TOMADO DEL LIBRO: EL MENCEYATO DE TEGUESTE: APUNTES PARA SU HISTORIA
Eduardo Pedro García Rodríguez
Capitulo VIII
ACHIMENCEYATO DE AGUAHUCO:
CASTELLANIZADO COMO PUNTA DEL HIDALGO
POBRE
Gentilicio: puntero/as
Es una localidad costera de la isla perteneciente
al Menceyato de Tegueste, es el
extremo de tierra más adentrado en el mar de toda la isla Chinech (Tenerife).
En la época precolonial fue un señorío
independiente de los demás excepto con el de Tegueste con el que mantenía cierta dependencia, posiblemente por
relaciones de parentesco.
La relación histórica documental de este
Achimenceyato trasmitida por las crónicas e historiadores es ciertamente
limitada, casi siempre basada más en leyendas y
tradiciones que en hechos históricos contrastados.
El
primer Achimencey de la zona fue Aguahuco, hijo de una mujer cucaha de Tinerfe el Grande y que fue administrador
de este territorio por designio de su padre. Según cronistas de la época,
Zebenzuí, hijo del primer Achimencey, fue el señor de Adaar en tiempos de la invasión y conquista española. De su
actuación en la defensa de la isla, hay testimonios de los documentos que
narran la historia de la conquista de Chinech (Tenerife) como consecuencia de
su participación activa en las batallas que protagonizó junto a Benchomo,
Tinguaro, Acaymo como Sigoñe (Capitán)
de Tegueste II.
Se
distinguió de manera destacada en la batalla de La Matanza de Acentejo y
especialmente en la de Las Pañuelas en Tegueste.
Posiblemente
el nombre guanche del Achimenceyato fuese Adaar,
siendo conocido después por los invasores por el patronímico de su regente.
Entre las tradiciones recogidas por los
historiadores figura esta sugerente narración:
“Desde
los tiempos de Alonso Fernández de Lugo, Zebenzuí fue perseguido y marginado
debido a sus “pillajes y robos de ganado a los conquistadores”, que empleaba en
alimentar a su pueblo, recluido en el cerco de aislamiento dictado por el
Adelantado, en la
Cordillera de Anaga,
y que pasaron a la historia como los “insumisos de Anaga”.
De estas leyendas quizás la más asumida se la
recogida por el
criollo, clérigo católico e historiador
José de Viera y Clavijo, quien nos legó
el siguiente relato en torno a la figura de Sebenzui:
“Además de los nueve hijos legítimos que dejó el
Gran Tinerfe, tuvo otro bastardo que se llamó Aguahuco; éste no tomó para si el
titulo de mencey, como los otros, sino el de achimencey, que es decir el
‘hidalgo pobre’, contentándose con un pequeño territorio situado a la parte del
Norte de la isla que todavía retiene el nombre de Punta del Hidalgo.
Zebenzui su hijo, fue un bárbaro ilustre
que llevó el heroísmo de la simple naturaleza hasta un punto excesivo. Sirvióle
el valor de mejor patrimonio que el que había heredado, pues, pagados los reyes
sus parientes de las acciones atrevidas que ejecutaba, solían regalarlo a
competencia, especialmente Beneharo de Anaga, que apreciaba los hechos
en que tenía parte la osadía. Pero los vasallos de estos mismos príncipes que
le admiraban habían concebido un odio mortal contra Zebensuí, al experimentar
que les tiranizaba sus familias y les robaba sus ganados.
Ya estos pobres pastores estaban cansados de
murmurar en secreto de aquellas opresiones, cuando penetrados de su amargura se
presentaron algunos en el tagóror del rey Benchomo de Taoro, implorando su poderosa
protección a favor de sus cabañas y sus crías. Benchomo, sintiendo estos
excesos de un deudo a quien era preciso contener sin deshonrarle, tomó una
resolución que nos pone de manifiesto su carácter, dándonos una idea de la
agradable simplicidad de aquellos hombres.
Cierto día muy de mañana salió de su palacio de Taoro solo y como de incógnito
y, llegando repentinamente a la cueva de Zebensuí, le halló acabando de comer
un cabritillo que él mismo había asado por sus manos. La inopinada visita de
semejante personaje no pudo menos de turbar al Hidalgo Pobre, pero se aumentó
su sorpresa cuando oyó de la boca del mencey las más severas reprensiones sobre
su violenta conducta. “Yo, Quebehi (respondió el Hidalgo), me siento tan fuera
de mí al ver la honra que me haces entrándote en este pobre albergue y al oír
tus reconvenciones, que no sé qué me haga. ¿Llevarás a bien que salga a buscar
alguna cosa para prepararte la comida?” Benchomo, deteniéndole entonces por el
brazo y fijando en él unos ojos llenos de fuego y de majestad, le dijo así:
“Detente, Zebensui, y no pienses darme de comer de lo ajeno. Ten juicio y
advierte que el príncipe no puede sustentarse de la sangre de los vasallos
infelices, a quienes debe mirar siempre con entrañas de padre. Dame gofio y
agua, y éste será para mi el banquete más delicioso”.
Zebensui le presentó el gofio y el agua (sin sal,
porque no la tenía) y, habiéndolo amasado Benchomo, empezó a comerlo diciendo:
“Primo Zebensui, ¡oh, si tú conocieses cuán sabroso es este manjar, cuando está
amasado con unas manos limpias y se come sin humedecerlo en lágrimas de los
pobres! Los tiernos cabritillos, los gruesos recentales, cocidos en leche, pero
arrancados con injusticia y execración del calor de las madres y del seno de
los pastores indefensos, sin hacerte más rico, te harán a la verdad muy
abominable y digno de todas mis iras”.
Estas últimas palabras ya las pronunció el rey
estando en la misma puerta de la gruta y, habiéndose salido al instante, marchó
a paso redoblado para Taoro, por una senda irregular. Zebensuí, que
había quedado atónito y como petrificado de este suceso, volvió tan tarde en sí
que, cuando quiso seguirle para echarse a sus pies, no pudo alcanzarle, por más
que llegó hasta Tegueste. Refirió al rey de este país cuánto acababa de
sucederle con Benchomo y le suplicó fuese su mediador para desenojarle y
saliese por fiador de su arrepentimiento. Tegueste no sólo le dio la palabra,
sino que le hizo mayoral de todos sus ganados, que eran tan numerosos, que los
guardaban cien pastores.” (Viera y Clavijo)
Aspectos
arqueológicos en torno al Achimenceyato
El Achimenceyato de Aguahuco es extraordinariamente rico en vestigios arqueológicos de
la ancestral cultura guanche, destacando sobre manera los yacimientos de
grabados rupestres, cazoletas y canalillos usados por nuestros ancestros en
rituales de petición de lluvias, culto a la fertilidad humana y animal así como
en acciones de gracias dirigidas a las Divinidades.
“La Historia
antigua de Tenerife ha estado amparada en diversos paradigmas.
De ellos destacan particularmente los difusionistas, evolucionistas
unilineales y empiristas, reforzados con la aportación raciológica de la antropología
física tradicional.
Estas
perspectivas coincidieron en determinar la existencia de una cultura arcaizante, reiterativa y frugal en sus
manifestaciones socioculturales, privando
a la cultura indígena de las variables evolutivas secuenciales que entrañaban su desarrollo, al considerarse el
estatismo de su trayectoria sociohistórica y, por consiguiente, la carencia de
dinamismo.
La cultura guanche se contemplaba materialmente fosilizada, a tenor de
las escasas innovaciones de un registro
ergológico repetitivo, poco sustancioso y, a la par, carente de
monumentalidad.
La articulación sustantiva del marco teórico enunciado influenció, de
forma muy particular, las manifestaciones rupestres, que fueron obviadas y, en ocasiones, desestimadas, por considerar que
una cultura con un grado de desarrollo
semejante no podía contar con este tipo de representaciones. Por lo tanto, no existía la necesidad de buscar lo
que se suponía no podía existir. Es un
hecho palpable que, con la excepción de la presunta inscripción de Anaga
poco más sustancioso se encuentra en la bibliografía arqueológica de Tenerife hasta los años ochenta del
presente siglo (Siglo xx).
No deja de ser significativo que el establecimiento de comparaciones con las culturas de La Palma, El Hierro o Gran
Canaria, reafirmase la correspondencia
entre la aparente ausencia de estaciones rupestres en Tenerife y el pretendido bagaje cultural de sus
antiguos habitantes. Lo que no parecía obvio
para las islas citadas, cuyo ambiente rupestre era mucho más
conocido y a las que, en cierta medida, se atribuía un grado más avanzado de evolución sociocultural.
Además, las analogías etnográficas expresadas desde el evolucionismo unilineal y su paralelismo con prácticas de la
sociedad rural tradicional de Tenerife, de cara
a la confirmación presencial del modo de vida rústico y pastoril de las
sociedades actuales respecto al mundo “guanchinesco”, determinaron pervivencias culturales que reforzaban la unidireccionalidad del
hombre y la cultura en el pasado arqueológico y en el presente etnográfico.
En este marco de
referencia teórico y conceptual pueden articularse y resumirse tanto el armazón crono-contextual heredado, como sus explicaciones sustanciales. De esta forma, las
representaciones rupestres indígenas podían trasladarse a un ambiente
subacrual tildadas de queseras (lugares presumiblemente utilizados para
realizar quesos), garabatos de niños y mayores, pasatiempos, y marcas de
pastores practicadas con cuchillos, que se
afilarían utilizando las rocas próximas a los supuestos paraderos pastoriles, cuya utilización habría
pervivido desde época prehispánica.
La descontextualización de la arqueología tinerfeña, carente —en esos momentos— de bases científicas innovadoras en la
teoría general del conocimiento
humano, promovieron la visión de los petroglifos como inscripciones
etnográficas o de la postconquista europea, descartándose su validación prehistórica. Y —con posterioridad—
deteniendo el reloj extenso de la
cultura en un único segmento de su devenir: el prehispánico.
Por todo ello, fue en los años ochenta de la presente centuria cuando algunos aficionados y arqueólogos profesionales
comunicaron y publicaron el descubrimiento
de estaciones rupestres en lugares concretos de Tenerife. No obstante, a tenor de los criterios teóricos y
metodológicos heredados, así como razones
de localización y accesibilidad, fueron los motivos figurativos de las estaciones de Santa María del Mar y
Aripe, los que merecieron la atención de las
publicaciones en revistas especializadas o en las páginas de los periódicos locales.
Se trataba de motivos que llamaban la atención (barcos europeos bajo medievales) y permitían el establecimiento de
analogías cognoscibles (guerreros líbicos,
caballos, cápridos,...), relacionadas —en parte— con el heterogéneo
horizonte cultural norteafricano o con la etapa inicial de la conquista. Mientras, los grabados
líbico-bereberes saltaban a las páginas de los noticieros con apreciaciones descriptivas comparadas.
La unicidad de estos hallazgos provocó discrepancias respecto a su adscripción sociocultural entre algunos
investigadores, que les adjudicaban parentescos
totalmente ajenos a los guanches. Por contra, la amplia temática geométrica representada en esas y otras estaciones
rupestres de la isla, no mereció la atención debida por la recurrencia del
marco teórico heredado del evolucionismo unidireccional y la imposibilidad de
establecer comparaciones interculturales con
motivos tan universales y “sencillos”, como es el caso de los cruciformes, los trazos lineales y los reticulados.
Además, el mimetismo interinsular vía La Palma hacía posible la aceptación
o patente antigüedad de las técnicas de piqueteado frente al concurso de las incisiones, aparentemente más modernas. Se
sobreentendía, así, el criterio de
antigüedad/modernidad en función de las técnicas de realización, dada la imposibilidad de datar con cronología
absoluta los paneles objeto de curiosidad. En cualquier caso, el piqueteado no
solía prodigarse en los sitios
arqueológicos tinerfeños, lo que reforzaba las opiniones dominantes.
Para los más entusiastas, el rescate puntual mencionado posibilitó el advenimiento de motivos hasta entonces desconocidos
para la mayoría del mundo arqueológico, celebrándose la incorporación de
Tenerife a elementos culturales como la
escritura líbica o la figuración zoomorfa, antropomorfa y
de embarcaciones, en consonancia con lo ocurrido en otras islas del Archipiélago Canario.
Si los signos alfabéticos indígenas y las representaciones humanas y
animales dejaron de permanecer tras una perceptible cortina de olvido, el hallazgo de lugares asociados al culto religioso
pretérito se consideraba, mayormente,
privativo de la cultura de Gran Canaria, objeto de una complejidad sociocultural más tangible en sus
repertorios ergológicos y monumentales. O lo que
es igual, el primitivismo prehistórico de Tenerife difícilmente podría acceder
a la elaboración de recintos cultuales, tallados en la roca, para
unas actividades que el empirismo al uso no le concedía ni reconocía a través del registro de su cultura
material. El tiempo y los hallazgos se han encargado de desmentir tal
aserto.
A continuación trataremos la problemática de los soportes, las
técnicas de ejecución, la temática
representada, el encuadre cronológico, la pátina y la liquenología, la seriación, sistematización y periodización, la
adscripción sociocultural, y las analogías
comparadas. Por último, se recoge una síntesis con las principales conclusiones, y la bibliografía.
Tipo de soporte y localización
Los soportes donde se encuentran las expresiones rupestres de Tenerife
son fundamentalmente pétreos y están ubicados en las proximidades de emplazamientos prominentes, elevados, y dotados de
cierto aislamiento y segregación espacial, como montañas, roques y pitones. En
algunas ocasiones, pueden estar
situados sobre coladas volcánicas superficiales de diversa extensión, mientras
en otros casos existen rocas individualizadas de variado volumen.
En cuanto a su naturaleza geológica, a un nivel más concreto, podemos hablar de soportes basálticos en los que destacan
los materiales fonolíticos, augítico-olivínicos
y los paquetes de toba volcánica. A veces, en estos contextos tobáceos coinciden las manifestaciones rupestres con
canalillos, cazoletas y orificios tallados
en la roca, de configuración morfotécnica similar, aunque con una menor extensión, a los recintos que en Gran
Canaria reciben la denominación
genérica de “almogaren”.” (José Juan Jiménez
González, 1996).
Los trabajos de investigación sobre los mismos
llevados a cabo por científicos de la Universidad de La Laguna y del Museo de la
naturaleza y el hombre del Cabildo de Tenerife son cuantiosos, por ello, no
vamos a incidir en los mismos, nos limitaremos a señalar brevemente algunos
particulares, extractados de un
interesante trabajo publicado por el investigador de la Universidad de La Laguna don José Perera
López:
“El presente trabajo es fruto del
descubrimiento casual de una estación de grabados rupestres
por parte de Moisés González Pérez que nos comunicó el hallazgo y Pablo Vinuesa
Fleischmann. Más tarde, Rubén Marünez Carmona localizó otra estación a cierta
distancia de la primera. Nuestra labor, por tanto, ha consistido en el estudio
de los grabados y su contexto, ayudándonos
a ello Benito Darías Delgado
Dado el expolio sistemático de que han sido
y son objeto los yacimientos precoloniales
canarios, preferimos, como medida de seguridad, no dar la localización exacta del enclave. La dificultad de acceso y su
desconocimiento han sido los factores que han posibilitado la
conservación de la localidad y no quisiéramos que por nuestra causa tuviésemos
que lamentar el deterioro de ésta.
…el yacimiento puede
subdividirse en tres grupos: dos
estaciones de grabados y una de restos de construcciones. Por su localización relativa hemos denominado a las primeras
“estación occidental” y “estación oriental”; de ellas, la occidental es la más importante
ateniéndonos al número y variedad de grabados. Respecto a las construcciones,
nos limitamos a hacer un croquis y una descripción
de las mismas. Su posible carácter aborigen plantea serias dudas y sería necesario un trabajo de investigación más profundo
que excede a nuestras posibilidades.
Localización del
yacimiento
El conjunto arqueológico estudiado se halla
enclavado en un pequeño rellano denominado "La Pedrera", situado en la cara Norte de un
roque que se localiza en la zona costera
de Tenerife. Se trata de un paisaje extremadamente abrupto, en el que alternan profundos barrancos con escarpadas
montañas. Así, aunque el yacimiento se encuentra a 175 metros sobre el nivel
del mar, se halla a pocas decenas de metros del mismo en línea recta, pudiéndose decir que está
en el borde de un acantilado marino.
Hemos contabilizado un total de 22 figuras que, tipológicamente,
dividimos en 6 categorías. Éstas van desde los antropomorfos
hasta los abstractos pasando, posiblemente, por los zoomorfos.
La ordenación de los grabados no parece seguir un
orden prefijado salvo en el caso de los antropomorfos
femeninos que presentan una aparente alineación en sentido Este-Oeste.
Finalmente, cabe señalar que aunque estudiamos 22
figuras, los grabados presentes en la estación podrían
superar este número; el problema está en que existe toda una serie de formas en las que es muy difícil determinar si nos
encontramos ante grabados o simples rehundimientos
naturales. Por esta razón, hemos preferido ser conservadores y analizar solamente aquello que parece claramente ser una
creación humana.
Grupo de los antropomorfos
femeninos
Englobamos en este apartado cuatro grabados más o menos acabados cuyo
denominador general parecen ser la representación
esquemática de mujeres embarazadas.
Curiosamente dan la impresión de que se encuentran orientadas en
dirección Este, punto cardinal hacia el que apuntan las
"cabezas", y alineadas en “fila india” también en sentido Oeste-Este. Son las figuras más llamativas del conjunto,
especialmente por el tamaño que alcanzan.
1.- Grabado en el que se ha excavado un surco continuo mediante picado
y sin abrasionar; el canal conseguido se estrangula en su
extremo oriental a modo de “8”, dejando aisladas
dos "islas" de roca con formas toscamente elípticas y de dimensiones
desiguales: la oriental, a la que denominaremos
"cabeza", considerablemente más pequeña que la
occidental, a la que denominamos “torso y vientre”. En los extremos occidentales
de las “islas” hay sendas penetraciones del surco que se orienta en dirección
más o menos Oeste-Este; a la que aparece en la “cabeza” llamaremos “boca” y a la
que se inserta en el “vientre” denominaremos
“vagina”.
Las dimensiones de la figura así formada son de unos
59 centímetros de distancia re los puntos
más distantes, es decir, del vientre a la cabeza. Esta medida se puede componer
en unos 41 centímetros que alcanza el conjunto vientre-torso, unos 14 centimetros la cabeza y los 3,5 del “cuello”. En cuanto al
ancho del grabado, el timo se alcanza
en el torso con 28,8 centímetros, la cabeza posee 12,3 centímetros anchura mayor y el cuello en torno a los 7
centímetros. La anchura del surco varía;
alrededor de los 1 -2 centímetros. La boca tiene unas dimensiones que van desde
los 2,5 largo a los 1-2 centímetros de ancho. La vagina tiene una
longitud mayor de 3,5 centímetros y un ancho mínimo de 0,3 centímetros hasta
1,5 centímetros de abertura (tima. En
general la profundidad del surco se mantiene constante en toda la figura,
alcanzando un valor medio de 1,5 centímetros. Fijar la orientación del grabado
resulta tanto subjetivo; si tomamos
la cabeza como vértice de flecha respecto al resto del cuerpo la dirección que nos indicaría sería más o
menos Oeste-Este. También hay que tener
en cuenta que la plancha de tosca sobre la que se inserta la figura está
inclinada hacia el Oeste, de tal
manera que la cabeza queda realzada respecto al resto del motivo. El estado de conservación es bueno y no parece que
hubiese intención por parte de autores de completar el esquema con la
realización de “brazos” y “piernas”. (José Perera López, 1992).
Cueva Las Goteras situada en la localidad de Punta Hidalgo, cueva sepulcra1 colectiva:
hallazgo de cráneos. (Diego Cuscoy, L. 1968)
Un
reciente hallazgo del incansable “pateador” e inquieto investigador de nuestra orografía Javier
Miranda ha aportado un nuevo elemento arqueológico a la extensa nómina de
yacimientos existentes en el Achimenceyato de Aguahuco o La Punta del Hidalgo, dicho
yacimiento a sido dado a conocer mediante la prensa local, en un articulo
firmado por Blanca Salazar el 27 de enero de 2011.
Dicho
yacimiento esta compuesto por un Santuario guanche compuesto entre otros
elemento de un falo rocoso, de metro y medio de altura, situado el
centro ceremonial guanche descubierto por Javier Miranda gracias a la tradición
oral, se encuentran cerca de Punta del Hidalgo, el falo esta asociado a
canalillos y cazoletas, además de un grabado rupestre que parece ser un reloj
solar.
El yacimiento está enclavado en un lugar
identificado a través de la tradición oral como Cuevas Encantadas, en el
barranco de las Cuevas Ciegas. El entorno natural que le pone marco es de por sí
espectacular, por el abrupto y bello paisaje y por las enormes
paredes verticales que conforman el escarpado barranco que rodea a este
centro vinculado a rituales ancestrales. Javier enfatiza también que las cuevas
tienen unas formas realmente llamativas y que dada su altura y estratégica
ubicación, desde ellas hay unas vistas sublimes del barranco y del amplio cielo
que las custodia.
Aunque lo que más destaca del lugar es “su
impresionante sonoridad”. “La acústica es casi sobrenatural”, según narra su descubridor. De hecho fue ese impactante
efecto sonoro lo que perduró a través de los siglos a través de la tradición
oral hasta llegar a oídos de Javier Miranda. Y fue su gran interés sobre los litófonos guanches lo que le guió hasta el
citado yacimiento.
Nos dice
Javier Hernández: “Un amigo me contó hace tiempo que su abuelo, que
había fallecido hacía 15 años, a su vez contaba que sus abuelos de jóvenes tenían
costumbre de ir ciertos días del año a un lugar cercano a Punta del Hidalgo
para tocar con unas lajas” en una zona de cuevas de gran sonoridad. Añade que
ese longevo señor también decía “que sus abuelos descendían de los guanches”, “hacía las cuentas en guanche”.
Este anciano analfabeto de la cultura europea,
prosigue Javier, dominaba el sistema numérico norteafricano, que gira en torno
a términos como Arba (número cuatro), Versaras, Citara o Guasiriguay.
Pero para su satisfacción y la de sus acompañantes, se topó con otros vestigios precolonial relevantes. Cita entre ellos huecos en una pared de roca “que por dentro de la cueva tienen forma circular y por fuera tienen forma rectangular, algo muy complejo de hacer que tiene que ser obra de un tallador, aunque algunos siempre han querido contar que los guanches sólo eran unos salvajes que cuidaban cabras”. Cita también una piedra circular con un hueco al centro y hendiduras radiales que bien podría ser un reloj solar, ya que se asemeja a otros relojes guanches catalogados en Tenerife (alguno de los cuales permaneció en uso hasta hace apenas un siglo). Así como “una media luna excavada en el suelo”. (Blanca Salazar, 2011).
Julio de 2013.
eduardobenchomo@gmail.com
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