[Crónica de Indias: Texto completo.]
Fray Bartolomé de las Casas
Brevísima relación de la destruición de las Indias,
colegida por el obispo don fray Bartolomé de Las Casas o Casaus, de la orden de
Santo Domingo, año 1552
Capitulo-V
DE LOS GRANDES REINOS Y
GRANDES PROVINCIAS DEL PERÚ
En el año de mil e quinientos e
treinta y uno fué otro tirano grande con cierta gente a los reinos del Perú,
donde entrando con el título e intención e con los principios que los otros todos
pasados (porque era uno de los que se habían más ejercitado e más tiempo en
todas las crueldades y estragos que en la tierra firme desde el año de mil e
quinientos y diez se habían hecho), cresció en crueldades y matanzas y robos,
sin fee ni verdad, destruyendo pueblos, apocando, matando las gentes dellos e
siendo causa de tan grandes males que han sucedido en aquellas tierras, que
bien somos ciertos que nadie bastará a referirlos y encarecerlos, hasta que los
veamos y conozcamos claros el día del Juicio; y de algunos que quería referir
la deformidad y calidades y circunstancias que los afean y agravian,
verdaderamente yo no podré ni sabré encarecer.
En su infelice entrada mató y
destruyó algunos pueblos e les robó mucha cantidad de oro. En una isla que está
cerca de las mesmas provincias, que se llama Pugna, muy poblada e graciosa, e
rescibiéndole el señor y gente della como a ángeles del cielo, y después de
seis meses habiéndoles comido todos sus bastimentos, y de nuevo descubriéndoles
los trojes del trigo que tenían para sí e sus mujeres e hijos los tiempos de
seca y estériles, y ofreciéndoselas con muchas lágrimas que las gastasen e
comiesen a su voluntad, el pago que les dieron a la fin fué que los metieron a
espada y alancearon mucha cantidad de gentes dellas, y los que pudieron tomar a
vida hicieron esclavos con grandes y señaladas crueldades otras que en ellas
hicieron, dejando casi despoblada la dicha isla.
De allí vanse a la provincia de
Tumbala, ques en la tierra firme, e matan y destruyen cuantos pudieron. Y
porque de sus espantosas y horribles obras huían todas las gentes, decían que
se alzaban e que eran rebeldes al rey. Tenía este tirano esta industria: que a
los que pedía y otros que venían a dalles presentes de oro y plata y de lo que
tenían, decíales que trujesen más, hasta que él vía que o no tenían más o no
traían más, y entonces decía que los rescebía por vasallos de los reyes de
España y abrazábalos y hacía tocar dos trompetas que tenía, dándoles a entender
que desde en adelante no les habían de tomar más ni hacerles mal alguno,
teniendo por lícito todo lo que les robaba y le daban por miedo de las
abominables nuevas que de él oían antes que él los recibiese so el amparo y
protectión del rey; como si después de rescebidos debajo de la protección real
no los oprimiesen, robasen, asolasen y destruyesen y él no los hubiera así
destruído.
Pocos días después, viniendo el
rey universal y emperador de aquellos reinos, que se llamó Atabaliba, con mucha
gente desnuda y con sus armas de burla, no sabiendo cómo cortaban las espadas y
herían las lanzas y cómo corrían los caballos, e quién eran los españoles (que
si los demonios tuvieren oro, los acometerán para se lo robar), llegó al lugar
donde ellos estaban, diciendo: "¿Dónde están esos españoles? Salgan acá,
que no me mudaré de aquí hasta que me satisfagan de mis vasallos que me han
muerto, y pueblos que me han despoblado, e riquezas que me han robado".
Salieron a él, matáronle infinitas gentes, prendiéronle su persona, que venía
en unas andas, y después de preso tractan con él que se rescatase: promete de
dar cuatro millones de castellanos y da quince, y ellos prométenle de soltarle;
pero al fin, no guardándole la fee ni verdad (como nunca en las Indias con los
indios por los españoles se ha guardado), levántanle que por su mandado se
juntaba gente, y él responde que en toda la tierra no se movía una hoja de un
árbol sin su voluntad: que si gente se juntase creyesen que él la mandaba
juntar, y que presto estaba, que lo matasen. No obstante todo esto, lo
condenaron a quemar vivo, aunque después rogaron algunos al capitán que lo
ahogasen, y ahogado lo quemaron. Sabido por él, dijo: "Por qué me quemáis,
qué os he hecho? ¿No me prometistes de soltar dándoos el oro? ¿No os di más de
lo que os prometí? Pues que así lo queréis, envíame a vuestro rey de
España", e otras muchas cosas que dijo para gran confusión y detestación
de la gran injusticia de los españoles; y en fin lo quemaron.
Considérese aquí la justicia e
título desta guerra; la prisión deste señor e la sentencia y ejecución de su
muerte, y la cosciencia con que tienen aquellos tiranos tan grandes tesoros
como en aquellos reinos a aquel rey tan grande e a otros infinitos señores e
particulares robaron.
De infinitas hazañas señaladas
en maldad y crueldad, en estirpación de aquellas gentes, cometidas por los que
se llaman cristianos, quiero aquí referir algunas pocas que un fraile de Sant
Francisco a los principios vido, y las firmó de su nombre enviando traslados
por aquellas partes y otros a estos reinos de Castilla, e yo tengo en mi poder
un traslado con su propia firma, en el cual dice así:
"Yo, fray Marcos de Niza,
de la orden de Sant Francisco, comisario sobre los frailes de la mesma orden en
las provincias del Perú, que fué de los primeros religiosos que con los
primeros cristianos entraron en las dichas provincias, digo dando testimonio
verdadero de algunas cosas que yo con mis ojos vi en aquella tierra, mayormente
cerca del tractamiento y conquistas hechas a los naturales. Primeramente, yo
soy testigo de vista y por experiencia cierta conoscí y alcancé que aquellos
indios del Perú es la gente más benévola que entre indios se ha visto, y
allegada e amiga a los cristianos. Y vi que aquéllos daban a los españoles en
abundancia oro y plata e piedras preciosas y todo cuanto les pedían que ellos
tenían, e todo buen servicio, e nunca los indios salieron de guerra sino de
paz, mientras no les dieron ocasión con los malos tractamientos e crueldades,
antes los rescebían con toda benevolencia y honor en los pueblos a los
españoles, dándoles comidas e cuantos esclavos y esclavas pedían para servicio.
"Ítem, soy testigo e doy
testimonio que sin dar causa ni ocasión aquellos indios a los españoles, luego
que entraron en sus tierras, después de haber dado el mayor cacique Atabaliba
más de dos millones de oro a los españoles, y habiéndoles dado toda la tierra
en su poder sin resistencia, luego quemaron al dicho Atabaliba, que era señor
de toda la tierra, y en pos dél quemaron vivo a su capitán general Cochilimaca,
el cual había venido de paz al gobernador con otros principales. Asimesmo,
después déstos dende a pocos días quemaron a Chamba, otro señor muy principal
de la provincia de Quito, sin culpa ni haber hecho por qué.
"Asimesmo quemaron a
Chapera, señor de los canarios, injustamente. Asimesmo a Luis, gran señor de
los que había en Quito, quemaron los pies e le dieron otros muchos tormentos
porque dijese dónde estaba el oro de Atabaliba, del cual tesoro (como pareció)
no sabía él nada. Asimesmo quemaron en Quito a Cozopanga, gobernador que era de
todas las provincias de Quito. El cual, por ciertos requerimientos que le hizo
Sebastián de Benalcázar, capitán del gobernador, vino de paz, y porque no dió
tanto oro como le pedían, lo quemaron con otros muchos caciques e principales.
Y a lo que yo pude entender su intento de los españoles era que no quedase
señor en toda la tierra.
"Ítem, que los españoles
recogieron mucho número de indios y los encerraron en tres casas grandes,
cuantos en ellas cupieron, e pegáronles fuego y quemáronlos a todos sin hacer
la menor cosa contra español ni dar la menor causa. Y acaesció allí que un
clérigo que se llama Ocaña sacó un muchacho del fuego en que se quemaba, y vino
allí otro español y tomóselo de las manos y lo echó en medio de las llamas,
donde se hizo ceniza con los demás. El cual dicho español que así había echado
en el fuego al indio, aquel mesmo día, volviendo al real, cayó súbitamente
muerto en el camino e yo fuí de parecer que no lo enterrasen.
"Ítem, yo afirmo que yo
mesmo vi ante mis ojos a los españoles cortar manos, narices y orejas a indios
e indias sin propósito, sino porque se les antojaba hacerlo, y en tantos
lugares y partes que sería largo de contar. E yo vi que los españoles les
echaban perros a los indios para que los hiciesen pedazos, e los vi así
aperrear a muy muchos. Asimesmo vi yo quemar tantas casas e pueblos, que no
sabría decir el número según eran muchos. Asimesmo es verdad que tomaban niños
de teta por los brazos y los echaban arrojadizos cuanto podían, e otros
desafueros y crueldades sin propósito, que me ponían espanto, con otras
innumerables que vi que serían largas de contar.
"Ítem, vi que llamaban a
los caciques e principales indios que viniesen de paz seguramente e
prometiéndoles seguro, y en llegando luego los quemaban. Y en mi presencia
quemaron dos: el uno en Andón y el otro en Tumbala, e no fuí parte para se lo
estorbar que no los quemasen, con cuanto les prediqué. E según Dios e mi
conciencia, en cuanto yo puedo alcanzar, no por otra causa sino por estos malos
tractamientos, como claro parece a todos, se alzaron y levantaron los indios
del Perú, y con mucha causa que se les ha dado. Porque ninguna verdad les han
tractado, ni palabra guardado, sino que contra toda razón e injusticia,
tiranamente los han destruído con toda la tierra, haciéndoles tales obras que
han determinado antes de morir que semejantes obras sufrir.
"Ítem, digo que por la
relación de los indios hay mucho más oro escondido que manifestado, el cual,
por las injusticias e crueldades que los españoles hicieron no lo han querido
descubrir, ni lo descubrirán mientras rescibieren tales tractamientos, antes
querrán morir como los pasados. En lo cual Dios Nuestro Señor ha sido mucho
ofendido e su Majestad muy deservido y defraudado en perder tal tierra que
podía dar buenamente de comer a toda Castilla, la cual será harto dificultosa y
costosa, a mi ver, de la recuperar".
Todas estas son sus palabras del
dicho religioso, formales, y vienen también firmadas del obispo de Méjico,
dando testimonio de que todo esto afirmaba el dicho padre fray Marcos.
Hase de considerar aquí lo que
este Padre dice que vido, porque fué cincuenta o cien leguas de tierra, y ha
nueve o diez años, porque era a los principios, e había muy pocos que al sonido
del oro fueran cuatro y cinco mil españoles y se extendieron por muchos y
grandes reinos y provincias más de quinientas y setecientas leguas, que las
tienen todas asoladas, perpetrando las dichas obras y otras más fieras y
crueles. Verdaderamente, desde entonces acá hasta hoy más de mil veces más se
ha destruído y asolado de ánimas que las que han contado, y con menos temor de
Dios y del rey e piedad, han destruído grandísima parte del linaje humano. Más
faltan y han muerto de aquellos reinos hasta hoy (e que hoy también los matan)
en obra de diez años, de cuatro cuentos de ánimas.
Pocos días ha que acañaverearon
y mataron una gran reina, mujer del Inga, el que quedó por rey de aquellos
reinos, al cual los cristianos, por sus tiranías, poniendo las manos en él, lo
hicieron alzar y está alzado. Y tomaron a la reina su mujer y contra toda
justicia y razón la mataron (y aun dicen que estaba preñada) solamente por dar
dolor a su marido.
Si se hubiesen de contar las
particulares crueldades y matanzas que los cristianos en aquellos reinos del
Perú han cometido e cada día hoy cometen, sin dubda ninguna serían espantables
y tantas que todo lo que hemos dicho de las otras partes se escureciese y
paresciese poco, según la cantidad y gravedad dellas.
DEL NUEVO REINO DE
GRANADA
El año de mil y quinientos y
treinta y nueve concurrieron muchos tiranos yendo a buscar desde Venezuela y
desde Sancta Marta y desde Cartagena el Perú, e otros que del mesmo Perú
descendían a calar y penetrar aquellas tierras, e hallaron a las espaldas de Sancta
Marta y Cartagena, trecientas leguas la tierra dentro, unas felicísimas e
admirables provincias llenas de infinitas gentes mansuetísimas y buenas como
las otras y riquísimas también de oro y piedras preciosas, las que se dicen
esmeraldas. A las cuales provincias pusieron por nombre el Nuevo Reino de
Granada, porque el tirano que llegó primero a esas tierras era natural del
reino que acá está de Granada. Y porque muchos inicuos e crueles hombres de los
que allí concurrieron de todas partes eran insignes carniceros y derramadores
de la sangre humana, muy acostumbrados y experimentados en los grandes pecados
susodichos en muchas partes de las Indias, por eso han sido tales y tantas sus
endemoniadas obras y las circunstancias y calidades que las afean e agravian,
que han excedido a muy muchas y aun a todas las que los otros y ellos en las
otras provincias han hecho y cometido.
De infinitas que en estos tres
años han perpetrado e que agora en este día no cesan de hacer, diré algunas muy
brevemente de muchas: que un gobernador (porque no le quiso admitir el que en
el dicho Nuevo Reino de Granada robaba y mataba para que él robase e matase)
hizo una probanza contra él de muchos testigos, sobre los estragos e desafueros
y matanzas que ha hecho e hace, la cual se leyó y está en el Consejo de las
Indias.
Dicen en la dicha probanza los
testigos, que estando todo aquel reino de paz e sirviendo a los españoles,
dándoles de comer de sus trabajos los indios continuamente y haciéndoles
labranzas y haciendas e trayéndoles mucho oro y piedras preciosas, esmeraldas y
cuanto tenían y podían, repartidos los pueblos y señores y gentes dellos por
los españoles (que es todo lo que pretenden por medio para alcanzar su fin
último, que es el oro) y puestos todos en la tiranía y servidumbre
acostumbrada, el tirano capitán principal que aquella tierra mandaba prendió al
señor y rey de todo aquel reino e túvolo preso seis o siete meses pidiéndole
oro y esmeraldas, sin otra causa ni razón alguna. El dicho rey, que se llamaba
Bogotá, por miedo que le pusieron, dijo que él daría una casa de oro que le
pedían, esperando de soltarse de las manos de quien así lo afligía, y envió
indios a que le trajesen oro, y por veces trajeron mucha cantidad de oro e
piedras, pero porque no daba la casa de oro decían los españoles que lo matase,
pues no cumplía lo que había prometido. El tirano dijo que se lo pidiesen por
justicia ante él mesmo; pidiéronlo así por demanda, acusando al dicho rey de la
tierra; él dió sentencia condenándolo a tormentos si no dierse la casa de oro.
Danle el tormento del tracto de cuerda; echábanle sebo ardiendo en la barriga,
pónenle a cada pie una herradura hincada en un palo, y el pescuezo atado a otro
palo, y dos hombres que le tenían las manos, e así le pegaban fuego a los pies,
y entraba el tirano de rato en rato y decía que así lo había de matar poco a
poco a tormentos si no le daba el oro. Y así lo cumplió e mató al dicho señor
con los tormentos. Y estando atormentándolo mostró Dios señal de que detestaba
aquellas crueldades en quemarse todo el pueblo donde las perpetraban. Todos los
otros españoles, por imitar a su buen capitán y porque no saben otra cosa sino
despedazar aquellas gentes, hicieron lo mesmo, atormentando con diversos y
fieros tormentos cada uno al cacique y señor del pueblo o pueblos que tenían
encomendados, estándoles sirviéndoles dichos señores con todas sus gentes y
dándoles oro y esmeraldas cuanto podían y tenían. Y sólo los atormentaban
porque les diesen más oro y piedras de lo que les daban. Y así quemaron y
despedazaron todos los señores de aquella tierra. Por miedo de las crueldades
egregias que uno de los tiranos particulares en los indios hacía, se fueron a
los montes huyendo de tanta inhumanidad un gran señor que se llamaba Daitama,
con mucha gente de la suya. Porque esto tienen por remedio y refugio (si les
valiese). Y a esto llaman los españoles levantamientos y rebelión. Sabido por
el capitán principal tirano, envía gente al dicho hombre cruel (por cuya
ferocidad los indios que estaban pacíficos e sufriendo tan grandes tiranías y
maldades se habían ido a los montes), el cual fué a buscarlos, y porque no
basta a esconderse en las entrañas de la tierra, hallaron gran cantidad de
gente y mataron y despedazaron más de quinientas ánimas, hombres y mujeres e
niños, porque a ningún género perdonaban. Y aun dicen los testigos que el mesmo
señor Daitama había, antes que la gente le matasen, venido al dicho cruel
hombre y le había traído cuatro o cinco mil castellanos, e no obstante esto
hizo el estrago susodicho.
Otra vez, viniendo a servir
mucha cantidad de gente a los españoles y estando sirviendo con la humildad e
simplicidad que suelen, seguros, vino el capitán una noche a la ciudad donde
los indios servían, y mandó que a todos aquellos indios los metiesen a espada,
estando de ellos durmiendo y dellos cenando y descansando de los trabajos del
día. Esto hizo porque le pareció que era bien hacer aquel estrago para entrañar
su temor en todas las gentes de aquella tierra.
Otra vez mandó el capitán tomar
juramento a todos los españoles cuántos caciques y principales y gente común
cada uno tenía en el servicio de su casa, e que luego los trajesen a la plaza,
e allí les mandó cortar a todos las cabezas, donde mataron cuatrocientas a
quinientas ánimas. Y dicen los testigos que desta manera pensaba apaciguar la
tierra.
De cierto tirano particular
dicen los testigos que hizo grandes crueldades, matando y cortando muchas manos
y narices a hombres y mujeres y destruyendo muchas gentes.
Otra vez envió el capitán al
mesmo cruel hombre con ciertos españoles a la provincia de Bogotá a hacer
pesquisa de quién era el señor que había sucedido en aquel señorío, después que
mató a tormentos al señor universal, y anduvo por muchas leguas de tierra
prendiendo cuantos indios podía haber, e porque no le decían quién era el señor
que había sucedido, a unos cortaba las manos y a otros hacía echar a los perros
bravos que los despedazaban, así hombres como mujeres, y desta manera mató y
destruyó muchos indios e indias. Y un día, al cuarto del alba, fué a dar sobre
unos caciques o capitanes y gente mucha de indios que estaban de paz y seguros,
que los había asegurado y dado la fe de que no recibirían mal ni daño, por la
cual seguridad se salieron de los montes donde estaban escondidos a poblar a lo
raso, donde tenían su pueblo, y así estando descuidados y con confianza de la
fe que les habían dado, prendió mucha cantidad de gente, mujeres y hombres, y
les mandaba poner la mano tendida en el suelo, y él memso, con un alfanje, les
cortaba las manos e decíales que aquel castigo les hacía porque no le querían
decir dónde estaba el señor nuevo que en aquel reino había suscedido.
Otra vez, porque no le dieron un
cofre lleno de oro los indios, que les pidió este cruel capitán, envió gente a
hacer guerra, donde mataron infinitas ánimas, e cortaron manos e narices a
mujeres y a hombres que no se podrían contar, y a otros echaron a perros
bravos, que los comían y despedazaban.
Otra vez, viendo los indios de
una provincia de aquel reino que habían quemado los españoles tres o cuatro
señores principales, de miedo se fueron a un peñón fuerte para defender de
enemigos que tanto carescían de entrañas de hombres, y serían en el peñón y
habría (según dicen los testigos) cuatro o cinco mil indios. Envía el capitán susodicho
a un grande y señalado tirano (que a muchos de los que de aquellas partes
tienen cargo de asolar, hace ventaja) con cierta gente de españoles para que
castigase, dizque los indios alzados que huían de tan gran prestilencia y
carnecería, como si hubieran hecho alguna sin justicia y a ellos perteneciera
hacer el castigo y tomar la venganza, siendo dignos ellos de todo crudelísimo
tormento sin misericordia, pues tan ajenos son de ella y de piedad con aquellos
innocentes. Idos los españoles al peñón, súbenlo por fuerza, como los indios
sean desnudos y sin armas, y llamando los españoles a los indios de paz y que
los aseguraban que no les harían mal alguno, que no peleasen, luego los indios
cesaron: manda el crudelísimo hombre a los españoles que tomasen todas las
fuerzas del peñón, e tomadas, que diesen en los indios. Dan los tigres y leones
en las ovejas mansas y desbarrigan y matan a espada tantos, que se pararon a
descansar: tantos eran los que habían hecho pedazos. Después de haber
descansado un rato mandó el capitán que matasen y desempeñasen del peñón abajo,
que era muy alto, toda la gente que viva quedaba. Y así la desempeñaron toda, e
dicen los testigos que veían nubada de indios echados del peñón abajo de
setencientos hombres juntos, que caían donde se hacían pedazos.
Y por consumar del todo su gran
crueldad rebuscaron todos los indios que se habían escondido entre las matas, y
mandó que a todos les diesen estocadas y así los mataron y echaron de las peñas
abajo. Aún no quiso contentarse con las cosas tan crueles ya dichas; pero quiso
señalarse más y aumentar la horribilidad de sus pecados en que mandó que todos
los indios e indias que los particulares habían tomado vivos (porque cada uno
en aquellos estragos suele escoger alguno indios e indias y muchachos para
servirse) los metiesen en una casa de paja (escogidos y dejados los que mejor
le parecieron para su servicio) y les pegasen fuego, e así los quemaron vivos,
que serían obra de cuarenta o cincuenta. Otros mandó echar a los perros bravos,
que los despedazaron y comieron.
Otra vez, este mesmo tirano fué
a cierto pueblo que se llamaba Cota y tomó muchos indios e hizo despedazar a
los perros quince o veinte señores e principales, y cortó mucha cantidad de
manos de mujeres y hombres, y las ató en unas cuerdas, las puso colgadas de un
palo a la luenga, porque viesen los otros indios lo que había hecho a aquéllos,
en que habría setenta pares de manos; y cortó muchas narices a mujeres y a
niños.
Las hazañas y crueldades deste
hombre, enemigo de Dios, no las podría alguno explicar, porque son inumerables
e nunca tales oídas ni vistas que ha hecho en aquella tierra y en la provincia
de Guatimala, y dondequiera que ha estado. Porque ha muchos años que anda por
aquellas tierras haciendo aquestas obras y abrasando y destruyendo aquellas
gentes y tierras.
Dicen más los testigos en
aquella probanza: que han sido tantas, y tales, y tan grandes las crueldades y
muertes que se han hecho y se hacen hoy en el dicho Nuevo Reino de Granada por
sus personas los capitanes, y consentido hacer a todos aquellos tiranos y
destruidores del género humano que con él estaban, que tienen toda la tierra
asolada y perdida, e que si su Majestad con tiempo no lo manda remediar (según
la matanza en los indios se hace solamente por sacarles el oro que no tienen,
porque todo lo que tenían lo han dado) que se acabará en poco de tiempo que no
haya indios ningunos para sostener la tierra y quedará toda yerma y despoblada.
Débese aquí de notar la cruel y
pestilencial tiranía de aquellos infelices tiranos, cuán recia y vehemente e
diabólica ha sido, que en obra de dos años o tres que ha que aquel Reino se
descubrió, que (según todos los que en él han estado y los testigos de la dicha
probanza dicen) estaba el más poblado de gente que podía ser tierra en el
mundo, lo hayan todo muerto y despoblado tan sin piedad y temor de Dios y del
rey, que digan que si en breve su Majestad no estorba aquellas infernales
obras, no quedará hombre vivo ninguno. Y así lo creo yo, porque muchas y
grandes tierras en aquellas partes he visto por mis mismos ojos, que en muy
breves días las han destruído y del todo despoblado.
Hay otras provincias grandes que
confinan con las partes del dicho Nuevo Reino de Granada, que se llaman Popayán
y Cali, e otras tres o cuatro que tienen más de quinientas leguas, las han
asolado y destruído por las manera que esas otras, robando y matando, con
tormentos y con los desafueros susodichos, las gentes dellas que eran
infinitas. Porque la tierra es felicísima, y dicen los que agora vienen de allá
que es una lástima grande y dolor ver tantos y tan grandes pueblos quemados y
asolados como vían pasando por ellas, que donde había pueblo de mil e dos mil
vecinos no hallaban cincuenta, e otros totalmente abrasados y despoblados. Y
por muchas partes hallaban ciento y docientas leguas e trecientas todas
despobladas, quemadas y destruidas grandes poblaciones. Y, finalmente, porque
desde los reinos del Perú, por la parte de la provincia del Quito, penetraron
grandes y crueles tiranos hacia el dicho Nuevo Reino de Granada y Popayán e
Cali, por la parte de Cartagena y Urabá, y de Cartagena otros malaventurados
tiranos fueron a salir al Quito, y después otros por la parte del río de Sant
Juan, que es a la costa del Sur (todos los cuales se vinieron a juntar), han
extirpado y despoblado más de seiscientas leguas de tierras, echando aquellas
tan inmensas ánimas a los infiernos; haciendo lo mesmo el día de hoy a las
gentes míseras, aunque inocentes, que quedan.
Y que porque sea verdadera la
regla que al principio dije, que siempre fué creciendo la tiranía e violencias
e injusticias de los españoles contra aquellas ovejas mansas, en crudeza,
inhumanidad y maldad, lo que agora en las dichas provincias se hace entre otras
cosas dignísimas de todo fuego y tormento, es lo siguiente:
Después de las muertes y
estragos de las guerras, ponen, como es dicho, las gentes en la horrible
servidumbre arriba dicha, y encomiendan a los diablos a uno docientos e a otro
trecientos indios. El diablo comendero diz que hace llamar cient indios ante
sí: luego vienen como unos corderos; venidos, hace cortar las cabezas a treinta
o cuarenta dellos e diz a los otros: "Los mesmo os tengo de hacer si no me
servís bien o si os vais sin mi licencia."
Considérese agora, por Dios, por
los que esto leyeren, qué obra es ésta e si excede a toda crueldad e injusticia
que pueda ser pensada; y si les cuadra bien a los tales cristianos llamarlos
diablos, e si sería más encomendar los indios a los diablos del infierno que es
encomendarlos a los cristianos de las Indias.
Pues otra obra diré que no sé
cuál sea más cruel, e más infernal, e más llena de ferocidad de fieras bestias,
o ella o la que agora se dijo. Ya está dicho que tienen los españoles de las
Indias enseñados y amaestrados perros bravísimos y ferocísimos para matar y
despedazar los indios. Sepan todos los que son verdaderos cristianos y aun los
que no lo son si se oyó en el mundo tal obra, que para mantener los dichos
perros traen muchos indios en cadenas por los caminos, que andan como si fuesen
manadas de puercos, y matan dellos, y tienen carnecería pública de carne
humana, e dícense unos a otros: "Préstame un cuarto de un bellaco desos
para dar de comer a mis perros hasta que yo mate otro", como si prestasen
cuartos de puerco o de carnero. Hay otros que se van a caza las mañanas con sus
perros, e volviéndose a comer, preguntados cómo les ha ido, responden:
"Bien me ha ido, porque obra de quince o veinte bellacos dejo muertos con
mis perros." Todas estas cosas e otras diabólicas vienen agora probadas en
procesos que han hecho unos tiranos contra otros. ¿Qué puede ser más fea ni
fiera ni inhumana cosa?
Con eso quiero acabar hasta que
vengan nuevas de más egregias en maldad (si más que éstas pueden ser) cosas, o
hasta que volvamos allá a verlas de nuevo, como cuarenta y dos años ha que los
veemos por los ojos sin cesar, protestando en Dios y en mi consciencia que,
según creo y tengo por cierto, que tantas son las maldiciones, daños,
destruiciones, despoblaciones, estragos, muertes y muy grandes crueldades
horribles y especies feísimas dellas, violencias, injusticias, y robos y
matanzas que en aquellas gentes y tierras se han hecho ( y aún se hacen hoy en
todas aquellas partes de las Indias), que en todas cuantas cosas he dicho y
cuanto lo he encarescido, no he dicho ni encarescido, en calidad ni en
cantidad, de diez mil partes (de lo que se ha hecho y se hace hoy) una.
Y para que más compasión
cualquiera cristiano haya de aquellas inocentes naciones y de su perdición y
condenación más se duela, y más culpe y abomine y deteste la codicia y ambición
y crueldad de los españoles, tengan todos por verdadera esta verdad, con las
que arriba he afirmado: que después que se descubrieron las Indias hasta hoy,
nunca en ninguna parte dellas los indios hicieron mal a cristiano, sin que
primero hubiesen rescebido males y robos e traiciones dellos. Antes siempre los
estimaban por inmortales y venidos del cielo, e como a tales los rescebían,
hasta que sus obras testificaban quién eran y qué pretendían.
Otra cosa es bien añadir: que
hasta hoy, desde sus principios, no se ha tenido más cuidado por los españoles
de procurar que les fuese predicada la fe de Jesucristo a aquellas gentes, que
si fueran perros o otras bestias; antes han prohibido de principal intento a los
religiosos, con muchas aflictiones y persecuciones que les han causado, que no
les predicasen, porque les parecía que era impedimento para adquirir el oro e
riquezas que les prometían sus codicias. Y hoy en todas las Indias no hay más
conoscimiento de Dios, si es de palo, o de cielo, o de la tierra, que hoy ha
cient años entre aquellas gentes, si no es en la Nueva España, donde han andado
religiosos, que es un rinconcillo muy chico de las Indias; e así han perescido
y perescen todos sin fee y sin sacramentos.
He inducido yo, fray Bartolomé
de las Casas o Casaus, fraile de Sancto Domingo, que por la misericordia de
Dios ando en esta corte de España procurando echar el infierno de las Indias, y
que aquellas infinitas muchedumbres de ánimas redemidas por la sangre de
Jesucristo no parezcan sin remedio para siempre, sino que conozcan a su criador
y se salven, y por compasión que he de mi patria, que es Castilla, no la
destruya Dios por tan grandes pecados contra su fee y honra cometidos y en los
prójimos, por algunas personas notables, celosas de la honra de Dios e
compasivas de las aflictiones y calamidades ajenas que residen en esta corte,
aunque yo me lo tenía en propósito y no lo había puesto por obra por mis
cuntinuas ocupaciones. Acabéla en Valencia, a ocho de diciembre de mil e
quinientos y cuarenta y dos años, cuando tienen la fuerza y están en su colmo
actualmente todas las violencias, opresiones, tiranías, matanzas, robos y
destrucciones, estragos, despoblaciones, angustias y calamidades susodichas, en
todas las partes donde hay cristianos de las Indias. Puesto que en unas partes
son más fieras y abominables que en otras, Méjico y su comarca está un poco
menos malo, o donde al menos no se osa hacer públicamente, porque allí, y no en
otra parte, hay alguna justicia (aunque muy poca), porque allí también los
matan con infernales tributos. Tengo grande esperanza que porque el emperador y
rey de España, nuestro señor don Carlos, quinto deste nombre, va entendiendo
las maldades y traiciones que en aquellas gentes e tierras, contra la voluntad
de Dios y suya, se hacen y han hecho (porque hasta agora se le ha encubierto
siempre la verdad industriosamente), que ha de extirpar tantos males y ha de
remediar aquel Nuevo Mundo que Dios le ha dado, como amador y cultor que es de
justicia, cuya gloriosa y felice vida e imperial estado Dios todopoderoso, para
remedio de toda su universal Iglesia e final salvación propia de su real ánimo,
por largos tiempos Dios prospere. Amén.
Después de escripto lo
susodicho, fueron publicadas ciertas leyes y ordenanzas que Su Majestad por
aquel tiempo hizo en la ciudad de Barcelona, año de mil e quinientos y cuarenta
y dos, por el mes de noviembre; en la villa de Madrid, el año siguiente. Por
las cuales se puso la orden que por entonces pareció convenir, para que cesasen
tantas maldades y pecados que contra Dios y los prójimos y en total acabamiento
y perdición de aquel orbe convenía. Hizo las dichas leyes Su Majestad después
de muchos ayuntamientos de personas de gran autoridad, letras y consciencia, y
disputas y conferencias en la villa de Valladolid, y, finalmente, con acuerdo y
parecer de todos los más, que dieron por escrito sus votos e más cercanos se
hallaron de las reglas de la ley de Jesucristo, como verdaderos cristianos, y también
libres de la corrupción y ensuciamiento de los tesoros robados de las Indias.
Los cuales ensuciaron las manos e más las ánimas de muchos que entonces las
mandaban, de donde procedió la ceguedad suya para que las destruyesen, sin
tener escrúpulo algunos dello.
Publicadas estas leyes, hicieron
los hacedores de los tiranos que entonces estaban en la Corte muchos traslados
dellas (como a todos les pesaba, porque parecía que se les cerraban las puertas
de participar lo robado y tiranizado) y enviáronlos a diversas partes de las
Indias. Los que allá tenían cargo de las robar, acabar y consumir con sus
tiranías, como nunca tuvieron jamás orden, sino toda la desorden que pudiera
poner Lucifer, cuando vieron los traslados, antes que fuesen los jueces nuevos
que los habían de ejecutar, conosciendo (a lo que se dice y se cree) de los que
acá hasta entonces los habían en sus pecados e violencias sustentado, que lo
debían hacer, alborotáronse de tal manera, que cuando fueron los buenos jueces
a la ejecutar, acordaron de (como habían perdido a Dios el amor y temor) perder
la vergüenza y obediencia a su rey. Y así cumplir con su insaciable codicia de
dineros de aquellos avarísimos tiranos, como todos los otros siempre en todas
acordaron de tomar por renombre traidores, siendo crudelísimos y desenfrenados
tiranos; señaladamente en los reinos del Perú, donde hoy, que estamos en el año
de mil e quinientos y cuarenta y seis, se cometen tan horribles y espantables y
nefarias obras cuales nunca se hicieron ni en las Indias ni en el mundo, no
sólo en los indios, los cuales ya todos o cuasi todos los tienen muertos, e
aquellas tierras dellos despobladas, pero en sí mesmo unos a otros, con justo
juicio de Dios: que pues no ha habido justicia del rey que los castigue,
viniese del cielo, permitiendo que unos fuesen de otros verdugos.
Con el favor de aquel
levantamiento de aquéllos, en todas las otras partes de aquel mundo no han
querido cumplir las leyes, e con color de suplicar dellas están tan alzados
como los otros. Porque se les hace de mal dejar los estados y haciendas
usurpadas que tienen, e abrir mano de los indios que tienen en perpetuo
captiverio. Donde han cesado de matar con espadas de presto, mátanlos con
servicios personales e otras vejaciones injustas e intolerables su poco a poco.
Y hasta agora no es poderoso el rey para lo estorbar, porque todos, chicos y
grandes, andan a robar, unos más, otros menos; unos pública e abierta, otros
secreta y paliadamente. Y con color de que sirven al Rey deshonran a Dios y
roban y destruyen al Rey.
Fué impresa la presente obra en la muy noble e muy leal ciudad de
Sevilla, en casa de Sebastián Trujillo, impresor de libros. A nuestra señora
de Gracia. Año de MDLII.
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1. nublado
2. daño
3. habilidad
4. pérdidas
5. millones
6. complexión
7. abastecimiento
8. Virreinato con capital en México. Sus límites comenzaban al sur en Panamá y terminaban al norte en los actuales estados norteamericanos de California, Texas, Nuevo México, Arizona, Utah, Nevada y Colorado.
9. Despedazar, matar con crueldad e inhumanidad.
10. La llamada "Noche Triste".
11. pluma
12. atropelladamente
13. subastas
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4. pérdidas
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9. Despedazar, matar con crueldad e inhumanidad.
10. La llamada "Noche Triste".
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