Francisco García-Talavera
Casañas
La laurisilva -ese ancestral bosque húmedo, relíctico del Terciario y propio de las islas
de mayor relieve- era aprovechada por los guanches, aunque no vivían en su interior. La
naturaleza volcánica del archipiélago junto al benigno clima de la costa y el
bosque termófilo, les proporcionaban a nuestros antepasados hábitats más hóspitos que la húmeda
y sombría selva de lauráceas. Sin embargo, explotaban eficazmente sus recursos. De esta
manera, la
extraordinaria biodiversidad vegetal y animal que alberga, les ofrecía
alimentos y materiales paro completar la construcción de cabañas, y la
fabricación de armas y utensilios diversos. Con los brotes jóvenes y rectos de
algunas especies arbóreas, como el palo blanco o el aceviño, elaboraban sus utilísimas hastias o
lanzas paro sortear una orografía adversa, sus palos de pastoreo, las añepas
de mando, las mazas de combate y, sobre todo, los temibles banots endurecidos al
fuego, capaces de atravesar las corazas de los intrusos invasores castellanos. Los frutos del mocán, del madroño, la faya... les servían en ocasiones paro
complementar su dieta vegetal, además de algunas aves, como las palomas rabiche
y torcaz, la chocha perdiz y otras, que cazarían
durante sus incursiones en nuestro emblemático bosque. Además, es muy posible que
en su interior viviesen "cochinos" negros' asilvestrados,
como sucedía hasta hace algunas décadas en "El Cedro" de La Gomera, de los cuales darían buena cuenta nuestros guanches, y que llevarían como
extraordinarios trofeos de, regreso a su poblado.
Y así, la vida en la isla transcurría en armonía... hasta que un fatídico
día recalaron unos enormes pájaros blancos que se posaron en la costa. De inmediato empezaron a
vomitar hombres armados; mercenarios sedientos de riqueza y hambrientos de sangre, a los que no les
importaba pasar por encima de toda una sociedad organizada y adaptada, desde hacía dos milenios, a los
ecosistemas insulares. Pero, para su ruda y fanática mentalidad, aquellos no eran más que seres primitivos a los que había
que dominar, esclavizar y, a ser posible, aniquilar,
para adueñarse -mediante la cruz y la espada-
de
sus tierras, sus mujeres y sus niños.
Ya
nada fue igual. El conquistador impuso
sus normas y le arrebató al guanche su territorio, destruyó su cultura y
religión y sometió su dignidad de pueblo orgulloso. Tampoco se libró nuestra
laurisilva de tanta devastación. El
poder económico del "oro blanco" (la industria azucarera) también
impuso su ley. Las talas indiscriminadas, el
fuego y las roturaciones mutilaron sin remedio el mítico bosque que la
Naturaleza había construido a lo largo de millones de años....
Para el sufrido guanche, ya nada sería igual.
Ilustración, José
Carlos Gracia
Publicado en el periódico El Día, pag. 64, 14-02-2010
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