1838 enero 25.
Hace 175 años, el 25 de enero de 1838, el periódico
tinerfeño El Atlante publicaba un texto que respondía a la pregunta ¿La
emigración para las Américas es un bien o es un mal para estas Islas? Hoy
nos preguntamos algo parecido cuando los jóvenes han de partir en busca de
mejor vida...
Con la serie Reflexiones
históricas de la
Emigración Canaria la revista digital de
Cultura Canaria BienMeSabe.org quiere animar a
la reflexión actual con textos, igualmente reflexivos, relacionados con la
histórica emigración de canarias y canarios a lo largo del tiempo,
especialmente la del siglo XIX a América. La intención, así, no es otra que
despertar la conciencia histórica, como solemos hacerlo en estas páginas, con
una perspectiva crítica vivificada desde el presente para dar con posibles y
mejoradas respuestas en nuestro futuro próximo o lejano. Porque a nadie se le
escapa la famosa fuga de cerebros (mejor
llamar fuga de personas directamente) de
jóvenes y no tan jóvenes de Canarias a otras partes del mundo actual que no
encuentran un lugar propicio en esta tierra para crear su vida desde el pueblo
y la familia que les ha visto crecer.
No añadiremos reflexiones teóricas
ni históricas de bulto, sino las necesarias para presentar diversos textos que
hablan por sí solos, y en un lenguaje (en algunos casos adaptado a nuestra
norma lingüística actual) directo que se entiende sin mayor dificultad; no sólo
por la accesibilidad más o menos clara del registro utilizado, sino más bien y
sobre todo por las posibles analogías con el presente que nos duele y que
lloramos en buena medida. Algunas de las afirmaciones que podrán leer, en este
y en posteriores rescates, se presentarán ante nuestra conciencia como
asombrosas actualísimas ideas que en nuestros días también expresamos ante
estos fenómenos humanos que se suceden en el mundo insular. En este sentido, se
tornan valiosísimos estos escritos hoy históricos pero que fueron tembloroso
presente, tantas veces doloroso, en el instante en que fueron dados a la luz en
nuestros medios de información del XIX.
Quedémonos, pues, con el primero de
ellos y juzguen ustedes mismos.
¿La emigración para las
Américas es un bien o es un mal para estas Islas?
He aquí una de las varias cuestiones
importantes que pueden ofrecerse a la administración de estas islas, y que se
ha sostenido, ya en pro ya en contra, aunque no considerada en todas sus
relaciones y consecuencias.
Hasta ahora, no se ha decidido por la
legislación si se tiene como un bien o como un mal y de aquí la incertidumbre y
contradicciones que se notan en las órdenes que rigen en esta materia, y
producen un mal positivo; ya lo sea o no la emigración, porque si lo es, mal
hecho permitirá, y si no lo es, mal hecho ponerle trabas.
Importa, pues, que esta cuestión se decida
de una vez, y ya sea la emigración sancionada, ya reprobada, fije la
administración sus principios sobre ella.
Los nuestros son conformes con los que
entendemos establece el derecho natural; y con ellos consideramos hallarse en
armonía los principios económicos y administrativos; pero no lisongeándonos
nuestro amor propio, antes desconfiando del juicio que hemos podido formar en
esta cuestión; menos que exponer nuestras ideas sobre esta materia, nos
proponemos hoy sólo dar publicidad a algunos datos que hemos recogido, y pueden
servir para la más fácil resolución de tan importante problema, permitiéndonos
alguna que otra reflexión al enunciar aquellos hechos.
La emigración para las Américas ha sido
desde el descubrimiento de aquellas regiones no solo permitida a estos
naturales, mas estimulada también, pues además de las reclutas que se hacían en
islas, para pasar á la conquista, posteriormente en tiempo de los registros era
obligación de los buques que se registraban para las toneladas que se
concedieron al comercio de islas, llevar gratuitamente, a aquellas posesiones,
cierto número de familias, con el objeto de poblarlas; y la historia nos
conserva la noticia de muchos pueblos formados todos de isleños, y a los cuales
se dieron nombres de estas islas.
Esta emigración siguió efectuándose
constantemente, y aunque debió ser mucho menor, después de cortadas las
comunicaciones con las posesiones de América, consta de los registros que hemos
tenido a la vista que desde el año 1818 al de 1836 inclusive emigraron 10.905
personas, a saber 8.696 varones y 2.210 hembras; y si se toman en cuenta las
emigradas furtivamente y estimándolas en 5 por ciento, resultará que las
personas emigradas en el periodo de los 19 años dichos, llegan al número de
11.451; que da por término medio 602 personas en cada año.
Según los estados del movimiento de la
población en los años 1834 y 1835, la comparación de los nacidos y finados en
dichos años da en el primero un exceso de 3.921 nacidos, y el segundo de 3.871;
de donde se ve que la emigración no ha excedido de un sexto de la población
aumentada; y aunque en los años anteriores a la independencia de las Américas
debió ser mayor, nunca llegó ni en mucho al aumento que la población tenía
anualmente, como se demuestra por los censos, que dan un aumento constante y
progresivo en la población de las islas.
Estos datos dejan incontestablemente
demostrado que la emigración no es, comparada con el aumento que la población
tiene, tan excesiva como ha pretendido abultarse; y que a pesar de ella, el
país ha experimentado un progreso en su población, como los más favorecidos en
esta parte.
Por estos hechos se prueba igualmente que
ni el cultivo de la tierra ha podido experimentar decadencia por la falta de
brazos, ni el precio de los jornales subir por aquella misma falta, supuesto
que la población, lejos de haber disminuido, ha aumentado; y en efecto, así se
observa, en cuanto a lo primero por la conocida extensión que progresivamente
se ha dado a la agricultura, reduciendo a cultivo todos los años nuevos
terrenos; y en cuanto a lo segundo, por la baja que sucesivamente ha sufrido el
precio de los jornales, demostrada por el menor valor de todas las
producciones.
Si, pues, la emigración a América no ha
producido hasta el día los males que se abultan, no deben temerse las ocasiones
en adelante; antes continuando como debe continuar el aumento de la población
(porque las mismas causas producen siempre los mismos efectos), llegará el caso
en que aquella emigración sea una necesidad precisa para estas islas; pues lo
es para todo país que no puede proporcionar trabajo, ni por consiguiente
alimentar, a todos sus habitantes.
Hasta aquí hemos considerado solo los
hechos que prueban no ser un mal la emigración; otros hay que demuestran que es
un bien, y su notoriedad hace bastante citarlos. En efecto, nadie podrá poner
en duda que una gran parte de las fortunas que existen en islas han sido
adquiridas en América, o por sus actuales poseedores o por sus antepasados; que
los pueblos que más progresan son aquellos que cuentan con mayor número de
emigrados en América, porque sus familias reciben continuos socorros, cuyo
numerario sirve para fomentar el trabajo, fuente única de riqueza; retornando
por último a su patria muchos de estos emigrados a invertir en ella los
capitales que adquirieron en su emigración; que la juventud pereciera en la
ociosidad por falta de destino en esta islas, si no fuera a buscarlo en las
regiones de América; y, por último, que cuantos aumentos han tenido estas islas
a las riquezas importadas de aquellos países fueron debidos.
En vista de tales hechos, creemos que
nuestro juicio en esta cuestión no es muy aventurado; sin embargo, desconfiamos
siempre de él como hemos dicho, y nos limitamos a excitar el patriotismo de las
personas encargadas de la administración pública, para que una vez se fijen las
ideas sobre esta materia pues, aunque nos consta que el gobierno político, y la Diputación Provincial ,
se hallan trabajando sobre esta grave materia, es muy urgente que ya por el
poder legislativo, ya por el gobierno, se dicten las reglas que hayan de
seguirse en estas islas, en una parte de su administración, que como en otras
muchas exigen sus particulares circunstancias, preceptos arreglados a las
necesidades que ellas crean, y nada tienen de común con las de las provincias
peninsulares; cesando la incertidumbre que hay en el día, y con ella las graves
extorsiones y perjuicios que produce.
(El Atlante, nº 25, 25 de enero de
1838. Este medio se puede consultar en la fundamental página de la
ULPGC Jable. Archivo de
Prensa Digital)
(El Atlante/ Redacción BienMeSabe. Publicado en
el número 466 )
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