Eduardo Pedro García
Rodríguez
E
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s un hecho conocido el que los mercenarios castellanos se
servían de perros mastines en sus mesnadas. Estos perros perfectamente
amaestrados para atacar causaban
verdaderos estragos entre los combatientes del bando contrario, siendo por
consiguiente un arma terrible y mortal en manos de los conquistadores, quienes
la emplearon profusamente en las
conquistas de Canarias y América. En ocasiones azuzaban a estos perros contra
mujeres y niños por simple divertimento, cruzando apuesta sobre que perro sería
el primero en descuartizar a su indefensa victima.
Estas prácticas
de utilizar a los perros como animales de combate, subsiste hoy en día, en la
“civilizada Europa” y en otros países donde de manera tolerada o clandestina se
celebran combates a muerte de perros, siendo un “deporte” que mueve miles de
millones en apuesta clandestinas y legales.
Los cronistas de
la conquista de Canarias, nos han legado algunas sucintas referencias sobre los
perros que existían en el país, limitándose a decirnos que los habían chicos y
grandes, sin especificar razas.
El pueblo guanche
criaba una raza de perros pequeños denominados “Canchas” y que hoy conocemos
como “Satos” son animales de pequeña alzada, pero dotados de una extraordinaria
bravura. Estos perros eran criados no sólo como auxiliares para el cuidado de
los rebaños sino que, además se empleaban como fuete de proteínas, para lo cual
los que se destinaban para consumo humano eran castrados y después cebados
(como hoy se practica en China, Japón, Tahilandia etc.), utilizándolos también
como elementos medicinales, estaban indicados como remedio en determinadas
afecciones, cocidos o aprovechando su
grasa para curar heridas y dolores reumáticos. También se suministraba un caldo
elaborado con la carne de estos pequeños perros, a enfermos convalecientes y
parturientas, de manera similar a como los castellanos empleaban el caldo de
pichones de palomas o de gallinas, e incluso los excrementos secos y cocidos
eran administrados para determinadas dolencias del pecho
En cuanto a los
perros de mayor porte-los presas canarios- llegaron a constituir un grave
problema para los conquistadores, pues una vez “pacificada” la isla, las
estructuras sociales guanches quedaron desmembradas con la consiguiente pérdida del entramado organizativo, y social, y además, el hecho de
haber sido despojados los guanches de manera inmediata de sus rebaños de
ganados y el natural desconcierto de los primeros tiempos, conllevó el abandono
y descuido de los perros, dejándoles de prestar a los mismo los cuidados habituales, por lo que, como consecuencia
inmediata, los animales se asilvestraron
de tal manera que llegaron a ser un
verdadero peligro para los rebaños y, especialmente, para los conquistadores y
colonizadores, poco habituados éstos a tratar a esta
indómita raza de perros conocida posteriormente como presa canario.
Es admitido por
la mayoría de los cronistas de la conquista e historiadores que las luchas en
las islas- especialmente en la de Tenerife-, sirvió como campo de
experimentación de las técnicas de guerra que después se emplearían en la
masacre de América. Por ejemplo, la denominada
“modorra”, que consistió en el envenenamiento de los manantiales y eres
por parte de los mercenarios españoles, siendo el primer antecedente conocido
de la denominada guerra química, técnicas que después fueron llevadas a la
practica en las posteriores conquistas de los pueblos americanos. Siendo así,
no es descabellado afirmar que los españoles emplearon en América métodos de
guerra previamente ensayados en canarias y, si bien éstos métodos no fueron
recogidos en las crónicas de la conquista de las islas, sí lo fueron en la de
los pueblos americanos, entre otros cronistas por Fray Bartolomé de Las Casas,
de cuya obra entresacamos algunas notas que exponemos más adelante.
Los españoles
habituados como estaban al uso de perros amaestrados para la guerra, y ante la
posibilidad de que los guanches “alzados” que aún resistían a los invasores en
las escabrosas cumbres de la isla, decidiesen utilizar los abundantes canes que
en el país habían, amaestrándolos para
embestirles y .conociendo los mercenarios castellanos la efectividad de estos
perros como arma ofensiva, optaron por
la eliminación de los mismos con el burdo pretexto de que causaban daños a los
ganados.
Veamos algunos
ejemplos de lo expuesto según el cronista contepoaráneo de los hechos Fray
Bartolomé de las Casas, refiriéndose a algunas de las actuaciones de sus
compatriotas, en su obra”Brevísima relación de la destrucción de las Indias”,
de los husos y abuso que de los perros hicieron los salteadores españoles; <<...por lo cual todas sus guerras con
poco más que acá juegos de caña e aún de niños); los cristianos con sus
caballos y espadas e lanzas comienzan a hacer matanzas e crueldades extrañas en
ellos. Entraban e los pueblos, ni dejaban niños y viejos, ni mujeres preñadas
ni parida que no desbarrigaban e hacían
pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en apriscos. Hacían apuestas
sobre quien de una cuchillada habría al hombre de por medio, o le cortaban la
cabeza de un piquete o le descubría las entrañas. Tomaban las criaturas de las
tetas de la madre, por las piernas y daban de cabeza con ellas en las peñas.
Otros daban con ellas en ríos por las espaldas, riendo e burlando, e cayendo en
el agua decían: bullis, cuerpo de tal; otras criaturas metían a espada con la
madre juntamente, e todos cuantos delante de si hallaban. Hacían unas orcas
largas, que juntasen casi los pies a la tierra, e de trece en trece, en honor y
reverencia de Nuestro Redemptor e de los doce apóstoles, poniéndoles leña e
fuego, los quemaban vivo. Otros, ataban o liaban todo el cuerpo de paga seca
pegándoles fuego así los quemaban. Otros, y todos los que querían tomar a vida,
cortabánles las manos ambas manos y dellas llevaban colgando, y decíanles:
“andad con cartas.” Conviene a saber, lleva las nuevas a las gentes que estaban
huidas por los montes. Comúnmente mataban a los señores y nobles desta manera:
que hacían unas parrillas de varas sobre orquetas y atábanlos en ellas y
ponianles por debajo fuego manso, para que poco a poco, dando alaridos en
aquellos tormentos, desesperados, se les salian las animas.
Una vez vide que,
teniendo en la parrilla quemándose cuatro o cinco principales y señores (y aún
pienso que habían dos o tres pares de parrillas donde quemaban otros), y porque
daban muy grandes gritos y daban pena al capitán o le impedían el sueño, mandó
que los ahogasen, y el alguacil, que era peor que verdugo que los quemaba (y sé
cómo se llama y aun a sus parientes conocí en Sevilla), no quiso ahogallos, y
antes les metió con sus manos palos en las bocas para que no sonasen y atizóles
el fuego hasta que se asaron de espacio como él quería. Yo vide todas las cosas
arriba dichas y muchas otras infinitas. Y porque toda la gente que huir podían
se encerraban en los montes y subía a las sierras huyendo de hombres tan
inhumanos, tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores y capitales
enemigos del linaje humano, enseñaron y amaestraron lebreles, perros
bravísimos que en viendo un indio lo hacían pedazos en un credo, y mejor
arremetían a él y lo comían que si fuera un puerco. Estos perros hicieron
grandes estragos y carnicerías. Y porque algunas veces, raras y pocas, mataban
los indios algunos cristianos con justa razón y santa justicia, hicieron ley
entre sí, que por un cristiano que los indios matasen, habían los cristianos de
matar cien indios.>> (págs. 42 y 43)
Continua este
autor narrando las aportaciones “civilizadoras” de los cristianos y,
refiriéndose a un conocido conquistador expone: <<...Este gobernador y
sus gente inventó nuevas maneras de
crueldades y de dar tormentos a los indios, porque descubriesen y les
diesen oro. Capitán hubo suyo que en una entrada que hizo por mandado del para
robar y extirpar gentes, mató sobre cuarenta mil ánimas, que vido por sus ojos
un religioso de Sant Francisco, que con él iba, que se llamaba Fray Francisco
de San Román, metiéndolos a espada y quemándolos vivos, y echándolos a
perros bravos, y atormentándolos con diversos tormentos...>> (págs.
57 y 58).
El fraile continua narrando las “heroicas”
acciones bélicas de los españoles contra los pueblos indígenas, los cuales
cierta historiografía nos ha venido mostrando como pueblos salvajes y crueles,
de la siguiente manera: <<...Enviaba españoles a hacer entradas, que es
ir a saltear indios a otras provincias, e dejaban llevar a los salteadores
cuantos indios querían de los pueblos pacíficos e que les servían. Los cuales
echaban en cadenas porque no le dejasen las cargas de tres arrobas que les
echaban a cuestas. Y acaeció vez, de muchas que esto hizo, que de cuatro mil
indios no volvieron seis vivos a sus casas, que todos los dejaron muertos por
los caminos. En cuanto algunos cansaban y se despeaban de las grandes cargas y
enfermaban de hambre e trabajo y flaqueza, por no desensartarlos de las cadenas
les cortaban por la collera la cabeza e caía la cabeza a un cabo y el cuerpo a
otro. Véase que sentirían los otros. E así, cuando se ordenaban semejantes
romerías, como tenían experiencia los indios de que ninguno volvía, cuando
salían iban llorando e sospirando los indios diciendo: “Aquellos son los
caminos por donde íbamos a servir a los cristianos y, aunque trabajamos mucho,
en fin volvíamos al cabo de algún tiempo a nuestras casas e a nuestras mujeres
e hijos; pero agora vamos sin esperanza de nunca jamás volver ni verlos ni de
tener más vida.”
Como los pueblos que tenían eran todos una
muy graciosa huerta cada uno, como se dijo, aposentáronse en ellos los cristianos, cada uno el pueblo
que le repartían (o, como dicen ellos, le encomendaban), y hacían en él sus
labranzas, manteniéndose de las comidas pobres de los indios, e así le tomaron
sus particulares tierras y heredades de que se mantenían. Por manera que tenían
los españoles dentro de sus mesmas casas todos los indios señores viejos,
mujeres e niños, e a todos hacen que les sirvan noches y dias, sin holganza;
hasta los niños, cuan presto pueden tenerse en los pies, los ocupaban en lo que
cada uno puede hacer e más de lo que puede, y así los han consumido y consumen
hoy los pocos que han restado, no teniendo ni dejándoles tener casa ni cosa
propia; en lo cual exceden a las injusticias en este género que en la española
se hacían.>>
Siguiendo el relato de Bartolomé de Las
Casas, no nos queda otro remedio que admitir que el susodicho gobernador fue un
digno discípulo de su homologo en Gran Canaria Pedro de Vera, quien practicó
similares métodos no sólo en Tamarant sino que los aplicó con mayor dureza si
cabe en la represión que llevo a cabo contra los gomeros sublevados contra el
tirano Herrera. actuación que llevó a cabo a petición de la muy noble,
cristianísima y ninfómana Isabel de Bobadilla, viuda del ajusticiado Hernán
Peraza, señora de horca y cuchillo.
El temor que estos perros infundían en los
conquistadores era tal que, en diversa sesiones del recién creado cabildo de la
isla de Tenerife, se tocó el tema como cuestión de estado, dictando una serie
de medidas tendentes a la erradicación de esta raza de perros, sin que las
disposiciones tomadas tuviesen mucho efecto a juzgar por las veces que los regidores tuvieron que volver sobre
el tema.
En sesión del cabildo celebrada el martes 14
de Mayo de 1499, la cual estaba presidida por el adelantado se trató entres
otros temas, de los perros, ordenando al alguacil Pero Fernández que dé muerte
a todos los perros de la isla, dejando solamente uno macho en cada hato.
Dos años después
el día 8 de Mayo de 1501, el cabildo vuelve a la carga sobre el tema de los
perros, y <<...Ordenaron y mandaron que una ordenaça que está fecha antes
désta que ninguno tenga perra ni perros salvo un perro en cada hato, macho,
questo se faga e cumpla asy so pena de DC mrs>>. Como puede observarse
tanto los pastores como el resto de los habitantes hacían caso omiso de los
pregones del cabildo, por lo que éste tuvo que tomar medidas más drásticas en
un intento de conseguir mejores resultados en su cruzada contra los perros.
El Gobernador
Alonso de Lugo, incita a los regidores en la sesión del 1 de Noviembre de 1501,
para que extremen el celo en el exterminio de los canes, aumentando las penas a
600 maravedis. Ordenando una vez más que, todos los que tengan perros y perras
en sus hatos y en sus casas que los maten, y da de plazo hasta el mes de
Septiembre para cumplir el bando, quienes no lo hagan así serán condenados a la
pena antes indicada, pero además ordenan que si fuere menester será
enviado un hombre, o dos o tres a costa de los propietarios rebeldes para
matarlos (a los perros) allí donde quiera que los encontrasen, eceptuando de
esta medida a los perdigueros, recuerdan de nuevo la tenencia de un solo
perro por hato, pero si el hato es de puercos se autoriza a tener uno de los
grandes, permitiéndose la existencia para conservación de la raza,
solamente dos perras de las grandes, las cuales además debían esta en
posesión de Cristóbal de Valdespino una, y la otra en poder de Juan Méndez...mientras en la tierra
estuvieren, y si non que sea la de Fernando de Llerena (guanche).
Estos animales debían estar cuidados y vigilados por los datarios, de los
contrario serían sacrificadas sin conmiseración.
A pesar de la
dureza impuesta por el cabildo con animo de eliminar a los perros, sus
esfuerzos no se veían coronados por el éxito apetecido por el adelantado, y
como consecuencia arremeten contra los gomeros en un intento de expulsarlos del
país. Así en la sesión de cabildo celebrada el 20 de Diciembre de 1504, el
regidor Lope Fernández <<...dixo que es pública boz e fama que los
dichos gomeros son ladrones y estruyen los ganados y que sabe que venden cera y
no tyenen colmenas, quebrantando las ordenanças que cerca desto está fecho; y
que tryan puercos, de noche, en casa de Antón Martín sardo el hortelano; y que
siembran dos o tres e que los otros non siembran y
que tyenen perros y andan a monte por los ganados y se
destruyen, y que son vagamundos, que por tanto es su voto que salgan de la
tierra porque es servicio de Dios y de sus Altezas>>.
No deja de ser
curiosa la actitud tomada por el cabildo referente a los “gomeros”. Los
verdugos se conducen como víctimas, los expoliadores se lamentaban que los expoliados traten de recuperar lo que
había sido suyo.
Los legítimos
dueños de las cabras, ovejas y cochinos, se ven obligados a sacrificar algún
animal para comer, ocultándose de los usurpadores y éstos les arrebatan incluso
la miel y cera que producían los colmenares salvajes, de los que había gran
cantidad en la isla. Una situación similar a la descrita se produjo unos siglos
más tarde, cuando una parte del ejército del estado español liderado por el
general Francisco Franco Bahamonde se sublevó contra el gobierno legalmente
elegido por el pueblo. Estos sublevados le dieron la vuelta a la ley, y allí
donde tomaban el poder, los ciudadanos que eran detenidos se les juzgaba como
sediciosos y traidores por tribunales militares, los cuales sin muchos trámites
los mandaban a “tomar café”, es decir, eran fusilados después de obligarles a
cavar sus propias tumbas, o eran arrojados a profundas cimas, cuando no se les
aplicaba el pandullo que consistía en
introducír al condenado atado de píes y manos en un saco añadiéndole una
piedra, y desde una embarcación eran arrojados al mar. En esta labor de
exterminio los regulares contaron con el apoyo incondicional de los
paramilitares de Falange española tradicionalista y de J.O.N.S, .quienes
contaban apoyo ideológico y económico de los caciques, así como de la mayor
parte del clero de nuestro país. Pero en fin retomemos el relato sobre los
canes.
.
En los primeros
tiempos de la conquista, los naturales de Tenerife, eran denominados
indistintamente como gomeros o guanches, el echo de ser condenados a la
expulsión de la tierra, equivalía a ser vendidos como esclavos en los mercados
españoles de Sevilla o Valencia. Una de las excusas empleadas por el adelantado
y sus acólitos para continuar las razzias entre los bandos que fueron de paces,
era precisamente el acusarles del incumplimiento por parte de éstos, de los
bandos dictados por el cabildo, sabiendo de antemano que la mayoría de la
población guanche ni entendían el castellano ni se acercaban por los poblados
de los conquistadores empleando éstos este ardid, para continuar su comercio de
con lo que para ellos eran solamente rebaños humanos, única fuente saneada de
ingresos con que contaban en aquellos momentos. Como ejemplo de lo expuesto nos
puede servir el echo del apresamiento por parte del adelantado Fernández de
Lugo, de unos mil guanches de Adeje, que, fueron atraídos con el pretexto de
que iban a ser bautizados, prestándose uno de los secuaces de Lugo, en asistir
a la farsa disfrazado de Obispo.
Así pagó el adelantado a sus aliados
Adejeros, que eran uno de los “bandos de paces”, y habían contribuido a la
conquista de la isla apoyando a los españoles, los capturados fueron vendidos
en los mercados esclavistas de españoles.
En reunión del
cabildo de 25 de Marzo de 1505, continua insistiendo el adelantado sobre el
tema de los canes, lanzando otro pregón recordando de nuevo la tan consabida
ordenanza sobre los perros, dando un plazo de 15 días para que maten a todos
los perros de la isla, excepto claro está de uno por cada hato. Quedando una
vez apercibido...que
no se pueda eximir el señor del perro aun que diga que sus esclavos o criados
los trayan en trava.
El adelantado
continua su personal cruzada contra los perros con una perseverancia digna de
mejor causa, así en la sesión del 23 de Noviembre de 1506 insiste sobre el
tema, en esta ocasión decide que parte del dinero de las multas aplicadas a los
infractores se destine al pago de salarios para quienes oficien de verdugo de
los canes. El 23 de Octubre del mismo año habían decretado que, cada persona
que matara a un perro salvaje se le pagase una dobla de oro, cantidad mas que
respetable, a pesar de estas medidas
continuaban siendo infructuoso los intentos del adelantado por erradicar a los
perros de la isla, incluso algunos regidores se niegan a matar los suyos, tal como dejo expuesto el regidor
Guillén Castellano (canario), en reunión del cabildo del 15 de Noviembre de
1507 manifiesta su deseo de abandonar la
empresa que le fue encomendada, con los siguientes términos: <<...Guillén
Castellano dixo que por cuanto él tenya cargo de fazer matar los perros desta
isla juntamente con Alonso de las Fijas e que los regidores non quieren matar
sus perros, quél desistía del dicho cargo
que tenya e que non lo quiere más usar. Pidiolo por testimonio>>.
A pesar del alegato de Guillén Castellano los regidores no le permitieron
renunciar al cargo obligándole a continuar en el mismos, a pesar de que éste insistía en que: <<.. es
onbre honrrado e que non quiere ser juez de los perros..>>. Como el
posible lector puede apreciar por los renglones que anteceden, la saña desatada
por el adelantado Alonso Fernández de Lugo, contra los perros de Tenerife, sólo
fue comparable a la que le animó contra los guanches. ¿Le abría mordido en
alguna parte delicada un perro de presa canario?.
Eduardo Pedro García Rodríguez
Eguerew (La Laguna ) Febrero de 2001
Publicado en Foro kultural de AKN. En marzo de 2001.
Y en Diario de Canarias.com, agosto 2001.
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