1936 agosto 21.
Luís Rodríguez Figueroa (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1875- 21-8 1936)
El jueves 16 de julio de 1936, D. Luís
embarcó en el “Villa de Madrid” con destino a Cádiz, desde donde pensaba
seguir viaje a la capital de España para reincorporarse a sus tareas
parlamentarias. El 21 llegó el barco al puerto andaluz, el capitán puso en
conocimiento de Rodríguez Figueroa los acontecimientos que se estaban
produciendo en el país y le aconsejó que no desembarcara, pero éste no sólo lo
hizo sino que acudió a informarse al Gobierno Civil, que ya estaba en poder de
fuerzas de la Legión. Fue
apresado, devuelto a Tenerife en los primeros días de agosto y asesinado —según
todas las versiones arrojado al mar— el 21 de agosto de 1936. Algunos han
contado que al oponer resistencia a sus asesinos, le fue atravesada una mano de
un bayonetazo antes de tirarlo por la borda. Días después también sería
asesinado su hijo Guetón. Su casa de La Laguna había sido asaltada y saqueada, sus libros
quemados, sus bienes expoliados y sus restantes hijos, unos detenidos y otros
fuera de las islas. Un caso de destrucción familiar no insólito en la época,
donde numerosas familias obreras sufrieron igual destino, pero sí peculiar por
la posición social de sus víctimas, integrantes cualificados de la burguesía
isleña.
1936.
Escritor y politico
Luís Rodríguez de la Sierra Figueroa
nació en Puerto de la Cruz,
Tenerife, en noviembre de 1875. La acomodada situación económica de su familia
–clase media típica de la ciudad portuaria– permitió a sus padres, Luís
Francisco Rodríguez de la
Sierra y Emilia Figueroa Morales, enviarlo a estudiar la
carrera de Derecho a Granada. Al finalizar sus estudios, hacia 1896, regresó a
su localidad natal, donde continuó perfilando su faceta literaria y política.
No obstante, Rodríguez Figueroa, inquieto y capacitado para buscar experiencias
foráneas de vida, permaneció durante bastante tiempo en distintas ciudades del
continente europeo, donde sus vivencias marcaron también una reflexión lúcida
que influye de manera decisiva en su posterior actividad social y política.
Perfil ideológico y trayectoria política
El marco temporal que nos
convoca lleva a establecer una fácil conexión con el regeneracionismo literario
español del 98, sumido en la crisis definitiva del poder colonial en América.
Rodríguez Figueroa, en línea directa con la pauta ideológica e intelectual de
esta época, refleja su preocupación por el momento histórico, al tiempo que
reflexiona en busca de explicaciones a la situación social y política. El
caciquismo, tan presente en la realidad local isleña, es el rasgo
caracterizador de un mal estructural que deprime a la sociedad en un crónico
estancamiento. El proceso analítico termina por identificar al sistema
monárquico de linajes como eje de la crisis general. Así, en un contexto
ilustrado y sociopolítico óptimo, Rodríguez Figueroa definió desde muy joven su
opción política republicana, aunque con los matices isleños inevitables, de los
que hablaremos más adelante.
El esquema bipartidista
vigente tras la
Restauración monárquica dejó la única perspectiva real de
transformación sociopolítica en manos del Partido Republicano. La alternancia
pactista de liberales y conservadores en el gobierno sostenía un conjunto de
anomalías, que son producto del ejercicio de un anquilosado orden político,
corrupto y mediatizado en su esencia por el poder fáctico del ejército y de los
sectores más conservadores de la
Iglesia. La administración gubernamental está incapacitada
para resolver de forma rápida y ventajosa la situación de los servicios
públicos, la industria, la mano de obra y los conflictos obreros nacientes.
Como solución al bloqueo institucional, cultural y de gestión, Rodríguez
Figueroa acogió el ideal de un sistema social que permitiera llevar a sus
órganos de gobierno a los individuos en función de sus capacidades técnicas y
humanas, y no regido por un criterio tradicional de nacimiento. Un modelo que
debía satisfacer las demandas de justicia social y dé culminación a la
soberanía del poder civil, en un auténtico marco de acción democrática.
Una vez detectado el
problema estructural, Rodríguez Figueroa se decidió a contribuir efectivamente
a la erradicación de las situaciones anómalas de la vida política del
municipio. El encuadre sociopolítico y el prestigio por la defensa de la causa
de los débiles (campesinos y obreros), tanto en el ámbito profesional como en
el literario, posibilitaron su entrada en la gestión municipal, tras ser
elegido concejal en dos procesos electorales, para los bienios consecutivos de
1912-13 y 1914-15. El nuevo edil no desaprovechó la oportunidad de preguntar,
intervenir, presentar planes y resoluciones, en lo que fue una oposición activa
e incesante a los intereses oligárquicos de la localidad, representados en la
figura del alcalde y la mayoría de los cargos electos.
Para el siguiente bienio
de 1916-17, Rodríguez Figueroa tuvo en mente otro conjunto de prioridades, que
le llevaron a trasladar la residencia familiar a Santa Cruz de Tenerife, hacia
el año 1918. Ubicado su despacho en la calle Numancia de la capital tinerfeña,
continuó ejerciendo el oficio de las leyes. De cualquier forma, el cambio no limitó
su carrera política. Muy al contrario, fue elegido concejal del Ayuntamiento
santacrucero en la convocatoria electoral de febrero de 1920. La ciudad
capitalina, contexto bien diferente al medio rural generalizado de la Isla, dio al republicanismo
la mayoría absoluta en la corporación, siendo Rodríguez Figueroa el segundo
concejal más votado. La actividad política anterior en el Ayuntamiento de
Puerto de la Cruz
tiene así una continuidad clara y coherente. Sin embargo, la santacrucera será
su última experiencia municipal, pues no estuvo presente en la candidatura
republicana de las siguientes elecciones de 1922.
En la década de los años
veinte, en plena posguerra de la
I Guerra Mundial, Rodríguez Figueroa continuó desplegando su
actividad incansable de viajero, abogado, escritor y poeta. La dictadura
militar de Primo de Rivera probablemente actuó de incentivo a sus convicciones
políticas liberales de Izquierda Republicana, aunque con las peculiaridades del
republicanismo isleño. Hay coincidencia en localizar el mal estructural de
España en el caciquismo y la monarquía, pero su análisis, así como el del resto
de pensadores canarios divergentes, distingue en uno y otro bando a dos grupos
con orígenes distintos: la oligarquía caciquil y la monárquica proveniente de
los colonizadores, y la población oprimida como descendientes de los isleños
conquistados. Este factor debilita la adscripción simple de estos canarios al
“regeneracionismo español” o a una pretendida literatura “romántica tardía”.
Hay demasiado de isleño en Rodríguez Figueroa como para olvidar que en el
extenso marco de la cultura hispanoamericana se mueven variantes culturales
definidas y que tampoco han desaparecido íntegramente las culturas previas. Los
pensadores y escritores canarios, tras la pérdida de las últimas colonias en
1898, no aceptaron sin más la base depresiva de los regeneracionistas, porque
su óptica étnica, histórica y geográfica no era coincidente. Por esto, en
referencia a la guerra cubana de independencia, examina la saña discursiva
española contra “unos hermanos que tenían derecho natural y humano de
insurreccionarse”.
Estos tiempos contemplan
seriamente la posibilidad de romper la visión estatal uniforme, y los discursos
nacionalistas y regionalistas encuentran espacio en la agenda de la política
contemporánea. Ante el arraigo de los proyectos vasco, catalán y gallego, y con
la figura esencial anterior de Secundino Delgado, Canarias atisba la
posibilidad histórica de decidir por sí misma las políticas más convenientes a su
realidad. Rodríguez Figueroa asumió que los intereses materiales isleños y la
situación estratégica reclaman una intervención propia y diversa. El discurso
contrapone la unidad solidaria de las Islas a la persistencia de las pautas
disgregadoras y personales marcadas por los caciques, que encuentran en el
Estado central el soporte fundamental de su hegemonía. La seguridad, firmeza y
aspiración de los planteamientos variaron con el tiempo pero, mientras los
grupos de poder se refugiaban en un conservadurismo ciego, estas mentes
inquietas trabajaron en la elaboración de un discurso y proyecto autónomo
canario. Uno de los encuentros artísticos promovidos por el Ateneo de La Laguna (diciembre de
1917) incluyó la “Primera Conferencia sobre Renovación de la Política Insular”,
en la que Rodríguez Figueroa realiza un análisis causal de la realidad crítica
isleña y aporta un conjunto de soluciones, que confluyen en la solución
política autónoma de Canarias.
En 1929, el Partido
Republicano Radical sufrió una escisión, de la que nace el Partido Republicano
Radical Socialista, que Rodríguez Figueroa contribuyó a establecer en Tenerife.
Con esta formación da la bienvenida a la República en 1931, y será el candidato de su
organización política, que junto al Partido Socialista Obrero Español y Acción
Republicana, presentará una plancha común, con el nombre de Bloque de
Izquierdas. Sin embargo, no fue hasta el proceso electoral de febrero de 1936
cuando Rodríguez Figueroa experimente efectivamente la política de Estado. En
concreto, su candidatura personal, bajo la rúbrica de Izquierda Republicana, y
dentro del Frente Popular de Izquierdas, logró la segunda mayor votación. Luis
Rodríguez Figueroa fue elegido Diputado por la circunscripción de Santa Cruz de
Tenerife, en las últimas elecciones republicanas.
La nueva etapa abierta en
su vida no tuvo solución de continuidad, toda vez que los grupos de poder
isleños sentenciaron su muerte, en el preciso instante en que puso su capacidad
de análisis y conocimientos legales al servicio de la justicia humana y social.
Hasta los grandes propietarios de La
Gomera supieron de su compromiso con el oprimido, cuando fue
uno de los abogados defensores de los gomeros y gomeras de Hermigua, encausados
militarmente por pedir trabajo mediante una huelga general (junio de 1934).
El
pronunciamiento militar facilitó el momento de confusión propicio para hacerlo
desaparecer entre brumas de versiones oficiales y extraoficiales. El 14 de
julio, el Diputado de Izquierda Republicana, Luis Rodríguez Figueroa, embarcó
en el vapor Isla de Tenerife, con dirección a Cádiz, para continuar
viaje por carretera hasta Madrid, donde se reincorporaría a las tareas
parlamentarias. Sin embargo, a su llegada, los insurrectos ya habían tomado el
control de la ciudad gaditana, y procedieron a su apresamiento, tan pronto fue
identificado. A partir de aquí, y a día de hoy, siguen siendo variables las
informaciones. Lo cierto es que la familia no volvió a verlo desde su partida
de la Isla. Las
diferentes versiones apuntan a que permaneció en distintas prisiones, hasta que
fue trasladado a Tenerife y eliminado en el mes octubre. Su hijo Guetón fue
también capturado, encarcelado y asesinado. El resto de la familia sufrió la
expulsión de su casa lagunera, que fue saqueada y expropiada por el régimen
franquista.
Represión pos mortem, por
masón
El Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo
del nuevo régimen prestó una extraordinaria atención a los antecedentes
masónicos de Luis Rodríguez Figueroa. La Institución franquista exprimió el delito todo lo
que pudo y el proceso se prolongó de forma absurda, por estar ya muerto el
procesado.
Luis Rodríguez Figueroa
había solicitado, el 16 de diciembre de 1897, su admisión a la logia Añaza,
nº 125 de Santa Cruz de Tenerife, perteneciente en aquellas fechas a la
obediencia del Grande Oriente Ibérico. Inmediatamente, los “hermanos
aplomadores” procedieron a indagar sobre su conducta pública y privada,
llegando a una decisión positiva, en la que se destacaron entre otros aspectos
“sus relevantes prendas morales y su educación exquisita”, así como “su
aplicación al estudio y [el ser] cariñoso para la familia y amigos”. Diez días
después fue iniciado y adoptó el nombre simbólico de Tirteo, fiel a su admiración
por el mundo clásico. Al año siguiente (23 de noviembre), se le exaltó al grado
2º, para finalmente alcanzar el grado 3º (maestro masón) el 10 de enero de
1902. La nueva obediencia del Grande Oriente Español extiende el
correspondiente certificado el 17 de noviembre de 1903. En el verano de 1910
causó baja de la logia por falta de asistencia y pago.
A pesar de que las máximas
autoridades franquistas no alcanzaron a “concretar la personalidad masónica”
más allá de lo expuesto, el hecho de que no había presentado la preceptiva
“declaración de retractación” y de que no compareciera a la citación judicial
del 2 de junio de 1943, a las diez y media de la mañana (estaba muerto) fue
suficiente para que el juzgado nº 3 del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo
instruyera el sumario 206/1943 (tras años de investigación) y sentenciara, el
21 de enero de 1944, a la pena de doce años y un día de prisión menor al
“procesado rebelde”, Luis Rodríguez Figueroa, simbólico Tirteo, por un
“delito consumado de masonería”. El procesado quedaba además inhabilitado de
forma absoluta y perpetua para “el ejercicio de cualquier cargo del estado,
corporaciones públicas u oficiales, entidades subvencionadas, empresas
concesionarias, gerencias y consejos de administración de empresas privadas,
así como cargos de confianza, mando y dirección de los mismos”.
Ignorancia,
incompetencia o perfecta y calculada intencionalidad de extender la guerra en
el tiempo, hizo que la familia fuera víctima prolongada de la represión pos
mortem. En pleno conflicto bélico sufrieron el expolio y la expropiación de la
casa familiar; en enero de 1938, la Comisión Provincial
de Incautación de Bienes de Santa Cruz de Tenerife sancionó a Rodríguez
Figueroa con quinientas mil pesetas; el juzgado nº 3 “notifica” a Luis
Rodríguez Figueroa por telegrama la citación judicial del 2 de junio; el 18 de
junio, su hija Rosalva se dirige al citado juzgado e informa que su padre está
desaparecido desde el 14 de julio de 1936; ese mismo día, el Gobierno Civil
ordena la conducción del “recluso” a “una de las prisiones de esa capital”
(Madrid), a disposición del juzgado especial… La acción legal contra Rodríguez
Figueroa puede ser considerada indefinida, pues las autoridades franquistas no
reconocieron nunca su muerte. El “paradero desconocido”, reiterado en la
documentación judicial a lo largo de los años, eternizó al inculpado en
rebeldía.
Actividad
literaria
La incansable actividad
social de Luis Rodríguez Figueroa fue paralela a una prolífica e intensa
producción literaria: poesía, narrativa, escritos políticos, mitológicos,
legales… La mayor parte de sus escritos, abundantes y dispersos, fue vertida en
diversas publicaciones y colaboraciones periodísticas. Desde finales del siglo
XIX, colaboró con artículos y poesías en distintos periódicos como El Ideal,
Iriarte o El Regionalista y, de forma particular, en La Palestra, fundado
en 1899. En la década de los veinte del siglo XX, fue singular su presencia
escrita en La Prensa
y La Tarde. De
cualquier forma, todo giró en torno a unos jóvenes escritores, con importantes
inquietudes y, sobre todo, posibilidades de acceso educativo y cultural, que
procuraban transmitir las esencias más liberales del pensamiento. Con
frecuencia, Rodríguez Figueroa empleaba el seudónimo Guillón Barrús,
cuya rúbrica se hizo popular en sus valientes artículos sobre política y
crítica literaria y social, y que en lo sucesivo alternó con el nombre propio.
La crítica literaria captó
también la atención de Rodriguez Figueroa. Con paralela precocidad al
periodismo, aportó producción y reflexión a revistas literarias como Vida
Nueva, Gente Nueva y Hespérides. Ante todo, es de reseñar la
revista Castalia, fundada por Ildefonso Maffiote –ilustre escritor
tinerfeño de la época– y él mismo, en el año 1917. Este semanario tuvo la
participación de los más destacados poetas de Canarias, desde Manuel Verdugo a
Tomás Morales, y publicó los primeros versos de Agustín Espinosa. Desde esta
tribuna, y desde cualquiera que escribía, tuvo un ímpetu distinguido por poner
en contacto a escritores de distintas islas y, cuando era posible, de
procedencias exteriores. Las tertulias, encuentros y reuniones suponían el
aprovechamiento de cualquier actividad a favor de un mayor conocimiento,
intercambio y difusión de la labor creativa de otros canarios, y de tendencias
de pensamiento de rango universal.
Rodríguez Figueroa no sólo
dejó constancia periodística, poética y crítica de la labor literaria; más aún,
experimentó también en el terreno de la narrativa. La obra El Cacique,
escrita en los últimos años del siglo XIX y publicada en 1901, es un documento
que ha atraído a analistas literarios e historiadores. Lo escrito sobre ella
suele destacar la debilidad e inconsistencia técnica de la novela. Sin embargo,
el potencial histórico informativo del documento se inserta en los más actuales
debates de las principales universidades del mundo sobre teoría de la historia
y novela histórica, y todo apunta a la confirmación de su valor histórico
informativo.
El Cacique, firmada
por el batallador Guillón Barrús, nos cuenta una más que probable historia de
los alrededores de Puerto de la
Cruz, entonces pequeño pueblo rural y costero. Rodríguez
Figueroa ofrece un análisis de la sociedad caciquil de su entorno, en el que se
contraponen claramente dos grupos sociales isleños, representados por el
cacique/alcalde, “que llevaba en sus venas el influjo violento del bando
conquistador, la desmedida satiriasis de los aventureros castellanos… viciado
por los tradicionalismos de abolengo y soterrado en los más bajos niveles del
espíritu”, y el medianero de una pequeña finca, del que “se decía que era uno
de los poquísimos descendientes de los guanches que supervivieron a la
conquista del terruño”, portador de las mejores virtudes humanas. En síntesis
evidente, uno simboliza la oligarquía reaccionaria y conservadora y el otro a
la mayoría indefensa y oprimida de la población, para añadir un tercer
personaje que, al modo del propio autor, se erige en protector legal de los
segundos. Por supuesto, éste es republicano y expresa los atropellos del
cacique, mediante un sentido definido y comprometido de la justicia humana y
social.
En 1915, sale a la luz una
novela a escote, Máxima culpa, firmada conjuntamente por Rodríguez
Figueroa y los escritores tinerfeños más conocidos del momento, habituales
contertulios y colaboradores de la revista Castalia: Domingo Cabrera
Cruz, Diego Crosa, Ramón Gil Roldán, Ildefonso Maffiote, Leoncio Rodríguez,
Manuel Verdugo y otros. Las obras señaladas fueron sus dos únicas incursiones
conocidas en el ámbito novelístico.
Como adelantamos, la
poesía, junto al periodismo en forma de artículos constituyen el hilo conductor
de su producción literaria. Los inicios poéticos de Preludios (1898)
trazan la trayectoria lírica a seguir, tanto desde el punto de vista formal
como temático. Los poemas de índole personal y afectivo presentan, como era de
esperar, el dominio de la lírica amorosa, que permanecerá a lo largo de su
actividad poética. Esta lírica amorosa inicial será la misma raíz de la que
surjan los temas dedicados a la tierra, al sentir popular y a la exaltación
emocionada del paisaje canario y de las pervivencias pre-coloniales. No
olvidemos que Rodríguez Figueroa, perfectamente al día de la intelectualidad
del momento, conoció con gran probabilidad los trabajos etnográficos de
Bethencourt Alfonso, los escritos de Nicolás Estévanez y la sinceridad
literaria de Secundino Delgado, hasta entonces inédita en la historia canaria.
Sin duda, de esta segunda tendencia nace la permanente inquietud del poeta por
la temática social, primero en defensa de los derechos del ser humano y de los
marginados sociales, y posteriormente con una positiva actitud transformadora
de una sociedad injusta, que produjo una poesía marcadamente cívica y política.
Expectativas éstas que contaron con una notable base inspirada en la antigua
civilización helénica, localizada en estos inicios poéticos (Venus Adorata,
1902) y en numerosos matices de la vida de Rodríguez Figueroa, fundador de la
clasicista y mitológica revista Castalia.
Los primeros años del
siglo XX coinciden con un intenso peregrinaje del autor por las Islas y fuera
de ellas. El enriquecimiento de tales experiencias está reflejado literariamente
en un mayor dominio de la expresión y perfeccionamiento del lenguaje
(importancia del modernismo hispanoamericano), que no supone en absoluto una
ruptura de las tendencias anunciadas en los comienzos. Su fecundidad literaria
encontró alimento inagotable en un impecable espíritu combativo, que le
permitió componer odas elocuentes de contenido ideológico, histórico y/o
legendario. El Ateneo de La
Laguna fue marco recurrente de numerosas fiestas y encuentros
de arte, celebrados desde el primer cuarto de siglo. Destaca la fiesta de Los
Menceyes, del 12 de septiembre de 1919, con la intervención de conferenciantes
liberales canarios y, por supuesto, del habitual círculo poético del momento:
Diego Crosa, J.M. Tabares Bartlett, Domingo J. Manrique, J. Hernández Amador,
Manuel Verdugo, Ramón Gil Roldán, etc. Rodríguez Figueroa recita uno de los más
significativos poemas de esta generación “El Mencey de Arautapala”. Junto a “El
Hombre de la Tribu”,
constituye la inmejorable aportación lírica del portuense al anhelo de estos
intelectuales de superar la fragmentación insular y vertebrar un futuro
autónomo, a partir de elementos de identidad e historia comunes.
En opinión de algunos
autores, lo señalado anteriormente imposibilita la mera adscripción de estos
pensadores y escritores isleños al movimiento regeneracionista español. Los
máximos exponentes del 98 estaban atenazados por la historia imperial y el
problema contemporáneo de España. Sin embargo, los canarios fueron libres en
cierta manera de abrazar con plenitud el movimiento universal del modernismo, y
recoger su más pura esencia peregrinante, universal y cosmopolita. Este grupo
isleño no puede ser tampoco etiquetado, sin más, de “tardío” respecto al
romanticismo europeo. Los románticos europeos soñaban un mundo lejano a su
realidad, frecuentemente medieval, no compartido por canarios y americanos,
puesto que éstos tenían otras referencias históricas y, sobre todo, vivían de
por sí en tierras imaginadas exóticas por los europeos. No es conveniente que
modernismo y regeneracionismo sean entendidos como la misma cosa. El primero
fijó en todas las jóvenes literaturas criollas de la lengua castellana la
imagen nueva de la nacionalidad literaria de sus pueblos. El contemporáneo
Nicolás Estévanez lo distinguió bien, al leer los versos de Rodríguez Figueroa
y afirmar que “es el poeta de lo porvenir, pues se ríe de las antiguallas”. En
otra parte, sentenció: “El modernismo lírico ha llegado al Puerto de la Cruz”.
La música del mar pone
soporte y ambiente a las nostalgias del amor y a los nuevos poemas incluidos en
Nazir (1925). Se considera éste el fin de una época bien definida en la
creación poética de Rodríguez Figueroa. Bien sea la muerte de su esposa por
esos años, bien la intensificación de la vida política y del conflicto social,
lo cierto es que el poeta volcará sus ímpetus creativos, presentes ya en los
inicios, en la poesía civil o política. Su última obra publicada como libro,
Las Banderas de la
Democracia (1935), acumula la experiencia de una larga
carrera y práctica del derecho, la política y la literatura, marcada de forma
decisiva por sus convicciones progresistas. Así se presentan gran parte de los
sonetos dedicados a los hitos históricos, motores de transformaciones
sociales, como la democracia y la lucha por la implantación de los derechos
humanos (entonces, aún del hombre). Una reflexión lírica sobre la historia y la
teoría de las ideas democráticas y revolucionarias, desde la época clásica,
pasando por la revolución francesa y la rusa, esta última obviamente de mayor
actualidad. Se trata de un canto al proceso histórico del establecimiento de la
democracia, pleno de pasión social y política, de convicciones profundas y de
confianza en el triunfo de la justicia y de las libertades públicas. En efecto,
Las Banderas de la
Democracia marcan una línea evidente respecto a Nazir,
protagonizada por el resurgir de la dimensión socialmente más combativa del
poeta, a escasa distancia temporal de su trágica desaparición física.
(Tomado de: www. Isla de Tenerife Vivela)
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