Los dragos milenarios
¡Dragos…! he aquí a los magnates de nuestra flora.
Recios, ciclópeos, sombríos, todo en ellos tiene un sello característico de
grandeza, de monumento prehistórico, que no lograron remover ni reducir a
pavesas las fraguas de los volcanes. Fuertes e inconmovibles en sus sillares de
roca, ahíncan sus raíces en el corazón de la tierra, y el jugo que la sorben lo
convierten en savia de color de púrpura.
¡Qué adustez tan especial tienen estos
árboles milenarios, que no han logrado “familiarizarse” con el pueblo!
Recluidos generalmente en solitarios lugares, a extramuros de los pueblos, en
oquedades sombrías como los del barranco del Infierno, en Adeje, o en las
escarpas de las rocas, como los de “Los dos riscos”, de Taganana, dijérase que
les atrae la soledad. Misántropos del reino vegetal, dan siempre, al
contemplarlos, una sensación de rigidez, de aplomo, de consistencia pétrea.
Pasan los ciclones sobre ellos y ni siquiera estremecen sus ramas. Los vientos
se desflecan en sus hojas cortantes y aceradas como dagas, y acállanse sus
rumores bajo la copa sombría, de recia urdimbre, como si temieran despertar al
monstruoso dormido...
Apologistas ilustres –Humboldt, Dumont d’Urville, Leopoldo de Buch,
Leclercq, entre otros– han ensalzado su belleza, considerándolos como una de
las especies más curiosas del mundo vegetal. Por su parte, el conocido escritor
español, Eugenio Noel, lamentábase de que todos hablasen de ellos, menos los
escritores nacionales. Lo mejor que se ha escrito sobre la vegetación de
Canarias, decía, es extranjero, alemán casi siempre. “Y, no obstante –añadía–, vale la pena de trasladarse a Icod, aún con los
ojos llenos de deslumbramiento de la
Orotava , y ver al Teide desde el drago, desde su sombra
legendaria y prehistórica contemplar aquel cono impasible, lleno de sol, que
sacude los nervios con bárbara valentía. Desde ninguna parte el Teide es más
bello. Y hasta esa belleza parece prestársela el árbol. Dignos el uno del otro,
este gigante vivo inspira la idea de que ha de perpetuarse en el tiempo más,
mucho más, que la mole muerta del enorme picacho”.
Y un ilustre
botánico, gran enamorado de nuestros árboles, el doctor Masferrer, recordando
que los aborígenes del archipiélago veneraban el drago como un genio
bienhechor, decía que debiera castigarse al que se atreviera a cortarles algún
gajo y premiar, en cambio, al que mejores y mayor número de ejemplares hubiese
propagado en cierto espacio de tiempo. Y añadía que donde existió el célebre
drago de la Orotava ,
debiera erigirse un monumento histórico, con cuatro jóvenes dragos que
señalaran en su alrededor los cuatro puntos cardinales.
La edad de
estos monstruos vegetales ha sido objeto de grandes disquisiciones científicas.
Todas coinciden en que tales árboles existían antes de la Conquista ,
corroborándolo las escrituras de datas que hicieron los conquistadores al
repartir las tierras ocupadas por los bosques, respetando los dragos. Piazzi
Smith cifraba la edad del antiguo drago de la Orotava en cuatro o cinco
mil años, y como prueba de su antigüedad se cita el testimonio de Cadamosto, de
que al visitar Tenerife, a mediados del siglo XV, ya se encontraba el árbol en
decadencia.
Otro
tema de discusión científica ha sido la procedencia de esta especie. Algunos la
consideraron oriunda de las Indias orientales o del norte de África. Otros,
como los señores Webb y Berthelot, tan conocedores de la flora canaria, a la
que dedicaron largos y minuciosos estudios, coinciden en que se trata de una
especie indígena comprendida en las del primer clima, y particular de nuestro
archipiélago, así como de la
Madera y Porto Santo.
No ha
faltado tampoco algún historiador, dado a la fantasía y a la leyenda, que ha
creído ver en estos árboles el fabuloso Dragón de las Hespérides, guardador de
las manzanas de oro, ni quien, más explícito aún, asegurase haber descubierto,
a través de su lente, la imagen del monstruo terrible reflejada en el interior
del fruto.
En cuanto a
su clasificación botánica, algunos autores los incluyen en la familia de las
palmas; otros, en la de los lirios, por la forma de sus brazos, redondos y
lisos, de cuyos dedos parte la hoja, “semejante a la del lirio cárdeno”, y casi
todos considéranlos pertenecientes a la clase de los espárragos por la especial
estructura de su tronco sin madera, de sustancia esponjosa, que utilizaban los
indígenas para rodelas o construcción de corchos para abejas.
Entre los dragos que más celebridad han
tenido en la isla debe citarse, en primer lugar, el que existía en el antiguo
jardín de Franchy, en la villa de la Orotava. Su fama trascendió a todos los países
del mundo, y en libros y crónicas aparece mencionado como una de las grandes
maravillas de la
Naturaleza.
Piazzi Smith, que
lo muestra en curiosa estampa litográfica, le dedica extensas páginas en sus
impresiones de viaje. ¡Pobre y anciano árbol, exclama, cuyo tronco está hueco!
Cuando Lugo y sus conquistadores, en 1496, establecieron allí el dominio
español, su tronco sirvió de capilla para la celebración de los santos
misterios: antes sirvió para las reuniones druídicas entre las tribus guanches
por muchos siglos. ¡Cuán frágil no está ahora! Una tempestad, en 1819, arrancó
una rama, y más recientemente unos bárbaros cortaron un trozo grandísimo de su
hueco tronco para el museo de botánica de Kew. Así que, en vez de crecer en
anchura, este árbol se iba aniquilando, hasta que el señor marqués del Sauzal,
propietario inteligente, entró en posesión de él.
Por su parte, el naturalista Le Dru, de la
expedición francesa del año 1796, dice: “Vi en
el jardín de Franchy un drago, el más hermoso de cuántos hay en las islas, y
quizás en todo el globo: tiene 20 metros de altura, trece de circunferencia en
su parte media, y veinte y cuatro en su base”.
Entre los
gajos de su elevada copa había una mesa, con asientos para catorce personas, en
la cual se sirvió un banquete el año 1792, en honor de la embajada inglesa,
presidida por lord Macartney, que hacía viaje para el Extremo Oriente. La
distinguida comitiva pudo albergarse perfectamente en el amplio espacio que
dejaban los cuatro grandes brazos del árbol, donde se improvisó una sólida
plataforma con galería exterior para el servicio y una cómoda escalera para
subir a ella.
Desde los “ventanales” del original comedor, abiertos a los cuatro
vientos, pudieron admirar los ilustres comensales los distintos paisajes del
valle, desde las lejanas cumbres de los Realejos hasta las orillas de la costa,
orlada de blancas espumas. ¡Un espectáculo que sólo podía ofrecerles Tenerife
con su gigantesco drago y su maravilloso escenario!
En junio de
1819, un violento huracán destruyó la soberbia copa del drago, quedando
únicamente el tronco, en el que se colocó una plataforma para tapar la
hendidura abierta e impedir la infiltración de las aguas, y así se conservó
hasta el año 1867, en que otro huracán acabó de destruir el histórico árbol,
verdadero monumento de la
Naturaleza , que causaba la admiración de propios y extraños.
Otro de los dragos notables de la isla, por su
majestuoso porte y su amplia y contorneada copa –el de Santo Domingo, en La Laguna –, era el horóscopo
de los campesinos para sus barruntos del tiempo. Si el árbol florecía por el
lado norte, el año era de lluvia en los altos; si por el sur, tiempo de costa.
Y ¡ay de nuestros campos cuando los dragos no florecían! A este propósito, un
observador anotó el hecho de que el año 1851, que fue de espantosa sequía en la
isla, florecieron todos los dragos al llegar el mes de agosto. Al siguiente
invierno, las lluvias fueron generales en las islas, y costas y medianías se
cubrieron de verdes sementeras.
De este drago, como de los demás, se extraía por
incisiones en el tronco un jugo resinoso de color encarnado, que al contacto
del aire se solidificaba en la corteza; tal era la famosa “sangre de drago”, de
la que decía un escritor extranjero: “Estando
la luna llena sudan estos árboles una goma clara y colorada, mucho más
astringente que el ‘sanguis draconis’, que nos viene de Goa y de otras partes
de las indias orientales, porque los judíos, que son los droguistas de esos
lugares, para ganar y engañar lo falsifican y multiplican con tantos
ingredientes que de una libra hacen cuatro”.
Este preciado producto fue objeto de un
gran comercio con los antiguos romanos y hasta el siglo XIX con muchos países
de Europa que lo utilizaban para curas medicinales, fabricación de tintes y
barnices y especialmente para usos dentífricos. La industria llegó a ser de tal
importancia que se estableció diezmos sobre ella, proporcionando considerables
ingresos al erario insular.
El escritor Bory de Saint-Vincent, que en
1804 visitó el drago de La
Laguna , decía hablando de la famosa droga isleña: “La mayor parte de los viajeros de nuestra expedición
de exploradores, adquirieron en La
Laguna , en un convento donde había unas encantadoras religiosas,
paquetes con residuos vegetales de color encarnado (‘sang de dragón’), que les
recomendaban para la conservación de dientes y encías. El mejor elogio que
puede hacerse de la pequeña mercancía es que las jóvenes religiosas tenían
todas la ‘boca fresca y bella’”.
De los demás supervivientes de la especie, que son motivo de orgullo
para Tenerife por el interés que despiertan entre cuantos extranjeros visitan
la isla, corresponde el título de honor al drago de Icod, considerado como el
más antiguo del archipiélago.Los naturalistas han coincidido casi todos en asignarle una edad de más de 3.500 años. Su base tiene un perímetro de doce metros y la altura del tronco, hasta la copa, más de catorce metros.
Hasta tal extremo es famoso y digno de estudio
este árbol, que siendo ministro de Fomento el señor Gasset, en un decreto que
publicó sobre Parques Nacionales, en febrero de 1917, decía: “Igualmente deben catalogarse todas las demás
particularidades aisladas notables de la Naturaleza patria, como grutas, cascadas,
desfiladeros, y los árboles que por su legendaria edad, como el Drago de Icod,
por sus tradiciones regionales, como el ‘Pino de las tres ramas’, junto al
santuario de Queralt, o por su simbolismo histórico, como el árbol de Guernica,
gozan ya del respeto popular”.
El gigantesco drago, consignaba también en
un informe oficial el ingeniero jefe de Montes, señor Ballester, “simboliza el ocaso de una flora antediluviana, tan
próxima a ser del dominio paleontológico, que acaso sean estos ejemplares que nos
restan en Canarias y otros muy contados del continente africano, la última
representación del paso de esta colosal especie por nuestro planeta”.
El año 1907, con motivo de la visita que
hicieron a esta isla los profesores y alumnos del Colegio Politécnico de
Zúrich, estuvieron en Icod ocho días dedicados a estudiar el drago y sus
características más esenciales. De dichos estudios dedujeron que su edad era de
2.500 años.
En los últimos tiempos, el árbol ha sido
objeto de solícitos cuidados por parte de la municipalidad de Icod, lo que
habla muy alto de la cultura de sus habitantes, contrastando con la enemiga que
en pasadas épocas se sentía en Tenerife por todo lo que representaba belleza y
ornato para nuestra tierra. Refiere a este propósito, el señor Masferrer el
siguiente episodio:
–Hace ya no sé cuántos años que al
propietario del hermoso drago de Icod se le había ocurrido cortar el árbol
porque le perjudicaba. Acertó en aquel mismo tiempo a ir a Tenerife un
naturalista inglés que, con el propósito de ver todo lo que de notable tiene la
isla, fue a Icod con el principal objeto de estudiar aquel famoso ejemplar de
drago. “Muy a tiempo ha venido usted –le dijeron al llegar a Icod–. Dentro de
poco no habría podido usted satisfacer los deseos de ver el citado árbol, ya
que su dueño lo va a cortar de un día a otro”. “¡Ah! –exclamó sorprendido el
inglés–, en ese caso ya no sólo me interesa ver el árbol, sino que quisiera,
además, tener el gusto de conocer a su dueño”. “¿Y para qué?”, le preguntaron.
“Para pedir su retrato, que pienso publicar en alguno de los periódicos
ingleses ilustrados, poniéndole al pie: ‘Fulano de Tal, canario civilizado aún,
que acaba de cortar el más hermoso drago de Tenerife’”.
Afortunadamente, el histórico árbol sigue en pie,
venerado y admirado de todos, y continúa exhibiéndose al visitante, con su rugoso tronco carcomido por
los siglos, como una de las más notables curiosidades de la isla.
Admirable
vestigio del pasado, bien pudo decirse de él, como de la vieja encina de
Gabriela Mistral:
“El peso de los nidos fuerte no te ha agobiado.
Nunca la dulce carga pensaste
sacudir,
no ha agitado tu fronda sensible
otro cuidado
que ser ancha y espesa para
saber cubrir."
(Leoncio Rodríguez, en Rincones del Atlántico)
Bibliografía
Rodríguez, Leoncio. Los
árboles históricos y tradicionales de Canarias. Santa Cruz de Tenerife: la Prensa , ca. 1940, pp.
99-110.
Imagen: Drago del Barranco de Araguy o del Seminario en La Laguna.
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