lunes, 30 de junio de 2014

LUIS RODRIGUEZ FIGUEROA





1936 agosto 21.

Luís Rodríguez Figueroa (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1875- 21-8 1936)

El jueves 16 de julio de 1936, D. Luís embarcó en el “Villa de Madrid” con  destino a Cádiz, desde donde pensaba seguir viaje a la capital de España para reincorporarse a sus tareas parlamentarias. El 21 llegó el barco al puerto andaluz, el capitán puso en conocimiento de Rodríguez Figueroa los acontecimientos que se estaban produciendo en el país y le aconsejó que no desembarcara, pero éste no sólo lo hizo sino que acudió a informarse al Gobierno Civil, que ya estaba en poder de fuerzas de la Legión. Fue apresado, devuelto a Tenerife en los primeros días de agosto y asesinado —según todas las versiones arrojado al mar— el 21 de agosto de 1936.  Algunos han contado que al oponer resistencia a sus asesinos, le fue atravesada una mano de un bayonetazo antes de tirarlo por la borda. Días después también sería asesinado su hijo Guetón. Su casa de La Laguna había sido asaltada y saqueada, sus libros quemados, sus bienes expoliados y sus restantes hijos, unos detenidos y otros fuera de las islas. Un caso de destrucción familiar no insólito en la época, donde numerosas familias obreras sufrieron igual destino, pero sí peculiar por la posición social de sus víctimas, integrantes cualificados de la burguesía isleña.
1936.
Escritor y politico

    Luís Rodríguez de la Sierra Figueroa nació en Puerto de la Cruz, Tenerife, en noviembre de 1875. La acomodada situación económica de su familia –clase media típica de la ciudad portuaria– permitió a sus padres, Luís Francisco Rodríguez de la Sierra y Emilia Figueroa Morales, enviarlo a estudiar la carrera de Derecho a Granada. Al finalizar sus estudios, hacia 1896, regresó a su localidad natal, donde continuó perfilando su faceta literaria y política. No obstante, Rodríguez Figueroa, inquieto y capacitado para buscar experiencias foráneas de vida, permaneció durante bastante tiempo en distintas ciudades del continente europeo, donde sus vivencias marcaron también una reflexión lúcida que influye de manera decisiva en su posterior actividad social y política.

Perfil ideológico y trayectoria política

    El marco temporal que nos convoca lleva a establecer una fácil conexión con el regeneracionismo literario español del 98, sumido en la crisis definitiva del poder colonial en América. Rodríguez Figueroa, en línea directa con la pauta ideológica e intelectual de esta época, refleja su preocupación por el momento histórico, al tiempo que reflexiona en busca de explicaciones a la situación social y política. El caciquismo, tan presente en la realidad local isleña, es el rasgo caracterizador de un mal estructural que deprime a la sociedad en un crónico estancamiento. El proceso analítico termina por identificar al sistema monárquico de linajes como eje de la crisis general. Así, en un contexto ilustrado y sociopolítico óptimo, Rodríguez Figueroa definió desde muy joven su opción política republicana, aunque con los matices isleños inevitables, de los que hablaremos más adelante.

    El esquema bipartidista vigente tras la Restauración monárquica dejó la única perspectiva real de transformación sociopolítica en manos del Partido Republicano. La alternancia pactista de liberales y conservadores en el gobierno sostenía un conjunto de anomalías, que son producto del ejercicio de un anquilosado orden político, corrupto y mediatizado en su esencia por el poder fáctico del ejército y de los sectores más conservadores de la Iglesia. La administración gubernamental está incapacitada para resolver de forma rápida y ventajosa la situación de los servicios públicos, la industria, la mano de obra y los conflictos obreros nacientes. Como solución al bloqueo institucional, cultural y de gestión, Rodríguez Figueroa acogió el ideal de un sistema social que permitiera llevar a sus órganos de gobierno a los individuos en función de sus capacidades técnicas y humanas, y no regido por un criterio tradicional de nacimiento. Un modelo que debía satisfacer las demandas de justicia social y dé culminación a la soberanía del poder civil, en un auténtico marco de acción democrática.

    Una vez detectado el problema estructural, Rodríguez Figueroa se decidió a contribuir efectivamente a la erradicación de las situaciones anómalas de la vida política del municipio. El encuadre sociopolítico y el prestigio por la defensa de la causa de los débiles (campesinos y obreros), tanto en el ámbito profesional como en el literario, posibilitaron su entrada en la gestión municipal, tras ser elegido concejal en dos procesos electorales, para los bienios consecutivos de 1912-13 y 1914-15. El nuevo edil no desaprovechó la oportunidad de preguntar, intervenir, presentar planes y resoluciones, en lo que fue una oposición activa e incesante a los intereses oligárquicos de la localidad, representados en la figura del alcalde y la mayoría de los cargos electos.
    Para el siguiente bienio de 1916-17, Rodríguez Figueroa tuvo en mente otro conjunto de prioridades, que le llevaron a trasladar la residencia familiar a Santa Cruz de Tenerife, hacia el año 1918. Ubicado su despacho en la calle Numancia de la capital tinerfeña, continuó ejerciendo el oficio de las leyes. De cualquier forma, el cambio no limitó su carrera política. Muy al contrario, fue elegido concejal del Ayuntamiento santacrucero en la convocatoria electoral de febrero de 1920. La ciudad capitalina, contexto bien diferente al medio rural generalizado de la Isla, dio al republicanismo la mayoría absoluta en la corporación, siendo Rodríguez Figueroa el segundo concejal más votado. La actividad política anterior en el Ayuntamiento de Puerto de la Cruz tiene así una continuidad clara y coherente. Sin embargo, la santacrucera será su última experiencia municipal, pues no estuvo presente en la candidatura republicana de las siguientes elecciones de 1922.

    En la década de los años veinte, en plena posguerra de la I Guerra Mundial, Rodríguez Figueroa continuó desplegando su actividad incansable de viajero, abogado, escritor y poeta. La dictadura militar de Primo de Rivera probablemente actuó de incentivo a sus convicciones políticas liberales de Izquierda Republicana, aunque con las peculiaridades del republicanismo isleño. Hay coincidencia en localizar el mal estructural de España en el caciquismo y la monarquía, pero su análisis, así como el del resto de pensadores canarios divergentes, distingue en uno y otro bando a dos grupos con orígenes distintos: la oligarquía caciquil y la monárquica proveniente de los colonizadores, y la población oprimida como descendientes de los isleños conquistados. Este factor debilita la adscripción simple de estos canarios al “regeneracionismo español” o a una pretendida literatura “romántica tardía”. Hay demasiado de isleño en Rodríguez Figueroa como para olvidar que en el extenso marco de la cultura hispanoamericana se mueven variantes culturales definidas y que tampoco han desaparecido íntegramente las culturas previas. Los pensadores y escritores canarios, tras la pérdida de las últimas colonias en 1898, no aceptaron sin más la base depresiva de los regeneracionistas, porque su óptica étnica, histórica y geográfica no era coincidente. Por esto, en referencia a la guerra cubana de independencia, examina la saña discursiva española contra “unos hermanos que tenían derecho natural y humano de insurreccionarse”.

    Estos tiempos contemplan seriamente la posibilidad de romper la visión estatal uniforme, y los discursos nacionalistas y regionalistas encuentran espacio en la agenda de la política contemporánea. Ante el arraigo de los proyectos vasco, catalán y gallego, y con la figura esencial anterior de Secundino Delgado, Canarias atisba la posibilidad histórica de decidir por sí misma las políticas más convenientes a su realidad. Rodríguez Figueroa asumió que los intereses materiales isleños y la situación estratégica reclaman una intervención propia y diversa. El discurso contrapone la unidad solidaria de las Islas a la persistencia de las pautas disgregadoras y personales marcadas por los caciques, que encuentran en el Estado central el soporte fundamental de su hegemonía. La seguridad, firmeza y aspiración de los planteamientos variaron con el tiempo pero, mientras los grupos de poder se refugiaban en un conservadurismo ciego, estas mentes inquietas trabajaron en la elaboración de un discurso y proyecto autónomo canario. Uno de los encuentros artísticos promovidos por el Ateneo de La Laguna  (diciembre de 1917) incluyó la “Primera Conferencia sobre Renovación de la Política Insular”, en la que Rodríguez Figueroa realiza un análisis causal de la realidad crítica isleña y aporta un conjunto de soluciones, que confluyen en la solución política autónoma de Canarias.
    En 1929, el Partido Republicano Radical sufrió una escisión, de la que nace el Partido Republicano Radical Socialista, que Rodríguez Figueroa contribuyó a establecer en Tenerife. Con esta formación da la bienvenida a la República en 1931, y será el candidato de su organización política, que junto al Partido Socialista Obrero Español y Acción Republicana, presentará una plancha común, con el nombre de Bloque de Izquierdas. Sin embargo, no fue hasta el proceso electoral de febrero de 1936 cuando Rodríguez Figueroa experimente efectivamente la política de Estado. En concreto, su candidatura personal, bajo la rúbrica de Izquierda Republicana, y dentro del Frente Popular de Izquierdas, logró la segunda mayor votación. Luis Rodríguez Figueroa fue elegido Diputado por la circunscripción de Santa Cruz de Tenerife, en las últimas elecciones republicanas.

    La nueva etapa abierta en su vida no tuvo solución de continuidad, toda vez que los grupos de poder isleños sentenciaron su muerte, en el preciso instante en que puso su capacidad de análisis y conocimientos legales al servicio de la justicia humana y social. Hasta los grandes propietarios de La Gomera supieron de su compromiso con el oprimido, cuando fue uno de los abogados defensores de los gomeros y gomeras de Hermigua, encausados militarmente por pedir trabajo mediante una huelga general (junio de 1934).

    El pronunciamiento militar facilitó el momento de confusión propicio para hacerlo desaparecer entre brumas de versiones oficiales y extraoficiales. El 14 de julio, el Diputado de Izquierda Republicana, Luis Rodríguez Figueroa, embarcó en el vapor Isla de Tenerife, con dirección a Cádiz, para continuar viaje por carretera hasta Madrid, donde se reincorporaría a las tareas parlamentarias. Sin embargo, a su llegada, los insurrectos ya habían tomado el control de la ciudad gaditana, y procedieron a su apresamiento, tan pronto fue identificado. A partir de aquí, y a día de hoy, siguen siendo variables las informaciones. Lo cierto es que la familia no volvió a verlo desde su partida de la Isla. Las diferentes versiones apuntan a que permaneció en distintas prisiones, hasta que fue trasladado a Tenerife y eliminado en el mes octubre. Su hijo Guetón fue también capturado, encarcelado y asesinado. El resto de la familia sufrió la expulsión de su casa lagunera, que fue saqueada y expropiada por el régimen franquista.
Represión pos mortem, por masón
 El Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo del nuevo régimen prestó una extraordinaria atención a los antecedentes masónicos de Luis Rodríguez Figueroa. La Institución franquista exprimió el delito todo lo que pudo y el proceso se prolongó de forma absurda, por estar ya muerto el procesado.

    Luis Rodríguez Figueroa había solicitado, el 16 de diciembre de 1897, su admisión a la logia Añaza, nº 125 de Santa Cruz de Tenerife, perteneciente en aquellas fechas a la obediencia del Grande Oriente Ibérico. Inmediatamente, los “hermanos aplomadores” procedieron a indagar sobre su conducta pública y privada, llegando a una decisión positiva, en la que se destacaron entre otros aspectos “sus relevantes prendas morales y su educación exquisita”, así como “su aplicación al estudio y [el ser] cariñoso para la familia y amigos”. Diez días después fue iniciado y adoptó el nombre simbólico de Tirteo, fiel a su admiración por el mundo clásico. Al año siguiente (23 de noviembre), se le exaltó al grado 2º, para finalmente alcanzar el grado 3º (maestro masón) el 10 de enero de 1902. La nueva obediencia del Grande Oriente Español extiende el correspondiente certificado el 17 de noviembre de 1903. En el verano de 1910 causó baja de la logia por falta de asistencia y pago.

    A pesar de que las máximas autoridades franquistas no alcanzaron a “concretar la personalidad masónica” más allá de lo expuesto, el hecho de que no había presentado la preceptiva “declaración de retractación” y de que no compareciera a la citación judicial del 2 de junio de 1943, a las diez y media de la mañana (estaba muerto) fue suficiente para que el juzgado nº 3 del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo instruyera el sumario 206/1943 (tras años de investigación) y sentenciara, el 21 de enero de 1944, a la pena de doce años y un día de prisión menor al “procesado rebelde”, Luis Rodríguez Figueroa, simbólico Tirteo, por un “delito consumado de masonería”. El procesado quedaba además inhabilitado de forma absoluta y perpetua para “el ejercicio de cualquier cargo del estado, corporaciones públicas u oficiales, entidades subvencionadas, empresas concesionarias, gerencias y consejos de administración de empresas privadas, así como cargos de confianza, mando y dirección de los mismos”.

    Ignorancia, incompetencia o perfecta y calculada intencionalidad de extender la guerra en el tiempo, hizo que la familia fuera víctima prolongada de la represión pos mortem. En pleno conflicto bélico sufrieron el expolio y la expropiación de la casa familiar; en enero de 1938, la Comisión Provincial de Incautación de Bienes de Santa Cruz de Tenerife sancionó a Rodríguez Figueroa con quinientas mil pesetas; el juzgado nº 3 “notifica” a Luis Rodríguez Figueroa por telegrama la citación judicial del 2 de junio; el 18 de junio, su hija Rosalva se dirige al citado juzgado e informa que su padre está desaparecido desde el 14 de julio de 1936; ese mismo día, el Gobierno Civil ordena la conducción del “recluso” a “una de las prisiones de esa capital” (Madrid), a disposición del juzgado especial… La acción legal contra Rodríguez Figueroa puede ser considerada indefinida, pues las autoridades franquistas no reconocieron nunca su muerte. El “paradero desconocido”, reiterado en la documentación judicial a lo largo de los años, eternizó al inculpado en rebeldía.
Actividad literaria
    La incansable actividad social de Luis Rodríguez Figueroa fue paralela a una prolífica e intensa producción literaria: poesía, narrativa, escritos políticos, mitológicos, legales… La mayor parte de sus escritos, abundantes y dispersos, fue vertida en diversas publicaciones y colaboraciones periodísticas. Desde finales del siglo XIX, colaboró con artículos y poesías en distintos periódicos como El Ideal, Iriarte o El Regionalista y, de forma particular, en La Palestra, fundado en 1899. En la década de los veinte del siglo XX, fue singular su presencia escrita en La Prensa y La Tarde. De cualquier forma, todo giró en torno a unos jóvenes escritores, con importantes inquietudes y, sobre todo, posibilidades de acceso educativo y cultural, que procuraban transmitir las esencias más liberales del pensamiento. Con frecuencia, Rodríguez Figueroa empleaba el seudónimo Guillón Barrús, cuya rúbrica se hizo popular en sus valientes artículos sobre política y crítica literaria y social, y que en lo sucesivo alternó con el nombre propio.

    La crítica literaria captó también la atención de Rodriguez Figueroa. Con paralela precocidad al periodismo, aportó producción y reflexión a revistas literarias como Vida Nueva, Gente Nueva y Hespérides. Ante todo, es de reseñar la revista Castalia, fundada por Ildefonso Maffiote –ilustre escritor tinerfeño de la época– y él mismo, en el año 1917. Este semanario tuvo la participación de los más destacados poetas de Canarias, desde Manuel Verdugo a Tomás Morales, y publicó los primeros versos de Agustín Espinosa. Desde esta tribuna, y desde cualquiera que escribía, tuvo un ímpetu distinguido por poner en contacto a escritores de distintas islas y, cuando era posible, de procedencias exteriores. Las tertulias, encuentros y reuniones suponían el aprovechamiento de cualquier actividad a favor de un mayor conocimiento, intercambio y difusión de la labor creativa de otros canarios, y de tendencias de pensamiento de rango universal.

    Rodríguez Figueroa no sólo dejó constancia periodística, poética y crítica de la labor literaria; más aún, experimentó también en el terreno de la narrativa. La obra El Cacique, escrita en los últimos años del siglo XIX y publicada en 1901, es un documento que ha atraído a analistas literarios e historiadores. Lo escrito sobre ella suele destacar la debilidad e inconsistencia técnica de la novela. Sin embargo, el potencial histórico informativo del documento se inserta en los más actuales debates de las principales universidades del mundo sobre teoría de la historia y novela histórica, y todo apunta a la confirmación de su valor histórico informativo.

    El Cacique, firmada por el batallador Guillón Barrús, nos cuenta una más que probable historia de los alrededores de Puerto de la Cruz, entonces pequeño pueblo rural y costero. Rodríguez Figueroa ofrece un análisis de la sociedad caciquil de su entorno, en el que se contraponen claramente dos grupos sociales isleños, representados por el cacique/alcalde, “que llevaba en sus venas el influjo violento del bando conquistador, la desmedida satiriasis de los aventureros castellanos… viciado por los tradicionalismos de abolengo y soterrado en los más bajos niveles del espíritu”, y el medianero de una pequeña finca, del que “se decía que era uno de los poquísimos descendientes de los guanches que supervivieron a la conquista del terruño”, portador de las mejores virtudes humanas. En síntesis evidente, uno simboliza la oligarquía reaccionaria y conservadora y el otro a la mayoría indefensa y oprimida de la población, para añadir un tercer personaje que, al modo del propio autor, se erige en protector legal de los segundos. Por supuesto, éste es republicano y expresa los atropellos del cacique, mediante un sentido definido y comprometido de la justicia humana y social.

    En 1915, sale a la luz una novela a escote, Máxima culpa, firmada conjuntamente por Rodríguez Figueroa y los escritores tinerfeños más conocidos del momento, habituales contertulios y colaboradores de la revista Castalia: Domingo Cabrera Cruz, Diego Crosa, Ramón Gil Roldán, Ildefonso Maffiote, Leoncio Rodríguez, Manuel Verdugo y otros. Las obras señaladas fueron sus dos únicas incursiones conocidas en el ámbito novelístico.

    Como adelantamos, la poesía, junto al periodismo en forma de artículos constituyen el hilo conductor de su producción literaria. Los inicios poéticos de Preludios (1898) trazan la trayectoria lírica a seguir, tanto desde el punto de vista formal como temático. Los poemas de índole personal y afectivo presentan, como era de esperar, el dominio de la lírica amorosa, que permanecerá a lo largo de su actividad poética. Esta lírica amorosa inicial será la misma raíz de la que surjan los temas dedicados a la tierra, al sentir popular y a la exaltación emocionada del paisaje canario y de las pervivencias pre-coloniales. No olvidemos que Rodríguez Figueroa, perfectamente al día de la intelectualidad del momento, conoció con gran probabilidad los trabajos etnográficos de Bethencourt Alfonso, los escritos de Nicolás Estévanez y la sinceridad literaria de Secundino Delgado, hasta entonces inédita en la historia canaria. Sin duda, de esta segunda tendencia nace la permanente inquietud del poeta por la temática social, primero en defensa de los derechos del ser humano y de los marginados sociales, y posteriormente con una positiva actitud transformadora de una sociedad injusta, que produjo una poesía marcadamente cívica y política. Expectativas éstas que contaron con una notable base inspirada en la antigua civilización helénica, localizada en estos inicios poéticos (Venus Adorata, 1902) y en numerosos matices de la vida de Rodríguez Figueroa, fundador de la clasicista y mitológica revista Castalia.

    Los primeros años del siglo XX coinciden con un intenso peregrinaje del autor por las Islas y fuera de ellas. El enriquecimiento de tales experiencias está reflejado literariamente en un mayor dominio de la expresión y perfeccionamiento del lenguaje (importancia del modernismo hispanoamericano), que no supone en absoluto una ruptura de las tendencias anunciadas en los comienzos. Su fecundidad literaria encontró alimento inagotable en un impecable espíritu combativo, que le permitió componer odas elocuentes de contenido ideológico, histórico y/o legendario. El Ateneo de La Laguna fue marco recurrente de numerosas fiestas y encuentros de arte, celebrados desde el primer cuarto de siglo. Destaca la fiesta de Los Menceyes, del 12 de septiembre de 1919, con la intervención de conferenciantes liberales canarios y, por supuesto, del habitual círculo poético del momento: Diego Crosa, J.M. Tabares Bartlett, Domingo J. Manrique, J. Hernández Amador, Manuel Verdugo, Ramón Gil Roldán, etc. Rodríguez Figueroa recita uno de los más significativos poemas de esta generación “El Mencey de Arautapala”. Junto a “El Hombre de la Tribu”, constituye la inmejorable aportación lírica del portuense al anhelo de estos intelectuales de superar la fragmentación insular y vertebrar un futuro autónomo, a partir de elementos de identidad e historia comunes.

    En opinión de algunos autores, lo señalado anteriormente imposibilita la mera adscripción de estos pensadores y escritores isleños al movimiento regeneracionista español. Los máximos exponentes del 98 estaban atenazados por la historia imperial y el problema contemporáneo de España. Sin embargo, los canarios fueron libres en cierta manera de abrazar con plenitud el movimiento universal del modernismo, y recoger su más pura esencia peregrinante, universal y cosmopolita. Este grupo isleño no puede ser tampoco etiquetado, sin más, de “tardío” respecto al romanticismo europeo. Los románticos europeos soñaban un mundo lejano a su realidad, frecuentemente medieval, no compartido por canarios y americanos, puesto que éstos tenían otras referencias históricas y, sobre todo, vivían de por sí en tierras imaginadas exóticas por los europeos. No es conveniente que modernismo y regeneracionismo sean entendidos como la misma cosa. El primero fijó en todas las jóvenes literaturas criollas de la lengua castellana la imagen nueva de la nacionalidad literaria de sus pueblos. El contemporáneo Nicolás Estévanez lo distinguió bien, al leer los versos de Rodríguez Figueroa y afirmar que “es el poeta de lo porvenir, pues se ríe de las antiguallas”. En otra parte, sentenció: “El modernismo lírico ha llegado al Puerto de la Cruz”.

    La música del mar pone soporte y ambiente a las nostalgias del amor y a los nuevos poemas incluidos en Nazir (1925). Se considera éste el fin de una época bien definida en la creación poética de Rodríguez Figueroa. Bien sea la muerte de su esposa por esos años, bien la intensificación de la vida política y del conflicto social, lo cierto es que el poeta volcará sus ímpetus creativos, presentes ya en los inicios, en la poesía civil o política. Su última obra publicada como libro, Las Banderas de la Democracia (1935), acumula la experiencia de una larga carrera y práctica del derecho, la política y la literatura, marcada de forma decisiva por sus convicciones progresistas. Así se presentan gran parte de los sonetos dedicados a los hitos históricos, motores de  transformaciones sociales, como la democracia y la lucha por la implantación de los derechos humanos (entonces, aún del hombre). Una reflexión lírica sobre la historia y la teoría de las ideas democráticas y revolucionarias, desde la época clásica, pasando por la revolución francesa y la rusa, esta última obviamente de mayor actualidad. Se trata de un canto al proceso histórico del establecimiento de la democracia, pleno de pasión social y política, de convicciones profundas y de confianza en el triunfo de la justicia y de las libertades públicas. En efecto, Las Banderas de la Democracia marcan una línea evidente respecto a Nazir, protagonizada por el resurgir de la dimensión socialmente más combativa del poeta, a escasa distancia temporal de su trágica desaparición física.
(Tomado de: www. Isla de Tenerife Vivela)

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