F R A N T Z F A N O N.
I I . G R A N D E Z A Y D E B I
L I D A D E S D E L E S P O N T A N E Í S M O
Las reflexiones sobre la
violencia nos han llevado a tomar conciencia de la existencia frecuente de un
desequilibrio, de una diferencia de ritmo entre los cuadros del partido
nacionalista y las masas. En toda organización política o sindical existe
clásicamente un abismo
entre las masas
que exigen la mejora inmediata y total de su situación y
los cuadros que, midiendo las dificultades que pueden crear los patronos, limitan
y restringen sus reivindicaciones. Por eso se advierte con frecuencia un
descontento tenaz de las masas respecto de los cuadros. Después de cada jornada
de reivindicación, cuando los cuadros celebran la victoria, las masas tienen la
impresión de haber sido traicionadas. Es la multiplicación de las
manifestaciones reivindicadoras, la multiplicación de los conflictos sindicales
lo que provocará la politización de esas masas. Un sindicalista politizado es
aquel que sabe que un conflicto local no es una explicación decisiva entre él y
el patrono. Los intelectuales colonizados que han estudiado en sus metrópolis
respectivas el funcionamiento de los partidos políticos crean formaciones
semejantes con el fin de movilizar a las masas y de presionar a la administración
colonial. El nacimiento de partidos nacionalistas en los países colonizados es
contemporáneo de la constitución de una élite intelectual y comerciante.
Las élites
van a atribuir
una importancia fundamental a la organización como tal y
el fetichismo de la
organización prevalecerá frecuentemente sobre
el estudio racional de la
sociedad colonial. La noción de partido es una noción importada de la
metrópoli. Ese instrumento de las luchas modernas es
colocado sobre una
realidad
proteiforme,desequilibrada, donde coexisten a la vez la esclavitud, la
servidumbre, el trueque, la artesanía y las operaciones bursátiles.
La debilidad de los partidos
políticos no reside sólo en la utilización mecánica de una organización que
dirige la lucha del proletariado en el seno de una sociedad capitalista
altamente industrializada. En el plano limitado del tipo de organización,
deberían haber surgido
innovaciones y adaptaciones.
El gran error, el vicio congénito
de la mayoría de los partidos políticos en las regiones subdesarrolladas ha
sido dirigirse, según el esquema clásico,
principalmente a las élites
más conscientes: el proletariado de las ciudades, los
artesanos y los funcionarios, es decir, una ínfima parte de la población que no
representa mucho más del uno por ciento.
Pero si
ese proletariado comprendía
la propaganda del partido y leía su literatura, estaba
mucho menos preparado para responder a las consignas eventuales de lucha
implacable por la liberación
nacional. Muchas veces
se ha señalado:
en los territorios coloniales,
el proletariado es el núcleo del pueblo colonizado más mimado por el régimen
colonial. El proletariado embrionario de las ciudades es relativamente privilegiado.
En los países capitalistas, el proletariado no tiene nada que perder;
eventualmente tendría todo por ganar. En los países colonialistas, el
proletariado tiene mucho que perder. Representa, en efecto, la fracción del
pueblo colonizado necesaria e irreemplazable para la buena marcha de la
maquinaria colonial: conductores de tranvías, mineros, estibadores,
intérpretes, enfermeros, etc.… Son esos elementos los partidarios más fieles de
los partidos nacionalistas y que, por el sitio privilegiado que ocupan en el
sistema colonial, constituyen la fracción "burguesa" del pueblo
colonizado.
Así se
comprende que los
partidarios de los
partidos políticos nacionalistas sean la fracción principalmente urbana:
capataces, obreros, intelectuales y comerciantes que residen esencialmente en
las ciudades. Su tipo de pensamiento
lleva ya en numerosos puntos el sello del medio técnico y relativamente
acomodado en que se desenvuelven.
Aquí el "modernismo"
reina. Son esos mismos medios los que van a luchar contra las tradiciones
oscurantistas, los que van a reformar las costumbres, entrando así en lucha
abierta contra el viejo pedestal de granito que constituye la heredad nacional.
Los partidos nacionalistas, en su
inmensa mayoría sienten una gran desconfianza hacia las masas rurales. Esas
masas les dan, en efecto, la impresión de deslizarse en la inercia y la
infecundidad. Rápidamente, los miembros de los partidos nacionalistas (obreros
de las ciudades e intelectuales) se forman sobre el campo el mismo juicio peyorativo
que los colonos. Pero si se trata de comprender las razones de esa desconfianza
de los partidos políticos hacia las masas
rurales, hay que recordar el hecho de que el colonialismo ha
fortalecido o asentado frecuentemente su dominio organizando la petrificación
del campo. Encuadradas por los morabitos, los brujos y los jefes tradicionales,
las masas rurales viven todavía en la etapa feudal, alimentada la omnipotencia
de esa estructura medieval por los agentes administrativos o militares
colonialistas.
La joven burguesía nacional,
sobre todo comerciante, va a entrar en competencia con esos señores feudales en
sectores múltiples: morabitos y brujos que obstaculizan el camino a los
enfermos que podrían consultar al médico, djemaas que juzgan, inutilizando a
los abogados, caids que utilizan su poder político y administrativo para
lanzar un comercio
o una línea
de transportes, jefes tradicionales que se oponen en nombre de la
religión y la tradición a la introducción de negocios o productos nuevos.
La joven clase de comerciantes y
negociantes colonizados requiere, para desarrollarse, la desaparición de esas
prohibiciones y barreras. La clientela indígena que representa el coto de los
señores feudales y a la que se prohíbe más o menos la compra de productos nuevos,
constituye pues, un
mercado objeto de disputa.
Los cuadros feudales son una
pantalla entre los jóvenes nacionalistas occidentalizados y las masas. Cada vez
que las élites hacen un esfuerzo dirigido a las masas rurales, los jefes de
tribus, los jefes de sectas, las autoridades tradicionales multiplican las
advertencias, las amenazas, las excomuniones. Esas autoridades tradicionales
que han sido confirmadas por la potencia ocupante ven a disgusto cómo se
desarrollan las tentativas de infiltración de las élites en el campo. Saben que
las ideas susceptibles de ser introducidas por esos elementos procedentes de
las ciudades impugnan el principio mismo de la perennidad del feudalismo. Su
enemigo no es la potencia de ocupación, con la que se llevan bien en
definitiva, sino esos
modernistas que tratan
de desarticular la sociedad autóctona y, de ese modo, quitarles el pan
de la boca.
Los elementos
occidentalizados
experimentan hacia las masas campesinas sentimientos que
recuerdan los que se encuentran en el seno del proletariado de los países
industrializados. La historia de las revoluciones burguesas y la historia de
las revoluciones proletarias han demostrado que las masas campesinas
constituyen frecuentemente el freno de la revolución. Las masas campesinas en
los países industrializados son, generalmente, los elementos menos conscientes,
los menos organizados y también los más anarquistas. Presentan todo un conjunto
de rasgos, individualismo, indisciplina, amor al lucro, aptitud para las
grandes cóleras y los profundos desalientos, que definen una conducta
objetivamente reaccionaria.
Ya hemos visto cómo los partidos
nacionalistas calcan sus métodos y sus doctrinas de los partidos occidentales
y, en la mayoría de los casos, no orientan su propaganda hacia esas masas. En
realidad, el análisis racional de la sociedad colonizada, si se hubiera
practicado, les habría demostrado que los campesinos colonizados viven en un
medio tradicional cuyas estructuras han permanecido intactas, mientras que en
los países industrializados es ese medio
tradicional el que
ha sido agrietado
por los progresos de la
industrialización. Es en el seno del proletariado embrionario donde
encontramos en las
colonias comportamientos individualistas. Al abandonar el campo, donde
la demografía plantea problemas insolubles, los campesinos sin tierra, que
constituyen el lumpen-proletariat, se dirigen hacia las ciudades, se amontonan
en los barrios miserables de la periferia y tratan de infiltrarse en los
puertos y las ciudades creados por el dominio colonial. Las masas campesinas
siguen viviendo en un marco inmóvil y las bocas excedentes no tienen otro
recurso que emigrar hacia las ciudades. El campesino que se queda defiende
con tenacidad sus
tradiciones y, en
la sociedad colonizada, representa el elemento
disciplinado cuya estructura social sigue siendo comunitaria. Es verdad que
esta vida inmóvil, crispada en marcos rígidos, puede dar origen episódicamente
a movimientos basados en el fanatismo religioso, a guerras tribales. Pero en su
espontaneidad, las masas rurales siguen siendo disciplinadas, altruistas. El individuo se borra ante la comunidad.
Los campesinos desconfían del
hombre de la ciudad. Vestido como un europeo,
hablando su lengua,
trabajando con él, viviendo a veces en su barrio es
considerado por los campesinos como un tránsfuga que ha abandonado todo lo que
constituye el patrimonio nacional. Los habitantes de la ciudad son
"traidores, vendidos", que parecen llevarse bien con el ocupante y
tratan de "triunfar dentro del marco del sistema colonial. Por eso oímos
decir frecuentemente a los campesinos que la gente de la ciudad carece de
moral. Nos encontramos en presencia de la clásica oposición entre el campo y la
ciudad. Es la oposición entre el colonizado, excluido de las ventajas del
colonialismo y el que se las arregla para sacar partido de la explotación
colonial.
Los colonialistas
utilizan esta oposición,
además, en su lucha contra los partidos nacionalistas.
Movilizan a los montañeses, a los habitantes del bled, contra los habitantes de
la ciudad. Colocan al interior contra las costas, reactivan a las tribus y no
hay que sorprenderse si Kalondji se hace coronar rey de Kasai, como no había
que sorprenderse hace algunos años de ver a la Asamblea de jefes de
Ghana haciéndose pagar caro su apoyo a Kwame Nkrumah.
Los partidos políticos no logran
implantar su organización en el campo. En vez de utilizar las estructuras
existentes para darles un contenido
nacionalista o progresista
tratan de trastornar la realidad
tradicional dentro del marco del sistema colonial. Creen en la posibilidad de
imprimir un impulso a la nación, cuando todavía pesan las mallas del sistema
colonial. No van al encuentro de las masas. No ponen sus conocimientos teóricos
al servicio del pueblo, sino que tratan de encuadrar a las masas según un
esquema a priori. Desde la capital envían a las aldeas, como paracaidistas,
dirigentes desconocidos o demasiado jóvenes
que, investidos por
la autoridad central,
tratan de manejar el aduar o la
aldea como una célula de empresa. Los jefes
tradicionales son ignorados, a
veces molestados. La historia de la nación futura pisotea con singular
desenvoltura las pequeñas historias locales, es decir, la única actualidad
nacional, cuando habría que insertar armónicamente la historia de la aldea, la
historia de los conflictos tradicionales de los clanes y las tribus en la
acción decisiva para la que se llama al pueblo. Los ancianos, rodeados de
respeto en las
sociedades tradicionales y generalmente revestidos de una autoridad
moral indiscutible, son públicamente ridiculizados. Los servicios del ocupante
no dejan de utilizar esos rencores y están al corriente de las menores
decisiones adoptadas por
esa caricatura de
autoridad. La represión
policíaca, bien dirigida puesto que se basa en informes precisos, se desata.
Los dirigentes paracaidistas y los miembros importantes de la nueva asamblea
son arrestados.
Los fracasos sufridos confirman
"el análisis teórico" de los partidos nacionalistas. La experiencia
desastrosa del intento de encuadramiento de las masas rurales fomenta su
desconfianza y cristaliza su agresividad contra esa parte del pueblo. Después
del triunfo de la lucha de liberación nacional, los mismos errores se renuevan,
alimentando las tendencias descentralizadoras y autonomistas. El tribalismo de
la fase colonial es sustituido por el regionalismo de la fase nacional, con su
expresión institucional: el federalismo.
Pero resulta que las masas
rurales, a pesar de la escasa influencia que sobre ellas tienen los partidos
nacionalistas, intervienen de manera decisiva en el proceso de maduración de la
conciencia nacional, para completar la acción de los partidos nacionalistas o,
más raramente, para suplir pura y simplemente la esterilidad de esos partidos.
La propaganda de los partidos
nacionalistas encuentra siempre un eco en el seno de las masas campesinas. El
recuerdo del periodo anticolonial
permanece vivo en
las aldeas. Las mujeres todavía murmuran al oído de los
niños las canciones que acompañaron a los guerreros que resistían a la
conquista. A los 12 o 13 años, los pequeños aldeanos conocen el nombre de los
ancianos que asistieron a la última insurrección y los sueños en los aduares,
en las aldeas no son los sueños de lujo o de éxito en los exámenes
de los niños
de las ciudades,
sino sueños de identificación con
tal o cual
combatiente, el relato
de cuya muerte heroica hace
brotar todavía hoy abundantes lágrimas.
En el momento en que los partidos
nacionalistas tratan de organizar a la clase obrera embrionaria de las
ciudades, en el campo se producen
explosiones aparentemente inexplicables. Así, por ejemplo, la famosa
insurrección de 1947 en Madagascar. Los
servicios colonialistas son
formalistas: se trata
de una revuelta campesina. En
realidad, ahora sabemos que las cosas, como siempre, fueron mucho más
complicadas. En el curso de la segunda Guerra Mundial, las grandes compañías
coloniales extendieron su poder y se apoderaron de la totalidad de las tierras
todavía libres.
Siempre en esa misma época se
habló de la implantación eventual en
la isla de refugiados judíos,
de las kabilas y antillanos. Corrió
igualmente el rumor de la próxima invasión de la isla, con la complicidad de
los colonos, por los blancos de la Unión Surafricana.
Después de la guerra, los candidatos de la planilla nacionalista fueron
triunfalmente elegidos.
Inmediatamente después, se
organizó la represión contra las
células del partido
M.D.R.M. (Movimiento Democrático
de la Renovación
Malgache). El colonialismo, para lograr sus
fines, utilizó los
medios más clásicos:
múltiples arrestos, propaganda racista intertribal y creación de un
partido con los elementos desorganizados del lumpen-proletariat. Ese partido,
llamado de los Desheredados de Madagascar (P.A.D.E.S.M.) daría
a la autoridad
colonial, con sus provocaciones decisivas, el pretexto
legal para el mantenimiento del orden. Pero esa operación trivial de la
liquidación de un partido preparada de antemano toma aquí proporciones
gigantescas. Las masas rurales, a la defensiva desde hacía tres o cuatro años,
se sienten súbitamente
en peligro de
muerte y deciden oponerse
ferozmente a las fuerzas colonialistas. Armado de azagayas y más a menudo de
piedras y palos, el pueblo se lanza a la insurrección generalizada en pro de la
liberación nacional. Ya se conocen los resultados.
Esas insurrecciones armadas no
representan sino uno de los medios
utilizados por las
masas rurales para
intervenir en la lucha
nacional. Algunas veces
los campesinos relevan
a la agitación urbana, cuando el
partido nacionalista de las ciudades es objeto de la represión policíaca. Las
noticias llegan al campo ampliadas, desmesuradamente ampliadas: dirigentes
arrestados, múltiples ametrallamientos, la sangre de los negros inunda la
ciudad, los pequeños colonos se bañan en sangre árabe. Entonces el odio
acumulado, exacerbado, estalla. La delegación de policía más cercana es
asaltada, los gendarmes son despedazados, el maestro es asesinado, el médico
sólo conserva la vida porque se encontraba
ausente, etc.… Columnas
de pacificación son enviadas al lugar, la aviación
bombardea. El estandarte de la rebelión se despliega entonces, resurgen las
viejas tradiciones guerreras, las mujeres
aplauden, los hombres
se organizan y toman posición en las montañas, comienzan
las guerrillas.
Espontáneamente los campesinos crean la inseguridad
generalizada, el colonialismo se asusta, emprende la guerra o negocia.
¿Cómo reaccionan los partidos
nacionalistas ante esta irrupción decisiva de las masas campesinas en la lucha
nacional? Hemos visto cómo la mayoría de los partidos nacionalistas no han
inscrito en su propaganda la necesidad de acción armada. No se oponen a la
persistencia de la insurrección, pero se contentan con fiarse en el
espontaneísmo de los campesinos. En general, se comportan en
relación con este
elemento nuevo como
si se tratara de maná caído del
cielo, pidiéndole a la suerte que continúe. Explotan ese maná, pero no tratan
de organizar la insurrección. No envían al campo cuadros
para politizar a las masas, para aclarar las conciencias, para elevar el
nivel del combate. Esperan que, arrebatada por su propio movimiento, la acción
de esas masas no se detendrá. No hay contaminación del movimiento rural
por el movimiento
urbano. Cada cual evoluciona según su dialéctica propia.
Los partidos nacionalistas no
intentan introducir consignas en las masas rurales, que se encuentran en ese
momento enteramente disponibles. No les proponen un objetivo, esperan con
naturalidad que ese movimiento se perpetuará indefinidamente y que los
bombardeos no acabarán con él. Ni siquiera en esta ocasión, pues, los partidos
nacionalistas explotan la posibilidad que se les brinda de integrar a las masas
rurales, de politizarlas, de elevar
el nivel de
su lucha. Se
mantiene la posición criminal de
desconfianza hacia el campo.
Los cuadros
políticos se recluyen
en las ciudades,
dan a entender al colonialismo
que no tienen
nada que ver con los insurgentes o se marchan al extranjero.
Casi nunca sucede que se unan al pueblo en las montañas. En Kenya, por ejemplo,
durante la insurrección Mau-Mau,
ningún nacionalista conocido reivindicó su adhesión a ese
movimiento ni trató de defender a esos hombres.
No hay
explicación fecunda, no se produce
una confrontación entre las diferentes capas de la nación. En el momento
de la independencia, que se produce después de la represión ejercida sobre las
masas rurales y el arreglo entre el colonialismo y los partidos nacionalistas,
la impresión se acentúa. Los campesinos se muestran reticentes respecto de las
reformas de estructura propuestas por el gobierno así como de las innovaciones
sociales, aunque sean objetivamente progresistas, porque precisamente
los responsables actuales
del régimen no han explicado a la totalidad del pueblo,
durante el período colonial, los objetivos
del partido, la orientación nacional,
los problemas internacionales, etcétera…
A la
desconfianza que los
campesinos y los
feudales abrigaban hacia los
partidos nacionalistas durante
la etapa colonial sigue una
hostilidad semejante en la etapa nacional. Los servicios secretos
colonialistas, que no se han disuelto después de la independencia, mantienen el
descontento y llegan inclusive a crear graves dificultades a los jóvenes
gobiernos. En resumen, el gobierno no hace sino pagar su pereza del periodo de
liberación y su constante desprecio por los campesinos. La nación podrá tener
una cabeza racional, hasta progresista, pero el cuerpo inmenso permanecerá
débil, reacio, incapaz de cooperar.
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