jueves, 16 de julio de 2015

TERCER AUTO DE FE EN TAMARANT (GRAN CANARIA)

1534 Mayo 3. Los colonos invasores de la secta católica sin duda tomaron gusto por el  olor de carne humana quemada,  como sublime aroma capaz de despertar la gratitud y reconocimiento de su dios, un dios según ellos infinitamente justo  fuente de misericordia y de amor al prójimo. Pero en esta ocasión no habían victimas dignas por sus pecados de ser ofrendadas en la hoguera, ya que los que reunían esta condición, en su pertinaz herejía prefirieron huir de la cárcel que ser victimas propicias en la ofrenda.

A pesar de ello la   “Santa Inquisición” española procede a llevar a cabo su tercer auto de fe en la colonia de Canarias, cuyos reos ya había pasado por un proceso de purificación de sus almas mediante la aplicación  de determinados dispositivos de convicción de que disponían y utilizaban los oficiales católicos españoles de la “Santa Inquisición”. Los cuales inscribían en los artefactos confeccionados para la tortura las palabras: “Soli Deo Gloria (Gloria solo a Dios”), para evitar los conjuros del maligno Guayota los inquisidores  rociaban los instrumentos de tortura con “agua bendita”. Algunas de las creaciones de éstos clérigos católicos iluminados por su dios era los siguientes: El “estante”, un cajón en el que la víctima era acostada y atada de manos y pies. Entonces, los verdugos estiraban las cuerdas hasta descoyuntar los brazos y piernas del acusado. Las pinzas grandes utilizadas para arrancar las uñas de las manos y de los pies. Las botas españolas, utilizadas para aplastar las piernas y los pies. La Virgen de hierro”, un cajón hecho a semejanza de una mujer, con cuchillos afilados fijados por dentro en ambos lados. Obligada la víctima a entrar en el cajón, los verdugos le cerraban la tapa encima, desgarrando los cuchillos la carne del infortunado y matándolo. El hierro candente vertido en los ojos o los oídos.  Sacar los ojos de algunos acusados. El “látigo de hierro”. Ahogar con orina o excremento a algunos “herejes”. Suspender al acusado de las manos. Las manos de la víctima eran atadas a espaldas; luego la víctima era suspendida en el aire por una soga atada a sus manos, haciendo fuerza en sus manos y muñecas todo el peso del cuerpo. La víctima era inmovilizada y luego dejaban gotear agua por su garganta hasta casi ahogarla. La “santa trinidad” era un casco de acero calentado a rojo vivo, luego colocado sobre la cabeza del denunciado. Al sacarlo las bestias encargadas de las torturas se quedaba la piel quemada pegada al acero, y en ocasiones a los reos les explotaba el cerebro. Además contaban con otras torturas como: “Las peras del Papa.” “El taburete de Judas.”  “La araña de hierro.”   “La pata de gato, con uñas.”   “La cama de estirar el cuerpo hasta romper coyunturas.” “El aplasta cabezas Etc.
Este tercer auto de fe llevado a cabo como los anteriores en Tamaránt (Gran Canaria) nos lo describe D. Agustín Millares Torres en los siguientes términos: “No se había equivocado el pueblo. El incansable y activo Tesorero D. Luis de Padilla, trabajaba con empeño en acumular procesos sobre procesos, auxiliado en tan noble empresa por el fiscal .Juan de Fullana, que veía en cada persona un hereje, y en cualquier acto de la voluntad una ofensa á Dios.
Pero, no todo lo qué un Juez se propone lo consigue, aún cuando esté inspirado por tan levantados propósitos, con los que impulsaban al Sr. Tesorero.
En cuatro años solo pudo descubrir veinte y siete reos dignos de figurar por sus crímenes en el nuevo auto de fe. Pocos eran, sin embargo, entre ellos solo dos aparecían con la pena de relapso.

 Ya no se encontraban aquellos caracteres enérgicos, es decir, perversos y endurecidos, que declinaban la honra de ser católicos. Todos los que se veían amenazados con la hoguera, abjuraban inmediatamente de sus errores, y prometían reconciliarse con la Iglesia. ¡Beneficio incalculable debido sin duda á los penosos trabajos del Santo Tribunal!.

Es verdad que esas conversiones, después del tormento y el azote, y ante la amenaza del fuego, no eran en sí mismas muy edificantes; pero de todos modos, la mala semilla se arrancaba; y los reconciliados, condenados todos á penas infamantes. inhábiles para ejercer toda clase de oficios, desposeídos de sus bienes, desterrados, ó encarcelados por toda la vida el en inmundos calabozos, no podían pervertir con su ejemplo a los buenos católicos.

El auto se disfrutó y tuvo lugar, el domingo 3 de Mayo de 1534, en la misma plaza
mayor de Santa Ana, y delante de la Iglesia Catedral, en un hermoso tablado, que se
levantó con ese objeto.

El contingente de los relapsos lo suministró la secta judaica, aunque con la pequeña diferencia, de que la Inquisición solo pudo quemar sus estatuas.

Los nombres de estos nuevos herejes eran:
Duarte González, conocido por Francisco Ramos, zapatero. vecino de la Palma, y cristiano nuevo de judío.
Duarte Pérez, de la propia vecindad,
Y por  la misma causa.
Ambos fueron relajados al brazo seglar,
y quemadas sus estatuas, con las accesorias de confiscación de bienes, é inhabilitación perpetua á sus descendientes.

Los reconciliados eran en mayor número:

véase la lista.

Andrés, esclavo de Bernardino Justiniani, vecino de Tenerife.
Amón, esclavo de Hernando de Jerez, vecino de Canaria.
Ana de Salazar, vecina de Lanzarote.
Ana, de la misma vecindad.
Alonso de Lugo ó de la Seda, vecino de Lanzarote .
Alonso, esclavo de Pedro de Cabrera, vecino de Lanzarote.
Antonio, esclavo de Ruiz Leme, vecino de Lanzarote.
Diego, esclavo de Juan de Alarcón, Deán de Canaria.
Diego Alonso  ó Mura, vecino de Lanzarote.
Francisco, esclavo del pertiguero Andrés
de Medina vecino de Canaria.
Felipe, indio, esclavo de Francisco Sánchez de los Palacios, vecino de Canaria.
Francisco Bujama  u Ortega,  vecino de Lanzarote.
Gonzalo Baéz, vecino de Gáldar.
Jorge, esclavo de Juan Hernández, cerrajero, vecino de Canaria.
Juan de Alfaro, esclavo del Licenciado Alfaro, vecino de Tenerife
Juan de Palomares, esclavo de Diego Felipe, vecino de Lanzarote.
Juan, negro, esclavo de Hernando Magader,  vecino de Lanzarote.
Juan, esclavo de Adán Acedo, vecino de Galdar.
Juana, mujer de Juan Jansen, vecina de Lanzarote.
Luís Déniz de Salazar, por otro nombre Alí Bojador, vecino de Lanzarote.
Luis Perdomo, vecino de Lanzarote.
Luís, esclavo de Juan. Perdomo, vecino Lanzarote.
Pedro Berrugo,o ó sea. Pedro Cabrera, ve-
Cino de Lanzarote.
Pedro, esclavo de Juan Perdomo, vecino de Lanzarote.
Pedro, negro esclavo, del mismo Juan y de la propia vecindad.

Estos fueron los veinte y siete reos, que según la relación que se conserva de este
Auto de  fe se presentaron en él con  en él fin de sufrir las penas a que fueron condenados.

No consta las penas á que fueron condenados, porque la relación detallada de sus causas ha desaparecido, como la mayor parte de las que figuran en los autos anteriores.

La incuria el abandono y el desaseo han convertido en polvo muchos de aquellos curiosos documentos,

De suponerse es por las que aparecen de procesos análogos de los posteriores, que
serían tan difíciles de cumplir, como fáciles de imponer .

En general puede decirse, que estos reconciliados, como ya hemos dicho, desaparecían del país, sin que jamás  volviera  saberse de ellos. Cuando la pena era de cárcel perpetua, enviaban 1os reos á Sevilla, y en las cárceles  de aquella  Inquisición, eran enterrados vivos, hasta su último día.

Entre tanto, la peste había desaparecido desde el año anterior, y el regocijo de la población era grande, creyendo que el comercio de los azúcares y el de los vinos que principiaba á desarrollarse, traería algún bienestar a los propietarios, y ocupación a la clase jornalera.

El movimiento, sin embargo, era muy lento, y apenas aparecía en la superficie.
Una tranquilidad, mal sana, que á veces interrumpía la noticia de alguna irrupción de
corsarios berberiscos, en las islas de Lanzarote ó Fuerteventura, venia á variar esta
monótona existencia.

Los herejes cesaron de turbar la conciencia de los fieles; una escrupulosidad minuciosa presidió á todos los actos externos de devoción, aun en aquellas familias, que por su acrisolada piedad, .podían inspirar menos recelos á la inquisición; y en todas las Islas reinó una ortodoxia tan completa,  que el Cabildo eclesiástico, teniendo en cuenta que
D. Luis de Padilla no asistía a coro y, siendo notorio que en el Santo Oficio no había que hacer, por cuya razón tanto al dicho inquisidor como á los dichos oficiales se les había  quitado el salario, se acordó notificarle ganase las horas canónicas.

Esta notable circunstancia de habérseles quitado el salario, debió influir muy pode rosamente en el ánimo. de D. Luis y de sus subalternos. Su celo adquirió duplicada
energía, y su vista se hizo más penetrante y escudriñadora.

U n proceso de nuevo género, pero que  también contribuyó á la edificación de los
fieles, turbó por entonces la plácida quietud de Las Palmas.

La Catedral estaba en posesión, como otras Catedrales de España., del derecho de dar asilo á los criminales, que en su recinto se refugiaban. Los Canónigos eran muy celosos de conservar esta inapreciable prerrogativa que les servia para sobreponerse en ciertas ocasiones al poder civil.  Fue pues, el caso que el Gobernador de Canaria, D. Bernardino de Lesma, se había atrevido quebrantar la inmunidad de la Iglesia, introduciéndose en ella, y sacando á viva fuerza á un mozo llamado Pedro Fuensalida,  procesado por un delito común, á quien hizo que el verdugo le cortase luego la mano.

Tan violento proceder no podía quedar sin correctivo. El Previsor y Vicario general, de acuerdo con el Cabildo, excomulgó al Gobernador con todas las ceremonias propias del ritual; y el Sr. Ledesma se vio privado, no solo de ejercer su empleo, sino de tener comunicaciones y trato con la población, de entrar en la iglesia, de oír misa y de recibir los sacramentos, y en fin, de ser un súbdito católico español, y hasta un hombre cualquiera. En efecto, el excomulgado de entonces era un hombre apestado, del que todos huían y se apartaban con horror, temiendo contaminarse con su lepra heretical.

El pobre Gobernador, viendo las fatales consecuencias de su imprudente conducta, bajó la cabeza, y fue á postrarse á los pies del Provisor, quien lleno de indulgencia, le perdonó, imponiéndole una pena pecuniaria, y obligándole en día feriado a hacer penitencia pública á las puertas de la Catedral; penitencia cumplida por Ledesma con humilde contrición, .á presencia del pueblo, que suspenso y maravillado, contemplaba á la orgullosa potestad civil bajo el irresistible poder de la autoridad eclesiástica. 

Diverso era el espectáculo; pero todo provenía del mismo origen, y su efecto moral era el mismo.” (Agustín Millares Torres; 1981)


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