Francisco García-Talavera
Casañas *
Camino de Güímar, al pasar por Igueste y
Araya, y mirar hacia lo alto, mi espíritu se pierde entre aquellos agrestes
barrancos y riscos sembrados de cuevas. Mi imaginación, para no ser menos, me
transporta varios siglos atrás, y veo nítidamente escenas cotidianas de un
hábitat guanche. En esta ocasión está anocheciendo y en el interior de la
oscura cueva volcánica -protegida por un fuerte paredón de piedra seca, y a la
luz de varios hachones de tea- contemplo a una joven madre dándole de mamar a
su niñito, al tiempo que lo arrulla entre sus brazos y le susurra el monótono
sonsonete: arrurru, arrurru, agu..., arrurú, arrurú, agu... Y regresando al
pasado más cercano, en mi memoria se repite la escena.
Recuerdo a mi madre, al acabar de
amamantar a mi hermano pequeño, darle unos "golpitos" en la espalda y
mecerlo entre sus brazos cantándole un arrorró, hasta conseguir que se
durmiera. Entre toma y toma, también recuerdo que, a veces, con el dedo índice
le tocaba suavemente el labio inferior y le decía cariñosamente: ajó, mi niño,
ajó..., y mi hermanito sonreía. Ya en el presente, se cuela en mis oídos el
célebre Arrorró de "seña" Valentina, la de Sabinosa.
Esa monótona y dulce canción de cuna que
llena de autenticidad mis pensamientos y que da pie a la constatación de las
similitudes lingüísticas y etnográficas, como estas, entre lo guanche de ayer y
lo canario de hoy. Un fino hilo conductor que nos conecta con nuestro
ancestral, y poco conocido, pasado líbico-bereber norteafricano(1).
El arrorró es una antiquísima y
original canción de cuna que ha traspasado las fronteras continentales
africanas, introduciéndose inicialmente, hace milenios, en nuestras Islas a
través de los guanches, para pasar luego a la península Ibérica con el numeroso
contingente bereber (amazigh) que la invadió, en el siglo VIII, durante la mal
llamada "conquista árabe" de la misma y, finalmente, dar el salto,
vía Canarias, al Nuevo Mundo e incorporarse al folclore doméstico de muchos
países americanos. Entre estos tenemos a México, en donde se canta a los niños
pequeños: "Arrorró mi niño, arrorró mi sol, arrorró pedazo de mi corazón.
Este niño lindo ya quiere dormir, háganle la cama de rosa y jazmín. Esta leche
linda que le traigo aquí es para este niño que se va a dormir. Arrorró mi niño,
arrorró..."
Pues bien, en la mayoría de los dialectos
bereberes, a los niños pequeños se les denomina "arrau", "arrew",
o, como apuntaba nuestro recordado investigador y político Antonio Cubillo,
sería "arru", para luego transformarse en el "arrurru"
repetitivo, al añadirle el "ur" ('no', en amazigh) y el
"rur" ('llorar', en bereber), con lo cual la palabra
"arrorró" (es sabido que fonéticamente la "o" puede
confundirse con la "u") sería en realidad una frase, que significa:
'niño, no llores'. Otros autores berberólogos, como J. Lanfry (comunicación
personal de Manuel Suárez), asocian "aruru" con el verbo
"sruru" ('acunar', dormir al niño o niña, meciéndolo, cantándole y
dándole pequeños golpes en la espalda con la palma de la mano).
En cuanto a la palabra "ajó" o
"agó", sabemos que viene de "aho" (con hache aspirada), que
es -según los "cronistas", historiadores y lingüistas- como llamaban
los guanches a la leche en casi todas las islas, y que coincide, con ligeras
variantes, con la denominación de tan básico alimento en diferentes dialectos
bereberes: "agu" (en tashelhit), "agi" (en rifeño), "akh
(en tuareg), etc.
Dos sonoras y antiguas palabras canarias
-de hondo significado materno-filial y heredadas de nuestros antepasados- que
nos hablan del inmenso cariño que nos transmitían nuestras sufridas madres
mientras nos alimentaban y nos acunaban en los trascendentales primeros meses
de nuestra existencia. Y una de ellas, curiosamente, se ha ennoblecido hasta el
punto de llegar a constituir el tema central del himno nacional canario:
"El Arrorró". Todo un canto a la vida y al amor maternal.
Ilustración (1): https://www.facebook.com/josecarlos.gracia.5
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