El viajero, que avanzando curioso
por el litoral agreste y dislocado del extremo Sur de esta isla de Tenerife,
llega hasta el emplazamiento curioso y pintoresco del pequeño puerto llamado La Caleta , a unos cuantos, muy
escasos, kilómetros de Adeje, no puede sustraerse a la impresión extraña y
verdaderamente grandiosa que le produce el magnífico e insospechado panorama
que ante sus miradas se presenta.
Allí, en efecto, en caótico
amontonamiento, convergen imponentes y sombríos, barrancos que, hendiendo con
titánica fortaleza las poderosas y enhiestas cumbres, que a modo de
desarticulado anfiteatro rodean la diminuta población, parecen ofrecer a las
perplejas miradas del turista, el
comienzo de rutas insondables y vertiginosas que han
de penetrar en los más
misteriosos senos de la
Tierra.
Uno de ellos, quizá el más
grandioso e imponente en su salvaje aspecto, es el llamado por todos Barranco
del Infierno; y, en verdad, que ni las sublimes fantasías del Dante ni el genio
inmensamente fecundo y creador de Gustavo Doré, pudieron nunca llegar a
concebir lugar más apropiado y adecuado como mansión maldita de condenados y
protervos.
Este barranco, de cuyas múltiples
y profundas hendiduras el principal y más caudaloso contingente de aguas de que
constituyen la riqueza de Adeje, ofrece en el promedio de su extraño y sombrío
emplazamiento, una singularidad tan característica y especial que seguramente
constituiría la materia de prolijas observaciones y de profundos estudios de
geólogos y naturalistas que se aventuraran por su intrincado y laberíntico
suelo.
Se trata de una especie de
monolito enorme en su altura, toda vez que alcanza y aun rebasa
las crestas sinuosas
de las dos
inmensas montañas que
le sirven de grandioso marco, y que no parece sino que
brindan a que se intente arriesgadísima aventura de terrible vértigo, para
pasar desde las agudas aristas de sus cumbres al afilado remate del
inexplicable obelisco.
Pero lo que ni naturalistas ni
geólogos podrían jamás llegar a sospechar, es que este esbelto
e inmenso espigón
granítico, surgió súbita
e inopinadamente de los insondables abismos terrestres, como
arrebatadora expresión de la cólera divina, para
castigar, y
sólo para castigar,
la más nefanda
y cruel de
las traiciones, el más
monstruoso y vil de todos los
crímenes.
II
Era Mencey (Rey) de Adeje, el
sabio y virtuoso Acaymo; su poder y sus riquezas no tenían igual en toda la
superficie de la isla; sus tesoros eran inmensos e incontable el número de sus
rebaños. Tenía tan sólo dos hijos, que constituían su única preocupación,
cuando ya, casi en los límites de la ancianidad, se prendó locamente de la
joven Saro, mujer de extraordinaria belleza y gallardía.
Pronto Saro dió al anciano Acaymo
un hijo, al que se le llamó Xampó; y desde luego ocurrió lo que ocurrir suele
con gran frecuencia en estos casos; y fué que, poco a poco, el niño Xampó, fué
ahondando en el corazón del viejo príncipe, que llegó a sentir por
él un cariño
avasallador y absorbente, que se
traducía en vehementes arrebatos,
sobre todo, cuando contemplaba los prodigios de fuerza, arrojo y destreza del
joven príncipe.
No tardó éste en enamorarse con
delirio de una muchacha algo parienta de su madre, a la que toda la tribu
señalaba como un dechado de belleza entre las innumerables y hermosas hijas de
la vigorosa raza guanche. Llamábase Iora, y aun cuando honesta y recatada, en
el fondo no dejaba de ser altanera y bien prendada de su belleza.
Iora, pues, aceptó los amores de
Xampó, más que por el poderoso atractivo de su viril belleza, por ser hijo de
rey, porque, quien sabe, si éste fuera el medio de ver realizados los
halagadores ensueños de su ambición...!
Pero una tarde, el príncipe
Saure, primogénito de Acaymo, al pasar por el lugar donde Iora guardaba su
rebaño, le prodigó entusiastas galanteos, que la voluble y ambiciosa Iora
recibió satisfecha, por considerarle sin duda mejor partido que su rendido
novio.
Pero Saure temía a Xampó; sabía
muy bien que su valor igualaba a su fuerza; y que en la típica lucha canaria,
no había sido vencido por ningún campeón en tres años a la fecha; y este temor, agudizado por el odio
que su hermano le inspiraba, ahora mucho
más enconado por la
belleza de Iora, le decidió a
buscar de nuevo a la veleidosa doncella; y después de
deslumbrarla con la descripción de la vida fastuosa de poder y de riqueza con
que su amor la brindaba, le comunicó sus deseos, toda vez que era indispensable
deshacerse de Xampó, al que no podía retar abiertamente so pena de incurrir en
la maldición, y hasta, quién sabe, si en el desheredamiento de su padre.
III
Acostumbraban a verse los amantes
en un sitio apartado, o sea en una agreste meseta emplazada en el
corazón del barranco, y que inspiraba gran temor a los habitantes de los contornos, porque en
ella se abría la boca del Nautemio (Infierno), una espantosa cima de insondable
profundidad, que a las veces arrojaba
vapores
caliginosos, acompañados de
misteriosos ruidos.
Pues bien; cierto atardecer, y
cuando más confiado y contento se sentía el valiente Xampó, enajenado por los
atractivos y mentido amor de la pérfida Iora, ésta, arteramente, y fingiendo
esquivar, para hacerlas más ansiadas, las ardientes caricias del infeliz
muchacho, arrastró a éste con un feroz disimulo, y una infinita crueldad, sobre
ella, ofreciendo en su contorno el vacío pavoroso de su seno. Esta roca, que
pacientemente había sido quebrantada a fuerza de golpes por el infame Saure,
durante noches precedentes, no tardó en ceder, arrastrando con ella al
desdichado Xampó, al mismo tiempo que inusitado bramido de las fuerzas
plutónicas, por insospechada coincidencia, o más bien por sorda expresión de la
cólera divina, se dejaron oír desde el fondo tenebroso del vertiginoso abismo.
Pero Xampó no fué por el pronto
víctima de este inicuo plan, tan cruelmente trazado por los dos traidores, sino
que, al sentirse perdido, poniendo por instinto en juego sus poderosos músculos
de acero, logró asirse con una de sus manos a la afilada arista de la roca
partida, y no hubiera tardado seguramente en vencer por su propio esfuerzo el
espantoso peligro, si hubiera podido valerse de su otra mano herida y dislocada
por el derrumbamiento; por ello, con suplicante voz, invocó la ayuda de aquella
mujer, a quien dió su corazón y las más caras ilusiones de su alma; indicándole
que tendiera la cayada sobre su cuello, tan sólo un momento, el suficiente para
que con tan escaso y liviano punto de apoyo, pudiera él colocar el codo del
antebrazo herido sobre la roca;
pero Iora, aunque
aterrada y llena
de espanto, tuvo
fuerzas, sin embargo, para
aproximarse al borde del abismo, no para proporcionar el punto de apoyo que
imploraba el traicionado novio, sino para esgrimir y golpear brutalmente con su
cayada la crispada mano que se incrustaba en la peña, hasta conseguir que aquel
cuerpo, lleno de juventud y de belleza, se desplomara pesadamente en el seno
del aterrador abismo; al par que el cobarde Saure, prudentemente oculto hasta
entonces, tras de unos arbustos próximos, se acercaba precipitadamente saltando
de roca en roca, pretendiendo eludir el contacto de vapores que cada vez más
intensos y asfixiantes manaban de la negra sima.
IV
Por fin, después de titánicos
esfuerzos, consiguió llegar a la peña, en donde la infame Iora acababa de
consumar su crimen, a tiempo para sostenerla en sus brazos, pues abatida
también por el ambiente irrespirable que la rodeaba iba ya a desplomarse; y
apartándola algunos pasos del abismo, bajo el benéfico influjo de una tenue
corriente de aire, emprendieron ambos frenética carrera, cayendo y levantándose
con aterradora frecuencia, en medio del caótico desprendimiento de piedras,
chasquidos espantosos de las lavas que el Nautemio ya empezaba a desbordar, y en medio del trepidar constante
del terreno que pisaban, como tenue y frágil pared de inmensa caldera en que se
hubieran acumulado presiones incalculables.
Pero su terror llegó bien pronto
al paroxismo de lo inaudito, de lo inconcebible, cuando, en un momento de mayor
confusión y oscuridad, al volver sus cabezas, vieron distintamente, en medio de
los torbellinos de llamas y vapores que a sus espaldas dejaban, la desolada y
vengadora silueta de Xampó,
que avanzaba tras de
ellos, extendiendo con rabia sus potentes brazos, dispuestos a hacer
presa en el cuerpo de los dos miserables.
Pero ¡oh!
¡qué espanto!; aquel
Xampó era una
colosal silueta, inaudita, inmensa, del desdichado hermano y
amante asesino...! Su cabeza rasaba con las crestas de las cumbres del
barranco, y sus brazos vengadores agitábanse siempre hacia ellos,
en un radio de inconcebible
longitud...
De pronto, un grito salvaje, de
dolor infinito, salió de los ensangrentados labios de Iora, al chocar
violentamente en su desenfrenada carrera con una enorme roca interpuesta en su
camino; y cuando, ya en el suelo el miserable Saure, pretendió darle ayuda,
llegó a ellos con la irreductible violencia del huracán el espantoso gigante
que, con rabia sin igual, pisoteó ambos cuerpos, hasta dejarlos convertidos en
informe y sangrienta masa, que no tardó en quedar sumergida en el ya caudaloso
arroyo de hirviente lava, que corría, arrasándolo todo, por los laberínticos
declives del barranco.
Como si tan sólo esperara la
satisfacción de la justa venganza, el inmenso y gigantesco Xampó se detuvo en
aquel sitio, posando sus enormes pies sobre los restos aun palpitantes
de los traidores,
no tardando en
quedar completamente inmóvil, permitiendo así que la escoria y
ardientes masas de lava lanzadas por el volcán fueran poco a poco revistiendo
su cuerpo y petrificando su ser... Pasaron semanas, pasaron meses, y pasaron
años... Y allí sigue el gigante, siempre erguido sobre el ejemplar terrible de
su venganza, convirtiéndose al fin en lo que es hoy: inmenso monolito,
incomparable obelisco que llenaría de admiración a naturalistas y geólogos que
lo contemplaran; siendo de advertir que, según el dicho del anciano pastor que
me refirió a su modo esta extraña historia, la masa enorme del gigante pétreo, conservó
bien distinta y perceptible su enorme cabeza, que al fin fué segada por la
guadaña del tiempo o quizá, quién sabe, si por el genio maléfico, que desde la
traición de Iora anda suelto por las laberínticas estribaciones del barranco.
Granadilla, 1932.Luís Salcedo.
UN
CUENTO BASADO EN UNA LEYENDA Y EN UN PAISAJE IMPRESIONANTE
En el primer tercio del siglo XX
eran frecuentes las narraciones trágicas situadas en barrancos escabrosos, con
un paisaje poco alterado que podía trasladarnos fácilmente a la lejana época en
la que la isla estaba habitada por el pueblo guanche, como ocurrió con el
cuento “El Barranco de Herques” de Romualdo García de Paredes y Mandillo.
La trama de “La leyenda del
Barranco del Infierno”, publicada en 1932, discurre en el conocido paraje
adejero en la época guanche, con una trama de tintes dramáticos, en la que se
unen temas atemporales como el amor, la infidelidad, los celos, la ambición, el
poder, la envidia y la venganza. Todo ello se combina con el impresionante
paisaje de ese bello enclave adejero, con sus laderas cortadas a pico, sus
fugas y los roques que las coronan. De este modo, apoyándose en la leyenda que
le contó un viejo pastor, el autor mezcla la fantasía del infierno con el
origen volcánico de las islas y las formas curiosas que configuran el relieve
del barranco, espectacular para un hombre que procede de las tierras llanas de
Extremadura.
Don Luis Losada, atribuye el
nombre de Acaymo al mencey de Adeje, lo que no se ajusta a la tradición histórica,
que suele asignar este antropónimo al mencey de Güímar. También se inventa los
nombres de los tres protagonistas: la bella Iora y los dos hermanos, Xampó y
Saure, hijos del mencey y enamorados de ella. La trama se incia en los amores
de Iora con los dos príncipes, alcanza el punto culminante en el asesinato de
Xampó por la ambiciosa aborigen, con
la connivencia de
Saure (primogénito del
mencey), celoso y envidioso de la fortaleza y valor de su
hermano, y se remata con la venganza de Xampó que surgiendo del Infierno se
transforma en un gigante que acaba con la malvada pareja y luego, cubierto por
la lava, se reencarna en uno de los roques que aún se aprecian en el barranco.
EL
AUTOR: DON LUIS SALCEDO Y DÍEZ DE TEJADA, JUEZ DE PRIMERA INSTANCIA E
INSTRUCCIÓN, ESCRITOR Y POETA
Nació en la provincia de Badajoz
y era hijo de don Luis Salcedo y Arteaga, juez de primera instancia e
instrucción de Santa Cruz de Tenerife2. Fue su hermano don Antonio Salcedo y
Diez de Tejada (?-1929), recaudador de Hacienda, que falleció en Zafra
(Badajoz).
El 20 de septiembre de 1887,
nuestro biografiado llegó a Santa Cruz de Tenerife a bordo del vapor correo y
junto a su padre, quien ese mismo día tomó posesión como juez de primera
instancia e instrucción de dicha ciudad. Cursó el Bachillerato en el
Establecimiento de Segunda Enseñanza de la capital tinerfeña, en el que obtuvo
el título de Bachiller en el curso 1888-1889. Y el 29 de abril de 1890 embarcó
para Cádiz en el vapor correo español “África”.
Tras obtener el título de
Licenciado en Derecho y superar la oportuna oposición, en junio de 1924 fue
nombrado aspirante a la
Judicatura y al Ministerio Fiscal, con el número 32 de la
escala del cuerpo.
Por real orden del 24 de marzo de
1926 fue nombrado juez de primera instancia de Alcañices (Zamora), en el turno
primero, para cubrir la vacante existente por excedencia de don Damián Galmés,
que la desempeñaba; y el 9 de abril inmediato se le expidió el correspondiente
título por el Rey don Alfonso XIII. Pero solo permaneció un año al frente de
dicho Juzgado, pues fue declarado excedente voluntario de dicha plaza por real
orden del 21 de mayo de 1927.
Como curiosidad, el 16 de julio
de 1927 llegó a Santa Isabel, en la Guinea Española , a bordo del barco “San Carlos”.
Luego, mientras figuraba como juez de primera instancia e instrucción de
categoría de entrada en situación de excedencia voluntaria, por real orden del
12 de junio de 1928 se le concedió el reingreso en la carrera judicial. Y
cuatro días después fue nombrado juez de primera instancia e instrucción de
Granadilla de Abona, en Tenerife, al frente de cuyo Juzgado permanecería
durante cinco años y medio.
Durante su estancia en Granadilla
de Abona se implicó en la vida social de la localidad y dio rienda suelta a su
vena literaria. Así, el lunes 28 de julio de 1930 participó en una fiesta
benéfica celebrada en dicha villa a beneficio de la Acción Católica de
la Mujer , cuyo
acto principal era la representación de la obra “Puebla de las mujeres” y, tal
como destacó al día siguiente Gaceta de Tenerife: “Comenzó con la presentación
de la obrita a cargo del digno juez del Partido, don Luis Salcedo, quien, con
palabra elocuente, explicó la finalidad del acto e hizo un acertado juicio
crítico de la obra, obteniendo merecidos aplausos”; y “Terminó la noche
recitando la bella señorita Argentina Trujillo una bonita composición poética,
original del antes mencionado juez del Partido, don Luis Salcedo”. A comienzos
del mes de agosto inmediato, don Luis participó en la velada literario-musical
celebrada también en Granadilla y organizada por la banda de música de dicha
villa, tal como recogió La
Prensa el 9 de dicho mes: “Entre los números literarios
tuvimos el gusto de aplaudir al digno juez del partido, don Luis Salcedo, quien
hizo historia de la Música ,
consagrando frases de elogio a este resurgir del Arte entre nosotros”; en el
mismo acto, se interpretó una obra teatral suya: “Alfonso Acosta, Félix Saenz y
Argentina Trujillo, en el apropósito «Los polvos del querer», de don Luis Salcedo,
escucharon también muchos
aplausos”. En octubre
de ese mismo
año contribuyó con 5 pesetas a la reparación de la ermita de El Médano.
Y el 8 de febrero de 1931 organizó y dirigió, junto a don Antonio Reyes
González, una fiesta de arte en Granadilla, que comenzó con el sainete
“Los apuros de un fraile”,
de don
Luis Salcedo, tal como fue anunciado el 31 de enero anterior en
El Progreso.
2
Don Luis Salcedo y Arteaga fue juez de primera instancia e instrucción
de Santa Cruz de Tenerife (1887-1890). En 1890 fue nombrado teniente fiscal de la Audiencia de Montilla.
Posteriormente ascendió a magistrado y fue destinado a las Audiencias
provinciales de Lugo, Jaén y Badajoz, así como a la Audiencia Territorial
de Zaragoza, destino en el que se jubiló en 1909.
Por entonces, don Luis escribió
la comedia dramática en tres actos (el último dividido en dos cuadros) y en
prosa titulada “Tikko”, que el 6 de marzo de 1931 se estrenó en el Teatro
Hermanos Millares del Puerto de la
Luz de Las Palmas de Gran Canaria, por la compañía de teatro
de Leandro Alpuente, obteniendo un gran éxito que fue destacado por la prensa.
Esa misma compañía la representó el 8 de abril inmediato en el Teatro Guimerá
de Santa Cruz de Tenerife, con una favorable acogida, el 18 de dicho mes en el
Teatro Leal de La Laguna
y en ese mismo mes se llevó al Teatro Circo de Marte de Santa Cruz de La Palma.
El sábado 17 de octubre de ese
reiterado año 1931 participó en una velada literaria celebrada en Adeje,
incluida en el programa de las Fiestas Patronales, con el discurso inicial de
dicho acto (en el que se aprecia claramente su mentalidad conservadora), como
destacó al día siguiente el corresponsal de Gaceta de Tenerife: “Abrió el acto
el digno juez del Partido, Dr. Luis Salcedo y Diez de Tejada, quien, en un bien
documentado discurso, trató una cuestión de tan palpitante interés como lo es
la del divorcio, abogando por la indisolubilidad del Sacramento, la unión de la
familia y la santidad del hogar que engrandece el amor, base de las sociedades
y consuelo sublime en las borrascas de! vivir. Estudió la influencia decisiva
del Amor en las organizaciones sociales y en la vida de los pueblos, desde los
tiempos antiguos hasta ios actuales, y terminó brillantemente con un elogio a España,
la Nación
hermosa, cuna de la hidalguía y la nobleza”.
En marzo de 1933, se insertó en la Gaceta de Madrid una orden
promoviendo en el tumo de categoría de juez de ascenso, en la vacante producida
por promoción de don Lorenzo La
Fuente , a don Luis Salcedo y Diez de Tejada, juez de primera
instancia de entrada que servía en el Juzgado de Granadilla. El domingo 8 de
octubre de ese mismo año volvió a participar en la velada literaria celebrada
en la Villa de
Adeje con motivo de las Fiestas Patronales, figurando como “ilustrísimo señor
juez de primera instancia de este partido judicial”, tal como anunciaba Hoy el
4 de dicho mes. Y el día 15 de ese mismo mes, La Prensa reseñaba el acto
celebrado, destacando en “Los discursos” la intervención de nuestro biografiado:
“La presencia de los oradores en la tribuna es acogida con prolongados
aplausos. / Hecho el silencio, da comienzo al acto el digno Juez de Primera
Instancia del partido, don Luis Salcedo y Diez de Tejada, quien dirige al
pueblo un vibrante saludo, tributando grandes elogios a la hermosura de su
campiña, y entrando de lleno en el fondo de su disertación, pasa a demostrar el
influjo beneficioso de la mujer en todos los actos de la vida. En párrafos
magistrales describe los viejos torneos medievales, en que los caballeros
rompían lanzas por sus damas... Pasa luego a ocuparse de los ya en desuso
Juegos Florales, en que poetas
y literatos desgranaban madrigales a las
Cortes de Amor
y añade que actualmente han sido sustituidos por
la elección de “Misses”. Pero siempre y
en todo momento dice, tanto en
las pasadas épocas caballerescas como en los tiempos actuales, la mujer ha
ejercido un dominio
absoluto en la
sociedad. Termina su
brillante oración dirigiendo un
cántico inspirado a las hijas de la localidad. / Al final fué calurosamente
aplaudido por la concurrencia”; además, se leyó una poesía suya: “La señorita
Natividad Rivero Carba11o, da lectura a una bella composición poética del señor
Salcedo y Diez de Tejada, que fué muy aplaudida por el público”.
En virtud del concurso convocado
para cubrir plazas vacantes, el 16 de diciembre de dicho año 1933 fue nombrado
juez de primera instancia e instrucción de Escalona (Toledo), al ser el más
antiguo de los concursantes. Por ello, a comienzos de enero de 1934, don Luis
abandonó Granadilla, tal como informó Hoy el 4 de dicho mes: “Por reciente
orden del ministerio de Justicia pasa destinado a la Península el juez de
primera instancia e instrucción del partido judicial de la villa de Granadilla,
don Luis Salcedo y Diez de T'ejada, que ha hecho viaje a Cádiz, para
posesionarse de su destino. / Del Juzgado de instrucción de Granadilla se
encarga interinamente el juez municipal de dicha villa”. En ese nuevo destino
permaneció durante dos años y medio.
En junio de 1936 fue nombrado
juez de primera instancia e instrucción del partido judicial de la ciudad de
Guía de Gran Canaria, plaza de la que tomó posesión a comienzos del mes de
julio inmediato, tal como informó Diario de Las Palmas el 3 de dicho mes: “Ha
tomado posesión del cargo de Juez de Primera Instancia e Instrucción de Guía,
don Luis Salcedo y Diez de Tejada”. Al frente de dicho Juzgado permaneció
durante unos cuatro años.
Al mes de tomar posesión se
produjo el levantamiento militar del General Franco, al que se adhirió
rápidamente nuestro biografiado, que fue uno de sus más firmes apoyos en la
capital del partido judicial del noroeste de Gran Canaria. Por ello, durante su
estancia en Guía, coincidente en gran parte con la Guerra Civil ,
intervino en diversos actos patrióticos, de los que informaba sobre todo el
periódico Falange. Así, en agosto de 1937 participó en un homenaje celebrado en
Guía a los mutilados, heridos y enfermos de la campaña. En el mes de octubre de
ese mismo año acompañó a la manifestación celebrada en dicha ciudad con motivo
de la toma de Gijón, dirigiendo la palabra al pueblo y “con su acostumbrada
elocuencia ensalzó la figura de Franco y su gesta gloriosa”. En mayo de 1938
fue elegido presidente de la Comisión Inspectora Comarcal de Mutilados y
Heridos de Guerra. El 18 de julio de ese año participó en
el acto celebrado
en Guía para
conmemorar el segundo
aniversario del Alzamiento
Nacional, hablando de tan significativa fecha; y al día siguiente presidió la
gran manifestación popular organizada con dicho motivo. En la programación
especial de esa fecha conmemorativa, Radio Club Tenerife puso en las ondas el
poema “18 de Julio… Adelante”, recitado por don Enrique Núñez, que fue
publicado ese mismo día en el periódico Falange, aunque estaba fechado en Guía
a 10 de dicho mes. En ese mismo mes contribuyó con 5 pesetas a la suscripción a
favor del acorazado “España”. El 8 de
enero de 1939 intervino en Guía el acto de reparto del aguinaldo a los heridos
y mutilados de guerra, a los que “dirigió breves palabras llenas de emoción y
patriotismo”, tal como informó Falange el 10 de dicho mes. En el mes de febrero
inmediato contribuyó con 6 pesetas a la suscripción para “Auxilio a poblaciones
liberadas”. El 9 de ese mismo mes, en conmemoración de la muerte del primer
caído del SEU, don Matías Montoso, se celebró una velada necrológica de
homenaje en el Teatro Hespérides de Guía, en la que tomó parte este juez de
instrucción, quien ensalzó la memoria de los muertos del bando nacional, “dando
normas para la educación futura”. El 30 de octubre de ese mismo año participó
en la conmemoración del II aniversario de Auxilio Social, pues “en encendidos
tonos patrióticos resaltó la obra de Auxilio Social y la figura del Caudillo forjador
de esta España
justa y caritativa”,
según publicó Falange
el 1 de noviembre inmediato.
En cuanto a su faceta literaria,
del 19 al 22 de agosto de 1937 publicó en La Provincia el cuento:
“Crónicas confidenciales. El relicario de Mercedes”, fechado en Guía el 10 de
dicho mes. En los días 4-5 y 8-9 del mes de septiembre inmediato publicó en La Provincia el cuento:
“Crónicas confidenciales. La conquista del cuerno”, fechado en Guía el 26 de
agosto anterior. Y el 24 de
septiembre de 1938 publicó
en Diario de Las Palmas el
artículo: “Aniversario. ¡Camarada Rafael Matos Hernández… Presente…!”.
En 1940 fue nombrado juez de
instrucción de Talavera de la Reina , por lo
que abandonó Gran Canaria. Pero de momento no tenemos más información de
este juez y escritor, que estuvo
vinculado a Canarias durante más de 12 años, diez de ellos como juez de primera
instancia e instrucción.
Conocemos a dos de sus hijos: don
Manuel Luis Salcedo Gumucio (1898-1958), que nació en Badajoz, en 1920 emigró a
El Salvador, donde se dedicó a la agricultura, casó con doña Mercedes Gallegos
Caminos y se nacionalizó en 1956, falleciendo en San Salvador; y don Ricardo
Salcedo Gumucio (?-1989), Doctor en Ciencias, físico nuclear y autor de varias
patentes, que falleció en Málaga. [Octavio Rodríguez Delgado].
(Luís Salcedo y Diez de Tejada.
Edición, transcripción y reseña biográfica: Octavio Rodríguez Delgado)
blog.octaviordelgado.es
REFERENCIAS
BIBLIOGRÁFICAS (PUBLICACIONES PERIÓDICAS):
ABC,
Diario de Las Palmas, Falange, El Progreso, Gaceta de Tenerife, Guía, Hoy, La Gaceta de Madrid, La Guinea Española , La Opinión (de Tenerife), La Prensa , La Provincia. Buscador
de prensa histórica digital de la Universidad de La Laguna. [Buscador “Jable”
de Universidad de Las Palmas de Gran Canaria].
[Buscador “Prensa histórica” de la Universidad de La Laguna ].
Notas.
1
Luís SALCEDO. La
Leyenda del Barranco del Infierno. La Prensa , domingo 24 de enero
de 1932, pág. 5. [Buscador de “Prensa histórica” de la Universidad de La Laguna ].
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