El ochenta por ciento de las especies animales y vegetales que se extinguieron en los últimos años vivía en islas. ¿Qué quiere decir esto? Pues, sencillamente, que la vida es mucho más frágil en el medio insular que en el continental.
El hombre, un eslabón más en la cadena trófica natural, está sujeto a los mismos condicionantes ecológicos que cualquier otro ser vivo. El alto grado de desarrollo de su cerebro no es suficiente para permitirle desentenderse de la Naturaleza. Aún necesita respirar aire, beber agua y comer animales y vegetales.
Así, la llegada de los primeros pobladores humanos a Canarias procedentes del vecino continente africano supuso ya el comienzo de la alteración del medio natural, sobre todo por el cortejo de mamíferos que traían consigo: perros, cabras, cerdos, etc. Sin embargo, el impacto no fue grave y se alcanzó un nuevo equilibrio. Los primitivos canarios vivían integrados en la Naturaleza, dedicándose al pastoreo, recolección y, en menor medida, a la agricultura. Había sitio para todos y en épocas de crisis ellos mismos sabían autoregular su demografía. Pero, a pesar de ser "continentales", tuvieron que adaptar sus costumbres y cultura al nuevo medio para sobrevivir. Lo consiguieron, y a lo largo de muchos siglos, evolucionaron genética y culturalmente como insulares. Todo transcurría por cauces naturales hasta que llegó el día de la atroz invasión europea. Matanzas, esclavitud, desolación, lingüicidio e intento de genocidio. Se había roto el equilibrio. Los continentales, más agresivos, más acostumbrados a la competencia y más evolucionados tecnológicamente, pronto impusieron su ley. Esta vez el impacto fue mucho mayor. Se talaron bosques, se introdujeron especies foráneas, se crearon industrias contaminantes, se desecaron zonas húmedas... No obstante, tras la pacificación y un período de readaptación, comenzó a reestablecerse el equilibrio. Había nacido un nuevo pueblo, una nueva etnia, producto de la fusión del aborigen y el invasor. Esa nueva etnia la constituimos los canarios actuales a los que la geografía y la evolución genética y cultural, a lo largo de más de 500 años, nos ha imprimido el carácter de pueblo insular mestizo. De nuevo el canario estaba integrado en su tierra, en su medio natural. Todavía había sitio para todos.
Pero desgraciadamente, estas desafortunadas islas, en las últimas décadas están sufriendo una nueva y más sutil invasión europea que, de no tomarse medidas inmediatas, acabará en etnocidio. Aún estamos a tiempo de reafirmar nuestra identidad, de sentirnos orgullosos de ser canarios, de asumir nuestros orígenes y nuestra historia, de elevar nuestro nivel cultural y no malgastar energía en luchas fratricidas.
Quizás estas palabras puedan sonar a retórica demagógica, pero salen del corazón de un nativo al que le preocupa el futuro de sus islas y de su pueblo.
El reto es grande, pero Canarias hoy en día tiene entidad y peso específico suficientes para hacer valer ante el mundo sus derechos como pueblo colonizado. Estamos llegando a niveles de supervivencia y es hora de que nuestros políticos bien nacidos (los otros ya rendirán cuentas), desde una postura firme ante el Gobierno central, defiendan los intereses de un millón y medio de ciudadanos canarios. Tampoco estaría de más hacer uso, de vez en cuando, de la palabra autodeterminación frente a los continuos desplantes de la Administración central. Nos quedan menos de cuatro años para evitar que los "gorriones" continentales agresivos y mejor preparados para la competencia, desplacen a los canarios que viven tranquilos y felices en su tierra. Sería muy triste que les contaran a nuestros nietos en inglés, alemán o castellano peninsular, que no hace muchos años, aquí vivía una gente que, con sus costumbres, habla, fisonomía y manera de ser peculiares, constituían una etnia conocida como Canarios, y ellos preguntarnos: ¿de verdad?.
* Publicado en 1988
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