Consejo
latinoamericano de iglesias
El Evangelio de
Tomás de la infancia de Jesús y otros textos apócrifos - ¡Qué tal niño!
Leif E. Vaage
Resumen
El artículo estudia las narrativas de la infancia
de Jesús en el evangelio apócrifo de Tomás de la infancia y en los otros textos
de la Biblia
canónica, aquí también llamados de textos apócrifos. El autor demuestra que a
diferencia de los evangelios canónicos y particularmente del Evangelio de
Lucas, el Evangelio de Tomás de la infancia de Jesús le da a “nuestro Señor y
Salvador Jesucristo” una niñez. En este texto, el Hijo de Dios hecho carne se
revela, por unos años, todo un niño, por no decir un enfant terrible. No
sólo crece y se hace más fuerte, llenándose de sabiduría (como es el resumen –
en una oración demasiado sintética para ser una descripción histórica – que
hace el Evangelio de Lucas (2,40) de este período de la vida de Jesús) sino
que, en el Evangelio de Tomás, Jesús también tiene que aprender y dejarse
educar como todo niño de este mundo. En este sentido, el Evangelio “apócrifo”
de Tomás es un escrito mucho más “histórico” que cualquiera de los canónicos.
Abstract
This
article studies the narratives of the infancy of Jesus in the apocryphal
Infancy Gospel of Thomas and in the other texts of the canonical Bible, also
here called apocryphal. The author shows that unlike the canonical gospels and
particularly the Gospel of Luke, the Infancy Gospel of Thomas gives “our Lord
and Savior Jesus Christ” a childhood. In this text, the Son of God made flesh
is shown, for a few years, to be completely a child, if not an enfant
terrible. Not only does he grow and become stronger, being filled with
wisdom (as the Gospel of Luke [2,40] summarizes this period of the life of
Jesus in a sentence too synthetic to be historical description) but in the
Gospel of Thomas Jesus also has to learn and to allow himself to be educated
like every other child of this world. In this sense, the “apocryphal” Gospel of
Thomas is a much more “historical” writing than any of the canonical gospels.
1.
Introducción
Los escritos cristianos primitivos que tratan de
la infancia de Jesús son todos apócrifos, incluso los evangelios canónicos, lo
cual quiere decir que ninguno de ellos es históricamente “auténtico”. Ninguno
relata lo que fue la realidad, social y personal, del embarazo de la madre
biológica de Jesús y del posterior nacimiento y crecimiento de este niño. Más
bien son todos intentos de reflexionar sobre las condiciones de vida y las
implicancias para la vida que se dieron con el caso Jesús. Contar la infancia
del Señor y Salvador es profundizar la ubicación humana del proyecto que se
llamaba Jesús de Nazaret y su(s) forma(s) de desarrollo histórico.
Entre los evangelios canónicos son solamente los
de Mateo y de Lucas los que tienen una llamada narrativa de infancia. En
seguida se comentará brevemente lo particular de cada uno de ellos antes de
entrar más ampliamente en una discusión de lo que nos cuenta el Evangelio de
Tomás sobre este tema. A modo de preámbulo, vale recordar también el testimonio
de los otros dos evangelios canónicos.
2.
La infancia de Jesús en los evangélios “canónicos”
En el Evangelio de Marcos tanto como en el
Evangelio de Juan no cabe duda de que Jesús haya tenido a una madre “carnal”.
Según Marcos (3,31; 6,3), también tenía varios hermanos y hermanas de la misma
estirpe. Sin embargo, estas relaciones sociales – la de madre-hijo y la de
hermandad – no representan, para el mismo evangelista, la principal matriz,
desde la cual habrá salido, o brotado, o irrumpido el fenómeno Jesús. Más
importante, según Marcos y Juan, era el vínculo Juan (que bautizaba)-Jesús y lo
que pasó cuando Jesús se le acercó a Juan y su bautismo.
En el Evangelio de Marcos, precisamente a la hora
de hacerse bautizar por Juan, es cuando Jesús nace, por decirlo así, como amado
hijo de Dios. Por eso no hay y no puede haber en Marcos otra narrativa de
infancia anterior a ésta. Para el evangelista, sea lo que fuera la vida de
Jesús antes de llegar a Juan y su bautismo “desde Nazaret de Galilea” (1,9),
tal historia simplemente no tiene nada que ver con la vida de Jesús como
“Jesucristo, hijo de Dios” (1,1), que propiamente dicho empieza (véase, de
nuevo, 1,1) cuando Jesús sale del agua del río Jordán y recibe ese Espíritu que
lo hará todo lo que es Jesús en el Evangelio de Marcos hasta su muerte en la
cruz, cuando el mismo se le es “exhalado” (15,37: exepneusen) desde un
estado de abandono absoluto. Por eso, el evangelista subraya, en 3,20-21.31-35
y en 6,1-6a, la irrelevancia de la familia de Jesús y sus contrapartes
sociales, y lo equivocado que son sus perspectivas, referido al proyecto de
Jesús.
El Evangelio de Juan piensa igual, aunque sea de
otra manera, pues pone el comienzo del caso Jesús al comienzo de todo, antes de
la creación del mundo, cuando sólo había Dios y su Palabra (logos).
Así cuando esta Palabra “se hizo carne” (1,14) en Jesús, él ya llevaba muchos
siglos de existencia y de actividad. Lo que empieza con el testimonio de Juan,
según este evangelio, no es sino un episodio bastante tardío en la historia del
ser más cercano – y por eso llamado en Juan el único Hijo – a Dios Padre.
Al igual que los milagros que sirven en Juan como
“señales” (sêmeia) para entender otro tipo de verdad (a diferencia de
Marcos, donde son una muestra más de poder y por eso son ahí llamados dynameis),
no tienen importancia alguna las particularidades de la encarnación para Juan.
Basta decir que la Palabra
de Dios se hizo hombre y, para Juan, lo demás sobra, hasta darse su
enfrentamiento con el mundo, o sea, la “crisis” (krisis) para el mundo
que es la revelación de Jesús en este escrito. Por eso no hay nada sobre el
niño Jesús en el Evangelio de Juan.
El Evangelio de Mateo, sí, empieza con una
referencia al “libro de génesis de Jesucristo hijo de David hijo de Abraham”
(1,1; cf. 1,18) y agrega dos capítulos de entrada a la historia contada en el
Evangelio de Marcos. Estos
dos capítulos – aparte de la genealogía (1,2-16) que viene primero y que va
desde Abraham hasta José “el esposo de María, de la que nació Jesús llamado
Cristo” (1,16) – tienen como protagonista principal no a Jesús ni a María sino
a José, quien es el que recibe todas las revelaciones angélicas (1,20; 2,13.19)
que le indican qué decisiones tomar y que forman uno de los dos hilos
conductores de esta parte de la narrativa. El otro hilo conductor se da a
través de los diversos textos bíblicos (1,23; 2,6.15.18; véase, también, 2,23)
que, según el evangelista, fueron cumplidos en cada uno de los cinco episodios
(1,18-25; 2,1-12; 2,13-15; 2,16-18; 2,19-23) que representan la infancia de
Jesús en Mateo.
No es, pues, el relato de la infancia de Jesús en
Mateo un texto muy enfocado en lo que era cuando niño sino que representa, más
bien, una narrativa exegética que busca ubicar a Jesús “desde antes” dentro de
las expectativas “mesiánicas” de Israel. Algo parecido vale también para el papel
que juega José en estos capítulos. Su protagonismo constata que, en cada
momento, se ha tratado de una familia honrada. Por eso, el parentesco de Jesús
con Abraham y con David pasa por José en la genealogía (1,16), y es José a
quien el ángel del Señor tiene que aclararle lo que está pasando con María,
para que José deje que la cosa siga. El principal interés aquí no es, pues, el
de conocer la experiencia de Jesús ni la de María sino el de fijar el contexto
ideológico –la línea socio-teológica– en que hubiera que poner a Jesús.
Llama la atención la violencia que llena esta
narrativa. La infancia de Jesús en el Evangelio de Mateo no tiene nada de
idilio pastoral. Más bien se realiza en un mundo muy marcado por todo lo que
fue la injusticia institucionalizada de aquel entonces – ¡y que todavía existe!
Termina siendo otra historia de familia refugiada. La visita de los tres magos
(2,1-12) no tiene nada que ver con regalos navideños, a pesar de su “ofrenda” a
Jesús (prosênegkan autô dôra) de “oro y incienso y mirra” (2,11), sino
que hace ver los intereses y las intrigas políticos internacionales siempre
presentes en el nacimiento de un niño. En el Evangelio de Mateo, el relato de
la infancia de Jesús se vuelve, pues, una suerte de cuento de terror.
¡Todo lo contrario en el Evangelio de Lucas!
Desde el dichoso embarazo de María junto con su parienta Isabel, hasta el parto
del Salvador anunciado y alabado por las huestes celestiales y, la puntual
presentación del niño en el templo acompañada del reconocimiento profético de
dos ancianos, Simeón y Ana, todo lo relacionado con el nacimiento de Jesús
parece una bendición. Por supuesto, hay unos elementos que admitirían una
interpretación menos triunfante, por ejemplo, la incertidumbre inicial y la
consecuente mudez de Zacarías hasta el nacimiento de su hijo Juan, el censo
impuesto por el imperio romano que obligaba el traslado de cada persona “a su
propio pueblo”, la falta de alojamiento en el mesón para José y María, el
desprecio social que caía sobre los pastores de campo en la antigüedad. Pero
estos detalles no interrumpen la trayectoria heroica del relato de la infancia
de Jesús (y de Juan) en el Evangelio de Lucas. Más bien, son detalles que
subrayan el futuro destino glorioso del niño Jesús por contrastarlo con la
humildad de (algunos aspectos de) sus orígenes.
Una vez más, como en Mateo, la mayor parte del
relato de la infancia de Jesús (y de Juan) en Lucas, se fija en personas que no
son Jesús. En el Evangelio de Lucas, en orden de aparición, son los padres de Juan,
Zacarías e Isabel, después María, la joven madre de Jesús, José, el esposo de
María, después los pastores y los ángeles, y los ancianos Simeón y Ana. Por
supuesto, con frecuencia se hace referencia al niño que ha o acaba de venir al
mundo, pero siempre sin que éste haga algo o sea sujeto – solamente object(iv)o
– de la narrativa… hasta 2,40. Sólo llegando al final del segundo capítulo de
Lucas, de repente aparece Jesús mismo puesto en primer plano. Empieza a actuar,
a hacerse presente, a tomar papel en la historia, aunque no sea mucho, o mucho
nuevo, lo que el evangelista nos cuenta al respecto.
En Lucas 2,40-52 saltamos de los primeros meses
de vida de Jesús hasta el año doce cuando, como de costumbre, los padres lo
habían llevado una vez más a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. El evangelista
no nos cuenta nada sobre cómo el niño Jesús llegó a tener el conocimiento del
cual, sentado en el templo en medio de los maestros, daba muestra tan
impresionante para todos los que lo oían. Basta saber, según Lucas, que en
Nazaret Jesús “crecía y se hacía más fuerte, llenándose de sabiduría, y gozaba
del favor de Dios” (2,40). La escena en el templo no es sino un caso concreto
para comprobar esta afirmación (que se repite, con otras palabras, en 2,52).
Más importante para el evangelista parece ser la
cuestión de la relación Jesús-padre(s), pues el texto enfatiza mucho, en
2,41-46, el actuar de los padres de Jesús referido a la fiesta y la inesperada
ausencia de Jesús entre los parientes y conocidos, con los cuales viajaban de
regreso. Después, cuando por fin encuentran a Jesús en el templo, la discusión
que se levanta, en 2,48-49, entre Jesús y su madre por el tan sorprendente
comportamiento del hijo trata del respeto que Jesús tendría que guardar por
su(s) padre(s). Finalmente, matando dos pajaritos con un solo tiro, el
evangelista hace dos afirmaciones algo contradictorias. Por un lado, dice que
los padres “no entendieron lo que les decía” (2,50), lo cual quiere decir que
todavía no captaban lo divino, lo sobresaliente, lo humanamente excesivo de su
hijo. Por otro lado, a Jesús le pone cara de hijo-modelo, obediente,
perfectamente sumiso (2,51). No sorprende, pues, que todavía podría
preguntarse, ¿Qué es eso? ¿Cómo fue?
3. El Evangelio de Tomás de la infancia
de Jesús
El Evangelio de Tomás de la infancia de Jesús – o
como dice el primer versículo del manuscrito más antiguo de este texto en
griego, “Los hechos maravillosos de niño de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo” (ta paidika megaleia tou despotou hêmôn kai sôtêros Iêsou
Cristou) – pone el mismo episodio que Lucas 2,41-52, el de Jesús con doce
años conversando en el templo con los maestros, al final de su relato. Así
termina, o sea, queda dentro del marco narrativo definido por el Evangelio de
Lucas.
Por otro lado y por la misma razón, pienso, no
empieza el Evangelio de Tomás, en las versiones más antiguas del texto, con el nacimiento
de Jesús sino que cuando ése ya está niño (de cuatro o cinco años). El
escrito, pues, no pretende corregir o sobrepasar lo que da a conocer el
testimonio canónico sobre estos dos momentos claves – de entrada y de salida –
de la infancia de Jesús. Más bien intenta ampliarlo “desde adentro” y así
vincular más estrechamente lo que era Jesús en ese período de su vida con lo
que llegó a ser y hacer más en adelante.
En este artículo, como ya he señalado, trabajo
sobre el texto del Evangelio de Tomás que atestigua el manuscrito más antiguo
en griego. Es
común – y lo más probable – pensar que el Evangelio de Tomás fue escrito
originalmente en griego, aunque los manuscritos más antiguos, como tal, del
texto están en otros idiomas. Además,
el manuscrito más antiguo en griego representa sólo una de las cuatro
recensiones del texto en este idioma. Otra de ellas – una más tardía y más
extensa – ha sido el texto (A) mayormente usado por los estudiosos desde su
publicación por Constantinus von Tischendorf a mediados del siglo diecinueve. No
obstante, se ha hecho evidente en varios estudios más recientes que el texto
(A) de Tischendorf no puede representar el más original.
El manuscrito más antiguo del Evangelio de Tomás
en griego tiene dieciséis episodios o capítulos más un versículo tipo título y
otro capítulo preliminar. A
continuación hago un resumen del contenido de cada capítulo. La numeración de
los párrafos corresponde a la de los capítulos. Todos los capítulos también
tienen versículos numerados que no pongo en el resumen pero que, sí, están
incluidos en las citaciones y referencias al texto que haré después.
3.1
Contenido del evangelio
1.
Tomás el Israelita introduce su obra sobre “todo lo que hizo nuestro Señor
Jesucristo en nuestro territorio Belén en el pueblo Nazaret”.
2. El niño Jesús, de cuatro o cinco años, está jugando en un riachuelo, hace unas charcas, limpia el agua, y del barro crea doce golondrinas. Es el día sábado. Cuando lo critican por no observar el día sábado, hace que las golondrinas hechas de barro vuelen.
3. El hijo de Anás rompe las charcas que Jesús había hecho, y Jesús lo hace morir.
4. Jesús está caminando junto con su padre José, un niño se choca con Jesús, y Jesús lo hace morir. Los padres del niño culpan a José por no educar bien a Jesús.
5. José critica a Jesús, el texto se vuelve confuso, y Jesús hace que los que lo acusaron se pongan ciegos. José castiga a Jesús, y Jesús contesta, otra vez con un discurso confuso.
6. A
José, un maestro llamado Zaqueo le pide dejarlo enseñar a Jesús. Al contrario,
a Zaqueo, a José y a los demás presentes Jesús les da sus primeras lecciones.
No obstante, Zaqueo intenta enseñarle “leer y escribir” a Jesús, quien primero
se enfada y después a Zaqueo le explica todo lo que es la primera letra “alfa”.
7. El
maestro lamenta mucho haber intentado enseñar a Jesús, y a José le pide
llevárselo.
8.
Jesús se ríe y hace que los que se murieron vuelvan a vivir.
9. Un
niño muere. A Jesús lo acusan de haberlo matado. Jesús hace que el muerto se
levante y diga que no fue él quien lo hizo morir.
10. El niño
Jesús, de seis o siete años, recoge agua para su madre en una manera
maravillosa.
11. Jesús
siembra una cantidad de semilla y maravillosamente José cosecha mucho más.
12. En su taller de carpintería, José da con un problema de madera demasiado corta. Jesús, que tiene ocho años, hace que esta madera sea igual a la otra en una manera maravillosa.
12. En su taller de carpintería, José da con un problema de madera demasiado corta. Jesús, que tiene ocho años, hace que esta madera sea igual a la otra en una manera maravillosa.
13. A Jesús,
José lo lleva a otro maestro. Sucede lo mismo que la primera vez, salvo que a
este maestro, Jesús lo hace morir.
14. Poco después, a José, un tercer maestro, le pide dejarlo enseñar a Jesús. A diferencia del segundo, este último reconoce que Jesús ya tiene “mucha gracia y sabiduría” y por este testimonio Jesús hace que el segundo maestro también vuelva a vivir.
15. Jesús
sana a su hermano Santiago, cuando una serpiente venenosa le muerde.
16.
Jesús sana a un joven muerto, haciéndolo resucitar, después de cortarse el
joven el pie y desangrarse.
17. Jesús,
con doce años, se queda en el templo conversando con los maestros. Al
encontrarlo María, los escribas y fariseos la alaban por tener un hijo como
éste.
3.2
Comentario
Lo que siempre ha llamado mucho la atención son
los milagros que hace el niño Jesús en el Evangelio de Tomás, por ser muchos de
ellos aparentemente tan caprichosos y hasta con toque de malvado o, por lo
menos, el actuar de un maleducado. Es verdad que todos los matados por Jesús en
este texto son devueltos a la vida posteriormente. Sin embargo, queda la
impresión de que el responsable por su ir y venir sea un ser poco maduro.
De hecho, el niño Jesús en el Evangelio de Tomás es
poco maduro. Mejor dicho, es realmente un niño que poco a poco va madurando.
Por eso, con frecuencia se hace notar su edad que cambia a lo largo del texto
(véase 2,1 [cuatro o cinco años]; 5,1 [cinco años]; 6,5 [cinco años]; 10,1
[seis o siete años]; 12,1 [ocho años]; 17,1 [doce años]). Pero antes de
profundizar este tema, que me parece la clave de lectura, hagamos unas
observaciones previas.
Primero, los milagros que hace Jesús aquí no son,
como tal, de nada excepcional con respecto a Jesús. Son unos milagros más de
los muchos que hace el adulto Jesús en los evangelios canónicos, es decir, son
milagros de sanar, incluso de resucitar, y de poder sobrenatural. Sólo que
Jesús no hace exorcismos aquí. De lo contrario, son milagros bastante típicos
para Jesús, aunque sean en forma juvenil.
El niño Jesús hace milagros en el Evangelio de
Tomás porque los hacía como adulto según las diversas tradiciones cristianas
primitivas. En la concepción biográfica antigua (griego-romana) lo que alguien
tenía de excepcional o típico cuando adulto ya lo habrá tenido también cuando
niño. Por
eso, no nos debe impresionar el hecho de que el niño Jesús en el Evangelio de
Tomás hace tanto milagro y de tanta variedad. ¿Cómo no iba a hacerlo? si es
que, según los evangelios canónicos, así era de adulto.
Claro, no hay milagro de Jesús que mate en los
evangelios canónicos. Por lo menos, no lo hay que mate a un ser humano. Pero
sí, lo hay a otro nivel. Por ejemplo, en Marcos (11,12-14.20-21) Jesús maldice
una higuera que no tenía fruta, a pesar de que todavía no fuera su tiempo, y el
árbol queda secado de raíz. También en Marcos (5,12) al demonio que se llama
“Legión” Jesús lo deja entrar en unos 2000 cerdos, los cuales de una vez
“echaron a correr pendiente abajo hasta el lago y allí se ahogaron” (5,13). El
primer resultado de este milagro es que a Jesús los lugareños le piden irse de
su región (5,17).
Lo que hace el niño Jesús, pues, en el Evangelio
de Tomás, cuando se enoja y mata a varios vecinos y sus primeros dos maestros,
no es sino mostrar el mismo poder de vida y muerte que también maneja el adulto
Jesús en los evangelios canónicos, aunque sea, de nuevo en el Evangelio de
Tomás, en una forma mucho menos controlada.
Más importante, que los milagros, me parece, es
la cuestión escolar en este escrito. Tres veces José deja que Jesús sea llevado
a la escuela por un maestro. Las primeras dos veces son un fracaso total. La
primera vez, un maestro llamado Zaqueo que escucha la discusión entre Jesús y
José le propone a José que se lo traiga a Jesús como alumno “para que pueda
recibir instrucción en letras, y para que pueda tener todo conocimiento, y
aprender a querer a otros de su edad, y respetar lo anciano, y agradecer a los
mayores, para que después a ellos él pueda enseñarles tener un deseo de ser
como niños” (6,2). José le advierte a Zaqueo que Jesús no es un niño como
otros, pero Zaqueo insiste en que se lo dé: “Dámelo, hermano, y no se preocupe
por él” (6,3). Cuando Jesús llega a la escuela: Zaqueo escribió el alfabeto
para él y empezó a enseñarle las letras. Y le repetía una letra muchas veces.
Pero el niño no le contestaba. Molesto el maestro le pegó en la cabeza. Y el
niño se enojó y le dijo, “Yo quiero enseñarte a ti y no ser enseñado por ti,
porque yo sé con mucho más precisión que tú las letras que me estás enseñando.
A mí esto me parece un metal que resuena o un platillo que hace ruido y por eso
no representa el sonido o la gloria ni el poder de comprender.” Cuando el niño
dejó de enojarse dijo solo todas las letras del alfa hasta la omega con mucho
cuidado y con claridad. Y mirando directamente al maestro dijo: “Sin conocer el
alfa según su natura, ¿cómo podrías enseñarle la beta a otro? ¡Hipócrita! Si
sabes, enséñame primero el alfa y entonces confiaré en ti para hablar de la
beta.” Y entonces empezó a darle instrucción repitiéndose al maestro sobre la
primera letra. Pero el maestro no podía responderle (6,8-9).
Jesús sigue exponiendo, en un discurso muy
complicado en griego, lo que sería el misterio de la primera letra. Al
escucharlo, el maestro se encuentra “perturbado” por la enseñanza de Jesús y
dice:
“Ay de mí, ay de mí, infeliz que soy. He hecho de
mí una vergüenza. Llévate a este niño lejos de mí, hermano, porque no puedo
aguantar la severidad de su mirada ni la claridad de su discurso. Este niño
simplemente no es de este mundo. Hasta puede domar el fuego. Tal vez este niño
haya existido antes de la creación del mundo. ¿Qué suerte de matriz lo llevó?
¿Qué suerte de madre lo crió? Yo no sé. Ay de mí, hermano, me causa estupor. No
puedo seguirle en mi mente. Me engañé, tres veces infeliz que soy. Pensaba encontrar
a un discípulo y me encuentro con un maestro. Reflexiono, amigos, sobre mi
vergüenza, porque soy un anciano y me ha vencido un niño. Y me toca ser echado
y morirme o huirme de este pueblo a causa de este niño. No puedo, de veras no
me es posible, ser visto en la vista particularmente de todos los que vieron
que me venció un niño muy pequeño. ¿Qué puedo decirle a otro o compartir con él
sobre las reglas de la primera letra que me propuso? Verdad, amigos, soy un
ignorante. Porque no sé ni el comienzo ni el fin.” (7,1-3)
Finalmente, Zaqueo le pide a José que se lleve a
Jesús para su casa, “porque este niño es algo tremendo, o un dios o un ángel, o
no sé qué decir” (7,4). Jesús se ríe y dice:
“Ahora que lo estéril dé fruto y que los ciegos vean y que los tontos de corazón encuentren sabiduría. Porque he venido desde arriba para rescatar a los de abajo y para llamarles hacia las alturas como me ha mandado el que me mandó a ustedes.” Y de una vez todos los que habían caído bajo su maldición se salvaron. Y nadie se atrevía a enojarlo desde aquel entonces.” (8,1-2)
“Ahora que lo estéril dé fruto y que los ciegos vean y que los tontos de corazón encuentren sabiduría. Porque he venido desde arriba para rescatar a los de abajo y para llamarles hacia las alturas como me ha mandado el que me mandó a ustedes.” Y de una vez todos los que habían caído bajo su maldición se salvaron. Y nadie se atrevía a enojarlo desde aquel entonces.” (8,1-2)
La segunda vez que Jesús va a la escuela, es José
quien lo lleva donde el maestro. El texto dice que José “no quería que
estuviera analfabeto” (13,1). Parecería que el conocimiento de “todas las letras
del alfa hasta la omega” (6,8) que Jesús había mostrado ante el primer maestro
no lo hiciera todavía un letrado. O ¿es que a José se le había olvidado todo lo
que pasó la primera vez con Zaqueo?
Puede que la segunda vez que Jesús va a la
escuela sea una variante de la misma tradición que la primera. Esto quiere
decir que sería la misma anécdota en otra forma. Porque, de nuevo, se repite la
escena del maestro que intenta enseñarle la primera letra (alfa) a Jesús y
Jesús le complica la vida al maestro. Esta vez, sin embargo, cuando el
frustrado maestro se enfada con Jesús y lo golpea como era de costumbre en las
escuelas antiguas – ¡y no sólo en las antiguas! – Jesús maldice al maestro, que
se muere de una vez, y Jesús regresa a su casa. Esta vez el resultado no es que
nadie se atreviera a enojarle a Jesús sino que José, preocupado por el mal
comportamiento de su hijo, busca detenerlo en casa – obligando a su madre que
sea su carcelera – para prevenir que mate a alguien más.
La tercera vez resulta mejor. ¡O se ahogue o se
aprenda a nadar! Otro maestro se presenta y le pide a José dejarlo enseñar
“letras” a Jesús. José está de acuerdo, y el maestro lo lleva “de la mano” a
Jesús “con mucho temor y preocupación,” mientras Jesús le acompaña “con
alegría” (14,1).
Y entrando en la escuela encontró un libro que
estaba en el atril. Y tomándolo no leía lo escrito en él (porque no era de la
ley de Dios) sino que, abriéndose la boca, citaba dichos tan temibles que el
maestro, sentado enfrente, le escuchara todo con placer y le animara a seguir
hablando, y la muchedumbre que ahí estaba se maravillaba de sus dichos
sagrados. Y José iba corriendo para la escuela pensando que el maestro ya no
carecería de vivencia y que podría haber sufrido. Pero el maestro le dijo a José:
“Que lo sepas, hermano, que recibí a tu hijo como alumno (pero) él está lleno
de mucha gracia y sabiduría. Por eso, hermano, llévatelo para tu casa con
salvación.” Y [Jesús] le dijo al maestro, “Porque has dicho la verdad y has
dado un testimonio verdadero, por ti el otro que fue derribado también se
salvará.” Y de una vez ese maestro también se salvó. Y [José] tomó al niño y se
lo llevó para su casa (14,2-4).
¿Por qué sale bien esta tercera experiencia de
Jesús en la escuela? Obviamente tiene algo que ver con el maestro, que sabe
escuchar a Jesús “con placer” (14,2) en vez de darle una bofetada cuando Jesús
no está conforme con aceptar la instrucción básica que le es ofrecida. No cabe
duda de que Jesús siga siendo todo un niño prodigio. Ya sabe más – y sabe que
sabe más – sobre muchas verdades que el propio maestro. El tercer intento de
darle instrucción sale mejor, porque el niño Jesús por fin recibe el debido
reconocimiento de su persona por parte de la autoridad, de acuerdo con el
concepto cristológico que subyace todo el Evangelio de Tomás. Evidentemente no
puede haber salida buena para Jesús – ni para cualquier otro niño – en la
escuela sin tomar en cuenta su idiosincrasia.
No obstante, opino que también hay otra razón,
por la cual son tres los episodios escolares en el Evangelio de Tomás, los
cuales van de mal en peor hasta finalmente tener éxito. Jesús también tiene que
dejarse educar. No importa que ya lo sepa todo. Tiene que aprender a
relacionarse mejor con los demás de su pueblo. No vale simplemente el poder
hacer. Tiene que saber ponerse en sintonía con los demás. Tiene que reconocer
el valor y el aporte del otro. Por eso es que sólo después de su tercera
experiencia en la escuela, los milagros que hace el niño Jesús, en el Evangelio
de Tomás, dejar de ser tan pueriles o caseros. Desde ese momento empieza a
portarse más como el adulto canónico, que usa su poder milagroso mayormente al
servicio de los más necesitados.
La estructura narrativa del Evangelio de Tomás
apunta hacia esta conclusión. En la primera parte del escrito, entre el
capítulo preliminar y el primer fracaso escolar con el maestro Zaqueo, casi
todo lo que hace Jesús en los caps.2-5 es pura travesura: hace volar las
golondrinas de barro hechas el día sábado como respuesta a la censura, mata a
los niños que lo fastidian, responde a la corrección tanto de José como de
Zaqueo con habladurías metafísicas. Es un malcriado fuera de control. Por lo
menos, se pasa.
Entre la primera y la segunda experiencia
escolar, a pesar de que la segunda termine peor que la primera, el niño Jesús
da muestra de estar madurando por lo menos un poco. Ahora ayuda a sus padres:
para su madre, trae agua; colabora con su padre en la chacra y en su taller de
carpintería. Responde mejor a la crítica – esta vez, sin fundamento – de los
vecinos, como si se hubiera dado cuenta de la importancia de las relaciones
sociales. Sin embargo, todo su actuar se mantiene todavía muy dentro del marco
niño, aunque sea un niño, que empieza a portarse mejor.
En la última parte del Evangelio de Tomás,
después del tercer y finalmente exitoso episodio escolar (cap.14), es cuando el
niño Jesús se vuelve, no una carga, sino una persona de provecho para su
contorno social. Así en el próximo capítulo (15) del texto, Jesús está con su
hermano Santiago en el campo recogiendo leña para el horno, cuando Santiago
viene corriendo a punto de morir por la mordida de una serpiente venenosa.
Jesús lo sana de una vez, como si fuera un médico profesional.
En el penúltimo capítulo, cuando un joven se
accidenta con un hacha y muere desangrado, Jesús no espera la llamada de
auxilio: “Cuando se produjo un alboroto, Jesús fue corriendo y abriéndose paso
a la fuerza entre la muchedumbre agarró el pie que se había dañado y de una vez
fue sanado” (16,2). La muchedumbre exclama: “Pues, salvó muchas almas de la
muerte, y puede salvar todos los días de su vida” (16,3).
Llegando al último capítulo del texto, a Jesús de
doce años, su madre lo encuentra “sentado en medio de los maestros
escuchándoles y preguntándoles. Y los que lo oían estaban maravillados cómo
enseñaba a los mayores, explicándoles los aspectos principales de la ley y, los
enigmas y parábolas de los profetas” (17,2). Después, los escribas y fariseos
alaban a María porque “Dios el Señor ha bendecido el fruto de tu matriz, pues
ha establecido una sabiduría y una gloria de valor que no conocemos ni jamás
escuchamos” (17,4; cf. 6,5.7; 9,4). Cuando
la familia regresa a Nazaret, Maria sigue “guardando todo lo dicho,
meditándolo, en su corazón” (17,5), pues ya sabe de sobra el milagro de esta
última afirmación.
4. Conclusión
A diferencia de los evangelios canónicos y
particularmente del Evangelio de Lucas, el Evangelio de Tomás de la infancia de
Jesús le da a “nuestro Señor y Salvador Jesucristo” una niñez. En este texto,
el Hijo de Dios hecho carne se revela, por unos años, todo un niño, por no
decir un enfant terrible. No sólo crece y se hace más fuerte,
llenándose de sabiduría (como es el resumen – en una oración demasiado
sintética para ser una descripción histórica – que hace el Evangelio de Lucas
(2,40) de este período de la vida de Jesús) sino que, en el Evangelio de Tomás,
Jesús también tiene que aprender y dejarse educar como todo niño de este mundo.
En este sentido, el Evangelio “apócrifo” de Tomás es un escrito mucho más
“histórico” que cualquiera de los canónicos. ¡Vale la pena estudiarlo!
También es un texto divertido – como son los
niños traviesos, por lo menos en la memoria. Por eso, quizás, el Evangelio de
Tomás de la infancia de Jesús se da en tantas versiones, muchas de las cuales
agregan otras materias. De hecho, es ahora casi imposible saber con certeza
cuál haya sido el texto original. En el presente artículo hemos comentado el
manuscrito más antiguo en griego. Sería otro estudio – que también valdría la
pena – comparar su testimonio con el de las otras versiones, sin hablar de los
demás evangelios que también tratan de contar todo lo que era el niño Jesús.
Es evidente que en la historia de la iglesia – y
¡no sólo en la iglesia! – se ha leído y escuchado este tipo de evangelio con
mucho interés. ¿Por qué? Porque, pienso yo, en el Evangelio de Tomás tanto como
en otros escritos de esta índole se encuentra con un Dios, un salvador, una
visión de la vida ejemplar “de por medio” o, mejor dicho, todavía “en camino”
hacia su futuro. Esto quiere decir que Jesús aquí todavía es un ser humano,
todavía no acabado, todavía aprendiendo todo lo que es gozar de la gracia y la
sabiduría, y no abusar del poder, que tiene. ¡Qué tal niño! Nos hace recordar
lo que somos cada uno y cada una de nosotros y nosotras, incluso lo que
podríamos llegar a ser. ¡Hijos e hijas, temibles y permeables, de Dios!
Leif E. Vaage75 Queen's
Canadá
leif.vaage@utoronto.ca
De acuerdo con la Hipótesis de las Dos
Fuentes, presupongo que El Evangelio de Mateo haya usado el Evangelio de Marcos
como una fuente literaria, a partir de Mateo 3,1 (cf. Marcos 1,4).
El manuscrito más antiguo
del Evangelio de Tomás en griego es: H Jerusalén, Bibliotheke
tou Patriarcheiou, Cod. Saba 259 (fols. 66r-72r), perg. 260 x 212 mm, 317
fols., 1089/90.
Una recensión del texto en
griego más la tradición del texto en latín tardío agregan al capítulo
preliminar (véase, abajo, #1.) otro título, que pone a “Santiago el hermano de
Dios” como autor de la obra, y varias anécdotas más que suelen ser llamados el
“prólogo egipcio”.
Véase Tony Chartrand-Burke, “The Infancy Gospel
of Thomas - The Text, its Origins, and its Transmission” (dis. Ph.D., University of Toronto , 2001), esp. p.144-245.
Véase Constantinus von Tischendorf (red.),
Evangelia Apocrypha, 2ª edición (Leipzig: Mendelsohn, 1876; 1ª edición 1954);
también Ronald F. Hock, The Infancy Gospels of James and Thomas (Santa Rosa,
California: Polebridge, 1995), p.99-101.
Además de Chartrand-Burke (“Infancy Gospel of
Thomas”) véanse Stephen Gero, “The Infancy Gospel of Thomas - A Study of the
Textual and Literary Problems”, en Novum Testamentum, vol.13, 1971,
p.46-80; Jacques Noret, “Pour une edition de l’Évangile de l’enfance selon
Tomas”, en Analecta Bollandiana, vol.90, 1972, p.412; y
particularmente Sever J. Voicu, “Notes sur l’histoire du texte de L’Histoire de
l’Enfance de Jésus”, en Apocrypha, vol.2, 1991, p.119-132; idem,
“Histoire de l’Enfance de Jésus”, en François Bovon y Pierre Geoltrain
(editores), Écrits apocryphes chrétiens, Paris: Gallimard, vol.1,
1997- , p.191-204; idem, “Verso el testo primitive dei [Paidika tou Kyriou
Iêsou] ‘Racconti dell’infanzia del Signore Gesù’”, en Apocrypha,
vol.9, 1998, p.7-95.
Como los vecinos le dicen
a José en el Evangelio de Tomás, después de matar Jesús a su hijo, “pues, con
este niño no puedes vivir con nosotros en este pueblo. Si quieres estar acá,
enséñale a bendecir y no maldecir, pues, nos hemos perdido a nuestro niño”
(4,2).
Al contraste con los
previos comentarios hechos de Jesús por varias personas en el Evangelio de
Tomás (2,3; 4,1-2; 5,1; 9,2; 10,2).
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