Fernando Hernández
«Los
Asantemir era gente sagrada, muy respetada m’hijo. Eran de pelo rubio, ojos
claritos y con cuerpos como mulos; ahí mismo, en la morra donde está la iglesia
del Escobonal, tenían sus cuevas donde vivían».
Con estas palabras de mi abuelo, Isidro
Hernández, más conocido en la comarca de Agache (Tenerife) como Isidro Coche,
descubríamos aquel verano de 1987 la desconcertante tradición de los
enigmáticos guerreros Asantemir o Axaentemir. Ya había referencias
bibliográficas en cuanto a su nombre, pero ninguna que hablara sobre su
cometido como combatientes protegidos por la divinidad. Hoy, como veremos a
continuación, la memoria oral y el estudio filológico han rescatado del olvido
a estos peculiares guerreros del pasado isleño.
LINAJE
SAGRADO
Conformados en una casta de guerreros sagrados,
los Asantemir, que combatían tanto en el mundo físico como en el espiritual,
eran seleccionados de entre aquellos niños concebidos durante una celebración
muy especial: la Noche
del error. Como parte de los rituales propiciatorios que, dedicados a la
fecundidad, se desarrollaban durante las fiestas caniculares o beñesmer,
hombres y mujeres en edad fértil mantenían relaciones sexuales en campos
plantados de cereales. Cegados por la oscuridad nocturna, el contacto se
practicaba sin conocer la identidad de la otra persona.
Nueve meses más tarde, las criaturas nacidas de
este ritual eran entregadas a los samarines para su educación como miembros de
las distintas castas sacerdotales o, en determinadas circunstancias, para su
preparación como guerreros Axaentemir. De esta manera, quizá un tanto cruel
para los hábitos actuales, se conseguía el desarraigo social de un sujeto que,
ajeno a la personalidad de sus progenitores, vivía hasta el final de sus días
el signo sagrado de su nacimiento y, por tanto, su condición de hijos de una
divinidad a la que rendían obediencia.
De elevada estatura, por lo general rubios y de ojos
azules, los Axaentemir eran los primeros en acudir al combate. Especie de
cuerpo de elite, su sola presencia imponía respeto en cualquier lugar de la Isla. Variaba su
número en cada menceyato, pero nunca superaban los 12 integrantes. Vivian en
zonas apartadas de la comunidad, pero justo en puntos estratégicos que
dominaban las comarcas a las que pertenecían. Imbuidos de un pleno compromiso
espiritual con Achaman, deidad a la que veneraban entregando su vida, en el
plano terrenal se sujetaban a los dictados del mencey, pero siempre y cuando
esas órdenes no entraran en contradicción con los preceptos de su divinidad, el
Centelleante, la única autoridad real que colocaban por encima de ellos.
Vestían una piel de cabrito a modo de capa, de color rojo y negro, terminada en punta por la parte delantera y corta por encima de la cintura. Cubrían sus partes con una tira de piel triangular que les caía delante y detrás, aunque se despojaban de estas prendas para entrar en combate, algo recurrente también en otras culturas. La desnudez en la lucha era símbolo de valentía, de ausencia absoluta de temor a la guerra y la muerte, puesto que se sabían protegidos por la divinidad. Un mensaje directo para un adversario que lo sabía interpretar perfectamente: en esa lucha, sólo saldría un ganador vivo. Era, pues, una acción intimidante.
Vestían una piel de cabrito a modo de capa, de color rojo y negro, terminada en punta por la parte delantera y corta por encima de la cintura. Cubrían sus partes con una tira de piel triangular que les caía delante y detrás, aunque se despojaban de estas prendas para entrar en combate, algo recurrente también en otras culturas. La desnudez en la lucha era símbolo de valentía, de ausencia absoluta de temor a la guerra y la muerte, puesto que se sabían protegidos por la divinidad. Un mensaje directo para un adversario que lo sabía interpretar perfectamente: en esa lucha, sólo saldría un ganador vivo. Era, pues, una acción intimidante.
Llevaban el pelo recogido en un moño que
ajustaban a la base del cráneo y alrededor de la cabeza usaban una tira de
cuero trenzado, cuyos extremos dejaban deslizar delante de los hombros. Dichas
puntas se adornaban con conchas marinas, rematadas por una pequeña piedra negra
de basalto. Para dirigirse al combate, se pintaban dos líneas gruesas en la
parte frontal de los hombros, una de color negro y la otra de color rojo.
En particular, la tradición cuenta que el
asentamiento de los Axaentemir en la región sureña de Agache fue
decretado por Benchomo, mencey de Taoro, tras la irrupción de los castellanos y
la alianza de colaboración que pactaron con el cercano menceyato de Güímar.
Benchomo ordenó su establecimiento en el lomo donde hoy se ubican el Museo
Arqueológico y la Iglesia ,
zona que ha recuperado ese nombre, con la misión de custodiar la comarca desde
la ladera donde se halla el hotel Don Martín hasta el margen del barranco de
Erques.
ESTUDIO
FILOLÓGICO
En su libro A través de las Islas Canarias,
el farmacéutico Cipriano de Arribas y Sánchez (1900) recoge la noticia más
antigua de las disponibles acerca de este territorio adscrito en la actualidad
al municipio tinerfeño de Güímar: «Entre sus pagos citaremos el Escobonal,
llamado en lo antiguo Agache y en lengua guanche Axaentemir, significa
guerrero; está en la carretera misma. Parece que hay en esta localidad piedras
de filtrar agua». Por aquellas fechas, también el médico chasnero Juan Bethencourt
Alfonso (1880) se hizo eco del dato a través de una escueta mención en la Historia del
Pueblo Guanche (I): «Axaentemirg Tierras en Abona. Arribas». Y ahí
concluyen las escasas alusiones documentales (registros escritos de la oralidad
popular, para ser más precisos) a estos misteriosos personajes.
Con las lógicas incertidumbres que impone siempre
el estudio de hablas ya desaparecidas, el análisis lingüístico y la traducción
del vocablo revelan una imagen que concuerda por completo con el testimonio
oral. Según el historiador y doctor en Filología Ignacio Reyes (2009), el
sintagma axaentemir constituye una proposición nominal, assa-ən-təmirt,formalizada
por tres ingredientes: el primer término, el nombre verbalassa, indica
el ‘hecho de llegar, arribar, presentarse’ o ‘estar convenientemente
desarrollado’; a continuación, la preposición ən, ‘de’, introduce el
complemento determinativo, representado por el substantivo femenino tamərt
o, con el preceptivo estado de anexión,təmirt, ‘signo fasto o favorable’
que se obtiene en las prácticas mágicas. Por tanto, el enunciado axaentemir o,
como pronunciaba mi abuelo, asantemir notifica la ‘llegada o desarrollo de la
señal propicia’.
Sin duda, la presencia de este grupo de hombres
con amparo sobrenatural y misión protectora responde bien a esa denominación,
pero en ningún caso se trata de un tipismo isleño. Como recuerda el Dr. Reyes,
ocurre otro tanto en la milenaria cultura amazighe (o bereber), aún vigente en
el África septentrional, a la que pertenecían las antiguas comunidades del
Archipiélago:
Cada fracción posee un clan, como sucede con los inflâs
del Sus marroquí o los Ait ‛Auwâm del Atlas Medio por ejemplo, que, en
ocasiones graves o muy señaladas, personifica el honor de toda esta división
tribal, cuya defensa asume como una tarea vital permanente e inquebrantable.
Así lo demuestra en el campo de batalla, al que acude en primer lugar con un
arrojo característico (Marcy 1929: 138-139). Es esta entidad la que parece
poder identificarse con los asantemir registrados en Tenerife. No
obstante, a éstos se les adjudica una expresa protección sobrenatural,
circunstancia que en Canarias se había documentado sólo para el caso de Hautacuperche
(Haw-takkubert), el gomero ejecutor de Hernán Peraza que habría ‘nacido
con buen presagio’. La etimología de este nombre y la historia del personaje
destacan que se trató de un sujeto protegido por las divinidades de la
comunidad, el cual debía presidir todos los actos sociales de alguna
importancia para favorecer una realización exitosa, como corresponde a los
famosos hombres mascota del mundo amazighe continental.
DESTINO
MARCADO
Después de la muerte de Benchomo en la batalla de
Aguere y la rendición de El Realejo, el destacamento místico asentado en Agache
dio por finalizada la misión que se le había encomendado. Narra la tradición
oral que se inmolaron en un suicidio ritual desde los altos de la comarca que
custodiaban. Todavía se localiza en las inmediaciones un topónimo conocido como
la Fuga del
Muerto, donde la memoria popular sitúa el lugar por donde se “desriscaron”.
Cumplían así con la obediencia jurada, un día ya más o menos lejano, de
entregar su vida y destino alcentelleante dios Achaman.
Bibliografía
Arribas y Sánchez, Cipriano de. 2004 (1900). A través de Tenerife.Tenerife: Idea, p. 193.
Bethencourt Alfonso, Juan. 1991 (1880). Historia del pueblo guanche. Tomo I. Su origen, caracteres etnológicos, históricos y lingüísticos.La Laguna : F. Lemus Editor, p.
408.
Reyes García, Ignacio. 2009. Informe acerca de la voz Asantemir [en línea]: <http:>. [Consulta: 30-IX-2009]. Islas Canarias: Fondo de Cultura Ínsuloamazighe.</http:>
Arribas y Sánchez, Cipriano de. 2004 (1900). A través de Tenerife.Tenerife: Idea, p. 193.
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Reyes García, Ignacio. 2009. Informe acerca de la voz Asantemir [en línea]: <http:>. [Consulta: 30-IX-2009]. Islas Canarias: Fondo de Cultura Ínsuloamazighe.</http:>
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