entré nosotros algunos poetas de formas muy cultas y correctas, y
no ha de escasear el género, porqué es una
producción legítima y espontánea del país, y
que, en verdad, no se manifiesta únicamente
en el terreno florido de la literatura.
Concluyó aquí, dejando a la consideración de los benévolos lectores lo que yo no puedo decir sin
extender demasiado este prefacio, poco necesario en las humildes coplas de un hijo del desierto.
¡Sea el público indulgente con él! Y acepte esta humilde producción que le dedicamos, como que es
nuestro mejor y más antiguo amigo.
La originalidad de un libro debe empezar en el prologó.
Nadie
se sorprendería, por lo tanto, ni de la forma ni
de los objetos que éste abraza; y debemos terminarlo haciendo público nuestro agradecimiento hacia los
distinguidos escritores que acaban
de honrarnos con su fallo, como el
señor don José Tomás Guido, en una bellísima
carta que acogieron deferentes La
IWbuna y La Prensa, y que reprodujeron en sus columnas varios periódicos de la República. El doctor
don Miguel Navarro Viola, en la
última entrega de la «Biblioteca Populan, estimulándonos, con honrosos términos, a continuar en la tarea emprendida.
Diversos periódicos de la ciudad y campana, como El Heraldo, del Azul; La Patria,
de Dolores; El Oeste, de Mercedes, y
otros, han adquirido también justos títulos a nuestra gratitud, que conservamos como una deuda sagrada.
Terminamos esta breve reseña con La Capital, del Rosario, que ha
anunciado la vuelta de martín fierro, haciendo
concebir esperanzas que Dios sabe si van a ser satisfechas.
Ciérrase
este prólogo diciendo que se ttama este libro la
vuelta de
martín fierro, porque este título le dio el público, antes, mucho antes de haber yo pensado en escribirlo; y allá va a correr tierras con mi
bendición paternal.
josé hernández
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