Carolina Real Torres
ALFONSO
DE PALENCIA Y LA HISTORIOGRAFÍA CANARIA
El escaso interés que los
investigadores han prestado a las crónicas antiguas, cuyas noticias califican
como “vagas” o “confusas” cuando, en realidad, constituyen una valiosa
información sobre el modo de vida de los aborígenes, ha determinado que
testimonios como el de nuestro cronista hayan sido relegados a simples citas o
breves comentarios sobre su obra. Y, aunque es cierto que las noticias
referentes a Canarias no constituyen el tema fundamental de su crónica, sino
que preferentemente se centra en aquellos hechos que se relacionan con la
política exterior de
España, su obra
constituye una fuente
complementaria de indudable valor.2
Al igual que otros cronistas de
su época, Palencia estuvo vinculado a los círculos oficiales y su obra responde
al interés y encargo de los monarcas. Su conocimiento de la historia se debe a
la estrecha relación que mantuvo con importantes personajes que tomaron parte
en estos sucesos, así como a su participación directa en los acontecimientos,
pues interviene como cronista oficial de los Reyes Católicos en la conquista de
Gran Canaria entre 1478 y
1480. Años más tarde, participa
también en la organización de la conquista de La Palma.3
Las cualidades
de Palencia como
cronista son muchas.
La información que
nos proporciona, a pesar de que se refiere sobre todo a la etapa final
del proceso de colonización y de que su obra está escrita lógicamente desde una
mentalidad occidental, no es en modo alguno superficial ni partidista. Al
contrario, cabe destacar el hecho de que no pertenecía a ninguna orden religiosa,
con lo cual refleja una visión laica y analítica de la historia, así como su
implicación en la conquista de Gran Canaria, por lo que su testimonio
representa una fuente directa. Hallamos numerosas referencias a Canarias en
varias de sus obras: además de su correspondencia epistolar, que contiene
interesante información sobre las Islas, su fundamental aportación a la
historiografía canaria se halla en dos obras en particular, los Anales de la
Guerra de Granada y las Décadas. Estas referencias aluden principalmente a los
conflictos que mantuvieron castellanos y portugueses durante todo el proceso de
la conquista y a la posterior fase de ocupación.4 Por lo que respecta a su
relato sobre Gran Canaria, isla por la que el autor muestra una especial
predilección, la importancia del texto, escrito hacia 1490, radica en el hecho
de que es la primera fuente histórica de la que tenemos constancia para este
período.5
ALFONSO
DE PALENCIA Y LOS PRIMEROS POBLADORES DE CANARIAS
Desde el punto de vista
etnográfico, el propio perfil humanista de Palencia y su trato con tantos y tan
variados personajes que intervinieron en la conquista, entre los que se
incluyen algunos indígenas llegados a Sevilla por aquella época, hacen de sus
comentarios noticias de primera mano. Pero, mucho antes de que Palencia
arribara a nuestro archipiélago, ya circulaba por Europa una serie de relatos
que catalogaban a los antiguos canarios como bárbaros en base a las pocas
afinidades culturales que mostraban. Aquel extraño pueblo que se resistía a
todo intento de colonización y que por sus costumbres se asemejaba a las tribus
de salvajes, sorprendió por su valor y coraje a cuantos presenciaron u oyeron
sus hazañas. Como afirma José Farrujía, el descubrimiento de grupos humanos que
“practicaban costumbres totalmente contrarias a las enseñanzas cristianas
pareció confirmar la tradicional visión medieval de que aquellos grupos (…)
eran los que más lejos se hallaban de la revelación divina y, por lo tanto, los
más degenerados moral y tecnológicamente” (Farrujía, 2004, p. 39). Esta visión
degeneracionista, recogida ya por el genovés Nicoloso da Recco en 1341, se
mantuvo en los testimonios etnohistóricos posteriores.6 Entre estos, Palencia
fue el primer autor que designó explícitamente a los indígenas de Gran Canaria
con el término de bárbaros, al afirmar que “en algunas ocasiones les es
permitido a los marinos, según acuerdo, conversar breves momentos con aquellos
bárbaros (…) para conseguir orchilla” (Morales, 1993, p. 475). La idea que
subyace bajo este
calificativo implicaba que
los habitantes de
estas islas debían
ser colonizados y evangelizados, lo que nos lleva a pensar que nuestro
autor, en la misma línea que otros cronistas coetáneos como Fernando del
Pulgar, Mosén Diego de Valera o su mentor Alvar García de Santa María, describe
a los indígenas como bárbaros con el único objetivo de justificar la
intervención de España en las Islas. Añadiríamos una tercera razón, el hecho de
que, durante los siglos XIV al XVI, los isleños constituyeron un preciado botín
para el tráfico de esclavos en los mercados de los núcleos peninsulares y de
Europa.7 Sus cualidades físicas los convirtieron en objeto de frecuentes
incursiones de negreros y corsarios, tal y como refleja Palencia que ocurre
especialmente en dos de las islas del archipiélago, Tenerife y La Palma.8
También el comercio de la
orchilla aparece registrado en varias ocasiones como uno de los principales
motivos para la conquista del archipiélago.9
Por lo respecta al resto de la
información etnográfica transmitida por Palencia, sabemos que los cronistas,
por lo general, no son muy explícitos a la hora de describir el régimen
económico o el modo de vida de los nativos. No obstante, en las décadas
palentinas hallamos una serie de datos muy valiosos para conocer el modo de
vida de los antiguos habitantes de nuestras islas. Las tres islas en cuya
conquista de alguna manera interviene Palencia, Gran Canaria, La
Palma y Tenerife
—esta última con
un censo de
sesenta mil habitantes—, aparecen como las más pobladas y
las que ofrecen mayor resistencia al invasor. La Palma, en concreto, por
su peculiar geografía,
cumbres salvajes, profundos
barrancos y numerosos riscos,
ofrece un paisaje que se adivina difícil para los castellanos. En cuanto a la
isla de Tenerife consta que opuso una mayor resistencia por sus dimensiones
mayores que las demás, así como por la beligerancia que mostraron sus
habitantes. El carácter guerrero y la bravura de los indígenas
son también una
cualidad a resaltar de los habitantes
de Canaria o Gran
Canaria, isla que Palencia considera muy superior a las demás por distintas
razones —según sus palabras— “en salubridad y fecundidad”, así como por el
ingenio y las cualidades físicas de sus habitantes.
En cuanto a la Geografía,
comienza la descripción de las Islas señalando su situación geográfica para,
luego, continuar narrando con detalle las características más sobresalientes de
cada una. Palencia, como hicieron otros cronistas, destaca ante todo la fertilidad
de la tierra y la abundancia de todo tipo de ganado, señalando como actividad
principal el pastoreo y la agricultura (Décadas, IV,31,8, p. 333). Otros datos
que aparecen registrados son la dieta alimenticia, basada fundamentalmente en
carne, leche, gofio, miel y frutos, especialmente dátiles, así como el comercio
de la orchilla, algunas referencias a la artesanía y a cierto tipo de
construcciones como es
el caso de
la existencia de
graneros en Tenerife,
embalses en Lanzarote y templos y
torretas en Gran Canaria.
Respecto a la indumentaria
aborigen, Palencia, al hablar de la isla de La Palma, describe a los nativos
cubiertos con vestidos hechos de hojas de palma (Décadas, IV,35,2, pp. 337-39).
Este dato no se encuentra en las fuentes escritas anteriores o contemporáneas a
nuestro autor, las cuales los retratan por lo general desnudos o vestidos con
pieles de animales.10 El uso de tejidos de fibra vegetal —sobre todo de palma y
junco— ha sido atribuido a la isla de Gran Canaria, aunque fuentes
arqueológicas indican la existencia en la isla de La Palma de un tipo de
cerámica impresa que muestra la huella de tejidos vegetales (Diego, 1961, pp.
526-27).
En cuestiones militares, hallamos
algunos datos interesantes acerca de las primitivas armas de los canarios.
Según la crónica palentina, estos portaban armas de madera y de piedra, en su
mayoría palos y lanzas sin
especificar sus
características. Asimismo, se describe
que, a menudo, luchaban con
piedras y dardos, e iban provistos de teas y saetas (Décadas, IV,35,2),
aludiendo posiblemente a la espada corta de tea tostada que los nativos
manejaban con una sola mano y solían usar como arma arrojadiza.11 Palencia
elogia la abundancia de madera por las grandes superficies de bosques, especialmente
en La Palma y en Tenerife. A este respecto, sabemos que de los pinos canarios
se extraía la madera de tea que, por su dureza, es la que más se utilizó para
cortar y labrar la mayoría de las armas (Diego, 1961, p. 514). En cuanto a las
tácticas militares, Palencia nos indica que los canarios preferían luchar desde
los riscos o en terreno fragoso antes que un combate a campo abierto, donde
eran inferiores. En general, los nativos son retratados como expertos en el
manejo de las lanzas y en todo
tipo de lanzamientos, sobre todo de piedras.
En lo que a organización social
se refiere, nos encontramos con sociedades más o menos complejas, divididas en
estratos o grupos sociales que se distinguen entre sí por su diferente nivel de
riqueza y grado de apropiación de los medios de producción, fundamentalmente la
tierra y el ganado. Palencia confirma la existencia de dos grupos bien
diferenciados: nobles y plebeyos, así como formas de jerarquización política
basada en la monarquía en la isla de Tenerife o distintos jefes de clanes en el
resto de las islas (Décadas, IV,31,8, p. 337). De su testimonio se desprende
que en Tenerife existían jefes o encargados para la recolección del grano, al
servicio del mencey, que poseía la propiedad de la mayor parte del ganado y, posiblemente,
también la propiedad de las tierras de cultivo.12
SOBRE
LA RELIGIÓN DE LOS INDÍGENAS
Antonio Rumeu de Armas (1998, p.
585) se queja de que los cronistas no se interesan por los aspectos religiosos
ni por la acción que los misioneros llevaron a cabo en todo nuestro
archipiélago. En efecto, Palencia, al igual que otros historiadores, no muestra
un excesivo interés por estas cuestiones, pero desde luego no disimula en
ningún momento su desprecio hacia los frailes. Estos hombres religiosos, en su
mayoría franciscanos andaluces, fueron los encargados de relatar los
acontecimientos, pero su testimonio, aunque valioso, introduce una serie de
conceptos monoteístas con
connotaciones propias de
la mentalidad cristiana.13
Podemos suponer que nuestro autor
conocía bien la manera de actuar de los clérigos, pues su estancia en Sevilla
durante esa etapa de la conquista, bajo la protección del arzobispo de esta
ciudad, le permitió conocer de cerca a la mayoría de los misioneros, en
especial a los que evangelizaron en Tenerife a partir de 1458, quienes habían
sido reclutados en el sur de la Península.
Nuestro cronista hace
responsable del fracaso
de los castellanos
a la mala actuación de los sacerdotes, como es el
caso del obispo Juan de Frías, bajo cuyo mando participa en la segunda
expedición a Gran Canaria. Al obispo, considerado por otros autores como el
artífice de la conquista —o “verdadero fundador del pueblo canario moderno”,
según lo retrata Wölfel
en su biografía
(Wölfel, 1953)—, Palencia
por su parte lo
califica de “hombre estúpido”
y “desconocedor de
los asuntos militares”
(Décadas, IV,35,2, pp. 366-369).
Cuando Frías llega a Gran Canaria ya había establecimientos cristianos a cargo
de misioneros mallorquines y catalanes. En esta segunda mitad del siglo XV, la
repercusión que tuvo el establecimiento del núcleo misional en Telde, del que
partirían los primeros evangelizadores hacia Tenerife, fue mínima,
contrariamente a lo que defendió la mayor parte de los cronistas y
etnohistoriadores.14 Esta es la visión que nos ofrece Alfonso de Palencia en
sus Décadas cuando escribe: “Ni el hombre de fe más encendida ha podido
convertir a los canarios a la verdadera religión, ni con las razones más
convincentes, ni con la continua afabilidad
de trato; antes por lo
contrario, dieron cruel
muerte a muchos de los que lo intentaron, después de haberlos
acogido con fingida amabilidad. Únicamente la perseverancia en una guerra
futura era para los nuestros la sola esperanza de someter a Canaria” (Décadas,
IV,31,9, p. 341). Tal vez nuestro cronista se refiera a la destrucción de las
ermitas erigidas años atrás en La Isleta y en La Aldea.
A pesar de que Palencia centra su
interés en el proceder de estos clérigos, nos deja algunas impresiones sobre
distintos aspectos de las manifestaciones religiosas de los indígenas como, por
ejemplo, la existencia de ídolos o figuras posiblemente vinculadas a prácticas
religiosas, especialmente en Gran Canaria (Navarro, 2005, pp. 80-82). En esta
isla, Palencia confirma la presencia de templos “bien cargados para sus
supersticiones”, situados en las cumbres de Tirajana y Thirma.15 Sabemos que
muchos lugares de culto estaban en la cima de montañas, consideradas medianeras
entre la tierra y el cielo, y asimismo nos consta también la existencia en esta
isla de dos grandes santuarios en lo alto de impresionantes riscos: Tirma, en
Agaete, y Umiaga en los Riscos Blancos de Tirajana. Respecto a los templos
fortificados a la manera de castillos de los que nos habla Palencia, en la cima
de algunas montañas se han descubierto diversas construcciones y recintos
fortificados a los que se ha atribuido funciones rituales (Navarro, 2005, pp.
70-71).
ACERCA
DE ALGUNAS LEYENDAS ABORÍGENES
Entre el conjunto de
supersticiones de los indígenas canarios se conservó una serie de relatos que
fueron conformando su
identidad cultural y que contribuyó
—como afirma Antonio Tejera
(1995, p. 75)— a su “singularización como grupo étnico bien diferenciado”.
Entre estos mitos que formaron parte del patrimonio cultural de las antiguas
poblaciones prehistóricas de Canarias podríamos destacar varios relatos de la
pluma de nuestro cronista.
Palencia, sin llegar a
profundizar en el posible origen de los isleños, hace algunas observaciones
sobre la organización política y territorial de la isla de Tenerife,
confirmando un dato ampliamente recogido por otras fuentes históricas: la
división de la isla en nueve reinos o menceyatos.16 Desde una perspectiva diacrónica,
este sistema de organización de tipo segmentario que presenta la isla en el
momento de su conquista, con el tiempo convertido en relato histórico por las
distintas fuentes que lo transmiten, es, en la opinión de algunos
investigadores, el resultado de un proceso del que desconocemos sus inicios, lo
que nos hace pensar que forma parte de su mitología o conjunto de relatos
legendarios, precisamente en los que se apoyó Diego de Herrera para levantar el
acta de posesión de la isla en 1464. Este documento servirá de base a los
cronistas posteriores para afirmar la división de Tenerife en nueve reinos.17
Un segundo relato de tipo
legendario que merece ser destacado por su singularidad se refiere a la isla de
La Palma. Sabemos que nuestro cronista siguió de cerca todo el proceso de su
conquista, ya que participó en la organización junto con el Asistente de
Sevilla Diego de Melo. En su crónica nos habla de la existencia de un grupo de
mujeres guerreras que, por su bravura, nos recuerdan a las amazonas de la
mitología clásica. De estas asombrosas mujeres destaca ante todo su carácter
belicoso y la gran corpulencia física que les permitía enfrentarse a cualquier
hombre.18 La indumentaria
de estas amazonas
consistía, según el
texto de Palencia, en una especie
de coraza, fabricada con cortezas de árboles, y armadas con largas pértigas que
empleaban para avanzar sobre el terreno, en su mayor parte constituido por
riscos y desfiladeros.
La belicosidad de las mujeres
auaritas es un hecho insólito en la sociedad canaria, donde la presencia
femenina se distinguió más en el plano espiritual o religioso que en lo
material (Pérez, 1997, pp. 13, 236 s.). No obstante, el poder de la mujer está
mucho más acentuado en la isla de La Palma, donde hombres y mujeres guerreaban
por igual, a diferencia de lo que ocurría en otras islas del archipiélago en
las que las mujeres únicamente colaboraban en actividades auxiliares.19 Avalan
este relato testimonios
posteriores al de nuestro
cronista como, por ejemplo, el de Leonardo Torriani, quien escribe que
“las mujeres iban por delante de los hombres en los combates y peleaban
virilmente, con piedras y varas largas” (1959, p. 224), o el de Abreu Galindo,
quien pensaba que la estructura social era próxima al matriarcado, lo que hacía
posible la existencia de mujeres guerreras entrando en combate, mujeres —según
sus palabras— de
“ánimos varoniles” y cuya “ferocidad
ejecutaba sin perdón a los
cristianos” (1977, p. 275).20 Ejemplos
puntuales de la predisposición bélica de las auaritas, anteriores a la
conquista, quedaron también reflejados en la obra de este autor, como es el
caso de la hermana del capitán palmero Garehagua,21 en el término de Tigalate (Mazo), o de Guayanfanta22
en Aridane, mujer “de grande ánimo y gran cuerpo, que parecía gigante”,
apresadas ambas por los herreños durante una de tantas incursiones en busca de
esclavos.
El porqué del carácter belicoso
de las auaritas es algo que aún no ha sido explicado aunque, como apunta Pérez
Saavedra (1997, pp. 239-243), podría estar relacionado con la existencia de una
sociedad matriarcal o el elevado estatus social del que gozaban las mujeres,
similar al de otras sociedades primitivas. Tal vez la explicación más apropiada
para este temperamento belicoso sea la que nos proporciona Abreu Galindo (1977,
p. 275), quien concluye diciendo que “las mujeres, para su estado, se mostraban
varoniles, y ellos, para los grandes cuerpos que tenían, no hacían tanto cuanto
de ellos se esperaba”. Así pues, podemos afirmar que las mujeres palmeras
superaban en agresividad, valor y bravura a sus compañeros del sexo opuesto, y
esto es lo que sorprendió a cuantos tuvieron noticia de ello. Otro detalle que
sorprendió a Palencia hasta el punto de inmortalizarlo en su obra es el hecho
de que a las mujeres “no les es permitido, como a los hombres, evitar el
peligro por medio de la huida”. Esta supuesta desigualdad de condiciones en la
lucha podría finalmente explicar el extraordinario valor de estas mujeres.
Hasta aquí hemos intentado
mostrar la necesidad de una revisión histórica de algunas fuentes importantes
para la historiografía de nuestro archipiélago, como es el caso de las Crónicas
de Alfonso de Palencia. Su vinculación con los círculos oficiales y
eclesiásticos hizo posible su acercamiento al mundo indígena y a sus
tradiciones, por lo que pudo ofrecernos detalles reveladores de gran riqueza
temática. Podemos concluir diciendo que su aportación a la historiografía
canaria radica, ante todo, en la fiabilidad de su testimonio. (Leyendas
aborígenes en la pluma del cronista Alfonso de Palencia
XVIII Coloquio de Historia
Canario-Americana)
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NOTAS
1
Consideramos que las crónicas como fuentes etnohistóricas forman parte
de la historiografía general. Cf.
Aróstegui, 2001, p. 24; Rama,
1981, p. 7; Real, 2005, p. 781; Suárez et alii, 1988, p. 7.
2 Cf. Jiménez, 1998, pp. 203-205;
Morales, 1993: 41-42; Real, 2005, p. 781.
3
Entre las principales relaciones que mantuvo Alfonso de Palencia se
encuentran personajes tan destacados en la historia de nuestro archipiélago
como Juan Rejón, Pedro del Algaba, Pedro de Vera, Diego de Melo, Hernán Darias
de Saavedra, Juan Bermúdez, Juan de Frías, etc., y, en especial, su gran
protector y amigo Alfonso de Cartagena, conocido defensor de los derechos de
Castilla sobre las Canarias y autor de las Allegationes en contra de las
pretensiones del rey de Portugal. Cf. Álvarez, 1963, pp. 56-60; Aznar, 1983, p.
42; Jiménez, 1998, pp. 205-212; Morales, 1964, pp. 179-234; id., 1993, pp.
21-42; Real, 1998, pp. 617-
618; Vizcaya, 1960, p. 392;
Wölfel, 1953, pp. 6-8. Vid. González Rolán (1994).
4 Cf. Morales, 1971, p. 458;
Real, 1998, p. 618 s.
5 Cf. López de Toro, 1970, pp.
325-29; Farrujía, 2004, pp. 78-79. Para los textos que citamos hemos seguido la
selección que hace López de Toro en su artículo “La conquista de Gran Canaria
en la Cuarta Década del cronista Alonso de Palencia (1478-1480)”, Anuario de
Estudios Atlánticos, 16, 1970, pp. 325-393.
6
Nicoloso da Recco, genovés y segundo jefe de la primera expedición
portuguesa a Canarias redactó un informe que fue publicado entre 1342 y 1345
por Giovanni Boccacio en una miscelánea titulada De Canaria et insulis reliquis
ultra Hispaniam noviter repertis. Cf. Bernáldez, 1993, p. 510; Espinosa, 1980,
p. 39; Farrujía, 2004, pp. 37-39; Navarro, 2005, p. 21.
7
Cf. Martínez, 1994, p. 246; id., 1996, pp. 168-170; Morales, 1971, pp.
446-49; Real, 1998, pp. 619-620; Suárez et alii, 1988, p. 54. Vid. Cortés,
1995, Rumeu, 1947-1950, Silva, 1991.
8 Décadas IV,31,8, p. 337;
IV,31,9, p. 341; IV,32,3, p. 349. Cf. Real, 1998, p. 620.
9 Décadas, IV,31,8, p. 337;
IV,32,3, p. 349.
10 Cf. Diego, 1961, pp. 521-22:
“Los cronistas de Béthencourt, Boutier y Leverrier (1402-1406, ediciones de
1630, 1874; ver la ed. de Le
Canarien, 1960), al narrar la campaña normanda de principios del siglo, hablan
también de los vestidos tejidos con hoja de palma, pero señalan que, al mismo
tiempo, muchas mujeres iban vestidas con pieles”. Cf. Navarro, 2005, pp. 46-47,
61-62.
11 Cf. Diego, 1961, p. 506;
Navarro, 2995, pp. 49, 63.
12 Décadas, IV,31,8, p. 335. Cf. Morales, 1993, p. 63; Pérez, 1997, pp.
216-17.
13 Cf. Tejera 1987, p. 14;
DeLuca, 2007.
14 Cf. Farrujía, 2004, p. 41;
Millares, 1975, pp. 166-170; Rumeu, 2006, p. 33.
15 “Al día siguiente unos
quinientos soldados con cuatrocientos jinetes, bajo el mando del Obispo, del
Deán y de Fernando Peraza… avanzan y acometen a Tirajana, un pequeño pueblo montaraz
y uno de los refugios de los canarios; el
otro era Thirma. En
ambas partes se alzaba
un templo bien
equipado para sus supersticiones.
Suben los nuestros a la cumbre del monte. En el cuerpo de guardia del templo,
construido a manera de un castillo con toda clase de fortificaciones, no
encontraron a nadie más que a un joven y a una bella muchacha que estaba con
él… Los nuestros al punto se apoderaron de la joven y destruyeron el templo
incendiándolo” (Décadas, IV,35,2, p. 371).
16 “Toda la población, dividida
en nueve bandos, obedece a nueve reyes, entre los cuales se desenvuelve una
falsa nobleza que se aprovecha a fondo del trabajo de la plebe más desdichada,
y que tiene por misión estimular los diversos partidos y agrupar en partes al
populacho dividido” (Décadas, IV,31,8, p. 335).
17 Cf. Abreu Galindo, 1977, p.
292 s.; Álvarez, 1985, pp. 61-132; Bonnet, 1936, p. 57; id., 1938, pp. 33, 46;
Espinosa, 1980, p. 33, 40-41. Cf. Álvarez Delgado 1945:72; Tejera, 1995, pp.
82-89.
18 “Niguaria ofrece pocas facilidades para que
los nuestros capturen a sus habitantes para convertirlos en esclavos. Además,
hace más difíciles estos intentos la fortaleza de las mujeres, que se
distinguen por su forma maravillosa, por la fortaleza de sus cuerpos y el vigor
de sus espíritus, aunque no les es permitido, como a los hombres, evitar el
peligro por medio de la huida. Por ello, de cortezas de árboles, se tejen las
mujeres una especie de coraza para cubrir su pecho y con largas pértigas se
atreven a pelear con los invasores; y aun —si aquel ímpetu femenino no es
entorpecido por alguna herida— se recurre a la lucha cuerpo a cuerpo, con tal
superioridad de fuerzas por parte de ellas, que una sola mujer es capaz de
coger por sorpresa a un hombre armado y aplastarlo o destrozarlo” (Décadas,
IV,31,8, p. 337).
19 Para Tenerife, tanto Alonso de
Espinosa (1980, p. 43) como Abreu Galindo (1977, p. 229) aseguran que la mujer
guanche participaba en la guerra de forma auxiliar. “Aunque algunos
antropólogos por las fracturas craneales de los esqueletos femeninos, deducen
que tuvieron una participación directa” (Pérez, 1997, pp. 208-9). Para la isla
de Gran Canaria encontramos testimonios similares: “Si [los enemigos] los
seguían i buscaban peleaban bravísimamente hasta las mujeres, que tiraban /
muchas piedras arrojadizas i dardos i mucho aiudaban. Venían con ellos a la
pelea a traerles la comida i retirar los muertos suios i a el pillaxe de los
caídos i a dar armas a sus maridos i hijos, i a dar voces i gritos i hacer visajes
i echar retos y amenasas” (Gómez Escudero, 1993, p. 333).
En Lanzarote, Torriani (1959,
pp. 85-87) menciona un episodio a propósito de hazañas
realizadas por un grupo de mujeres con ocasión de las invasiones piráticas
agarenas en los siglos XVI y XVII. Cf. Navarro, 2005, p. 51; Pérez, 1997, p.
169.
20 Otros textos donde se menciona
la existencia de amazonas en las Islas Canarias son el de Cristóbal Colón (Diario
de a bordo. Edición conmemorativa por el Instituto Gallach-Historia 16,
Barcelona, 1985, pp. 45- 46), o el Itinerarium de Alejandro Geraldini, escrito
entre 1521 y 1522 (Itinerarium ad Regiones sub Aequinoctiali plaga constitutas
Alexandra Geraldini Amerini, Episcopi Civitatis S.Dominici, Roma: G. Facciotti,
1631).
21 “y los cristianos que fueron
en su alcance prendieron un palmero y una palmera, [...]. La cual, como se vió
presa, volvióse contra el cristiano herreño, que se decía Jacomar, y púsolo en
tanto aprieto, que le convino favorecerse de las armas; y así le dió de
puñaladas y la mató” (Abreu Galindo, 1977, p. 279).
22 “de grande ánimo y gran
cuerpo, que parecía gigante, y era mujer de extremada blancura. La cual, como
los cristianos la cercaron, peleó con ellos lo que pudo y, viéndose acosada,
embistió con un cristiano y, tomándole debajo del brazo, se iba para un risco,
para se arrojar de allí abajo con él” (Abreu Galindo, 1977, pp. 278-9).
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