El profundo arraigo del gofio
como forma de elaboración del maíz dentro de la dieta alimenticia del mundo
caribeño favoreció la extensión de los molinos de mano por todos los campos.
Ejemplares de éstos los hemos encontrado en República Dominicana, Puerto Rico,
Cuba y Venezuela como algo absolutamente común.
Si bien hubo piedras trasladadas desde las
Islas para molinos instalados en el Nuevo Mundo, como las del de San Antonio de
Texas, que se mantuvo en funcionamiento aprovechando el agua del río San
Antonio hasta mediados del siglo XIX1,
y que hoy presiden el altar del Álamo, el molino de mano es la forma más común
y característica entre nuestros emigrantes campesinos que ha perdurado hasta
nuestros días. Tessier señalaba en 1796 que bien de trigo, cebada, centeno o
maíz redúcese a harina en un molino de mano que tiene cada paisano y de que
se sirve siempre que quiere comer2.
En el mundo caribeño es difícil por razones
climatológicas el cultivo del trigo, pero ello no impidió que los canarios
siguieran comiendo gofio. En la misma medida que se adaptaron al cultivo y al
consumo de yuca con rapidez, siendo indispensable en ellos el uso del rallador,
algo similar ocurrió con el maíz, hasta el punto de que en su tierra de origen
llegó a ser universal su cultivo, especialmente en Gran Canaria, donde se
aprecia más el maíz que el trigo y la cebada3. El mismo Viera se interroga: ¿Quién no ha oído
hablar del gofio de millo de los canarios? Para él se tuesta y muele y
esta sabrosa harina, o bien en polvo o amasado con agua y sal, o con leche, o
con caldo, o escaldado con manteca y grasa o con miel, o en turrón, etc.,
ofrece un manjar sano y nutritivo4.
El profundo arraigo del gofio como forma de
elaboración del maíz dentro de la dieta alimenticia del mundo caribeño
favoreció la extensión de los molinos de mano por todos los campos. Ejemplares
de éstos los hemos encontrado en República Dominicana, Puerto Rico, Cuba y
Venezuela como algo absolutamente común. Cuál fue nuestra sorpresa cuando en el
Museo de la Familia
Dominicana en un viejo caserón del Santo Domingo colonial
vimos uno de ellos en función de apoyatura, ignorantes los dirigentes de ese
Museo de que su función fue indispensable en la molienda del maíz. En un
inventario de Higüey (República Dominicana) de 1712 se hace constar la
existencia de una piedra de rueda de vuelo5.
Bethencourt Alfonso recoge esta acepción de piedra de muela voladora para la
piedra volandera giratoria del molino6.
Esta forma de elaboración sigue efectuándose en la isla y se resiste a fenecer
frente a los nuevos hábitos alimenticios que han desplazado al maíz como eje
alimenticio. Como recoge Berta Cabanillas, que reproduce uno de ellos en su
obra, eran habituales en las casas rurales puertorriqueñas7. En Cuba Esteban Pichardo reseña en 1836
su uso generalizado. Refiere que se llama aquí así al al maíz seco, tostado
y molido en polvo a estilo del trigo de Islas Canarias; y de aquí el sarcasmo
de los muchachos y negritos a los isleños cuando les dicen Come gofio.
Si se mezcla con azúcar se llama en Cuba Quilele, si con miel
Pinol. Palanqueta llaman a un dulce seco de maíz tostado y molido
amasado con miel8.
En Guaza (República Dominicana) se conserva
un típico molino de mano canario formado por dos piedras planas y circulares
superpuestas. Este rudimentario medio de trabajo funciona haciendo girar la
piedra superior sobre la inferior por medio de un palo que se introduce en un
orificio en el borde de la primera. Por su fácil manejo sirvió para la
elaboración doméstica de harina y gofio9.
Hay numerosos testimonios de la exportación
desde Canarias al mundo caribeño de molinos de manos y piedras para tahonas o
tajonas. En el censo de Escolar aparece la venta en América desde Gran Canaria
de 50 molinos de mano en 1800 y de 100 en 1801. Su precio corriente en las
Islas era de 15 reales de vellón. Desde Tenerife se llevaron 55 en 1802 y 259
en 1804. Específicamente a La
Habana en 1801 116 juegos de molinos de mano. En 1802 fueron
conducidos desde Tenerife 269 y 10 piedras para tahonas10.
El comerciante de Las Palmas Antonio
Betancourt en su Diario narra las peripecias de sus exportaciones de
molinos de mano. Puso en manos de un agente en Cuba, Sebastián Bordón, la
exportación de molinos de mano y tahonas o tajonas para moler gofio. El
producto de las ventas le llegaba por mano de otro mercader, Roberto Madan. En
1798 le remitió una partida de 147 molinillos y 23 tajonas... A lo largo de sus
cuadernos se han llegado a contabilizar más de 650 vendidos en la Perla de las Antillas por
éste entre fines del XVIII y comienzos del XIX. La superación de la producción
explica que superase la doméstica para ser ya de ámbito industrial, como
todavía acontece en la actualidad en Venezuela y Uruguay. En un solo embarque
envió 23 tajonas con sus dos grandes piedras que molturaban cereal mediante
tracción animal11. El
Diccionario de Madoz a mediados del siglo XIX sigue registrando ese comercio
desde la villa tinerfeña de Arico, que llegaba a una producción de losas de
15.000 varas al año, siendo notable su exportación a América12. (Manuel Hernández González,
publicado en el número 408 de
BienMesabe)
Notas
1. CURBELO
FUENTES, A. La fundación de San Antonio de Texas. Canarias, la gran deuda
americana. Las Palmas, 1986. DÍAZ RODRÍGUEZ, J.. Molinos de agua en
Gran Canaria. Las Palmas, 1988.
2. TESSIER, H.A.
“Memoria sobre el estado de la agricultura en las Islas Canarias (1796)”. En
GESIDENDOR-DES GOUTTES. Los olvidados de la Atlántida. Trad. de
José A. Delgado Luis. Estudio crítico de Manuel Hernández González. Tenerife,
1994. P. 138. sobre los molinos de mano véase, SERRA RAFOLS, E. DIEGO CUSCOY,
L. “De arqueología canaria. Los molinos de mano”. Revista de Historia
nº 92. La Laguna,
1950. Pp. 384-397.
3. Op. Cit.
p. 137.
4. VIERA Y
CLAVIJO, J. Op. Cit. p. 264.
5. WIDMER, R. La
propiedad en entredicho. Una historia documental de Higüey, siglos XVII-XIX.
Santo Domingo. 2004, p. 94.
6. CORRALES, C.
CORBELLA, D. Op. cit. p. 1146.
7. VIERA Y
CLAVIJO, J. Op. Cit.
8. PICHARDO, E. Diccionario
provincial casi razonado de vozes y frases cubanas. La Habana, 1985. Pp. 280 y
548.
9. CORDERO, W. “En
Guaza una herencia incógnita de las Canarias”. El Pajar, nº16, pp.
113-116. Tenerife, 2003.
10. HERNÁNDEZ
RODRÍGUEZ, G. Op. cit. Tomo I, p. 500. Tomo III, pp. 408 y 420.
11. BETANCOURT, A.
“Los “quadernos” del comerciante de la calle de la Peregrina Don
Antonio Betancourt, 1797-1807. Introd. y estudio de Antonio de Bethencourt
Massieu. Transcripción de Aurina Rodríguez Delgado. Las Palmas, 1996, pp. 67,
68, 147-149, 153, 167, 180, 287 y 327.
12. MADOZ, P. Diccionario
geográfico-estadístico de España y sus posesiones de Ultramar. Valladolid,
1986, p. 44.
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