1963 septiembre 10.
Fallece Francisco Bonnin Guerin
Nace Don Francisco Bonnín, en Santa Cruz de
Tenerife. Su padre, Antonio Bonnín Fuster natural de Ibiza, se había casado en
Tenerife con Mercedes Guerín Figueroa y fruto de esa unión nacerían Francisco,
Claudina, Mercedes y Manuel. En el año 1878
Francisco Bonnín padece la tosferina. Los médicos
lo desahucian. En el año 1881 comienza a familiarizarse con el alfabeto
musical, recibiendo lecciones de su padre, que impartía en el propio domicilio
clases de piano. En el año 1883 cursa la enseñanza primaria en la escuela de
don Antonio Martín Mirabal, sita en la calle del Castillo de la capital
tinerfeña. En el año 1892 participa en la Exposición de Arte
e Industria, organizada por la Real Sociedad Económica de Amigos de País en
Santa Cruz de Tenerife con motivo de las Fiestas de Mayo.
En el mes de noviembre, entra como voluntario
en el Regimiento de Artillería de Santa Cruz de Tenerife. Conoce poco después
al capitán Felipe Verdugo, de quien recibirá breves pero valiosos consejos
referentes a la práctica de la acuarela. En el año 1894, varios jóvenes, entre
los que se encuentran Bonnín, Crosa y Romero, llevan a cabo, dirigidos por
Felipe Verdugo, la decoración del techo, en el salón principal del edificio ocupado
por la
Sociedad Filarmónica Santa Cecilia. El tema era una
alegoría de Beethoven y la música. Bonnín concurre con cuatro cuadritos al óleo
y dos acuarelas a la Exposición Artística , Industrial, Agrícola e
Histórica, organizada por la Sociedad Económica de Amigos del País.
Obtiene una medalla de segunda clase. En el año 1897, se hace cargo de la
decoración de la fachada del edificio de la Fi larmónica Santa Cecilia para las fiestas del
centenario de la victoria frente a Nelson. Líneas de luces, una gigantesca
lira y otros atributos de la música se ven completados por la labor pictórica
desarrollada en unos preciosos transparentes que cubren las ventanas. Pocos
días más tarde embarca en el vapor África y supera las pruebas de acceso
en la Academia de
Artillería de Segovia. En los años 1898/99, mantiene contactos con Daniel e
Ignacio Zuloaga, que despiertan su vocación pictórica. Visita los museos de
Madrid y conoce en el Palacio de Cristal las acuarelas de Villegas y Parada
Fuste. Comienza Bonnín a exponer sus cartones en el bazar Bru, de la Granja de San
Ildefonso. Cinco de ellos son adquiridos por la infanta Isabel de Borbón. En el
año 1900 obtiene la medalla de plata en la Exposición Regional de
Pintura de Segovia. Expone en La
Granja un conjunto de sus obras. En el año 1907, tras
cursar cinco años de estudios, se licencia como primer teniente. Ha obtenido,
además, la cruz blanca del mérito militar por las acuarelas pintadas para la
academia. En el año 1908, funda en el instituto de Santa Cruz de Tenerife
el Círculo de Arte, organizando junto a Diego Crasa una escuela de pintura. Su
desaparición será rápida, al necesitarse para otros menesteres el aula que se
les había cedido para la organización de exposiciones pictóricas. Bonnín
participa, sin embargo, en las dos exposiciones artísticas que el Círculo
organiza. Junto a Luís Rodríguez Figueroa, Pedro de Guezala y Ángel Villa y
Rodriga Villabriga, entre otros, Francisco Bonnín fundará más tarde el Círculo
de Escritores y Artistas, que desaparece prácticamente sin haberse presentado
en sociedad, al no contar con el apoyo de las autoridades del municipio. En el
año 1910, contrae matrimonio con Luisa Miranda Reverón, en el mes de junio,
imparte clases de dibujo en el instituto de Santa Cruz de Tenerife, magisterio
que seguirá desarrollando durante más de dos décadas. En el año 1911, nace su
hijo Francisco en el mes de junio. En el año 1912 asciende al grado de capitán.
Se le nombra hijo adoptivo del Puerto de la Cruz. En esa
localidad conoce la obra del pintor inglés James Paterson. Aparecen
reproducidas en la revista madrileña La Esfera tres obras suyas: Cueva de Almagro,
Entrada de la casa Cólogan y Pico del Teide. En el año 1913, en el mes de
diciembre nace su hijo Antonio. Bonnín vende frecuentemente sus acuarelas en el
hotel Taoro, donde son adquiridas por los turistas ingleses, que las pagan muy
bien. Se le anima a viajar a Londres. En el año 1914 es destinado a África. En
el año 1915, regresa a Tenerife. Organiza una exposición de acuarelas de
sus discípulos en el Círculo de Bellas Artes, como acto inaugural del curso
1929/30.
Francisco Bonnín promueve en el Círculo de
Bellas Artes los debates urbanísticos que suscita el anunciado derribo del
castillo de San Cristóbal, presentando, además, un proyecto alternativo para la
nueva entrada a la capital de la isla. En el año 1930, expone en enero en el
Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife. Bonnín mantiene contactos
con Bruno Brandt, que le proporcionan un nuevo modo de enfrentarse a la
acuarela. Junto con Guezala, imparte enseñanzas pictóricas en el Círculo de
Bellas Artes, a través de la academia de pintura que venía funcionando desde
1928 en dicha entidad.
Francisco Bonnín es nombrado socio de honor
de la Masa Coral de
Santa Cruz de La Palma ,
por su apoyo y por el del Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife. En
el año 1931, expone sus obras en el Círculo de Bellas Artes de Santa
Cruz de Tenerife en el mes de febrero. Acogiéndose a la ley de Azaña, se retira
del Ejército con el grado de Comandante.
Por estos años, Bonnín colabora activamente
con la sección de teatro del Círculo de Bellas Artes, realizando muchas de las
escenografías de las obras presentadas al público: Resurgimiento, de Carlos
Fernández Castillo (1928), Marilinda, de M. Guimerá (1933) o Cándida, de
Bernard Shaw. El nombre de Francisco Bonnín Guerín aparece en la edición de
ese año de la
Enciclopedia Espasa. En el año 1932, El presidente del
Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria lo nombra socio corresponsal en
Tenerife. Francisco Bonnín cursa instancias al ayuntamiento y al Ministerio de
Instrucción Pública y Bellas Artes, solicitando su apoyo a través de
subvenciones para el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife.
Comienza a impartir clases en la escuela gratuita de pintura que se pone en
funcionamiento en el Círculo de Bellas Artes. En el año 1954, coincidiendo con
su ochenta cumpleaños, el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife
rinde un homenaje, inaugurando una exposición antológica de su obra.
En el año 1957, su acuarela San Diego del
monte recibe la medalla de honor en la exposición nacional de acuarela abierta
en Madrid. En el año 1959, promueve, mediante un escrito en la prensa, la
erección de un monumento a Teobaldo Power, espoleando al cabildo y al
ayuntamiento a que tomen cartas en el asunto. El secretario general de
Educación y Cultura, le concede la medalla Anchieta, conmemorativa del cuarto
centenario de la llegada del padre Anchieta a Brasil. En el año 1960, es
testigo de la inauguración del nuevo edificio del Círculo de Bellas Artes de
Santa Cruz de Tenerife, que tiene lugar el día uno de mayo. En el año 1962,
provoca la organización y celebración de una gran muestra en el Museo Municipal
de Bellas Artes titulada La
Acuarela en Tenerife, cuya inauguración se hace
coincidir con las tradicionales Fiestas de Mayo de la capital tinerfeña. En el
año 1963, en el IV Salón Nacional de la Acuarela de Bilbao
resulta premiada su obra Nieve en Las Cañadas y se le otorga una medalla en
reconocimiento a la veteranía. El día 10 de septiembre fallece en el
Puerto de la Cruz. En el
año 1964, concretamente en el mes de marzo, la Real Sociedad Económica
de Amigos del País celebra una sesión en su homenaje.
La literata cubana premio Cervante de las
letras hispánicas, Dulce María Loynaz visitó por todo el mundo muchos lugares
sorprendentes y apasionados, sin embargo, dedicó su libro de viajes a la tierra
de los dragos milenarios.
Un verano en Tenerife, como tituló esta
suerte de diario, o crónica, refleja el amor por el paisaje tinerfeño, sus
habitantes y costumbres como no lo hizo antes ningún historiador, biógrafo o
viajero. Hay quienes afirman que amaba esta Isla antes de conocerla,
seguramente a través de las evocaciones de su esposo Pablo Álvarez de
Cañas. La poesía emana de este texto con la misma intensidad que sus
experiencias. La belleza del paisaje, siempre a la sombra del Teide, permanece
con una distinción lírica, enriquecedora de afectos. Un capítulo inolvidable
reproduce el gesto dadivoso y cristiano, que incidiría notablemente en los
habitantes del Puerto para declararla; “Hoy, que estoy lejos, cuando pienso en
las Islas, veo, primero que nada, sus rosas.” Hija Adoptiva del hermano pueblo:
el manto de seda azul, confeccionado porartesanas cubanas para la Virgen de la Peña de Francia. Otro de
los momentos más atractivos de la citada obra, donde los afectos fluyen con un
tono intimista, es el diálogo con Francisco Bonnín Guerín, cuyo Capítulo XIX
incide en esta reflexión. Sobre la cercanía entre ambos artistas ha declarado
Ana Luisa González Reimers durante una exposición de cuadros del pintor en el
Puerto de la Cruz :
“En la siguiente visita de Loynaz, durante el verano de 1957, la amistad había
cristalizado de forma rotunda. La intimidad del estudio se abrió para la amiga
poeta y ésta acudió con frecuencia a la ‘casita soleada’, hogar del maestro en
el Puerto de la Cruz ,
compartido con su esposa y la dulce presencia de su hija Marciana”. Entonces
Bonnín tenía 83 años. Maestro consagrado de la acuarela, prestigioso artista,
presidía la Agrupación de
Acuarelistas Canarios, de la que era fundador desde 1944, razones por las
cuales Dulce María lo presenta como “…un anciano pulcro y delicado, muy erguido
en su sonrisa de niño, muy niño en sus ojos azules”. Pero la autora quiere
mostrar a su viejo amigo como se revela en ese instante, al lado de su pecado,
de su único gran pecado. De ahí que el júbilo de la paleta se torne mustio,
igual al árbol ceniciento que hace y deshace y “…tiene mucho de fantasmal
y de esotérico…”. Dulce María teme por lo que va a escuchar. Observa entre
los motivos aparentemente gráciles una nueva dimensión: “Don Francisco hace una
pausa y suspira; las acuarelas se desprenden de su mano como flores marchitas
al soplo helado de un recuerdo que viene de tan lejos. Ella redescubre el
paisaje, al pintor. Una lejana noche de mayo, Bonnín, no contento con la
imposición de sus padres de acompañar a su única hermana al concierto de la
banda municipal, desató sobre la joven, que no había cumplido aún los 15 años
ni asistido a una fiesta, una avalancha de quejas y protestas durante el paseo.
Él consiguió que su hermana prorrumpiera en llanto y, después de dar la primera
vuelta a la glorieta de la música, le pidiera regresar a casa. Al siguiente
día, una repentina enfermedad robaría la vida a aquella niña sin lucir su
vestido color de rosa. Un vivo remordimiento que perdura a lo largo de 63 años.
Conmovida por la historia, Loynaz refleja una arista filosófica vitalicia en
las palabras que dedica al anciano amigo con el ánimo de consolarle: “...
(…) Pero ya usted sabe que los seres completamente felices no crean belleza
para los demás (…) Es esa vieja pena, o, mejor dicho, el fantasma de una pena
lo que da vida y razón a su pintura…”. De manera que en ese balbuceo –
acertado o no – se encuentra una explicación de un fenómeno humano. La pregunta
formulada obtiene una respuesta, es precisa una pena, secreta pena, para el
acto de la creación y de la belleza..."
Consecuentemente con las exigencias del
corazón en ambos creadores, lo bello se asoma a la sensibilidad, el alma quiere
retenerlo, como la alfombra de rosas en La Orotava , destruida durante
la procesión del Corpus Christi, escándalo para los ojos de la cubana, quien
comienza a comprender el sentido de la tradición local en la belleza
divina. Si la natural belleza remite a Dios, la autora de “Juegos de
agua” respira ese aire en la visita que hace al paisaje agreste más hermoso del
mundo. El Teide, magnánimo, ha sido inspiración para los poetas que le han
dedicado su canto. Asimismo, el volcán dormido inspira al no menos grande
escritor José Javier Hernández. En su libro El Teide en la mirada, este
gran amigo “mira con los ojos del corazón la realidad que le circunda” siendo
“verdaderamente recreado y convertido en un hombre nuevo”. La presencia de
Dulce María no solo se sitúa en el poema que él le ofrece, “Todo es
inmediato”, bajo la advocación del viejo Pico, sino además en el tono
coloquial que sentimos en “Un lugar secreto”, poema que aborda su casa roída
desde la altura del Volcán. El tema, sensitivo para quienes han habitado las
paredes que se mueren, es el mismo que recreara Dulce María en sus “Últimos
días de una casa”. El tratamiento personalizado en los dos textos fluctúa con
matiz elegíaco de manera tangible en la rememoración de un pasado que alberga
felicidad. Cuando subí al lugar que señala “un punto / diminuto / cerca del
bajío / y los taraviscales” hallé el silencio amado de Dulce María, la metáfora
de José Javier, la atención que los dos prestábamos al amigo Gustavo, el
policía, a quien escucho siempre que pienso en la corona de las siete islas,
sus atinadas palabras de que tanto fotografías como vídeos permitirán a
nuestros descendientes conocer los familiares muertos, a diferencia de épocas
pasadas. Supongo que, incluso, reconozcan lo esplendente, cercenado por la
perspectiva del tiempo. Y retornamos al momento en que Bonnín continúa pintando
las flores que Dulce María habría de llevarse a Cuba. Ella asiste al nacimiento
de esas rosas, inspiradas en el poema “La oración de la rosa” de su libro
Versos, 1920-1938, cuyo poemario dedica al pintor en 1947. En la edición de ese
año se habían hecho 350 ejemplares, donde aparecían los ensayos escritos por
María Rosa Alonso, José Manuel Guimerá y Domingo Cabrera Cruz sobre la poetisa.
Los 50 primeros, concebidos en papel especial, fueron dedicados a estos y a
otros amigos como Celestino González Padrón, Candelaria Reimers Suárez, Diego
Guigou, Juan Felipe Machado, la familia Baudet, entre muchos más. La autora,
por tanto, ha hecho una traslación. En esta segunda edición ya aparecía en la
página 30 el “Jarrón con rosas”, que le había obsequiado el amigo. Ella desea
corresponderle e inmortaliza – como hizo él con su arte – el instante en que
las rosas “…van surgiendo en la vertical blancura frescas, vivas,
imperecederas. Diez años atrás, es decir, previo a la publicación de Un verano
en Tenerife, lo había hecho destinándole el número 12 de los ejemplares impresos
en papel especial, pero la fina sensibilidad había calado profundamente su
interior y la inspiración la condujo por el sendero del color y el resplandor
de la luz en “Las acuarelas de Bonnín”: “(…) Porque he aquí que el pequeño
milagro del agua redimida se repite con sencillez y eficacia en los cuadros del
maestro Bonnín. No es que él pinte el paisaje canario trasplantándolo
simplemente al lienzo, no es que él lo retrate o lo copie con pincel certero,
es que él ‘devuelve’ ese paisaje a un estado de gracia, a una transparencia
luminosa sin mancha original.” No fue el Jarrón con rosas la única pintura que
le obsequiara el afamado acuarelista. La prensa local recogió el momento en el
que éste le entregó dos acuarelas suyas, Barranco del infierno y Torreón
Ventoso, durante el homenaje que le rindieron en el hotel Taoro, el sábado 18
de agosto de 1951, año en el cual la proclamaban Hija Adoptiva del “pueblecito
costanero”. Asimismo, el 14 de diciembre de 1958, de regreso a La Habana en la Santa María , con la
publicación de Un verano en Tenerife, el periódico La tarde reprodujo
fotográficamente cuando el pintor le hacía entrega de sus Flores de pascua en
gratitud por el amor profesado a su Isla. Allí, “…con ganas de cantar y
de reír por ese inusitado, descubierto jardín de mirtos y laureles” quedaban
entrelazados la palabra y el paseo: las flores que caen de altas tapias; la
casa vacía de la familia Ventoso, ese sitio enigmático, que el pintor supo
transmitir de la mansión deshabitada y a Dulce María le atrajo por la antigua
historia de la atalaya; la destiladera, por donde el recipiente mantenía el
nombre de bernegal; la retama, el zaguán de un volcán dormido, bendecida en
flor; y las rosas… otra vez las rosas; motivos todos eternizados por la poesía
y la pintura. Ahora bien, la
Casa de los Árabes, sita en el número 16 de la Calle de los Oficios,
en La Habana antigua,
exhibe un grupo de pertenencias de la autora de “Carta de amor al rey
Tut-Ank-Amen”. Frente a una de las acuarelas del “hombre de mañanas y primaveras”
se advierte el Torreón de Ventoso, con sus balconaduras de madera, en cuyo pie
de ese original puede leerse: “A Dulce María Loynaz de Álvarez de Cañas / El
Puerto de la Cruz agradecido
/ 18-agosto-1951”. Otra se titula El patio de la herrería, obra que refleja,
con la luminosidad propia de un experto, el emparrado descubierto bajo el cual
probablemente el sugerido herrero asiste a sus ilusiones… La última acuarela es
aún más interesante, porque el autor olvidó nombrar la pieza. En ella se observa
el patio interior de una mansión típica canaria, que se asemeja al imaginado
por Dulce María en su visita a la casa de Ventoso. Suelo de baldosas, plantas
en sus tiestos, escaleras que conducen a las galerías altas, como si la casa
hubiera despertado del profundo sueño conminado por Victoria, su moradora.
Ambas razones (similitud y descuido) estimulan a nombrarla El patio olvidado,
un hallazgo de verdadera importancia para los estudiosos del arte bonniniano.
Esas pinturas, donadas por Dulce María Loynaz al Historiador de la Ciudad Eusebio Leal
Spengler, son un ejemplo irrefutable del afecto de Francisco Bonnín por la
poetisa y su deseo de exponer en La Habana , pues, sin duda, este número de piezas
integrarían la exposición que nunca se concretó en la ciudad caribeña.
Actualmente, un espíritu sortílego conserva la casa de Ventoso, cuyo aspecto
apenas ha variado; sí el entorno, modernizado al punto de desconocer el sitio
exacto donde Bonnín ubicara el atril para pintar el cuadro que yo habría de
encontrar en mi Habana. Una de esas extrañas relaciones que percibimos del
mundo recuerda a la poetisa cubana Serafina Núñez y su mejor soneto “A un
ruiseñor amaneciendo”. Qué misterio el de Victoria Ventoso, muerta en su
residencia y en el puño de la mano un papel que decía: A un ruiseñor. Qué
misteriosa la belleza que abre la puerta, se muestra y su seducción nos deja un
sabor amargo de amor y de muerte. Retomar la lectura de Las acuarelas… será
siempre el testimonio trocado en mito, que aún se manifiesta en las palabras de
Bonnín, la heredad poética de los clásicos españoles por donde el pensamiento
expía la fugacidad de las rosas…"
Jesús García Marín de la Asociado , Arca - Llegat
Jueu, relata sobre el pintor afincado en el Puerto de la Cruz : Que el periodista
lagunero Gilberto Alemán recreó su libro sobre el café El Águila el
entorno de los personajes que pululaban por el Círculo de Bellas Artes de Santa
Cruz de Tenerife. Dado que no había bar en tan artística institución, los
pintores acudían a charlar a El Águila. Los fundadores del Círculo fueron el
gran acuarelista don Francisco Bonnín y el pintor Guezala, ambos academicistas,
al decir de algunos, entorpecían o impedían que los jóvenes pintores hicieran
lo que les venía en gana, ello dio lugar a unos versos —recogidos por don
Gilberto— que eran la comidilla entre los que apostaban por las nuevas formas
artísticas: "... Dos cosas hay en el Círculo / que me
tocan los cojones / las maguitas de Guezala / y de Bonnín los
balcones..."
Bonnín, militar de profesión, fue un
extraordinario artista, redescubrió en sus acuarelas el paisaje tinerfeño.
Aprendió de los Zuloaga y su obra fue admirada, pongamos por caso, por Dulce
María Loynaz. Guezala fue pintor coherente y con inusual sentido del
cromatismo.
Juan Manuel Valladares ha publicado en la red
la partida de nacimiento del pintor: Don Francisco Bonnín Guerín nació en Santa
Cruz de Tenerife (no en el Puerto de La
Cruz , como indica algún biógrafo) el día 25 de mayo de 1874.
Padres: Antonio Bonnín y Fuster, natural de Ibiza, y María de Las Mercedes
Guerin y Figueroa, nacida en Santa Cruz de Tenerife. Abuelos paternos:
Francisco Bonnín y Josefa Fuster, naturales de Ibiza. Abuelos maternos: Diego
Guerín y Catalina Figueroa, naturales de Santa Cruz de Tenerife. Hermanos: Manuel
y Claudia. Padrino del bautizo: Tomas Panasco. Así se contiene en el acta
original investigada con fecha de hoy en el Archivo Diocesano, libro 4, Folio
51, Parroquia de San Francisco de Santa Cruz de Tenerife.
El padre del pintor era una persona muy culta,
ibicenco y de origen judío, profesor de piano primero en Ibiza y, luego, en
Santa Cruz donde se casó y comenzó una nueva vida coronada por el éxito, pues
su familia perteneció de hoz y coz a la élite cultural (pintura, música,
literatura). Ahora bien, ¿llegó Antonio Bonnín a Tenerife un poco harto, para
cambiar de aires?, ¿era la presión social sobre los judíos en Ibiza tan
asfixiante como en Mallorca? Desde luego, en Tenerife la presión sobre los mal
llamados “chuetas” era nula hasta el punto que en las biografías sobre
Francisco Bonnín, que sepamos, no se hace ninguna referencia a sus orígenes.
Dos ejemplos a modo de
botón de muestra. En el libro Francisco Bonnín, sentimental y acuarelista
escrito por Alfonso Trujillo (1974) leemos: Su padre, don Antonio, había
arribado desde Ibiza a la capital tinerfeña, en donde ejercía como Profesor de
piano, y en donde caso con doña Mercedes Guerín. Al uno y al otro se les ha
buscado ascendencia francesa, haciéndose corresponder el apellido Bonnín con el
de una familia de la antigua nobleza gala, cuyos orígenes se remontan al siglo
IX. No obstante, los actuales descendientes muestran un cierto escepticismo con
tal fijación genealógica, de ambos patronímicos, que no cree que trasciendan
los límites de la zona catalana-balear.
Por su parte Carlos
Platero Fernández (Los apellidos de Canarias, Las Palmas, 1992) escribe: BONNIN, apellido de origen
mallorquín, aunque oriundo de Francia. Son armas del linaje, En campo de azur
en lucero de oro, de ocho puntas, bordura de gules con diez cabezas de moros al
natural. ¡Ennoblecimiento, escepticismo, no remover el pasado por motivos
sociales? Parece que el pasado íntimo seguía latiendo en Tenerife, ¡en una
sociedad casi nueva!… (Bruno Juan Álvarez Abreu)
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