En casa de mi abuelo paterno, en La Tirada de El Escobonal (Güímar, Tenerife), se llegaron a celebrar en la primera mitad del siglo XX con una simple guitarra y Josefina Marrero cantando, por lo que tengo constancia cercana de que entonces lo de menos era que la parranda fuese numerosa o no, el protagonista de ese tipo de eventos era el baile.
En ocasiones, aquellos que se acercan al
folclore canario desde el desconocimiento de los usos y costumbres del mismo y
su historia a través de los años, escuchan hablar de bailes de magos, de taifa
o de candil, de éste o aquel baile en esta o aquella isla, y salvo que esa
curiosidad los lleve a buscar información de los mismos en la bibliografía o en
Internet, acaban haciendo un puzzle en sus mentes que nada tiene que ver con la
realidad.
Yo no soy una entendida en el tema, pero lo
que sí soy es muy curiosa, y a instancias de un amigo que me planteó hace unos
días esa cuestión me he puesto a rebuscar información sobre los mismos que hoy
deseo compartir con todos los que les pueda interesar.
Partiendo de la base de que el baile ha
servido siempre para que los hombres y mujeres se conocieran y coquetearan
entre ellos, desde hace mucho tiempo atrás se han ido conformando diferentes
formas de reunirlos a tal fin, arropados de la música que estuviese de moda en
cada momento. Así los antiguos sonidos de las isas, seguidillas, folías o
malagueñas fueron cediendo terreno a lo que iba llegando de fuera en el siglo
XIX, berlinas, polcas, mazurcas, siotes, etc., recién llegadas de las Cortes
europeas y que aportaban la novedad de poder bailar agarrados, cosa que en
principio en nuestras islas fue sólo privilegio de los matrimonios.
Más tarde, el intenso trasiego entre
Canarias y América Latina trajo a nuestros bailes los sonidos de joropos,
rancheras, foxtrot, rumbas y demás sonidos caribeños, que tuvieron que
compartir protagonismo con los pasodobles y valses europeos, a principios del
siglo XX.
Paulatinamente todos esos sonidos fueron
conformando lo que hoy en día, en los inicios del siglo XXI, llamamos folclore
canario, pero volvamos a lo que nos ocupa principalmente hoy, la ejecución
de dichos bailes y sus características.
Los bailes originariamente se ejecutaban al
aire libre, en el filo de una era al finalizar la labor del campo, o en la
festividad del patrón de un pueblo. Cualquier excusa valía para que los jóvenes
lucieran sus evoluciones tratando de llamar así la atención de la persona que
les interesaba, además de regalarse con un buen rato de esparcimiento y
diversión. Pero con el tiempo fueron organizándose bajo techo la mayoría
de las veces, de ahí surgieron los bailes en casas particulares para
celebraciones concretas, el nacimiento de un niño daba lugar al llamado baile
de paridas o de últimas, así como entretener las tediosas
labores del campo dando pie a bailes como los de la descamisada del millo,
por poner algunos ejemplos.
Cuando los bailes se organizaban fuera de
este tipo de circunstancias, pasando a ser un simple encuentro social, solían
hacerse también en casas particulares, para ello se habilitaba una habitación
grande del domicilio, que casi siempre solía ser el comedor, y poniendo las
sillas pegadas a la pared para que se sentaran las mujeres, dejaban el mayor
espacio posible para bailar al son que marcasen un par de tocadores que se
colocaban en un rincón de la estancia. En casa de mi abuelo paterno, en La
Tirada de El Escobonal (Güímar, Tenerife), se llegaron a celebrar en la primera
mitad del siglo XX con una simple guitarra y Josefina Marrero cantando, por lo
que tengo constancia cercana de que entonces lo de menos era que la parranda
fuese numerosa o no, el protagonista de ese tipo de eventos era el baile.
Los hombres que querían entrar en esa
estancia a bailar formaban colas en el exterior de la casa o en el patio de la
misma, a veces entretenían esa espera tomando una copa en la mesa que el
anfitrión preparaba a tal fin allí, al igual que en ocasiones se vendía también
pequeños presentes con que los bailadores agasajaban a la mujer que querían
pretender. Otras veces pagaban pequeñas cantidades por entrar a bailar. En fin,
que cada organizador montaba su fiesta como le apetecía: no olvidemos que a
veces esos bailes ayudaban a desahogar la economía de la familia que los
organizaba.
Aquí y allá a ese tipo de bailes se les
puso diversos nombres: Bailes de Taifa (cuando tenían que pagar para
entrar); Bailes de Candil (cuando el uso de los faroles de carburo o
petróleo era imprescindible para iluminar la fiesta y poder volver a casa por
la hora del evento); Bailes de Cola (por las filas de bailadores que
esperaban entrar); Bailes de Cuerda (por el tipo de instrumentos que
se usaban); Bailes de Tandas (donde los hombres entraban en tandas en
base al número de mujeres que había dentro para bailar), etc.
En la mayoría de los casos la gente
caminaba incluso muchos kilómetros para asistir a un buen baile. Los zapatos se
llevaban en la mano y se andaba descalzo, para no estropearlos, y se ponían en
los doloridos pies justo al llegar al salón.
La mayoría de las veces había dos formas de
organizar la entrada y salida de bailadores del lugar donde se ejecutaban las
danzas. En una de ellas, se colocaba un hombre en la puerta con un garrote, que
cobraba la taifa y que según el número de mujeres que hubiera dentro, por
supuesto acompañadas de sus madres, dejaba entrar a igual número de hombres,
los cuales, una vez acabada la pieza musical, salían del local para dar paso a
otros. En otra de las formas, los hombres esperaban fuera y un grupo de mujeres
salía a buscar acompañante para un solo baile, tras el cual devolvían a sus
parejas al exterior, haciendo cambios para que de ese modo pudieran participar
todos.
Los conocidos Bailes de San Pascual tenían
una peculiaridad, y es que en ellos se encendía una vela, con un lazo rojo, en
el momento en el que empezaba, y durante el tiempo en el que se consumía la
vela hasta llegar a la altura del lazo, las mujeres podían tener la iniciativa
en la elección de su pareja, que no era lo común, puesto que normalmente eran
ellos los que mediante el ofrecimiento de una vela o un sobre o bolsita de
cominos, azafrán o canela, las invitaban a ellas, las cuales accedían siempre
que contaran con el consentimiento de la madre.
Con el paso del tiempo todo este tipo de
bailes fueron dando paso a otros más “multitudinarios” que pasaron a
organizarse en las plazas de los pueblos o en recintos públicos habilitados a
tal fin, y así comenzaron a proliferar en muchos municipios de las Islas los
conocidos Casinos, donde se organizaban bailes con periodicidad y
amenizados por grupos de tocadores que interpretaban una inmensa variedad de
ritmos bailables.
Las danzas propias de nuestros antepasados
pasaron a ejecutarse en los hoy denominados Bailes de Magos, sobre
todo en la isla de Tenerife (usando esta denominación por ser los bailes que
danzaban nuestros campesinos principalmente), o de Taifas (aunque ya
sean públicos y no se cobre la misma). Estos bailes se ejecutan en la
actualidad como recreación de una fiesta canaria donde la comida, la bebida, la
música y las danzas se aúnan y nos acercan, por unas horas, a los momentos de
divertimento de nuestros antepasados no muy lejanos, haciéndonos sentir el
orgullo de ayudar a conservar una tradición al mismo tiempo que, en muchas
ocasiones, sirve para lo mismo que sirvieron siempre: cortejar o dejarse
cortejar por la persona que nos interesa.
Los primeros Bailes de Magos que se
celebraron, sobre todo en Tenerife, eran amenizados por orquestas que tocaban
de todo menos folclore canario. Afortunadamente eso ha ido cambiando con el
tiempo y en la actualidad, en la mayoría de ellos, quienes lo amenizan son
grupos de folclore que han tenido en los mismos un lugar más donde compartir la
tradición que tanto aman. No obstante, algunas comisiones de fiestas han optado
por dividir las actuaciones entre grupos de folclore y orquestas canarias, con
la excusa de que lo hacen para que todos los asistentes puedan divertirse,
independientemente de que sepan bailar folclore o no. Desde mi punto de vista,
esta modalidad no ayuda en nada a que nuestra gente se integre en el uso y disfrute
de nuestras tradiciones, creo que es mucho más sencillo hacer un día el baile
de magos y otro la verbena, con lo que de igual forma contentan a todos sus
vecinos y no contribuyen a deteriorar, aún más, nuestras tradiciones.
Tampoco me parece correcto que a lo largo
de la tarde o noche, los grupos interpreten la mayoría de los temas sin tocar
los palos del folclore tradicional, como ocurre en Gran Canaria principalmente,
porque ello conlleva el que la gente no se interese por aprender a bailar el folclore
canario más antiguo, y puede contribuir, con el paso del tiempo, a que se vaya
perdiendo.
En todo caso, la pervivencia de nuestros
bailes está garantizada, puesto que cada año se van incorporando muchos
municipios a la lista de Bailes de Magos, Taifa o Candil (debo decir que la
mayoría de las veces por iniciativa de los mismos grupos folclóricos de esa
localidad), los cuales suelen ser verdaderos éxitos de participación y eso nos
hace sentir orgullosos de nuestros bailadores canarios.
(Luisa Chico, Publicado en el número 487 de
BienMeSabe)
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