Eduardo Pedro García Rodríguez
1587 Mayo. 5 navíos ingleses de la Escuadra de Sir Francis
Drake intentan arribar a la isla de Esero (El Hierro). En julio de ese mismo
año, un galeón corsario pretende robar una carabela cargada con vinos en el
Puerto de Añazu n Chinech (Santa Cruz de Tenerife).
1587 Junio 10. Desembarca en el
puerto de Winiwuada (Las Palmas) donde permanece hasta 1593 el Ingeniero
cremonés al servicio del rey español Felipe II. Nos dejo una excelente
descripción de la ciudad colonial de Winiwuada n Tamaránt (Las Palma de Gran
Canaria) y de sus defensas por aquellas fechas en los siguientes términos:
“Esta ciudad es cabeza de este reino de Canaria; y por estar en ella el
magnífico templo episcopal de Santa Ana, bajo los felices auspicios del
Ilustrísimo Monseñor Fernando Suárez de
Figueroa y de la divina musa del
ilustre canónigo Bartolomé Cairasco, resulta más ilustre y más adornada la
grandeza de esta ínclita ciudad. También tiene tribunal de la Inquisición y de la Real Audiencia, con
el Ilustrísimo presidente don Luís de la Cueva y Benavides, caballero andaluz y gobernador
y capitán general de este reino, quien, además de las fortalezas de estas
islas, guardadas por soldados españoles, tiene en esta ciudad continuamente
cuatrocientos peones pagados.
Bien se puede caer de acuerdo con
los astrólogos, que tanta grandeza de tribunales en tan pequeña ciudad nace de
la exaltación de Júpiter en el signo del Cáncer; y por la misma razón tienen
todos los españoles aquí grandísima exaltación y dominio, por ser Júpiter
también señor del signo del Sagitario, que predomina a toda España.
La ciudad es pequeña, sólo de
ochocientas casas. Descendiendo hacia el mar, por la parte de Levante, la
atraviese un pequeño río que sale entre dos montañetas áridas que están a sus
espaldas, la una a mano derecha llamada San Francisco, le otra menor a
izquierda, llamada Santo, Domingo. El puerto está a unas tres millas de
distancia., en dirección norte; y en aquella parte el campo es arenoso, y los
montes cercanos, desnudos y tétricos.
En la parte de mediodía está una
campiña fértil, con un pequeño castillo redondo, llamado de San Pedro, a una
milla de distancia, que guarda una cala que está a su pie.
La muralla roja, en dirección
norte, es un largo lienzo de muralla, con dos baluartes a los extremos; el que
está cerca del mar se llama de Santa Ana, por la advocación de la catedral.
Hacia mediodía, la muralla, que también es roja, es otro lienzo igual, que fue
empezado para defensa de la ciudad por aquella parte. La fortificación amarilla
que rodea la ciudad y que se ve sobre la montaña de San Francisco, es la que se
trata de hacer, según mi parecer, como en el siguiente capítulo se dirá. (los
colores se refieren a los reflejados en el mapa)
Esta ciudad está situada en un lugar tan extraño e irregular (por más que sea llano), y puesta
debajo de tres montañetas que la dominan, llamadas con el nombre de los tres
santos, Domingo, Francisco y Lázaro, que por espacio de veinte años ha dado que
pensar juiciosamente a muchos ingenios italianos y españoles, con motivo de su
fortificación; y hasta ahora Su Majestad Católica no ha tomado ninguna
resolución, ni ha dejado entender qué parecer de tantos le haya gustado.
Siendo yo el último a quien Su Majestad pidió parecer sobre la misma
fortificación, pienso en dos cosas contrarias. La una es la grandísima
dificultad, porque, como no dio satisfacción ningún parecer de tantos ingenios
sutilísimos, temo con razón que el mío, más débil, dé un traspies, no pudiendo,
con la ayuda de sus opiniones, seguir ninguna de las cosas por ellos dichas, ni
ponerlas de acuerdo entre sí, que sería más fácil que el inventar cosas nuevas,
que sean aprobadas mejor que las anteriores. Lo otro que dije se me ocurría en
contrario, es que me parece cosa muy fácil, teniendo en cuenta que Su Majestad
me ha ordenado que sólo tuviese en cuenta de fortificar esta ciudad contra las
ofensas de los piratas, y no contra las fuerzas o algún ejército real
con lo cual se me allanan todas estas dificultades; de modo que, sin dudar y
sin pensar mucho en ello, creo que mi parecer será preferido por Su Majestad.
Es regla general que busquemos la defensa por los lados por donde el
enemigo puede venir fácilmente a ofendernos. Así, considerando los pasados
ingenieros que el enemigo, por su mayor comodidad, tendría que desembarcar por
unos de los dos lados de la ciudad: o hacia el puerto, en cuatro puntos, es a
saber en la punta del Confital, en el Arrecife, en el Puerto y en la caleta de
Santa Catalina; o por la otra parte, en la caleta del castillo de San Pedro; o más adelante, en La Lasca, que también es caleta
con playa; o que, habiendo desembarcado cerca de Telde, deberían de venir por
aquella parte; pensaron por consiguiente fortificar sólo los dos flancos de la
ciudad. Y, considerando que los demás lugares serían demasiado arduos para el
enemigo, no tuvieron en cuenta las espaldas, por donde entra el río; por cuya
razón, los pasados gobernadores sólo hicieron las murallas rojas y aquellos
pequeños castillos redondos, sin ningún plano de personas entendidas en esta
profesión.
Sin embargo, desconfiando que aquella manera de fortificar no era bien
entendida ni bastaba para defender la ciudad, y juzgando que era imposible
poder fortificarla en todo su alrededor, tanto por el sitio, que es grande,
como por el río, que es ancho, decidieron fortificar la montaña de San
Francisco, para, en caso de necesidad, recoger en ella a toda la gente inútil y
los bienes y tener allí amparo seguro, y de allí defender la ciudad con la
artillería, lo cual es imposible, por estar lejos la ciudad, y las calles
tapadas por las casas que les hacen espalda. De modo que, a mi parecer, esta
disposición era fundamento para abandonar la ciudad; y las dos fortificaciones
eran imperfectas, por cinco causas.
La primera razón es (tratando de los lienzos laterales) que la dicha
muralla roja sólo cerraba dos lados, quedando abierta la parte del río y de la
montaña de Santo Domingo, que son las más importantes; y, por más que desde la
montaña de San Francisco se las pueda ver, no están defendidas, por hallarse
alejadas y el río abierto, sin poderse defender de noche. La segunda, que
dichas murallas no impiden que se descubra a la vista lo de dentro, desde todos
los sitios circunvecinos. La tercera; que no tiene defensa de flanco, sino solamente
de frente, y el espacio en que deben permanecer los defensores, es decir el
lado sur, tiene solamente cuatro pies, a modo de muralla antigua, de modo que
es imposible estar en pie combatiendo. La cuarta que, por estar dicha muralla
lejos de las casas, separa ala gente, y el espacio que queda en medio se
descubre desde los lugares altos, y se necesita mucha gente para su defensa.
La quinta, que al fortificarse la montaña de San Francisco, ya se
tiene otra fortificación independiente, y real
mas bien que para defenderse contra los piratas, y es retiro seguro de los defensores y pérdida de la ciudad. Cuán dañina sea esta
retirada, se ha dicho bastante por otros y se sabe muy bien por todos los
soldados. A esta última razón se añade que, si esta fortaleza debe amparar a
toda la gente de la ciudad (como dije antes), es preciso comprender en ella
toda la superficie de la montaña; de modo que deberá ser grande, y los gastos
excesivos, porque, además de las murallas de defensa, se necesitarán casas,
iglesia, pozos y todas las demás cosas que se requieren en una fortaleza bien
guardada, y se aumenta el salario del castellano con mayor número de
bombarderos y soldados que o guarden, todo lo cual es cosa infinita y superflua
para un pirata. Y, si se piensa coger sólo una parte de la superficie, debe de
ser hacia la ciudad; y, como el lugar es pendiente y va bajando hacia la
ciudad, lo demás de la superficie dominará la fortaleza, o cual dificulta el
fortificarla; y, además de no ser capaz para toda la gente, no domina con su
tiro la montaña de San Lázaro ni la ciudad ni los campos desde donde el enemigo
puede ofender las murallas, por estar alejadas.
Por consiguiente, si esta fortaleza, grande o pequeña que sea, no
defiende la ciudad, para que el enemigo no entre en ella, no la saquee y no le
prenda fuego, ¿qué efecto puede esperarse de ella? Si nosotros, encima de la
dicha montaña, fortificados y con buenas piezas de artillería, no podemos
defender la ciudad (que sería más bien ofenderla), desalojando de ella al enemigo,
para él ¿qué interés podrá tener el cogerla, sin amparo, sin alojamiento, sin
agua y sin artillería (porque no podrá conducirla allí por un pasadizo
estrecho)? ¿Acaso podrá dañar tirando de lejos a las casas con arcabuces y con
mosquetes? Seguramente no. Entonces, ¿qué podrá hacer? Dos cosas: la primera,
eliminar la defensa de las murallas rojas, porque tanto desde esta montaña como
desde las otras se les descubre lo de dentro; y la segunda, bajar a la ciudad y
andar por el río como más sea su gusto, que es la parte que antes dije que
quedaba abierta de modo que el enemigo podía entrar por allí, aun es tando
.fortificados Tos dos lados; por cuya razón se ve claramente cuán imperfectas,
y mal entendidas eran estas dos fortificaciones.
Así, pues, queriendo buscar remedio a estos dos males, me decidí a
rodear 1a ciudad de murallas (siendo así que es cosa posible), de manera que el
enemigo no pueda entrar por ninguna parte sin hallar resistencia, y que desde
las alturas no se pueda descubrirla gente de dentro. Esta defensa se entiende
que se hace o por defender la gente, o la ciudad, o, 1o que es más común y
mejor, la gente y la ciudad al mismo tiempo. Por consiguiente, si podemos
defender la gente y la ciudad sin otras fortificaciones en la montaña de San
Francisco, y no ser: atacados desde ésta última, mejor será rodear toda la
ciudad; porque" al ser1a fortificación a manera de círculo, las plazas de
los baluartes quedarán cúbiertas, y las montañas alejadas, sobre todo la de
Santo Domingo y la otra de San Lázaro. Por la parte del mar sólo se puede
desembarcar en 1a Caleta debajo del
castillo de Santa Ana, porque en todo lo demás la costa de la ciudad
es baja, y continuamente azotada por las olas; y porque esta costa es larga,
pongo la fuerza amarilla a la desembocadura del río, para ayudar al castillo de
Santa Ana y la plataforma, y para .cerrar el paso por la parte del sur, cuando
el mar es bajo: ésta, con. dos culebrinas, mantendrá a distancia 1os navíos
enemigos de modo que no puedan ni ofender la ciudad, ni volverse para dar
asalto a la plataforma.
Esta ciudad tiene continuamente 600 hombres de la isla capaces de
llevar armas, además de los soldados; y 500 bastan y sobran para guarnecer
todas las plazas de los baluartes y los lugares de defensa de toda la
fortificación. y considerando que se
piensa en resistir a los piratas, que ni llevan artillería ni tienen fuerzas
para expugnar las fortalezas, las cortinas son sencillas sin terraplenes y
contrafuertes. Su defensa consiste solamente en los baluartes, los cuales,
aunque no sean reales, están hechos sin embargo con terraplenes y capaces para
artillería y para la gente. que se requiriese y de ellos se puede tirar hacia
dentro tanto como hacia fuera, y sirve cada uno independientemente de
fortaleza, cosa sumamente digna de elogio en esta clase de fortificaciones. Y,
cuando la férrea condición de estos tiempos nos obligase a mayor defensa, sobre
la montaña de San Francisco se podría hacer el castillo que se ve dibujado en
amarillo, puesto aquí en escala mayor, cuya posición domina la altura de la
montaña y todas las dificultades, como lo demuestra el perfil, aunque más bien
parezca torre que plataforma, y las partes bajas quedan cubiertas cuanto se necesita, del modo
que se verá en la planta del baluarte, al capítulo siguiente. Y esta plataforma
asegura el que el enemigo no pueda fortificarse en el mismo lugar ni llevar
artillería (por que tiene que vencer mayor dificultad); y de igual modo se
podrían añadir contrafuertes a mediodía, a las cortinas, del baluarte de la
ciudad.
El baluarte, como principal miembro de toda la defensa de la
fortificaci6n, se hace él más fuerte, más dotado con artillería y con
instrumentos de guerra, y mayor que
todos los demás, como verdadero combatiente y defensor de la contraescarpa,
del foso, de las cortinas y de sí mismo; de modo que justamente lo llamaron los
latinos propugnaculum. Por tanto, considerando esto, decidí de poner
terraplenes solamente en los baluartes de estas fortificaciones y armarlos de
aquella artillería que conviene mejor no con cañones de sitio ni con culebrinas
para alcanzar y romper las fortificaciones, bastiones y trincheras que los
enemigos suelen edificar para conquistar fortalezas casi inexpugnables, sino
solamente con aquellas piezas que son suficientes para defenderse de piratas
que, sin instrumentos de guerra, apenas con escalas y con protección de poco
provecho, suelen acercarse por debajo de las murallas, sin intentar nunca las
honradas fatigas de la milicia, sino la facilidad del robo a mansalva, y de la
retirada. En efecto, para atacar a un enemigo desarmado son necesarias pocas
armas; y, bastando la espada, considero superfluo el arcabuz; o, bastando el
arcabuz, pienso que no se da el caso de buscar mosquetes y artillerías y minas,
siendo más adecuado el huir lo más que se pueda de gastos excesivos, y de
aquellas cosas que sólo se pueden
terminar a lo largo de muchos años. Así, proporcionando a las plazas altas y
bajas del baluarte la artillería bastante, que sería falconetes, sacros y
perreros, y con lo largo de las cortinas, reduje las formas a sus dimensiones
mínimas, como se ve en el dibujo que sigue, en que este baluarte defiende la
cortina desde fuera y desde dentro, como bastión domina la campaña, vuelve la
cara a 1os sitios altos cubriendo bastantemente los flancos, y queda a manera
de roque defendido por ambos lados.
Los antiguos fabricaron las cortinas sencillas, es decir sin
contrafuertes ni terrados, para resistir solamente a los arietes, que eran
entonces las máquinas con que se combatía más fuertemente contra ellas. Pero
los modernos ingenieros, teniendo en cuenta la violencia de la artillería, le
opusieron el terraplén, como cosa que mejor y suavemente, sin ruina, recibe y
vence la fuerza de las balas ( que casi se pueden decir arietes insuperables de
nuestros tiempos); y las cortinas las hicieron solamente para sostener la
tierra, para que no se arruinase por la fuerza de las aguas ni por la explosión
de la artillería.
Las cortinas de que se trata en esta fortificación son también
sencillas, porque, como no consideramos que hayan de soportar el tiro de la
artillería, no es necesario terraplenarlas, sino que pueden muy bien servir al
modo de las antiguas. Al mismo tiempo, por la comodidad del pasillo, que corre
por la parte del interior del parapeto, se podrán también socorrer fácilmente
las plazas astas de los baluartes, de la una a la otra, sin bajar a tierra, lo
cual es importante, por lo que se ha dicho de los baluartes. Las defensas de
los baluartes en este dibujo no se toman desde el principio de las cortinas o a
cinco pasos geométricos de distancia de él, como se usa por algunos ingenieros
juiciosos, sino desde diez brazas españolas, que son 60 pies de distancia desde
los flancos, para que la pirámide que forman los tiros de las piezas perreras
(que convienen a esta defensa) quepa en la base, eso es en la frente y cara del
baluarte, como se ve claramente en el dibujo colocado aquí abajo.
El puente es un camino que se hace sobre los ríos o sobre el mar,
inventado por los antiguos arquitectos para la comodidad, no ya para la defensa
militar, como se demuestra ser necesario en la fortificación de esta ciudad. En
el río, en el punto por donde pasa la muralla, no es necesaria ninguna calle; y
sólo se hace puente para continuar la muralla, para que no quede paso abierto y
entrada para el enemigo y para que los arcos no queden abiertos, se necesita en
cada uno de ellos un fuerte rastrillo, que debe hacerse de maderos muy fuertes
y con verjas, para que las aguas pasen sin impedimento mientras ocurra que
estén bajadas. Pero deben estar hechas de manera que un hombre no quepa por los
agujeros y también se pueden hacer llenas y macizas, porque basta con bajar
solamente de ellos aquella parte que sea necesaria, es decir hasta el agua o
cerca de ella, como se ve en el dibujo siguiente. Y a la parte de dentro, es
decir entre los rastrillos y el parapeto, quedará espacio abierto, para que
desde allí se pueda atacar a los enemigos que intentasen pasar por debajo y el
parapeto será grueso como los demás, y un poco más alto para cubrir lo más que
se pueda la calle, en vista de aquéllos que deben de permanecer cerca de los
rastrillos y de sus defensas.” (Leonardo Torriani; 1957:153-61)
Julio de 2013.
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