lunes, 12 de enero de 2015

LOS GUANCHES DE GÚIMAR, AÚN EL MAS POBRE DE ELLOS SE CONSIDERA DEMASIADO BUENO PARA CASARSE CON CUALQUIER ESPAÑOLA…





Los naturales guanches viejos buena parte de las costumbres funerarias de los guanches [...] que he podido, con mucha dificultad y trabajo, acaudalar y entender; porque son tan cortos y encogidos los guanches viejos que, si las saben, no las quieren decir, pensando que divulgarlas es menoscabo de su nación» (Cioranescu,1967: XXI, XXIX).

El doctor galés Evan Pieugh, escribió en torno a 1646. Era Médico y mercader británico que residió en Tenerife durante 20 años, autor de una narración que publicó en 1667 Thomas Sprats, miembro de la Historia de la Real Sociedad de Londres:

[...] En cuanto a los guanches, o antiguos habitantes, proporciona el siguiente relato: El tres de septiembre de hace unos doce años, hizo un viaje desde Güímar (una ciudad habitada en su mayor parte descendientes de los guanches), en compañía de algunos de ellos, para ver sus cuevas y los cuerpos enterrados en ellas. Esto es un favor que raramente, o nunca, conceden a alguien, pues sienten gran veneración por los cuerpos de sus antepasados e igualmente están totalmente en contra de cualquier vejación a los muertos; pero él les había hecho varias curas caritativas (ya que son muy pobres, a pesar de que el más pobre se considera demasiado bueno para casarse con cualquier española), lo que le granjeó sobremanera su agradecimiento.

De otra manera, para cualquier persona extraña visitar esas cuevas o
cuerpos significaba la muerte. Estos cuerpos se hallan envueltos en pieles de cabra, atadas con correas del mismo material y preparadas con mucho esmero, especialmente por la incomparable exactitud y uniformidad de las costuras; las pieles están apretadas y entalladas al cuerpo.

La mayoría de ellos se encuentran completos, los ojos cerrados, el pelo en la cabeza, orejas, nariz, dientes, labios, barba, todo perfecto, sólo descolorido y un poco apergaminado, así como las partes pudendas de ambos sexos. Vio unos trescientos o cuatrocientos en varias cuevas; unos estaban de pie y otros echados en lechos de madera, tan endurecida por un método que tenían (que los españoles llaman curar, curar un trozo de madera) que el hierro no puede atravesarla o dañarla. Dice que un día que se encontraba cazando, un hurón (que se utiliza mucho allí), que tenía una campanilla alrededor del cuello, persiguió a un conejo, donde dejaron de oír el sonido de la campanilla; el propietario, temiendo perder el hurón, buscó por los alrededores de las rocas y los arbustos y encontró una entrada de una cueva; al entrar en ella tuvo tanto miedo que gritó, pues tenía uno de esos cuerpos, muy alto y corpulento, acostado, con la cabeza sobre una gran piedra, los pies apoyados en un pequeño muro de piedras y el cuerpo reposando en un lecho de madera (como ya hemos dicho). Estando luego un poco menos atemorizado, su compañero entró en la cueva y cortó un gran trozo de la piel colocada en el pecho del cuerpo; de la que el doctor dice que nunca había palpado en un guante de piel de cabrito una tan flexible y plegable. Y tan lejos de estar podrida que el hombre la usó en su mayal durante muchos años.

Estos cuerpos son muy ligeros, como si estuvieran compuestos de paja; y en algunos miembros rotos observó los nervios y tendones; y también muy claramente algunas venas y arterias. [...]. Estos ancianos dijeron que había más de veinte cuevas de sus reyes y nobles con sus familias, que nadie conocía excepto ellos, y que nunca las descubrirían.

María Gómez Díaz. Enero de 2015.

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