viernes, 6 de febrero de 2015

MUJERES AFRICANAS SINGULARES-CXVII




Mujeres: ama de casa y servicio doméstico
Entre los años cuarenta y sesenta del siglo XX, la vida giraba en torno a la casa, a la familia. Las mujeres eran las responsables de todo lo que acontecía en ella y de ellas dependía que todo estuviese a punto. Aunque el ideal de ama de casa significaba, en general, estar exenta del trabajo doméstico, que dadas las condiciones de la época era muy laborioso y duro, y por otro lado, dejar de trabajar como asalariada, la inexistencia de una clase media importante, frustraba las aspiraciones de la mayoría.
La vida de la mayor parte de la ciudadanía seguirá siendo dura e incómoda por bastante tiempo. Los primeros años de la década de los cincuenta dejan entrever unas mejoras económicas aunque los trabajadores no las notan debido a las largas jornadas laborales.
La presencia de la mujer en la casa se manifiesta con la organización del espacio privado, pues de ella depende la estabilidad y armonía del hogar. La finalidad que tenía era ser esposa, madre y ama de casa, por lo que el matrimonio era la meta ideal y el objetivo principal de todas las jóvenes. No todas las niñas y las jóvenes recibieron la misma educación, pues fueron muchas las que por obligación tuvieron que simultanear el quehacer doméstico y el trabajo asalariado debido a su situación económica.
Desde la Sección Femenina se intentaba hacer un discurso dirigido, básicamente, a la clase media y alta que pretendía que las mujeres permaneciesen en casa y no se incorporasen al trabajo remunerado. Se pretendía que abandonase la idea de dedicarse a otras actividades que no fuesen las propias de su sexo, como la casa, obras de caridad o apostolado. Sin embargo, pudieron hacerlo las mujeres que pertenecían a familias con recursos económicos que, a su vez, tenían en su casa a otras que realizaban las tareas domésticas.
La mujer llevaba una vida abnegada, pendiente siempre del marido e hijos; como madre, era la responsable de ocuparse de la casa y de cualquier otro problema que estuviese relacionado con el hogar, preocupándose de hacerlo acogedor cuando su marido volviese del trabajo, a veces nervioso y contrariado; incluso tenía que demostrar que no estaba cansada después del duro trabajo realizado a lo largo día.
A partir de mediados de los años sesenta y en las décadas siguientes, el trabajo de la mujer fuera del hogar dará una nueva imagen de la sociedad. Antonio Ramos pone de ejemplo lo que hacía: “Ayudar en casa no, en ese sentido éramos la clásica familia de antes, de que la mujer hacía sus cosas y el hombre, pues hacía cosas que ni siquiera nadie le pedía que ayudara, porque ni se pensaba que uno tuviera el deber de hacerlo. Esos pensamientos son actuales, de poco tiempo a esta parte, en el que al hombre se le ha inculcado en que también tiene que cooperar, que ayudar, pero antes había incluso mujeres que si el hombre trataba de hacer algo, se lo quitaba de las manos ‘quita allá, eso no te corresponde a ti, para eso estoy yo’, cosas así. ¿Sabes? que aunque el hombre fuera bueno, cooperaba y ayudaba, esto y lo otro, pero las labores de ponerse a lavar la loza o poner una lavadora, bueno la lavadora no existía, era una pileta en la que metías el agua y te rompías las manos sobando la prenda, nosotros hacíamos mandados”.
Eladia Rodríguez, hija de un agricultor, y piquero después, y de una ama de casa, nos narra como fue su vida en general. Antes de contraer matrimonio trabajó con sus padres en la tierra: ayudaba a arar, a llevar la yunta de vacas, a segar el trigo, a trillar avena y para llevar a cabo todo esto se levantaba de madrugada.
Comenta que “hambre pasemos, pero al máximo, íbamos de Arbejales de Teror a Valleseco por la Madrelagua que le decían y llegabas caminando, cuando llegas a buscar a mi padre que era piquero, que era lo único que podía trabajar y tenía trabajo y encontrábamos gofio, maíz, trigo y lo que encontrábamos a veces era gofio de trigo con petróleo y ninguno nos envenenemos y vivimos… pero pasemos mucha necesidad comiendo hasta gofio de algarroba” y nos cuenta que el gofio de algarroba lo preparaban, tostándola y con una botella lo molían, lo echaban en leche o en agua, muchas veces sin azúcar porque carecía de ella.
Se casó a los 19 años con un chico que conoció en la fiesta de la Concepción, “un flechazo, amor a primera vista” comenta. Recuerda que iban andando a todas partes, “a lavar y a buscar agua, de limosna, porque ni llovía, llovió una vez que yo supiera y corrió aquel barranco y los vecinos que tenían aljibe… mi suegra tenía una aljibe pero a la intemperie, sin encalar y apenas servía sino para regar y apenas iba bajando se ponía verde y no servía, pero mientras había agua en esa poza… y con una lata…”. A su hija la crió “en un cajón de esos antiguos, de esos antiguos que venían, yo digo que de baterías de cocina, y cuando iba a pedir una lata (de agua) de favor allárriba porque ya me había dado otra, (…) y no daba para lavar a la chiquilla y al cajón, así que después iba otra vez, lo contaba…”
A lo largo de la conversación Eladia, va desgranando como ha sido su vida, su marido no la ayudaba mucho, así que ella se puso a trabajar para sacar a su hija adelante: “(…) Las Siervas de María me hablaron de esa casa, pues para hacer… en esa casa trabajaba y puedo decirla casa, porque él era una gran bella persona, ella un poco exigente, porque yo me levantaba a las seis de la mañana y los bordillos de frente a la farmacia que está en la plaza de Colón, en General Bravo, allí vivía don Gabriel de Armas, que era con quien yo trabajaba, que me recomendó las Siervas de María, no tenía que pagar nada y la que trabajaba era yo, mi marido salía y como estando… pues esa cosa…. (…) el no daba un golpe (…)”.
Se encargaba de hacer la compra de la casa en la que trabajaba, su situación económica no era buena, “(…) pues estaba trabajando desde las seis de la mañana a las doce de la noche pues hasta que ellos no cenaban, recogía yo la cocina, no comía en casa de ellos, comía de lo que ganaba (…). Estaba pasando necesidades, mi hija no la podía poner en un colegio, mi marido hacía lo que daba la gana (…)”, tampoco su alojamiento era bueno, así que por fin consigue una casa “en la calle Espíritu Santo en una azotea, pero bueno… tan buena suerte que diciéndole al cura una pura verdad y me fue buenísimo porque yo vivía muy en paz, la señora era buena, los vecinos no nos molestábamos empezando por ahí, tenía don Silvestre Bello que vivía enfrente y ahí fue donde empecé a sacar a mi hija (…). Entonces allí viví más tranquila en el sentido que pude poner a mi hija en el colegio de las Javerianas, pagando, después las Javerianas… yo sabía coser algo, me dijo que si yo tenía tiempo libre para ir hacer… lo que yo hacía en las Javerianas era servilleteros, como una talega pero con una capa que se le hacía, por ejemplo los tres pespuntes y cuchillo y cuchara, se hacía a las medidas y se pespuntaba, en este lado iba una cosa, esta y la otra (lo señala con la mano). O sea, allí fue donde yo empecé a sacar a mi hija adelante”.
El trabajo que realizaba era por necesidad y así lo relata: “(…) me encontré el primer trabajo, trabajo que yo conseguí por necesidad, por pura necesidad, porque él llegaba (su marido) a lo mejor a la media noche y si decía algo, era que ponía el grito al cielo, lo mejor era callarse, con esa necesidad empecé a trabajar, (…). Yo aprendo más de lo que oigo que de lo que leo y escribo porque nunca tuve tiempo para hacerlo, me gustaba…”
Su hija tenía nueve años cuando comenzó a trabajar y “hasta la fecha, a trabajar por horas, es lo que he hecho (…). Salía por las mañanas y llegaba a las nueve o diez de la noche de trabajar. (…) Ha salido adelante porque he conocido gente muy buena y porque también ha luchado de visitar los más graves en los hospitales, a los carceleros para fortalecerme, salía de allí y así me fui haciendo fuerte para salir adelante”.
Como conclusión podemos señalar que muchas mujeres han tenido una vida como la de esta mujer, que ha conseguido sacar adelante a su familia sobreponiéndose a las dificultades. La conozco desde hace muchos años y en la actualidad cuida de sus bisnietas, que la tienen muy ocupada. Ya dejó el duro trabajo de ir de casa en casa, trabajando por horas y llegando a su domicilio a las tantas de la noche.
(Mª Luisa Iglesias Hernández es Profesora Titular de Historia Moderna de la ULPGC, en: Revista Canarii)
Entre los años cuarenta y sesenta del siglo XX, la vida giraba en torno a la casa, a la familia. Las mujeres eran las responsables de todo lo que acontecía en ella y de ellas dependía que todo estuviese a punto.

Desde la Sección Femenina se intentaba hacer un discurso dirigido, básicamente, a la clase media y alta que pretendía que las mujeres permaneciesen en casa y no se incorporasen al trabajo remunerado. 

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